KINO FRANCISCO; Tras las huellas de San Francisco Javier

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Espíritu misionero de la Compañía de Jesús

El Padre Kino fue sin duda alguna un apóstol lleno de celo apostólico, como su hermano jesuita San Francisco Javier, al que es con frecuencia comparado por algunos. Los testigos que lo trataron en vida y cuyos testimonios han sido conservados en varios tipos de documentación, coinciden en subrayar cómo su contacto continuo con Dios y su amor apasionado hacia Cristo Crucificado, alimentados continuamente por una intensa vida espiritual, por una constante abnegación de sí mismo y por una donación coherente de sí mismo, le daban la fuerza para desarrollar aquel trabajo de evangelizador y de promoción humana en la Pimería Alta, región-campo de sus desvelos misioneros.

Su compromiso constante por la promoción humana de los indígenas, manaban de un perseverante interés amoroso por el bien material y espiritual de la pobre gente desheredada.[1]Su método misionero era el típico de la Compañía de Jesús inaugurado en Japón y seguido en China a partir de San Francisco Javier. “El celo ardiente, la gran caridad y el fervor apostólico de la Compañía han sido siempre, son y serán atentos sea en la productibilidad general del suelo que a la amplia mies de las almas”.[2]

W. Polzer, reconocido estudioso del P. Kino escribe: “Era tanto profundamente interesado a Nuestra Señora de los Dolores y de la Virgen de Loreto cuanto lo era de la cuantidad y de la calidad de las sandías del Colorado. Según la concepción de Kino la Madre de Dios y la dulzura de las sandías eran parte igualmente de los planes divinos para la humanidad.[3]

Por ello, fiel a la enseñanza y al ejemplo de Jesús, que ha puesto “el anuncio de la Buena Nueva al pobre, como signo de su misión”, el padre Kino, en sus casi treinta años de actividad misionera, trabajó sin tregua por crear “cielos nuevos y tierra nueva”, comprometiéndose decididamente en promover el progreso material, moral y espiritual de los indígenas, a los que llevaba la fe en Cristo, evitando al mismo tiempo todo reduccionismo en el anuncio de la fe cristiana.

Desde los comienzos de su actividad apostólica en la Pimería, cuando se encuentra con la indigencia, la falta de alimentos, la escasez de agua, Kino concluye que, ante tales situaciones, la promoción del desarrollo económico de los naturales tenía que ser un elemento esencial de la actividad apostólica: promoción que tenía que ver con la agricultura, la cría de ganado, la arquitectura y la provisión de aguas. De todos modos, estas preocupaciones o características se encuentran en la historia de todas las misiones entre no cristianos, especialmente en pueblos considerados primitivos. Por ello no es una virtud característica y exclusiva del P. Kino, sino una virtud generalmente común a todos los misioneros.

Lo que hace resaltar en el P. Kino es seguramente su acendrado espíritu apostólico. En la historia de la misión, vemos siempre la constante de querer conjugar el binomio inseparable entre el anuncio del Evangelio y el desarrollo de la persona en su totalidad. Otro autor estudioso del P. Kino, D. Calarco, anota una frase que atribuye a P. Kino “Es necesario atender con ambas manos y los brazos, es decir, usando los medios tanto materiales como espirituales, en la salvación del prójimo y en la conversión de las almas la más divina de todas las obras divinas”.[4]

De aquí nace el ímpetu del P. Kino a invitar a sus hermanos jesuitas a acudir a la misión en la Pimería: “Tenemos que recordar, especialmente al emprender nuevas actividades misioneras, que se nos ha dicho: «Id entre los despreciados» (Is 15, 2). Así los misioneros se asumirán la pesada obligación de instruir, de enseñar y de formar en las cosas espirituales y materiales”.[5]

Lo que se documenta luego sobre cómo el padre Kino se preocupó de construir casas, iglesias, caminos, canales, cultivos… entra en la metodología normal en la obra misionera evangelizadora, desde los monjes benedictinos en la Alta Edad Media hasta nuestros días, y fue preocupación constante de las Ordenes misioneras en América. Los misioneros jesuitas han sido históricamente un modelo y ejemplo extraordinario, demostrado entre otros lugares con los métodos introducidos en sus conocidas « reducciones» y en los métodos educativos en el sentido amplio del término.

Ello será sin duda alguna, uno de los motivos de fondo que el mundo ilustrado filosófico y político anticristiano de aquel siglo XVIII y siguientes no podían tolerar en la Compañía de Jesús, y que llevará a la lucha enconada hasta lograr su supresión. Sin caer reductivamente al querer atribuir casi de manera exclusiva al P. Kino un método misionero revolucionario, lo que sería históricamente falso en cuanto fue en variadas formas un método «normal» en la metodología de la Evangelización, hay que señalar sin lugar a dudas que los jesuitas, como el resto de los misioneros, se preocupó de la promoción humana de las personas, del mundo indígena: con la defensa de la dignidad personal de los mismos; la promoción de la convivencia pacífica entre los diversos grupos tribales, siempre en guerra entre sí; la restauración de la justicia cuando ésta era conculcada por los militares, los colonos y las mismas autoridades.

