MALDONADO MELÉNDEZ, San Pedro

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Sacramento, 1892 – Santa Isabel, 1937)

Sacerdote y mártir

Murió como consecuencia de las torturas y de los golpes sufridos el 11 de febrero de 1937 a los 44 años de edad y 19 de sacerdocio.[1]

El padre Pedro Maldonado Meléndez nació en Sacramento, Chihuahua, el 8 de junio de 1892 y fue bautizado en la parroquia del Sagrario el 29 del mismo mes. Sus padres fueron Apolinar Maldonado y Micaela Lucero. A los nueve años fue mandado a una escuela privada que dirigían los padres paúles en su ciudad; allí estudió hasta los 17 años cuando sintió la llamada al sacerdocio y, aconsejado por sus maestros, ingresó en el Seminario de Chihuahua.


Los seminarios entonces pasaban por muchas dificultades, incluida la penuria y la pobreza; frecuentemente los seminaristas pasaban hambre. Todo ello influyó en la salud del joven Pedro que sufrió a lo largo de toda su vida aquella falta de alimentación en su juventud. Además, durante los años difíciles de la persecución que golpeó a la Iglesia a partir de 1914, los superiores del seminario se vieron obligados a cerrarlo. De esta manera el joven seminarista, medio enfermo, dejó sus estudios religiosos en 1914. Una vez fuera se dedicó a estudiar música: piano, órgano y violín, para lo que estaba naturalmente dotado. Estuvo fuera hasta 1918. Por aquel entonces ya los obispos mexicanos comenzaron a pensar en enviar a sus seminaristas a estudiar a los Estados Unidos, donde luego abrirían el famoso seminario de Montezuma en El Paso, Texas. El joven Pedro Mendoza, que ya había vuelto de nuevo al seminario, fue enviado entonces a Texas para recibir las órdenes sagradas.


Sacerdote

Fue ordenado sacerdote el 25 de enero de 1918 por el obispo Antonio J. Schuler S.J., pues el señor obispo de Chihuahua estaba enfermo. Volvió pronto a su ciudad de Chihuahua para celebrar su primera misa solemne en la parroquia de la Sagrada Familia, el 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes. Tenía 26 años.


Trabajó en distintas poblaciones del Estado de Chihuahua. Su primer destino fue San Nicolás de las Carretas, atendiendo también después en breves intervalos a Cusihuiriachi y Jiménez. El 1 de enero de 1924 fue nombrado párroco de Santa Isabel, donde estuvo a lo largo de los duros años de la persecución, que de hecho se prolongó hasta finales de la década de los años treinta. El padre Pedro la debió pasar toda, hasta su muerte en 1937.


En sus años de pastor se dedicó sobre todo a la formación de los niños en la catequesis, para lo que ciertamente estaba bien dotado. Les hacía gustar el canto, les ensayaba teatro y escenificaciones, sobre todo con motivo de las fiestas religiosas. Reorganizó también las asociaciones parroquiales y fundó otras nuevas. Supo así reencender y alimentar la fe de sus fieles en aquellos años difíciles. Sobre todo impulsó la Adoración Nocturna y la Adoración Perpetua al Santísimo Sacramento –del que era intensamente devoto- al igual que las asociaciones marianas, como las Hijas de María, tan fuertes en el México de aquellos años entre la juventud femenina. Su única pasión era la de dar todo a todos, para ganar a todos para Cristo, como decía el apóstol san Pablo.


Durante los años de la persecución

La persecución religiosa anticatólica seguida de la lucha de los cristeros llegó también con fuerza a Chihuahua, aquel Estado de frontera en todos los sentidos. También allí la persecución religiosa fue particularmente feroz: se suspendió el culto público; se cerraron las iglesias, los seminarios y las escuelas católicas; el gobierno aplicó duramente la legislación anticatólica de Calles y murieron varios sacerdotes y un número muy elevado de fieles católicos. También aquí surgió la lucha cristera que duraría intermitentemente los últimos años de la década de los años veinte y entraría todavía en la siguiente de los treinta.


Tras los “arreglos” de 1929, la persecución estalló con nuevos bríos. Produjo miles de víctimas entre los civiles y entre los antiguos cristeros; mandó sin más a la muerte a muchos sacerdotes; impidió el culto público; puso trabas a toda manifestación de los católicos en sus derechos civiles y religiosos, y siguió aplicando sin más la antigua legislación callista. Entre los Estados donde cobró especial furor se encontraba Chihuahua, en tiempos de su gobernador el General Quevedo.


