LIBERALISMO MEXICANO; Breve síntesis de un camino constitucional

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El siglo de las luces o ilustración, no pasó desapercibido en América; de una u otra forma influyó en la vida de los pueblos americanos. Junto con el siglo vinieron las ideas nuevas de autodeterminación, soberanía, igualdad, fraternidad. Se desarrollan ideas particulares sobre la Iglesia y el Estado y sobre las relaciones que las deberían regir. De la Ilustración se pasa a un Liberalismo protector, para desembocar en uno netamente hostil.

México es un ejemplo de este desarrollo ideológico de la sociedad en su concepción del hombre, la naturaleza y Dios. Los diversos acontecimientos históricos de la historia mexicana dan testimonio de esto; basta recordar las diversas Constituciones del país (1814, 1824, 1857 y 1917), que son clara muestra del paso de las Luces al Liberalismo pleno.

Antecedentes

El Clero secular no pudo sustraerse a esta vorágine de las luces; la filosofía y las ciencias ocupan un lugar especial a fines del siglo XVIII, los tremendos acontecimientos sociales y políticos que llegan de Europa, vía la metrópoli, son temas de conversación y discusión; el pensamiento se va deslizando hacia los ajustes sociales, económicos y políticos del virreinato. Los mismos seminarios son centros de formación de espíritus interesados en un mundo cada vez más moderno.[1]

Detonante fue la invasión de España por Napoleón en 1808 y la abdicación de Carlos IV; en la metrópoli se suceden las juntas gubernativas que proclaman una soberanía que ha vuelto al pueblo ante la ausencia de las autoridades legítimas. El Virrey de México toma la misma actitud, convocando a las Juntas de México con idéntica postura a las de la metrópoli.[2]

La convocatoria a las Cortes de Cádiz, con representantes de todo el reino hispano (incluidas las Indias del mar océano), para legislar sobre la vida del mismo fue otro gran acontecimiento para los cimientos del liberalismo mexicano.[3]

El movimiento insurgente y la Constitución de Apatzingán

En México ante los acontecimientos sociales y políticos, hombres y mujeres ilustrados se reúnen en tertulias, bajo pretexto literario, a discutir sobre la soberanía de la nación. Valladolid en 1809 y Querétaro en 1810, fueron los puntos fuertes de la Conspiración, este último con la participación del cura de Dolores Don Miguel Hidalgo y Costilla, el Regidor de Querétaro Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz de Domínguez, los oficiales Ignacio Allende, Juan Aldama y otros. La lucha insurgente dio inicio el 16 de septiembre de 1810 con las consignas ¡Viva América! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII!

La insurgencia se presenta a la nación mexicana como una empresa contra aquellos que han usurpado la autoridad legítima, con la deposición del Rey Fernando VII, como contra los que pretenden acabar con la religión (católica); todo un plan de acción contra la Francia revolucionaria, pero sosteniendo los mismos principios de liberté, égalité, fraternité. México inicia su camino soberano, buscando paridad entre las naciones, que ha llegado a la madurez para tomar en sus manos su destino.

Al mismo tiempo viene el choque entre la insurgencia y la Iglesia; entre los primeros se levanta una legión de clérigos y religiosos. La cabeza misma es el cura Hidalgo, antiguo Rector del prestigioso colegio de San Nicolás en Michoacán, la condena unánime de los obispos, en especial del obispo electo de Michoacán Manuel Abad y Queipo,[4]con letras pastorales para ser leídas desde el púlpito, conminando al pueblo a no adherirse ni apoyar el movimiento que es contra la ley divina. La opinión se divide en la sociedad y la Iglesia; hombres y mujeres condenan o apoyan el movimiento, sea pasiva o activamente. El clero se divide de manera general, en un alto clero opuesto y un bajo clero, en su mayoría, simpatizante.

Los Congresos de Chilpancingo y Cádiz

A Miguel Hidalgo le sucede el también cura José María Morelos y Pavón, hombre inteligente y profundamente religioso. Su meta fue establecer un Congreso constituyente que diera a la nación normas de vida soberana; convocado para el mes de septiembre de 1813 en Chilpancingo, no sin dificultades propias de la situación.

Es donde Morelos deja entrever en los Sentimientos de la Nación sus profundas convicciones de lucha: patria y religión, dos realidades no contrapuestas sino estrechamente ligadas: la soberanía y autodeterminación de una pueblo es un don precioso de Dios, los hombres son iguales y llamados a una convivencia pacífica, la religión católica es la única del Estado con la protección especial de la Virgen de Guadalupe.

En la metrópoli es proclamada la Constitución de Cádiz el 19 de marzo de 1812 y jurada en México el 30 de septiembre del mismo año. Ésta concibe la religión católica como la única en la nación española, protegiéndola con leyes justas y prohibiendo alguna otra (cap. II), sobre la soberanía afirma que reside en la nación (cap. I), la formación de las Cortes con diputados provenientes de todo el dominio español (cap. II) y la libertad de imprenta (cap. X), esto último de gran importancia para la divulgación de ideas, al no pasar ya por la censura. Esta Constitución dura poco, siendo abolida al retorno de Fernando VII al poder en 1814.[5]

La Constitución de Apatzingán de 1814

El Congreso convocado por Morelos, reunido ahora en Apatzingán, termina la elaboración de la Constitución el 15 de junio de 1814 y proclamada el 22 de octubre del mismo año. Esta fue un conjunto de principios generales más bien que un código político fundamental que pudiera organizar al país, cuyas tres cuartas partes estaban sometidas aún al dominio español. Los miembros de la asamblea que la discutieron y votaron no tenían más representación que la que el mismo Morelos quiso darles, a excepción del de Tecpan, electo por una junta popular, los demás que instalaron el Congreso recibieron su nombramiento del Generalísimo.[6]

La Constitución de Apatzingán o Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana,[7]estaba dividida en dos partes: I) Principios o elementos constitucionales (seis capítulos) y II) Forma de gobierno (veintidós capítulos), con un total de 242 artículos. La referencia a la religión católica la hace en treinta artículos, dedicando un capítulo entero sobre las Juntas electorales de parroquia.

Comienza declarando la religión católica como única en el Estado (art. 1), en la definición de ciudadano es esencial la profesión de la fe católica (art. 14-17), la libertad de expresión tiene como uno de sus límites el dogma católico (art. 40), la elección popular a cargos políticos se realizarán al interno de la estructura parroquial, describiendo el rito litúrgico en la elección (II parte, cap. V, art. 64-81), lo mismo en las elecciones de partido y provincia (art. 89 y 99), el juramento de los miembros del Supremo gobierno inicia con la jura de la defensa de la religión católica (art. 155), entre las responsabilidades del Supremo gobierno está el “cuidar de que los pueblos estén proveídos suficientemente de eclesiásticos dignos, que administren los sacramentos y el pasto espiritual de la doctrina” (art. 163), reconocimiento de los tribunales eclesiásticos (art. 197 y 200) y la ceremonia litúrgica de Juramento del Decreto Constitucional (art. 240).