Para el Padre Kino, como para el resto de los misioneros, no se concebía una separación entre el plan del anuncio evangélico y la promoción humana de las personas, colocando siempre en primer lugar y como fuente del verdadero progreso a Cristo. Nunca buscó el propio beneficio viviendo una pobreza evangélica genuina al servicio del prójimo. Tampoco fue un filántropo pasivo; quiso que las personas fuesen activamente comprometidas en su propio desarrollo. «La Paz de Cristo», se dice, era su saludo usual. Cuando muere a los 66 años en la Magdalena (Sonora) el 15 de marzo de 1711, durante su estancia para dedicar una iglesia a su patrón San Francisco Javier, cumplía plenamente su misión terrena como misionero de la Compañía de Jesús, y allí fue sepultado.

Su memoria sigue en pie

Llama la atención que una figura tan extraordinaria como la del P. Kino que abarcaba todos los ámbitos de una vida consagrada al Evangelio y a la promoción humana del mundo indígena de aquellas regiones del norte del actual México y sur de los Estados Unidos, haya quedado prácticamente en el olvido durante tanto tiempo. Sólo algunas personas que lo habían tratado en vida y que lo habían tenido como compañero de exploraciones y trabajos, nos han dejado testimonios claros sobre la grandeza de corazón de aquel gran misionero.

Entre ellos cabe recordar al capitán Juan Mateo Manje, y algunos jesuitas como los padres Javier Velarde, Juan Antonio Balthasar, Miguel Venegas, Francisco Javier Alegre y Francisco Javier Clavijero, todos ellos en el siglo XVIII. Sin duda en este olvido tuvo parte la política anti-jesuítica de las Potencias europeas católicas de aquel siglo, entre las que destaca la española de Carlos III, que después de expulsar a la Compañía de Jesús en sus Estados, presionaron al Papa Clemente XIV para que la suprimiera en 1773.

Ya se sabe el «mantra» terrible que la historiografía y la política anti eclesial de los gobiernos anticlericales mexicanos de los siglos XIX y XX impuso a todo lo que oliese a Iglesia, misiones, jesuitas en los siglos. Pero venciendo ese «mantra» algunos historiadores, sobre todo norteamericanos, redescubren la figura del P. Kino y deshacen aquel terrible «mantra» de silencio. Fue, entre otros, el historiador metodista norteamericano Herbert Eugene Bolton (1870-1953), quien con método histórico riguroso saca a la luz la gran figura del misionero Kino.

Lo hace a partir de 1907 cuando descubre en el Archivo General de la Nación de México, el manuscrito ológrafo «Favores Celestiales», que son los diarios misioneros del P. Kino; una auténtica enciclopedia geográfica, histórica y antropológica sobre el mundo del Suroeste norteamericano, de la Sonora mexicana y de la Baja California. En 1919 Bolton traduce al inglés y publica aquel manuscrito, dividido en cinco partes, subdivididas en libros y capítulos. Siguen entonces los estudios apropiados a partir de aquel tesoro histórico-literario.

El nombre del P. Kino cobra entonces el merecido relieve histórico como misionero, historiador, explorador, cartógrafo y científico. Incluso, un Estado de la Unión Americana, Arizona lo honora como uno de sus «padres fundadores», colocando una estatua suya el 14 de febrero de 1965 en el Statuary Hall de Washington, entre los «Grandes de América».[6]

Se debe precisamente, como en otros muchos casos en la historia de estas regiones, otrora parte del Virreinato de la Nueva España, e injustamente anexionadas en el siglo XIX a los Estados Unidos de Norteamérica, cuando historiadores de ese país descubren una historia, para muchos desconocida e inédita. Fue importante el discurso que tuvo entonces el historiador jesuita, especializado en la historia católica mexicana Ernest J. Burrus (1907-1988), gran estudioso del P. Kino con un discurso el 14 de febrero de 1965: «Acceptance of the Statue of Eusebio Francisco Kino».[7]

El 19 de mayo de 1966 se descubren los restos mortales del P. Kino en la antigua misión de Magdalena (México), despertando el interés por el mismo. En este ambiente de relativo descubrimiento, en muchos casos más del Kino explorador y etnólogo, que de su aspecto específicamente cristiano en cuanto misionero, se abre camino la idea de introducir 1967 en las archidiócesis de Hermosillo (México), lugar de pertenencia de La Magdalena, y de la archidiócesis de Tucson, Arizona, el Proceso de una posible beatificación.[8]

El Proceso será abierto en 1971, pero no será hasta 1986 que este dará pasos importantes en la investigación canónica de rigor con motivo del tercer centenario de la llegada del P. Kino a la Pimería Alta con una carta de petición del arzobispo de Hermosillo al Papa Juan Pablo II,[9]con el apoyo también de los obispos de las regiones tanto mexicana como estadounidense de ambas archidiócesis.

A partir de entonces, y con la venia positiva de la Congregación para las Causas de los Santos, se comienzan a dar los pasos de investigación histórica necesarios,[10]abriéndose así el 27 de noviembre de 1994 el Proceso diocesano. El 17 de diciembre de 2000 el arzobispo de Hermosillo emana el «Decreto de introducción de la Causa y constitución de la Comisión instructora». Concluido el Proceso diocesano en Hermosillo y en Tucson, la Congregación vaticana de las Causas de los Santos emana el decreto de validez del mismo (18 de marzo de 2010) y comienza el examen canónico de la llamada «Positio» (Sumario histórico crítico y jurídico) correspondiente a la vida y el ejercicio de las virtudes del P. Eusebio Francisco Kino S.J., realizada por la Postulación de la Causa y que presenta para su debido examen en la Congregación en 2016.

