Diferencia entre revisiones de «LIZANA Y BEAUMONT Francisco Javier»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Informada la junta de Aranjuez, argumento la avanzada edad del arzobispo y que eran muchas las exigencias del gobierno de la nueva España y dispuso que éste entregara el gobierno a la Audiencia. Esto sucedía el 8 de mayo de 1809. El virrey Lizana fue sustituido por Francisco Javier Vanegas, y el retomó su cargo de arzobispo hasta su muerte, ocurrida en la ciudad de México el 6 de marzo de 1811.
 
Informada la junta de Aranjuez, argumento la avanzada edad del arzobispo y que eran muchas las exigencias del gobierno de la nueva España y dispuso que éste entregara el gobierno a la Audiencia. Esto sucedía el 8 de mayo de 1809. El virrey Lizana fue sustituido por Francisco Javier Vanegas, y el retomó su cargo de arzobispo hasta su muerte, ocurrida en la ciudad de México el 6 de marzo de 1811.
  
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MARCOS RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ
 
MARCOS RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ

Revisión del 19:36 26 may 2018

(Arrendó, 1750 – México, 1811) Arzobispo y Virrey

Biografía

Francisco Javier Lizana y Beaumont nació en la ciudad de Arrendó, Obispado de Calahorra, La Rioja, España, el 3 de diciembre de 1750. Sus padres fueron Bernardo de Lizana y Bernarda de Beaumont.

Sus primeros estudios los hizo en su ciudad de nacimiento, y los siguientes en Calatayud, donde cursó filosofía; posteriormente en la Universidad de Zaragoza cursó la jurisprudencia canónica y civil, mereciendo el grado de doctor en ambos derechos en 1771. De ahí se trasladó a la Universidad de Alcalá, recibiendo la cátedra de Concilio.

En ese entonces era arzobispo de Toledo el cardenal Francisco de Lorenzana, quien conociendo sus virtudes, lo pidió como auxiliar en Toledo. El 21 de febrero de 1795 Francisco Lizana fue consagrado obispo. De Toledo pasó a Teruel, donde entro el 2 de diciembre de 1801; ahí conoció a Pedro de Fonte y Hernández Miravete, que había obtenido la canonjía penitencial de la Catedral.

Finalmente según los derechos del real patronato, Carlos IV lo designa para reemplazar al arzobispo de México Alonso Núñez de Haro y Peralta, quien había fallecido el 26 de mayo de 1800. En un principio, según se dice, renunció tres veces al nombramiento, pero accediendo en obediencia al rey, aceptó el cargo.

Cruzó el Océano acompañado por Pedro de Fonte, a quien designó como «provisor y vicario general del arzobispado», y tomó posesión de la Arquidiócesis de México el 11 de enero de 1803. Su primer edicto, fechado el 30 de enero de 1803, fue para convocar al clero a realizar unos ejercicios espirituales. En su cargo pastoral tenemos los siguientes hechos: en Guanajuato fundó el pueblo de indios de la Concepción de Arnedo; dividió los curatos de Santiago y San Sebastián de Querétaro; celebraba una junta semanal con los curas de su arzobispado, procuró la reforma en puntos de Liturgia, extinción de abusos y mejora del ministerio sacerdotal; reglamentó los monasterios de religiosas y los tribunales eclesiásticos; publicó veinticinco cartas pastorales; visitó todo su arzobispado. Tuvo injerencia en los asuntos públicos o del Estado, lo cual según Sosa, “fue para él fuente de sinsabores y pesares. Su carácter no era en verdad a propósito para las intrigas y luchas políticas, y sólo sabiendo que era un hombre débil a quien arrastraban los que ejercían influencia en su ánimo, se comprende que hubiese tomado parte en los sucesos que motivaron la deposición del virrey Iturrigaray.” Desempeñó gratuitamente durante nueve meses el cargo de Virrey, tomando posesión del mismo el 19 de julio de 1808 y ejerció el poder político hasta el 8 de mayo del siguiente año. En esos nueve meses, gobernó el arzobispado el inquisidor Sáenz de Alfaro, primo de Lizana.


Como Virrey dictó el Obispo oportunas y eficaces providencias para prevenir la escasez de semillas: solicitó dos empréstitos de consideración, para las necesidades de España. Compró armas para enviar a la metrópoli, y en una palabra procuró cumplir con sus deberes de español. Dejado el cargo de Virrey se dedicó de nuevo a la Arquidiócesis hasta su muerte, ocurrida en la ciudad de México el 6 de marzo de 1811.

El arzobispo Lizana ante los primeros movimientos de independencia

Entre 1808 y 1814 la principal situación política en la América española estaba dada por el hecho de que no se sabía quién gobernaba en España: si el gobierno dejado por Fernando VII, o aquél que depositó Napoleón en su hermano José. Diversos movimientos de resistencia se gestaron en España, y la América española no podía estar al margen.

Un principio generalmente aceptado fue acatar las cosas que venían de España; es decir, someterse a la Junta de Cádiz y a las Cortes que dieron a la luz la Constitución de Cádiz en 1812. Pero también la población se encontraba con la incógnita de no saber como reaccionar. Se abre ahora la cuestión, Si América Española, y en el caso particular México, estaba dispuesta a seguir a los franceses o a los españoles; o si se aventuraría a iniciar su propio camino.