Con esta primera Constitución o Decreto Constitucional, se inscriben los primeros ideales propios de un liberalismo incipiente, una soberanía y una igualdad, comenzar una vida nueva, todo dentro de un marco confesional católico en el que va impreso el regalismo español, ya que el estado no solo la declara como la única religión, sino considera entre sus funciones el proveer, proteger y vigilar su función. El estado comienza a reclamar su papel de rector de la vida nacional, incluyendo la religión.

La independencia y la Constitución de 1824

La tan deseada independencia se realiza con el Plan de Iguala del 24 de febrero de 1821, proclamado tras la unión de Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide, llamado también de las Tres garantías: 1) El catolicismo, como única religión del país, 2) Independencia de México respecto a España con un tipo de gobierno monárquico que se ofrecería a Fernando VII y 3) Unión de todos los habitantes sin distinción alguna. Además de la convocación a un Congreso para la redacción de la Constitución del Imperio Mexicano.

Mientras tanto llegaba a Veracruz el virrey Don Juan O’Donojú,[8]de ascendencia liberal y afiliado a la masonería; Iturbide entra en contacto con él conviniendo en los Tratados de Córdoba que reconocen a México como nación soberana e independiente, entrando el Ejército Trigarante en la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, consumándose la Independencia de México. Inmediatamente se formula la Declaración de Independencia del Imperio Mexicano y se convoca al Congreso el 24 de febrero de 1822, con representación de toda la nación.

La Constitución de 1824

Reunido el Congreso declara que la soberanía de la nación reside en él, que la religión sería la católica, y el gobierno de tipo monárquico constitucional. Es coronado emperador Iturbide con el descontento y la crítica de algunos diputados como el padre Fray Servando Teresa de Mier;[9]las logias masónicas cohesionando bajo la bandera del republicanismo todas estas tendencias junto con los enemigos de Iturbide, logran su abdicación en 1823. Disolviéndose el Congreso sin haber logrado redactar la Constitución deseada.

El segundo Congreso constituyente se instala el 7 de noviembre de 1823, decide un gobierno republicano mediante Acta Constitutiva el 31 de enero de 1824, donde se puede hacer notar los siguientes artículos:

Art. 3º. La soberanía reside radical y esencialmente en la nación.

Art. 4º. La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra. Este artículo es la transcripción literal del artículo 12 de la Constitución de Cádiz. El supremo poder ejecutivo mandó, por decreto de 31 de enero de 1824, que “todas las autoridades civiles, militares, eclesiásticas y los individuos de cualquiera corporación, los empleados de oficinas, jefes de la milicia, oficialidad y tropas jurarán observar y obedecer esta Acta constitutiva”.[10]

Entre acaloradas discusiones de centralistas y federalistas, se promulgó la Constitución General de la República el 4 de octubre de 1824. Era la primera Constitución en sentido estricto, pues los diputados fueron electos según un proceso popular. Comienza diciendo: “En el nombre de Dios Todopoderoso, Autor y Supremo Legislador de la sociedad” y entre los artículos se pueden anotar: Art. 3º. Igual al 4º del Acta Constitutiva.

Art. 50º. Las facultades exclusivas del Congreso general son las siguientes: frac. XII) Dar instrucciones para celebrar concordatos con la Silla Apostólica, aprobarlos para su ratificación y arreglar el ejercicio del Patronato en la federación.

Art. 110º. Las atribuciones del Presidente son las siguientes: frac. XXI) Conceder el pase o retener los decretos conciliares, bulas pontificias, breves y rescriptos.

Art. 137º. Las atribuciones de la Corte Suprema de Justicia son las siguientes: frac. III) Consultar sobre pase o retención de bulas pontificias, breves y rescriptos expedidos en asuntos contenciosos.

Art. 154º. Los militares y eclesiásticos continuarán sujetos a las autoridades a que lo están en la actualidad, según las leyes vigentes.

Art. 163º. Todo funcionario público, sin excepción de clase alguna, antes de tomar posesión de su destino, deberá prestar juramento de guardar esta constitución y la Acta Constitutiva. Se puede notar desde el principio las ideas que guiaron la elaboración de esta Constitución, el modo de invocar a Dios como Autor y Supremo Legislador nos recuerda el lenguaje masón y la concepción religiosa deísta, que reconoce la existencia de un Dios, pero que sin embargo corresponde al hombre determinar el modo de regir este mundo; así la nación es la protectora de la religión, quien determina las leyes necesarias para su ejercicio, asume el papel de rector de la Iglesia (art. 3º.), quedando necesariamente sujetos sus ministros como funcionarios del Estado, a quien debían prestar un juramento de fidelidad (Art. 154º. y 163º.) Toda la Constitución se impregna de un espíritu regalista que recuerda la Constitución de Cádiz.[11]

Cabe anotar que al haberse optado por una república federal, las Constituciones particulares de los Estados serán una expresión clara del espíritu liberal que animaba la clase intelectual de la nación en aquellos años, una de éstas fue la del Estado de México bajo la presidencia del Dr. José Ma. Luis Mora,[12]que legisla sobre la adquisición de bienes por “manos muertas” (Art. 9º.) y el nombramiento de autoridades que parte de otros poderes diferentes del Estado, no podrá hacerse sin el consentimiento del gobierno (Art. 11º. y 12º.)[13]La adopción del federalismo y su interpretación radical complicó las relaciones entre el Estado y la Iglesia

Un punto importante en la Constitución fue la cuestión del Patronato (Art. 50º. Fracc. XII, 110º. Fracc. XXI y 137º. Fracc. III) que procuró toda una polémica entre la Iglesia y la nueva nación. Los costos fueron altos ya que las diócesis más pobladas quedaron abandonadas con la partida de los obispos de Puebla, Manuel Isidoro Pérez, y de México, José Pedro de Fonte, y la muerte de los restantes hizo que hacia 1829 el país quedara sin un solo obispo.[14]Gregorio XVI proveyó en 1831 seis de las diócesis vacantes: Puebla, Linares (hoy Monterrey), Michoacán, Guadalajara, Durango y Chiapas.