Algunas precisiones históricas

Una lectura de esta «Positio», ciertamente con notables aspectos positivos, nos obliga a indicar algunas precisiones históricas globales que se echan en falta para poder entender la actividad misionera del P. Kino.

a) La «Positio» se presenta toda ella en lengua italiana con la traducción de los documentos originales, en casi la totalidad de los casos de la lengua española, como en el caso de los documentos del Proceso Diocesano celebrado en Hermosillo (México) y otros del P. Kino o de su tiempo. Ello desfavorece una lectura crítica de la misma.

b) A lo largo de la exposición histórica nos topamos, con relativa frecuencia, con una discutible visión historiográfica, que es usual en aquella historiografía que ha sustentado la llamada «leyenda negra» sobre la presencia española en América y su obra evangelizadora, y sobre la tan discutida relación entre conquista y evangelización. A la luz de esta perspectiva radicalmente negativa se enjuicia la obra de los jesuitas como independientes de aquel matrimonio. No fue así en este caso como en los demás.

Los estudios históricos se encargan de redimensionar e incluso negar aquella tajante visión. En el caso de la actividad misionera del P. Kino, ésta se lleva a cabo totalmente bajo el Patronato de los Reyes de España y su jurisdicción civil-eclesiástica. Acompañó siempre las empresas emprendidas por las expediciones españolas promovidas por los virreyes de la Nueva España bajo las directivas directas de la Corona, que financiaba las empresas tanto civiles como misioneras.

c) La existencia de tensiones continúas entre la mentalidad y existencia de las « encomiendas» y las «misiones» estuvieron a la orden del día desde los comienzos de la presencia española en el Nuevo Mundo. Esto no quiere decir que la Corona no hubiese creado instrumentos jurídicos para defender al mundo indígena. De aquí la ya temprana institución del « Protector de los Indios». Los Reyes españoles, a partir de los Reyes Católicos y sobre todo los de la Casa de Austria en los siglos XVI-XVII, se distinguieron con continuas promulgaciones de Leyes y Cédulas Reales sobre estos asuntos.

Más tarde, en el siglo XVIII, bajo la nueva dinastía de los Borbones, se impone siempre con mayor vigor un acendrado regalismo, también en el campo del Regio Patronato y la trasformación del mismo en una concepción de «Regio Vicariato en las Indias». Pero esta etapa ya no le toca al P. Kino, que muere en 1711, pero tocará a las misiones jesuíticas y en estas Regiones a los franciscanos que se encargaron de las mismas tras la supresión de la Compañía de Jesús en 1767.

Tenidas en cuenta estas observaciones, es necesario indicar que la lectura de la «Positio» citada, desde el punto de vista de la historiografía da la sensación de un planteamiento general de carácter dicotómico, maniqueo («los buenos y los malos») y seguramente fundado en la generalizada «leyenda negra» sobre la presencia española en América; un juicio historiográfico antaño bastante extendido en el mundo protestante, sobre todo anglosajón, entre los calvinistas holandeses y a partir de la historiografía de la ilustración del siglo XVIII.

d) El P. Kino desarrolla su intensa actividad misionera a lo largo de extensos territorios, donde destacan la Pimería Alta, en el siglo XVIII un área de Sonora y Sinaloa en el Virreinato de Nueva España, que abarcaba también partes de lo que hoy es el sur de Arizona en los Estados Unidos y del norte de Sonora en México. El área tomó su nombre de los pueblos indígenas «Pimas»; estrechamente relacionados con los «O'odham» (Pápagos) que residen en el Desierto de Sonora. La Pimería Alta fue el sitio de las misiones españolas en el Desierto de Sonora establecidas por los jesuitas, y que tras su supresión serán confiadas a los franciscanos, entre los que destaca San Junípero Serra.

e) Son muchos los puntos imprecisos sobre la historia de esta presencia española en las Californias. Si bien es cierto cuanto se afirma sobre la defensa del indígena por parte de los misioneros ante violaciones de los derechos humanos de los nativos, hay aspectos que necesitan una precisión mayor y por todo ello es necesario aquilatar históricamente algunos relieves:

- La Región había sido explorada en parte ya en el siglo XVI por el mismo Hernán Cortés y por Nuño de Guzmán ya durante la II Audiencia[11]. No por otro motivo el Golfo de California se le conoce también como «Mar de Cortés».[12]

- Los misioneros acompañaban normalmente las expediciones militares de los conquistadores y exploradores. También fue el caso de los jesuitas y del P. Kino. En estos primeros intentos en el norte de la entonces llamada Nueva España fueron generalmente los franciscanos, seguidos de dominicos, agustinos y mercedarios. Los jesuitas llegarían mucho después. Por lo que no es correcto señalar exclusivamente al P. Kino como el pionero absoluto de estas misiones en las Californias. En la Baja California, tras el P. Kino, se distingue el también jesuita Juan María Salvatierra (1648-1717). En junio de 1680 salió para las tierras de los Tarahumara en la Sierra de Chihuahua, donde misionó durante 10 años. Luego sería nombrado visitador de las Misiones de Sonora y Sinaloa por la Real Audiencia de Guadalajara de la Nueva España. Desde esta posición proyectó de nuevo lo que llamó « conquista espiritual» de la Baja California.

