LIBERALES Y CONSERVADORES; Su posición frente a la Iglesia en México

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Con palabras de San Agustín, el concilio Vaticano II recuerda que la Iglesia “va peregrinando entre las persecuciones de este mundo y los consuelos de Dios[1], y en este peregrinar su acción salvífica se realiza inmersa en las realidades terrenas, por lo que no puede dejar de sentir los vaivenes de las sociedades en que se desarrolla. Su misma acción apostólica sufre condicionamientos por razones naturales, políticas, económicas, etc., sin cesar por ello de anunciar al Señor Jesús. En lo referente a América Latina, esto se vivió de modo extremo en los siglos XIX y XX.


En el caso concreto de México, durante la primera mitad del siglo XIX algunos católicos sostuvieron un pensamiento político calificado como “conservador”, en cuanto procuraba la subsistencia del orden social y político antiguo, inspirado en los principios doctrinales de la Iglesia Católica (por lo que sería más correcto calificar a ese pensamiento de “tradicionalista”), y se oponía a las reformas intentadas por el liberalismo. Al grupo de católicos que pensaban así, se le denominó “Partido Conservador”. La historia de este partido, según la historiografía mexicana, terminó con los fusilamientos de Maximiliano, Miramón y Mejía en el Cerro de las Campanas, el mes de junio de 1867.


Si bien es cierto que la actividad política de ese grupo quedó suspendida, también lo es que su doctrina política y social siguió expresándose y desarrollándose en México, durante los gobiernos liberales establecidos conforme a la Constitución de 1857[2]. En cuanto a los liberales, aunque López Cámara pone su origen en la toma de conciencia de los criollos de la Nueva España de frente a los peninsulares españoles a lo largo del siglo XVIII[3], es hasta el período del México independiente que, a impulsos de Lorenzo de Zavala, del padre José María Luis Mora, de Valentín Gómez Farías, de Benito Juárez y otros, se va estructurando una corriente de pensamiento y políticas que llevarán al nacimiento del Partido Liberal.


Es así que de 1821 a 1867, la historia política de México acaba polarizada en dos corrientes que se hacen partidos: la liberal, en la que tantos anticlericales militaron, y la conservadora, que frecuentemente enarboló la bandera de la Iglesia. Liberales y conservadores tuvieron como uno de sus campos de choque más profundo su posición ante la Iglesia[4].


De entrada, podemos afirmar que a muchos de los prohombres de ambos partidos, liberales y conservadores, en proporciones distintas, los animaba la búsqueda del bien común; los separaba, por tanto, no la honestidad intelectual, sino ciertos criterios de valoración influidos en tantos casos por las ideas masónicas que los hicieron tomar opciones políticas y obrar en consecuencia hasta sus últimos efectos. En tantos aspectos coincidían, pero chocaban radicalmente en lo referente a las estructuras gubernamentales (monárquicos-republicanos, centralistas-federalistas, etc.) y a la visión y posición ante la Iglesia. La mutua descalificación fue lo ordinario, llevando a ambos a la satanización del otro.


Los buenos son tenidos como increíblemente puros y los malos son maliciosamente ignorados. Los malos son representados más como traidores que como reaccionarios y conservadores que fue lo que en realidad fueron muchos de ellos[5]. Los padres intelectuales de liberales y conservadores en México, fueron respectivamente el Pbro. Dr. José María Luis Mora (1794-1850) y D. Lucas Alamán (1792-1853) guanajuatenses ambos y contemporáneos. A Mora, sacerdote y doctor en Teología, que será el ideólogo del primer intento de reforma liberal a través de Valentín Gómez Farías, su visión de la Iglesia como puramente espiritual y su crítica a las estructuras eclesiales lo llevarán a un cerrado anticlericalismo abandonando el ministerio sacerdotal, aunque murió reconciliado con la Iglesia[6]. Alamán, culto laico, católico practicante, fue el introductor en México de muchos inventos europeos (calderas, etc.), del primer Banco para apoyar la industria naciente, y también fue político, varias veces ministro y siempre en busca del progreso cultural y económico del País, así como defensor de la Iglesia y de su Jerarquía[7].