En ese entonces era obispo de Chihuahua don Antonio Guízar y Valencia , hermano del también obispo de Veracruz San Rafael Guízar y Valencia. Este eclesiástico tuvo un papel bastante discutido en aquellos años confusos. Lo movían deseos de paz y concordia, por lo que hizo todo lo posible por conseguirla: se opuso siempre con fuerza a la lucha cristera e intervino en varias ocasiones para contradecirla o desaprobarla. Pasó los años de la persecución intentando echar puentes de encuentro y diálogo con el gobierno; creyó incautamente en la buena fe del gobierno ante los “arreglos”, aunque la situación no había cambiado mucho: lo cual fue demostrado, entre otras muchas muertes y vejaciones, la de su santo sacerdote Pedro Maldonado.


En el período persecutorio de 1926 a 1929, el padre Maldonado permaneció en su parroquia ejerciendo su ministerio fuera del templo. La sensatez de las autoridades de Chihuahua impidió que por entonces se llegara a mayores violencias. De 1929 a 1934 pudo dedicarse con celo a cimentar la fe de sus feligreses, aunque no sin dificultades: el 14 de marzo de 1932 fue detenido y paseado por descampados durante la noche, torturándole y simulando varias veces que lo iban a fusilar. "Háganlo cuando quieran, que estoy preparado", repetía el sacerdote, como relató un testigo de su Proceso[2].


Finalmente, en 1934, el padre Maldonado, preso, maltratado y amenazado de muerte por la policía, fue desterrado a El Paso, Texas. En el destierro edificó a sus hermanos en el sacerdocio por su humildad y espíritu de oración. Pero su deseo era estar con su rebaño, por lo que solicitó a su obispo Antonio Guízar y Valencia, también en el exilio, le permitiera volver a su parroquia.


Los momentos del martirio

Tan pronto como le fue posible, aun temiendo por su vida, regresó a Santa Isabel. Poco antes, en la ciudad de Chihuahua, estuvo algunas semanas bastante enfermo de fiebre. Todavía convaleciente fue al lado de su feligresía. Por todas partes impartía los sacramentos, celebraba la Santa Misa, daba instrucción religiosa y dirigía y orientaba a sus fieles, corriendo mil peligros y aventuras. En Santa Isabel no pudo continuar su trabajo, por lo que se dirigió al rancho El Pino, en donde permaneció un año. Hasta que en 1936 decidió quedarse en un poblado cerca de Santa Isabel, llamado Boquilla del Río, donde una heroica familia cristiana convirtió su casa en oratorio, en la que casi públicamente celebraba la misa.


Llegamos así al año de su martirio, 1937. El 10 de febrero era Miércoles de Ceniza. Pasó el día confesando, predicando e imponiendo la ceniza. Como a las tres de la tarde se presentó en la casa de Boquilla del Río un grupo de hombres armados y borrachos, que iban a detener al padre. El sacerdote quería salir a hablar con ellos, pero las personas que estaban con él se opusieron y le hicieron salir por una puerta trasera para esconderse en un cuarto abandonado que había en la huerta cercana.


Aunque había logrado esconderse, se entregó a los soldados porque estos amenazaron de quemar la casa con sus habitantes. Pero antes logró recoger la Eucaristía que conservaba en un cuarto convertido en capilla. Fue atado y obligado a caminar descalzo por delante de los caballos de los soldados. Los cristianos que se habían concentrado en aquel rancho para asistir a la misa lo seguían detrás. El sacerdote rezaba el rosario en voz alta y los cristianos le respondían a pesar de las mofas de los soldados. Parecía una versión moderna del Viernes Santo camino del Calvario. En el camino una mujer, llena de compasión, le ofreció algo de comer.


Lo llevaron a la presidencia, al piso superior, donde lo apalearon. El jefe de los políticos de la región, Andrés Rivera, le golpeó la cabeza con la culata de su pistola quebrándole el cráneo y haciéndole saltar el ojo izquierdo. Entonces el sacerdote cayó al suelo. De su pecho saltó la caja con las formas consagradas que allí había escondido. Aquel político, que era uno de los verdugos, recogió las Sagradas formas y se las metió en la boca gritándole: "Cómete eso!". Aquella comunión, obtenida a través de su propio verdugo, era la gracia que el padre Pedro había pedido tantas veces a su Señor Eucarístico de poder recibir el Santo Viático en la hora de su muerte[3].