En este ambiente, el Congreso de 1833-1834 decretó una reforma eclesiástica: sobre el Patronato, las órdenes religiosas, los bienes eclesiásticos y la instrucción. Sin concesión de la Santa Sede, exigió que las diócesis, curatos y beneficios eclesiásticos fuesen provistos según el “Patronato Nacional y, como el clero no podía obedecer, fueron perseguidos los obispos, algunos de ellos debieron ocultarse o salir de sus diócesis. Se suprimió la coacción civil de los votos religiosos y de los diezmos; se incautaron los fondos de las Misiones de Filipinas y California, secularizándose estas últimas, y para quitar la instrucción de manos del clero se clausuró el colegio de Santos y la Universidad.[15]

La cuestión del Patronato

Ya desde el momento de la declaración de la Independencia, Iturbide busca el modo de ejercer el Patronato urgiendo la proveción de cargos eclesiásticos al Ilmo. Sr. Fonte, al modo del Patronato,[16]a lo que contesta “que respecto a que con la independencia de este imperio notoriamente ha cesado el Real Patronato concedido por los sumos pontífices a los reyes católicos de Castilla y León...” [17]

Algunos diputados del Congreso consideraban el derecho de Patronato como implícito a la soberanía del Estado, otros como consecuencia inmediata de la fundación o sostén de la Iglesia por parte del Estado, y algunos como herencia legítima de la soberanía del rey de España que pasa al Estado mexicano.

Por la tendencia regalista de la Constitución y sin llegar en la Constitución a una solución, se crea una comisión especial para ocuparse de ello y el 2 de marzo de 1826 ofrece un dictamen sobre la postura de la nación: señalándose el número 3 que dice “La República está sometida a los decretos de los concilios generales sobre el dogma, pero es libre para aceptar sus decisiones sobre disciplina” y el número 4 “El Congreso General Mexicano tiene la facultad exclusiva de arreglar el ejercicio del patronato en toda la federación”[18]

Respondiendo a ésta el Cabildo de México dice: “Es verdad que a los príncipes corresponde la protección de la Iglesia; pero yerran lamentablemente, si esta protección consideran un derecho profano y pomposo, y no una obligación, como es, estrechísima, de una responsabilidad tremenda...”[19]

El Senado mexicano desde 1825 adoptó una actitud que distaba mucho de ser la de un cuerpo legislativo sumiso a Roma. Aunque hacía declaraciones de devoción a la Iglesia y a la autoridad pontificia, pretendía arrogarse derechos que no podía ejercer sin la aprobación de la Santa Sede.[20]Así las relaciones de la Iglesia con el Estado se convierten en un largo camino que culminaría con una actitud hostil contra la Iglesia, viéndose después plasmada en la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma.

En esta primera parte del siglo XIX, el liberalismo no es anticatólico; conviven al mismo tiempo principios de la ilustración y la revolución francesa junto con el sentimiento religioso heredado de sus progenitores. Este confuso sincretismo ideológico y práctico aparece en toda la geografía humano-política latinoamericana del siglo XIX, especialmente en su primera parte. Tal confusión de ideas y de praxis explica el hecho que estos liberales golpean con frecuencia duramente a la Iglesia sin querer alejarse de ella; pero encaminándose el siglo hacia su segunda etapa presenciamos otra actitud creciente: el anticlericalismo se convierte en anticatolicismo.[21]

El Liberalismo hostil y la Constitución de 1857

La nación mexicana de 1824 para la proclamación de una nueva constitución en 1857, recorre un camino entre el centralismo y federalismo: La primera República es federal (31 enero 1824-23 octubre 1835). Las repúblicas centrales son los siguientes períodos: 23 octubre 1835-6 octubre 1841 y 1° de enero 1844-22 agosto 1846. La segunda república federal va desde el 22 de agosto 1846 al 20 de abril 1853. El régimen a-constitucional centralista se inicia el 20 abril 1853 y va hasta el 12 agosto 1855.[22]

El Plan de Ayutla

Antonio López de Santa Anna es la figura de un centralismo de cariz dictatorial-militarista, que rigió el país sin tomar en cuenta la Constitución vigente. El 27 de febrero de 1854 se levantó una revolución en contra del régimen con el general Juan N. Álvarez, enarbolando un Plan firmado en Ayutla, que originalmente no contenía ideas liberales, pero que Ignacio Comonfort modificó en Acapulco.

Decía el Plan de Ayutla-Acapulco: Las instituciones liberales (la redacción primitiva decía las instituciones republicanas) son las únicas que convienen al país con exclusión de cualesquiera otras”.[23]Es el ideal del liberalismo como la única opción existente para sostener la república en México

De una revolución contra los abusos y la tiranía, se transforma en una lucha por implantar las reformas liberales y al triunfo se nombró al general Juan N. Álvarez como Presidente de la República que conformó su gobierno con integrantes del Partido Liberal. Se procedió a convocar el 17 de octubre de 1855 a un Congreso Constituyente para elaborar una nueva Constitución mientras se privaba al clero de sus derechos políticos, prohibiéndoseles su participación en la vida cívica, primer signo de expresión anticlerical.

Se inicia una especie de “guerra santa” para implantar la Reforma, fundamentalmente con tres actos de carácter legislativo: Leyes Preparatorias de la Constitución, Constitución de 1857 y Leyes de Reforma.

Las Leyes preconstitucionales

A continuación se dictan tres leyes que serán el preludio de las reformas constitucionales, cuyos contenidos serán incorporados a la Constitución.

Ley Juárez

Apenas triunfa la revolución, el 23 de noviembre de 1855 fue expedida la llamada “Ley Juárez” ( Benito Juárez era el Ministro de Justicia y Negocios eclesiásticos) sobre administración de justicia y orgánica de los tribunales de la nación, del distrito y territorios: “Se suprimen los tribunales especiales, con excepción de los eclesiásticos y militares. Los tribunales eclesiásticos cesarán de conocer de los negocios civiles (los negocios civiles a que se refiere eran los matrimonios, bautismos y entierros[24]) y continuarán conociendo de los delitos comunes de individuos de su fuero, mientras se expida una ley que arregle este asunto...” (Art. 42) y “El fuero eclesiástico en los delitos comunes es renunciable” (Art. 44).[25]

Ley Lerdo

El 25 de junio se promulgó la ley llamada “Ley Lerdo” o de desamortización –Miguel Lerdo de Tejada era ministro de Hacienda- que en el primer artículo decía “Todas las fincas rústicas y urbanas que hoy tienen y administran como propietarios las corporaciones civiles o eclesiásticas de la República, se adjudicarán en propiedad a los que las tienen arrendadas, por el valor correspondiente a la renta que en la actualidad pagan, calculada como rédito al seis por ciento anual” y cuyo único fundamento era “que uno de los mayores obstáculos para la prosperidad y engrandecimiento de la nación es la falta de movimiento o libre circulación de una gran parte de la propiedad raíz, base fundamental de la riqueza pública”.[26]

Ley Iglesias

La tendencia liberal y anticlerical se acentuó con la última ley preparatoria, el 11 de abril de 1857 se expidió la “Ley Iglesias” - preparada por José María Iglesias- sobre derechos y obvenciones parroquiales, que en cuanto a los pobres no podrían ser cobrados, incluso con sanciones para quienes abusasen en este punto. Esta ley fue acompañada de una circular dirigida a los gobernadores por el ministro Iglesias, en que exponía las razones para dictar aquella medida, en ella se lee: “dicha ley tiene por único y exclusivo objeto libertar a los pobres del pago de derechos parroquiales que les han cobrado hasta aquí... Jesucristo dijo a sus discípulos: gratis date quod gratis accepistis, y los sacerdotes, sucesores de los apóstoles, faltan a su sagrada misión cuando hacen depender su ejercicio de las obvenciones forzadas que exigen a los menesterosos... Ha llegado pues a ser indispensable la intervención de la Autoridad civil, para que no continúe siendo letra muerta lo dispuesto con un fin social y religioso eminentemente benéfico”.[27]