El período álgido de la prolongada lucha conservadora – liberal, se inicia con el Plan de Ayutla (1855) que cristaliza con la liberal Constitución de 1857, alcanza su cima con las Leyes de Reforma (1859)[8]y después del gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876), irá suavizando en la práctica su actitud hostil a la Iglesia, aunque sin derogar las leyes anticlericales durante todo el Porfiriato (1876-1910). Personajes muy importantes en este período son: Benito Juárez, Ignacio Comonfort, el General Miguel Miramón, el Emperador Maximiliano de Habsburgo y el General Porfirio Díaz.


“La Reforma quería hacer de la organización religiosa un asunto de administración pública, y de las cuestiones religiosas cuestiones políticas, lo cual era mucho más grave que confiscar los bienes eclesiásticos[9]la idea de los reformadores de dar leyes a la Iglesia en su organización y en su práctica, para que fuese conforme al nuevo régimen político, tuvo como consecuencia hacer de la reforma religiosa una cuestión fundamentalmente política”[10].


La oposición de la Iglesia y los conservadores, tanto a la Constitución de 1857 como a las Leyes de Reforma, provocó la reacción liberal capitaneada por Benito Juárez que desembocó en la Guerra de Reforma (1858-1860) entre el gobierno conservador asentado en la Ciudad de México, y el gobierno liberal itinerante con Juárez a la cabeza.


En tres campos lucharon los dos gobiernos por conseguir la victoria: en el legislativo, donde extremaron sus posiciones; en el diplomático, que ejerció influencia decisiva; y en el militar, que dirimió al fin la contienda a favor de los liberales en 1860, gracias a la intervención y apoyo decisivo de los Estados Unidos.


Con el triunfo de los liberales y la aplicación rigurosa que Juárez hizo de las Leyes de Reforma, cerrando conventos, despojando Iglesias, desterrando a los Obispos, destituyendo a los burócratas que hubieran firmado protestas contra las Leyes de Reforma o contra el tratado Mclane - Ocampo, etc., se establece en México una separación hostil entre Iglesia y Estado, o como menciona el P. Martina “un jurisdiccionalismo aconfesional”[11], apenas mitigado durante el corto reinado de Maximiliano de Habsburgo, más cercano a los liberales que a los conservadores que lo sostenían con las armas, junto con las tropas expedicionarias francesas. Fusilado Maximiliano el 19 de junio de 1867, Juárez entró a la Capital. Los liberales habían conquistado no sólo el derecho a gobernar el País, sino el de redactar a su voluntad su historia. El problema interior quedaba zanjado en contra de los conservadores. Europa no intentaría nuevas aventuras. Quedaba México a resguardo, bajo la protección inevitable de los Estados Unidos y totalmente a merced de sus programas económicos[12].


Los laicos católicos, sobre todo los identificados con los conservadores, que se habían visto urgidos a defender su Iglesia en el campo de la política, la administración pública y las armas, salían exiliados, perdiendo bienes y algunos la vida. Así que a la caída de Maximiliano de Habsburgo, los conservadores fueron excluidos del ámbito de la política y de los negocios públicos. Los liberales identificaban conservadurismo con catolicismo, lo que llevó a la Iglesia a sufrir la suerte de los vencidos. La incorporación de las Leyes de Reforma a la Constitución de la República y la posterior exigencia de que todos los funcionarios y empleados gubernamentales la juraran, agravó la situación de la Iglesia[13]. La Santa Sede intentó insistentemente el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la negociación de un concordato con el Gobierno mexicano[14].


