MÉXICO; Camino del nacimiento de un estado laico (VIII)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El catolicismo de principios del siglo xx en el ámbito social

La historia del catolicismo mexicano a lo largo de los siglos XIX y XX es compleja. Ofrecemos aquí unos datos sobre las raíces ideológicas que llevaron al Estado surgido de la Revolución mexicana a perseguir tan tenazmente a la Iglesia Católica. Ante todo, hay que recordar que el catolicismo mexicano de los comienzos del siglo XX destaca en el ámbito latinoamericano por su vivacidad y su compromiso social.

Hoy se encuentran estudiadas muchas de las ideas y experiencias socio-políticas de algunos sectores del catolicismo mexicano, y la manera de cómo éstas incidieron en el movimiento católico en los campos social y político. Ahora bien, el conflicto religioso de la década de los veinte no es un fenómeno aislado. Forma parte de un enfrentamiento más amplio entre la Iglesia y el Estado que renace violentamente en esos años. Un caso típico de este catolicismo social combatiente lo representa la «Liga Defensora de la Libertad Religiosa» y la de líderes católicos como Anacleto González Flores, que morirá fusilado por el Gobierno.

Anacleto fue uno de los actores principales de este movimiento social y representa al polo combativo católico en el cual el Gobierno, con razón o sin ella, reconoció un rival, una amenaza y el blanco ideal en su lucha contra la Iglesia. Pero su caso paradigmático representa el de muchos otros cuyos nombres formarían una lista interminable.

Por ello tenemos que referirnos a algunos movimientos en el seno del catolicismo mexicano de esa época, y a los rasgos del contexto socio-político y religioso que nos expliquen las raíces de aquella lucha y el martirio de muchos católicos. Deberemos referirnos al panorama de la historia reciente de México desde el punto de vista de las relaciones entre la Iglesia y el Estado surgido de la Revolución.

En esa época convulsiva inaugurada en 1910 con la Revolución mexicana y concluida con Lázaro Cárdenas en 1940, se agudiza la llamada «crisis religiosa», que alcanza su cenit con la Cristiada. Debemos señalar las raíces ideológicas y legales de la persecución por parte del nuevo Estado surgido de la Constitución de 1917 y dar algunas pinceladas rápidas sobre algunos de los factores más significativos del conflicto, que expliquen los distintos aspectos de la respuesta católica a la agresión de un Estado que se autoproclamaba como Estado-patrón adjudicándose el derecho de controlar las personas, las asociaciones y todos los sectores de la vida social, incluido el religioso. Este Estado, autoproclamándose única fuente de derecho, imponía lo que tenía que hacer para conservar el poder.

Hoy se ve claro cuáles fueron las consecuencias de tales concepciones en los diversos países del mundo. En México algunos católicos, sobre todo sacerdotes, prefirieron dejarse conducir al martirio «como ovejas al matadero». Son los mártires de la fe católica. Otros, apelando al derecho que todo hombre tiene como ser social y como ciudadano, agotadas las vías del diálogo, protestaron con la revuelta armada. Se trata de dos casos y actitudes muy diversas, aunque cada cual heroica y legítima en su ámbito.

Los católicos en la brecha de lo social

Durante muchos años los gobiernos mexicanos y su prensa fiel miraron con sospecha a todas las intervenciones públicas de la Iglesia. Cualquier leve intervención de obispos y sacerdotes era juzgada como indebida intromisión en la vida pública y como quebrantamiento de las leyes de separación de las competencias respectivas de la Iglesia y del Estado: a la Iglesia solo la ejecución de ritos religiosos, en el sentido más literal del término; al Estado todo lo demás en la vida.

Así entendían muchos la laicidad del Estado. No lo entendían así los católicos en los años duros de la persecución cuando salieron a la calle a costa de sus vidas.[1]Tras los llamados «arreglos» de 1929 entre el Estado y la Iglesia, muchos católicos se retiraron de hecho a la vida «privada», y la fe se refugió en los templos. Obispos y sacerdotes se limitaron a ello, para no quebrantar una ley que continuaba privándoles de derechos que la naturaleza da a toda persona.

La vida de los católicos mexicanos se había distinguido en Latinoamérica por su vivacidad y compromiso social desde principios del siglo XX. El sindicalismo católico había nacido en México a principios del siglo. Los gobiernos que se sucedieron a la caída del «porfiriato» temían a los católicos, y no sin razón, pues realidades como los Congresos y Semanas Sociales, el Partido Católico Nacional o los Obreros Católicos se presentaban como fuerzas que contrastaban las proclamas de un Estado revolucionario.

Los movimientos del catolicismo social católico arrastraban a muchos obreros y campesinos tras de sí. Por ello parece extraño que un político como Lázaro Cárdenas arengase a sus oyentes desde el púlpito de una iglesia oaxaqueña en 1933, durante su campaña electoral con palabras de este tenor:

“¿Cuándo en la Iglesia se les ha hablado a ustedes de sus derechos? ¿Cuándo se les ha dicho que son ustedes dueños de la tierra y que deben disfrutarla? [...] ¿Cuándo en las iglesias se les ha hablado de que deben unirse en sindicatos, a fin de tener fuerza y defenderse? ¿Se les ha dicho alguna vez aquí que deben ejercer acción directa contra el vicio del alcohol? Los consejos que les dan son de que mantengan una actitud de obediencia, de sumisión”.[2]

A partir de los últimos años de la presidencia de Cárdenas, Iglesia y Estado llegaron a un acuerdo tácito, en el que el Estado suspende la aplicación estricta de la ley y renuncia a intromisiones como limitar el número de sacerdotes, expropiar seminarios o prohibir las peregrinaciones. La Iglesia, por su parte, procura no intervenir en las cuestiones sociales: sindicalismo, cooperativismo, democracia, justicia social, y se mantiene al margen de los partidos políticos, para declarar que “la actitud firme y sincera de la Iglesia en México es abstenerse de toda política, sea nacional o internacional, y de consagrarse al cumplimiento de su misión espiritual”.[3]

La Iglesia en México había caminado a lo largo del siglo XIX por el sendero de la tradición más conservadora. Los años de la paz del «porfiriato», si por una parte la habían anquilosado en algunos sectores, en otros habían puesto al descubierto sus carnes débiles. Sus intervenciones se colocaban casi siempre en la defensa de sus derechos y de condena de la legislación que consideraba hostil. La relativa paz de que gozó durante el porfiriato la ayudó a tomar conciencia sobre una situación insostenible.

