METODOLOGÍA EVANGELIZADORA; Problemas y caminos

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Primera tentativa: reeditar el método de los Apóstoles

Nos referimos al anuncio del Evangelio, hecho a los indios por parte de la Iglesia, mediante los misioneros. Por eso no aludiremos sino tangencialmente, a la pastoral ejercitada en situación de cristiandad o la atención a los colonos españoles, y luego a los criollos.

Se debe considerar la novedad de la situación absolutamente inédita, que se presentaba por primera vez en esas dimensiones a la Iglesia. La formidable empresa llevó a la Reina Isabel la Católica a escribir al Guardián del Convento de San Francisco de Sevilla, para que se elevaran oraciones por al éxito de una tarea para la que no bastaban las fuerzas humanas solas.

Fue entonces cuando los misioneros creyeron que debían dar un salto mental de quince siglos para inspirarse en el método seguido por los Apóstoles. Entendieron que realmente en los indios se presentaba la «praeparatio evangélica» por su pobreza, su humildad, su estado de seres inermes. Por otra parte, desde la época apostólica no había hecho su aparición un movimiento de conversión tan masivo y espectacular.

El caso de la evangelización del mundo de los «barbaros» cuando invadieron el Imperio Romano fue progresiva y lenta, llevada a cabo a lo largo de varios siglos (prácticamente desde el siglo V al XII). Aquí nos encontramos con un hecho único en la historia del cristianismo y de la evangelización de los pueblos. Los franciscanos se trazaron el ideal de reeditar la Iglesia apostólica: su «franciscanismo», la explosión de la Reforma y el genio de la nación española los impulsaban a ello.

Eso sucedió en México después de la llegada de Cortés, y tras él, los «Doce Apóstoles» franciscanos. Ya podemos ver en qué forma la reedición del método apostólico bloqueaba en su base cualquier coacción o empleo de fuerza; de esta suerte se podía “fundar cuasi tan excelente Iglesia como fue la primitiva”, dice Fray Pedro de Córdoba al superior de la casa dominicana donde pronunció el famoso sermón del Adviento de 1511 el Padre Montesinos.[1]

Desde la época antillana hasta el fin del siglo XVI se manifiesta este deseo de imitar a los apóstoles. Se quiso imitar todo: las fechas de bautismo, el catecumenado, la proscripción de métodos punitivos, como lo hizo el Segundo Concilio de Lima. Como en el Perú tales métodos se imponían menos intensamente, los indios, oyendo a los misioneros como había sido la evangelización en los tiempos primitivos decían que los Apóstoles nunca se debían haber muerto.[2]


El bautismo. Condiciones y situaciones en la fe

Podríamos afirmar que en el siglo XVI quedaron «bautizadas» las más importantes civilizaciones del Nuevo Mundo. Pero no se puede olvidar que bautizar no es equivalente a evangelizar como indica San Pablo (cf. 1 Cor. 1, 17). ¿Cuántas personas fueron bautizadas en América, en el siglo XVI? Dado el interés que los misioneros ponen en las cifras de los bautizados, la pregunta no resulta ociosa. Para un misionero de la época esta consideración resultaba importantísima, puesto, que era el termómetro de la incorporación de nuevos pueblos a la Iglesia.

El cálculo resulta difícil. El número de bautismos fue muy elevado en cada etapa misional. Sin embargo las afirmaciones desconciertan. El franciscano de la primera hora en México, fray Toribio de Benavente escribe: “Hay al presente de esta Nueva España (1536) obra de sesenta sacerdotes franciscanos… Además de 108 sesenta sacerdotes que digo, se habrán vuelto a España otros veinte, algunos de los cuales bautizaron a muchos indios antes que se fuesen; y más de otros veinte que ya son difuntos, que también bautizaron muy muchos... Los que cada uno de estos bautizó, pasarán de cien mil. De los sesenta que al presente son en este año de 1536 saco otros veinte, que no han bautizado, así por ser nuevos en la tierra, como por no saber la lengua; de los cuarenta que quedan, echo a cada uno de ellos a cien mil o más, porque algunos hay de doscientos mil, y ciento cincuenta mil... De manera que con los que bautizaron los difuntos y los que se volvieron a España serán hasta hoy los bautizados cerca de cinco millones”.[3]

Claramente se puede entender que estas cifras son más simbólicas que reales, en cierto sentido como las cifras «bíblicas». Sin embargo, este apunte crítico no quiere en absoluto mermar el número muy relevante de bautizados en el conjunto de la población del Nuevo Mundo. Un siglo más tarde se afirma que los bautizados en México llegan a 16 millones. El historiador y misionero dominico, Dávila Padilla, dice a fines del siglo, que “se iban convirtiendo provincias enteras, de veinte mil y ochenta mil indios”.

