MÁRTIRES DE SAN JOAQUÍN

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En un lugar de Los Altos de Jalisco

En la mañana del 25 de abril de 1927 en un descampado de los Altos de Jalisco, en las cercanías de un rancho conocido como “San Joaquín” por donde pasaba una línea férrea, se paraba un tren militar. Los soldados obligaron a bajar de él a seis detenidos. Dos eran sacerdotes, y cuatro eran seglares; tres de ellos aún muy jóvenes. Se llamaban José Trinidad Rangel Montaño, Andrés Solá Molist, Leonardo Pérez Larios, José S. Romo, Leodegario Marín, y Salvador Oñate. Pocos minutos después tres de ellos eran fusilados al borde de la vía del tren. Eran los sacerdotes Trinidad Rangel Montaño y Andrés Solá Molist y el seglar Leonardo Pérez Larios. Serán los mártires conocidos como “los Mártires de San Joaquín”[1]. Dos generales del ejército federal mexicano viajaban en aquel tren. Eran el General Amarillas, que mandaba tropas en aquella región zarandeada por la lucha “cristera”, y el general Sánchez. Parecer ser que el general Amarillas había ordenado la hora y el sitio de la ejecución.

Todo había ocurrido con suma rapidez. Los seis detenidos habían partido de la población de Encarnación de Díaz en un tren militar rumbo a Lagos de Moreno, en los Altos de Jalisco. El tren se detuvo entre las estaciones de Los Salas y Mira, al llegar al comienzo del Km. 492, precisamente en el lugar donde los cristeros habían descarrilado el tren del general Amarillas la noche del 23 al 24 abril. ¿Quiénes eran estos hombres, todos ellos jóvenes, que fueron fusilados en medio del campo atravesado por una precaria vía de tren, sin juicio alguno, casi de escondidas, y en la más impune de las injusticias legales que imaginarse se pueda? ¿Por qué escogieron sólo a tres de los seis? Precisamente porque eran sacerdotes católicos. ¿Por qué mataron también a uno de los seglares que no era sacerdote? ¿Le creyeron tal? ¿Por qué la Iglesia los ha declarado mártires de la fe cristiana? Son preguntas que nos hacemos necesariamente para entender mejor esta historia humanamente injustificable.

JOSÉ TRINIDAD RANGEL. (Dolores Hidalgo, 1887; San Joaquín, 1927)

José Trinidad nació en el rancho El Durazno, de la ciudad de Dolores Hidalgo, Estado de Guanajuato, México), el 4 de junio de 1887[2], fue bautizado el 9 del mismo mes y año; y confirmado el 25 de diciembre de 1888. Era el ter¬cero de 13 hermanos. Sus padres, José Eduvigis Rangel y Maria Higinia Montaño eran simples campesinos; conocían algo de letras y eran buenos cristianos. Educarían por ello cristianamente a sus hijos, impartiéndoles también en un ambiente donde la escuela era un privilegio de pocos.

Aquella etapa de su niñez y adolescencia lo marcará. No será un joven muy expansivo y se verá en él una tendencia a ser introvertido y escrupuloso. Aquella vida ordenada y austera de dedicación a Dios la continuaría hasta la muerte. En cierto sentido continuó como sacerdote con el mismo estilo sencillo y constante de oración bebido en la fuente educativa de su madre. Todo en aquella familia respiraba sencillez y ascesis cristiana y quizás también debido a la situación económica de la familia una austeridad que prescindía de todo exceso.

Una sufrida vocación sacerdotal

En el México rural de la época, la figura del sacerdote era venerada y estimada. Quizás ello llamó la atención del adolescente José Trinidad que iba con frecuencia a misa. Parece ser que manifestó su deseo de ser sacerdote a sus padres cuando contaba 14 años de edad. Pero los recursos de sus padres no les permiteron secundarla. Sus sueños pudieron realizarse seis años después, en 1907. Su padre lo llevó junto con Baltasar Rangel, también aspirante al sacerdocio, a Guana¬juato ante el obispo, Don Leopoldo Ruíz Flores. El padre le pidió al obispo que aceptara a su hijo gratuitamente en el colegio seminario de San Francisco del Rincón. No aprobaron por falta de preparación. Se les invitó a completar la instrucción primaria. Así fue. Pocos meses después, en febrero de 1908, fue admi¬tido en el Colegio del Divino Salvador, en San Francisco del Rincón. Permaneció allí solamente durante cuatro meses, porque el Colegio fue cerrado por falta de medios económicos.

Las dificultades parecieron disiparse en 1909. Fue admitido como alumno gratuito y externo del Seminario diocesano. Recibe la tonsura clerical el 7 de marzo de 1913, pero sus ideales sacerdotales iban a durar bien poco. En el año de 1914, el ejército carrancista ocupó el seminario. Las clases fueron suspendidas y los seminaristas dispersados. José Trinidad tuvo que irse entonces a San Antonio Texas. Allá trató de continuar sus estudios eclesiásticos. Pero también aquí su permanencia fue relativamente breve. Volvería a México, a León, un año después incorporándose al seminario diocesano recién reabierto. Caminó paso a paso hacia el sacerdocio bajo la dirección del obispo diocesano, Don Emeterio Valverde, quie, le ordena diácono y poco después sacerdote el domingo de Ramos 13 de abril de 1919. Celebró su primera misa cantada en la parroquia de Dolores Hi¬dalgo el domingo de Pascua, 20 de abril de 1919.

Este periodo de su vida ya fue un entrenamiento efectivo para los años en que debería mostrarse fuerte ante la persecución y la muerte. Así recuerda estos tiempos su hermano Agustín: "En tiempo de los carrancistas [en 1914] estaba parado fuera de la vivienda llevando puesta la sotana. Mi madre le dijo que se metiera, porque tenía miedo de que lo mataran. El no se metió. Llegaron los soldados y lo encontraron con la sotana y nada le dijeron. No se metió, porque dijo él «que tenía la seguridad de que no le harían nada, porque si de Dios estaba que muriera, aun no siendo sacerdote moriría». En 1927, yo le insistí para que se fuera a los Estados Unidos, ofreciéndole dinero, producto de una cosecha de trigo que se había levantado y él no quiso; nunca quiso irse, porque como dijo, quería cumplir con su deber"[3].

Complejo y escrupuloso ministerio sacerdotal

No fue fácil la vida pastoral para un joven sacerdote dominado por los escrúpulos y por una exagerada delicadeza de conciencia que le impedía llevar adelante su ministerio sacerdotal con serenidad si no tenía a su lado un apoyo espiritual continuo. También será difícil por el marco jurídico jacobino que recortaba y obstaculizaba el pleno ejercicio del derecho a la libertad religiosa y del ministerio sacerdotal, ya que se proponía controlar a la Iglesia y encerrarla en las sacristías. Aquella legislación se traduciría en leyes persecutorias contra la Iglesia, que sería durante varias décadas víctima de continuas violencias sangrientas. Esta situación tenía que influir forzosamente en aquel joven sacerdote, tímido y escrupuloso. Una muestra de aquella inestabilidad es que el P. José Trinidad no durará nunca más de un año en el mismo lugar.

Después de su ordenación sacerdotal, el padre José Trinidad fue adscrito a la Parroquia del Sagrario de León, en calidad de miembro del Centro Catequístico de la Salle, el 3 de mayo de 1919. Un mes más tarde, el 3 de junio de 1919, fue nombrado vicario de la parroquia de Silao, donde permanecería casi un año. En mayo de 1920 paso como vicario a la parroquia de El Zangarro, en Marfil, población muy cercana a la capital Guanajuato. Paso allí solamente ocho meses. Fue trasladado de nuevo a la parroquia de Ocampo, como vicario residente en Ibarra el 31 de diciembre de 1920. Fue éste un periodo en el que el joven sacerdote sufrió lo indecible debido a sus escrúpulos. Deseaba confesarse con frecuencia, casi a diario, y allí no podía porque no tenía con quién. Escribió entonces a su obispo el 17 de febrero de 1922 pidiéndole "Que lo cambie de Vicario a otra parte en donde esté inmediatamente sujeto, y a la vista del Superior, del Sr. Cura, [...] no puede confesarse más que una vez al mes, siendo de absoluta necesidad para él el confesarse con más frecuencia, si posible fuera, todos los días..."[4]. Esta carta llena de dramatismo interior nos revela su temperamento delicado y el mundo de escrúpulos que le atormentaba.