-Salvatierra desembarcó con una nueva expedición española en Baja California, en la Bahía de concepción el 15 de octubre de 1697, fundando la Misión de Nuestra Señora de Loreto en Conchó, la primera de las misiones californianas, fundando luego otras seis misiones a lo largo de las costas de Baja California, estudiando y escribiendo sobre las lenguas nativas que iba aprendiendo. En la organización y trabajo misionero tuvo como gran colaborador a otro jesuita, el P. Juan de Ugarte. Ellos pusieron la base de un «Fondo Piadoso» para sostener las misiones californianas. El P. Salvatierra es considerado justamente como el «apóstol de California», junto con Fray Junípero Serra, gran evangelizador de la Alta California.[13]

f) Las exploraciones y la actividad misionera evangelizadora, estaban bajo la tutela jurídica del Patronato real desde todos los puntos de vista -con sus aspectos negativos y criticables y sus aspectos positivos que favorecieron la evangelización católica-, comenzando por el económico, fundamental para llevar a cabo la obra de evangelización, como documentan los escritos de carácter jurídico, crónicas y demás documentos de la época. Ya lo señalan los Obispos Latinoamericanos en el Documento de Puebla (n. 412): “El Acontecimiento cristiano se hizo presente a través de hombres de carne y hueso. Ha generado inmediatamente encuentros entre pueblos y profundas transformaciones”.

Tanto el Papa San Juan Pablo II en sus discursos en América Latina como los Obispos del CELAM en los Documentos de Puebla (1979) hablan de «encuentro» y de «mutuo descubrimiento de dos mundos». Esta lectura histórica está muy lejos de la perspectiva historiográfica del protestantismo cultural, de la ilustración racionalista, del liberalismo positivista, y del historicismo dialéctico marxista. El encuentro entre aquellos dos mundos: el precolombino de aquellos pueblos aislados y el cristiano occidental se mostraba arduo.

De hecho, como reconocen los Obispos Latinoamericanos, América Latina forjó en la confluencia a veces dolorosa de las diversas culturas y razas un nuevo mestizaje de etnias y formas de existencia y de pensamiento que permitió la gestación de una nueva raza, superadas las duras separaciones anteriores”. Este proceso se debió precisamente a la fe católica que ha permeado la vida de estos pueblos y facilitado un tal encuentro. El catolicismo inaugura en estas Tierras una realidad social nueva fundada sobre el misterio de comunión, donde la vida eclesial no considera motivo de división o segregación, las diferencias étnicas, sociales o culturales.

De aquí nace la defensa de la dignidad del indígena y de su valor absoluto como persona por parte de los misioneros. A pesar de tratarse de un encuentro impar de gentes, con rupturas y contradicciones, el Evangelio anunciado fue capaz de generar una nueva cultura, como afirman los Obispos en el citado documento de Puebla. En el caso específico de la evangelización de estos pueblos, considerados marginales, los protagonistas de la misma, tanto los misioneros como los gobernantes, insisten en la finalidad de la presencia «colonial» en su doble aspecto: evangelizador y civilizador.

Los documentos que hablan de este doble aspecto son constantes en las disposiciones reales como en las crónicas del tiempo, por lo que hacen ver cómo exploraciones, conquistas y colonizaciones van estrechamente unidas al trabajo evangelizador. El jesuita «indiano» Antonio León Pinelo (1592-1660) condensa en las siguientes palabras la razón de ser de la acción de la monarquía hispana en las nuevas Tierras: “Es necesario conservar y pretender el fin temporal de la protección de las Indias para que en ellas se consiga el espiritual de su conversión, con firmeza y perseverancia”.[14]

Por lo tanto, es necesario tener muy presente estos aspectos a la hora de presentar el trabajo de los misioneros de ese momento, y en concreto de los jesuitas Kino y Salvatierra. Se deben tener en cuenta dos tipos de factores entrelazados e inseparables: el primero de carácter jurídico; el segundo de tipo socio-religioso dentro del marco de la historia tanto religiosa como política del catolicismo hispano del momento. Hay que tener presente cómo la concepción medieval todavía permeaba la visión y las relaciones entre el poder político y el eclesial: sus límites, su configuración y las mutuas relaciones.

De hecho, los príncipes cristianos solicitaban al Papa unos poderes que tocaban también el gobierno espiritual de las nuevas tierras ocupadas (Patronato). Hay que tener en cuenta cómo los problemas jurídicos de estas relaciones y poderes fueron objeto de encendidas discusiones en el caso de América a partir de 1493, y perdurarán hasta prácticamente la época de las independencias, y tomarán nuevo ardor polémico con el pretendido «Patronato republicano», que se consideraba heredero del antiguo «Patronato regio».

No se puede soslayar la problemática que estas concepciones impusieron en la historia misionera, y cómo a veces se dieron confusiones y abusos por parte de las autoridades civiles, pero también pretensiones de claro tinte clerical-teocrático por parte de algunos religiosos. En ambas confusiones cada parte pretendía imponer a la parte contraria la propia visión de poder monopolizador.