La Constitución mexicana de 1857

El 5 de febrero se expidió la nueva Constitución, la gran Reforma liberal, innovadora en varios puntos, más particularmente célebre por la reforma político- religiosa que realizaba con los artículos 3, 5, 7, 12, 13, 27 y 123. Fue jurada por los miembros del Congreso comenzando por León Guzmán, vicepresidente, e inmediatamente de rodillas y delante del Evangelio, Valentín Gómez Farías, presidente y después todos los diputados. Siguió el Presidente Ignacio Comonfort que juró ante Dios la nueva Constitución.

Comenzaba la Carta Magna “En el nombre de Dios y con la autoridad del pueblo mexicano..” Los artículos que lesionaban gravemente a la Iglesia son los siguientes:

Art. 3º. La enseñanza es libre (suprime la enseñanza cristiana y preludie la laica).

Art. 5º. La ley no puede autorizar ningún contrato que tenga por objeto la pérdida o el irrevocable sacrificio de la libertad del hombre (ataque contra las órdenes y los votos religiosos).

Art. 7º. Es inviolable la libertad de escribir y publicar sobre cualquier materia (libertad de imprenta sin ninguna restricción). Art. 12º. No hay, ni se reconoce en la República prerrogativas (contra el fuero eclesiástico).

Art. 13º. En la República mexicana nadie puede ser juzgado por leyes privativas, ni por tribunales especiales. Ninguna persona, ni corporación puede tener fueros, ni gozar emolumentos que no sean compensación de un servicio público y estén fijados por la ley (contra el fuero eclesiástico y las obvenciones parroquiales).

Art. 27º. Ninguna corporación civil o eclesiástica, cualesquiera que sea su carácter, denominación u objeto, tendrá capacidad legal para adquirir en propiedad o administrar por sí bienes raíces, con la única excepción de los edificios destinados inmediata y directamente al servicio u objeto de la institución.

Art. 123º. Corresponde exclusivamente a los poderes federales ejercer, en materia de culto religioso y disciplina externa, la intervención que designen las leyes.[28]

La nueva Constitución fue mandada ser jurada por todos los funcionarios, autoridades y empleados, tanto civiles como militares de toda la República, prescribiendo la ceremonia y la fórmula poniendo a Dios por testigo.

Inmediatamente se levantó la protesta de la Iglesia, considerándola un ataque directo y llamando a su resistencia. La Carta que debía ser el instrumento de paz y unidad, se convirtió en motivo de hondas luchas y divisiones. Desde que la nueva ley entró en vigor “no hubo un día sin un pronunciamiento, sin una sedición, un motín, una revuelta en algún punto de la República...nada podía volver a sus quicios: conciencias, hogares, pueblos, campos y ciudades, todo estada profundamente removido”.[29] El mismo Presidente Comonfort dijo amargamente “Aquella Constitución que debía ser iris de paz y fuente de salud, que debía resolver todas las cuestiones y acabar con todos los disturbios, iba a suscitar una de las mayores tormentas políticas que jamás han afligido a México... Y sin embargo yo promulgué aquella Constitución porque mi deber era promulgarla...”[30]

La Constitución se inclinó decididamente por la tendencia liberal y anti-eclesiástica, que ya se apuntaba con insistencia de tiempo atrás, incluido el sustrato masónico. Efectivamente, aunque se iniciaba invocando el Nombre de Dios, de hecho era laicista, despojada de un auténtico sentido religioso, a pesar de que algunos de los diputados apelaron a referencias evangélicas para argumentar sus opiniones, por ejemplo Ignacio Ramírez,[31]expresó que del Evangelio dimanaba la democracia, la libertad, la igualdad, la fraternidad y la protección a los inválidos; y Ponciano Arriaga[32]quiso ver en la revolución de Ayutla una etapa de la obra liberal y cristiana, y no faltaron quienes dijeron que la reforma tenía el soplo de Dios irresistiblemente.[33]

Respuesta de La Iglesia

La Iglesia venía sufriendo cada vez más los embates de un liberalismo hostil creciente, que se yergue como rector absoluto de la sociedad. Con las leyes constitucionales es puesta en absoluta sumisión al Estado, arrebatándole su natural autonomía. Las medidas legisladas encontraron un rechazo de parte de la Iglesia, sea de la jerarquía como del pueblo fiel, que se sentía afrentado en la fe que profesaba.

Así los obispos de México condenan sin más las Leyes recién promulgadas y sacrílego el juramento que se impone a todos los ciudadanos. El arzobispo de México expidió una circular en el que declaraba su ilicitud, mandando que los que tal hiciesen no podrían recibir los sacramentos; actitud similar tomó el Obispo de Michoacán Clemente de Jesús Munguía, quien dice “La Carta Constituyente, tal como está, lejos de haber sido promulgada en el nombre de Dios y con la autoridad del pueblo, importa una grave ofensa de la Divinidad, un violento despojo de los derechos de la religión y una contrariedad manifiesta de los intereses más caros y la voluntad más explícita de la Nación mexicana”.[34]

Se elevaron polémicas en personas que ocupaban la prensa periódica, escribiendo opúsculos a favor y en contra recurriendo a la lógica, derecho canónico, teología y política. Se dieron a lo largo del país un rechazo a la Constitución y negación para hacer el juramento por parte de los fieles católicos.[35] El Papa Pío IX en la alocución al Consistorio secreto el 15 de diciembre de 1856, lamentaba la situación religiosa de México, enumerando los agravios hechos por parte del Estado, sea en los bienes y en las personas, elogiando la actitud de los fieles católicos y con ellos sus pastores por la actitud tomada en fidelidad a la fe, lamenta también el que religiosos y sacerdotes con escándalo se hayan puesto de parte del Estado. Finaliza recordando las penas en que se puede incurrir como miembros de la Iglesia católica.[36]

Las leyes de Reforma

Se recrudece la situación política y religiosa del país, la Constitución fue debatida sea por liberales o conservadores, a tal grado que el presidente Comonfort acabó por desconocerla uniéndose al Plan de Tacubaya el 17 de diciembre de 1857, que dio inicio a la Guerra de Reforma o de Tres Años (1858-1860), donde se enfrentan las facciones a favor de la Constitución con Benito Juárez que se había proclamado Presidente de la nación, y aquellos que la desconocían con Félix Zuloaga, Presidente interino al huir al extranjero Ignacio Comonfort. Termina el conflicto con el triunfo de los liberales y como resultado se dictan las Leyes de Reforma que afectaron definitivamente la práctica de la religión católica.

