LIZANA Y BEAUMONT Francisco. Su protagonismo en la Independencia de la Nueva España

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Al conocerse en México la noticia de las abdicaciones de Carlos IV y su hijo Fernando VII al trono español en favor de Napoleón, y la designación que este hizo de su hermano José como rey de España,[1]las autoridades civiles y eclesiásticas novohispanas fueron presa de desconcierto y estupor. No se sabe quién gobierna España, si el gobierno dejado por Fernando VII o aquel que depositó Napoleón en su hermano José. Diversos movimientos se gestaron en España, y la América española no podía quedarse al margen.

Aunque en un primer momento algunos pocos pensaron en acatar las cosas que venían de España y aceptar el gobierno de José Bonaparte, la gran mayoría de las autoridades hispanoamericanas –desde México hasta Buenos Aires- lo repudiaron considerándolo un gobernante ilegítimo y usurpador. Por lo que se refiere a las sociedades del Continente, donde convivían el mestizo, el criollo y el peninsular, empezaron a pensar en su independencia, aunque diferían en los métodos para lograrla. Es desde esta situación donde esbozaremos el papel que protagonizó el Arzobispo de la ciudad de México, don Francisco Javier Lizana y Beaumont.

Biografía del Arzobispo Lizana y Beaumont

El Señor Arzobispo Don Francisco Javier Lizana y Beaumont nació en la ciudad de Arrendó, Obispado de Calahorra, La Rioja, España, el 3 de diciembre (fiesta de San Francisco Javier) de 1750, siendo sus padres Bernardo de Lizana y Bernarda de Beaumont.

Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal, trasladándose después a Calatayud a cursar Filosofía, y posteriormente en la Universidad de Zaragoza cursó jurisprudencia canónica y civil, graduándose como doctor en ambos derechos en 1771. Ya con el grado de doctor, impartió la cátedra de Concilio en la Universidad de Alcalá. El arzobispo de Toledo conoció sus virtudes y lo solicitó como obispo auxiliar, y tras los trámites propios del Patronato Real y la confirmación de la Santa Sede, Francisco Lizana fue consagrado obispo el 21 de febrero de 1795.

De la diócesis de Toledo pasó a la de Teruel en febrero de 1801; y por el fallecimiento del arzobispo de México, Alonso de Haro y Peralta, en 1803 el rey Carlos IV solicitó a Lizana reemplazarlo. Tres veces Lizana rechazó el nombramiento pero en obediencia al monarca, finalmente aceptó el cargo.[2]Haciendo el viaje a México en compañía del canónigo José De Fonte quien sería su sucesor, el arzobispo Lizana y Beaumont tomó posesión de la Arquidiócesis el 11 de enero de 1803, al frente de la cual permaneció hasta su fallecimiento ocurrido el 6 de marzo de 1811.

Su desempeño pastoral

Después de la ceremonia de toma de posesión de la Mitra, la primera acción que tomó el arzobispo Lizana fue convocar al clero de su arquidiócesis a ejercicios espirituales, evidenciando desde el principio su preocupación por la vida espiritual de los fieles a él encomendados. Además de recorrer toda su extensa arquidiócesis en visitas pastorales, fundó el pueblo de indios de la Concepción de Arnedo; dividió los curatos de Santiago y San Sebastián d Querétaro; celebraba una junta semanal con los curas de su arzobispado; procuró reformas pedagógicas en puntos de Liturgia; buscó extinguir abusos y mejorar el ministerio sacerdotal; reglamentó los monasterios de religiosas y los tribunales eclesiásticos y publicó veinticinco cartas pastorales.

Circunstancias políticas del virreinato que le tocó vivir

Las circunstancias políticas que le tocó vivir llevó al arzobispo Lizana a tener también injerencia en los asuntos públicos del Estado. Según Sosa, “fue para él fuente de sinsabores y pesares. Su carácter no era en verdad a propósito para las intrigas y luchas políticas, y solo sabiendo que era un hombre débil a quien arrastraban los que ejercían influencia en su ánimo, se comprende que hubiese tomado parte en los sucesos que motivaron la deposición del virrey Iturrigaray”[3]

Las circunstancias políticas que le toco vivir estuvieron determinadas por las abyectas abdicaciones de los monarcas españoles y la simultánea invasión napoleónica a España. En Hispanoamérica nadie aceptó la autoridad del francés «Pepe botellas», pero hubo dos estrategias muy diferentes para hacerle frente: la de los llamados « juntistas» porque afirmaban que cada virreinato tenía el derecho de formar una Junta Suprema para sustituir la autoridad del cautivo Fernando VII; y la de los «centristas», que negaban ese derecho a los virreinatos americanos porque los consideraban ya meras «colonias», y por tanto debían someterse a la autoridad de la «Junta central» de Cádiz.