A pesar de todo hay que reconocer cómo tanto misioneros como autoridades civiles supieron corregir errores, en ocasiones severamente críticos con las indebidas intromisiones del modo de entender el «Patronato regio». Pero se debe observar, sobre todo hasta la época borbónica, cómo en buena parte de los casos se dio una estrecha colaboración entre ambas esferas, como se puede verificar examinando las numerosas cédulas reales, consultas y dictámenes del Consejo de Indias y de los Virreyes sobre muchos asuntos, con frecuencia complejos y mixtos; y por su parte en las frecuentes intervenciones de obispos y religiosos en sínodos, capítulos y controversias con el poder civil.

Esta historia misionera llevada a cabo en el ámbito del Patronato, solamente puede entenderse a partir de los parámetros que lo han generado. Se pueden subrayar aspectos diversos, e incluso hacer notar los intereses políticos que se manejaban, pero es indudable el imperativo claro de la conciencia eclesial por parte de sus protagonistas, tanto eclesiásticos como civiles. Se puede afirmar que una actitud religiosa católica guiaba a estas personas, aunque se moviesen en una atmosfera política. Ello explica las confusiones y los aspectos negativos que a veces se deben señalar en los varios protagonistas, así como las duras polémicas entre ambas esferas, debido con frecuencia a las pretensiones de querer imponer criterios de poder y de jurisdicción en esferas que no les correspondían.

Como reconocerá San Juan Pablo II en Santo Domingo: “no obstante la excesiva cercanía o confusión de la esfera laica y de aquella religiosa propias de la época no se dio una absorción o sumisión y la voz de la Iglesia se alzó desde el primer momento contra el pecado”. Hubo sí dificultades y polémicas e incluso a veces mucha pasión, pero, al menos en la época aurea de esta historia misionera (siglos XVI-XVII) tanto la Iglesia como los organismos de la Corona supieron obrar con una línea correcta.

Y ante la continua tentación de la Corona de querer alargar la esfera del Patronato, la Santa Sede supo mantener las pretensiones de la Corona dentro de los límites consentidos por la garantía exigida por el desarrollo de la misión eclesial, aunque esta actitud será más ardua en el siglo XVIII durante el regalismo borbónico, y no digamos ya en la época republicana con sus pretensiones de herencia jurídica del antiguo «Patronato regio».

Hay que decir que el sentido religioso cristiano impregnó el ámbito socio-político de los siglos XVI y XVII, como lo demuestran las Leyes de Indias. A partir de las primeras instrucciones reales tras el descubrimiento, se ve un proceso de cambio y de mejoría en la medida en la que la Iglesia reflexionaba sobre los diversos problemas surgidos en las Indias como se puede ver en la «Recopilación de Leyes de los Reynos de Indias de 1680», en vigor hasta las Independencias.

La relación de los hombres de Iglesia con la Corona, los Virreyes, las Audiencias y los otros gobernantes nunca fue servil, sino generalmente crítico. Los fundamentos de las « reducciones» y de las «misiones» se ponen precisamente a partir de estos conceptos jurídicos generados por la fe católica. La creación de poblados y su funcionamiento estaba regulada por el ritmo de la vida cristiana. Tal fue una de las claras características en la formación de las misiones de California entre poblaciones dispersas y en «estado primitivo», donde vemos actuar a misioneros como el P. Kino, el P. Salvatierra y Fray Junípero Serra.

Ya lo había expresado en sus instrucciones la Reina Isabel al escribir sobre el método de crear poblaciones en tal sentido ( reducciones) y lo repetirán los reyes como Carlos I-V que ordenaba en 1527: “...fue y es nuestro principal intento y deseo de traer a los dichos indios en conocimiento del verdadero Dios Nuestro Señor y de su santa fe, con la predicación de ella y ejemplo de personas doctas y buenos religiosos, con hacer buenas obras y buenos tratamientos, sin que sus personas y bienes recibiesen fuerza ni apremio, daño ni desaguisado alguno”.

Es pues errada la afirmación antihistorica en la citada «Positio»[15]: “Comune è, infatti, la convinzione che padre Chini fu l’iniziatore dell’era missionaria moderna in America. Al contrario dei primi missionari spagnoli, che erano stati cappellani talvolta legati per interesse ai conquistadores, padre Chini, volle essere soltanto un evangelizzatore. Lo scrittore Francisco Ibarra Anada affermava al riguardo: «Padre Chini era il missionario moderno, mentre gli altri camminavano con la mentalità dei missionari del Medioevo»”.[16]

Una afirmación tan simplista y falsa como esta, cualifica negativamente el resto de un escrito claramente hagiográfico en el sentido más negativo del término, según el estilo con frecuencia criticado por los bolandistas antiguos y actuales. Además, el Padre Kino como los otros misioneros citados, acompaña siempre las expediciones españolas que siguen y los protegen en sus fundaciones.

Los misioneros de todas las Órdenes han seguido estas líneas, aunque cada Orden tuviese sus características particulares. La acción del P. Kino no fue por ello una excepción. Todos ellos estuvieron en contacto continuo con el mundo indígena al que se esforzaron por elevar, defender y promocionar en todos los sentidos. En este aspecto la dedicación del P. Kino ha sido excepcionalmente heroica, defendiendo a los indígenas, no solamente de los abusos de encomenderos o conquistadores, sino promoviéndolos en aquellas experiencias totalmente nuevas para el mundo de los indígenas, como fue la creación de poblados y su educación en el cultivo de la tierra y otras industrias de promoción.