A finales de aquel periodo se nota un despertar progresivo de la conciencia católica en varios campos; entre otros el social y el político. No abandonó totalmente la defensiva, pero junto con ella o a pesar de ella asistimos a nuevas aperturas y fronteras.[4]Nacía finalmente en México un catolicismo que identificaba los males, los denunciaba, actuaba, proponía soluciones con frecuencia radicales y fundaba movimientos, asociaciones, sindicatos, periódicos y movimientos políticos.

Los regímenes estatales nacidos de las revoluciones seguidas a partir de 1911 no toleraban «contra-altares» a su centralismo ideológico. Por ello atacaba las instituciones que podían quedar fuera de su control, como gremios, universidades, obras de beneficencia, comunidades indígenas y religiosas, municipios y familia. En el pensamiento social católico la sociedad era concebida como “una asociación compuesta de otras asociaciones intermedias como la familia, el municipio o la asociación profesional; de modo que el progreso de la sociedad civil dependía del progreso de tales organismos”.[5]En la Doctrina Social Católica, un Estado debe ser «subsidiario» y no absoluto o totalitario.

En el campo social católico se distinguieron algunos exponentes como Trinidad Sánchez Santos en el periodismo, José Refugio Galindo en los «Operarios Guadalupanos», Miguel Palomar y Vizcarra en lo social con las Cajas Raiffeisen.[6]En un México en el que el liberalismo mercantil de cuño «manchesteriano» alcanzaba cuotas inimaginables en la explotación de campesinos y obreros, se entiende la acusación de Francisco Banegas Galván, que así se expresaba en 1906: “No hay indudablemente contrato de esclavitud entre el rico y el pobre; pero de hecho la esclavitud existe más horrorosa que la antigua porque está velada con la apariencia de libertad [...]. Del día a la noche [el trabajador] conduce el arado, del día a la noche cava, hora tras hora remueve la tierra, esparce el agua corta la madera”.[7]

Ante estas terribles situaciones de injusticia social los católicos no se quedaron mudos. Hablaron y actuaron a través de los Congresos Católicos, del sindicalismo y del periodismo. La acción concreta había empezado tras la difusión de la «Rerum Novarum» de León XIII, pero será con la llegada a México del jesuita Alfredo Méndez Medina que se comienzan a poner en marcha círculos y organizaciones sindicales, superando los esquemas de las meras asociaciones piadosas.

En 1913 formará el sindicato «Artes Constructivas» en La Ciudad de México, siguiendo también el influjo de otro jesuita, el padre José M. Heredia, fundador de organizaciones como la de Obreros de San José. Méndez Medina fue nombrado director de aquel nuevo organismo, bajo la discreta vigilancia de un comité episcopal, siguiendo las indicaciones de Pio X en la materia.[8]El grupo entra así activamente en el conjunto de iniciativas y organizaciones sociales católicas como los Caballeros de Colón (1905); la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) en 1912, brazo militante del catolicismo mexicano y que forma sindicatos, círculos de estudio y cooperativas; la Confederación Católica del Trabajo (CCT) promovida por Arnulfo Castro S.J. en 1920; las Damas Católicas (1911), la Confederación de Asociaciones Católicas de México (1919). Cada una de estas asociaciones, según el propio estilo, se comprometen en la acción social, con la finalidad de brindar soluciones prácticas a la miseria de los trabajadores.

Este tipo de compromiso era una novedad para el catolicismo mexicano, que había vivido penosamente los años del siglo XIX bajo los diferentes tipos de liberalismos y de conservadurismos, e incluso a veces en una especie de letargo social o de larga «siesta». En una sociedad como la mexicana de entonces que adolecía de graves desigualdades, malestares y de una inercia en el campo social, la posición de la Iglesia en materia social era en algunos casos insignificante y siempre incómoda.

Con la «Rerum Novarum» se habían empezado a mirar con simpatía a las mejores experiencias en el campo social en algunos países europeos como Bélgica y Francia, especialmente en el campo del sindicalismo católico y del asociacionismo político y social. La legislación belga había incluso plasmado algunos de aquellos principios en su legislación, pero el intento de adaptarlos a la realidad mexicana resultaba arduo; además, tras los años veinte del siglo, con la experiencia del fascismo en Italia, la tentación de caer en un corporativismo de cuño fascista era patente, como la pretensión de organizar sindicatos obreros y patronales en forma corporativa y conciliadora.[9]

Por otra parte, en el mismo mundo católico de entonces se veía generalmente con suspicacia el concepto de democracia, al considerarla una forma larvada de liberalismo político contrario a la doctrina tradicional de la Iglesia que veía a la soberanía como un principio que venía de Dios. La jerarquía católica consideraba a la democracia, como principio político, una falacia; pues veía al poder civil, en cualquier forma de gobierno, como proveniente de Dios y nunca del pueblo, por lo que la desobediencia a dicho poder, al menos que se opusiese a la ley natural o de Dios, era reprobable.[10]

Los Congresos Católicos

El primer Congreso Católico Nacional se celebró en Puebla del 20 de febrero al 1 de marzo de 1903.[11]Participaron 19 eclesiásticos y 20 laicos. El Congreso marcó la entrada de los católicos en el campo social. Allí destacó ya la actuación del joven Miguel Palomar y Vizcarra, que propuso implementar las «Cajas Rurales»;[12]se tocó también el tema de los indígenas, buscando una solución global, económica, social, educativa y política para aquellos pueblos tan maltratados.

El segundo Congreso Católico se reunió en Morelia del 4 al 12 de octubre de 1904. Se le llamó Congreso Mariano y participaron en el 60 clérigos y 40 laicos. El catolicismo mexicano no tuvo que esperar la Revolución para proponer soluciones; lo encontramos vuelto al pueblo, a la prensa y a la escuela. “[El Congreso] habla de empleo de tiempo completo, de la asistencia económica y cultural que había de prestarse al obrero, de la lucha contra el alcoholismo, de la promoción de la raza indígena y aún se toca el tema de la vacunación”.[13]

Se organizó un grupo para cada tema: trabajo y desempleo, desarrollo de los Círculos obreros, lucha contra el alcoholismo, cómo mejorar la suerte de los indios, desarrollo de los hospitales, orfanatos y hospicios.

