Diferencia entre revisiones de «JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Antes de recibir el bautismo habrá tenido el indio Cuauhtlatoatzin una vida como la de los demás indios de aquella región. ¿Cómo era la educación, notoriamente esmerada, de un muchacho indio, al menos de un buen número de ellos? Fray Bernardino de Sahagún, en el libro VI de su ''Historia General'', habla de la educación, buenas maneras y valores de la sociedad india. Este libro fue objeto de algunos ataques por parte de sus hermanos de religión, que lo acusaban de una visión idílica del indio inventando virtudes e incluso llegando a afirmar que habían vivido mejor en su etapa “pagana” que tras su conversión cristiana, pues “''ahora todo lo han perdido, como verá claro el que cotejase lo contenido en este libro con la vida que ahora tienen''”<ref>Sahagún, ''Historia General'', 297</ref>En cada introducción de los capítulos agrega un comentario encomiástico de los indios del estilo siguiente: que tenían “''muy hermosas metáforas y maneras de habla''r”<ref>ahagún, ''Historia General'', 299</ref>; “''lenguaje muy tierno y amoroso del mil dijes''”.<ref>ahagún, ''Historia General,'' 389</ref>
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Antes de recibir el bautismo habrá tenido el indio Cuauhtlatoatzin una vida como la de los demás indios de aquella región. ¿Cómo era la educación, notoriamente esmerada, de un muchacho indio, al menos de un buen número de ellos? Fray Bernardino de Sahagún, en el libro VI de su ''Historia General'', habla de la educación, buenas maneras y valores de la sociedad india. Este libro fue objeto de algunos ataques por parte de sus hermanos de religión, que lo acusaban de una visión idílica del indio inventando virtudes e incluso llegando a afirmar que habían vivido mejor en su etapa “pagana” que tras su conversión cristiana, pues “''ahora todo lo han perdido, como verá claro el que cotejase lo contenido en este libro con la vida que ahora tienen''”<ref>Sahagún, ''Historia General'', 297</ref>En cada introducción de los capítulos agrega un comentario encomiástico de los indios del estilo siguiente: que tenían “''muy hermosas metáforas y maneras de habla''r”<ref>ahagún, ''Historia General'', 299</ref>“''lenguaje muy tierno y amoroso del mil dijes''”.<ref>ahagún, ''Historia General,'' 389</ref>
  
  
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Según el ''Nican Motecpana'', Juan Diego y su tío Juan Bernardino tenían casas y tierras, heredadas desde tiempos prehispánicos de sus padres y abuelos, es decir, que no eran miembros de un ''calpulli'' donde la tierra era propiedad comunal. En este caso, al ser dueños de tierras, debían tener la responsabilidad de la manutención de varias familias dependientes de ellos. Según la fuente citada y la tradición, Juan Diego lo deja todo para irse a servir en la nueva ermita levantada en honor de Santa María de Guadalupe. El gesto no es extraño en la tradición religiosa de los indios nahuas. Encontramos frecuentes ejemplos de indios, incluso nobles, que consideraban un honor retirarse a servir en sus templos, especialmente en edad madura, cuando ya se veían inhábiles para la guerra. Se consagraban a funciones de servicio como el barrer y servir en las cosas consagradas a la divinidad. Un Juan Diego que se retira a servir con sencillez en la nueva ermita mariana sigue, en este sentido, también una tradición religiosa muy arraigada en las costumbres y mentalidad de su pueblo. Estos textos ayudan a entender lo que debió significar para Juan Diego dejar todo lo que tenía, casa y tierras, para trasladarse junto a la Señora del Cielo, y servirle en su nueva ermita, cuyo servicio consistía entre otras actividades en “barrer el lugar sagrado”; es decir, había encontrado la máxima razón de ser para un indio religioso que aspira a llevar en sí “el vaso y el tubo del águila”.
 
Según el ''Nican Motecpana'', Juan Diego y su tío Juan Bernardino tenían casas y tierras, heredadas desde tiempos prehispánicos de sus padres y abuelos, es decir, que no eran miembros de un ''calpulli'' donde la tierra era propiedad comunal. En este caso, al ser dueños de tierras, debían tener la responsabilidad de la manutención de varias familias dependientes de ellos. Según la fuente citada y la tradición, Juan Diego lo deja todo para irse a servir en la nueva ermita levantada en honor de Santa María de Guadalupe. El gesto no es extraño en la tradición religiosa de los indios nahuas. Encontramos frecuentes ejemplos de indios, incluso nobles, que consideraban un honor retirarse a servir en sus templos, especialmente en edad madura, cuando ya se veían inhábiles para la guerra. Se consagraban a funciones de servicio como el barrer y servir en las cosas consagradas a la divinidad. Un Juan Diego que se retira a servir con sencillez en la nueva ermita mariana sigue, en este sentido, también una tradición religiosa muy arraigada en las costumbres y mentalidad de su pueblo. Estos textos ayudan a entender lo que debió significar para Juan Diego dejar todo lo que tenía, casa y tierras, para trasladarse junto a la Señora del Cielo, y servirle en su nueva ermita, cuyo servicio consistía entre otras actividades en “barrer el lugar sagrado”; es decir, había encontrado la máxima razón de ser para un indio religioso que aspira a llevar en sí “el vaso y el tubo del águila”.
 
  
 
=Cuauhtlatoatzin recibe el bautismo.=
 
=Cuauhtlatoatzin recibe el bautismo.=

Revisión del 15:19 3 mar 2014

A la edad de 57 años, Juan Diego Cuauhtlatoatzin protagoniza uno de los momentos más importantes de la historia mexico-americana: el episodio del “encuentro con la Virgen de Guadalupe”. Cuautitlán fue la patria chica de Juan Diego. En aquel entonces el lugar se llamaba Huehuecuauhtitlán, que significa “vieja o antigua ciudad”. El lugar había sido poblado desde muy antiguo por diversas tribus: los colhuas, nonoalcas y chichimecas habían ido llegando a través de los siglos, fusionándose en ella. Hacia el año 691 d.C. se fundó allí un extenso señorío, como nos afirman Los Anales de Cuautitlán o Códice Chimalpopoca. Nos encontramos ante una de las ciudades más antiguas del Valle de México. Era una ciudad con numerosa población, fértil y con rica agricultura; pero además poseía una próspera actividad de alfarería y de tejidos. Juan Diego Cuauhtlatoatzin o su familia se dedicaron a tales actividades, según resulta de las excavaciones arqueológicas de su casa nativa.