Escribe un historiador americanista: “Si no hubiera existido la figura del misionero, lo más probable es que no se hubiera dado tampoco este proceso de civilización del indio desarrollado sistemática y expresamente porque tampoco habría habido quien lo pudiera poner en la práctica. El proceso exigía una entrega, un tiempo, una presencia entre los nativos, un sacrificio, una libertad económica y un desprendimiento de los que no gozaban las autoridades, los funcionarios ni los pobladores americanos”.

Es interesante notar que precisamente con la destrucción de las misiones católicas en California y el dominio anglosajón protestante, y luego en el México independiente con la secularización de las misiones, desaparecen las reducciones indígenas; el mundo nativo viene «raído al suelo». Pues bien, el P. Kino entra precisamente en esta falange de misioneros del Evangelio que lucharon por la dignidad del indio en Baja California, en el Norte de México y el Sur de los Estados Unidos.

La primera misión de evangelizar en las Californias y en otros territorios en el norte del Virreinato, territorios todavía bastante imprecisos para la administración española, fue encomendada sucesivamente a varias Órdenes religiosas; los jesuitas fueron los primeros. Tras su supresión en 1767 pasan a los franciscanos que las dirigirán hasta los tiempos azarosos de la Independencia en el siglo XIX y todavía en el primer México independiente en sus inmensos territorios, hasta la anexión de parte septentrional de su territorio por parte de los Estados Unidos con el subsiguiente abandono y practica destrucción de aquellas misiones, y la secularización de las misiones y órdenes religiosas por parte de los gobiernos liberales mexicanos.

El caso del Padre Kino expresa una problemática viva en la historia evangelizadora de Latinoamérica

Una figura del espesor histórico del misionero jesuita P. Eusebio Francisco Kino pide se hagan algunas observaciones:

a) a la hora de trazar los rasgos fundamentales de una figura como la suya es fácil caer en tonos laudatorios de carácter hagiográfico, olvidando en parte las exigencias de una escueta exposición histórica, basada en una documentación digna de fe y correctamente leída. La historia del P. Kino, rica y compleja en sí misma y en el ambiente histórico de su tiempo y del Imperio español donde rige en su máxima expresión el Patronato Regio, pide rigor histórico evitando caer en simplificaciones históricamente dudosas.

b) El Padre Kino forma parte de aquella falange de misioneros de la primera evangelización del Continente Americano en la segunda etapa de esta historia. En tal sentido hay que indicarlo como un misionero pionero, donde la virtud y el celo apostólico se pueden señalar como heroicos a lo largo de su vida misionera. Muchos han escrito sobre el P. Kino como «Escritor y Geógrafo», pero estos dos aspectos no se pueden separar en él de su vocación de Jesuita y de misionero apostólico en la primera evangelización de las inhóspitas tierras de Baja California y de la Pimería Alta.

c) La Causa de Beatificación del P. Kino fue introducida muy tarde, como en otros muchos casos en la historia de los grandes misioneros de la evangelización de América Latina. La supresión de la Compañía de Jesús, y luego la atormentada historia que las nuevas Repúblicas independientes, han sido factores que han condicionado negativamente la vida eclesial en el continente latinoamericano. Los motivos han sido múltiples, pues la despreocupación fue general y aplicable a todos los casos y no sólo a los tiempos de Carlos III y del anti-jesuitismo.

El P. Kino es «redescubierto» a comienzos del siglo XX por el historiador norteamericano metodista Herbert Eugene Bolton (1870-1953), más como explorador, geógrafo, antropólogo y civilizador, que como evangelizador o misionero en sentido católico. La misma línea es seguida por varios estudiosos norteamericanos que se interesan por aquella dimensión en el estudio de las exploraciones llevadas a cabo por los europeos en aquellas regiones septentrionales de la Nueva España, hoy dentro del mapa político estadounidense, más que por el aspecto de su experiencia cristiana-católica.

En el mundo católico será sobre todo el jesuita Ernest J. Burrus, notable historiador de la Nueva España, que en la década de 1960 se interesa sobre el tema y relanza el conocimiento de la figura del P. Kino. Su escrito «Acceptance of the Statue of Eusebeio Francisco Kino», Washington, D.C., 1965, resalta la figura del P. Kino en sus varias facetas, incluida la misionera y su amplia visión como geógrafo y antropólogo.[17]Burrus escribe –y reportamos el texto traducido al italiano-: “Personalmente egli [Kino] non mise mai piede nel territorio dell’attuale California, eppure egli seppe comunicarci delle informazioni così accurate, sia pure con l’aiuto degli Indiani, da comporre un trattato su questa terra promessa, trattato tanto dettagliato da dover attendere quasi cento anni prima che altri missionari ed esploratori potessero ottenere i risultati che egli era giunto. Passarono ben duecentocinquanta anni dalla sua morte prima di verificare la sua ipotesi”.