El tercer Congreso Católico se celebró del 18 al 29 de octubre de 1906 en Guadalajara, con el nombre de Congreso Católico Mexicano; coincidió con el Primer Congreso Eucarístico; participaron 160 personas, 16 de las cuales eran sacerdotes y 154 seglares. Tenía como objetivo “reunir a todos los católicos del país en una acción común y acorde, para la protección y defensa de los intereses sociales y religiosos, ayuda e impulso de las obras católicas”.[14]


Sus propuestas sobre el trabajo influirían en el Congreso Constituyente de Querétaro: jornada laboral de 7 a 9 horas; salario individual y familiar, íntegro y en efectivo; higiene en las casas de los trabajadores y en los centros fabriles; deberes de los patrones para con los obreros; conservación de la propiedad indígena. Los temas abordados en los grupos fueron: Círculos de obreros, mendicidad, alcoholismo, prensa católica, educación de la juventud. Se sugirió reforzar el sindicalismo y las Cajas Raifeissen, y pedir al Estado una legislación favorable a los obreros.

El cuarto Congreso Católico se celebró en Oaxaca del 19 al 22 de enero de 1909, con el nombre de Congreso Nacional. Abordó ampliamente el problema indígena; sus propuestas influyeron en la Constitución de 1917. Propuso la difusión de escuelas para niños, escuelas nocturnas, diurnas y dominicales, escuelas rurales, en español, que debían enseñar a los indígenas sus derechos y deberes civiles, difundir entre ellos la buena prensa, promover la higiene, combatir la embriaguez, el robo y el adulterio; formar educadores para los indígenas y otorgar becas a los estudiantes indios; crear escuelas agrícolas.

Dio disposiciones sobre el salario justo, el trabajo de menores y de mujeres, así como sobre la indemnización. Se propuso fomentar las iniciativas personales, mejorar la alimentación, el vestido, la casa, baños y lavaderos en las fincas; exigió que las tiendas fueran un servicio y no un medio de explotación, se ocupó del trabajo en minas y fábricas y se comprometió a difundir los círculos obreros y el mutualismo.[15]

El sindicalismo. Los primeros pasos

La historia de los sindicatos en el campo católico está unida a iniciativas de sacerdotes y laicos para promover al obrero y la justicia social. Así en México, el superior de los josefinos, José María Troncoso Herrera, había fundado los «Círculos de Obreros» como medios de instrucción religiosa y de promoción moral, de lucha contra el alcoholismo y el juego, y como cajas de ayuda.

Aquellos Círculos poco a poco se transformaron en verdaderos sindicatos. En Jalisco trabajaban en el campo obrero el jesuita Arnulfo Castro, el padre Antonio Correa y Miguel Palomar y Vizcarra. Ya en 1895 se habían fundado los Obreros Católicos y algunos Círculos obreros en Guadalajara; allí mismo nació en 1902 el Centro de estudios sociales León XIII. En Oaxaca, el canónigo Núñez y Zárate fundó los Operarios Guadalupanos (21 enero 1909) para promover las ideas social-cristianas.

Un notable impulsor del sindicalismo católico fue el P. José de Jesús Galindo, quien desde 1905 había propagado los Operarios Guadalupanos; cada año los reunía en una semana social. Estos círculos en 1910 reclamaron el derecho de huelga, pidieron al gobierno que fijara los salarios y regulara el número de horas de la jornada laboral, así como los precios de los alimentos, ya que de la buena voluntad de los patrones nada se podía esperar.

En 1908, la Unión de Obreros Católicos, que había nacido de asociaciones profesionales, se confederó en 1911, agrupando unos 12,000 obreros de 43 círculos. En 1912 la confederación se ampliaría a nivel nacional, con 50 círculos y 14,000 socios. Junto con el Partido Católico Nacional, era la institución católico-social más importante. Ambas instituciones dieron lugar a nuevos grupos, como las Damas Católicas, la Liga de Estudiantes Católicos y diversas cooperativas.

La Sociedad de Obreros Católicos de la Sagrada Familia y Nuestra Señora de Guadalupe, revistas como «Restauración», «La Democracia Cristiana» y «El Operario Guadalupano» contribuyeron a formar una conciencia social en amplios estratos de la población. Las ideas de estos grupos tuvieron un eco en la Constitución de 1917. Otros protagonistas de este movimiento social a favor del mundo del trabajo fueron el futuro arzobispo de México José Mora y del Río, que organizó juntas de Hacendados, Congresos Agrícolas o Semanas Agrícolas en Tulancingo (septiembre de 1904, septiembre de 1905) y en Zamora (1906).

Las Semanas Sociales y sindicalismo católico (1910-1914)

Las Semanas Sociales comenzadas en Lyon, Francia (1904) pronto se difundieron con iniciativas análogas en otros países europeos. En México se celebraron en este período: Puebla (1908), León (1909), México (1910), Zacatecas (1912). Fueron un terreno fértil y abonado para el nacimiento del sindicalismo católico.

En 1911 se realizó en la ciudad de México la Dieta de la Confederación Nacional de Círculos Católicos Obreros; cuando dos años después se reunieron en la Gran Dieta de Zamora (1913), ya representaban 30,000 miembros, es decir, más de la mitad de los obreros organizados de México. La Dieta de Zamora batalló por el salario básico familiar, dispuso la realización obligatoria de arbitraje entre capital y trabajo antes de recurrir a la huelga, y la creación de seguros para accidentes de trabajo y enfermedades, temas que –sin decir su procedencia- el artículo 123 de la Constitución tomaría en cuenta. En 1913, después de la Dieta, nacía el primer sindicato en sentido estricto.

Las Cajas rurales Reiffeisen

Este movimiento social católico comenzó en Jalisco en 1910, generando enseguida iniciativas a favor del mundo obrero; asesinadas por el constitucionalismo en 1914 revivió en 1920 para ser nuevamente suprimidas por la represión de los tiempos de la Cristiada.[16]Estas Cajas eran una iniciativa contra la usura que empobrecía el campo: algunos prestamistas cobraban el 9 ó 12% mensual. Anacleto González Flores cuenta que, en El Refugio, municipio de Acatic, los hacendados prestaban a los campesinos con el 100 o 150% de intereses;[17]y si prestaban maíz o frijol, cobraban incluso el doble o triple al tiempo de la cosecha.

El principal promotor de las Cajas, Miguel Palomar y Vizcarra, quien concebía al capitalismo como “la usura erigida en sistema”,[18]escribió mucho sobre los principios de la caja: crédito barato y fácil, responsabilidad ilimitada, institución católica solidaria no caritativa, donde todos se conocen porque se limita a un pequeño territorio. El Partido Católico Nacional (PCN) y los Operarios Guadalupanos incluyeron en su programa la fundación de Cajas Reiffeisen.