La ciudad rendía culto desde antiguo al gran Tonatiuh, el padre del sol y astro del día; a la brillante Meztli o planeta luna. Sus habitantes denotaban una notable apertura al sentido religioso, por lo que a la llegada del cristianismo no fue difícil que la semilla evangélica plantada por los franciscanos pocos años después de la llegada de los españoles, echase raíces. Precisamente allí levantaron uno de sus primeros conventos. La antigua Cuautitlán había sido conquistada siglos antes por los toltecas y más tarde por los texcocanos. Entre 1396 y 1417 había caído bajo el dominio azteca, por lo que sus habitantes sellaron una alianza con ellos. Más tarde, en aquellos ires y venires que caracterizan la historia del Valle del Anahuac en el siglo XV y primeros años del XVI, en 1439 fue dominada por los Tecpanecas de Azcapotzalco, según narran Los Anales de Cuautitlán. Cuauhtlatoatzin Juan Diego había visto la luz en esta ciudad hacia 1474.


Cuauhtlatoatzin.

El nombre antiguo y tradicional de Juan Diego antes de su bautismo, fue el de Cuauhtlatoatzin. La partícula desinencial -tzin es diminutiva o reverencial, como si lo llamáramos Juan Dieguito. Por ello se le llama a veces sin dicha partícula, simplemente Cuauhtlatohuac. La palabra se compone de dos elementos: ‘Cuauhtli’ (águila) y ‘Tlatoa’ (hablar). Así que etimológicamente significa “Águila que habla”. El primero que nos ha transmitido este nombre mexica fue el polígrafo del siglo XVII Carlos de Sigüenza y Góngora, en su libro Piedad heroica de Don Hernando Cortés. Pero tal nombre nos ha sido confirmado por el Códice Escalada, descubierto en 1995. ¿Quién era socialmente Juan Diego Cuauhtlatoatzin? En la segunda mitad del siglo XV Cuautitlán formaba parte ya del imperio azteca tras la conquista por parte del Tlacatecutli Huitzilihutzin entre 1396 y 1417.


Las ciudades y señoríos de aquel imperio se dividían en calpullis o calpultin. Cuauhtlatoatzin (Juan Diego) nació bajo tal dominio en uno de los calpullis [especie de barrios o colonias] de Cuautitlán llamado Tlayácac, hoy día conocido como barrio de Santa María Tlayácac. En estos calpullis reinaba una organización familiar piramidal: en la cúspide se encontraba el padre (el tatli) y la madre (la nantli). Seguían los abuelos (tecul y citli), proseguían los bisabuelos (achtotli y piptontli). En los calpullis la gente se dedicaba a profesiones y menesteres diversos, organizados en especie de gremios; entre ellos hay que recordar en el caso de Cuautitlán el de los artesanos y el de los comerciantes. Como Cuautitlán era una ciudad sometida al dominio del señor azteca, existían los recaudadores de los tributos que religiosamente los recogían y enviaban a Tenochtitlán, capital azteca.


La familia de Juan Diego Cuauhtlatoatzin y de su tío Juan Bernardino (cuyo nombre indígena desconocemos), hermano de su padre, era tributaria de aquel señorío azteca. Tenían en el calpulli de Tlayácac su casas y sus tierras que habían recibido en herencia de sus padres y de sus abuelos, como nos lo dice el Nican Motecpana de don Fernando de Alva Ixtlixóchitl, un compatriota de Juan Diego. La familia de Juan Diego Cuauhtlatoatzin era una familia que pertenecía probablemente a un gremio o a una clase o más o menos media. ¿De qué lo podemos deducir? En 1963 se llevaron a cabo una serie de excavaciones debajo de la iglesia dedicada a la Virgen de Guadalupe, y que la tradición constante indígena desde el siglo XVI señalaba como el lugar donde había estado la casa nativa de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, con descubrimientos, que confirmaron cuanto habían afirmado los viejos indios del lugar en las Informaciones Jurídicas de 1666.


La tradición indígena es sumamente fiel en la transmisión de los datos relativos y a los lugares de su historia. Basta, como botón de muestra, que en Cuautitlán se celebran con rigurosa fidelidad fiestas y acontecimientos periódicos, como el tianguis o mercado en los mismos lugares, días y fechas de la semana, del mes o del año, ininterrumpidamente, al menos desde el siglo XV, es decir, desde la época de la niñez de Juan Diego Cuauhtlatoatzin e incluso antes. Esa tradición continua había señalado aquel lugar preciso como la casa de Juan Diego. En 1798, una vecina de aquel calpulli de Tlayácac, Doña María Loreto de Revuelta, pidió al virrey Don Miguel José de Aranza, el permiso para edificar una capilla en el lugar donde había estado la casa de Juan Diego. Se ordenaron entonces unas informaciones jurídicas para averiguar si tal cosa correspondía a verdad. Y así se hizo en 1799 confirmando la cosa. Se levantó enseguida la iglesia por obra del teniente coronel Don Pedro de Antonelli y proyecto del arquitecto Don Ignacio Costera que se acabó en 1810; se abrió también una nueva calzada, llamada significativamente hoy “de Guadalupe”.


Más tarde, el 20 de julio de 1917, el arzobispado de México le concedió una serie de privilegios e indulgencias que confirmaban la peculiaridad del sitio. Ya se sabe cómo en la tradición cristiana la construcción de las iglesias, sobre todo si celebran la memoria de un santo, de su vida o de su martirio o muerte, de un Misterio de la vida de Jesús en Tierra Santa, se ha querido hacer siempre en el mismo lugar físico y preciso del acontecimiento. Esto es lo se ha hecho desde los comienzos con el Hecho Guadalupano y Juan Diego.


En un escueto informe sobre los resultados de las excavaciones realizadas en octubre de 1963 debajo de esta iglesia, el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH), dice que los restos encontrados serían de una habitación. Se decía también que los utensilios encontrados deberían estudiarse antes de volver a tapar las excavaciones que se habían hecho para poner piso a la iglesia. Esta iglesia estaba dedicada a la Virgen de Guadalupe. Los hallazgos confirmaron la tradición continua sobre la ubicación de la casa de Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Las ruinas mostraban una casa con su cocina, sus cuartos y sus espacios para el trabajo de artesano, con varios utensilios de trabajo y objetos de culto religioso, algunos seguramente pertenecientes a la etapa religiosa precortesiana. La casa tenía sus alacenas para conservar el grano y los alimentos. La casa es claramente una edificación india de finales del siglo XV y comienzos del XVI; con seis cuartos, uno de ellos dedicado a la artesanía, con un pasillo de distribución y un temascal (habitación para tomar baños de vapor), con las paredes blancas por la cal y tepetate que utilizaba, cocina, despensa y bodega, tlecuilli o fogón, cuarto de trabajo, horno para cocer la cerámica, dos piletas que alimentaban un temascal. Todo ello nos indica que los habitantes de esta casa no eran de la clase más pobre en la organización social precortesiana.


