MÉXICO; Del Estado liberal al positivismo de Estado

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Cuando en 1808 llegaron a la Nueva España noticias de la invasión napoleónica, las autoridades novohispanas optaron por no reconocer un gobierno que, además de ilegítimo, estaba manchado por el aura anti-eclesial de la Revolución Francesa; Hidalgo y Morelos, próceres de la Independencia, eran clérigos.

En 1821 el nuevo país nació alcanzó su independencia con el catolicismo como religión de Estado, y sus gobiernos se arrogaban los derechos de patronato que antes detentaba la corona de España. En los próximos años se alternarían las medidas en provecho o detrimento de la Iglesia.

Con la Revolución de Ayutla, en 1857, comenzaron nuevos tiempos para el catolicismo; ese año se dictaron las « Leyes de Reforma», que en 1873 bajo el presidente Lerdo de Tejada, adquirirían rango constitucional. La Reforma significó el abandono de un proyecto histórico común y la asunción de otro que rivalizaba desplazando el poder económico y político de la Iglesia.[1]

La nueva legislación, en efecto, incluía la separación de la Iglesia y el Estado, la «desamortización» de las propiedades eclesiásticas, la introducción del registro civil de nacimientos, matrimonios y muertes, la supresión de las órdenes monásticas y de la educación religiosa en las escuelas estatales, etc. El mismo Maximiliano de Habsburgo, entronizado en México por el partido conservador con ayuda francesa, siguió un estilo de gobierno que poco se alejaba de las leyes liberales.

La llegada de Porfirio Díaz al poder significó el inicio de un primer « modus vivendi» en el cual la Iglesia pudo fortalecerse después de un largo período de golpes constantes que fueron desde la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, a la guerra de Independencia que la dejó prácticamente sin episcopado y seriamente mermada en la cantidad y en la disciplina de su clero, hasta el triunfo liberal de Benito Juárez; además de las constantes guerras civiles y su secuela destructiva, que pusieron al país al borde del colapso económico, social, político, y militar; situación que astutamente fue aprovechada por los Estados Unidos.

Si bien el «porfiriato» impulsó la paz y el progreso “no supo resolver con sentido institucional el problema cívico, ni el religioso, ni el de la justicia social [...] careció de profundidad bastante para convertir eso [la paz y el progreso] en situaciones estables, equilibradas y duraderas”.[2]


El Estado liberal

Cuando en 1874 fueron expulsadas las Hermanas de la Caridad, el Estado liberal propinó el tiro de gracia a la obra benéfica de la Iglesia. Como en la mayoría de sus decisiones, eliminaba y prohibía, pero no reemplazaba, no se hacía cargo de la salud ni de la educación, ni de la asistencia social a los necesitados.

El descontento popular era obvio, al que se sumaba el malestar de las personalidades del mundo católico y de lo que fuera el partido conservador, porque se imponía un sistema político ajeno a la idiosincrasia y a la voluntad de los mexicanos. Desde luego, esto era posible sólo con «mano dura». Por eso, Juárez se hacía conceder «poderes extraordinarios»; nunca gobernó con la Constitución y se reeligió varias veces, como después lo haría Porfirio Díaz.

Durante el gobierno de Lerdo de Tejada, como sucedería 50 años más tarde, en el occidente del país surgieron guerrillas católicas en contra de Lerdo de Tejada, que elevó al rango de Constitución las leyes de Reforma. El 31 de marzo de 1875 los arzobispos Labastida, Aciga y Loza publicaron una Pastoral Colectiva para evitar la lucha de los católicos sublevados, indicando los medios legales para la lucha.

La Reforma no fue simplemente separación Iglesia-Estado, sino hostilidad e inseguridad jurídica; los liberales triunfantes no se preocuparon por reconciliar el país, sino por eliminar a los conservadores, que identificaban con la Iglesia; de este modo se abrió el camino a futuros enfrentamientos y a un ejercicio dictatorial del poder (centralismo, oligarquía, latifundismo, caudillismos: rasgos comúnmente atribuidos a los conservadores).