Pero cuando la carta llegó a León, el P. José Trinidad ya había sido nombrado encargado de la parroquia de Jaripitio, y así se le comunicó, ante la desolación que bien puede imaginarse el nombramiento le produjo. Jaripitio fue por ello su tormento y no se encontró a su gusto desde el primer momento. No se creía apto para aquel cargo parroquial. No pudo más. El día 26 de febrero de 1923 renunció a la pa¬rroquia de Jaripitio aduciendo como motivo “la hostilidad de la gente” y su im-pericia para desempeñar el cargo. Se le aceptó la renuncia nombrándole vicario de S. Felipe. Duró allí solamente dos meses; el 1 de junio de 1923 fue trasferido a Ibarra. Pero por enésima vez se volvió a repetir la misma situación. Había transcurrido un año en Ibarra y ya pide que se le traslade a un lugar donde pudiera estar acompañado por otro sacerdote a quien obedecer y con quien confesarse. Pero el párroco y los fieles pidieron al Obispo que lo dejara allí, lo que demuestra la notable estima de que gozaba. Sin embargo en noviembre de aquel año fue trasladado a Silao como vicario. Estaba allí de párroco un antiguo compañero de seminario, Don Cornelio Sierra.

Al ser expulsados los religiosos carmelitas descalzos de Silao en 1926, el P. José Trinidad fue nombrado rector de la iglesia que ellos cuidaban. Su cargo duraría pocos meses. Esta vez cesaría por las leyes represivas del Gobierno. Los testimonios de sus compañeros sobre su vida sacerdotal durante estos años resaltan su fortaleza en medio de las tribulaciones, a pesar de sus escrúpulos. Así su último párroco en Silao, el padre Cornelio Sierra nos dice: "Siendo ya sacerdote me consta que tenía una fe muy grande, también grande esperanza y caridad para con Dios y para con los prójimos. Sobre la fortaleza me consta a mí que la tenía en grado heroico, por sus disposiciones para el sufrimiento. Recuerdo, de entonces, que después de recibir el encargo de atender las parroquias, recibimos nosotros una carta del Excmo. Sr. Valverde, quien al saber que las cosas se ponían más difíciles nos decía esta frase: “potius latere” [más bien ocultarse, no mostrarse]; con tal motivo deseamos ocultarnos en la vecina ciudad de Irapuato, y porque nadie, como lo tenía yo concertado, vino a recogernos, y preguntándoles a los Padres qué haremos, el p. José Trinidad me contestó "pues vamos a decir misa en nues¬tras casas". Sé también que el entonces Vicario General de esta diócesis le pro¬puso al P. Rangel que retirara el Sagrado Depósito de una Casa de religiosas de San Francisco del Rincón para evitar profanaciones; sé que le advirtió del peligro, y dijo el Siervo de Dios «que iría porque se trataba del Santísimo Sacramento». Sé también, porque me lo refirió el Sr. Lic. Valdivia, q.d.D.g., que fue compañero del P. Rangel en la prisión en que estuvo en el plantel del Seminario, que tuvo mucha fortaleza, porque antes de morir le entregó serenamente un dinero para que lo entregara a la madre del P. Trinidad. Me consta que era de absoluta templanza y de grande humildad; tenía grande devoción al Santísimo Sacramen¬to, porque duraba largas horas ante El, porque celebraba con mucha devoción el Sto. Sacrificio de la Misa. Procuró mucho engrandecer la devoción al Sagrado Co¬razón y a la Santísima Virgen Ntra. Señora, perseverando hasta la muerte en estas virtudes; aunque sin constarme si en el ejercicio de las mismas virtudes tuviera algunos otros actos heroicos. Sé que nada tuvo contra la virtud de la castidad, por el contrario sé que fue casto desde que era pequeño. Por eso yo creo que tenía vocación sacerdotal recta y verdadera, sobre todo porque cuidó de la gloria de Dios, hizo las cosas con humildad y obediencia y cuidó con gran celo de atender por su ministerio a los enfermos"[5].

Su condiscípulo y amigo, el p. Patricio Arroyo Urbina señala: “Por lo que ve a la caridad: para con los prójimos y enfermos era de verse la gran paciencia con que soportaba los trabajos del ministerio y la prontitud con que los atendía. Nunca fue para humillar a nadie y debió tener una grande humildad; el con¬cepto que todos teníamos acerca de él, es que era humilde y era la humildad su distintivo; en su vestido, muy limpio, aunque pobrecito; a sus manos les había dado un cuidado especial. Le vi visitar al Santísimo Sacramento con grande devoción, sobre todo des¬pués de que celebraba la Sagrada Misa. Acerca de todo lo anterior no puedo decir que sus actos hayan sido heroicos; lo que si puedo decir es que siempre fue bue¬no, desde que lo conocí en el Seminario, porque nunca fue rijoso, altanero y también no creo que haya desmerecido ni decrecido sus virtudes durante su vida, sino que aumentaron. He dicho que Trino era un niño, y llegamos a creer varios compañeros que aun ya ordenado nunca había perdido la inocencia bautismal. Acerca de su vo-cación al sacerdocio, digo que vino ya grande al Seminario, anduvo en un rancho trabajando en las labores del campo. Para mí era una vocación muy clara, y por esa vocación los Superiores le estimaban mucho. Acerca del espíritu con que ejerció su ministerio, nunca le oí hablar mal de su Párroco ni manifestar desagrado por lo que le mandaba”[6].

Sacerdote en la clandestinidad

El P. Rangel permaneció en Silao en el ejercicio de su ministerio sacerdotal hasta el lunes 7 de febrero de 1927. Las Autoridades del Gobierno habían ordenado el registro de todos los sacerdotes residentes en los distintos lugares de la República. En Silao debían ir todos a registrarse a la Presidencia Municipal. El P. Rangel, siguiendo las instruc¬ciones de sus superiores, no obedeció. Por ello tuvo que huir. Se fue, solo y a pie, a León, distante unos 30 Km.; aquí se refugió en casa de unas antiguas bienhechoras suyas, las señoritas Alba. Allí conoció y convivió con uno de sus compañeros de martirio, el Padre Solá, refugiado en la misma casa desde hacía un año. El tiempo que pasaron en aquella casa se dedicaron a la oración, al estudio y a atender a los fieles como podían. El P. Rangel solía decir que el P. Solá era el señor cura y que él era su vi¬cario. Los dos sacerdotes quisieron permanecer junto a los fieles en aquellas difíciles circunstancias y rechaza¬ron de plano las reiteradas propuestas que se les hicieron para salir del país.

Heroica obediencia y disponibilidad

En la ciudad de san Francisco del Rincón había un convento de religiosas mínimas de San Francisco. Se habían quedado sin sacerdotes. La superiora de aquella comunidad le pidió al vicario general de la diócesis que les envia¬ra un sacerdote para renovar el Santísimo Sacramento y para que hiciera las funciones de la Semana Santa. El vicario general pensó enviarles un sacerdote, pero éste tuvo miedo de ir dados los tiempos que corrían, como el mismo declarará en el proceso de martirio del P. Rangel, lo que motivará la ida del padre J. Trinidad, su prisión y su muerte: ante la orden de ir, declara "francamente no me presenté…dieron con el Padre Rangel, quien inmediatamente obedeció”[7]. Aquello era verdaderamente un gesto heroico por parte del sacerdote, si se tiene en cuenta la necesidad que él sentía de confesarse casi diariamente. Fue sin duda para él las premisas del martirio el tener que alejarse de León y de una casa amiga, donde además tenía el confesor a su lado, e ir a San Francisco donde no había ningún otro sacerdote. El 11 de abril de 1927, lunes de la semana santa, el padre Rangel estaba ya en San Francisco del Rincón.

Detenido: su vía dolorosa hacia el martirio

En San Francisco del Rincón se hospedó en casa de la señorita Maria Muñoz, con la cual vivían unas so¬brinas. Siguió viviendo su ministerio sacerdotal como en León, asistiendo sobre todo a los enfermos del cercano hospital. Pero aquella actividad sacerdotal iba a durar muy poco. El día 22 de abril de 1927, viernes de la semana de Pascua, hacia las dos de la tarde, llegaron a San Francisco del Rincón procedentes de León algunas fuerzas federales. Enseguida fueron a la casa de la señorita Muñoz para realizar un registro. Sospechaban que estuvieran allí escondidas armas para los cristeros de Jalisco. Se encontraron con aquel hombre joven, modesto y sencillo. Sospecharon que se trataba de un sacerdote. Le preguntaron cuál era su profesión. El, cándido como una paloma, dijo sin más, que era sacerdote. Fue inmediatamente detenido y llevado en un ca¬mión de soldados al Seminario de León, donde se había establecido la Comandancia Militar. Aquí el General Daniel Sánchez, comandante militar de León, lo maltrató y se mofó groseramente de él; el sacerdote soportaba todo y callaba, como Cristo ante el Sanedrín[8]. Comenzaba su martirio.


A las 8 de la noche del domingo siguiente a la Pascua, el 24 de abril de 1927, fue conducido en un camión de la basura a la estación del ferrocarril de León juntamente con sus compañeros de martirio, el P. Solá, el señor Leonar¬do Pérez, y los jóvenes José S. Romo, Leodegario Marín y Salvador Oñate, detenidos el mismo domingo en León[9].