En Sudamérica se impusieron los « juntistas». En Nueva España se impusieron los «centristas», agrupados en torno a la Audiencia de México, sobre los « juntistas» del Ayuntamiento de la capital . Según José Vasconcelos, “El ayuntamiento, representado por los regidores Azcarate y el licenciado Verdad, tomó el acuerdo patriótico presentado al virrey Iturrigaray de asumir la soberanía a efecto de no ser presa de los franceses que dominaban España, ni de los ingleses que intrigaban en el exterior.”[4]

Esta explicación según Vasconcelos siendo verdadera es incompleta porque se refiere solo a las circunstancias de 1808. Los regidores del Ayuntamiento de México Primo Verdad y Azcárate sostenían la argumentación más profunda e integral que, al respecto, había elaborado fray Melchor de Talamantes. Pero Vasconcelos nos ofrece un juicio donde deja claro dos cosas: la influencia de los Estados Unidos (llamándolos yankees) e Inglaterra, que buscaba acabar con la potencia francesa.

Ignacio Allende, en una declaración a Aldana afirma que “era constante que Godoy y la mayor parte de sus hechuras habían salidos traidores; que lo mismo había sucedido con la Junta central (de Cádiz), como constaba de papeles públicos, que la Junta de la Regencia se hallaba en Cádiz, y por consiguiente, en la España más perdida que ganada (…) ¿Por qué los americanos no habían de hacer otro tanto con el presente y habían de dejar perder este reino?; que todo México, todo Guanajuato, todo Querétaro, Guadalajara, Valladolid, se hallaban en la mejor disposición para levantar la voz a fin de que se estableciese una «Junta» compuesta de un individuo de cada provincia de este Reino, nombrado por los cabildos y ciudades, para que esta Junta gobernase todo el Reino, aunque el mismo virrey fuese el presidente de ella y de este modo conservar este Reino para nuestro católico monarca el rey Fernando VII”.[5]


El 16 de septiembre de 1808 (exactamente dos años antes que el «grito» del cura Miguel Hidalgo), los centristas de la Audiencia aprendieron y encarcelaron a los regidores del Ayuntamiento y a fray Melchor de Talamantes; y destituyeron al virrey José Iturrigaray porque lo consideraban coludido con el Ayuntamiento. Al día siguiente, el regidor Francisco Primo Verdad amaneció apuñalado en su celda.

Estos acontecimientos también son relatados por el canónigo de la Catedral de México Pedro de Fonte en un documento titulado «Informe muy reservado de don Pedro de Fonte, canónigo doctoral de la Metropolitana de México». Este documento lo escribió el canónigo Fonte sin enterar de ello al Arzobispo Lizana, causando fricción entre ellos por las ideas que el regalista canónigo expuso en él. La captura de los regidores del Ayuntamiento de México y la destitución del virrey por parte de la Audiencia de México, Fonte lo relata así:

“El virrey don José de Iturrigaray (por error de cálculo, en mi concepto, no por traición) creyendo que la España sería sojuzgada, o que en la Nueva (España) la clase de americanos sería más poderosa que la de europeos, defirió incautamente a las solicitudes del Ayuntamiento y prescindió de las consultas del acuerdo; el espíritu de discordia se encendía y dilataba más. De estos ciertísimos hechos deduzco que en esta capital y provincia solamente los americanos blancos han deseado y desean la independencia; y que no todos son capaces de trabajar para conseguirla.”[6]

Desempeño del arzobispo Lizana en la vida política

Los miembros de la Audiencia habían difundido el falso rumor de que el Virrey apoyaba al Ayuntamiento porque abrigaba la ambición de proclamarse rey de Nueva España bajo el nombre de José I.[7]Ante ese clima de intriga, en un primer momento, Lizana estuvo de acuerdo con la Audiencia porque consideraba que el virrey Iturrigaray se estaba excediendo y por eso apoya a los que tomaron preso al virrey.