Propuestas desde 1903, la primera Caja nació en Tapalpa (1909) y la segunda en Arandas (1910); los estatutos de ambas se convirtieron en modelos de nuevas fundaciones. Además de esta última, en la región de Los Altos se crearon Cajas en Tepatitlán, Zapotlanejo, San Julián, El Refugio (municipio de Acatic, promovida por Miguel Gómez Loza, de la que Anacleto González Flores escribió una monografía en 1914),[19]y se hacían preparativos en Jalostotitlán y Atotonilco el Alto. La Semana Social de Encarnación de Díaz (en 1923) propuso fundar en cada sindicato campesino una Caja rural, que habría de confederarse en torno a dos centros: Encarnación de Díaz y Lagos de Moreno.

Desde luego, el gobierno «no sabía» (¿) nada de estas cajas. Cuando Plutarco Elías Calles regresó de Europa antes de tomar posesión de la presidencia en 1924, convencido del sistema cooperativo, lo difundió sin considerar que los católicos tenían bastante experiencia; en su propaganda decía que “los mexicanos no habíamos tenido, hasta entonces, quienes nos mostraran el camino de las cooperativas”.[20]


El segundo lanzamiento de iniciativas sociales (1918-1926)

Los años inmediatos a la nueva Constitución fueron difíciles; la Revolución heredó violencia, pobreza, destrucción, huérfanos, honda ruptura entre fe y vida; y por si fuera poco, llegaban al poder los radicales con Obregón. Jalisco no fue una excepción en este estado crítico de cosas. Anticipaba la crisis nacional de 1926 con sus gobernadores y conflictos de partidos y tendencias.[21]Tras una larga lista de gobernadores efímeros en la década que va desde 1910 a 1920, en 1923 ocupaba la gubernatura del Estado José Guadalupe Zuno.[22]

En Yucatán, el gobernador Felipe Carrillo Puerto (1921-1924) intentaba implantar un sistema socialista y en muchos lugares del país crecía el proselitismo protestante y el laicismo, el cual se iba extendiendo por doquier por lo que la impunidad de los ataques a la Iglesia era el pan de cada día; por eso se formó la Liga Nacional Defensora del Clero, diversas sociedades de mutuo apoyo (en Guadalajara la Cooperativa para el Clero y la mutual «La Providencia»).

En esas circunstancias, los obispos apenas regresados del destierro, conscientes de que los grandes males de México eran el fruto de años de laicismo en la educación y en la sociedad, se decidieron acabar con la raíz envenenada de la Revolución. La herramienta privilegiada era, desde luego, el catolicismo social, entendido como la propuesta cristiana que pone a la persona humana, formada en la familia y en la escuela, en el centro de la vida social y política; propuesta que pretende regir las relaciones de trabajo y de autoridad por la justicia, la caridad y la paz, en el marco de la fe en Jesucristo como única posibilidad de orden social.

El episcopado

Después del Concilio Plenario Latinoamericano los obispos de México se habían reunido a nivel de provincias eclesiásticas, y en circunstancias ocasionales (como los obispos asistentes al Congreso Católico en 1909, los presentes en la Gran Dieta de Zamora en 1913, o en vísperas de salir del país en 1914); pero después de la Constitución de 1917 el episcopado se transforma en un bloque en el que la mayoría suscribe las Cartas Pastorales Colectivas, hasta que en 1926 se forma el «Comité Episcopal», recomendado por el Delegado Mons. Giorgio Caruana, quien será casi inmediatamente expulsado por el Gobierno de Calles.

Entre sus Cartas colectivas más importantes están: «Carta Pastoral del Episcopado Mexicano sobre la Constitución de 1917» (24 de febrero de 1917); «Carta Pastoral sobre la Acción Social Católica» (noviembre 1920); «Carta Pastoral sobre el Monumento Nacional al Sagrado Corazón en el cerro del Cubilete» (19 de marzo 1921); «Carta Pastoral sobre la Acción Social del Episcopado» (8 de septiembre 1923); «Carta Pastoral sobre la constitución de la Iglesia» (21 de abril de 1926); «Carta Pastoral ordenando la suspensión de cultos» (25 de julio de 1926); «Carta Pastoral sobre los deberes cívicos de los católicos» (8 de septiembre 1935) y «Carta a los episcopados de Estados Unidos, Inglaterra, España, Centro y Sudamérica, Antillas y Filipinas» (11 de febrero 1936).

Una nueva evangelización

Ante las nuevas situaciones la Iglesia optó por la evangelización, la justicia social y el compromiso político como prioridades pastorales. Los obispos ven en la violencia de la persecución carrancista un fruto de la escuela, la prensa y la política laicista, como señalan en la Carta Pastoral colectiva, elaborada en el exilio en noviembre de 1914:

“Nunca hubiéramos creído que en corazones mexicanos cupieran tamañas impiedades y blasfemias; pero la experiencia de estos días nos demuestra a dónde van a parar la enseñanza laica, las diversiones inmorales, la prensa impía y la desmoralización que nos trajo el liberalismo de cincuenta años”.[23]Por ello indican esos campos como prioritarios en la acción de los católicos.

Una rápida, honda y vigorosa acción pastoral, sin parangón en los últimos siglos demostró que la Iglesia no había perdido su poder moral; renació la búsqueda de los sacramentos, las devociones, la catequesis y la educación. La evangelización de jóvenes y adultos se apoyaba en las tradicionales Congregaciones Marianas, la Adoración Nocturna, las Ordenes Terceras; y sobre todo en las nuevas: la Guardia Nacional, las Damas Católicas, los Caballeros de Colón y la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), todo en dimensiones multitudinarias. No se trataba sólo de catequesis, sino de una formación integral para el apostolado y el compromiso socio-político.

La Iglesia se hizo particularmente presente en el campo. Organizó misiones populares, entronizaciones, coronaciones, congresos, fiestas, se promovió la devoción a Cristo Rey, cuyos seguidores manifiestan su fe sin temor, listos a un combate abierto: «¡Catacumbas nunca más!». La consigna era moralizar el país, profundizar en la fe, luchar por la justicia contra las tendencias ateas y laicas.

La Iglesia se reorganizó en sus estructuras, asumió múltiples labores; se mostraban especialmente activos los religiosos; ellos fueron la parte fuerte frente a los presbiterios atacados, algunas veces relajados por la ausencia del obispo, desalentados y sin saber por dónde comenzar; es significativo que los religiosos en esos difíciles años pasaran de 19 a 33 institutos en 1929.