Ello pone el problema sobre la pertenencia social y la profesión de Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Diversos autores a partir de finales del siglo XVII y la tradición corriente difundida entre la gente afirma que Juan Diego era un pobre, un macehual. Otros, basados en los varios elementos arqueológicos referidos, creen que podría haber pertenecido a una clase social de artesanos. De hecho, si se acepta que la casa hallada en el ámbito del subsuelo de la actual iglesia, era una casa perteneciente al ámbito familiar de Juan Diego, resulta que sus habitantes se dedicaban ciertamente al cultivo de los campos con la siembra del maíz, el fríjol, el chile, la chía, etc.… Pero que eran artesanos, probablemente alfareros (allí se encuentran los instrumento del oficio), tejedores, gente dedicada también a la apicultura y al tejido de esteras y petates (esterillas para dormir). Todo esto era normal en la sociedad mexica y específicamente en la clase social a la que probablemente pertenecía Juan Diego Cuauhtlatoatzin.


Esta gente llevaban sus productos a los grandes mercados o tianguis de Tlatelolco, Texcoco, Xochimilco, o en el mismo Cuautitlán para su trueque por otros productos, ya que no existía la moneda en el sentido actual. Según el uso de la sociedad mexica, la gente vestía con sencillez y sus vestidos no definían el poder económico personal, sino la casta a la que pertenecían. Las leyes en este sentido eran bastante rígidas; a la hora de subir de categoría se tomaban en cuenta sobre todo los méritos personales o familiares en el servicio al señorío azteca. Juan Diego Cuauhtlatoatzin y su tío Juan Bernardino eran sin duda de la clase de los calpullec o chimancallec, es decir gente que poseía casas y tierras, gente de antiguas familias conocidas en el calpulli y que pagaban sus tributos al señor azteca.


Habría otro elemento importante en los hallazgos de estas excavaciones. Al lado de la casa encontrada, pared con pared, aparecen los restos de lo que habría podido haber sido una especie de oratorio que los paisanos indios de Juan Diego habrían levantado ya en el siglo XVI. No se trata de una hipótesis inverosímil dada la fama de que Juan Diego gozaba entre sus paisanos, como dicen los testigos de las Informaciones Jurídicas de 1666. Uno de los testigos del pueblo de Cuautitlán en esas Informaciones, un mestizo llamado “Don Marcos Pacheco hombre muy anciano y cano, y que es vecino de este dicho pueblo y que nació y se crió en él, y que es hijo de Don Francisco Pacheco español, y de Juana Gómez india, naturales y vecinos que fueron de este dicho Pueblo, donde fueron fallecidos y al tiempo que fallecieron tendría este testigo como quince a diez y seis años poco más o menos, y que ha sido dos veces Alcalde ordinario de los naturales de esta Provincia, habiendo tenido así mismo otros oficios de República, como haber sido Regidor y alguacil mayor de la Iglesia Parroquial de dicho Pueblo más tiempo de quince a veinte Años que por otro nombre llaman a los tales fiscales de la Iglesia ...”, tras deponer sobre el Acontecimiento Guadalupano y de testificar sobre la persona de Juan Diego por lo que había oído de la gente de aquel pueblo y de sus mismos parientes, afirma que Juan Diego “era un indio que vivía honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano temeroso de Dios, y de su conciencia, de muy buenas costumbres, y modo de proceder en tanta manera, que en muchas ocasiones le decía a este testigo, y a dicho a sus hermanos la dicha su Tía [se refiere al testimonio recogido de labios de una tía del mismo testigo]: Dios os haga como Juan Diego, y su Tío [Juan Bernardino, tío de Juan Diego], porque los tenía por muy buenos indios, y muy buenos cristianos, y este testigo lo tiene por cierto, y sin ninguna duda lo eran, porque se acuerda con toda distinción haber visto ha muy pocos años, que en el dormitorio antiguo, y el primero que se hizo en la Iglesia de dicho Pueblo, estaba una Virgen de Pincel en un lienzo, y en la pared de él haber visto pintado un Religioso lego de la Orden del Señor San Francisco, que según ha oído este testigo era un Fray Fulano [Pedro] de Gante, y tras él estaba pintado el dicho Juan Diego y Juan Bernardino su Tío, con letreros arriba que decía este es Juan Diego, y este Juan Bernardino; y así estaban pintados otros indios e indias sin letreros detrás, que este testigo, como tan ordinario en la dicha Iglesia lo veía cada día, que de presente están ya medio borrados porque la pared se ha medio rompido y renovado...”.


¿A cuál iglesia o templo se refiere la afirmación? ¿A la principal de Cuautitlán? ¿O a otra, que podría ser un pequeño oratorio o ermita allí presente? Del contexto parece se pueda deducir que se trata de un templo conventual, como a continuación se dice: "[...] pues los antiguos lo llegaron a pintar [a Juan Diego y las apariciones] en los Conventos y retratarlo en este delante de la Virgen, que no lo hicieran si no fuera tal, porque la pintura era de la muy antigua, y se echaba muy bien de ver por ella y ser de aquel tiempo: y esto responde". En el mismo sentido se expresan los demás testigos. Al menos, a una primera visión de los restos a los que nos referimos tienen toda la apariencia de tratarse de una especie de oratorio o de capilla con algunos elementos inconfundibles. Se nos ha dicho que los indios paisanos de Juan Diego comenzaron a practicar lo que los cristianos hicieron ya desde los primeros siglos: querer enterrarse cerca de los lugares santos o de los sepulcros de los mártires. Como Juan Diego tenía fama de serlo y por el privilegio extraordinario que había gozado en las apariciones marianas, la gente de su pueblo comenzó a querer enterrarse en aquella pequeña e insignificante ermita.


Juan Diego Cuauhtlatoatzin, plenamente indio e hijo de su pueblo.

¿Pero cómo era un indio de cultura náhuatl antes y después de su conversión a la fe cristiana? Existen algunas importantes fuentes históricas muy cercanas a la persona y tiempo del indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin, entre las que sobresalen en primer lugar el Nican Mopohua, el Códice Escalada, seguido por el Nican Motecpana, y por las Informaciones Jurídicas de 1666; éstas últimas nos ofrecen los testimonios de varios paisanos suyos hijos de gente que lo habían conocido personalmente. Otras fuentes de información aportan importantes y reveladores datos sobre su persona. El Nican Mopohua nos habla de Juan Diego en el momento del encuentro con la Virgen de Guadalupe en 1531 en el contexto de las apariciones mariológicas. El Códice Escalada, de dimensiones muy reducidas, es otra fuente de noticias escueta. Nos ofrece una serie de datos esenciales, escritos y pictográficos, relativos al Acontecimiento Guadalupano, al vidente Juan Diego Cuauhtlatoatzin y a la fecha de su muerte. La escritura de este códice es irregular, de mano indígena, bastante borrado, pero legible. Lo más notable en él son los dibujos. Claramente se pinta la aparición a Juan Diego, en un ambiente montañoso y de vegetación árida esteparia típica del Tepeyac.


