MAÍZTEGUI Y BESOITAITURRIA, Juan José

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

(Yurreta, 1878; Panamá, 1943) Religioso cordimariano y Arzobispo.

Este notable siervo de Dios que estuvo en Panamá desde 1926 hasta su deceso en 1943, nació el 30 de abril de 1878 en Yurreta, provincia de Viscaya, España. Hijo menor de un hogar formado por don Pedro Maíztegui y Eugenia Besoitaiturria, a quienes debe su marcada educación religiosa. El padre Carlos E. Mesa lo describe así: “Era Monseñor Maíztegui un típico representante de la raza vasca, en lo físico y en lo espiritual. Alto de estatura, recio de constitución, el franco rostro irradiante de simpatía. En su trato era sencillo, descomplicado, nada etiquetero ni protocolario. Gozaba de excelente memoria, especialmente para las lenguas. Además de su nativa lengua vasca, hablaba el español, conocía bien el latín según se acostumbraba entonces entre los clérigos de esa época, hablaba con fluidez en portugués e inglés y además, se sabe que durante años predicaba y confesaba en lengua francesa.”

El joven Maíztegui realizó su noviciado en Cervera, donde profesó el 15 de agosto de 1894 y ocho años después, el 22 de junio de 1902, fue ordenado Sacerdote y Misionero; un año antes había recibido el orden de diácono y conjuntamente la facultad de predicar. Uno de sus biógrafos, Carlos E. Mesa, sostiene: “Sacerdote y misionero, anhelaba comenzar la carrera apostólica; bien pronto pudo satisfacer sus deseos; los superiores de su provincia madre, la de Castilla, lo mandaron a Portugal a fines de 1902. Allí muy pronto dominó la lengua de Camoens y ejerció el ministerio apostólico desempeñando toda clase de predicaciones, singularmente misioneras y catequesis, con ardiente celo, mucha competencia, gran aceptación y copioso fruto, del joven misionero por tierras lusitanas”[1]

A raíz de la revolución que se produjo en Portugal en 1910, el padre Maíztegui fue encarcelado por tres días por propagar la paz y ganar para la Iglesia a muchos descarriados, y luego se le aplicó el Decreto de Expulsión, aunque igualmente se señala que logró evadirse de la prisión, pero este ingrato suceso no afectó para nada su espíritu luchador y gran fervor religioso. Como consecuencia de esta expulsión retornó a España, y sin mayor dilación viajó a Estados Unidos de América a donde arribó a inicios de 1911, cerca de la frontera mexicana. En tierras americanas volvió con mayor ahínco al ejercicio de su apostolado en varias ciudades como Monterrey, Santa Fe y San Antonio; y en la Plaza de Los Ángeles, como Ministro y Asistente del Párroco. Según el ya citado Mesa, en estas tierras “luchó como buen misionero para levantar templos, introducir mejoras en ellos y saldar deudas. Predicó en muchas misiones, principalmente en California y tanto, que el Padre Juan se hizo popular.”

Estando en el Superiorato de San Gabriel, Estados Unidos de América, recibió la noticia de su nombramiento de Vicario Apostólico del Darién con el título de Obispo de Tana. Con esta distinción en un acto solemne fue consagrado en la Catedral de Santa Bárbara, en la ciudad de Los Ángeles, el 17 de octubre de 1926 por el Arzobispo Hanna, y llegó a tierras panameñas el 11 de enero de 1927. Días después se llevó a cabo la erección del Vicariato con Monseñor Maíztegui a la cabeza en la ciudad de Colón, designada como la cabecera de la recién creada jurisdicción eclesiástica. El nuevo Vicariato, creado por la Curia Romana en respuesta a petición del Arzobispo de Panamá y del Nuncio Apostólico acreditado en nuestro país, comprendería las provincias de Darién y Colón, y el Archipiélago de San Blas.

Es obligante señalar que tanto era su entusiasmo, que inició de inmediato sus funciones sin antes haber recibido el Breve y la Bula, documentos que ratificaban su nombramiento o nuevo cargo, los que llegaron a sus manos muchos días después de haber ocupado la sede. No obstante, antes de tomar posesión del nuevo cargo se entrevistó con Monseñor Rojas y Arrieta, con el fin de recibir instrucciones u orientaciones y del cual tomó posesión el 16 de enero. La ceremonia de su investidura se efectuó con mucha pompa y fue recibida con gran simpatía por los colonenses, quienes con mucha expectación esperaban su llegada. Así, lo aclamaron a su entrada a la ciudad de Colón ese día y luego en la Iglesia de la Inmaculada Concepción, que resultó pequeña para la gran cantidad de fieles que se aglomeraron dentro y fuera de la misma. Esta iglesia parroquial fue elevada a la categoría de Catedral por motivo de la creación del nuevo Vicariato.

