LITERATURA BRASILEÑA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Presentamos las coordenadas básicas de la literatura brasileña con los autores y obras más significativos, ordenados según un criterio cronológico. De forma deliberada concedemos mayor atención a la literatura de los siglos XIX-XX, a partir de la independencia del país (1822). Marcamos los autores y obras que consideramos más significativos dentro del canon literario, señalando las fechas respectivas. Sobre todo en lo referido al siglo XX no hará falta insistir en el valor relativo y puramente orientativo de las distintas divisiones y etiquetas —por falta de perspectiva histórica—, además de los inevitables solapamientos cronológicos.

Era colonial

Durante este periodo de tres siglos la literatura de Brasil —como la cultura y la sociedad en general: sin universidad ni imprenta— está estrechamente ligada a la metrópoli portuguesa. El primer testimonio literario es la Carta de achamento de Pêro Vaz de Caminha al rey D. Manuel de Portugal (1500), que refleja el deslumbramiento ante la novedad americana. A lo largo del siglo XVI aparecerán otros textos en la misma línea, escritos por varios portugueses como Pêro de Magalhães Gândavo (História da província de Santa Cruz, 1576) y Gabriel Soares de Sousa (Tratado descriptivo do Brasil, 1587).

Dentro de la literatura informativa sobre Brasil, dirigida a Europa, destacan los textos producidos por miembros de la Compañía de Jesús, especialmente cartas. El Diálogo sobre a conversão do gentio (1556-1557) de Manuel da Nóbrega, es cronológicamente la primera “obra literaria” escrita en Brasil. El misionero Fernão Cardim es autor de Tratados da terra e gente do Brasil. Ahora bien, algunos jesuitas también escriben textos más propiamente literarios, con finalidad catequética, para los indígenas. Así el canario José de Anchieta (1534-1597), autor de una obra plurilingüe (en portugués, castellano, latín y tupí) compuesta por poemas y piezas teatrales. Anchieta escribió también textos cultos, como los poemas latinos De Beata Virgine Dei Matre Maria y De gestis Mendi de Saa. Ya en el siglo XVII sobresale la prosa del jesuita luso-brasileño António Vieira (1608-1697), fundamentalmente predicador, pero también epistológrafo y siempre defensor de los indígenas contra los abusos de los colonos.

Como en Portugal, el barroco se desarrolla en torno a academias de literatos y eruditos, que se suceden a lo largo de los siglos XVII y XVIII. La poesía barroca se proyecta en Brasil sobre todo a través el baiano Gregório de Matos (1636-1696), el poeta más célebre del Brasil colonial; ingenioso y muy crítico de la sociedad de su tiempo, representa el gongorismo. Le sigue Manuel Botelho de Oliveira, el primer escritor nacido en Brasil que publica un libro: Musica do Parnasso (Lisboa, 1705), reuniendo textos en portugués, castellano, italiano y latín. Un poco posterior es Sebastião da Rocha Pita, autor de História da América portuguesa.

Hacia 1760, gracias a la prosperidad originada por los yacimientos de oro, surgirá en la región de Minas Gerais un florecimiento artístico y cultural que alcanza a la literatura. En este contexto aparece la llamada Escola mineira, fundamentalmente neoclásica o arcádica. Esta corriente está representada por poetas como Claudio Manuel da Costa (Vila Rica), Tomás António Gonzaga (Marília de Dirceu y las satíricas Cartas chilenas) y Silva Alvarenga (Glaura). Basílio da Gama, con el poema heroico y anti-jesuítico Uraguay (1769) es el iniciador de una temática específicamente brasileña en torno a la guerra guaranítica. En la misma línea se sitúa el poema épico Caramuru (1781) del fraile agustino José de Santa Rita Durão en torno a la historia del portugués Diogo Álvares Correia y la india Paraguaçu. A una segunda fase arcádica correspondería José Bonifácio de Andrada e Silva.

El romanticismo

El siglo XIX en Brasil comienza con la significativa llegada de la imprenta en 1808. Progresivamente la literatura brasileña irá adquiriendo un carácter autónomo, en paralelo con la independencia (1822) que configura el Império do Brasil.