El martirio en una vía del tren en los Altos de Jalisco

En la estación les hicieron subir al tren número7, en la góndola de la es¬colta, junto con cinco soldados. Así fueron hasta Lagos de Moreno, ubicado a unos 70 Km. de León. En este mismo tren había llegado a León desde Si¬lao, la madre del Padre Rangel, sabedora de su detención. Entre las 10 y las 11 de la noche, llegó el tren a Lagos, donde se detuvo toda la noche, probablemente por temor a los cristeros, que du¬rante la noche precedente, del 23 al 24 de abril, habían descarrilado el tren militar del General Amarillas; o quizás para esperar la reparación de la vía dañada.

A las 4 de la mañana del lunes 25 de abril de 1927, el tren reanudó el viaje hasta llegar a Encarnación de Díaz, a unos 70 Km. de Lagos. Aquí los seis detenidos fueron bajados del tren de pasajeros y trasladados al tren militar de Amarillas, que partió poco después en dirección a La¬gos. El tren se detuvo al llegar al final del kilómetro 491, donde había sido descarrilado el tren militar del General Amarillas. El P. José Trinidad Rangel, el P. Andrés Solá y el señor Leonardo Pérez fueron obligados a bajar del tren, en compañía de 10 sol¬dados y un oficial. Se alejaron unos 50 metros de la vía. Los tres fueron fusilados en el mismo sitio donde se había dete¬nido el chapopote (petróleo crudo) salido de la máquina descarrilada el día anterior. Caídos al suelo, a los tres les dieron el tiro de gracia. Los jóvenes Ro¬mo, Marín, y Oñate, vieron el fusilamiento desde el tren, pero no los mataron. Eran las 8.45 de la mañana del 25 abril 1927[10]. El Padre Rangel y el señor Pérez murieron en el acto; el Padre Solá tardó en morir unas dos o tres horas[11]. Habían caído otros tres mártires de Cristo.

ANDRÉS SOLÁ MOLIST [12] (Taradell, 1895; San Joaquín, 1927)

Andrés Solá Molist es un español-catalán trasplantado en México como sacerdote y misionero claretiano. Español de nacimiento, México va a ser su nueva patria, y en México va a derramar su sangre como mártir. Él mismo habría manifestado en los días aciagos de la persecución callista su disposición a ofrendar su vida por su México y por la Iglesia en su nuevo país de adopción. Había nacido el 7 de octubre de 1895 en un rancho (“massia” en catalán) conocido con el nombre de Can Vilarrasa, situado en el municipio de Ta¬radell, parroquia de Santa Eugenia de Berga, provincia de Barcelona y diócesis de Vich, en España. Fue bautizado al día siguiente en la iglesia de su parroquia, y confirmado el 10 de mayo de 1896 en Vich. Sus padres eran campesinos y no habían nunca aprendido a leer ni a escribir. Se llamaban Buenaventura Solá Comas y Antonia Molist Benet.

Familia sencilla y muy radicada en la fe de sus mayores, los Solá Molist tuvieron once hijos. Andrés era el tercero. Como muchos campesinos catalanes de aquellos tiempos, la familia gozaba de una discreta vida económica. Llevaban en arriendo unas tierras llamadas Can Vilarrasa; las dejaron pocos días después del nacimiento de Andrés para transferirse a otras tierras llamadas El Clard, situadas en Sentfo¬ras, a 3, Km. de Vich. Aquí vivirá Andrés hasta su entrada en la congregación de los Misioneros Claretianos, fundados en aquella misma ciudad de Vich a mediados del siglo XIX por San Antonio María Claret. Andrés pudo asistir a la escuela primaria de Sentforas no lejos de su casa. La vida rural en la Cataluña de su tiempo estaba regulada por la vida del año cristiano. Lo recordaba su madre Antonia: Andrés "desde jovencito mostróse muy piadoso, confesándose cada ocho o quince días”[13].

La Cataluña de los tiempos de Andrés se distinguía por su arraigado espíritu religioso. Fue de hecho la región española que más santos canonizados ha dado a la Iglesia en el siglo XIX. Las familias campesinas, casi todas muy numerosas, veían en los seminarios y congregaciones religiosas una honorable salida para el porvenir de sus hijos e hijas. Todos estos factores contribuyeron sin duda al crecimiento de la vida religiosa en la península a pesar de las continuas leyes anticlericales características de la España liberal del siglo XIX. Precisamente durante este periodo nacieron en España docenas de institutos religiosos masculinos y femeninos no obstante aquellas leyes. Uno de ellos fue precisamente el fundado por San Antonio María Claret en la citada ciudad de Vich. El nuevo instituto claretiano tenía como finalidad primordial las misiones populares. El mismo Padre Claret había comenzado siendo un misionero por pueblos y ranchos de su Cataluña natal. Llegará a ser arzobispo de Santiago de Cuba donde extenderá su obra apostólica. La continuará más tarde en España, cuando será llamado a la Corte de Madrid como confesor de la Reina Isabel II. El arzobispo misionero popular vivirá luego días amargos cuando triunfará lo que se llamó la revolución de septiembre (1868). Vivirá en el exilio de Francia sus últimos años de vida y allí consumirá el cáliz de su pasión. Pero su obra crecerá con rapidez también en las Américas, incluído México donde vamos a encontrar al Padre Andrés Solá Molist.

La vocación de misionero claretiano de Andrés

Un día los misioneros claretianos llegaron a Sentforas. Durante la predicación de un misionero claretiano a Andrés y a su hermano Santiago les llamó la atención aquel padre misionero. Quisieron ser como él: misioneros claretianos. Entraron en el seminario. Primero ingresó Santiago en 1908. Al año siguiente lo siguió Andrés. Fue avanzando en las etapas de su formación hacia el sacerdocio con notas máximas a lo largo de todo aquel camino. Ello nos indica que nos encontramos ante un joven despierto e inteligente en grado notable. Algunas anécdotas referidas de su vida de niño confirmarán que era una persona de carácter decidido y sin miedo, como lo demostrará luego en los tiempos de la persecución y hasta las mismas palabras, aparentemente secas y realistas tras su fusilamiento, durante su agonía y antes de morir. Un antiguo compañero, que será su temprano biógrafo, recuerda lo que de él decía su madre: "Nunca, nos causó el menor disgusto. El único que nos dio fue una vez que, al ir a coger hierba para los conejos, quiso pasar de un salto la acequia de un molino próximo; pues, no pudiendo llegar a la otra parte, cayó al agua, arrastrándole la corriente hasta la balsa de dicho molino; allí se habría ahogado si un hombre, echándose a la balsa que era muy honda, no le hubiera sacado"[14].

Su vocación de religioso claretiano fue una clara y decidida decisión suya. Su autenticidad la demuestra la siguiente anécdota: "Hacia 1908 queriendo trasladarse la familia de Sentforas a Alpéns, su padre llevó a Andrés para que viera la casa que allí se les ofrecía, y le preguntó: “¿te gusta la casa?” Y Andrés contestó: “Me gusta mucho, pero mi vocación es de mi¬sionero"[15]. Hizo su noviciado en la antigua ciudad universitaria catalana de Cervera (Lérida) en 1913. Transcribimos el testimonio de su primer biógrafo y condiscípulo, el P. Antonio Arranz, que convivió con él durante siete años y que concuerda con el parecer del Maestro de novicios: “Desde los primeros Díaz pudo observarse en él decidido empeño para copiar en sí las virtudes que el Venerable Padre Fundador [San Antonio Maria Claret] pone como fundamento de la vida espiritual del Misionero. Después de un detenido examen de las Santas Re¬glas, puso por escrito todas las faltas en que notó haber incurrido, acusándose luego humildemente y pidiendo penitencia... Sus conversaciones eran, muy de ordinario, un desahogo a los fervores y entusiasmos de su espíritu; la gloria del Corazón de Maria, el celo por la salva¬ción de las almas, la correspondencia a la vocación [...] eran asuntos que él trataba con notable satisfacción y entusiasmo [...]. Nada diríamos de los actos públicos de humildad en que se ejercitaban, de la violencia que se hacía para reprimir la impetuosidad de su carácter y la gratitud en recibir los avisos que se le daban; llegó a convenirse con dos connovicios pa¬ra no dejarse sin correctivo la más mínima falta que mutuamente se notaran, obligándose a corresponder con oraciones por cada uno de los avisos”[16].

Emitirá sus primeros votos religiosos el 15 de agosto de 1914, y la definitiva o perpetua otro 15 de agosto de 1917. Tras sus votos religiosos continuó sus estudios de filosofía y de teología. Andrés recibió la tonsura clerical junto con 57 condiscípulos, en Cervera el 18 de julio de 1915, de manos de un obispo claretiano, misionero entonces en la isla africana de Fernando Poo (hoy llamada Malabo). Continuaría acercándose al sacerdocio. La ordenación sacerdotal la recibirá en la ciudad española de Segovia, en la capilla del palacio episcopal el 23 de septiembre de 1922. Durante el curso 1922 1923, se preparó al ejercicio del ministerio de la predicación en la ciudad castellana de Aranda de Duero (Burgos).