Se elaboró después de la muerte del vidente, al que según otro documento en lengua náhuatl, el “Huey tlamauiçoltica…”, dice que se le apareció la Virgen poco antes de morir (1548), noticia que nos ayuda a entender también el contenido del Códice, que de otra forma no sería claro. En el Códice Escalada en su parte central superior se lee 154-8, en tono rojizo. Bajo esa fecha existen cuatro renglones escritos en náhuatl, que son legibles, a pesar de lo irregular de la escritura y de estar bastante borrados, que dicen: “Zano ipan inin 15031 ziu[itl in] cuauhtlactoatzin omonexti[tzino] in totlazonantzin sihuapilli Gadalope mexico”. En el Códice se ven algunos dibujos: en la parte central izquierda hay un indígena hincado de rodillas, casi de perfil, con la vista hacia el lado derecho portando el clásico ayate anudado sobre su hombro derecho. Esa figura es bastante tenue. Hacia donde dirige la mirada se aprecia una imagen de la Guadalupana en medio de nubes, según el modelo que conocemos, aunque carente de rayos, ángel y corona, pero sí con la luna a sus pies y estrellas en el manto. El hecho ocurre en la falda de un cerro rocoso, en el que se ven plantas propias de la vegetación esteparia del altiplano de México. Hacia la izquierda, bajo la figura del indígena se lee: “omomoquili cuauhtlactoatzin”. También en la parte inferior, hacia el centro, aparece clara una firma de mano europea.


En la parte superior derecha se ve el sol, asomándose entre las cimas de unos montes distantes. En el lado opuesto, se observa una figura pequeña que se identificó como un indígena también con ayate, mirando hacia una figura ovalada, que a juzgar por la lámina que aparece en el libro de Becerra Tanco “Felicidad...” y que se cree que fue copiada del Códice hacia 1666, debe ser una de las apariciones en lo alto del Tepeyac. Del lado derecho del Códice se ve el sol asomándose entre cerros y abajo hacia el centro también del lado derecho, se aprecia una construcción un tanto extraña que no se ha podido identificar y, bajo ésta, un indígena sentado con la vista hacia el lado izquierdo con un bastón de mando; tiene sobre el respaldo una cabeza de ave, con un torrente acuoso, que equivale a A-tótotl (Pájaro de agua) y que se ha identificado con el glifo fonético náhuatl correspondiente a Antonio Valeriano, pues lo confirma lo que debajo de esta figura se puede leer: “Juez Anton Valeriano”, según comprobaron los expertos que examinaron el códice. El conjunto de todos esos elementos representa, sin duda, una o dos de las apariciones de Santa María de Guadalupe a Cuauhtlatoatzin (Juan Diego). La traducción española de los cuatro primeros renglones sería, según el nahuatlato Mario Rojas Sánchez: “...Cuauhtlatoatzin.... aparecida 15031 [sic] ... nuestra amada madrecita niña Guadalupe México”.


Rafael Tena propone otra traducción: “También en este año 1531 se apareció a Cuauhtlatoatzin nuestra amada madre la Señora de Guadalupe en México”. Para la inscripción en el borde inferior del lado izquierdo tradujeron respectivamente: “Murió dignamente Cuauhtlatoatzin”. “En 1548 murió Cuauhtlatoatzin”. Cuauhtlatoatzin, según Carlos de Sigüenza y Góngora, escritor mexicano del s. XVII, era el nombre de Juan Diego previo a su bautismo. Lo dice incidentalmente, aunque expresamente, en un libro suyo sobre la fundación por parte de Hernán Cortés del Hospital de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora; se trata del más antiguo hospital de México. Así escribe el padre Sigüenza: “Que le mandó la Santísima Virgen al dichosísimo indio Juan Diego, cuyo nombre antes de bautizarse era Quauhlitatoatzin [sic] fuese a la casa del Obispo...”. Debido a la dificultad para detectar claramente todas las letras, aún cabría la modificación de alguna, pero no hay duda de lo substancial.


La traducción española de todo el escrito vendría a ser: “1548. También en ese año 1531 se le apareció a Cuahtlactoatzin Nuestra amada madre y señora. Murió Cuauhtlatoatzin. Fray B. de Sahagún. Juez Antón Valeriano”. Estos son los datos parcos de este documento y que coinciden con las noticias biográficas que nos ofrecen otras fuentes escuetas sobre Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Un dato innegable desde un punto de vista histórico crítico, es que su existencia se puede afirmar no sólo con certeza moral, sino con la certeza histórica requerida a través de documentos positivos, de una tradición oral constante entre las poblaciones indias, especialmente de cultura náhuatl y de otras vecinas, como la totonaca; tales fuentes han sido críticamente examinadas y valoradas en su origen, naturaleza y estilo. Las fuentes históricas, tanto escritas y “plásticas” (pintura, escultura, etc..), como las orales, que han tenido origen, estilo literario, expresiones, destinatarios distintos, coinciden y convergen en los datos fundamentales sobre el vidente guadalupano Juan Diego Cuauhtlatoatzin.


Hipótesis razonable sobre la vida precristiana de Cuauhtlatoatzin.

Antes de recibir el bautismo habrá tenido el indio Cuauhtlatoatzin una vida como la de los demás indios de aquella región. ¿Cómo era la educación, notoriamente esmerada, de un muchacho indio, al menos de un buen número de ellos? Fray Bernardino de Sahagún, en el libro VI de su Historia General, habla de la educación, buenas maneras y valores de la sociedad india. Este libro fue objeto de algunos ataques por parte de sus hermanos de religión, que lo acusaban de una visión idílica del indio inventando virtudes e incluso llegando a afirmar que habían vivido mejor en su etapa “pagana” que tras su conversión cristiana, pues “ahora todo lo han perdido, como verá claro el que cotejase lo contenido en este libro con la vida que ahora tienen[1]En cada introducción de los capítulos agrega un comentario encomiástico de los indios del estilo siguiente: que tenían “muy hermosas metáforas y maneras de hablar”[2]lenguaje muy tierno y amoroso del mil dijes”.[3]


El cuidado y educación de todo indio comenzaba desde el embarazo de la madre, con apropiados discursos de ocasión que el miembro más anciano de la familia dirigía a la madre como una invitación al reconocimiento de la acción de los dioses en aquella nueva vida, de los cuidados que debía tener para que tanto ella como el fruto de su vientre fueran sanos y felices en la vida. Nuevos discursos, oraciones, consejos acompañan el proceso educativo del embarazo, y en naciendo la criatura, luego la partera daba unas voces a manera de los que peleaban en la guerra, y en esto significaba la partera que la paciente había vencido varonilmente y había cautivado a un niño, y éste era recibido con la advertencia de que nacía para un mundo que no era suyo y que su verdadero nacimiento dependería de que tuviera la fortuna de merecer “la muerte florida”, es decir, morir en la guerra o en el sacrificio.


