KUNA YALA; Misiones jesuitas

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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A comienzos del siglo XX, en los albores de la nacionalidad panameña, los jesuitas llevaron a cabo una breve pero importante labor misional en el territorio isleño de Kuna Yala, San Blas, entre los indígenas que llamaron “Karibes”. El protagonista indudable fue el P. Leonardo Gassó, cuyas andanzas quedaron ampliamente recogidas en su propio diario que, con algunos cambios fue publicado por la revista misionera española Las misiones católicas, entre 1911 y 1914. Fue Javier Junguito, su compañero jesuita y entonces Obispo de Panamá, quien logró conquistarle para esta tarea. La empresa contaba además con el beneplácito del naciente gobierno del Presidente Amador Guerrero, obligado a cooperar por las cláusulas de los acuerdos con la Iglesia y por los deseos de integrar al nuevo estado el archipiélago de San Blas, peligrosamente cercano a Colombia y cuya población era en general más proclive a mantenerse fiel a la soberanía colombiana.

Leonardo Gassó y López, hijo de un abogado terrateniente español (Mogente, Valencia 1865), tras estudiar en el Colegio jesuita de Valencia, entró a la Compañía de Jesús en 1882 y nueve años después fue destinado al Ecuador donde realizó sus estudios de Teología. Allá sintió una fuerte vocación hacia la pastoral indígena, que le llevó a aprender el quichua, lengua en la que más tarde escribirá un Catecismo. Cerrada la Misión de Napo en Pifo, solicitó de los superiores ser destinado a trabajar con el pueblo rarámuri la Misión Tarahumara, recientemente abierta en el norte de México. Desde 1903 trabajó en Sisoguichi estudiando la lengua y diseñando un proyecto de educación indígena que contó al inicio con el apoyo del propio Presidente Porfirio Díaz. Su plan pedagógico resultó demasiado avanzado, lo que al fin le enfrentó con indígenas y ladinos y le hizo perder el apoyo del Gobierno.

En camino a Perú, su nuevo destino, Gassó llegó a Panamá en diciembre de 1906 y se hospedó en la residencia del Obispo Junguito. Tanto el gobierno como el propio Obispo diseñaban en esos días con Henry Clay, sahila de Nusatupu, un plan para integrar a los isleños de San Blas a la nueva nación. Junguito convenció pronto a Gassó de cambiar sus planes por la evangelización de los kunas, destino que además consiguió el Obispo de los superiores jesuitas. Gassó comenzó pronto a estudiar la lengua kuna con los muchachos de la Escuela Normal de los Hermanos de la Salle, la mayoría hijos de Narganá y Nusatupu. Trabajó un tiempo en Portobelo para conocer más sobre los kunas y su cultura y pronto comenzó a componer su Gramática y Catecismo kunas.

Ya en esos días diseñó el proyecto de lo que sería la misión jesuita karibe y que más tarde presentaría a los Superiores en España. Un grupo atendería a la población afro-panameña en Colón, sede administrativa de la Misión, y otros se distribuirían en tres centros de la Costa abajo, Portobelo, Santa Isabel y Nombre de Dios. Desde allá harían incursiones hasta las islas de San Blas donde viviría otro equipo ambulante. Al fin, en marzo de 1907 emprendió viaje desde Colón y llegó a Nusatupu y de ahí a Narganá gobernada por el sahila Charles Robinson, que en su juventud había trabajado como marinero en Estados Unidos y estaba interesado por la educación de la juventud. Gassó vio en él la puerta abierta cuando el sahila le aseguró: “Padre, esta es tu casa… Vivirás entre nosotros enseñándonos, y serás nuestro Padre”.

Así comenzó el trabajo de Gassó. Favorable a la independencia de Panamá y a la educación de la juventud kuna, llegó a reunir una centena de niños en una improvisada escuela donde les enseñaba a la vez las letras y la doctrina cristiana según su catecismo Kuna. Llegó a celebrar la Eucaristía, aunque no para muchos e incluso el viernes santo no dudó en organizar una simbólica procesión por Narganá hasta el lugar de su desembarco donde plató una cruz. Tras una primera estadía de dos semanas, Gassó viajó con un grupo de catequizados y la familia del sahila Robinson a Panamá donde fueron recibidos por el Presidente Amador Guerrero. El segundo viaje a San Blas no fue tan exitoso; algunos habitantes de Nusatupu se oponían a la presencia del misionero, y el mismo Gassó terminó amenazándoles con represalias políticas y religiosas si lo expulsaban de la isla; no se iría a menos que lo mataran… Al fin aceptaron que el Padre se quedara si bautizaba a los niños de Nusatupu, a la que también bautizó con el nombre de Isla del Sagrado Corazón. En Narganá, ahora llamada San José, la acogida del misionero estaba asegurada por el liderazgo del sahila Robinson.