Los conservadores, alejados de los negocios públicos, pudieron hacer algo por el País, contribuyendo al desarrollo de la cultura. Pero ellos, además de conservadores, eran católicos y dada la situación de la Iglesia en 1867, bien pronto sintieron el deseo de colaborar en su reconstrucción. Ya en 1868 organizaban una agrupación para el fomento de los intereses religiosos llamada la Sociedad Católica de México” .[15]“En sus principios la Sociedad de la Ciudad de México organizó los trabajos a través de cuatro comisiones llamadas de doctrina, de colegios, de publicaciones, de cultos. La Comisión de Doctrina inició su trabajo en enero de 1869, impartiendo el catecismo en cuatro templos de la Capital: San Sebastián, San Bernardo, Santa Brígida y San Lorenzo. Para 1877 trabajaba en veintidós templos...[16].


La Comisión de Colegios empezó impartiendo clases nocturnas de religión, y hacia enero de 1870 impartía esas clases en cinco colegios. Pero entonces se cambió el programa y toda la Comisión se ocupó de fundar la Escuela Preparatoria de la Sociedad Católica, la cual competiría con la Escuela Nacional Preparatoria, cuyo programa positivista y laico preocupaba a los católicos. La Preparatoria tuvo una vida azarosa, fue clausurada en 1876 y reabierta el mismo año como Preparatoria gratuita destinada a las clases populares. La Comisión de Publicaciones editó varias publicaciones con el único fin de “trabajar en común por la propagación de las ideas morales y religiosas”.


La comisión de cultos se estableció hasta diciembre de 1868. Organizó la Asociación de Señores del Sagrado Corazón de Jesús; la Congregación de la Buena Muerte, y los Círculos del Día Feliz, destinados al culto del Sagrado Corazón. Conforme fue creciendo la Sociedad, sus trabajos se diversificaron y sus comisiones aumentaron. Del seno de la Comisión de Doctrina nació la Comisión de Cárceles y Hospitales, en enero de 1870. De la Comisión de Colegios salió la de Escuelas Gratuitas. Para sostener el culto a Santa María de Guadalupe organizaron la Comisión del Centavo. En 1873, fundaron la Comisión de Obreros. Fundaron, aunque de corta vida, la Comisión de Pueblos, para catequesis en los pueblos cercanos a la Capital, y la Comisión de Literatura. La Sociedad se desarrolló en todo el País, apoyada por el clero, y para 1877 había 30 sociedades semejantes a la de la Capital[17]. En 1875 se había celebrado la Asamblea General de la Sociedad, antecedente de los Congresos Católicos celebrados en los primeros años del siglo XX.


Al triunfar y ocupar la presidencia, Porfirio Díaz buscó establecer una política de conciliación con la Iglesia al nivel de relaciones personales con los Obispos mexicanos, pero sin derogar las leyes persecutorias. Quedaba claro que la tolerancia hacia la Iglesia dependía de Díaz, y la Iglesia aprovechó esta oportunidad para su acción evangelizadora y reconstructora. Pero eso lo hubo de hacer sufriendo las críticas de los liberales más exaltados.


En lugar de los viejos católicos conservadores, hacia 1892, figuraron en la prensa otros católicos jóvenes[18], que si bien defendían los principios políticos que los primeros habían sostenido, también manifestaban ideas nuevas referentes, principalmente la llamada «cuestión social».Las asociaciones piadosas de seglares se multiplicaron al mismo tiempo; la Asociación del Culto Perpetuo al Señor San José contaba en 1888 con medio millón de miembros en el País. Así otras asociaciones piadosas, aunque no tan numerosas. Caso notable es el de la Adoración Nocturna, establecida en 1900. Después de la coronación de la Virgen de Guadalupe, el 12 de octubre de 1895, se multiplicaron las asociaciones guadalupanas y en 1897 se estableció la Junta Nacional Guadalupana. Gran florecimiento tuvo la labor educativa de la Iglesia, lo mismo que la renovación, o fundación de los institutos de religiosos. La Iglesia mexicana entraba al siglo XX renovada, gracias a la adecuada y prudente conducción de la jerarquía, a la creciente acción apostólica y a la animación de lo social por los laicos[19].