Dicho con las palabras de Romero de Solís, el «porfiriato» (como el «priato» después)[3], no fue un paréntesis entre dos épocas míticas, la Reforma y la Revolución, sino “la consecuencia de la incapacidad natural del liberalismo para dar consistencia democrática a su proyecto político”.[4]


El positivismo de Estado

El general Porfirio Díaz llegó al poder por medio de las armas, tradición destinada a erigirse en regla durante varios decenios en el siglo XX. Pero por primera vez hubo un largo período de paz. “Las administraciones de los presidentes Juárez, Lerdo, Díaz y González tienen en común el carácter dictatorial: se diferencian en que las dos primeras fueron una dictaduras sin paz ni progreso, mientras que las del porfirismo, una vez establecido, fueron una dictadura pacífica y progresista”.[5]

Bajo su gobierno, las élites mexicanas gustaban educarse en Francia, por lo que en el plano cultural oficial triunfó el positivismo. La Universidad, atrapada en el tercer estadio, no pudo educar en los valores, ni formar las ideas de una generación que se mostrará monstruosamente vacía, incapaz de enfrentar la dictadura y la vorágine revolucionaria con liderazgos a favor de la justicia, de la paz y los valores del espíritu.[6]

El «Ateneo de la Juventud» fue una golondrina, pero no la primavera; desde sus pequeñas filas Pedro Enríquez Ureña, Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos, se opusieron al positivismo.

No es de extrañar que políticos como Calles, hijo de un caldo cultural mezcla de iluminismo y positivismo, considerasen a la Iglesia católica como causante del atraso de México, una rémora que retarda el paso triunfante de la Revolución hacia el progreso científico. Lázaro Cárdenas pensaba lo mismo, pero mientras que Calles intentó acabar violentamente con ese obstáculo para acelerar el futuro, Cárdenas consideró más prudente encauzar todas las energías a la lucha económico-social; el final de la religión sería fruto espontáneo del progreso.

Así pues, el movimiento revolucionario encontró en la simbiosis de liberalismo anticlerical del siglo XIX y el positivismo de inicios del siglo XX, la “justificación” de la lucha contra la Iglesia, sea en el plano jurídico que en el de los hechos.

De hecho el anticlericalismo no murió durante el «porfiriato»; el 1° de julio de 1906 fueron publicadas las resoluciones del Congreso del Partido Liberal,[7]realizado en St. Louis, Missouri; se proponía establecer la educación gratuita, obligatoria y laica, fiscalizar limosnas y diezmos, y aplicar estrictamente las leyes de Reforma; estas resoluciones aparecieron en la Constitución de 1917.


NOTAS

  1. Cfr. MA. DEL REFUGIO GONZÁLEZ, Supremacía del Estado sobre las Iglesias, en La participación política del clero en México, UNAM, México 1990, 72.
  2. ALFONSO ALCALÁ ALVARADO, La Iglesia camina por nuevos senderos (1873-1900), en ENRIQUE DÜSSEL (coord.), Historia general de la Iglesia en América Latina. México, CEHILA/Sígueme/Paulinas, (México) 1984, V, 314.
  3. Se llama “PRIATO” al periodo que va de 1929 al año 2000, en el cual el partido oficial (PRI) tuvo una hegemonía total y absoluta en la vida socio-política de México
  4. JOSÉ MIGUEL ROMERO DE SOLÍS, El aguijón del Espíritu. Historia contemporánea de la Iglesia en México (1895-1990), IMDOSOC, México 1994, 84.
  5. [JOSÉ] BRAVO UGARTE, Compendio de Historia de México, 3(1951), Jus, México, 245.
  6. Si la educación carecía de una filosofía seria, desprovista de coherencia y valores morales, con actitud sectaria, “nada tiene de extraño que de aquellas aulas no hayan salido hombres de buen gobierno, ni promotores de la justicia social, ni impulsores de ciencia y progresos”. ALFONSO ALCALÁ ALVARADO, La Iglesia camina por nuevos senderos (1873-1900), 274.
  7. El Programa del Partido Liberal y Manifiesto a la Nación, en Así fue la Revolución Mexicana. 6 Conjunto de Documentos, (Senado de la República/SEP, México 1985), 1087-1097.

BIBLIOGRAFÍA

BRAVO UGARTE JOSÉ, Compendio de Historia de México, JUS, México, 19

DÜSSEL ENRIQUE (coord.), Historia general de la Iglesia en América Latina. México, CEHILA/Sígueme/Paulinas, México 1984

GONZÁLEZ MA. DEL REFUGIO, Supremacía del Estado sobre las Iglesias, en La participación política del clero en México, UNAM, México 1990

ROMERO DE SOLÍS JOSÉ MIGUEL, El aguijón del Espíritu. Historia contemporánea de la Iglesia en México (1895-1990), IMDOSOC, México 1994

VV.AA. Así fue la Revolución Mexicana. 6 Conjunto de Documentos, Ed. Senado de la República/SEP, México 1985


JUAN CARLOS GONZÁLEZ OROZCO