Sin embargo, la educación nahua, sin dejar de ser amorosa por parte de padres y parientes, era también severamente espartana, acompañada de pruebas, castigos y rigores no exentos de crueldad. Algunos de los castigos consistían en azotar a los niños con ortigas, clavarles espinas de maguey o hacerles aspirar humo de chile (ají o especie de pimiento picante). En una sociedad fundamentalmente guerrera donde además regía la poligamia, los hijos quedaban fundamentalmente bajo el cuidado de la madre, sin más figura afectiva masculina o paterna que un muchacho no muy mayor que ellos, hermano o medio hermano, a quien se le confiaba el cuidado de la familia, pero con el tiempo, como todos los demás, éste también tenía que ir a la guerra por lo que los hermanos menores quedaban nuevamente sólo con la madre. Cuando el padre quería ver a sus hijos e hijas los llevaban a donde él estaba, ocasión que se aprovechaba también para darles otras nuevas pláticas de tono severo.


Citamos de nuevo a Fray Bernardino de Sahagún: “Oíd, pues, ahora, que os quiero decir cómo os sepáis valer en este mundo cómo os habéis de llegar a Dios para que os haga mercedes, y para esto os digo que los que lloran y se afligen [...] los que de su voluntad de todo corazón velan de noche y madrugan de mañana a barrer [...] y aderezan los lugares donde Dios es servido [...] se entran en la presencia de Dios y se hacen sus amigos [...][4]. El padre les habla de la dura vida diaria y de la dimensión religiosa de la existencia: “Escuchad cómo se vive en la tierra, cómo se alcanza la misericordia del ‘Tloque Nahuaque’ [“Difrasismo en que se expresa al ser divino, bajo este circunloquio: ‘el dueño del cerca y del junto’, o sea, más cercano a nuestra mentalidad; ‘el que está junto a todo y junto al cual todo está’. Se refiere al Sol, a la Tierra, etc., pero es especial designación del numen en general. Por eso los misioneros a veces usan esta frase para designar a Dios”[5]


El devoto se dedica a barrer, a asear, a recoger, lo acepta, se lo impone como obligación, se desvela por ello, por ocuparse del incensario, de la ofrenda de copal. “Así es como se entra en la presencia de ‘Tloque Nahuaque’, de la estera del águila, de la estera del tigre. [Águilas y tigres (jaguares) eran símbolo del Sol y de las Estrellas, por la piel moteada del jaguar]; o sea del día y de la noche, por tanto del conflicto cósmico que era misión y honor del hombre ayudar a mantener asistiendo y alimentando al Sol con su sangre; en sus manos pone el vaso del águila, el tubo del águila [In quauhxicalli, in quappiaztli: El cuauhxicalli era la vasija que recibía los corazones de los sacrificados; el cuahpiaztli se suponía que era la pipeta (el popote) con que el Sol sorbía la sangre para alimentarse, quien es, pues «vaso de águila, tubo del águila», es el ser humano que alcanza la plena dignidad al contribuir con Dios a mantener vivo el universo]. "Conviértese así él en madre, en padre del sol, da de comer y de beber al cielo y a la región de los muertos, lo ven con veneración las águilas y los tigres, lo tienen por madre, por padre, que así en verdad lo dijo, lo ordenó ‘Tloque Nahuaque’; no se creó, no se hizo solo”.[6]


En la sociedad nahua existía una especie de internados junto a los templos que servían de severa iniciación para los muchachos. Se conocen como el Calmécac y el Tepochcalli, que eran lugares donde se educaban los indios, el primero para las clases más nobles y para los sacerdotes y el segundo para el común de la gente. En estos establecimientos de educación se enseñaban las artes y ciencias conocidas de los iniciados. La etimología de la palabra (calli-mecatl) hace referencia a la forma de los edificios: celdas en hilera, como en los claustros de los monasterios cristianos. Ambos establecimientos eran extremadamente duros, verdaderos cuarteles espartanos donde la pena máxima no era la expulsión, sino la muerte; su objetivo no era sólo formar guerreros, sino miembros de aquella sociedad en la que todo se vivían en función de la visión religiosa cósmica y donde por ello los jóvenes formados podían llegar a ser “vaso” y “tubo” del águila, es decir, llegar a contribuir a mantener vivo el universo a través del derramamiento de su propia sangre versada en el sacrificio cruento humano al que pudieran estar un día destinados. ¿Pudo haber pasado Cuauhtlatoatzin a través de una de estas escuelas de los antiguos templos? Es verosímil. Todo da a entender que su familia poseía tierras y casas, datos que confirman también las tradiciones vivas conservadas en los lugares que tienen que ver con su biografía: Cuautitlán, lugar de su nacimiento, Tulpetlac, lugar donde probablemente residía al tiempo de las apariciones, y quizá, según alguno, San Juanico. Que Juan Diego tuviese que ver con varias localidades es verosímil, dado el hecho de que su familia podría muy bien poseer casas y tierras en varios lugares, o moverse de habitación como no era raro entonces. Posiblemente recibió su educación en uno de estos establecimientos educativos del niño nahua de los que nos habla fray Bernardino de Sahagún: “la casa del Calmécac, para que hiciese penitencia y sirviese a los dioses, y viviese en limpieza y en humildad y en castidad y para que del todo se guardase de los vicios carnales”.[7]