Además, se desarrollaron algunas iniciativas de prensa católica, como «La Revista Eclesiástica» o «Gladium», la cual, nacida en 1925, un año después repartía 100,000 ejemplares mensuales en todo el país.[24]

El campo social

En 1919 los católicos de Jalisco, luego de una tenaz resistencia que duró ocho meses, lograron que fueran derogadas las leyes locales que reducían el número de sacerdotes e imponían el control gubernamental sobre los templos. Anacleto González Flores no se cansaba de repetir que la trascendencia de este hecho consistía en que había enseñado a los católicos el valor y el poder de la unidad. Continuar en esa línea permitiría no sólo hacer imposible la aplicación de la ley, sino lograr su modificación total sin violencia, con la fuerza de la movilización pacífica.

Así que, en la arquidiócesis de Guadalajara, en vez de dispersar las fuerzas unidas por la lucha, los católicos decidieron trabajar a fondo, organizarse, fortalecerse, en una palabra: unirse para defender su libertad. Anacleto González proponía trabajar en el Partido Demócrata para quitarle a la Revolución la esperanza de legitimarse; sobre todo veía necesario reedificar la familia, dar nuevo impulso a las corporaciones de trabajadores para librarlos de las extralimitaciones de los patrones y del liberalismo.

Haciendo un inventario de los recursos, contaba en primer lugar con la ACJM ya difundida en casi todo el Estado y entregada al estudio de los problemas de la reconstrucción nacional; con las Damas Católicas, las organizaciones de trabajadores y varias agrupaciones de señoritas.[25]

En noviembre de 1918 se estableció en Guadalajara la Junta Diocesana de Acción Católico-Social, para promover y unificar las obras del arzobispado en este campo. El arzobispo Francisco Orozco y Jiménez presidía el comité diocesano de Acción Social-Católica, compuesto por 13 eclesiásticos y 6 seglares. Dos años después, en 1920 se fundó el Secretariado Social Mexicano con el mismo propósito de unificar a los católicos a nivel nacional.

Antes de regresar del exilio en 1918, el arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez firmó el «Acta de Chicago», junto con los arzobispos de Yucatán, Michoacán, Durango y Linares; se trataba de un documento dado a conocer solamente el 10 de diciembre de 1920, en el que los firmantes se comprometían a promover la unificación permanente de la acción episcopal; a luchar por el reconocimiento de las libertades de enseñanza, el derecho de poseer bienes, la devolución de templos y el uso irrestricto de los derechos civiles sin importar el credo; igualmente los obispos se comprometían a unificar la acción social católica dentro de una confederación nacional de agrupaciones para controlar e intensificar dichas actividades mediante un programa general.[26]

El episcopado nacional, reunido el 12 de octubre de 1920, tomó algunas decisiones en esta línea; los prelados se comprometieron a levantar en el centro del país un monumento a Cristo Rey; a construir una Nueva Basílica de Guadalupe (dadas las condiciones del santuario nacional); a crear un Seminario Inter-Diocesano; y formar un Secretariado General del que dependieran las obras católico sociales para coordinarlas y fomentar o reorganizar la asociación de obreros con el fin de estimular su condición espiritual y material fundados en la justicia y la caridad.[27]El Secretariado Social también asesoraría la formación de asociaciones, capacitaría en el campo del cooperativismo y en el cívico, por ejemplo, con las semanas sociales.

El año siguiente, 1921, los obispos dieron a conocer algunos de estos acuerdos. Sobre la cuestión social decían: “Vuestra salud eterna, juntamente con vuestro bienestar temporal, están pendientes, amados hijos nuestros, de la solución que se dé a esta cuestión, tan compleja y difícil, que se ha llamado Cuestión Social”.[28]

Los pastores católicos añadían luego que el primer principio de solución era dar a cada uno lo suyo: en primer lugar dar a Dios los derechos de Dios, y luego la justicia entre los hombres; en segundo lugar establecían que la defensa de los derechos habría de ser pacífica. Pero si la justicia impide que los hombres se perjudiquen, es necesaria la caridad para que se ayuden; éste es el distintivo del cristiano. Así, la justicia y la caridad, conseguidas por la paz, serían la solución a la cuestión social.

Concluían diciendo que “para fomentar, en la parte que nos toca, las sociedades animadas por este doble espíritu de caridad y justicia, y encaminadas a la resolución de las cuestiones sociales, hemos convenido en la fundación del Secretariado Social, que se ocupará únicamente en los asuntos de esta índole”.[29]

Más tarde, en la Carta pastoral colectiva del 8 de septiembre de 1923, el episcopado confiaba también al Secretariado Social la coordinación de la Unión Nacional de Damas Católicas, la Orden de Caballeros de Colón y la Acción Católica de la Juventud Mexicana, con el objetivo de influir en la cuestión social. Estas organizaciones contaban entre 60 y 80 mil afiliados. A la cuestión social se sumaría en 1926 la Unión Nacional de Padres de Familia, a la cual se confió la lucha por la reforma del artículo 3° constitucional. En cuanto al sindicalismo católico en particular, éste vivió un fuerte desarrollo a partir de 1920 y 1921, en buena medida gracias a los Caballeros de Colón, quienes también sostenían escuelas.

En Jalisco hubo varias Semanas y Jornadas Sociales por diferentes rumbos; en Los Altos, zona que se distinguiría durante la Cristiada, tuvieron lugar una Semana social (en diciembre de 1919) y dos Jornadas regionales (septiembre de 1921 y 1922) en Lagos de Moreno. Tuvieron sendas Semanas sociales San Julián (septiembre de 1919), Lagos (diciembre de 1919), Cuquío (agosto de 1923), Encarnación de Díaz (18-21 de septiembre de 1923), Totatiche (finales de octubre y principios de noviembre de 1924) y San Juan de los Lagos.[30]

En Tepatitlán, la tierra de Anacleto González Flores, los Obreros Católicos iniciaron en 1918 con 45 socios, pero un mes más tarde ya eran 104; pronto crearon una escuela nocturna donde se impartían clases de religión, lectura, escritura, aritmética, lengua española, geometría, historia sagrada, y ciencias naturales.[31]

En Guadalajara del 19 al 23 de marzo de 1919, tuvo lugar un Congreso Regional Católico Obrero, empujado por Miguel Gómez Loza, cuyos frutos fueron el establecimiento de la Confederación Regional de Obreros Católicos, que llegó a contar con obras de protección, caja de ahorro, mutual, bolsa de trabajo, botica, cooperativa de consumo, salones recreativos y de asambleas, así como una banda musical.[32]

También en Guadalajara en 1922 se verificó el Congreso Nacional Obrero,[33]presidido por el señor cura Manuel Yerena, donde nació la Confederación Nacional Católica del Trabajo, que eligió a Anacleto González Flores como su presidente, adoptó como órgano oficial el semanario «El Obrero», fundado por Miguel Gómez Loza; fundó, así mismo, el banco de Crédito Popular y unos días después constituyó la Sociedad mercantil «La Económica», dedicada al comercio de artículos religiosos.[34]

A este Congreso asistieron 1,030 personas entre prelados (seis), laicos y sacerdotes;[35]la Confederación entonces nacida llegó a contar con 353 sindicatos afiliados con 22,374 socios, y sin embargo en 1924 el Parlamento le negó participar en los proyectos de la nueva ley laboral y de reforma agraria.