Entre una de sus primeras medidas renovadoras, luego de tomar posesión del altísimo cargo, fue la designación de los miembros del Primer Consejo de Misión del Vicariato, el 2 de febrero de 1927, el cual quedó integrado como sigue: Juan José Maíztegui, quien lo presidía en su condición de Vicariato Apostólico; el padre Antonio Anglés, delegado y párroco de la Inmaculada; el reverendo Joseph Burns, párroco de la Medalla Milagrosa y de San José de Colón; y el sacerdote Francisco Ciurana, en calidad de Secretario del Consejo. Asimismo, procedió a efectuar visitas a muchos pueblos de la provincia de Colón, cuyos habitantes se mostraban asombrados de la llegada de un alto religioso, de tanta prestancia, pues hacía muchos años que no llegaba a sus tierras un sacerdote y menos un obispo. Es así que donde llegaba, el padre Maíztegui cautivaba a los habitantes por su figura “gallarda”, “señorial” y a la vez “paternal”, lo cual le permitía predicar la palabra de Dios en todas las regiones que visitó y ganar adeptos al cristianismo.

En consecuencia, podemos decir que desde los inicios de su apostolado en nuestro suelo, tuvo una notable cosecha espiritual, en correspondencia a sus cualidades personales, esfuerzos, privaciones y sacrificios con lo que logró aumentar la grey católica en esas regiones olvidadas del país, pero tan lejanas, rupestres y ajenas a las comodidades de la vida moderna a que estaba acostumbrado antes de su arribo a Panamá. En el viaje de retorno a Colón visitó Mulatupu de Sasardí, isla en la que estableció contacto y relaciones con el Sahila. De allí partió hacia Nombre de Dios y luego pasó a Portobelo. Se señala que en este periplo administró muchos bautismos, algunos matrimonios y como 800 confirmaciones.[2]

Poco tiempo después hubo de visitar el poblado de Limón, donde administró confirmaciones, pero a su regreso a la sede del Vicariato, tuvo un pequeño accidente que le afectó su pierna izquierda, el cual no hizo mella en su espíritu y afán evangelizador en estas tierras nuevas para él, acostumbrado a misiones arriesgadas y trabajos excesivos, de ahí que uno de sus biógrafos señale que en esos lugares insalubres “acaso de entonces data el mal que arruinara su salud corporal, pero del cual sacó tanto provecho para la salud espiritual”. Posteriormente, el 25 de febrero de 1928, hizo su primera visita-misión a la provincia de Darién, misma que duró 30 días, en compañía de los presbíteros Manuel M. Puig y Antonio Anglés. Y según el padre Anglés, “allí obtuvo 1226 confirmaciones; 246 bautismos; 34 matrimonios; 745 comuniones, a más de bendiciones, prédicas doctrinales, fiestas y pláticas con los pobladores”.

En la ciudad de Colón encontró que los templos construidos de madera y mampostería, en su mayoría estaban a punto de derrumbarse. Igual situación halló en otros pueblos como Santa Isabel de Costa Arriba, y en La Palma de Darién, cuyas iglesias registraban una situación aún más lamentable. Por ello, el obispo Maíztegui, dado su celo pastoral, emprendió una especie de cruzada o lucha para la reparación de esas Iglesias bajo su jurisdicción. A más de lo anterior, en la misma sede de su Vicariato, pudo comprobar el estado físico de la Catedral de la Inmaculada Concepción, que halló no del todo satisfactorio, y otras deficiencias, pues el padre Maíztegui “encontró -acota el sacerdote Mesa- que todo estaba por hacer; la catedral insuficiente, sin pared en el ábside y amenazando ruina”; los pueblos sin sacerdotes y sin templos; pidió misioneros y los obtuvo, no en número suficiente, más sí bastante para poner en movimiento el Vicariato”.

Desde su arribo a nuestras tierras fomentó las procesiones como un medio para estimular la vida cristiana, las cuales tuvieron un efecto positivo en la población, que pronto se unió entusiasta a las mismas. Así, según el padre Berengueras en 1932, “la procesión de viernes santo ha llamado poderosamente la atención a todos, hasta el punto de asegurar algunos que es la mejor que se ha organizado hasta la fecha en Colón. El número de asistentes rayó en 100,000 personas”. Esta medida o iniciativa la implantó también en los caseríos más humildes de la provincia, particularmente durante la Semana Santa, en la cual cientos de personas acudían a los ritos religiosos y a las procesiones que efectuaban los sacerdotes inspirados en la mística de Monseñor.