Los esbirros siguieron golpeando al sacerdote a puntapiés y con las culatas de los fusiles. Le arrastraron por la escalera hasta la planta baja. Lo dejaron allí tendido en estado de coma y bañado en su sangre. Unas piadosas mujeres consiguieron un carro que les llevara a Chihuahua para pedir garantías al gobernador, quien se limitó a enviar una comisión de la policía secreta para que recogiera al sacerdote ya moribundo. Cuando éstos llegaron a Santa Isabel, el padre permanecía tirado en el piso. Todavía estaba vivo. Los policías levantaron un acta haciendo constar el estado en el que lo recibían para que, si se les moría en el camino, no los culparan a ellos. Lo echaron en una camioneta y se lo llevaron a Chihuahua.


Fue llevado al Hospital Central. "Lo encontré en un estado lastimoso e incognoscible a causa de las heridas y golpes que tenía”, cuenta un sacerdote enviado por el obispo al hospital al enterarse de lo sucedido. “Estaba inconsciente y casi agónico. Tenía el cráneo materialmente levantado, la cara golpeada, los dientes quebrados, las manos arañadas, una pierna quebrada...[4]


El señor obispo Antonio Guízar y Valencia, al saber lo ocurrido, envió los padres Francisco Espino –futuro obispo- y Sixto Gutiérrez para que se enteraran del estado del sacerdote y vieran qué se podía hacer. Dice el padre Gutiérrez:

Lo encontré en un estado verdaderamente lastimoso e incognoscible a causa de las heridas y golpes que tenía. Estaba inconsciente y casi agónico. Tenía el cráneo materialmente levantado, la cara golpeada, los dientes quebrados, las manos arañadas y una pierna rota. Esto era lo que a primera vista se veía…Yo permanecí en el hospital toda la noche hasta la madrugada. Serían las cuatro de la mañana, ya del día 11 [de febrero], cuando murió. Estaban ahí el padre Espino y algunos familiares[5].

"Me conoces, Pedro?", le dijo al verlo. El sacerdote le apretó la mano, dando a entender que aún lo conocía. En la otra mano todavía llevaba apretado y sin soltarlo la caja vacía de las Formas consagradas. No la soltó hasta que expiró pocos momentos después, en los brazos de su hermano en el sacerdocio. "Tenemos un nuevo mártir", exclamó luego el prelado, y ordenó que se recogiesen las sabanas y ropas empapadas con la sangre del mártir[6]. Eran las seis de la mañana del 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes y aniversario de su primera misa. Su cuerpo fue llevado a casa del obispo. Centenares de cristianos pasaron ante el cadáver del mártir. El obispo, sacerdotes y fieles, sin miedo ya a nadie, lo llevaron hasta su sepultura.


El cadáver fue llevado a la casa del obispo y revestido con los ornamentos sacerdotales. Lo colocaron en un sencillo ataúd y se formó una capilla ardiente improvisada. La gente comenzó a llegar de toda la ciudad y poblados cercanos, en una procesión ininterrumpida, ante su cadáver. A las seis de la tarde se inició la procesión fúnebre: los sacerdotes y millares de personas iban a pie y numerosos carros particulares seguían aquella imponente manifestación en honor del mártir. En el trayecto al Cementerio de Dolores, distante poco más de ocho kilómetros de la ciudad, se rezó el rosario y se entonaron cantos religiosos y vivas a Cristo Rey, a la Santísima Virgen de Guadalupe y al Papa. Fue una especie de beatificación antelitteram del pueblo fiel. Sus reliquias se veneran hoy en Chihuahua, campo de su apostolado. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000, por S.S. Juan Pablo II.


Notas

  1. Jean Meyer, en La Cristiada , volumen 1, dedica muchas referencias a la actitud de este obispo ante la persecución y ante la Cristiada y sus intentos frustrados de conciliación así como los continuos engaños urdidos por el gobierno contra la Iglesia a partir de los “arreglos” de 1929, con los que el este obispo creía que finalmente se podría conseguir la paz social y religiosa en México. La paz llegaría muchos años después.
  2. Positio Magallanes, III, Doc. Extraproc., 575-576, CCLXXXI.
  3. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, III, Doc. Extraproc., 612, CCXCIV.
  4. Positio Magallanes, II, Summarium, 507, && 1866-1867.
  5. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 1042.
  6. Positio Magallanes, III, Doc. Extraproc., 581, CCLXXXI.


Bibliografía

  • González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008.
  • López Beltrán, López. La persecución religiosa en México. Editorial Tradición, México, 1987.
  • Meyer, Jean. La cristiada, Volumen I, Siglo XXI Editores, México, 1973.
  • Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, volúmenes II y III.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