Para sustituir a Iturrigaray, la Audiencia puso como virrey al mariscal Pedro de Garibay, quien ejerció como virrey del 16 de sept de 1808 al 19 de julio de 1809, pero debido a sus diferencias políticas con los «centristas», la Junta de Cádiz lo destituyó y pidió al arzobispo Lizana que lo supliera provisionalmente.

La investidura de Lizana y Beaumont como virrey el 19 de julio de 1809 fue bien vista por la generalidad de la población dado que “de cuya acendrada fidelidad no podía dudarse y que era generalmente respetado por sus virtudes.”[8]Una de las primeras acciones de Lizana como virrey fue ceder su sueldo en favor de la guerra que en España se llevaba a cabo en contra del invasor francés.

Pero el arzobispo Lizana, a pesar de tener solo 59 años de edad, no gozaba de buena salud. A ello se sumaba su carácter débil y bondadoso, haciéndolo fácilmente influenciable. De ello se aprovechaba el regalista canónigo Pedro de Fonte para presentarle como «patriotas» a quienes se oponían a cualquier idea independentista, y también a la autoridad del arzobispo.[9]

En 1809 fue descubierta la «conjura de Valladolid» encabezada por José Mariano Michelena,[10]a la cual el arzobispo-virrey trató de disculpar y minimizar mediante una «proclama» firmada el 23 de enero de 1810 que a la letra decía: “ Yo lo publico y declaro con suma complacencia: en el tiempo de mi gobierno en este virreinato, ni en l capital, ni en Valladolid, ni en Querétaro, ni en otro pueblo en que ha habido algunos leves acaecimientos y rumores de desavenencias privadas, he encontrado el carácter de malignidad que los pocos instruidos han querido darles, pues ellos no han nacido de otro origen que de la mala inteligencia de algunas opiniones relativas al éxito de los sucesos de España…”.[11]

Ante esa actitud del virrey – arzobispo, argumentando su enfermedad y debilidad, la Junta Central dispuso el 8 de mayo que entregara el gobierno a la Audiencia. Poco después la misma Juta dispuso el nombramiento como virrey de Nueva España a Francisco Javier Vanegas. El arzobispo Francisco Lizana Beaumont volvió a dedicarse exclusivamente a sus deberes pastorales hasta el día de su fallecimiento ocurrido el 6 de marzo de 1811.

NOTAS

  1. José Bonaparte asumió el poder como José I, Rey de España, pero es más conocido históricamente por el sobre nombre que le impuso el pueblo de Madrid: Pepe Botellas, dado su evidente alcoholismo.
  2. Cfr. DE SOSA IRIARTE Francisco, El episcopado mexicano. Biografía de los Ilustrísimo Señores Arzobispos de México. Vol.II, Ed. JUS, México, 1939, p. 146
  3. SOSA, Ob. Cit. Biografía de los ilustrísimos señores arzobispos…, p. 152
  4. Vasconcelos José, Breve Historia de México, 209.
  5. RAMOS PÉREZ DEMETRIO. Historia general de España y América. Emancipación y nacionalidades americanas, Ed. RIALP, Madrid, 1992, p. 214
  6. BRADING D. El ocaso Novohispano, testimonios documentales. Ed. CONACULTA e INAH, 1996. pp. 295-300
  7. Esa falsa versión (como después se demostró) siempre fue muy cuestionable dado el carácter pusilánime de Iturrigaray, y por tanto incapaz de emprender una acción de esa envergadura
  8. Lucas Alamán, Historia de Méjico, Ed. imprenta de V. Agüeros, editores, México, 1883, p 262
  9. Tal fue el caso de los oidores Guillermo de Aguirre y Ciriaco González. Cfr. Lucas Alamán. Ob., cit., p.280
  10. La Conjura de Valladolid retomaba el propósito del Ayuntamiento de México para establecer una Junta Suprema
  11. Lucas Alamán, Ob., cit., Historia.., pp. 291-297


MARCOS RODRIGUEZ HERNÁNDEZ