En el romanticismo (oficialmente vigente entre 1836 y 1881) los autores expresan las particularidades nacionales junto a los aspectos íntimos de la vida afectiva. Inaugura el nuevo estilo Gonçalves de Magalhães con la revista Niterói y el libro Suspiros poéticos e saudades, ambos publicados en París en 1836; más tarde sacará a la luz A confederação dos tamoios. Posteriormente António Gonçalves Dias (1823-1864) se impone como el mayor poeta romántico con Canção do exílio. Le seguirán Casimiro de Abreu (Primaveras) y Fagundes Varela (O Evangelho nas selvas). Castro Alves (1847-1871), será el último gran poeta del romanticismo brasileño y se caracteriza por su compromiso social abolicionista de la esclavitud: Os escravos, y sobre todo el poema narrativo A cachoeira de Paulo Afonso. La poesía social es también cultivada por Sousândrade (Guesa errante).

Podemos decir que la novela nace en Brasil con O filho do pescador (1843) de Teixeira e Sousa y A Moreninha (1844) de Joaquim Manuel de Macedo. Después vendrá Manuel António de Almeida con la novela de costumbres Memórias de um sargento de milícias (1852): narración folletinesca de las aventuras de Leonardo, un antihéroe de raigambre picaresca, y con final feliz, que pronto alcanzaría un gran éxito.

Pero el maestro indiscutible del romanticismo es José de Alencar (1829-1877), quien introdujo en la literatura el uso brasileño de la lengua portuguesa. Sus principales novelas componen una especie de suma romanesca de un Brasil idealizado: O guarani, epopeya de la formación de la nacionalidad brasileña; Iracema, fábula india del Ceará; O gaúcho, sobre el hombre de Rio Grande do Sul; y Senhora, análisis crítico de la sociedad burguesa de Rio. Otros narradores románticos son Bernardo Guimarães (O seminarista, A escrava Isaura), el Visconde de Taunay (Inocência), Franklin Távora y Firmina dos Reis. Mención aparte merece el franciscano Francisco de Monte Alverne (1784-1858), el mayor orador sagrado de la época del imperio.

Del realismo al simbolismo

En un contexto marcado por fuertes cambios —en particular la abolición de la esclavitud en 1888 y la implantación de la República al año siguiente— la prosa narrativa brasileña alcanza su plena madurez.

El carioca autodidacta Joaquim Maria Machado de Assis (1839-1908), mestizo de origen humilde, es el gran nombre de este momento y probablemente el mayor escritor brasileño de todos los tiempos. Tras una primera etapa romántica en que también cultivó la poesía (Crisálidas), a partir de 1880 marca el inicio del realismo en Brasil. Sus principales obras son Memórias póstumas de Brás Cubas (1881), Quincas Borba (1891) y especialmente Dom Casmurro (1900), con la insuperable figura-símbolo de Capitu ¬—la compleja mujer casada con Bentinho— y donde la crisis conyugal puede alegorizar la del imperio brasileño.

En ellas frecuentemente interrumpe su narrativa para propiciar un diálogo con el lector. Se trata de un realismo interior que retrata el alma, revelando los aspectos trágico-cómicos de la condición humana. Junto a su profundo análisis psicológico de los personajes, destacan el humor amargo y la ironía, así como un lenguaje que recrea sutilmente el habla coloquial. En su última obra, Memorial de Aires (1908), escrita tras la muerte de su esposa, evoluciona hacia un espiritualismo propio de la época simbolista. Entre sus cuentos sobresalen títulos como O alienista o Missa do galo. Escritor verdaderamente universal, en 1897 sería cofundador y primer presidente de la Academia Brasileira de Letras.

El marañense Aluísio Azevedo es el primer autor de novela social de tesis con O mulato, de carácter positivista y anticlerical, mientras que O cortiço se inscribe dentro del naturalismo. Obra naturalista es igualmente O missionário, de Inglês de Sousa. Poco después se afirma Raul Pompeia, con O ateneu, novela sobre la adolescencia en el internado de un colegio, impregnada de amarga ironía.

En las primeras décadas del siglo XX un puñado de autores, llamados premodernistas, rompen con el nacionalismo ufanista y ponen al descubierto las verdaderas tensiones de la época. Os sertões (1902) de Euclides da Cunha (1866-1909), sobre la campaña de Canudos, se convirtió en el libro guía de la nacionalidad. Modelo de prosa impresionista a comienzos del siglo XX es Graça Aranha en obras como Canãa y A viagem maravilhosa. Dentro de la novela social figuran los títulos de Lima Barreto sobre la realidad urbana de Rio de Janeiro: Triste fim de Policarpo Quaresma o Clara dos Anjos.