También tiene a su haber otras obras misioneras como la evangelización de los indígenas pertenecientes al Vicariato, particularmente los de la Comarca de San Blas. En 1928, con la colaboración del Gobierno Nacional logró establecer misioneros del Inmaculado Corazón de María, lo que, entre otras cosas, pudieron construir una escuela con su Iglesia, y la cooperación de las Madres Franciscanas, quienes aceptaron convivir con los indígenas y además, erigieron una escuela para su educación y catequización. Además, en ese mismo año obtuvo del Gobierno Nacional el decreto que le asignaba la dirección de la escuela de Narganá.

Pero el prelado no se dedicó únicamente a las obras materiales de reconstrucción de Iglesias y a la labor catequizadora y misionera. Imbuido de su espíritu claretiano dio impulso a la propagación de la fe católica y al pensamiento de la casa de Roma a través de la prensa y sus escritos personales. De esta manera se funda con su aprobación “El Faro de Colón”, que vio la luz pública por vez primera en septiembre de 1928, con su retrato en la portada y de inmediato tuvo una gran acogida.

No podemos dejar de referirnos a la erección de la nueva Catedral de Colón, hoy en pie todavía, la cual se cataloga como una joya artística y la obra cumbre e inmortal de monseñor Maíztegui, o diríamos nosotros, su legado material más significativo y perenne para la feligresía colonense. Su construcción se inició en noviembre de 1928 y llegó a feliz término en abril de 1933, siendo inaugurada el 22 de julio de 1934. Esta obra constituyó para él un verdadero sacrificio personal y con mucho entusiasmo hizo varias giras a los Estados Unidos de América, donde hizo propaganda y obtuvo significativas donaciones.

Es de consignar que la obra misionera y material de nuestro prelado repercutió favorablemente en el Obispado de Panamá. Es así que monseñor Rojas y Arrieta al arribar a los 77 años, encontrándose muy enfermo y agotado por las constantes visitas pastorales, decidió solicitar a la Santa Sede la designación de un obispo auxiliar para que lo ayudase en sus tareas y que para dicho cargo fuese designado Monseñor Maíztegui, lo cual fue aprobado en poco tiempo, y es así que el 7 de diciembre de 1932 tomó posesión del nuevo cargo.

De esta forma nuestro Obispo inició una nueva etapa en su vida misionera, dejando atrás una fructífera labor y una estela de agradecimientos y huellas perdurables en el Vicariato Apostólico del Darién, particularmente en la ciudad de Colón y en las regiones olvidadas y lejanas de la provincia darienita, así como en las islas de San Blas, por las innovaciones que realizó tanto en lo material como en lo espiritual. Pero su desempeño como Obispo Auxiliar sería por poco tiempo, pues tres meses después, durante una visita pastoral que realizaba en la provincia de Veraguas, llegó a su conocimiento la infausta noticia del deceso de Monseñor Guillermo Rojas y Arrieta, que acaeció el 4 de febrero de 1933.

Al producirse el vacío de la silla ocupada por Monseñor Rojas y Arrieta, el 24 de febrero de 1933, la Santa Sede promovió al Obispo Maíztegui a Arzobispo Metropolitano. El día 26 del mes siguiente fue autorizado para ejercer el cargo sin la entrega de las bulas pontificias, convirtiéndose así en el primer Arzobispo de la Congregación Claretiana, después del beato Antonio María Claret, su fundador.

Como era su costumbre y espíritu profundamente religioso, nuevamente puso toda su energía y voluntad firme que lo caracterizaba al servicio del Arzobispado de Panamá. Así continuó su misión de erección y remodelación de los diversos templos en la capital de la República, donde levantó el templo de Cristo Rey y la casa adjunta. Igualmente llevó a cabo la construcción del Palacio Arzobispal con una capilla dedicada a Santa Rosa de Lima, ubicado frente al Parque Catedral y fue su sede hasta el año, a la vez que organizó la Curia Arzobispal; contribuyó a la fundación de la comunidad de los Padres Carmelitas en Las Sabanas y otra en Remedios, provincia de Chiriquí; los Hermanos de La Salle establecieron otro colegio cerca de la Iglesia de Cristo Rey y otro cercano a la Iglesia de San José, al igual que uno similar en la ciudad de David, en la provincia de Chiriquí; y fundó el primer colegio bilingüe “Panama School” para señoritas de clase media, que aún subsiste en nuestros días.