En el año de 1902, ser realizó en la ciudad de Puebla el Primer Congreso Católico, estudiándose las cuestiones religioso-sociales que se consideraron de mayor actualidad. El segundo se realizó en Morelia, en 1904, y fue Mariano. El tercero, en Guadalajara y fue Eucarístico. El cuarto fue en Oaxaca y se ocupó del mejoramiento de la raza indígena. Importantes fueron también los Congresos Agrícolas y las Semanas Católico-Sociales, realizadas desde 1903, en Tulancingo, León, México y Zacatecas, y que tenían como objetivo el mejoramiento moral y material de los trabajadores del campo.


A partir de 1909 la acción laical en el campo social y político se revitaliza. Ese año se reorganizaba el Círculo Católico Nacional, del cual surgiría, en 1911, el Partido Católico, que buscaría reformar la legislación en lo tocante a la Iglesia y a implantar la política social cristiana[20]. También en 1911 se constituyó la Confederación de Círculos Católicos de Obreros. Pronto surgieron otros grupos: en 1912, la Asociación de Damas Católicas Mexicanas; en 1913, la Liga Nacional de Estudiantes Católicos; el mismo año la Liga Social Agraria.

El triunfo de la revolución carrancista (1915) interrumpió bruscamente este florecimiento, persiguiendo al clero y religiosos; todos los Obispos, menos uno, marcharon al exilio, quedando el movimiento social sin sus guías. El movimiento político también se vio suspendido, al prohibir el gobierno el Partido Católico. Pero es indudable la influencia del catolicismo social en el Artículo 123, base de la legislación social[21]. Hemos visto, como hasta 1914 aumentaron las manifestaciones laicales católicas, aun en el campo de la política. Pero a partir de entonces fue hostigada y perseguida con mayor o menor intensidad[22]. Sin embargo, muchas organizaciones católicas sobrevivieron y aparecieron otras muy importantes como el Secretariado Social Mexicano en 1920; la Confederación Nacional Católica del Trabajo; la Liga Nacional Católica Campesina; y la Liga Católica Nacional de la Clase Media. Importante fue también el surgir de la Unión Nacional de Padres de Familia.


En 1928 fue fundada la Acción Católica, en plena persecución y otros organismos de apostolado renovaron sus esfuerzos (Venerables Ordenes Terceras, Apostolado de la Oración, Congregación Mariana, etc.). Heroica fue la acción seglar católica durante la persecución de 1926. Cita especial merece la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, fundada en 1925, la Unión Popular de Jalisco y la Asociación Católica de la Juventud Mexicana.


A partir de 1929 la hostilidad a la Iglesia se realizó con sordina, y es hasta el gobierno de Avila Camacho que, sin derogar las leyes persecutorias, se atemperó el radicalismo anterior. Desde entonces se ha dado un florecimiento extraordinario en el apostolado de los seglares, en todos los campos de la acción eclesial, bajo el impulso y prudente dirección de la Jerarquía.


El triunfo carrancista expresado en la Constitución de 1917, que es una reedición revisada y adicionada de la de 1857, con grandes avances en los derechos de los trabajadores, así como en el establecimiento del municipio libre y otros aspectos como el de la Reforma Agraria, mantuvo y agravó las leyes persecutorias contra la Iglesia, además de prohibir toda acción política confesional[23]. En distintas formas y con distinta intensidad se renovó la persecución contra la Iglesia, cruenta e incruenta y aun intentando promover el gobierno un cisma religioso, sin éxito.


Las protestas del Episcopado llevaron al presidente Plutarco Elías Calles a aplicar con mayor rigor y extensión las leyes anticlericales, enviando al Congreso una Ley Reglamentaria llamada luego “Ley Calles”, para el control total sobre la Iglesia. Esto llevó al Episcopado, después de consultar con la Santa Sede, a suspender en los templos todo culto público a partir del 31 de julio de 1926. Desde esta fecha se entabló la lucha armada entre los católicos y el gobierno. El gobierno aplicando con todo rigor la Ley Calles, y el pueblo católico, pasando de la resistencia pasiva a la activa y aun a la armada.