El formalismo parnasiano es cultivado por poetas a caballo de ambos siglos como Alberto de Oliveira, Raimundo Correia y el sonetista Olavo Bilac; en todos ellos domina una tendencia preciosista. El mejor poeta simbolista es João da Cruz e Sousa (Broquéis, Últimos sonetos); le sigue Alphonsus de Guimaraens (Kyriale).

En el campo de las ideas, descuella la Escola do Recife, liderada por Tobias Barreto y seguida por hombres como Sílvio Romero y Capistrano de Abreu. Dentro de la tendencia antipositivista se significa Raimundo de Farias Brito. Por su parte, el fluminense Carlos de Laet y el paulista Eduardo Prado representan el pensamiento católico y monárquico a caballo de los siglos XIX y XX, mientras que la oratoria está dominada por Rui Barbosa.

El modernismo de 1922

En la literatura brasileña el concepto de «modernismo» es equiparable a las vanguardias (innovaciones radicales en los códigos literarios que suponen una auténtica revolución estética), no coincidiendo por tanto con el modernismo de las literaturas española e hispanoamericana. En febrero de 1922, con motivo del centenario de la independencia, algunos jóvenes organizaron en São Paulo una Semana de Arte Moderna, con la intención de crear un arte y una literatura acordes con los nuevos movimientos de vanguardia que surgen a partir del futurismo. El principal mentor de aquella manifestación cultural, a la que se sumaron pintores, escultores y músicos, fue el ya citado Graça Aranha. Estos autores vivirán divididos entre la seducción de la cultura occidental y las exigencias de su propio pueblo, mezclándose lo futurista con lo primitivista y esto con las teorías de Freud. Una de las cuestiones fundamentales será encontrar las raíces de la identidad mestiza de Brasil.

En la primera etapa o fase revolucionaria del movimiento, se suceden diversos grupos rivales. Entre las publicaciones periódicas descollaron Klaxon y Revista de antropofagia. Así, entre los autores de la primera generación modernista se encuentran Mário de Andrade, Oswald de Andrade, Cassiano Ricardo, Raul Bopp, Ronald de Carvalho, o Menotti del Picchia (mentor del verde-amarelismo).

El escritor y musicólogo Mário de Andrade (1893-1945), protagonista del primer modernismo, es el creador de la novela Macunaíma, o herói sem nenhum carácter (1928) —cuyo protagonista se modifica camaleónicamente incorporando las diferentes culturas brasileñas— y del poemario Paulicéia desvairada.

Por su parte, Oswald de Andrade (1890-1954) es autor del célebre Manifesto de poesia pau-brasil (1924), que propugnaba una estética primitivista que revalorizase la tradición cultural brasileña. Cuatro años después lanzaría el Manifesto antropófago —sintetizado en la frase “Tupi or not tupi that is the question”—, según el cual la identidad brasileña vendría dada por la capacidad de devorar y asumir en su propio organismo cultural influencias de los diversos pueblos. Como narrador sobresalen sus Memórias sentimentais de João Miramar.

No obstante, el principal poeta de esta fase será el pernambucano Manuel Bandeira (1886-1968), autor de libros como Libertinagem, donde figuran algunos de sus textos más famosos: Pneumotórax y Vou-me embora pra Pasárgada. Maestro en conjugar tradición y modernidad, domina el verso libre y la rima, incorporando a su poesía abundantes motivos y términos prosaicos. En la prosa modernista ocupa un importante lugar Alcântara Machado, sobre todo por sus cuentos como el titulado Brás, Bexiga e Barra Funda. Recordemos también al ensayista Paulo Prado: Retrato do Brasil.

Poesía del segundo modernismo

La segunda fase del modernismo está conformada por una nueva generación, surgida a partir de 1930. Estos autores amplían su universo temático y se preocupan más de los temas sociales.

Sobresale la figura del mineiro Carlos Drummond de Andrade (1902-1987), en cuya poliédrica obra lírica subyace una meditación sobre la existencia humana y una atenta mirada a los problemas sociales, evolucionando hacia una mayor preocupación formal. También cuentista y cronista, Sentimento do mundo, Claro enigma o Lição de coisas son algunos de sus títulos de poesía, traspasada por una especie de humor triste.