1. Ley de Nacionalización de los Bienes eclesiásticos, del 12 de julio de 1859.

2. Ley del Matrimonio Civil, del 23 de julio de 1859.

3. Ley Orgánica del Registro Civil, del 28 de julio de 1859.

4. Decreto que cesa toda intervención del clero en cementerios y camposantos, del 31 de julio de 1859.

5. Decreto sobre los días festivos y prohibición de la asistencia oficial a las funciones de la Iglesia, del 11 de agosto de 1859.

6. Ley sobre la Libertad de Cultos, del 4 de diciembre de 1860.

El 30 de agosto de 1859, los obispos mexicanos emitieron una pastoral condenando las Leyes de Reforma como “la destrucción completa del catolicismo en México, la rotura de nuestros vínculos sociales, la proscripción de todo principio religioso, la sustitución de la moral evangélica, única digna de tal nombre...” ;[37]además negaron la acusación de ser promotores de la guerra civil, pues siempre se apoyaron en las armas espirituales para defender la doctrina y los derechos de la Iglesia, volviendo a condenar la Constitución de 1857 como “no solo anticatólica, sino también antisocial”.[38]

De esta manera el liberalismo se hizo presente en el país, estableciendo un Estado laico, que sin embargo es entendido no como neutralidad religiosa, en un país mayoritariamente católico, sino un ataque continuo a la Iglesia católica y sus valores religiosos. El liberalismo tomó el tinte mesiánico, la única posibilidad para México es el progreso y sus postuladores se sienten superiores al pueblo y escogidos para rescatarlo. Una especie de “misticismo misionero” para hacer brillar la verdad que poseen; con la implantación de las reformas liberales la sociedad llegará a su máximo desarrollo, la prosperidad estará asegurada.

Para favorecer el liberalismo, el primer enemigo a vencer es el clero por sus ambiciones políticas, al pretender autonomía eclesiástica con sus fueros, exenciones y privilegios, constituyéndose independiente del Estado; para ello pretender controlar el gobierno de las naciones y sacar provecho de ellas. Se les acusa de inutilidad social, abandono de su trabajo pastoral y espiritual al preocuparse solo por lo temporal. Un clero ridiculizado e inmoral, por tanto nocivo para la sociedad; denuncia de los votos religiosos como antinaturales, pues atacan la libertad del individuo y sobre el voto de celibato opinan que es contra la sociedad, pues por naturaleza la unión de los sexos permite la existencia de la familia, fundamento de la sociedad. Los medios que usa el clero-religión para su provecho es el engaño al pueblo ignorante y la promoción de la insurrección, colaborador de las clases conservadoras, promoviendo luchas fratricidas.

Pero en la práctica son los intereses expansionistas de los Estados Unidos en México, los liberales exaltados que veían a la Iglesia como impedimento para la constitución de la nación, la masonería, el protestantismo, quienes al país en postración. Contradictoriamente la élite que dice luchar por un pueblo, para darle un estilo de vida mejor acorde a los nuevos tiempos, se enfrenta a éste y busca destruirlo en su identidad, marginándolo en vez de promoverlo.

Ante todo se intenta borrar o romper con la historia anterior, lo que equivale querer eliminar de cuajo la tradición o las raíces católicas injertadas en las Indias, un desprecio de la hispanidad y aceptación del liberalismo francés o anglo-americano como fuente de progreso positivo.[39]

Para resolver esta contradicción entre los ideales de los constituyentes y los de la mayoría del pueblo, Francisco Zarco propone distinción entre populacho y pueblo, éste se distingue por sus ideas progresistas, sobre todo en el aspecto religioso. Esperando que el populacho se convierta en pueblo, el gobierno es una minoría representativa del futuro pueblo en germen.[40]

El Porfiriato, un “ínterin”

El mandato presidencial de Juárez se extiende hasta su muerte el 18 de julio de 1872, queda como presidente interino don Sebastián Lerdo de Tejada, electo después constitucionalmente el 1 de diciembre del mismo año. Al pretender reelegirse en 1876, estalla la revolución de Tuxtepec nombrando al general Porfirio Díaz como jefe del movimiento, que lo llevaría a la Presidencia del país.

El régimen del Porfiriato

Con el triunfo del movimiento de Tuxtepec se inicia el período del porfiriato a lo largo de 35 años (1876-1911), con un breve período de gobierno de Manuel González (1880-1884). Se perfila un nuevo orden, que “constituye toda una época nacional, caracterizada por la paz y el progreso (traducido posteriormente en poca política y mucha administración), aunque por desgracia no hayan sido orgánicos y constructivos, sino incubadores de nuevos trastornos políticos, civiles y sociales”.[41]

Se inaugura la época de la modernidad, queda atrás los tiempos de agitación e inseguridad nacional. Uno de los elementos de carácter general es la estabilidad que tuvo el régimen político, debido a la capacidad de Porfirio Díaz para vincular al poder central los intereses de los caudillos regionales y someterlos a las prioridades del desarrollo económico.[42] Durante este régimen México vivió rápidas transformaciones económicas que impulsó el sector agropecuario de materias primas exportables; en la industria se pasó del taller a la fábrica y uso de técnicas avanzadas; la manufactura creció en el ramo del vestido, el tabaco, el azúcar, el alcohol y se implantó una incipiente siderurgia;[43]uno de los principales instrumentos de este desarrollo fue el ferrocarril, pues dio un mayor control político del país, permitiendo reprimir los brotes de rebelión y bandidaje; unir las regiones productoras de materias primas con los mercados de los países exportadores de bienes manufacturados y de capitales financieros.

Ya Francisco Zarco escribía: “¿Porqué estando el país libre, se siente un malestar? Porque no hay caminos, porque faltan vías de comunicación...sin el ferrocarril de Veracruz no haremos nada...con él tendremos todo”;[44]la clave no era ya la libertad sino el orden, la paz y el bienestar: Donde hay caminos y correos, ferrocarriles y telégrafos, hospitales y hospicios, escuelas y colegios, fábricas y talleres, comercio, industria y actividad en las transacciones, la paz está asegurada por sí misma y el orden no necesita del apoyo militar porque todos están interesados en conservarlo.[45]

El precio por este desarrollo fue alto: las riquezas y bienestar estaba lejos de millones de mexicanos que gastaban su vida en las haciendas y las fábricas; el poder legislativo y judicial, dócil a la voluntad del ejecutivo, es decir, Porfirio Díaz; relaciones de control de los gobernadores y grupos intelectuales; una paz y un progreso sustentado en la represión y la explotación.