Si así fue en el caso de Cuauhtlatoatzin tuvo que escuchar con frecuencia sermones de este estilo: “Marcha ahora a donde te dedicaron, con amate y copal, tu madre y tu padre, al Calmécac, a la casa del llanto y de la tristeza, donde se funden y se labran, brotan y florecen los nobles, donde como collares y plumas finas los dispone y ordena Nuestro Señor Tloque Nahuaque, donde se apiada de ellos y los escoge Ipalnemohuani [...] los elige nuestro Señor Tloque Nahuaque, están en la estera de las águilas, en la estera de los tigres, en su mano queda el vaso y el tubo de las águilas. Pues ahora, hijo, nieto mío, marcha allá, y no vuelvas los ojos tu casa, a lo que hay en tu casa, no hables dentro de ti, no digas: allá está mi madre, allá está mi padre, los señores, los guías, mis parientes y mis vecinos, allá están mis bienes y mis propiedades, allá tengo mi comida y mi bebida, allá nací y vine al mundo en comodidad y abundancia. Todo eso se acabó, lo sabes al irte. He aquí lo que vas a hacer: vas a barrer, vas a recoger, a arreglar, a estar despierto, a pasar la noche en vela. Cuando haya que correr, correrás, te darás prisa, no serás pesado ni haragán. Sólo una vez tendrás que oír, con una vez que se te llame te pondrás de pie con agilidad, de un salto, no te llamarán dos veces; y aun cuando no te llamen, levántate, ve corriendo por lo que tienes que traer, haz lo que se quiere que hagas. Cuida del negro y del rojo, del libro y de la escritura, llégate a la prudencia de los prudentes, de los sabios. Mi hijo, mi muchachito, ya no eres como un pajarito, ya ves, ya oyes por ti mismo. He aquí la breve palabra, el deber de nosotros los viejos, las viejas: llévala por donde vayas, no la arrojes por ahí, desdichado de ti si te ríes de ella. Más te dirán, más te ofrecerán allá, pues vas a la casa de instrucción; no estará allá contigo, no hallarás allá la palabra de los viejos; si oyes algo que te parece equivocado, no vayas a reírte. Ea pues, hijo mío querido, pequeño mío: anda, entra a barrer y a ofrecer incienso.”.[8]


Tal era el estilo y el método educativo en la sociedad nahua; no es por ello inverosímil que una persona normal como en el caso de Cuauhtlatoatzin pasase por la misma experiencia. Algunos de los comportamientos de Juan Diego, como aparecen narrados por el Nican Mopohua o por otras fuentes indígenas posteriores, corresponden totalmente a este estilo de formación tradicional. Cuauhtlatoatzin debió por ello seguir las pautas de la vida de todo joven y adulto nahua: educación, trabajo, matrimonio… Por ello es normal que haya podido dejar descendencia, como lo afirmarán a principios del siglo XVIII dos monjas que pertenecieron al Monasterio de Corpus Christi de Nobles Caciques Franciscanas Descalzas de la Ciudad de México, en el proceso de la llamada “demostración de pertenencia cacica” (o “limpieza de sangre”) para poder entrar en aquel monasterio destinado solamente a las doncellas pertenecientes a familias de indios caciques. Las dos postulantes se dijeron descendientes del indio Juan Diego. Aquella afirmación publicada en la Gaceta de México causó un gran revuelo por ir contra una opinión común que seguía fielmente los cánones hagiográficos del momento. Entonces el investigador guadalupano Boturini Benalucci, que se encontraba en México, protestó por tales afirmaciones y quiso defender la virginidad de Juan Diego basándose en el Nican Motecpana que afirmaba: “su mujer murió virgen; él también vivió virgen, nunca conoció mujer”. Se sabe que lo de la virginidad como señal de vida santa era una de las notas características usadas por los hagiógrafos de la época. Sin entrar en discusiones de carácter hagiográfico, Juan Diego pudo haber tenido descendencia en un matrimonio anterior a su bautizo, así como pudo guardar plenamente la castidad con su esposa María Lucía después de éste, o incluso haber continuado su vida matrimonial normal hasta su viudez, si es que su esposa murió antes que él, como afirma la tradición. De todos modos las fuentes históricas actuales a nuestra disposición no nos permiten llegar a afirmaciones definitivas sobre el asunto.


Según el Nican Motecpana, Juan Diego y su tío Juan Bernardino tenían casas y tierras, heredadas desde tiempos prehispánicos de sus padres y abuelos, es decir, que no eran miembros de un calpulli donde la tierra era propiedad comunal. En este caso, al ser dueños de tierras, debían tener la responsabilidad de la manutención de varias familias dependientes de ellos. Según la fuente citada y la tradición, Juan Diego lo deja todo para irse a servir en la nueva ermita levantada en honor de Santa María de Guadalupe. El gesto no es extraño en la tradición religiosa de los indios nahuas. Encontramos frecuentes ejemplos de indios, incluso nobles, que consideraban un honor retirarse a servir en sus templos, especialmente en edad madura, cuando ya se veían inhábiles para la guerra. Se consagraban a funciones de servicio como el barrer y servir en las cosas consagradas a la divinidad. Un Juan Diego que se retira a servir con sencillez en la nueva ermita mariana sigue, en este sentido, también una tradición religiosa muy arraigada en las costumbres y mentalidad de su pueblo. Estos textos ayudan a entender lo que debió significar para Juan Diego dejar todo lo que tenía, casa y tierras, para trasladarse junto a la Señora del Cielo, y servirle en su nueva ermita, cuyo servicio consistía entre otras actividades en “barrer el lugar sagrado”; es decir, había encontrado la máxima razón de ser para un indio religioso que aspira a llevar en sí “el vaso y el tubo del águila”.

Cuauhtlatoatzin recibe el bautismo.

Cuauhtlatoatzin tenía como muchos de sus paisanos indios un profundo sentido religioso que le ayudó al encuentro con el cristianismo predicado por los frailes misioneros. Se dice que fue bautizado por fray Toribio Paredes de Benavente, Motolinía [“el pobre”], uno de los “doce “apóstoles franciscanos de México” hacia 1524, poco después de la llegada de los frailes. Fue Motolinía uno de los mayores evangelizadores que bautizó a centenares de indígenas, casi siempre al aire libre o en capillas abiertas. Por aquel entonces no existían aún registros de bautismos o registros parroquiales, que serán introducidos por disposición del concilio de Trento (que se concluye en 1563). Los registros del convento franciscano de Cuautitlán, que empieza a construirse hacia 1532 y ya está acabado en 1538, comienzan hacia 1580. Al indio recién bautizado los frailes le solían sólo entregar un escrito donde figuraba su nombre. Más tarde van a abundar en la localidad los nombres “Juan”, “Diego” y la composición “Juan Diego”, precisamente en honor, sin duda de su ilustre paisano; así en un censo de los indios que tributaban en Cuautitlán, conservado en el Archivo Parroquial de Cuautitlán: Cuenta y visita personal de los naturales. Tributos de la Jurisdición de Cuautitlán, de 1692, sus habitantes usaban frecuentemente el nombre compuesto de “Juan Diego”. Uno de los lugares a los que los recién llegados frailes franciscanos salieron primeramente a enseñar la fe cristiana fue precisamente Cuautitlán, a cuatro leguas de México, y a Tepozotlán (no lejos de Cuautitlán). La catequesis, muy rudimentaria por falta de conocimiento de la lengua y costumbres, tuvo que superar muchas dificultades; una nos la menta Motolinía cuando nos dice que “con esto fue menester darles también [a los indios] a entender quien era Santa María, porque hasta entonces solamente nombraban a María o Santga [sic] María y diciendo este nombre pensaban que nombraban a Dios, a todas las imágenes que veían de Santa María”.