Dentro de las voces femeninas sobresale Cecília Meireles (1901-1964), cuya obra está marcada por su profunda vida interior. Adscrita a la corriente espiritualista del segundo modernismo y principal figura del proyecto estético representado por la revista Festa (1927), entre sus libros se cuentan Viagem y Romanceiro da Inconfidência. Un caso singular es el de Mário Quintana, que destaca por su producción de tipo aforístico: Apontamentos de história sobrenatural.

También desde el punto de vista del discurso católico en la literatura brasileña, debemos tener presente la importancia del modernismo. En Rio de Janeiro surgen dos instituciones: la revista A Ordem y el Centro Dom Vital, con el objetivo de recristianizar la sociedad civil y que se nutren del carisma de laicos conversos como Jackson de Figueiredo y Alceu Amoroso Lima (importante crítico literario que también firmaba como Tristão de Ataíde), animados por el cardenal Sebastião Leme y por el jesuita Leonel Franca.

Como poetas ocupan un lugar de realce Jorge de Lima y Murilo Mendes; ambos autores escribieron conjuntamente Tempo e eternidade (1935), libro que pretendía “restaurar a poesia em Cristo”. Jorge de Lima (1895-1953), autor de títulos como A túnica inconsútil o Poemas negros, fue sucesivamente poeta regional, negro, bíblico y hermético. Por su parte Murilo Mendes (1901-1975) representa una poesía a la vez mística y social, en ocasiones cercana al surrealismo (Mundo enigma, As metamorfoses); pero también cultivó la prosa: O discípulo de Emaús.

Lugar aparte ocupa Vinícius de Morais, quien pasó del neosimbolismo religioso a la temática amorosa, y que desde finales de los años cincuenta renovaría la música brasileña a través de la bossa nova. Otros poetas católicos de este periodo son el editor Augusto Frederico Schmidt (Canto da noite) o el benedictino Dom Marcos Barbosa (Poemas do Reino de Deus).

Regionalismo y otras corrientes narrativas (años 30-50)

Clave fundamental del segundo modernismo brasileño es la óptica regionalista. En este sentido la figura clave es el antropólogo y sociólogo Gilberto Freyre (1900-1987), a partir del Manifesto regionalista (1926). En Casa-grande e senzala (su obra capital, de 1933), se refiere al desarrollo de la vida cotidiana bajo el régimen de la economía patriarcal entre la casa del amo y la choza de los esclavos. Surge entonces el concepto de luso-tropicalismo, que supone la integración de la cultura portuguesa desarrollada en un contexto tropical.

Es el momento de eclosión de la novela regionalista, convertida a la manera neorrealista en instrumento de denuncia, documenta el paisaje físico y social de Brasil. La realidad del nordeste, de sus condiciones naturales (sequía) y sociales (estructura basada en el modelo colonial) aparece reflejada en la llamada novela nordestina. Hay en ella un ciclo del cangaço (una especie de bandolero típico del nordeste), un ciclo de la caña de azúcar y un ciclo del cacao. Son obras en las que se reflejan los problemas derivados del “coronelismo” latifundista. Inspirada en Paraíba aparecen A bagaceira (1928) de José Américo de Almeida y Menino de engenho (1932) de José Lins do Rego. En relación a Ceará, O quinze de Raquel de Queirós.

En la década de los años treinta, el realismo crítico de Graciliano Ramos (1892-1953) se expresa en un lenguaje sobrio y preciso para reflejar situaciones de extrema dureza. Sus principales obras don São Bernardo, Angústia y sobre todo Vidas secas: sobre las penalidades de una familia que huye de la sequía del interior hacia la costa. Otros títulos son Caetés, Memórias do cárcere y varios libros de cuentos.