Desarrollo de la Iglesia bajo un régimen “tolerante”

Esta paz y tranquilidad alcanzó las relaciones con la Iglesia; ciertamente no se abolieron las leyes anticatólicas, permaneciendo como amenaza constante cuando las circunstancias convinieran para su aplicación. La relativa calma permitió también a la Iglesia reorganizarse, hubo una reaparición de los trajes talares, de las procesiones y de los repiques de campanas, esta conciliación “tolerante” proporcionó las facilidades necesarias para que la Iglesia se expandiera.

El Papa León XIII, nombró a Monseñor Nicolás Averardi como su enviado extraordinario, delegado y visitador apostólico para México (1895-1899), sirviendo de puente y cauce entre la Iglesia mexicana y Roma. El episcopado nacional toma alientos y crece con la erección de nuevas jurisdicciones eclesiásticas,[46]que junto con las sedes vacantes dan paso a nuevos obispos, destacándose la presencia de ex alumnos del Colegio Pío Latino Americano de Roma.[47]La preocupación por una mejor formación del clero en aumento[48]se hizo notar con la creación de 10 nuevos seminarios entre 1882 y 1911. Otro signo de recuperación católica fue la formación o reintroducción de Institutos religiosos.[49]

En este mismo período es convocado el Primer Concilio Plenario Latinoamericano que se llevó a efecto en Roma en 1899, provocando en México la celebración de Sínodos provinciales preparatorios en Oaxaca 1893, México 1896, Durango 1896, Guadalajara 1897 y Michoacán 1897, faltando sólo la Provincia eclesiástica de Linares para celebrar su Sínodo.[50]En total, de 1877 hasta 1911 se celebraron 16 sínodos provinciales y diocesanos.[51] Un hecho importante fue la Coronación pontificia de la Virgen de Guadalupe, el 12 de octubre de 1895, ante numerosas muestras de devoción del pueblo mexicano con sus pastores. El 24 de agosto de 1910, a petición de más de 70 prelados latinoamericanos, la Virgen de Guadalupe fue proclamada por San Pío X como Patrona de América Latina.

Se desarrolló un sistema escolar vigoroso, con la presencia de congregaciones religiosas en la dirección de un gran número de escuelas primarias, secundarias, preparatorias y de Artes y Oficios; abriendo sus puertas centros universitarios: las Universidades Pontificias de Mérida (1885) y México (1896), la Universidad Católica de Puebla (1907) y la Academia Pontificia de Guadalajara (1872-1895).[52]

Un factor importante fue el desarrollo del catolicismo social. A raíz de la Encíclica Rerum Novarum en 1891, produjo en los periódicos de la ciudad de México una verdadera efervescencia por divulgar temas sobre la “terrible cuestión social”.[53]El periodismo católico se desarrolla, pasando de la defensa de la religión a una denuncia de la situación social y política del país. Junto con el nuevo siglo, la cuestión social en México se desarrolla con la creación de los Círculos Católicos, Círculos obreros, Los Congresos Católicos y Agrícolas y las Semanas Sociales.[54]

Todo este desarrollo se tradujo en un catolicismo vigoroso cuya actividad renovada llamó la atención de los gobernadores y de los medios liberales radicales. El gobernador Carlos Canseco dejaba conocer al general Porfirio Díaz su preocupación por la creciente influencia de los sacerdotes sobre la conciencia popular y por la organización de nuevas asociaciones católicas;[55]la imagen de una Iglesia Católica triunfante se acentuó entre los liberales en 1895 y 1896 con la celebración del Concilio Provincial Mexicano, la coronación pontificia de la Virgen de Guadalupe y la visita de Monseñor Nicolás Averardi, representante papal, a México.

Las fuerzas liberales

Al interior del porfiriato se desarrollaron fuerzas opuestas al estilo político impuesto, más que nada respecto a las relaciones “tolerantes” con la Iglesia. Se pueden enumerar tres: el protestantismo, la masonería y el liberalismo, ésta última con diversas acentuaciones políticas.

Porfirio Díaz con su política de orden y progreso, busco una relación de conciliación y dominio de las diversas fuerzas presentes en el país, uno de ellos es la religión. Permitió la presencia de iglesias protestantes en el país, es de notar que mientras la Iglesia católica legalmente estaba impedida para ejercer su ciudadanía, poseer bienes y regir instituciones sociales, las iglesias protestantes, a pesar de ser organizaciones religiosas, podía ejercer sus derechos civiles –incluso ejercer cargos públicos de gobierno-, poseían bienes y se prodigaban en la creación de escuelas e institutos sociales.[56]Este protestantismo es de un estilo nuevo, convencido de su superioridad redentora y llevado por el impulso de expansión norteamericana: la prosperidad de las naciones está ligada a la ética protestante y exige por consiguiente la conversión de las poblaciones, su actividad está impregnada de la inminente hegemonía norteamericana.[57] Otra fuerza presente era la masonería. Porfirio Díaz era masón de grado 33 y en su momento había sido furioso “come curas”, preside las grandes ceremonias masónicas, aunque en lo particular se declara católico; y asiste a las ceremonias protestantes. Díaz, con su política de “domesticación” de las fuerzas que podrían poner en peligro su gobierno, controla a los masones, otorgándoles puestos para así poder controlarlos.[58]

Otro gran problema eran los liberales, que se sentían traicionados con la política porfiriana, principalmente en el aspecto de las relaciones con la Iglesia. Ciertamente la Constitución y las Leyes de Reforma continuaban vigentes, pero clamaban por su aplicación; sin embargo cayeron delante del plan de Díaz, cuando se levantaban voces de inconformidad, Porfirio decía “este gallo quiere máis” (maíz) y se prodigaba en repartir curules en el Congreso, el Gabinete presidencial y Gubernaturas, así pudo embridar a la nación y fortalecer su poder personal, era el dominio de la “caballada”, el omnipotente general Porfirio Díaz, dueño de vidas y haciendas.[59]

La crisis del Porfiriato

El largo período del porfiriato y su estilo político produjo una serie de inconformidades en distintos sectores de la sociedad que podemos situarlos bajo dos grandes rubros: el social y el político.

En el aspecto social trajo una gran desigualdad, la riqueza acumulada en una cuantas manos, grandes latifundios a base de deslindes y apropiación de terrenos comunales, explotación de la mano de obra indígena y campesina; presencia de industria extranjera favorecida sobre los mexicanos, creando una clase obrera de segunda clase en confronto con los empleados extranjeros de las mismas industrias. Explotando las rebeliones y las huelgas que son reprimidas cruelmente.

En el aspecto político, descontentos por la traición hecha a la nación; los masones, protestantes y liberales se alían en su lucha contra la Iglesia católica, pidiendo la aplicación de las Leyes y difundiendo la idea de que la situación del país se debía al clero que apoyaba a Porfirio Díaz, pues difundía una pasividad y total sumisión al sistema político. Acusaban el olvido de los hechos, y personajes que habían logrado conformar al país, la historia patria debe ser la referencia ordinaria; hacían la propuesta de una “religión cívica” con un calendario de celebraciones “litúrgicas” y un panteón liberal, de héroes nacionales y regionales; en 1903 el periódico radical El Nigromante publicaba: “Para nosotros, los principios constitucionales son tan sagrados como para los católicos el santísimo Sacramento [...] como sectarios, tenemos nuestras deidades en Hidalgo, Morelos, Juárez, Ocampo, Ramírez, y en nuestros hogares se venera a Méndez, Bonilla, Bravo y otros”.[60]La construcción de un nuevo país necesitaba una concepción religiosa diversa a la católica para fundar una fe democrática.