En esta segunda estadía que duró seis semanas, Gassó se concentró en difundir su catecismo, cuyos rezos y dogmas todos recitaban con entusiasmo, aunque no comprendían plenamente lo que decían y sentían cierta confusión en algunos textos en lengua kuna, la que Gassó aún no dominaba y no podía cotejar con Robinson que apenas hablaba el castellano. El Catecismo recorría con detalle las grandes verdades de la fe: dogmas, sacramentos, mandamientos, virtudes y obras de caridad y concluía con una serie de preguntas y respuestas. Terminada la catequesis, Gassó procedía al bautismo, que sólo en Narganá y Nusatupu confirió a más de cien catecúmenos. En junio de 1907 la isla Narganá tenía su propia iglesia y centro misionero.

No todos se adherían a los proyectos de Gassó. En algunas islas cercanas llegaron a tramar la expulsión del Padre y amenazaban incluso con quemar la nueva iglesia. Los más ancianos, sobre todo las mujeres, sentían que el misionero acabaría con las tradiciones ancestrales kunas y que las largas sesiones de catequesis parecían competir con las tradicionales reuniones del congreso kuna. Curiosamente los más jóvenes, y quienes habían trabajado embarcados o de marineros en los Estados Unidos, se mostraban más cercanos a las prédicas y proyectos del jesuita, aunque este claramente se oponía a la cultura norteamericana por considerarla vinculada al liberalismo que consideraba masón y enemigo de la fe. Lo que ciertamente atrajo la atención de Gassó entre esta gente fue el alcoholismo que combatió abiertamente, probablemente sin comprender a a veces el significado de algunos rituales como los de iniciación donde se bebía la tradicional “chicha fuerte” o inna.

Regresando del segundo viaje, Gassó encontró el ambiente más hostil: gentes de otras islas se oponían a su presencia y denostaban claramente el rechazo del misionero a las ceremonias de pubertad que calificaba de diabólicas. Otros se resistían al ejercicio de la autoridad que Gassó profesaba. El mismo Robinson vivía un combate interno entre aceptar tal autoridad, que le aseguraba un cargo político que devolvería a Narganá la primacía en el archipiélago, y la fidelidad a las creencias ancestrales de su pueblo. Pero Gassó consideraba que el apoyo crecería con el tiempo y deseoso de encontrar mayor apoyo para la Misión en sus superiores partió en Octubre de 1910 para España acompañado de un joven kuna converso. La gira fue todo un éxito: además de conferencias y charlas en varios Centros jesuitas de Castilla y Aragón y de numerosas donaciones, Gassó, después de informar al Provincial sobre sus labores y lograr la impresión de sus libros en kuna, consiguió voluntarios jesuitas para la Misión Karibe, a la que los superiores jesuitas concederían seis meses más para consolidarse. De hecho el P. Ignacio Ibero destinó a la Misión Karibe a fines de 1908 a los PP. Pérez y Atondo que trabajaban en Cuba, y Mejía y Villegas de Colombia, el último para ser Superior de la Misión. No existió sin embargo claridad suficiente entre el Obispo, Gassó y los recién llegados acerca del trabajo a desempeñar y los lugares prioritarios, lo que explica que el P. Leza, superior de la Misión colombiana (de la que Panamá dependía) diera orden de que algunos destinados regresaran a su destino, pero el P. Villegas permaneció en Panamá hasta fines de 1909.

A su regreso a Panamá en mayo de 1908, Gassó empleó muchas de sus fuerzas en consolidar la comunidad colonense de Santa Isabel (Colón) donde se establecería un nuevo puesto de misión con los refuerzos que esperaba. En Narganá la situación no era muy halagüeña: la llegada de nuevos extranjeros se interpretaba como la mezcla de razas, las ceremonias de pubertad se repetían, un acusado de endemoniado había sido linchado y la asistencia a los cultos disminuía mientras crecía la de las reuniones nocturnas del congreso con grandes cantos. Además el liderazgo de Robinson parecía disminuir en la zona.

