MESTIZAJE Y SINCRETISMO. Diferencias y similitudes

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En el «imaginario colectivo» latinoamericano, con demasiada frecuencia se toma como sinónimos los vocablos «mestizaje» y «sincretismo», y con ello se genera una confusión de los conceptos que esta terminología expresa; confusión que lleva a distorsionar la comprensión hacia acontecimientos y realidades tan importantes como es la esencia misma de la identidad latinoamericana y de la religiosidad cristiana de las naciones asentadas en el «Continente de la Esperanza».

Vamos pues a señalar de manera sintética las principales diferencias entre los conceptos «mestizaje» y «sincretismo», así como sus similitudes sobre las cuales se generó esa dañina «con-fusión», analizándolos sobre los hechos históricos que dieron origen a la realidad latinoamericana. Mestizaje

El vocablo «mestizo» proviene del latín «mixticius» que significa «mezclado». Pero aunque acertada, la etimología es insuficiente para describir el concepto, pues el vocablo no se usó para señalar a cualquier «ente» mezclado, sino a la persona cuyos padres pertenecen a una raza distinta; es decir, el vocablo surgió como una connotación «racial». El mestizaje es tan antiguo como la humanidad misma, pero no había sido motivo de estudio y aún menos de atención jurídica, sino hasta el Descubrimiento de América.

A pesar de que las relaciones interraciales estuvieron presentes en la historia de la humanidad desde los tiempos más remotos, ninguna obra literaria o jurídica de la antigüedad abordó el tema del mestizaje de manera explícita, lo que no significa que ante él siempre hayan existido actitudes distintas que van, desde su plena aceptación hasta su total repudio. El mito del «rapto de las Sabinas» puede inscribirse en el relato de la aceptación del mestizaje, así como su repudio en el hecho de la esclavitud mayoritariamente practicada hacia los pueblos de raza negra.

El tema del mestizaje como tal, fue incorporado a la legislación de las naciones a partir de que España descubrió el Nuevo Mundo. Fue la Corona española quien, desde los inicios del siglo XVI introdujo en su legislación el vocablo y el concepto.

Ante la evidente desproporción numérica existente entre las razas india y española, y el abismo cultural existente entre ambas, y siendo prioridad para los monarcas hispanos la integración de los pueblos entonces recién descubiertos, en octubre de 1514 el rey Fernando «el católico» emitió una Cédula real que decía: “Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan como deben , entera libertad para casarse con quien quisieren, así con Indios, como con naturales de nuestros reinos, o españoles y que en esto no se les pongan impedimento.”. Esta cedula Real fue ratificada e incorporada a las «Leyes de Indias» por Felipe II. Lo anterior estaba en total consonancia con la doctrina católica que dice: “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre…ya que todos vosotros sois uno en cristo Jesús.” (Gal.3,28)

Obviamente el mestizaje racial fue dándose de modo gradual y progresivo, como lo señalan las estadísticas que Ángel Rosenblat expone en su estudio «La población indígena y el mestizaje en América» donde, haciendo a un lado al Brasil con su especial complejidad, podemos sintetizar así: En 1570 los indios podían llegar a unos nueve millones, los blancos serían unos 118.000 y los negros, mestizos y mulatos unos 230.000. En 1650 los indios alcanzaban ya unos ocho millones y medio, los blancos habían subido a 650.000, los mestizos a 350.000 y los mulatos a 239.000.

Fundándose en los datos del etnógrafo y geógrafo alemán Alexander Von Humboldt (1769-1859) quien vivió e investigó la realidad hispanoamericana en los primeros años del siglo XVIII, Rosenblat ofrece un cuadro racial en 1825 con estos resultados globales sobre la población hispanoamericana: 7.851.000 indios, 3.429.000 blancos, los negros llegarían a 2.228.000 y los mestizos y mulatos a 5.552.000.

El Mestizaje, además de racial, abarcó todos los ámbitos de la cultura (desde la religiosidad hasta la gastronomía, pasando por las bellas artes) Sincretismo

La etimología del vocablo «sincretismo» proviene del gentilicio «cretense» o sea todo aquello que es referido a la isla de Creta, la cual fue centro de la civilización menoica (2700-1420 a.C.) que tenía la singularidad de hacer a un lado las diferencias internas cuando había una situación de amenaza o guerra.

Posteriormente y basándose en esa costumbre cretense, Erasmo de Róterdam (1466-1536) acuñó el neologismo «syncretismus» para referirse a la conciliación de dos sistemas filosóficos distintos en uno solo, haciendo a un lado su esencia. Es decir, «conciliar superficialmente», desde lo exterior y prescindiendo de la sustancia de esos sistemas para hacer un «híbrido» que atienda solo a sus elementos accidentales.

El campo religioso americano, especialmente en el Brasil (y en menor grado en Cuba y Nueva Granada) donde miles de personas de raza negra provenientes de distintas etnias africanas (principalmente sudaneses, congoleños y angoleños) conservaron su religiosidad animista, viviendo en medio la cultura cristiana la cual mitigaba sensiblemente los abusos de los esclavistas. Esa situación resultó ser un campo ideal para que el neologismo, el concepto y la realidad del «sincretismo» se desarrollaran.

Diferencias y similitudes entre mestizaje y sincretismo

La principal «diferencia» entre mestizaje y sincretismo es que, mientras el primero «integra» dos realidades distintas dando origen a una nueva realidad «substancial», el segundo solo las «concilia» exteriormente sin modificar la substancia de ninguna, mismas que permanecen esencialmente igual; es decir, no forma una nueva realidad.