Finalmente, se impone una palabra para ubicar en un contexto internacional el sindicalismo católico. En esos años se desarrolló en Italia, Canadá, México y Uruguay un verdadero movimiento social cristiano sindical; con 50,000 confederados en 1923 en Canadá (la suma de católicos y no católicos era de aproximadamente 400,000); con 20,374 socios en la Confederación Nacional Católica en México en 1925, y 35,000 en Uruguay con la Unión Social en 1923.[36]Además de los sindicatos, Chile, Argentina y Uruguay tenían instituciones que coordinaban todas sus actividades en el campo social.

Mientras que en 1920 los obreros sindicalizados en Estados Unidos eran 5 millones, en Europa ascendían a 30 millones, de los cuales sólo 3,800,000 eran cristianos. En Alemania en 1923 había 7,187,251 socialistas y 1,888,956 cristianos; únicamente en Italia los socialistas pasaron de 2300 en 1921 a 212,016 en 1923, año en que los cristianos contaban con 1,052,694 sindicalizados.[37]

En México era evidente el disgusto que creaban al gobierno estos eventos; un reflejo lo podemos ver todavía en el juicio sobre el Curso Social Agrícola de Zapopan (del 15 al 22 de enero de 1921),[38]en cuyo programa se incluía la coronación de la venerada imagen de Nuestra Señora de Zapopan: “Es fácil comprender que con las resoluciones que salían de congresos como aquél, al gobierno no dejaban gran cosa que disponer [...] ¿Algún agricultor jalisciense arriesgaría una siembra sin sujetarse a las condiciones establecidas bajo el patrocinio de nuestra Señora de Zapopan? ¿Le haría alguien un préstamo?”[39].

Por otra parte, a los católicos algunas veces les faltaba prudencia; el mismo arzobispo Orozco consideró que algunos de los oradores del Curso Agrícola Zapopano se habían radicalizado (uno de ellos fue Anacleto González), por lo cual expidió inmediatamente después una circular en la que hacía ver “el peligro de la vehemencia en la oratoria”, y criticaba la condena indistinta de los ricos, pues le constaba que muchos hacendados eran honrados y consideraba necesarios tanto el capital como el trabajo. Decía algo que podría resultar equivoco y que se debe contextualizar: “Una sola cosa os pido. A los ricos, amor. A los pobres resignación. Y la sociedad se salvará”.[40]

La intolerancia gubernamental en Jalisco hacia el catolicismo social tocó sus más altos niveles cuando el 9 de marzo de 1924, el gobernador José Guadalupe Zuno prohibió reuniones y confiscó los locales de reunión tanto de los sindicatos de agricultores, como de la Acción Católica de la Juventud Mexicana, los Caballeros de Colón y las Damas Católicas; se escudaba en el rumor, que él mismo difundía, de que había grupos armados en diversas serranías alentados por estos grupos, por los sacerdotes y por el arzobispo.

En septiembre de 1926 fue incautada «La Económica», una cooperativa para el clero que proporcionaba cuanto se necesitaba para las iglesias; el 6 de octubre sufrió la misma suerte la Unión de Sindicatos Obreros Católicos (que incluía: Cooperativa de consumo, Botica y Unión Católica de Empleados de Comercio); así mismo, fueron cateados los locales de la ACJM, las Damas Católicas, y los Caballeros de Colón; muchos de sus socios fueron detenidos y encarcelados.

Por una nueva legislación

En su carta Pastoral del 24 de marzo de 1924 José Manríquez y Zárate, primer obispo de Huejutla, decía que si el clero católico era culpable de alguna cosa, era del hecho de no haber tomado parte en la vida política del país, no de la política de partidos, sino la de los principios, de las grandes verdades del orden social.[41]Era un signo claro de los propósitos del episcopado de buscar la reforma del orden vigente, insatisfecho con esa «libertad de contrabando».

Dos años después, en la carta pastoral colectiva del 21 abril 1926, los obispos decían que: “algunos preceptos de la Constitución General de la República, del 5 de febrero de 1917, como contrarios a los derechos de la Iglesia, a la libertad religiosa y a la voluntad del católico pueblo mexicano, deben ser reformados legalmente y con toda urgencia, a fin de que la paz y prosperidad de la nación sean un hecho, cortándose de raíz la causa de tan inútiles discordias”.[42]

Después de enumerar las leyes contrarias a la libertad religiosa, los obispos preguntaban: “¿Podrá cumplir la Iglesia con su misión divina poniéndosele tales limitaciones? ¿Podrá desarrollar su acción altamente civilizadora y profundamente caritativa si se le prohíbe disponer hasta de los elementos más indispensables para que exista?”.[43]La respuesta fue el «Non possumus» (no podemos) que estremecería por tres años a México.

Contra la intromisión de las leyes y del gobierno aclaraban -siguiendo la doctrina tradicional de la Iglesia en materia de derecho público eclesiástico- que la Iglesia “es una sociedad «suprema», es decir, que no admite otra superior a ella, porque su fin es supremo, puesto que a él se subordinan los fines de las demás sociedades”. Luchar para que se respeten los derechos de la Iglesia -añadían- “es una obligación gravísima de conciencia”, aclarando que no era rebelión, -pues la misma Constitución establece su reformabilidad-, ni traición a la Patria, pues el mismo Carranza lo intentó. Finalizaban aludiendo a las cruzadas, invitando a la conversión de costumbres e invocando a María de Guadalupe como la Judith mexicana.

El gobierno no reformó nada, y mientras que en el campo de la libertad de los católicos la Constitución adquiría el tinte de un «Corán revolucionario» inmodificable cuando los católicos lo demandaban, en materia de reelección era modificada unos meses después, como igual que unos años más tarde para introducir la educación socialista, o como lo había hecho Obregón en los «Tratados de Bucareli» de 1923 eximiendo a los ciudadanos estadounidenses de los artículos constitucionales que afectaban sus intereses petroleros y agrícolas, o su libertad de prensa y expresión en México (lo que equivalía a libertad plena a los misioneros protestantes).


