JUNTA APOSTÓLICA DE 1526

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Ante todo hay que reconocer que casi ningún historiador o estudioso de las Juntas Eclesiásticas de México hace mención de esta reunión. Lino Gómez Canedo en un artículo sobre algunos "Aspectos característicos de la acción franciscana en América" se ha referido de pasada a ella.[1]

La fuente principal de que disponemos es una carta dirigida al emperador por los franciscanos desde México, el 1° de septiembre del año 1526. El tema fundamental se refiere a los repartimientos y encomiendas. La llamo «Junta Apostólica», porque, al igual que la de 1524, todavía no se hallaba presente en la Nueva España ningún obispo.

Aunque sea brevemente conviene esbozar el contexto histórico para comprender mejor las aportaciones de esta Junta. Al terminar la conquista de la ciudad México Cortés conocía la prescripción real que impedía la formación de nuevas encomiendas. Sin embargo distribuyó indios en encomienda y repartimientos.

Comunicó a la corona su forma de proceder y las circunstancias que le habían obligado a ello, manifestando su disposición a obedecer lo que el Rey determinase en vista de la situación peculiar de la Nueva España, asegurando que no se pretendía seguir el mismo procedimiento de las islas.

En octubre de 1524, apenas terminada la primera Junta apostólica, Cortés dejó la ciudad de México para comenzar la campaña contra Cristóbal de Olid. Esta ausencia duraría casi dos años y las personas encargadas por Cortés de mantener el gobierno no se distinguieron por su prudencia y moderación.

Cortés, en su retorno por mar se vio obligado a pasar unos días en Cuba para reparar su navío, regresa a Medellín y se dirige a la ciudad de México. Es recibido triunfalmente. Cuando todavía está la ciudad celebrando su retorno, recibe la noticia del desembarco de Ponce de León y el cometido principal de su llegada: formarle un juicio de residencia.

Ponce de León hace su entrada en la ciudad de México el 23 de junio de 1526. Casi contemporáneamente llegan también los primeros dominicos. No es el caso de analizar las causas de las relaciones un tanto tensas entre Cortés y los dominicos, ni de la discutida muerte del enviado regio a los pocos días de su ingreso en la capital. Ponce de León antes de morir, el 20 de julio de 1526, delegó sus poderes en el anciano y enfermo Marcos de Aguilar. Este moriría el 1 de marzo de 1527.

Según nos deja entender la carta de los franciscanos, Marcos de Aguilar quiso poner por obra las instrucciones que traía Ponce de León respecto a la propagación de la fe y de la conveniencia de las encomiendas y repartimientos. "Después de haber escripto una carta los padres dominicos e nosotros juntamente a V.M. nuestro emperador y rey, nos fue mostrada una instrucción que Luis Ponce, santa gloria haya, trajo, por la cual, señor, sois visto querer e desear saber y ser alumbrado cerca de lo que conviene a esta tierra e Nueva España para que ansí a todo V.M. provea, máxime al provecho y conversión de estos naturales infieles"

Los frailes se sienten confortados por tales deseos y confiesan que en aquellas difíciles circunstancias estuvieron tentados de abandonar la evangelización y volverse a España. Los religiosos se reunieron con el gobernador y los oficiales y expresaron sus pareceres. La cuestión práctica que más les preocupaba era el repartimiento o la encomienda perpetua:

"Siendo, pues, llamados del gobernador y oficiales de V .M. para que diésemos nuestro parecer, y viendo que en algo, aunque en poco, había diferencia de pareceres, como seamos enemigos de muchas altercaciones, escogí tomar el parecer de mis frailes y hermanos, que ya mucha noticia tienen de las cosas desta tierra, y con brevedad por la presente presentar nuestro parecer a V.M., y es, y en esto todos vienen sin faltar ni uno, que estos naturales se den o encomienden perpetuamente."