La llamada «Guerra Cristera» sacudió la apatía de los católicos mexicanos; ella terminó con los arreglos de 1929 entre el Gobierno Nacional y los Cristeros. El fracaso militar de la rebelión Cristera y el período de persecución que le siguió, marcó el fin temporal de las corrientes del catolicismo social, que a lo largo de los años precedentes habían disputado el control de las masas a los regímenes revolucionarios. Una corriente pragmática o conciliadora predominaría entonces en la Iglesia, llevando a un cambio de estrategia que implicaba una menor presencia eclesial en el terreno social y político, en aras de la tolerancia gubernamental en el campo educativo y otros. Este “ modus vivendi”, como se le conoció, duró de 1938 a 1950.


De 1963 en adelante, después de la etapa del anticomunismo que culminó con la protesta contra los libros de texto oficiales únicos y obligatorios, la Iglesia prefirió cooperar con el Estado, aun quedando campos de graves diferencias: por ejemplo, el control de la natalidad y la educación laica[24]. En 1992 el Congreso Nacional reformó los Artículos Constitucionales persecutorios contra la Iglesia, reconociéndole personalidad jurídica y por lo tanto el derecho a poseer y el de los sacerdotes a votar, ambos con restricciones, la instrucción religiosa en las escuelas privadas, etc., todo esto impulsado por las visitas del Santo Padre Juan Pablo II al País, y reforzado por el renacimiento eclesial que la sangre de los mártires y el aggiornamento promovido por el Concilio Ecuménico Vaticano II. Circunstancias políticas nacionales ayudaron a estas reformas.


Es bueno aclarar que esto no ha limitado al Episcopado Nacional, el cual no deja de levantarse para proclamar los caminos del Evangelio y denunciar lo que de él se aparta. Podemos afirmar que la Iglesia que peregrina en México, acorde con la Santa Sede y siguiendo los caminos marcados por el Primer Concilio Plenario Latinoamericano y por las Asambleas del CELAM de Medellín, Puebla y Santo Domingo , y después por la Exhortación Apostólica postsinodal “Eclesia in America”, con la dulce compañía y protección de Santa María de Guadalupe, trabaja incesantemente como Pueblo de Dios en la evangelización de las gentes y las estructuras en este Continente de la esperanza.


Ya Lucas Alamán, en 1852, de algún modo resumió la actitud de liberales y conservadores ante la Iglesia en México al escribir:

(México) conserva fuerte adhesión a las doctrinas religiosas que recibió de sus antepasados, y este profundo sentimiento religioso que no sólo no se ha debilitado, sino que por el contrario se ha corroborado ilustrándose, es el lazo de unión que queda a los mexicanos cuando todos los demás han sido rotos, y es el único preservativo que los ha librado de todas las calamidades a que han querido precipitarlos los que han intentado quebrantarlo[25].