NOTAS

  1. Sobre el compromiso social de los católicos en este período se celebró en Mérida (México) un Coloquio en 1979: JORGE ROBLES – JORGE JABER – JORGE FERNÁNDEZ, Alrededor de 1915. Ponencia presentada en el II Coloquio Regional de Historia Obrera, CEHSMO, Mérida 1979..
  2. ALVEAR ACEVEDO, El mundo contemporáneo, JUS, México 19689, 27-28.
  3. Declaración hecha por el arzobispo GARIBI RIVERA en febrero de 1942, Las relaciones Iglesia Estado en México 1916-1992, II, 32.
  4. Cfr. MEYER, L’America latina, 939. En la página siguiente añade esta observación: “ninguna otra institución es cambiada con mayor rapidez en el marco de dos o tres generaciones [...] la Iglesia Católica no es considerada como monolítica, como lo han creído sus críticos”.
  5. ADAME GODDARD, El pensamiento político y social de los católicos mexicanos, 139s.
  6. Friedrich Wilhelm Raiffeisen (1818-1888), economista alemán, fundó unas asociaciones cooperatives llamadas Cajas Raiffeisen para ayudar a los campesinos y obreros.
  7. ALVEAR ACEVEDO, El mundo contemporáneo, 155.
  8. ROBERT QUIRK, La religión y la revolución social en México. en Religión, revolución y reforma. Herder. Barcelona. 1967, 125.
  9. En 1904 en el Congreso Agrícola de Tulancingo se propone establecer un sistema en el que patrones y trabajadores estén vinculados. En 1913 la Dieta de Zamora aprueba la existencia de comités mixtos permanentes. El corporativismo será visto con simpatía por Pío XI en cuanto así se podía garantizar la paz social y evitar la presencia del marxismo que sostenía la división de clases sociales (lucha de clases). El fascismo italiano y el falangismo español, entre otros, en los años treinta sostendrán este tipo de corporativismo, que muchos católicos en México verán con temor de que se infiltre en los círculos católicos mexicanos. Cfr. JORGE ROBLES – LUIS ÁNGEL GÓMEZ, De la autonomía al corporativismo. Memoria cronológica del movimiento obrero en México 1900-1980, Atajo Ed., México 1995. En 1924, Méndez Medina fue cesado por el general de los Jesuitas, Vladimiro Ledokowsky: cfr. MANUEL CEBALLOS, "Los jesuitas en el desarrollo del catolicismo social mexicano (1900-1925)", en La Iglesia Católica en México, El Colegio de Michoacán, 15; IDEM, “El sindacalismo católico 1919-1931”, en Historia mexicana XXXV, 4 (1986) 663. en Lecturas de historia mexicana, actores políticos y desajustes sociales, El Colegio De México, 1992. Este Autor tiene numerosos estudios, algunos publicados en colaboración, sobre la historia social del catolicismo mexicano en el siglo XX y sobre la “Rerum Novarum” y México.
  10. Esta doctrina hay que verla a la luz de las complejas situaciones político – culturales del momento. Así León XIII la sostiene en alguna de sus encíclicas, pero a la luz de la doctrina tradicional de la Iglesia. En ella, que ahonda sus raíces en S. Tomás, el tema es claramente tratado al hablar del poder político, que últimamente o en raíz viene de Dios, pero que el pueblo ejercita plenamente. La Iglesia nunca sostuvo que el poder regio, por ejemplo, procediese directamente de Dios, como sostenían muchos regalistas de los siglos XVII y XVIII.
  11. Gutiérrez Casillas fecha el Congreso Católico Nacional de Puebla del 20 de febrero al 1 de marzo de 1902; el de Morelia, del 4 al 12 de octubre de 1903. Cfr. GUTIÉRREZ CASILLAS, Historia de la Iglesia en México, 356-357. Más adelante da noticia de que ya en 1875 había tenido lugar la Asamblea General de la “Sociedad Católica de la Nación Mexicana”, que puede considerarse como el primer congreso católico del país. Se ocupó de publicaciones, educación, apostolado, promoción humana apolítica, tras la derrota de 1867, pero dos años después se disolvió (578).
  12. BARBOSA GUZMÁN, La Caja Rural Católica de Préstamos y Ahorros en Jalisco (1910-1914 y 1920-1924), IMDOSOC (México, ¿1996?), 51.
  13. CÁRDENAS GUERRERO, Después del Concilio Plenario (1900-1955), 756ss.
  14. OLMOS VELÁZQUEZ, La Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, 41.
  15. Las actas están en EULOGIO GREGORIO GILLOW Y ZAVALA, Reminiscencias..., Los Angeles 1920, 261-288.
  16. Cfr. BARBOSA GUZMÁN, La Caja Rural Católica, 16.
  17. Ibidem, 24.
  18. PALOMAR Y VIZCARRA, Manual de las Cajas Rurales Raifeissen, citado en BARBOSA GUZMÁN, La Caja Rural Católica, 23.
  19. Cfr. BARBOSA GUZMÁN, La Caja Rural Católica, 62.
  20. Ibidem, 109.
  21. En el Estado Libre y Soberano de Jalisco, el ejercicio del Poder Ejecutivo se deposita en un Gobernador Constitucional que es electo para un período de 6 años no reelegibles. El periodo gubernamental comienza el día 1 de marzo del año de la elección y termina el 28 de febrero después de haber transcurrido seis años. El Estado de Jalisco fue creado en 1824, siendo uno de los estados originales de la federación, por lo cual a lo largo de su vida histórica ha pasado por todos los sistemas de gobierno vigentes en México (federal y central), por lo que la denominación de la entidad ha variado entre estado y departamento. Los gobernadores que ocuparon el poder ejecutivo en Jalisco desde 1910 a 1939 fueron los siguientes: 1910-1911: Coronel Miguel Ahumada; 1911: Dr. Juan R. Zavala; 1911: Manuel Cuesta Gallardo; 1911: Lic. Emiliano Robles; 1911: Lic. David Gutiérrez Allende; 1911-1912: Ing. Alberto Robles Gil; 1912-1914: Lic. José López Portillo y Rojas; 1914: General José María Mier; 1914: General Manuel Macario Diéguez; 1914: General Julián C. Medina (Gobernador Villista); 1915: General Manuel Macario Diéguez; 1915: Lic. Manuel Aguirre Berlanga; 1916: General Julián C. Medina (Gobernador Villista); 