Sólo poco a poco los frailes lograron aprender los rudimentos del náhuatl y comenzar a redactar sus catecismos en aquella lengua. Zumárraga tenía, al menos al principio, que servirse de intérpretes. Uno de ellos fue el clérigo extremeño Juan González (1510-1590), que había aprendido la lengua náhuatl de joven, conviviendo con los indígenas y que según la tradición fue el interprete del obispo electo franciscano en su diálogo con Juan Diego. En el caso de Cuauhtlatoatzin no podemos saber el lugar preciso de su bautismo. Al tiempo de su bautismo sin duda que ya estaba casado. Su esposa, según el Nican Motecpana, por entonces se llamaba Malintzin, que en náhuatl significa “Venerable pasto”. Se habría casado con ella hacia 1526 y la esposa habría muerto en 1529. Estos son los datos del Nican Motecpana, escrito a finales del siglo XVI, que sin duda los recoge de una tradición oral familiar, dado que su autor era un indio mestizo, de noble alcurnia, paisano de Juan Diego.


“Buen indio” y “buen cristiano”.

La vida cristiana del recién bautizado Juan Diego habrá transcurrido como la de otros miles de indios neo-bautizados. El convento franciscano principal se encontraba entonces en Santiago Tlatelolco y allí iban para recibir la doctrina, asistir a las misas y demás momentos importantes de la vida cristiana. Los indios estaban acostumbrados a largas caminatas. Lo hacían para comerciar, para visitar a sus parientes, para ir a los mercados y fiestas, para visitar a sus templos-santuarios y para las continuas “guerras floridas” o de otro carácter. No es extraño que viviesen en un continuo peregrinar. Llegados los frailes y con los vaivenes de la conquista, aquel peregrinar continuó incluso con mayor fuerza que antes. Tal fue sin duda el caso de Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Ahora el lugar de referencia principal no era solamente los tianguis o mercados; eran los conventos de los franciscanos, en concreto el de Tlatelolco. Allí se dirigía al tiempo de las apariciones en el Tepeyac.


No es extraño que en la iconografía de Juan Diego del siglo XVII se le presente siempre con vestido de peregrino. Es una forma convencional iconográfica, pero ciertamente expresa aquella actitud suya de caminante peregrino. Lo que es todavía objeto de discusión es el lugar donde vivía Juan Diego cuando las apariciones (1531). Para algunos estudiosos guadalupanos debía encontrarse establecido en Tulpetlac [o también Tolpetlac]. Parece que allí, según esta hipótesis, vivía al menos su tío Juan Bernardino; de allí se habría dirigido Juan Diego un sábado, muy de madrugada, 9 de diciembre de 1531 pasando por el Tepeyac (primera aparición) al catecismo de los franciscanos en Tlatelolco, de allí se habría dirigido el martes 12 de diciembre, también muy de madrugada, rodeando el cerro del Tepeyac, en busca de uno de los frailes para asistir a su tío gravemente enfermo, y allí habría ocurrido inesperadamente la llamada “quinta aparición” de la Virgen de Guadalupe a Juan Bernardino y su curación, el martes 12 de diciembre de 1531, muy de mañana, según el Nican Mopohua.


En 1666 un tribunal eclesiástico llevó a cabo una serie de investigaciones sobre los hechos guadalupanos y sobre la vida del vidente Juan Diego (Informaciones Jurídicas de 1666). Por ello interrogaron a los indios de su pueblo nativo Cuautitlán. Los indios que depusieron eran todos muy ancianos. Representaban la tradición viviente directa de quienes habían tratado y conocido a Juan Diego; lo que se suele llamar testimonios “por haber escuchado los hechos de quienes los vivieron”. Estos indios dicen que entre su gente corría la opinión, transmitida de boca en boca de que Juan Diego era “un buen indio y un buen cristiano”. Los indios eran más bien parcos en usar tales títulos. Pero tanta llegó a ser la fama de Juan Diego que la gente rogaba a Dios para que hiciera como él a los seres más queridos.


Lo de “buen cristiano” era un título todavía más avaro. En el ambiente de los primeras generaciones cristianas indígenas, ser cristiano cabal significaba muchas veces romper con creencias, criterios de juicios y valores propios de su mentalidad y cultura. Los otros testigos, mestizos y españoles de reconocido peso moral, confirman las afirmaciones de los paisanos de Juan Diego. El Nican Motecpana, debido a un noble mestizo que conoció ciertamente a algunos protagonistas de los hechos citados por estar también emparentado con ellos, nos da noticias del resto de la vida de Juan Diego y de su tío Juan Bernardino. Entre otras noticias nos dice lo siguiente sobre el período en que se retiró a cuidar la ermita de la Virgen en el Tepeyac: “Estando ya en su santa casa la purísima y celestial Señora de Guadalupe, son incontables los milagros que ha hecho para beneficiar a estos naturales y a los españoles, y, en suma, a todas las gentes que la han invocado y seguido. A Juan Diego, por haberse entregado enteramente a su ama, la Señora del Cielo, le afligía mucho que estuviera tan distante su casa y su pueblo, para servirle diariamente y hacerle el barrido; por lo cual suplicó al señor obispo, poder estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes del templo, y servirle; el prelado accedió a su petición, y le dio una casita junto al templo de la Señora del Cielo, porque le quería mucho el señor obispo. Inmediatamente se cambió y abandonó su pueblo: partió, dejando su casa y su tierra y a su tío Juan Bernardino. A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor, frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y se escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del Cielo. Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivieron castamente. Porque oyeron cierta vez la predicación de fray Toribio Motolinía, uno de los doce frailes de San Francisco que había llegado poco antes, sobre que la castidad era muy grata a Dios y a su Santísima Madre; que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo todo se lo concedía; y que a los castos que a ella se encomendaban les concedía cuanto era su deseo, su llanto y su tristeza”.[9]


En otro lugar del mismo Nican Motecpana se afirma un detalle que muestra el sentido realista de Juan Diego, cuando su anciano tío quiere seguirle a vivir junto a la ermita del Tepeyac: “Viendo Juan Bernardino que aquel servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar ambos juntos; pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron; porque así había dispuesto la Señora del Cielo que él solo estuviera”. No duró muchos años Juan Bernardino que moriría de peste. El buen indio había tenido la gracia también de ser visitado por la Señora y de ser curado por Ella según las fuentes indígenas. La Virgen le había revelado entonces su nombre de «Guadalupe» con la misión de darlo a conocer. Y no era cosa indiferente, ya que como anciano que era, al consignarle el nombre era como llamarle a certificar con su autoridad, según el uso indio, el mensaje comunicado a Juan Diego. Ahora la muerte llamaba de nuevo a sus puertas; y esta vez la llamada sería efectiva.