Sin embargo durante los dos años siguientes la Misión Karibe se fue consolidando: grandes edificios de zinc, el internado para estudiantes, ocho nuevos jesuitas en la zona y la conversión de varios sahilas de las islas cercanas. Tal vez lo más llamativo fue la extensión del trabajo misionero a la isla de Tupile, que Gassó llamó San Ignacio Tupile y hasta el reciente asentamiento militar de Puerto Obaldía. Con la presencia de nuevos compañeros jesuitas en la Misión como los PP. Bernardo González, Benito Pérez y Paternain así como los HH. Gurruchaga, González, Altube y Mejicanos, Narganá estaba más atendida y Gassó podía lanzarse a nuevos proyectos misioneros. Pero la conquista espiritual de Tupile fue más compleja por la fuerte oposición de algunos vecinos de Playón Chico que recelaban de las enseñanzas del misionero y llegaron a incendiar los locales de la Misión. El gobierno decidió apoyar a Gassó y encarceló a los responsables.

Pero la situación cambió a mediados desde la llegada a la presidencia de Mendoza que consideraba que la educación, incluso la de los indígenas, no era competencia de la Iglesia sino del estado soberano. En abril de 1910 Gassó debió presentar al gobierno un cuidadoso informe de sus actividades, en el que insistió en el importante papel que la Misión realizaba para crear conciencia de nación entre los isleños de San Blas. Dudoso el gobierno de estas informaciones organizó en agosto de 1910 una expedición para inspeccionar la zona cuya comitiva estaba presidida por el propio Mendoza y que se detuvo en Narganá. La expedición hizo ver al gobierno que la integración política de las islas de San Blas no podía depender de un proyecto misionero que tenía opositores y hasta enemigos, sino que debía sostenerse en proyectos más laicos sin perder de vista el papel de la educación. San Blas debía integrarse a la vida política del país a través de un plan de educación, control político y desarrollo comercial y las misiones católicas nada de eso podían asegurar si se pensaba en la mayoría de los habitantes de la zona que estaba más cerca de la religión tradicional kuna que del P. Gassó.

Aunque en su Diario Gassó, no pocas veces cargado de triunfalismo, es poco explícito sobre este tema, parece claro que captó que la situación política de Panamá y las relaciones entre la Iglesia y el Estado estaban cambiando y que en sus planes pastorales cada vez podría contar menos con el apoyo de un Gobierno cada vez más controlado por el sector liberal. Movido por esta convicción y por sus enfermedades cada vez más frecuentes, con la seguridad de saber que la atención religiosa de su isla de Narganá querida estaba asegurada por su compañero jesuita el P. Benito Pérez, en mayo de 1912 Gassó recibió órdenes de sus superiores de embarcarse a España. El Obispo Junguito, su gran protector, ya había fallecido precisamente poco después de una visita a la Misión karibe y la elección del primer presidente liberal, Belisario Porras auguraba que el apoyo del gobierno a los proyectos de Gassó estaba llegando a su fin.

De regreso a España, Gassó vivió como jesuita en Gandía (Valencia) hasta el 4 de julio de 1917, fecha en que decidió abandonar la Compañía para ser sacerdote diocesano en su tierra natal, Mogente (Valencia) donde fue fusilado en 1936 con motivo de la guerra civil española.

Aunque arriesgada y emprendedora, la tentativa misionera de los jesuitas en San Blas no logró consolidarse, tal vez porque hubo cierto apresuramiento en los inicios y el proceso de anuncio de la fe se dio antes de que existiera una larga y sólida etapa de inculturación en la que los misioneros pudieran conocer mejor la lengua, religión y tradición kunas. Además el apoyo político con que los misioneros contaron, a cambio de integrar el territorio a la nación que aún nacía balbuceante, hizo que existiera cierta ambigüedad en los motivos de la misma evangelización. Los superiores que habían visto con buenos ojos las iniciativas del P. Gassó, fueron verificando que eran demasiado protagónicas y a la vez consideraron que el reducido número de habitantes de las islas y los elevados costos humanos que el trabajo suponía hacían más aconsejable emplear el reducido personal jesuita en otras misiones; más cuando el apoyo del Gobierno panameño a esta empresa parecía desaparecer. Así concluía esta etapa de la evangelización misionera en Kuna Yala que sería posteriormente retomada cuando treinta años más tarde, renazca gracias al Vicariato claretiano.


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JESÚS M. SARIEGO SJ.