1916: Li. Manuel Aguirre Berlanga; 1916: General Manuel Macario Diéguez; 1916: Lic. Tomás López Linares; 1916-1917: Lic. Tomás López Linares; 1917: General Manuel Macario Diéguez; 1917 Lic. Emiliano Degollado; 1917-1918: Lic. Emiliano Degollado; 1918-1919: Manuel Bouquet Jr; 1919-1920: Luis Castellanos Tapia; 1920: Lic. Francisco H. Ruíz; 1921-1922: Basilio Vadillo; 1922-1923: Antonio Valadez Ramírez; 1923-1924: Francisco Tolentino; 1923-1926: José Guadalupe Zuno; 1927: Clemente Sepúlveda; 1926-1927: Silvano Barba González; 1927: Daniel Benítez; 1927-1929: Margarito Ramírez; 1929-1930: José María Cuellar; 1930-1931: Ruperto García de Alva; 1931: Ignacio de la Mora; 1931-1932: Juan de Dios Robledo; 1932-1935: Sebastián Allende; 1935-1939: Everardo Topete; 1939-1943: Silvano Barba González. Algunos de estos personajes salen a lo largo de las páginas de este libro hablando de Jalisco y por ello se recuerdan aquí sus mandatos. Esta larga lista de gobernadores, con frecuencia de muy limitada duración y a veces repetición del mandato de nuevo efímero, demuestra la inestabilidad y las luchas políticas que se vivían en el Estado.
  22. José Guadalupe Zuno Hernández (1891-1980), nació en la Hacienda de San Agustín, La Barca, Jalisco, y murió en Guadalajara. Fue político, periodista y abogado (1931). Miembro del gabinete del gobernador Manuel M. Diéguez en la secretaría de educación; miembro del partido Liberal Jaliciense, siendo elegido como diputado del Congreso, presidente municipal de Guadalajara en 1922 y gobernador de Jalisco en el trienio de 1923 a 1926. Su mandato se vio seriamente afectado por numerosos conflictos como la rebelión Delahuertista y sus enfrentamientos con el entonces Presidente de México Plutarco Elías Calles, debido a que Zuno era de filiación obregonista. Casado religiosamente en el rito católico, fue patriarca de una larga familia, notable en la vida política y social de Jalisco: una de sus hijas, Maria Esther Zuno, se casaría con el que sería presidente de México Luis Echeverría (1970-1976). Zuno funda la universidad de Guadalajara y la escuela Politécnica en 1926. En tiempos del presidente Cárdenas fue su consejero ocupando importantes cargos políticos. En 1974 fue secuestrado por un grupo de terroristas para ser luego liberado. Este político polifacético tuvo un papel importante en los enfrentamientos entre algunos sectores del poder civil en Jalisco y el mundo católico en los años veinte. De hecho, su gobierno se significó por su abierta campaña anticatólica y su enfrentamiento con el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez.
  23. Carta Pastoral Colectiva a los católicos mexicanos sobre la actual persecución religiosa, Talleres de la Prensa, 1914, 14.
  24. BRAVO UGARTE, Periodistas y periódicos mexicanos (hasta 1935. Selección), JUS, México 1966, 93.
  25. A. GONZÁLEZ FLORES, La Cuestión Religiosa en Jalisco, en Regis PLANCHET-Anacleto GONZÁLEZ FLORES, La Cuestión religiosa en México-La cuestión religiosa en Jalisco, Revista Católica, El Paso, Texas, 19273, 345ss.
  26. V. CAMBEROS VIZCAÍNO, Francisco el Grande. Mons. Francisco Orozco y Jiménez, JUS, México 1966, II, 54.
  27. AURELIO DE LOS REYES, La tumultuosa bienvenida a Lindbergh, el Niño Fidencio y el éxito de Rey de Reyes [sic en el título], ¿expresión de la persecución religiosa en México, 1925-1929?, en Los cristeros, 82.
  28. Carta Pastoral [del Episcopado Mexicano] sobre la Acción Social Católica, México 1921, 1. La carta fue hecha en noviembre de 1920, pero publicada en 1921.
  29. Carta Pastoral [del Episcopado Mexicano] sobre la Acción Social Católica, 6.
  30. BARBOSA GUZMÁN, La Caja Rural Católica, 85-86; DÁVILA GARIBI, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, 253; CAMBEROS VIZCAÍNO, Francisco el Grande, II, 15.
  31. ALCALÁ CORTÉS, Marco Histórico de la Parroquia de San Francisco de Tepatitlán, (Guadalajara 1983), 140.
  32. CAMBEROS VIZCAÍNO, Francisco el Grande, I, 450.
  33. Según Vicente Camberos Vizcaíno en marzo de 1922 el Delegado Apostólico Filippi le pidió a Orozco y Jiménez que cancelara la celebración del Congreso Nacional Obrero por impolítico; el arzobispo de Guadalajara puso como condición que se le entregase un documento escrito con la orden, pero al no obtenerlo, continuó adelante. El mismo autor cuenta que el poco entendimiento entre los dos prelados era tal, que Filippi llegó a pedir a Orozco y Jiménez su renuncia a la arquidiócesis. V. CAMBEROS VIZCAÍNO, Francisco el Grande, II, 90.
  34. CAMBEROS VIZCAÍNO, Francisco el Grande, II, 94.
  35. Orozco y Jiménez habla de 1200 delegados; OROZCO Y JIMÉNEZ, Memorandum, en J. I. DÁVILA GARIBI, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, 471.
  36. RIVA SANSEVERINO, Il movimento Sindacale Cristiano dal 1850 al 1939, Cesare Zuffi, Roma 1950, 345ss.
  37. ARENDT, La Nature, l’Organisation et le Programme des Syndicats Ouvriers chrétiens, Action Populaire, 1923, 3-4.
  38. Según Camberos Vizcaíno el Curso inició el 12 y terminó el 16, CAMBEROS VIZCAÍNO, Francisco el Grande, II, 57.
  39. SOTELO INCLÁN, La educación socialista, en SOLANA - CARDIEL REYES - BOLAÑOS (ed.), Historia de la Educación pública en México, FCE/SEP, México (1982), 250.
  40. OROZCO Y JIMÉNEZ, citado en V. CAMBEROS VIZCAÍNO, Francisco el Grande, II, 60.
  41. J. de Jesús MANRÍQUEZ Y ZÁRATE, citado por DIBIDEMNIE, Les phases de la Persécution Religieuse, 124.
  42. Carta Pastoral [del Episcopado Mexicano, del 21 de abril].
  43. Ibidem.

BIBLIOGRAFÍA

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FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