La opinión aquí expresada por Burrus no se ajusta del todo a la verdad histórica. Las misiones franciscanas en las Californias llevadas a cabo bajo el Visitador de la Nueva España Don José de Gálvez y animadas por San Junípero Serra, precisamente tras la extinción de la Compañía de Jesús (1767), marcan un periodo de fundaciones cuya herencia vemos todavía hoy. Sin embargo, relacionando de nuevo esta historia con el Padre Kino, se debe reconocer cómo fue en aquella década de los años 60 del siglo XX en que se le saca del olvido, como bien reconoce el mismo Padre Burrus. Fue el descubrimiento de sus escritos que abrió el interés por la introducción de la Causa del P. Kino.[18]

d) El P. Kino no habría podido vivir la extraordinaria experiencia que vivió como misionero en sus múltiples dimensiones, si no hubiese tenido aquella gracia particular de una vida de comunión con Dios, dejándose guiar continuamente por la Gracia divina, para conocer la voluntad de Dios y seguirla puntualmente, según el espíritu ignaciano. El 15 de agosto de 1684 en la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, en San Bruno ( California), el P. Kino emitía los cuatro votos solemnes en las manos del padre Juan Bautista Copart, delegado de los Superiores.

El Prepósito general de los Jesuitas, Charles de Noyelle, le escribía entonces al P. Kino: (citamos en la tradución italiana): “Lei è profundamente confortato dalla sua professione dei quattro voti, di cui io sono molto contento […]. Poiché questo stesso ministero [lavorare nelle missioni] è l’oggetto del quarto voto, lei è ora spronato non solo dal suo ardente zelo, ma anche da questo nuovo obbligo nei confronti di Nostro Signore, di cui io sono sicuro che lei saprà come comportarsi in un vero Spirito apostolico”.[19]

Los datos que se nos ofrecen muestran la fidelidad continua y heroica en tal sentido del Padre Kino en el seguir su vocación religiosa como jesuita misionero, buscando siempre hacer la voluntad de Dios y superar las dificultades que se le presentaban a diario a lo largo de su atormentada y difícil vida misionera. Se puede decir que las virtudes que emergen a lo largo de su vida han sido la fidelidad a su vocación, continua y contra todas las ingentes dificultades humanas; el espíritu de obediencia como aspecto característico de la espiritualidad del jesuita, la humildad practicada que lo ponía al servicio de Cristo sin buscar la propia gloria y poniendo a su servicio las múltiples actividades, cualidades humanas y descubrimientos que la naturaleza, el estudio y el propio esfuerzo le ofrecían.

Todo en él muestra cómo su único interés era la promoción de la mayor gloria de Dios -para repetirlo con el lema ignaciano- y al mismo tiempo la lucha para que esa gloria se manifestase en sus criaturas (defensa de los derechos de los indígenas, su promoción y sufrimientos precisamente por este compromiso suyo). Las características del P. Kino pueden ser resumidas en algunos aspectos documentados como: dedicación total al Reino de Dios; discernimiento en la búsqueda de la voluntad de Dios; modestia o humildad en sus comportamientos y en la manera de considerar sus múltiples logros en todos los campos; su tenor de vida austero y sacrificado, viviendo una vida de continuo movimiento a lo largo de una inmensa geografía, difícil, con viajes extenuantes de miles de kilómetros a lo largo de su vida misionera; fuerte voluntad en el saber superar las continuas dificultades que se le presentaban en aquella tarea humanamente casi imposible; fuerza indomable para enfrentarse con las dificultades y seguir fiel a su vocación como jesuita misionero y serenidad de espíritu en medio de las dificultades.

Todas estas características dibujan la figura del P. Kino como un auténtico misionero, que seguramente vivió siguiendo las huellas de su patrono San Francisco Javier.[20]Como escribía un buen conocedor histórico del P. Kino, el P. Charles W. Polzer, “su reputación está basada sólidamente sobre su fe profunda y caridad cristiana. No es el resultado de una imaginación histórica, sino el descubrimiento de la santidad genuina de un hombre que, por haber cumplido con los deberes de su estado, es considerado como un héroe. A pesar de que se hable de su reputación como explorador y cartógrafo, los historiadores se dan cuenta que estos notables talentos fueron empleados para fines más altos. De hecho, Kino se dedicó extraordinariamente al bienestar espiritual y humano de los nativos de la Pimería Alta. No solamente, sino que los historiadores reconocen, de hecho, a través de los documentos sobre Kino, su existencia como la de un misionero extraordinario. Kino se ha conquistado su reputación en un terreno formado por creyentes y no creyentes. Su visión apostólica no abraza ámbitos políticos o devocionales; él permanece solo en el desierto como ejemplo de fe y de caridad, como hombre de paz, de cooperación, como hombre de justicia y de piedad siguiendo como modelo a Jesucristo incluso hasta el lugar de su sepultura…”.[21]

La figura del misionero jesuita P. Eusebio Francisco Kino es sin duda alguna una de las más eminentes en los comienzos de la historia de la evangelización de amplias regiones del norte de la antigua Nueva España; no sólo como eminente geógrafo, explorador, antropólogo y defensor de los derechos de los indígenas, sino sobre todo como misionero del Evangelio, que animó todas sus actividades y variadas y ricas facetas de su vida.