La principal similitud entre mestizaje y sincretismo es que ambas «evidencian» a los ojos de cualquier observador la existencia de culturas diferentes, en especial de la distinta «cosmovisión» que proporciona cada una de ellas.

La Virgen de Guadalupe, el mejor ejemplo del mestizaje Hispanoamericano

San Juan Pablo II afirmó: “Los hombres y los pueblos del nuevo mestizaje americano, fueron engendrados también por la novedad de la fe cristiana. Y en el rostro de Nuestra Señora de Guadalupe está simbolizada la potencia y arraigo de esta primera evangelización”. En efecto. el Acontecimiento del Tepeyac ocurrido en diciembre de 1531 manifiesta simultáneamente la esencia del mestizaje del que habla el Papa y el abismo que esa realidad tiene con el sincretismo.

La cosmovisión que tenían los habitantes del mundo prehispánico, especialmente los mesoamericanos, era eminentemente fatalista: los innumerables dioses eran concebidos como seres inmisericordes que exigían la sangre humana para que el cosmos pudiera seguir existiendo. El amplísimo repertorio de sacrificios humanos y el gran número de los practicados cotidianamente, no eran producto de algún gen que hiciera especialmente crueles a los habitantes precolombinos del Continente, sino eran el resultado de una cosmovisión fatalista y animista.

Los primeros europeos que arribaron tenían otra cosmovisión: la cristiana que desmitifica al cosmos (este es obra «de» Dios, pero «no es» Dios); y al mismo tiempo llena de esperanza la existencia humana (es Dios quien por amor al hombre se hace hombre y derrama su sangre para la salvación del mismo hombre; ya no es el hombre el que debe derramar su sangre para complacer a un dios).

La extraordinaria labor de los frailes misioneros logró la conversión de unos cuantos miles, pero en estas tierras habitaban millones; los resultados parecían «una gota en el mar». Es entonces cuando la Madre de Jesús interviene directamente. Y aquella elegida por Dios hacía 15 siglos para que la Palabra encarnara en su seno, fue enviada para que la Redención alcanzada por su Hijo en la Cruz se extendiera también a sus hijos de este Continente. La «llena de Gracia» asumirá explícitamente la maternidad de los habitantes del verdaderamente «Nuevo Mundo». “Donde abundó el pecado, [...] sobreabundó la gracia” (Rm. 5, 20).

La Madre de Cristo en el Tepeyac «asumió» toda la realidad indiana y así la transfiguró para que, sin dejar de ser la misma, surgiera una ser inconmensurablemente «nuevo»: surgía la «indianidad cristiana» no yuxtapuesta con la cultura hispana sino en filial unión con ella.

Los argumentos de quienes sostienen la versión de un sincretismo guadalupano

Señalábamos que el sincretismo «concilia» exteriormente sin modificar la substancia de ninguna realidad esencialmente distinta. La versión de un supuesto «sincretismo guadalupano» surge del hecho que en el cerro del Tepeyac se rendía culto a la diosa «Tonantzin» o «Coatlicue», como lo señala Fray Bernardino de Sahagún:

“Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lejas tierras. El uno de éstos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeácac, y los españoles llaman Tepeaquilla, y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe; en este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que llamaban Tonantzin, que quiere decir Nuestra Madre; allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de muy lejas tierras, de más de veinte leguas, de todas estas comarcas de México”

Con la sola similitud del nombre «nuestra madrecita», el argumento del sincretismo ignora por completa la enorme diferencia de las imágenes: la diosa Tonantzin o Coatlicue es un ídolo de piedra de 130 cm. de ancho y 252 de altura que pesa unas 3 toneladas que se conserva en el Museo de Antropología de la ciudad de México. Esta diosa representa a una mujer con los pechos caídos y con cabeza de serpiente bicéfala, está ataviada con una falda de serpientes y tiene un collar en sus manos. Corazones humanos en sus manos y una calavera al centro complementan el ídolo.

La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, que se conserva en la Basílica de Guadalupe de la ciudad de México, inexplicablemente grabada en un tosco ayate confeccionado de fibra de maguey, e inexplicablemente conservada hasta el día de hoy, manifiesta a una hermosa mujer de amoroso rostro, totalmente distinto a la terrorífica imagen del ídolo prehispánico. Igualmente distintos y antagónicos son los cultos religiosos que se practicaron o se practican ante esas imágenes.

La cosmovisión fatalista del mundo indígena prehispánico daba por resultado los numerosísimos sacrificios humanos que se debían realizar cotidianamente. La cosmovisión cristiana ve el único y eterno Sacrificio de Cristo «actualizado», no repetido, en cada Misa. Esta es sin duda una diferencia absoluta que descalifica cualquier argumento sincretista.

Derivado de lo anterior se dio el hecho innegable que a partir del Acontecimiento del Tepeyac los sacrificios humanos fueron totalmente erradicados y sustituidos con la celebración de la Eucaristía; así la afirmación de los cultos sincréticos en Nueva España queda en ridículo y manifiesta que solo por una gran ignorancia o una mala fe, se puede decir que la Virgen de Guadalupe es «sincretismo».

En la persona de Juan Diego y de los indígenas contemporáneos a él como Antonio Valeriano, autor del «Nican Mopohua», la encarnación de la Palabra asumió la cultura indígena; la desmitificó e hizo surgir una «indianidad» radicalmente nueva: mestiza, no sincrética: la indianidad «indo-hispano-cristiana».


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