Hombre fuerte y de carácter duro

El, Padre Arranz, compañero y biógrafo del Mártir, resalta su carácter fuerte y duro. A veces se veía arrastrado por ello en momentos de desahogos desagradables y difíciles. Todo solía concluir como una bola de jabón. Así lo recuerda: "De temperamento bilioso y sanguíneo, era en su exterior de apariencias algún tanto adustas y de continente marcial y decidido. Esto le fue causa de pequeños roces y de ciertas prontitudes espontáneas que era el primero en reconocer, y que le dieron ocasión para ejercitarse en actos hermosos de humildad. Ello, a no dudarlo, dio margen también a contrariedades serias que, dado su temperamento sensible, le hicieron sufrir no poco; pero en las cuales se portó resignadamente, sin que se le escaparan quejas que más de una vez le vendrían muy naturales a los labios[17].

Pero a esta aparente dureza de carácter, Andrés unía una característica que no era contradictoria: era profundamente sensible: "Bajo esa adustez de carácter se escondía un corazón de oro. Era en él con¬natural cierto espíritu de nobleza y ternura muy íntima en sus sentimientos. Sen¬sible en medio de sus bufos a las delicadezas del amor, era compasivo con los que sufrían, teniendo para con ellos palabras y obras de sincera caridad fraterna; era generoso, no parando en sacrificios a trueque de dar un gusto a sus compañeros"[18]. Era además profundamente agradecido con todos aquellos que le habían hecho cualquier clase de bien. Continua escribiendo su antiguo compañero: “Era agradecido, apreciando visiblemente las atenciones que sus hermanos y sobre todo los desvelos de los Padres Superiores. Cuando otra prueba no tuvié¬ramos de esa ingratitud, bastaría decir que mantuvo correspondencia frecuente con los superiores inmediatos que le tuvieron en la carrera, dándoles muestras inequívocas de reconocimiento y ofreciendo por ellos la Santa Misa, cuando, por verse precisado a binar, podía disponer de intención libre”[19].


Es significativo que compañeros y formadores lo estimaban así. Casi no extrañarían, tras su martirio, que su vida la hubiese coronado tal gracia. Hay que recordar que en la historia reciente de los misioneros claretianos muchos serían coronados con la palma del martirio en aquellos años, especialmente durante la persecución religiosa en la España de los años treinta cuando comunidades enteras de misioneros claretianos, a veces muy jóvenes, como en el caso de los más de cincuenta estudiantes de teología de Barbastro (Aragón) que sufrieron el martirio. Aquel espíritu martirial formaba parte de la vida de aquellos decididos misioneros. Uno de los formadores de Andrés escribirá que el Señor le había dado el carácter apropiado para sufrir el martirio: "Dios nuestro Señor, que lo destinaba para héroe, le dio valor y arrojo, que se reveló en la carrera en cualquier peligro. Llevó muy bien pruebas duras, y te¬nía un fondo de piedad que no disminuyó nunca. Siempre recibió bien los avisos de faltas, más bien hijas de su carácter que de otra cosa; y que como era espontáneo, aparecían en él con más facilidad de lo que en otros aparecen cosas mayo¬res [...] Su rectitud, su celo, su verdadera virtud la ha probado con la mayor prueba de amor: dar la vida por el Amado”[20].

Destinado a México demuestra su incansable celo apostólico

El 1 de julio de 1923 el Padre Solá fue destinado a México. Se embarcó para su nueva patria de adopción junto con otros cinco misioneros claretianos el 25 del mismo mes, y desembarcaron en Veracruz el 20 de agosto. Llegaron a la ciudad de México el 28 de agosto, y al día siguiente visitaron a la Virgen de Guadalupe en su casita del Tepeyac, poniendo su ministerio bajo la protección de la Morenita. Fue destinado a Toluca como profesor del Semina¬rio menor claretiano y a la predicación. A finales de 1924 pasó a León como misionero popular. Comenzó sus tareas apostólicas en la iglesia del Corazón de María de los misioneros claretianos en la ciudad. En una carta a sus padres del 10 de febrero de 1925, habla de que ha ya predicado más de 20 sermo¬nes en los pueblos y ciudades de la comarca. En otra carta a sus padres del 17 mayo 1925, habla ya de 80 sermones predicados; y un año más tarde, también en otra carta, les dice que desde su llegada a México ha predicado 700 sermones. Pasaría también unos meses del verano de 1925 en la parroquia de Axtla, de la diócesis de San Luis Potosí.


Carácter firme y adusto

A lo largo de estos breves trazos biográficos se descubre un temperamento fuerte y no fácil. Estos límites suyos los manifestaron también las mismas personas que lo trataron y declararon sobre su martirio. La larga lista de defectos que se achacaban algunos subraya cómo el martirio es una gracia y cómo no hay amor más grande que el dar la vida los propios amigos (cf. Juan 15, 13). El martirio es la caridad más grande que cubre multitud de pecados porque es la adhesión total al amor de Dios sobre todas las cosas, aún a costa de la propia vida. El martirio no esconde los defectos y los límites graves de un cristiano durante su peregrinar terreno. No es fruto del esfuerzo titánico moral de un cristiano; es una gracia de Dios a la que el cristiano corresponde convencidamente con su libertad; la podría rechazar; en este caso sería la actitud del llamado apóstata.

En el caso de los límites del temperamento del padre Andrés, demuestran que nos encontramos ante un sacerdote con defectos y actuaciones a veces muy discutibles, fruto también de un temperamento impulsivo y duro; pero ello no fue en menoscabo de esa gracia del martirio que él supo acoger fielmente en el momento de la verdad. Acerca del carácter duro, el Padre Collell, superior del Padre Solá, hace delicada¬mente notar el diverso modo de expresarse de los mexicanos y de los españo¬les. Los mexicanos son más dulces en las palabras que en los hechos, decía. Los españoles son menos dulces en las palabras que en los hechos. El mismo tono de voz y de expresarse de los españoles puede dar veces la impresión de formas desabridas y enfadadas con su lenguaje árido, con escasos diminutivos y forma de hablar cortada y seca.

Estos datos nos dan a entender que el P. Andrés no gozaba de fama de santo entre algunas personas que lo rodeaban. Pero tampoco es que la gozase de manera eminente entre sus compañeros religiosos de España. Le achacaban defectos no graves, pero notorios, en materia de obe¬diencia a las autoridades, y de caridad en el trato con los hermanos. Algunos de sus hermanos religiosos lo acusarán de imprudencia por haber vuelto a León para ejercer su ministerio sacerdotal en la clandestinidad, cuando el ejercicio del ministerio sacerdotal estaba gravemente castigado por el Gobierno. De todos modos, tenemos que citar cuanto de él escribió uno de aquellos hermanos suyos religiosos. La prudencia humana brilla a veces por su ausencia en el caso de los profetas, los apóstoles y los mártires. Así se expresaba el Padre José Carulla tras su martirio:

"… el Padre tenía algunos defectos bastante visibles y públicos […]; me refiero a la obediencia, caridad o trato con los demás hermanos. Su último Superior inmediato, R. P. Fernando Santesteban, le había advertido varias veces en los últimos días de su vida que se fuera con más cuidado y recato en lo que hacía, y el mismo día antes de aprehenderlo le mandó recado de que saliera de la casa donde estaba inmediatamente, pues había orden de aprehensión contra él, y él no hizo caso, diciendo que ya otras veces le habían dicho eso y que no le había pasado nada [...].”[21]. Pero este duro juicio de desobediencia a su superior local, lo desmiente explícitamente aquel superior en una carta al Superior General del Instituto cuando escribe: "Yo no quise imponerle ningún precepto de obediencia porque dadas las circunstancias temía que no tendría efecto y, por no exponerlo a una desobediencia en tan críticas circunstancias; me contenté con una simple indicación”[22].

En defensa del P. Solá hay que decir, que las observaciones de su hermano religioso no pueden causar escándalo y extrañeza si se tienen las circunstancias del momento y las reacciones de personas que vivían sometidas a continuos sobresaltos y peligro de la vida. De hecho el Padre Andrés había obtenido de su superior la licencia para volver a León, y para ejercitar el ministerio; se le recomienda sólo prudencia en dicho ejercicio. No se puede criticar a quien, por miedo a las sanciones, no ejercitaba el ministerio; pero tampoco se puede criticar a quien lo ejercía con prudencia y aceptaba todas las posibles consecuencias[23]. El celo apostólico del misionero popular, considerado por algunos como imprudencia temeraria, lo llevará al martirio. ¿Pero es imprudencia el celo del pastor que deja las 99 ovejas al seguro en el redil y corre todo riesgo por andar en busca de la descarriada o que no teme las asechanzas de alimañas y lobos?