Una población donde convivían el indígena, el mestizo, el criollo, el peninsular; una población que empezó a pensar en su independencia. Caso especial es el del Arzobispo de la Ciudad de México, en aquel entonces capital de la Nueva España. Esbozaremos la importancia que tuvo en los inicios de los movimientos de independencia.

El Arzobispo Lizana y el movimiento de 1808

Ante la invasión napoleónica a España en mayo de 1808, en la América Española se consideraba ilegítimo al gobierno de los franceses, mientras se buscaba seguir fieles a Fernando VII, pero mediante «Juntas Supremas» que gobernaran en los virreinatos americanos. La «transición» de la familia real portuguesa a América, que finalmente desembocó en la independencia de Brasil, alentó a no pocos políticos en Hispanoamérica. ¿Y México? Según Vasconcelos: “El ayuntamiento, representado por los regidores Azcárate y el licenciado Verdad, tomó el acuerdo patriótico presentado al virrey Iturrigaray de asumir la soberanía (del cabildo) a efecto de no ser presa de los franceses que dominaban España ni de los ingleses que intrigaban en el exterior.”

Ignacio Allende en una declaración a Juan Aldama afirma que: “era constante que Godoy y la mayor parte de sus hechuras habían salido traidores; que lo mismo había sucedió con la Junta Central, como constaba de papeles públicos; que la Junta de la Regencia se hallaba en Cádiz, y por consiguiente, en la España más perdida que ganada […] ¿Por qué los americanos siendo mucho más el número, no habían de hacer otro tanto con el presente y habían de dejar perder este reino?; que todo México, todo Guanajuato, todo Querétaro, Guadalajara, Valladolid, se hallaban en la mejor disposición para levantar la voz a fin de que se estableciese una junta, compuesta de un individuo de cada provincia de este reino, nombrado por los cabildo y ciudades, para que esta junta gobernase todo el reino, aunque el mismo virrey fuese el presidente de ella y de este modo conservar este reino para nuestro católico monarca el rey Fernando VII”. Así se explica el intento de septiembre de 1808, -paradójicamente también descubierto en el mes de septiembre, en la misma ciudad de México- de instituir una «Junta» o Audiencia que en primer lugar defendiera el derecho del Rey Fernando VII en tierras Americanas. Para José Bravo y también para Lucas Alamán, no solo es el intento de salvaguardar el gobierno del virreinato, sino también la formación de dos partidos, el partido europeo y el partido americano. Hay que decir en primer lugar que estos dos partidos al principio estaban unidos. Es solo con algunas decisiones del virrey Iturrigaray, como la convocación de un congreso nacional, lo que hace la división. Los europeos ven que la independencia no es el camino. Y se comienza a conspirar para hacer caer a Iturrigaray, que representa el interés del otro partido, el partido americano. Un segundo testimonio de este acontecimiento, lo tenemos en el Canónigo doctoral de la Metropolitana de México, Don Pedro de Fonte, que como hemos señalado, acompañó a Lizana desde su obispado en Teruel y luego en México, y que será su sucesor en la Arquidiócesis. El documento Informe muy reservado de don Pedro de Fonte, canónigo doctoral de la Metropolitana de México explica este acontecimiento. La carta fue escrita sin enterar al Arzobispo Lizana, y más adelante causó fricción en ambos (por las ideas ahí expuestas). En un primer momento, el arzobispo Lizana estaba de acuerdo con las ideas sostenidas por el partido americano, pero el arzobispo juzgó que Iturrigaray estaba excediéndose y cambió, apoyando entonces a los que tomaron preso al virrey y lo depusieron. El Sucesor de Iturrigaray fue Pedro de Garibay, quien no hizo mucho por el virreinato, debido a su poco prestigio personal y su falta de visión política. Ante esto la Audiencia de México le concedió al Sr. Lizana la investidura de Virrey, “de cuya acendrada fidelidad no podía dudarse y que era generalmente respetado por sus virtudes.” Y así era, pues una de sus primeras acciones fue el ceder para la guerra de España su sueldo de virrey, como había hecho antes con el sobrante de sus rentas como arzobispo. Sin embargo, el arzobispo ya estaba débil, anciano y enfermo. Lucas Alamán nos ofrece un balance de lo que fue el periodo de Lizana como virrey: “El arzobispo en su administración política se había dedicado a todos aquellos ramos que de más cerca se tocaban con su oficio pastoral. El arzobispo reconoció cuando la revolución estalló, que había sido engañado en el sistema que en su gobierno siguió, y entonces veremos que quiso remediar con excomuniones y pastorales el mal que había precipitado por imprevisión.” Informada la junta de Aranjuez, argumento la avanzada edad del arzobispo y que eran muchas las exigencias del gobierno de la nueva España y dispuso que éste entregara el gobierno a la Audiencia. Esto sucedía el 8 de mayo de 1809. El virrey Lizana fue sustituido por Francisco Javier Vanegas, y el retomó su cargo de arzobispo hasta su muerte, ocurrida en la ciudad de México el 6 de marzo de 1811.


Notas

MARCOS RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