A pesar de sus múltiples ocupaciones y el tiempo que debía dedicar a los compromisos protocolares y religiosos inherentes a su alta investidura, nunca dejó de atender y contestar la numerosa correspondencia que llegaba a su escritorio procedente de todos los lugares del país y del extranjero, en la cual no se limitaba al simple aviso de recibo, sino que también apoyaba y ofrecía nuevas ideas a sus remitentes que acudían a él en busca de consejo y servicio para su perfección y salvación. Además, proporcionaba soluciones a los problemas que le planteaban, pues siempre se caracterizó por su celo y dedicación a favor de las almas encomendadas a su ministerio. En 1939 otorgó licencia para que se abriese al culto público en el Hospicio de Huérfanos de la capital, un templo en honor de Don Bosco Santo, que hasta nuestros días es el Prelado que cuenta con más feligreses en Panamá, como se deja de ver en la multitudinaria procesión que se lleva a cabo el día 31 de enero de cada año en conmemoración de su natalicio.

El obispo Maíztegui también promovió y apoyó todas las campañas catequísticas que se realizaban en los colegios católicos, oratorios, centros de estudios, iglesias, etc., pues “los niños constituían su mayor atracción; al igual que el Maestro, repetía: «dejad venir a mí los niños», y por ellos hizo componer y editar un texto nacional de Doctrina cristiana; por ellos y para ellos instituyó una clase especial de Acción Católica y por ellos frecuentaba las escuelas y colegios católicos, para conocer sus progresos y deleitarse con los éxitos logrados”.

Importa señalar la relación que mantuvo con los Hijos del Inmaculado Corazón de María de Panamá, el Colegio de Misioneros y con la Congregación, a los cuales dispensó siempre su apoyo. Por eso, los primeros lo consagraron como “el luchador de Cristo y abanderado del Inmaculado Corazón”.

Otro de los asuntos que tuvo que encarar Monseñor Maiztegui en los años de su rectorado fue el llamado “peligro comunista” en nuestras tierras, dada la simpatía y repercusión de la Revolución Rusa de 1917 y el bolchevismo en las juventudes americanas y la lucha contra el nazismo. En una circular de fecha 15 de mayo de 1938 dirigida a los sacerdotes, seculares y regulares, y a los fieles de su jurisdicción, encuentra que en la fuerza del Catolicismo y el cumplimiento estricto de sus preceptos por parte de los feligreses, reside la mejor arma para detener el comunismo, así como en el combate del materialismo y “elevar el espiritualismo tanto en los patronos como en los obreros”.

En ese mismo año también escribió una interesante Pastoral cuyo contenido, a nuestro juicio, no ha perdido vigencia, pues consigna en ella su visión o diagnóstico del mundo moderno y que bien podría considerarse como una guía espiritual para todos los católicos, sin excepción. Desde su óptica cristiana, examina los ídolos que atrapan la mente y el quehacer del Hombre, refiriéndose a la riqueza, la gloria y el placer, que a su criterio los tres son la negación de Dios. Así subraya: “Materializado por la riqueza y enorgullecido por la gloria, el hombre cae de hinojos ante el tercer ídolo que el diablo le proporciona y se deja degradar por el placer. Y por este ídolo sacrifica su fe, su libertad, su inteligencia, su corazón, su honor y su fortuna”. Y al referirse a la situación de los panameños expresa: “Si el materialismo y ese nuevo paganismo que vegetan por el mundo han sido la causa de que pueblos como Panamá, otrora cristianos, se hayan alejado de Dios, el remedio a tanta desdicha no está si no, en su retorno a Dios”.

En el año 1941, ante los estragos causados por la Segunda Guerra Mundial con la consiguiente destrucción material y humana y su repercusión no sólo en Europa, sino en África y otras partes del mundo, incluyendo Panamá, Monseñor emitió un Decreto fechado 7 de marzo de ese año, en el cual en el primer punto dice textualmente: “Declarar «Día de la Oración por la Paz», el 25 del presente” y en el tercero dispone que: “Por la noche se celebrará la Hora Santa y se hará una plática sobre la Virgen Santísima Reina de la Paz.” Asimismo también consigna entre otras, la exhortación a los fieles “a que unan sus oraciones a las de la Iglesia para implorar el bien de la paz, entre pueblos y naciones”.