NOTAS

  1. Cf. C. W. POLZER – E. J. BURRUS, Kino’s biography of Francisco Saeta S.J., p. 193.
  2. Ivi.
  3. Ivi.
  4. D. CALARCO, Eusebio Francesco Chini. Epistolario, Bologna 1998, p. 67.
  5. C. W. POLZER – E. J. BURRUS, Kino’s biography of Francisco Saeta S.J., p. 185.
  6. Varios periódicos se hicieron eco del Acontecimiento, sobre todo norteamericanos como el Washington Post y el New York Times del 16 de febrero de 1965; The Arizona Democrat; Tucson Daily Start y Tucson Daily Citizen; además de varias publicaciones periódicas católicas en los Estados Unidos: The Tablet, The Sunday Visitor, The register, Catholic Standard de Washinton, etc..; L’Osservatore Romano, 27 febrero 1965 dio también la noticia; también lo hicieron algunos en Italia del norte. No nos resulta que el hecho hubiese tenido eco alguno sea en México como en España, lo que ya habla de por sí sin necesidad de comentario alguno.
  7. E. J. BURRUS, Acceptance of the Statue of Eusebio Francisco Kino, Washington, D. C., 1965.
  8. E. J. BURRUS, Process Began For Canonisation of the Padre on horseback, en Archivo Burrus Tebeatific K/5, en Postulazione Generale S.J., Roma. Fue la Postulación general de los Jesuitas en Roma que da los primeros pasos en tal sentido, involucrando en el mismo a los PP. Burrus y al P. Polzer, estudiosos de Kino.
  9. Cf. Copia Publica Inquisitionis Dioecesanae in Curia Ecclesiastica Hermosillen. Constructi super vita et virtutibus Servi Dei Eusebii Francisci Kino, Sacerdotis professi Societatis Iesu, Vol. I, 2006, 0015.
  10. Las investigaciones históricas se llevaron a cabo fundamentalmente en los Archivos: AGI de Sevilla, BHSA de Baviera, y AGN, AHH Y ASJPM de Ciudad de México.
  11. En 1529 Nuño de Guzmán emprende una campaña a través de los actuales estados mexicanos de Nayarit, Jalisco, Colima, Aguascalientes y parte de Sinaloa, Zacatecas, San Luis Potosí y Durango. En 1533 Nuño de Guzmán se asentó en Jalisco, y se apoderó de una de las naves que Cortés llevaba para la exploración que en ese año llega a la península de Baja California.
  12. El golfo de California, también llamado mar de Cortés se ubica entre la península de Baja California y los estados de Sonora y Sinaloa, al noroeste de México El mar de Cortés fue nombrado así en honor de Hernán Cortés por Francisco de Ulloa en 1539. Originalmente Ulloa creyó que el golfo conducía al mítico estrecho de Anián, el cual se pensaba conectaba el océano Pacífico con el océano Atlántico. Melchor Díaz hizo exploraciones extensivas de la zona en 1540, incluyendo incursiones en el río Colorado.
  13. El P. SALVATIERRA escribió: Cartas sobre la Conquista espiritual de Californias (1698) y Nuevas cartas sobre Californias (1699), utilizadas por el historiador también jesuita padre MIGUEL VENEGAS en su Historia de Californias y en sus Relaciones (1697–1709) en Documentos para la Historia de México (1853-7).
  14. ANTONIO LEÓN PINELO, Tratado de las confirmaciones reales de encomiendas, oficios y casos en que se requieren para las Indias Occidentales. Madrid 1630, 1, 19.
  15. Positio Historica…, p. 377.
  16. Así escribe de manera antihistórica un escritor italiano. RICARDO CHIABERGE, La variable Dio, Milano 2008, pp. 7-8; cit. in Positio Historica, p. 377. La Positio fundamenta su afirmación en una afirmación – sin duda muy discutida - del etnohistórico jesuita padre Charles W. Polzer, citado en las pp. 377-378, donde afirma entre otras cosas que (nuestra traducción): no era el método a hacer el hombre, sino que era el hombre a explicar el método. Fue Kino a lograr éxitos, no su método. Cuando el superior general de la compañía Tirso González paragonó a Kino a san Francisco Javier, no lo hizo porque hubiese inaugurado una nueva fórmula para la conversión, sino porque era un eficaz y extraordinario cristianos (en C. W. POLZER, Il método d’evangelizzazione di padre Chini, en Padre Kino. L’avventura di Eusebio Francesco Chini, p. 115 (testo original en inglés y traducción italiana en la citada Positio). La abundante correspondencia del P. Kino de los años del abandono de la Baja California, por una parte, muestra su pesar del abandono, pero al mismo tiempo debe reconocer la imposibilidad de continuar en una obra que se presentaba humanamente imposible. Cf. Correspondencia del P. Kino, en la citada Positio histórica, Sezione B, doc. 35- 58, pp. 232-298.
  17. La citada Positio Historica sobre el P. Kino ofrece partes del escrito traducido al italiano (pp. 4-5).
  18. En la citada Positio Historica, Introduzione, pp. 6-22.
  19. En la citada Positio Historica, cit. en Informatio, p. 51.
  20. En Positio Historica, epílogo que la Informatio ofrece, pp. 59-60.
  21. C.W, POLZER, Personal and profesional testimony…, citado en Positio Historica, pp. 65-66 (nuestra traducción).

FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