Notas

  1. L.G., 8.
  2. Cf. ADAME GODDARD, J., El pensamiento político y social de los católicos mexicanos 1867-1914, México, UNAM, 1981, 7.
  3. Cf. LÓPEZ CÁMARA, F., “La génesis de la conciencia liberal en México”, México, UNAM, 1977, 14.
  4. Cf. CAMARGO SOSA, J. F., Los Ministerios Laicales en la Historia de México, en Los Ministerios Laicales y la Conferencia Episcopal Mexicana, México, C.E.M., 1985, 70.
  5. BRANDENBURG, F., The Making of Modern Mexico, London, México, 1964, 31.
  6. Cf. CAMARGO SOSA, J. F., Mora y Alamán. Apuntes para un estudio comparado de su pensamiento sobre la Iglesia mexicana (1808-1853), Roma, Ejercitación para la Licencia, PUG, 1979, 41-55.
  7. Cf. Idem, 56-72.
  8. Cf. TENA RAMIREZ, F., Leyes Fundamentales de México (1808-1895), México, Porrúa, 655-667.
  9. Cf. KNOWLTON, R., Los Bienes del Clero y la Reforma Mexicana, 1856- 1910, México, Fondo de cultura Económica, 1985.
  10. MEYER, J., La Cristiada, II, México, Siglo XXI, 1974, 27-28.
  11. Cf. MARTINA, G., La Iglesia de Lutero a nuestros días, III, Epoca del Liberalismo, Madrid, Cristiandad, 1974, 67.
  12. Cf. GUTIERREZ CASILLAS, J., Historia de la Iglesia en México, México, Porrúa, 1974, 278.
  13. Cf. SS, AAEESS, Messico 262, Fasc. 4.
  14. Cf. SS, AAEESS, Messico 166, Fasc. 1.
  15. ADAME GODDARD, J., El Pensamiento..., 19.
  16. Idem, 21.
  17. Cf. AHAY, Libr. 3, Est. 6, Caja 6, 1; Libr. 2, 1, Caja Carrillo y Ancona 1. ACASY, Bolsas 33, 73 y 81. SS, AAEESS, Messico 484.
  18. Entre ellos se distinguía Trinidad González Santos (1859-1912), periodista y orador, fundador entre otros del periódico El País, que llegó a ser el principal de México, desde donde cristianizaba y luchaba por la libertad, la democracia y la justicia social
  19. Es importante tener en cuenta las palabras “Catolicismo Social” según las explica DROULERS, P., Lo sviluppo del Movimento Sociale Catolico, Roma, Ed. Privada, 1966, 1-2. Así que en México este proyecto ha seguido una trayectoria en zigzag. El catolicismo social se desarrolla rápidamente entre 1890 y 1910, pasa por la implantación sindical en el medio obrero y campesino y desemboca en la creación en 1911 del Partido Católico Nacional. Estos triunfos son efímeros porque la Revolución mexicana comienza entonces y pronto opone los militantes católicos al nuevo Estado. El gran conflicto de 1926 quiebra la unidad tanto del Episcopado como de los católicos. Estos militantes empujados por su dinamismo a escapar de las directivas romanas, no pueden aceptar su enclaustramiento en la acción apostólica, ni la recuperación de las riendas que exige Roma; tal situación es inaceptable para aquellos jóvenes que quieren guiar el desarrollo social y político de México. Esto desemboca en la Guerra de los Cristeros (1926-1929), prolongada por una guerrilla (1934-1938). El modus vivendi concluido en 1929 entre Roma y México elimina definitivamente la democracia cristiana en México, porque la delimitación recíproca de las esferas no le deja ningún lugar, lo cual no quiere decir que deje de existir el catolicismo intransigente. Se adapta y resurge sin cesar. Y surge en 1937 1939 bajo la doble forma contradictoria y rival del movimiento sinarquista y del partido Acción Nacional, pero eso es otra historia
  20. Cf. ASV, Nunziatura Apostolica in Messico, 29, Fasc. 96.
  21. Cf. CAMARGO SOSA, J. F., Los Ministerios..., 73-74.
  22. Cf. SS, AAEESS, Messico 426 [Fasc. 1] 1918. SS, AAEESS, Messico 451, 452, 455, 456, 457, 458, 459, 460, 462, 469, 478, 479, 481, 482, 483, 484 y 485. ASV, Nunziatura Apostolica in Messico, 20, Fasc. 61 y 62; 26; 31, Fasc. 108.
  23. Para el estudio de la situación de la Iglesia en el siglo XX, es útil consultar a ROMERO de SOLIS, J., La Iglesia en México, en ALDEA, Q. – CÁRDENAS, E., Manual de Historia de la Iglesia, X, Barcelona, Herder, 1987, 893 – 921. HALE, C., “Scientific Politics” and the continuity of Liberalism in Mexico, 1867-1910, en Dos Revoluciones México y los Estados Unidos, México, Fomento Cultural Banamex, 1976, 139-152.
  24. Cf. CERVANTES, B., La Educación y el Conflicto Iglesia-Estado, en IV Jornadas de Historia de Occidente. Ideología y Praxis de la Revolución Mexicana, C.E.R.M.L.C., 1982, 79-88.
  25. ALAMAN, L., Historia de México, V, México, JUS, 1969, 581


JOSÉ FLORENCIO CAMARGO SOSA