Su última Pastoral de fecha 8 de septiembre de 1943, que dictó estando muy enfermo y pocos días antes de su muerte, intitulada “Sobre la consagración de Panamá al Inmaculado Corazón de María”, y que “asombró por su alta concepción”. Para su biógrafo y contemporáneo, el sacerdote Mesa, “Monseñor Maíztegui nunca olvidó su filiación cordimariana y la promesa que al profesar en su Congregación había formulado de propagar siempre y en todas partes el culto especial al Corazón de la Virgen Madre. Para él fue su última pastoral, su última voluntad”. Y el biógrafo, también cordimariano y admirador de su obra misionera, señala que la misma “fue el canto del cisne y a la vez testamento de Prelado cordimariano”. Después de una prolongada enfermedad que se agravó con la aparición de la diabetes, el 28 de septiembre de 1943, falleció Monseñor Maíztegui, y como señala el clérigo Mesa, pocos días antes de hacer su primer homenaje al Corazón de la Virgen Madre.

La desaparición física de Monseñor Maíztegui significó una manifestación sincera de hondo dolor y pesar en todo el país por su obra misionera imperecedera en nuestro país, porque siempre en todas las batallas que libró estaba presente su fidelidad inquebrantable a la doctrina católica, su amor y sentimientos piadosos hacia la feligresía panameña por la que luchó para que tomara el verdadero camino de Jesucristo como lo consignó en sus pastorales y circulares, así como por su gran fervor religioso, espíritu piadoso, humildad y calidad humana en el trato con sus semejantes.

Notas

  1. Mesa, Carlos Eduardo. Galería de padres claretianos, editorial Zuluaga, Medellín, Colombia, l985, p.310
  2. Mega, Pedro. Compendio biográfico de los Ilustrísimos y Excelentísimos señores obispos y arzobispos de Panamá, 1958, p. 370

Bibliografía

  • Castillero Reyes, Ernesto. Breve historia de la iglesia panameña, Impresora Panamá, S.A., 1965.
  • Maiztegui, Juan José, El Congreso Mariano y los Misioneros del Corazón de María, en Archivo del Arzobispado de Panamá, legajo 14.
  • Notas sobre los acontecimientos más importantes del l Vicariato del Darién, Panamá, 1937.
  • Mensaje que el Excmo. Sr. Arzobispo de Panamá dirige al clero y a los fieles de Arquidiócesis con motivo del estado de emergencia en que la nación se encuentra. Fechado 12 de diciembre de l941, en Archivo del Arzobispado de Panamá.
  • Exhortación al clero y a los feligreses de la arquidiócesis con motivo de la beatificación del beato Antonio Marìa Claret, Archivo del Arzobispado de Panamá, legajo 14, cajón L 7-A, 1934
  • Notas sobre los acontecimientos más importantes del Vicariato del Darién. Diario que comprende, en entre otras, una brevísima hoja de vida, su nombramiento episcopal, sus visitas pastorales, viajes y misas especiales,
  • Mega, Pedro. Compendio biográfico de los Ilustrísimos y Excelentísimos señores obispos y arzobispos de Panamá, 1958.
  • Mesa, Carlos Eduardo. Galería de padres claretianos, editorial Zuluaga, Medellín, Colombia, l985.
  • Serrano, Jesús y Prada, Manuel. Anales de la Congregación de Misioneros hijos del Corazón de María. (Recopilación)
  • Anales de la Congregación, edición de lo. De mayo de l933.
  • El Congreso Mariano y los Misioneros del Corazón de María, Archivo del Arzobispado de Panamá, Legajo No. 14.
  • El Faro de Colón No.1, septiembre de 1928,
  • Revista El Faro, No.164. noviembre-diciembre 1943.Contiene información sobre los últimos días de vida del Arzobispo Maiztegui y sobre su sepelio.

Pastorales

  • Salud, gracia y paz en nuestro señor Jesucristo de 25 de julio de l934. Archivo del Arzobispado de Panamá.
  • La restauración del matrimonio cristiano de 1939. Archivo del Arzobispado de Panamá.
  • Séptima: Dios, principio de ley moral, de 5 de septiembre de l939. En Archivo del Arzobispado de Panamá.
  • Novena: El Escándalo, publicada en 1940 con motivo de la Santa Cuaresma de 1940. Archivo del Arzobispado de Panamá
  • La pastoral de la cuaresma, 1941. Archivo del Arzobispado de Panamá.
  • Undécima: Con motivo de la Santa Cuaresma de 1942, Sobre al amor a la Parroquia. En Archivo del Arzobispado de Panamá.
  • Duodécima: Sobre las diversiones y la cuaresma, de 1º de febrero de 1938. Archivo del Arzobispado de Panamá.
  • Sobre la Consagración de Panamá al Inmaculado Corazón de María. Se considera su testamento de prelado cordimariano y la última Pastoral que dio a conocer el 8 de septiembre de 1943.


MARÍA ROSA DE MUÑOZ