Pero de nuevo se encuentra a su lado la Señora misericordiosa, como relata el Nican Motecpana: “En el año de mil y quinientos cuarenta y cuatro hizo estación la peste, y le dio a Juan Bernardino; cuando se puso grave vio en sueños a la Señora del cielo, quien le dijo que ya era hora de morir; que se consolara y no se turbase su corazón, porque ella le defendería en el trance de la muerte y le llevaría a su palacio celestial en razón de que siempre se había consagrado a ella y la había invocado. Murió el quince de mayo del año que se ha dicho, y fue traído al Tepeyac para ser sepultado dentro del templo de la Señora del cielo, lo que así se hizo de orden del obispo. Tenía ochenta y seis años cuando murió”. Está claro que en estos relatos se siguen las trazas usuales de la hagiografía del tiempo, y aquí de manera altamente devota y poética.


También a Juan Diego le llegó la llamada de “hermana muerte”. Y también aquí el Nican Motecpana nos relata de manera parecida la muerte del vidente guadalupano en la ermita del Tepeyac, cuando escribe: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo [Zumárraga]. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y a gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años cuando murió. La Purísima, con su precioso hijo, llevó su alma a donde disfruta de la gloria celestial. ¡Ojalá así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo! Así sea”.


Ciertamente la narración sigue los cánones usuales en todas las biografías hagiográficas del tiempo, subrayando los puntos o argumentos que por aquel entonces se querían destacar como señales de santidad, así como los medios ascéticos de la misma; idealizando los momentos, creando escenas e incluso cuadros idílicos de la vida de los personajes eximios en toda virtud, en penitencia y en una vida totalmente “separada del mundo” y vivida en perfecta abstinencia y castidad. Sin embargo, por muy idílicos que sean los pinceles del biógrafo-hagiógrafo, ello no mengua el valor de los datos biográficos esenciales, como sucede en las biografías de otros “santos” de esa época. Hay pruebas suficientes para afirmar que Juan Diego era un hombre de carne y hueso, que experimentó en su vida lo que la teología cristiana llama una gracia que ha cambiado su vida. Este fue el significado de la canonización de Juan Diego por el beato Juan Pablo II, que dijo de él en el mismo Tepeyac el 6 de mayo de 1990, que recordaba los datos aquí referidos por el Nican Motecpana.


Juan Diego fue una persona sencilla, que vio en el cristianismo la plenitud de su vida, coherente con la fuerza religiosa que la envolvía; dejó sus tierras y su casa para ir a vivir a la nueva y pobre ermita mariana, para dedicarse completamente a su servicio; se consagra totalmente a la voluntad de la Virgen, quien le había pedido ese nuevo templo para ofrecer en él su consuelo y su amor maternal a todos los hombres, entones divididos por guerras, violencias y contrastes culturales dramáticos. Según las tradiciones ya citadas, sobre todo recogidas en las deposiciones jurídicas del proceso de 1666, Juan Diego lo barría y sahumaba; edificaba con su testimonio a cuanta persona lo visitaba; narraba la manera en que había ocurrido el encuentro maravilloso que había tenido con la ‘Señora del Cielo’, la Virgen de Guadalupe. La gente sencilla enseguida reconoció el sentido de aquella historia y de su testimonio. Según los mismos testimonios, la gente lo estimaba como un “indio o varón santo”; incluso se acercaban a él para que intercediera por sus necesidades y lo ponían como modelo para sus hijos. Esta actitud ha dejado su huella en numerosas obras plásticas como estatuas y pinturas. Por supuesto, el momento fuerte del encuentro de Juan Diego con la Virgen de Guadalupe, fue el primer motivo fundamental que ha dado origen a las abundantes manifestaciones religiosas, litúrgicas y artísticas guadalupanas a partir del siglo XVI. Además, enseguida, la ermita de Guadalupe del Tepeyac se convirtió en un imán que empezó a atraer, a un creciente río de gente que allí iba en peregrinación hasta nuestros días.


Notas

  1. Sahagún, Historia General, 297
  2. ahagún, Historia General, 299
  3. ahagún, Historia General, 389
  4. Sahagún, Historia General, 343-345
  5. Garibay, Historia de la literatura náhuatl, 909
  6. Sahagún, Historia General, 343-345
  7. ahagún, Historia General, 401
  8. Huehuetlatolli. Libro sexto del Códice Florentino, 126-128
  9. Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, 304-305


Biliografía

  • Alva Ixtlilxóchitl, Fernando de, Nican Motecpana
  • Becerra Tanco, Luis, Felicidad de México en el principio y milagroso origen que tuvo el santuario de la Virgen María Ntra. Señora de Guadalupe, México 1666; nueva edición: Imprenta Viuda de Bernardo Calderón, México 1675; reimpresión por: Imprenta y Litografía Española, México 1883; en Torre Villar, Ernesto de la – Navarro de Anda, Ramiro, Testimonios históricos Guadalupanos, FCE, México 1982.
  • Códice Escalada en González - Chávez - Guerrero, El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego. Porrua, México, 2004
  • Garibay, Historia de la literatura náhuatl, 909
  • González Fernández, Fidel, Guadalupe: pulso y corazón de un pueblo. El Acontecimiento Gudalupano cimiento de la fe y de la cultura americana. EE., Madrid 2004.
  • Guerrero Rosado, J. L., Los dos mundos de un indio santo. Cuestionario preliminar de la Beatificación de Juan Diego, Cimiento, México 1992.
  • Informaciones de 1666, ff. 12r-13r. Se dice que "1er. Testigo Don Marcos Pacheco, mestizo de más de ochenta años" (f. 12r). En los ff. 10v-12r se dice quienes fueron los jueces y notario que interrogaron a los testigos en el pueblo de "Quautitlán", la fecha, el nombramiento de intérpretes, el argumento de las interrogaciones y el juramento prestado. A continuación se transcriben las deposiciones de los testigos que responden a las preguntas presentadas anteriomente en el documento (ff. 8r-10v).
  • Inin Hueitlamahuilzolzin ‑Relación primitiva‑ sobre el Acontecimiento Guadalupano, Biblioteca Nacional de México, MS 1465; algunos lo atribuyen a Juan González, clérigo extremeño al servicio de Juan de Zumárraga.
  • Juan Pablo II, Homilía pronunciada en la beatificación de Juan Diego, Basílica de Guadalupe (México), 6 de mayo de 1990.
  • Sahagún Bernardino de, Historia General de las cosas de Nueva España.
  • Sigüenza y Góngora, Piedad Heroica de D. Fernando Cortés Marqués del Valle, “Semana Católica”, México 1898, 30. Es una rara edición, llena de errores de imprenta.
  • Vetancourt, Agustín de, OFM, Teatro Mexicano, Porrúa, México 1971.



Fidel González Fernández