Sacerdote en la clandestinidad

Las llamadas “leyes” en materia religiosa, en el caso de los extranjeros eran aún más duras. El mismo presidente Calles el 26 de marzo de 1925 enviaba un telegrama a todos los gobiernos de los Estados, en el que exigía "la aplicación estricta del Art. 130, por el cual sólo se permite ejercer el ministerio sacerdotal a los mexicanos de na¬cimiento"[24]. Según tales disposiciones el Gobierno detuvo y expulsó de la República, en condiciones infrahumanas, a todos los sacerdotes ex¬tranjeros que logró apresar. Los padres claretianos de León, para evitar el arresto y la expulsión, se refugiaron con familias amigas. Por ello el P. Andrés Solá se amparó en los primeros días del mes de febrero de 1926 en la casa de las señoritas Josefina y Jovita Alba. Al principio no salía de aquella casa donde muchos fieles acudían para confesarse u oir misa; llevaba a los domicilios la Comunión eucarística (algunos días hasta 300) y asistía a los enfermos. No hay que olvidar que enseguida el culto católico no sólo fue restringido por el Gobierno, sino que ante tal falta de garantías los mismos obispos mexicanos habían protestado suspendiendo el culto público, por lo que el ministerio sacerdotal se refugió en la clandestinidad. Fue así como el Padre Andrés fue nombrado vicario con jurisdicción en toda la ciudad, con obli¬gación de referir sus actividades a los párrocos y de entregarles la mitad de los honora¬rios percibidos en su ministerio. Fueron numerosos los bautizos administrados y los matrimonios a los que asistió. Un testigo, su acompañante durante aquellas actividades clandestinas, habla de 10 bautizos en un solo día[25].

En 1926 arreció la persecución. Los templos estaban cerrados, los sacerdotes en la clandestinidad, y la guerra cristera en curso por los Estados del centro y del occidente central de México. Por ello en marzo de 1927 su superior ordenó al P. Andrés que dejase León y fuese a México. Allí estuvo sólo unos cuantos días. Seguramente convenció a su superior a que le dejase volver a León para poder continuar su ministerio en una ciudad extremamente necesitada de la presencia de los sacerdotes. Se lo permitió. Volvió a León a comienzos de la Semana Santa, hacia el 10 de abril de 1927[26]. No sabemos si a su vuelta encontró todavía en casa de las Señoritas Alba a su antiguo compañero de refugio y también futuro mártir, el Padre Trinidad Rangel. Sólo sabemos que éste estaba ya en San Francisco del Rincón[27].

El 23 de abril, a las 8 de la noche, su Superior Padre Santesteban, le hi¬zo llegar una carta en la que le comunicaba la exis¬tencia de una orden de detención contra él y le invitaba a suspender sus actividades ministeriales, a huir o a esconderse mejor cambiando de casa. Pero el P. Andrés no le hizo caso. Los testigos narran que al recibir la carta la guardó y riéndose habría dicho: "¡Qué tanto miedo! A mí no me ha de pasar nada"[28]. El P. Solá conoció la detención del P. Rangel aquel mismo sábado 23 abril 1927. Organizó inmediatamente una Hora Santa para el día siguiente, domingo 24, de diez y cuarto a once y cuarto en casa de las señoritas Alba[29]. Poco después de terminarla fue detenido por la ingenuidad de unas buenas señoras, que, con la aprobación del mismo P. Solá, habían ido a la Comandancia militar a pedir al General Sánchez la libertad del P. Ran¬gel. Fueron maltratadas de palabra y amenazadas. Salieron de prisa para ir a donde se encontraba escondido el P. Solá para referirle lo ocurrido. Sánchez había dispuesto que las siguiesen unos agentes de policía.

Tras ellas entraron en la casa los agentes. Eran cerca las doce del mediodía. Detuvieron inmediatamente a un seglar que allí estaba y futuro mártir, Leo¬nardo Pérez, y a las citadas señoras y después al P. Solá. Al principio el P. Solá no fue reconocido como sacerdote, pero al registrar su habitación hallaron en ella objetos sagrados y fotografías, entre las cuales una en la que el sacerdote aparecía revestido con los or¬namentos sacerdotales dando la primera comunión a una niña. El Padre confesó entonces su identidad sacerdotal. Fue inmediatamente detenido por el jefe de aquellos policías que se apoderó del dinero que encontró en su recamara. Creyeron, o fingieron creer, que el otro hombre, Leonardo Pérez, era sacerdote; les indujo a ello su manera de vestir y su actitud devota ante el Santísimo que se reservaba en aquella casa. Llevaron a los cuatro detenidos al Seminario diocesano, convertido en Comandancia Militar.

El general Sánchez los acogió entre insultos y desprecios. Nos cuenta en el Proceso sobre el martirio una de las señoras detenidas el encuentro con el general: “Estaban comiendo, cuando se presentó el General, y al entrar dijo así: “Coman, coman; buen apetito". Entonces se paró el Padre Solá y le dijo: "¿Usted gusta?" Y El le contestó: "No le pido; ustedes son unos ruines, soberbios, los aborrezco, los odio. Los que asaltan trenes; codiciosos...", y muchos oprobios. Con mucha calma y humildad [el P. Solá] se sentó, agachó su cabecita, y siguió comiendo su pan, oyendo todo con resignación y paciencia. Y estaba un perro del General junto a él y le empezó a dar pedacitos de pan. Y luego le dijo [el general]: "No le dé a mi pe¬rro; no es digno de que Usted le dé”. También lo que sentí muy feo, cuando le dijo: "¿Por qué no se había ido? Ya verá como lo voy a mandar en un barrilito, para que vaya muy a su gusto”[30].

El lunes, 25, el Padre Andrés Solá Molist será fusilado junto con el Padre Trinidad Rangel Montaño y el seglar Leonardo Pérez Larios en la línea ferroviaria en los Altos de Jalisco.

Conciencia clara de la posibilidad del martirio

¿Fue el P. Solá de¬tenido por su imprudencia en el modo de ejercer el ministerio? Hay que responder negativamente. Su detención hay que atribuirla a la ingenuidad de las dos señoras, que des¬pués de haber hablado imprudentemente con el General Sánchez, volvieron a la casa donde el padre Andrés estaba escondido sin adoptar las más elementales normas de prudencia. Los soldados que seguían a las señoras entraron con ellas y detuvieron al P. Solá, a Leo¬nardo Pérez y a las dos señoras. Aquella misma tarde en la misma casa detuvieron a otras muchas personas, entre las cuales a los jóvenes Romo, Oñate y Marín, y a la madre del Padre Trinidad Rangel.

El Padre Solá y su superior claretiano vi¬vían en León desde febrero de 1926 escondi¬dos y en situación de grave peligro para la vida. Del Padre Santesteban son estas palabras que describen la situación real: "Sólo le diré que en dos meses que estuve escondido rebajé nueve quilos porque no podía ni comer, ni dormir, ni nada”[31]. Uno de los testigos, la señorita Guadalupe Leal, excluye la existencia de fines humanos en el comportamiento de aquellos sacerdotes[32]. El Padre Solá conocía bien los peligros a que se exponía ejercitando el ministerio y estaba dispuesto a aceptar todas las consecuencias. “El Padre Solá dijo en mi casa que tenía conocimiento que estaba da¬da contra él orden de aprehensión y esto porque sabían que andaba ejerciendo el ministerio; alguien de mi familia le dijo que se escondiera, a lo que contestó que no se escondería; que si lo aprehendían que lo aprehendieran, y si lo fusilaban que lo fusilasen”[33].

Parece ser que el padre Andrés confiaba demasiado en su condición de ciudadano español. Al máximo sería expulsado del país. Su juicio no era teóricamente errado; entre Estados de derecho no se fusila a ningún ciudadano extranjero por haber cometido un delito que, según la ley local, no está castigado con la pena de muerte. Creyó que las autoridades federales de México se conformarían a las le¬yes por ellas mismas establecidas. Y que la Embajada española se preo¬cuparía de defenderlo. Ninguna de las dos cosas sucedió. De todos modos, el P. Solá contemplaba su muerte como algo posible, y la aceptaba. Su vida de misionero popular claretiano en México fue leal y valiente como lo demuestra el ejercicio peligroso de su ministerio sacerdotal. Nos la describe el Sr. Gregorio Mesa, que le acompañaba y le ayudaba en el ministerio: "Era para nosotros un héroe porque sacrificó el tiempo y la vida para consagrarse por entero al cumplimiento del deber y haciendo el bien que podía. Sus trabajos, según lo vi, son como siguen: Se levantaba, ofrecía el Santo Sacrificio de la Misa, daba la Sagrada Comunión a las personas que la pedían, después salía a las casas donde sabía que había monjas o a personas que solicitaban comulgar. Así pasaba la mañana hasta las 10 a.m. en que nos citábamos para hacer los bautismos que se ofrecían, los matrimonios y confesiones pues los bautismos eran tantos que hubo día en que se hicieron 10 de distintos Curatos, teniendo los derechos de cada Parroquia por separado para entregar al Superior (o Sr. Párro¬co), a quien consultaba muy frecuentemente. El día que le cayeron... tenía bastan¬te dinero, pues ese día iba a entregarlo. Todo se lo robaron…”[34].