Se fundan los clubes liberales radicales que buscan detener el avance del clericalismo,[61]mismas ideas que encontramos entre la masonería, pero quizá sería mejor decir que se trata de una sola realTexto en cursivaidad; por ejemplo en Puebla, la Logia “Melchor Ocampo” se le encuentra en 1901 bajo el nombre de club liberal, reaparece después como logia al ser desterrados sus dirigentes, reapareciendo en 1909, como Club Antirreeleccionista dirigido por Francisco Salinas, afiliado a la masonería; las dirigencias de los partidos liberales remiten a las logias masónicas.[62]

La solidaridad entre logias, iglesias protestantes y clubes liberales era frecuente para hacer frente al bloque en el poder. Un periódico metodista hacía notar que en el distrito de Chalco, México, el protestantismo progresaba junto con el liberalismo radical, no independiente o paralelamente.[63]El desarrollo de los clubes está en estrecha relación con la presencia de iglesias protestantes y participación activa de sus miembros.

Al acercarse las elecciones de 1910, en un ambiente de espera política y de dificultades económicas estalla como una bomba la entrevista de Porfirio Díaz con el periodista James Creelman, publicada el 3 de marzo de 1908, al mismo tiempo en los Estados Unidos en el Pearson’s Magazine y en México en El Imparcial.[64]En ella anuncia que no presentará su candidatura en 1910, que México es ya un país maduro para la democracia y vería favorablemente la formación de partidos de oposición.

Esto propicia una movilización con la aparición de libros: ¿Hacia dónde vamos? de Querido Moheno; Las cuestiones electorales de Manuel Calero; La sucesión presidencial en 1910 de Francisco I. Madero; La organización política de México de Francisco de P. Sentíes; El problema de la organización política de México de Ricardo García Granados; Los grandes problemas nacionales de Andrés Molina Enríquez.[65]

A continuación se suceden los acontecimientos que llevarán a un nuevo orden la vida de México: El 22 de marzo de 1908, Rodolfo Reyes acusa a Díaz de quererse reelegir. En diciembre de 1908, un grupo de intelectuales, entre ellos Reyes y Heriberto Barrón, se reúnen para preparar el lanzamiento de un nuevo partido político. El 22 de enero de 1909 es la Asamblea General del nuevo Partido Democrático, en el mismo mes Porfirio Díaz propone nuevo gobernador del estado de Morelos a Pablo Escandón, se le opone Patricio Leyva, candidato independiente apoyado por la oposición de México. El 7 de febrero es “electo” como gobernador Escandón. El 8 de febrero, Rosendo Pineda y una parte de los “científicos” organizan el Partido Reeleccionista. E1 de abril de 1909, es publicado un Manifiesto del Partido Democrático. El 19 de mayo se funda en México el Club Central Antirreeleccionista.[66]

México había iniciado un camino hacía ya 100 años, a través de revoluciones y constituciones que lo habían ensangrentado, en busca de su libertad. Dándose en este andar el ascenso cada vez más feroz de un liberalismo hostil a las hondas raíces religiosas católicas de sus habitantes, creando una guerra fría entre las dos instituciones: el Estado y la Iglesia. Sus relaciones tensas, encontraron en la peculiar “paz porfiriana” un tiempo de tregua, ciertamente las Leyes aún pendían sobre la Iglesia, como en constante asecho.<>

Más la dictadura no podía ser eterna, las fuerzas del liberalismo- masonería y el protestantismo apuntaron nuevamente contra la Iglesia, aunado al descontento cada vez más patente ante una situación social y política injusta. La crisis del régimen portó su muerte, nuevos vientos empezaron a soplar, la revolución estaba a las puertas.