En Bahia se distingue Jorge Amado (1912-2001), autor comprometido y optimista, con obras como O país do carnaval, Cacau, Jubiabá, Gabriela cravo e canela, Dona Flor e seus dois maridos o Tenda dos milagres. Su discurso narrativo se enriquece con matices irónicos y humorísticos y ha sido durante varias décadas el escritor brasileño más traducido en el extranjero, aunque tal vez se resienta de cierto populismo literario. También otros territorios brasileños son representados por la novela regionalista. Los ambientes populares de Rio de Janeiro aparecen en los cuentos de Marques Rebelo (Oscarina). José Geraldo Vieira escribe Albatroz, la gran novela del mar. Érico Veríssimo evoca Rio Grande do Sul a través de una saga familiar en su trilogía histórico-regionalista O tempo e o vento; otros libros suyos son O senhor embaixador o Incidente em Antares.

Hacia 1945 surge una tercera generación modernista (también llamada Postmodernismo brasileño) que busca un nuevo lenguaje. El autor paradigmático es João Guimarães Rosa (1908-1967), que ha sido comparado con Joyce y Borges por su fusión de lo regional y lo universal a lo largo de su singular obra. Su principal título es Grande sertão: veredas (1956), donde la alquimia del lenguaje es un protagonista principal, con continuos juegos de palabras y polisemias: se trata de una epopeya colectiva y simbólica —con un destacado papel para la lucha entre el bien y el mal—, donde los humildes viven en constante estado de heroísmo, dirigidos por jefes como Riobaldo. Hombre profundamente religioso, Guimarães Rosa fue asimismo maestro de narrativa breve, reunida en Saragana y Corpo de baile.

Por su parte, la ucraniana de nacimiento Clarice Lispector (1925-1977) escribe novelas de introspección, que indagan en los conflictos del ser y en lúcidas tomas de conciencia desde una experiencia de iluminación casi mística. De este modo da un salto de lo psicológico a lo metafísico: Perto do coração selvagem, A paixão segundo G. H. Maestra del monólogo interior en la línea de Virginia Woolf, su obra refleja una profunda inquietud existencial. De origen judío, parece que en su última etapa vivió un acercamiento al cristianismo.

En el campo de la novela de explícita inspiración cristiana podemos recordar a Cornélio Pena (A menina morta), Otávio de Faria (Tragédia burguesa) y Lúcio Cardoso (Mãos vazias). Aquí cabe un lugar destacado para Adonias Filho (1915-1990) conjuga el máximo cuidado formal con una honda indagación existencial de cuño cristiano: Memórias de Lázaro, Luanda Beira Bahia, As velhas. En la línea más conservadora del pensamiento católico podemos recordar al polifacético Gustavo Corção y el grupo de la revista Permanência.

Hemos de señalar también a varios narradores intimistas: Cyro dos Anjos con sus novelas de educación sentimental (O amanuense Belmiro, Abdias); o Elisa Lispector (O muro de pedras). Dentro del campo del ensayismo citemos al historiador Sérgio Buarque de Holanda (Raízes do Brasil, Visão do paraíso) y al crítico literario António Cândido.

Poesía en la segunda mitad del siglo XX

A partir de 1945 surgen otras propuestas renovadoras en torno al llamado Neomodernismo, con poetas como Ledo Ivo (Finisterra), Domingos Carvalho da Silva (Poesia oculta) o Bueno de Rivera (Mundo submerso). El primer canon de la generación del 45 quedó definido en la antología Panorama da nova poesia brasileira (1951).

Progresivamente se ha caminado en dirección hacia una mayor objetividad poética. Así, en los años cincuenta surge el movimiento de la poesía concreta, que investiga en los aspectos acústico y visual de las palabras. Representantes cualificados de este movimiento son Augusto y Haroldo de Campos y Décio Pignatari. El recifense João Cabral de Melo Neto (1920-1999), diplomático de profesión —su permanencia en España dejará profunda huella e su obra—, escribe una poesía objetiva, racional y sobria, que busca el rigor formal junto con una dimensión ética y social: O engenheiro, o Morte e vida Severina. En 1994 recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Por su parte Ferreira Gullar (São Luís do Maranhão, 1930), también ensayista, abandonó la vanguardia neoconcretista para volcarse hacia la cultura popular y la literatura de cordel: Poema sujo, Na vertigem do dia. Entre los llamados pos-vanguardistas podemos citar a Francisco Alvim y Carlito de Azevedo. Otros nombres a recordar dentro de la poesía de finales del siglo XX son Eduardo de Oliveira, Gilberto Mendonça Teles, Mário Chamie, Carlos Nejar, Oswaldo de Camargo, António Olinto, Cláudio Aguiar o Adélia Prado.