LEONARDO PÉREZ LARIOS.[35] (Lagos de Moreno, 1883; San Joaquín, 1927)

Un seglar fiel y discreto

Lo fusilaron, sin juicio alguno, por considerarlo tal o porque fingieron creerlo tal. La orden partió de tres generales del ejército federal mexicano. Cada uno tiene sus responsabilidades. En la historia jugaron varios equívocos que los ejecutores de aquel crimen nunca trataron de aclarar. Dejamos al juicio de Dios, conocedor de las intenciones más recónditas del hombre, lo que pasó en el corazón de quienes ordenaron la muerte de este hombre bueno y justo. Había nacido en Lagos de Moreno -no lejos del lugar de su martirio-, perteneciente entonces a la ar¬quidiócesis de Guadalajara (hoy de San Juan de los Lagos), el miércoles, 28 de noviembre de 1883, y fue bautizado el do¬mingo 9 de diciembre del mismo año. Fue confirmado en la cercana población de Encarnación de Díaz, el 22 de abril de 1891, por el Obispo de Zacatecas, el franciscano Fray Buenaventura Portillo. Hizo su primera comunión en 1896.

Sus padres eran los esposos don Isaac Pérez y doña Tecla Larios, que habían contraído ma¬trimonio en Lagos, el 30 de abril de 1877[36]. Tuvieron 11 hijos. Leonardo fue el tercero. De ellos y dada la extendida mortalidad infantil y juveni,l sólo llegaron a la mayor edad siete[37]. Tres de ellos, Manuel, Alfonso y Guadalupe serán testigos en el Proceso de su martirio. Estos son los pocos datos escuetos que tenemos de este hombre cristiano, soltero, trabajador sencillo y puntual, cristiano de a pie y sobre todo mártir de Cristo a los 44 años de edad. Después del nacimiento de Alfonso (en 1886), la familia se trasladó de Lagos a Encarnación Díaz, donde poseían una propiedad agrícola en el rancho de “El Saucillo”. Ha¬cia 1910 se trasladaron a León arrendando el rancho. En Encarnación, Leonardo empezó a ir a la Escuela pública. Los padres de Leonardo eran cristianos forjados en la tradición de los Altos de Jalisco. Por ello en la familia se respiraba una atmósfera convencida de fe cristiana según los moldes de aquella noble tradición. Sabemos que Leonardo guiaba en casa a los largo de su infancia, adolescencia y juventud el rezo diario del Rosario con cánticos. Los testigos nos los pintan como un muchacho recto en todas sus cosas, franco y sin malicia en cosa alguna.


En León

La familia numerosa de los Pérez-Larios quedó huérfana de padre el 8 de agosto de 1907, trasladándose poco después a León. Aquí Leonardo comenzó a trabajar como dependiente en una tienda de confecciones llamada "La Primavera", en la que trabajaban también sus hermanos Manuel y Alfonso. Leonardo tuvo que ser una persona con iniciativa en su trabajo, ya que después de algunos años en "La Pri¬mavera” pudo establecerse por cuenta propia. Abrió un comercio de confecciones. Sin embargo no le fueron bien las cosas. Tuvo que cerrar su comercio y volver a "La Primavera". Debía ser una persona de confianza porque los dueños de “La Primavera” lo readmitieron sin dificultad. Incluso durante la grave y larga enfermedad que afligió al dueño de “La Primavera”, Leonardo estuvo siempre a su lado hasta que murió.

Quiso también formarse una familia y se echó novia, pero los familiares de la novia no permitieron aquel matrimonio. Después quiso hacerse religioso. Tampoco aquí pudo lograrlo debido a que tenía a su cargo a sus dos hermanas que dependían económicamente de él; tan es así que tras la muerte de Leonardo lo pasaron muy mal económicamente. Este amor sincero y desinteresado a sus herma¬nas lo llevó sin duda a renunciar a hacerse religioso. No solamente sostenía a sus hermanas, sino que también compartía sus pocos recursos con los pobres, los varios conventos de religiosas de la ciudad que vivían en una notable penuria. Por ello él mismo vivia de manera parca, más bien pobre; no fumaba ni bebía; su vida era el reflejo de la vida de un cristiano sencillo y humilde que vivía la vida de lo cotidiano con una dimensión heroica.

Un hombre de fe cristiana sencilla

Así nos lo presenta los escuetos testimonios que tenemos sobre su vida. Lo caracterizaba especialmente su fe recia, demostrada en su devoción a la Eucaristía y a la Virgen. Precisamente será apresado cuando se disponía a asistir a la celebración de la Misa en la casa en la cual iba a celebrar el que sería su compañero de martirio, el Padre Solá. En León entró en un pequeño grupo de fieles (eran unos doce), que se había organizado allí en 1904, cuyo fin era la promoción de la devoción mariana, intensificar la vida cristiana de sus miembros y procurar vocaciones sacerdotales y religiosas. Los miembros de este grupo hacían votos privados temporales de vivir en virginidad consagrada. Se reunían semanalmente para hacer la adoración al Santísimo Sacramento; todos los miembros del grupo tenían que perma¬necer en adoración por una hora ante el Santísimo expuesto. Era frecuen¬te que alguno de los miembros no apareciese, y entonces era Leonardo el que se encargaba de suplir al ausente, permaneciendo así dos o más horas ante el Santísimo. Terminada la oración solían salir de excursión al campo. Muchas de estas noticias las sabemos por su hermano, Alfonso, futuro hermano en el Instituto de los Misioneros del Espíritu Santo y cuya causa de beatificación se halla iniciada; este siervo de Dios ha¬blará de la devoción de su hermano a la Eucaristía y de aquella vida sosegada que llevaba con sus amigos de empeño cristiano.

Se puede decir que Leonardo pertenecía a esa categoría de cristianos de a pié, muy unidos a la vida parroquial, sencillamente devotos, sin grandes exterioridades. Estaba dotado de gusto artístico que demostraba en el arre¬glo y adorno de los escaparates de la tienda donde trabajaba. Aquel gusto innato por lo bello lo puso a servicio de la ornamentación de las iglesias y altares de su ciudad y al servicio del culto divino, una devoción que conservó hasta el mismo momento en que derramó su sangre, como se muestra en un hecho ocurrido en el camino hacia el martirio y que nos relata un joven, compañero de detención y testigo de su martirio: "Recuerdo que en el camino Leonardo me dijo cuando íbamos a llegar a la estación de Santa María: ¿Si nos sueltan aquí vamos a visitar a Nuestra Señora de San Juan? A lo que yo respondí que sí. Después, al llegar a Encarnación me hizo la misma invitación para visitar al Señor de la Misericordia"[38]. Pronto vería a Cristo y a su Madre, cara a cara, ¡en la eternidad!

Sencillez hasta en la confesión de su fe católica

Cuando lo detuvieron se encontraba en la casa de las señoras Alba con el padre Solá. Era el domingo 24 de abril de 1927. Ya hemos señalado cómo dos señoras amigas que asistían a las misas clandestinas, habían ido a la Comandancia Militar a pedir al general Sánchez la libertad del ya detenido Padre Trinidad Rangel; como volvieron imprudentemente a la casa-refugio de los sacerdotes y cómo la policía, siguiéndolas descubrió el escondite . Leonardo acababa de recibir la comunión y se encontraba recogido dando gracias a Dios. Una de aquellas señoras así relatará las circunstancias de la detención: "Lo primero que hicieron fue llevarnos al Oratorio; todavía estaba allí el Señor Leonardo. Luego le dijeron que era cura que iba a celebrar la Misa. Lo es¬culcaron y le sacaron no más que su rosario, y luego nos sentaron en la sala a los tres y empezaron a recorrer todo".

Los soldados al ver a Leonardo vestido de negro y su actitud devota creyeron que era un sacerdote. Fueron inútiles las aclaraciones que hicieron el mismo Leonardo, el Padre Solá y las personas que estaban en casa. Cuenta un testigo: “Al tomarlo uno de los de la guardia del brazo, abrió los ojos, pues él estaba dando gracias, pues hacía momentos había recibido la sagrada Comunión; pero permanecía absorto en su meditación; al tomarlo le dijeron si él también era sa¬cerdote; contestó: Yo no soy sacerdote, pero sí soy católico, apostólico y ro¬mano”.


Condujeron a los cuatro detenidos en un co¬che a la Comandancia Militar. Encerraron a las dos señoras en la celda de un soldado; al Padre Solá y Leonardo los encerraron en la antigua capilla del semi¬nario. Enseguida se presentó el general Sánchez que les cubrió de insultos soeces. Comenzaba la subida al calvario de los dos mártires a los que se uniría poco después el tercer compañero de martirio, el Padre Trinidad Rangel. Aquella compañía casual de amigos en Cristo, unidos por la persecución en un lazo de amistad, se había convertido en una compañía de mártires de Cristo Rey: los llamados “Mártires del rancho de San Joaquín”.