Notas

  1. BRAVO UGARTE José, Historia de México III, JUS, México 1953, 24-25.
  2. DE LA TORRE VILLAR Ernesto, La Independencia de México, MAPFRE-FCE, México 1992, 21-24., 77-80.
  3. Idem., 40-45.
  4. Nació en el principado de Asturias, España en 1775, electo Obispo de Michoacán en los años de la insurgencia, regresa a España para responder acusaciones en su contra, nombrado Obispo de Tortosa, condenado a seis años de cárcel en 1823 donde murió sin saberse la fecha exacta.
  5. Sería restablecida en 1820 tras el golpe liberal del general Riego, precisamente cuando se dirigía al mando de las tropas destinadas a América para sofocar los movimientos insurgentes. Tras el sofocamiento d este levantamiento liberal en 1823 con la ayuda de la “Santa Alianza” (“Los cien mil hijos de San Luis”, ejército enviado desde Francia en apoyo del absolutismo de Fernando VII), la Constitución de Cádiz es de nuevo abolida. Quedará en la historia constitucional como una añorada referencia por parte de los liberales.
  6. RIVA PALACIO Vicente, México a través de los siglos III, Publicaciones Herrerías S.A., Puebla [sin fecha], 450.
  7. Idem., Apéndice, documento 13.
  8. General español y último virrey de la Nueva España. Nació en Sevilla en 1762, murió en 1821 en la ciudad de México.
  9. Fraile dominico y político republicano. Nació el 8 de octubre de 1763 en Monterrey, Nuevo León, desterrado de México a España por negar las apariciones de la Virgen de Guadalupe, huye a Francia, consigue la secularización y de España traslada su residencia a Londres. Regresa a México donde se hace pasar por obispo, desterrado de nuevo a la Habana, Cuba, pasa a vivir a Estados Unidos. Al consumarse la independencia regresa a México, forma parte del Congreso Constituyente. Muere el 3 de diciembre de 1827, antes recibió la extrema unción en público, acto al que invitó personalmente.
  10. Citado por NAVARRETE Félix, De Cabarrús a Carranza, JUS, México 1957, 20.
  11. Ver ZORAIDA VÁZQUEZ Josefina, El federalismo mexicano 1823-1847, en Federalismos Latinoamericanos. México- Brasil-Argentina, Coord. Marcello Carmagnani, Colegio de México-FCE, México 1993, 26.
  12. Clérigo y estadista. Nació en San Francisco Chamacuero, estado de Guanajuato el 12 de octubre de 1794, ordenado sacerdote en 1829, afiliado al partido masónico escocés. Expatriado en París, donde muere el 14 de julio de 1850.
  13. Un estudio sintético que da una visión completa de las Constituciones particulares de los Estados sobre este punto lo encontramos en NAVARRETE, Op. Cit. 21-30.
  14. ZORAIDA VÁZQUEZ Josefina, Federalismo, reconocimiento e Iglesia, en Memoria del I Coloquio Historia de la Iglesia en el siglo XIX, Coord. Manuel Ramos Medina, Colegio de México-Colegio de Michoacán-Instituto Mora-UAM-CONDUMEX, México 1998, 95.
  15. ECHEAGARAY José I., Contexto histórico de las Relaciones Iglesia y Estado en México, en Las libertades religiosas. Derecho Eclesiástico Mexicano, Coord. Antonio Molina Meliá, Universidad Pontificia de México A. C., México 1997, 62.
  16. MEDINA ASCENCIO Luis, México y el Vaticano I, JUS, México 1965, 40.
  17. Idem., 41.
  18. El documento completo se puede encontrar en TORO Alfonso, La iglesia y el Estado en México, Talleres gráficos de la nación, México 1927, 83-85
  19. Idem., 22.
  20. QUIRARTE Martín, El problema religioso en México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México 1967, 150.
  21. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ Fidel, Un antecedente del Sínodo de América: el Concilio plenario Latinoamericano de 1899, en Ecclesia XI (1997) 617-618.
  22. BRAVO UGARTE, Op. Cit., 164-213.
  23. ALVEAR ACEVEDO Carlos, La Iglesia en la Historia de México, JUS, México 1995, 244.
  24. En el Diario Oficial del 18 de abril de 1854, decía que los revolucionarios de Ayutla hechos prisioneros llevaban un documento con el Plan de gobierno claramente anticlerical y que en el punto 4 citaba la intervención civil en los actos de bautismo, matrimonio y entierro. NAVARRETE, Op.Cit., 47-48.
  25. Citado por GARCÍA GUTIÉRREZ J. Jesús, Acción anticatólica en Méjico, Campeador, México, 1956, 57.
  26. DE LA PEÑA Luis J., La legislación mexicana en relación con la Iglesia, Cuadernos 3 Colección Canónica de la Universidad de Navarra, 35-36.
  27. RIVA PALACIO, Op. Cit. V, 246.
  28. Constitución General de los Estados Unidos Mexicanos sancionada y jurada por el Congreso Constituyente el 5 de febrero de 1857, México 1857.
  29. Palabras de Justo Sierra citado por GÓMEZ ARANA Guillermo, La Constitución de 1857 una ley que nunca rigió, JUS, México 1958, 11.
  30. Citado por RIVA PALACIO, Op. Cit., 238.
  31. Llamado el “Nigromante”. Abogado, político, escritor y gran orador. Nació en San Miguel el Grande, estado de Guanajuato el 23 de junio de 1818. Hijo de don Lino Ramírez y doña Sinforosa Calzada, ambos queretanos y raza mestiza. Murió el 18 de julio de 1879.
  32. Político liberal y jurisconsulto. Nació en San Luis Potosí el 18 de noviembre de 1811. Hijo de don Bonifacio Arriaga y doña María Tranquilina Leija, de mediana posición económica. Considerado como Padre de la Constitución de 1857. Murió en el año de 1865.
  33. ALVEAR ACEVEDO, Op. Cit., 260.
  34. Citado por DE LA PEÑA, Op. Cit.,39.
  35. Sobre este punto es excelente la narración de RIVA PALACIO, Op. Cit., 244-254; que aunque es de tendencia liberal, presenta un cuadro de la situación religiosa del país a raíz de la promulgación de la Constitución.
  36. El texto completo de la Alocución la reporta RIVA PALACIO, Op. Cit., 241-243.
  37. BRADING D.A., Clemente de Jesús Munguía: Intransigencia ultramontana y la Reforma mexicana, en Memoria...,Op. Cit., 33-34.
  38. Idem., 34.
  39. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Op. Cit., 623.
  40. GUERRA François-Xavier, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, MAPFRE-FCE, México1993, 379-380.
  41. GUTIÉRREZ CASILLAS J., Historia de la Iglesia en México, 329.
  42. BASTIÁN Jean-Pierre, Los disidentes. Sociedades protestantes y Revolución en México 1872-1911, Colegio de México-FCE, México 1993, 88.
  43. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ Sergio, La ciudad de México y la cultura urbana, en México a fines de Siglo I, Coord. José Joaquín Blanco y José Woldenberg, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-FCE, México 1993, 257.
  44. Citado por KRAUZE Enrique, Porfirio Díaz místico de la autoridad, FCE, México 1987, 30.
  45. Idem.
  46. En 1857 había una arquidiócesis y 10 diócesis, en 1906 son ya 8 arquidiócesis, 23 diócesis y un vicariato apostólico. ROMERO DE SOLÍS José Miguel, El Aguijón del Espíritu. Historia contemporánea de la Iglesia en México (1892-1992), IMDOSOC, México 1994, 51.
  47. Un estudio detallado sobre este punto nos presenta O’DOGHERIT Laura, El ascenso de una jerarquía eclesial intransigente 1890-1914, en Memoria...,Op. Cit., 257.
  48. En 1851 habían 3232 presbíteros, en 1900 4015 y en 1910 se contaban 4461. ROMERO DE SOLÍS, Idem.
  49. En 1856 habían 9 congregaciones masculinas, en 1899 son 16 y en 1916 alcanzan el número de 22; mientras las congregaciones femeninas eran 13 en 1904 y en 1914 son ya 23. Idem.
  50. Sobre los sínodos preparatorios al I Concilio Plenario Latinoamericano se puede ver: CHÁVEZ SÁNCHEZ Eduardo, La Iglesia de México entre Dictaduras, Revoluciones y Persecuciones, Porrúa, México 1998, 42-61
  51. GUTIÉRREZ CASILLAS José, Historia de la Iglesia en México, Porrúa, México 1984, 255-256.
  52. ROMERO DE SOLÍS, Op. Cit., Idem.
  53. Un estudio sobre este tema se puede ver en: CEBALLOS RAMÍREZ Manuel, El Catolicismo socia: un tercero en discordia. Rerum Novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911), Colegio de México, México 1991.
  54. CEBALLOS RAMÍREZ, Op. Cit., 165-252.
  55. Citado por BASTIÁN, Op. Cit., 178.
  56. MEYER Jean, Historia de los cristiano en América Latina. Siglos XIX y XX, Vuelta, México 1991,123.
  57. Idem., 121.
  58. KRAUZE, Op. Cit., 31-53.
  59. Idem.
  60. Citado por BASTIÁN, Op. Cit., 168.
  61. GUERRA François-Xavier, México: del Antiguo Régimen a la Revolución II, FCE, México 1992, 17.
  62. Idem., 19.
  63. BASTIÁN, Op. Cit., 202.
  64. GUERRA, Op. Cit., 101.
  65. Idem., 106.
  66. Idem., 142-143.

Bibliografía

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JOEL TUZ / FIDEL GONZÁLEZ