Añadían además que no se debían dejar ciudades reservadas a la corona, sino que creían más conveniente que se dieran en repartimiento, Y todo esto para promover mejor la propagación de la fe: "diremos lo que sentimos, y crea V.M. que a ninguno mas amadmos ni queremos mas su bien que el de nuestro emperador y rey, y por tanto nos parece que todos se deben repartir y encomendar porque todas han de tener y estar en nombre de V.M. y ninguna tener, como dicen, horca y cuchillo ... pero la principal razón que nos hace esto así sentir, es porque mucho se impidiría el bien de las ánimas.

Desta manera las cibdades que quedasen sin repartimiento nunca serán pobladas de los cristianos; no se poblando, quítase la conversación dellos y los infieles, la cual, siendo razonable, hace mucho para su conversión; quítase que no habiendo pueblo cristiano no hay oficios divinos, ni cantos, ni cerimonias en las iglesias, ni ven m entienden lo que la santa Iglesia representa por todo el año, no basta decir que habrá monasterios, porque sin pueblo no pueden bien los frayles solos hacer aquellas cerimonias y representaciones que la Iglesia santa representalo cual todo pensamos ser ayuda a su conversión".

El punto más importante consiste en unas relaciones "razonables". Ya los misioneros habían experimentado algunas dificultades, menores a las que estaban por venir con el nombramiento de la primera Audiencia, y por eso dejan traslucir un poco su preocupación. Creían que esos momentos difíciles pertenecían al pasado.

Es de suma importancia constatar cómo los misioneros desde el principio insisten en la formación de un nuevo pueblo, entre españoles e infieles. Los casamientos mixtos van siendo más frecuentes. Y no esperan del sistema indiano del cultivo de los campos la futura riqueza, sino del sistema europeo que aprenden los mestizos y los demás indígenas de los españoles.

Detrás de este hecho sociocultural hay un principio teológico que los misioneros afirman con toda claridad: españoles e infieles son hijos de Dios, pertenecen a una misma familia: "pues un solo pastor es nuestro Dios, que ansí fuese un solo corral, unum ovile et unus pastor; y que el un pueblo y el otro se juntase, cristiano e infiel, e contrajesen unos con otros matrimonio, como ya se comienza a hacer; lo cual todo se impide quedando sin repartirse algún pueblo".

Esto es lo que juzgan como más conveniente los misioneros. Subrayando que consideran tener suficiente conocimiento de la situación. Sin duda que esto mismo lo expresarían en la Junta. Pero para evitar altercados prefirieron escribir a su majestad y enviar además otros frailes para que expusieran, al rey su consejo, lo que motivaban tales apreciaciones.

Sin lugar a dudas, los dominicos también participaron en las reuniones y dieron su parecer. Ya anteriormente habían escrito otra carta al rey en la cual ambas órdenes, franciscanos y dominicos, exponían su parecer. Pero esta carta, que se refiere expresamente a la Junta de 1526, está firmada sólo por los franciscanos, a saber: Martín de Valencia, Custodio, y los guardianes: Fray Toribio, Fray Martín de la Coruña, Fray Luis de Fuensalida y Fray Francisco de Soto. La última firma lleva el nombre simplemente, sin ningún cargo, de Fray Francisco Jimenez.

NOTAS

  1. "Aspectos característicos de la acción franciscana en América", en: ECCLESIA,5 (1991) 201-232

BIBLIOGRAFÍA:

BENAVENTE TORIBIO (de), Historia de los indios de la Nueva España, Madrid 1985

CUEVAS M., Historia de la Iglesia en México, El Paso, Texas 1928 (4 vol.)

CHAUVET F., Cartas de Fr. Pedro de Gante O.F.M., primer educador de América, México 1951

GARCIA ICAZBALEETA J. Códice Franciscano, México 1941

MEDINA J.T., Biblioteca Hispano- Americana, Santiago de Chile 1898, Vol. 1

MENDIETA G., Historia Eclesiástica Indiana, México 1870. Libro III

SAHAGÚN, BERNARDINO. Historia general de las cosas de Nueva España, Ed. Porrúa, México 1989

SPECKER J., Die Missionsmethode in Spanisch-Amerika im 16. Jh. mit besonderer Berücksichtigung der Konsilien und Synoden, Schóneck-Beckenried 1953


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