El viaje hacia la eternidad de los tres mártires de San Joaquín

Los seis compañeros de Cristo, pues tales eran aquellos confesores y mártires, habían sido obligados a subir a un tren de pasajeros, pero con un vagón militar, donde viajaban algunos soldados al mando del ya citado general Amarillas la mañana del 25 de abril de 1927. El tren se paró entre el Km. 491 y el 492 de la línea ferroviaria que iba desde Encarnación a Lagos. Apenas paró el tren descendieron de él un oficial con unos diez soldados. El oficial se dirigió al vagón donde estaban los detenidos. Hizo bajar solamente a tres de los seis. Comenzaron a descender hacia el fondo de una hondonada. A unos 60 metros les hicieron saltar un charco de chapopote derramado por el descarrilamiento de la noche anterior y los fusilaron por la espalda. Les dieron el tiro de gracia a los tres. El padre Trinidad Rangel y el señor Leonardo Pérez murieron en el acto; el padre Andrés Solá sobrevivió todavía unas horas.

Los tres jóvenes J. S. Romo, S. Oñate y L. Marín, compañeros de los mártires en aquel dramático viaje pudieron presenciar el martirio desde el tren, a 60 metros de distancia. Así lo recuerda uno de ellos, José Santiago Romo: "Al pasar por la estación de Los Salas, cerca de un lugar donde había ocurrido un descarrilamiento, se paró el tren y un oficial de apellido Silva ordena que ba¬jen del tren. Bajó el Padre Solá y Leonardo Pérez, el oficial observa y dice: "Falta uno"; y luego hacen bajar al P. Rangel. Yo me asomé a la puerta del carro, por donde los llevaban y vi que Leonardo me hizo una seña de inteligencia que no comprendí. Observé en esos momentos que una sonrisa asomaba a sus la¬bios. Con la mirada seguí al grupo que se apartó diagonalmente del carro y cuando hubo caminado unos 50 ó 60 metros vi que los soldados formaron fila, hi¬riéndoles por la espalda. Pude observar que el P. Solá por dos veces hizo esfuerzo por levantarse, no pudiendo hacerlo. Enseguida me metí en el carro y levanté a Marín que se había desmayado. Oí los tiros de gracia; pero no oí nada de lo que pudieron haber dicho los fusilados a causa de la distancia. El fusilamiento ocurrió el lunes 25 de abril de 1927 a las 9 y 5 minutos de la mañana.” .


Un martirio presenciado y testimoniado por muchos

En los procesos de martirio se exige una documentación cuidada de los hechos del martirio. Con frecuencia los largos interrogatorios y las confrontaciones se parecen mucho a las llamadas “interrogaciones cruzadas” en los procesos normales de carácter jurídico para constatar la veracidad de las mismas. Ya desde los comienzos de la historia de la Iglesia, las comunidades cristianas tuvieron sumo cuidado en recoger los datos del martirio, evitando toda imaginación. Por ello a veces son aparentemente áridas y escuetas. Es el caso de estos nuestros mártires. No es frecuente en las historias de martirio encontrar numerosos testigos que hayan presenciado a los hechos.

En este caso, además de los tres jóvenes compañeros de detención de los mártires, hubo también otros numerosos testigos que presenciaron el mismo hecho, sin saber en aquel preciso momento quiénes eran las victimas. Eran ferrocarrileros, que bajo la dirección de un supervisor, llamado Vidal Barrera, trabajaban en la reparación de los daños provocados en aquel lugar por el descarrilamiento ocurrido en la noche anterior. Uno de ellos, Petronilo Flores, escribirá de su propia mano el 22 de julio de 1927, a petición del Padre Collell, una relación en la que contaba el diálogo que tuvo con el Padre Solá moribundo: "Acontecimiento ocurrido el día 25 de Abril: A las 9 y minutos de la mañana llegó el tren explorador y bajaron 3 señores de ese tren y los fusilaron; y después salió el explorador, habiéndole dado instrucciones el General al Supervisor, y él al dar la vuelta por sobre la vía oía hablar como que había gente, y luego llego yo adonde estaba el Supervisor, y me dice a mí: Anda a ver quien habla y luego fui al lugar donde hablaban, y eran los tres señores que habían fusilado, que traían en el explorador; y yo encontré 2 señores muertos y uno todavía no se moría, y me habla a mí y me dice: Oye, tú, ¿qué vas a hacer conmigo? Y le dije: Nada, señor. Y me dice: ¿Ves tú a esos 2 muertos que están a un lado de mí? Uno es sacerdote de Silao, de la iglesia del Perdón y yo soy sa-cerdote español, de León. Somos sacerdotes 2 y morimos por Jesús y morimos por Dios y enseguida porque nos han entregado, y yo soy sacerdote español y estoy muy herido, y muero por Jesús. Y enseguida me fui. Y vino otro hombre y las mismas palabras que a mí me dio, le dijo al otro hombre; y luego se fue el hombre y vino otro y lo mismo le dijo; y luego le dijo que tenía mucha sed, que le trajera agua; al llegar con el agua y muriendo luego”.

Hay otro testigo preciso del momento del martirio; se trata del garrotero (guardafrenos) del tren del general Amarillas, apellidado Uribe. Él habría estado presente en el lugar mis¬mo de la ejecución; y que vio y oyó lo allí ocurrido; a tres metros de dis¬tancia. Agustín Rangel, hermano del Padre Trinidad, lo califica como "de ideas contrarias a las nues¬tras"; y dice de él que se habría apoderado del sombrero del Padre Solá en el acto mismo de la ejecución o lo habría comprado a uno de los soldados. Este garrotero Uribe da así su versión: "Que él [Uribe] iba en el tren explorador del General Amarillas el día 24 de abril, como garrotero del mismo tren. Que el día 25, estando en la estación de Encarnación, llegó el tren número 7 procedente del Sur, conduciendo tres personas bien escoltadas por tropas federa¬les, y que escuchó cuando se dio la orden de que esas personas fueran llevadas al mismo sitio en que la víspera había sido atacado el tren militar y fueran fusi¬ladas. Que fueron llevados al kilómetro 491 en el tren explorador, y que él [Uribe] fue en ese tren. Que al saber el objeto de llevar aquellas personas, sufrió mucho, pues él es católico, y que pidió a otro garrotero un pedazo de papel para escribir en él, si era necesario, algún encargo que quisieran hacer los señores a sus fami¬lias. Que cuando llegaron al lugar ordenado por el General Amarillas, bajaron a los tres señores (que el ignoraba que dos eran sacerdotes) y los soldados; que él bajó también con el objeto de ver si prestaba algún servicio. Que todo fue momentáneo; que el Padre Trinidad absolutamente nada dijo; que al recibir la descarga de fusilería se desplomó y dio una vuelta, poniéndose una mano sobre la cara, por lo cual, comprendiendo que aún no moría, dijeron: 'Ese está vivo'; y que el Oficial le dio un balazo en la frente. Que el M. R. P. Solá pretendió hablar, pe¬ro la descarga no se lo permitió y rodó hacia abajo, Que el Señor Pérez se quitó su sombrero y sólo dijo 'Yo no soy sacerdote'; y cayó al suelo. Que inmediatamente los soldados se arrojaron encima de los cadáveres que habían quedado en ese sitio despojándolos de lo que llevaban. Que al Padre Trinidad le sacaron por la fuerza el reloj, quedando allí sólo la argolla; además le quitaron una bolsita con dinero y el sombrero. Que él [Uribe] estaba a tres metros aproximadamente de ellos y pudo ver y oír bien todo. Que luego se subió a la vía y comenzaron a mover el tren, con que obligó a los soldados a subir y abandonar los cadáveres. Debido a eso no terminaron de despojarlos ni descubrieron que el Padre Solá aún vivía” . . Como aves rapaces los soldados, como lo habían hecho otros soldados con Cristo en el Calvario tras la crucifixión, despojaron los cadáveres de los mártires de todo lo que llevaban encima: sacos, zapatos, sombreros, relojes y dinero. Los dejaron medio desnudos porque los llamaron enseguida a subirse al tren que reemprendía su marcha. Como uno de los testigos refiere: "… vi que los soldados después de haberlos fusilado volvían con sus sa¬cos y poniéndoselos se reían y mofaban profiriendo palabras indecorosas" . La ejecución fue muy rápida pués no hay que olvidar que el lugar estaba en una zona peligrosa para los federales, porque por aquella región imperaban los cristeros. Pasaron solamente seis o siete minutos desde que bajaron a los mártires hasta que los soldados regresaron al tren. Todo fue muy rápido. Por ello no encontraron en el cadáver del P. Rangel una bolsita que contenía 100 dólares, y que fue hallada al exhumarlo en 1931. Apresuradamente el tren dejó el lugar del martirio dirigiéndose hacia Lagos y a San Francisco del Rincón. Cuando llegó a esta estación los militares dejaron libres a los tres jóvenes, Romo, Oñate y Marín.