Narrativa de las últimas décadas

La ficción brasileña de las últimas décadas se caracteriza por una gran pluralidad de tendencias. Damos cuenta de algunos autores y obras principales. Avalovara (1973), del pernambucano Osman Lins (1924-1978), es una novela que pretende definir la vida dando una visión cósmica y real de una nación que es una suma de países y pueblos. Su protagonista se configura a través de tres relaciones sentimentales con tres mujeres distintas, que de algún modo simbolizan el encuentro de los pueblos y las razas.

Carlos Heitor Cony (1926), desde el realismo psicológico, muestra con desgarro la miseria urbana: A casa do poeta trágico. Por su parte, un realismo fantástico caracteriza la obra de Murilo Rubião: O ex-mágico. Otro renovador de la técnica narrativa es Autran Dourado (1926), diestro en la recreación de monólogos interiores: Uma vida em segredo, Ópera dos mortos. Lygia Fagundes Telles (1923) retrata la decadencia moral de la burguesía paulista en As meninas. Son destacables asimismo los cuentos reunidos en Invenção e memória. El año 2005 fue distinguida con el Premio Camões.

El escritor y guionista de cine Rubem Fonseca (1925) representa la novela policiaca, llena de violencia urbana: O caso Morel, A grande arte. Ese camino ha sido seguido también por otros narradores como João António Ferreira Filho (Malhação do Judas carioca). Dalton Trevisan, especialista en la narrativa breve —para muchos el mayor cuentista contemporáneo de Brasil—, escribe narrativas expresionistas con títulos como O vampiro de Curitiba.

También a mediados de siglo escriben Alguna analogía tiene la obra de Josué Montello: (Largo do desterro); Herberto Sales (Dados biográficos do finado Marcelino); José Cândido de Carvalho (O coronel e o lobisomem); Samuel Rawet (Contos do emigrante); António Callado (Reflexos do baile); el cuentista Otto Lara Resende (Boca do inferno); Geraldo Ferraz (Doramundo) o Zélia Gattai (Anarquistas graças a Deus).

Los años setenta se abren con la literatura de resistencia del tipo de Zero, de Ignácio de Loyola Brandão. Poco después Fernando Sabino, en O grande mentecapto, narra las aventuras de Geraldo Viramundo, una especie de Quijote que recorre Minas Gerais. Por su parte Moacyr Scliar reconstruye figuras judías de Porto Alegre: O centauro no jardim. Entretanto Josué Guimarães: Camilo Mortágua cuenta la trayectoria de una familia gaúcha de comienzos del siglo XX. Como representante de la literatura pop, marcada por la proximidad con lo cotidiano, podemos citar a Roberto Drummond. El baiano João Ubaldo Ribeiro (1941) refleja la realidad sociopolítica del país en obras como Sargento Getúlio y especialmente Viva o povo brasileiro (1984), peculiar visión sobre la construcción de la nacionalidad.

Una narradora lírica que ocupa en la actualidad un lugar destacado es Nélida Piñon (1937), que en A república dos sonhos (1984) presenta la confrontación entre dos mundos, el europeo y el americano desde la experiencia de la emigración de Galicia a Brasil (sus propios abuelos). Otros títulos suyos son: A casa da paixão, Vozes do deserto, o Aprendiz de Homero.

Ya en los años finales del siglo XX, algunos novelistas retoman el filón regionalista, mientras otros ahondan en la cotidianeidad de las megalópolis. Entre los más novelistas jóvenes, nacidos entre los años 50 y 60, podemos citar a Paulo Lins (Cidade de Deus), Ana Miranda (Boca do inferno), Milton Hatoum (Relato de um certo Oriente), Bernardo de Carvalho (Mongólia), o Diogo Mainardi (Contra o Brasil). Un caso único por sus extraordinarias ventas y su dimensión internacional es el de Paulo Coelho.

Para terminar, dentro del teatro de la segunda mitad del siglo XX, podemos subrayar cuatro dramaturgos: Ariano Suassuna (Auto da compadecida), Nelson Rodrigues (Vestido de noiva; Senhora dos afogados), Jorge Andrade (Os ossos do barão) y Augusto Boal (Revolução na América do Sul).

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EDUARDO JAVIER ALONSO ROMO