Los ferrocarrileros enterrarían a los mártires allí mismo, casi en la superficie del terreno. Uno de ellos declarará: "Voy a referir cómo los sepultamos; otros seis compañeros y yo después de la hora de la comida sepultamos a los tres en el mismo lugar del fusilamiento; tal como se encontraban: vestidos, sin calzado, sin cajas; las sepulturas tenían como medio metro de profundidad” . Las tumbas, hechas de prisa y corriendo, serían identificadas dos días después por el hermano menor del mártir padre Trinidad, Agustín Rangel. Apenas supo del fusilamiento de su hermano, acompañado por un amigo y por dos señoritas buscaron los cadáveres de los Mártires, que creían insepultos. Tardaron casi dos días en tener noticias precisas de los mismos ferrocarrileros. Era el 28 de abril por la tarde. Los cuatro mar¬charon a pie hasta el lugar del fusilamiento. Llegaron al lugar a la puesta del sol. Examinaron con todo cuidado los lugares, y encontraron todavía la sangre fresca de los Mártires. Amontonando piedras protegieron las tumbas contra los animales que ya habían comenzado a escarbarlas. Aquel mismo día tuvieron noticia reservada del telegrama que el general Sánchez había dirigido al general Amaro, jefe por aquel entonces del ejército federal, comunicándole la de¬tención “de tres frailes” [sic] en complot contra las autoridades, y de la orden de Amaro “de ejecutar a los frailes” en el lugar de los hechos y de dejar libres a los curiosos .

Entre¬tanto un hermano del mártir Leonardo Pérez, Manuel, había con¬seguido permiso del General Amarillas para trasladar el cadáver de su hermano Leonardo. El general no quería darle el permiso de trasladar a los tres, pero al final concedió el permiso. Así, en la mañana del domingo 1 de mayo de 1927 los tres cadáveres fueron desenterrados, puestos cada uno en su caja y llevados por la vía del tren en un armón a la estación de Lagos. Y cómo ha sucedido en numerosos casos de los mártires de esta persecución, los fieles no se intimidaron ante las amenazas. La noticia corrió como pólvora. Un gran número de fieles lesperaba a los cadáveres en la estación y los acompañaron al cementerio municipal de Lagos. Allí abrieron las cajas y aquellos campesinos devotos tocaban objetos religiosos, paños y pañuelos a los cuerpos de los Mártires, como había sucedido ya en la historia del martirio desde la Iglesia primitiva. Y hasta una mujer recitó unas poesías ante los cuerpos de los Mártires. Corría la tarde del 1 de mayo de 1927 .

Pocos años después, el 28 de abril de 1931, los restos del mártir Leonardo Pérez fueron trasladados de Lagos a León e inhumados en la iglesia de la Santísima. Su cadáver fue hallado incorrupto. Los restos del mártir padre Trinidad Rangel fueron trasladados a Silao el día 4 de mayo de 1932 en la capilla de Santa Teresita del Niño Jesús de la iglesia parroquial. Se halló entonces entre los restos el portamonedas del que había hablado el Lic. D. Diódoro Valdivia en 1927 y que contenía el dinero que iba a enviar a su madre. Actualmente los restos se hallan en el Templo del Perdón. Los restos del padre Andrés Solá fueron trasladados a León e inhumados en la iglesia del Inmaculado Corazón de María el 26 de enero de 1943.

NOTAS

  1. Las Actas del proceso sobre el martirio de los sacerdotes José de la Trinidad Rangel Montaño, Andrés Solá Molist (misionero claretiano), y del seglar Leonardo Pérez Larios en: CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM, , N. 2008, Leonensis Beatificationis seu Delcarationis Martyrii Servorum Dei Iosephi a Trinitate Range Montañol, Andreae Solá Molist CMF et Leonardi Pérez Larios… Positio super Martirio, Romae 1997. Aquí se citarán los testimonios del Proceso, cuando ocurra, en forma abreviada.
  2. La fuente principal para conocer la vida del P. José Trinidad es la Biografía escrita por su hermano Agustín con fecha 22 de julio de 1927. Summ., 188 200.
  3. Test. XVIII, Agustín RANGEL. Summ., 57, ad 10.
  4. ADL Expediente n. 738. Summ., Doc. 11. 131.
  5. Test. XVII, C. SIERRA. Summ., 52, ad 10.
  6. Test. XIX, ARROYO. Summ., 65 67.
  7. Test. XXII, J. QUIROZ, Summ., 74.
  8. Test. X, J. QUESADA, Summ., 37 38, ad 6.
  9. Test. I, J. S. ROMO, Summ., 17, ad 6.
  10. Test. I, J. S. ROMO, Sumn., 17, ad 6.
  11. Test. XII, FLORES, Summ., 43, ad 6 e ad 7.
  12. La fuente la principal para conocer la vida del Andrés Solá es el libro del p. Antonio ARRANZ, Los Mártires de San Joaquín en la República Mejicana (1927). El autor dispuso del escrito del p. Julián Collell Guix, uno de los testigos. El p. Arranz se entrevistó con los padres, hermanos y condiscípulos del Mártir. El mismo Arranz había sido uno de ellos.
  13. A. ARRANZ, Los mártires de San Joaquín en la República Mejicana. Madrid, 1927, 17.
  14. A. ARRANZ, Los mártires de San Joaquín, Madrid, 1927, 17.
  15. Test. XL, A. ARRANZ, Summ., 104, ad 7.
  16. Test. XL, A. ARRANZ, Summ., 103, ad 7: "Conocí y traté íntimamente durante siete años al Andrés Solá por ser condiscípulo en Cervera, durante los años de Novi¬ciado, Filosofía y Teología, y en Alagón durante dos años de Moral”. A. ARRANZ, Los mártires de San Joaquín, Madrid, 1927, 25 28.
  17. A. ARRANZ, Los mártires de San Joaquín, Madrid, 1927, 32.
  18. A. ARRANZ, Los mártires de San Joaquín, Madrid, 1927, 32.
  19. A. ARRANZ, Los mártires de San Joaquín, Madrid, 1927, 33.
  20. A. ARRANZ, Los mártires de San Joaquín, Madrid, 1927, 33-34.
  21. Positio: Carta del J. CARULLA al Secretario General. 22 se 1927, en Summ., Doc. 26, 147.
  22. Positio: Carta del SANTESTEBAN, Superior local del Solá, al Superior General, 6 Julio 1927, en Summ., Doc. 35, 214.
  23. Test. XXVI, J. CARULLA, Summ. 82, ad n. 9.
  24. Jean. MEYER, La Cristiada, 2, México, 1991 (12 ed.), 161.
  25. En Positio: Gregorio MESA. Espíritu del Solá. en Summ., 201: Doc. 34, 9.
  26. En Positio: Carta del F. SANTESTEBAN: en Summ., 213: Doc. 35.
  27. En Positio: Test. II, M. MUÑOZ. Summ., 39, ad 4. F. MONASTERIO, Los mártires de S. Joaquín. León, 1980, 32.
  28. En Positio: Carta del F. SANTESTEBAN: en Summ., 213 214: Doc. 35.
  29. Josefina ALBA, Apuntes, en Summ., 175: Doc. 34, 2.
  30. Enc. ESQUIVEL, Vida de VERDUZCO. Prisión, en Summ., 179: Doc. 34, 3.
  31. F. SANTESTEBAN, Carta al Superior General, 6 Julio 1927, en Summ., 214.
  32. Test. II, G. LEAL, Summ., 21, ad 10. 120 Test. III, J. LEAL, Summ., 22, ad 7.
  33. Test. III, J. LEAL, Summ., 22, ad 7.
  34. G. MESA. Espíritu del Solá, en Summ., Doc. 34, 9, 201 202.
  35. Las fuentes para el conocimiento de la vida de Leonardo Pérez son: 1) las declaraciones de sus hermanos, Manuel, Alfonso y Guadalupe; 2) las breves noticias que se contienen en la obra del A. ARRANZ, Los Mártires de San Joaquín, Madrid, 1927, 109 111; 3) ALFREDO VIZOSO, M.S.S., El Hermano Alfonso Pérez [hermano del Mártir], Misionero del Espíritu Santo. México, 1994²; 4) el Informe del COLLELL, en la Positio Super Martyrio, citada: Doc. 34. 6, Biografía 3, necrología de Leonardo PÉREZ, en Summ., 185 187.
  36. A. VIZOSO, El Hermano Alfonso Pérez, 19.
  37. Manuel tenía 54 años en 1934; nacido por tanto en 1880. Alfonso nació el 13 diciembre 1886; y fue el cuarto de los hermanos (A. VIZOSO, El Hermano Alfonso Pérez, 20). En 1939 Guadalupe declaró tener 38 años; era la menor.
  38. Test. I, J. ROMO, Summ., 18, ad 11.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