Los libros de bautismo de los jesuitas en Sinaloa, ofrecen 300.000 bautizados hasta principios del siglo XVII. En Guatemala el dominico Marcos Arden, habría bautizado, él sólo, un millón de personas; en Nicaragua, el mercedario Fray Francisco de Bobadilla, bautizó, según se dice, más de 50.000 personas; hacia 1565 habría en el Perú unos 300.000 indios bautizados; de más de un misionero se afirma que bautizó en un día diez mil personas (!) En las actuales repúblicas de Bolivia y Argentina, los jesuitas habrían bautizado centenares de indios diariamente.[4]

¿Qué pensar sobre estas afirmaciones? Hay que repetir las observaciones ya hechas sobre el modo de contar o calcular las estadísticas. No olvidemos que los conquistadores y misioneros son propensos a jugar con los números; para estos hay millones de cristianos y millones de paganos.

Muy difícil resulta admitir sin más las cifras entusiastas de Motolinía.

San Francisco de Borja, general de los Jesuitas, escribe al Padre Portillo: “Antes vayan poco a poco y fortificando lo ganado, que la intención de Su Santidad, como a nosotros nos lo ha dicho, es que no se bauticen más de los que se puedan sostener en la fe”.[5]El historiador Pedro Borges concluye de este modo: “Aun aceptando la posibilidad de exageración en el balance de los misioneros, queda en pie sin embargo la uniformidad de los testimonios que, proferidos en diversas épocas y diversas regiones, están acordes en presentarnos un número de bautismos muy grande bajo todos los aspectos. Sea pues, lo que fuere de la exactitud de las cifras, lo que parece no poder negarse es que estas fueron realmente, muy elevadas” (p.463).

El problema del número nos lleva a una ulterior reflexión: ¿cómo se procedió, en la práctica, con los indios? ¿Se respetó su libertad? ¿Hubo alguna coacción para que se reci-biese el bautismo? Anteriormente se expuso sumariamente el pensamiento teológico de España. La fe es libre.

También se hizo alguna alusión a ciertas medidas adoptadas por la Corona española contra la idolatría y otras aberraciones. Ahora nos fijaremos en la actitud legislativa de España y de la Iglesia indiana, en relación con la libertad para recibir la fe y el bautismo.

La Legislación civil

No existe una sola ley que obligue a aceptar la fe; y esta conducta se observa desde las primeras instrucciones dadas a Colón, el hijo del Almirante y a Ovando, gobernador de las Antillas: “Sin les fazer fuerza alguna”. Sobre esto abundan los documentos, tanto de la Corona española, como de las autoridades civiles en Indias.

Cuando ha pasado un siglo largo después de los descubrimientos, Felipe III escribe al obispo de Quito en 1609: “Estaréis advertido que cualquier medio que aplicáredes al fin referido de escolta... ha de ser sólo para hacer guerra defensiva y proteger la predicación evangélica, sin violentar a los indios a que se reduzcan, sino por los medios suabes de la persuasión que permite la Iglesia"[6]. Se trataba de la conversión de los jibaros.

La legislación eclesiástica.[7]

El primer Concilio de Lima, Constitución 7a ordena: “Otrosí por cuanto, conforma a la doctrina de Nuestro Maestro y Redemptor Jesucristo, ninguno ha de ser compelido a recibir nuestra sancta fee catholica, sino persuadido y atraído con la verdad y libertad della... y somos informados que algunos inconsideradamente baptizan indios que tienen ya uso de razón, sin examinar primero si viene de su voluntad, o por temor...; e así mismo a otros que no tienen uso de razón,…o son niños, sin saber primero si los padres huelgan dello; de lo cual viene… después... menosprecio del sacramento”. A continuación, se manda que no se bautice a nadie, contra su expresa voluntad, si es mayor de ocho años; y a ningún menor, contra la voluntad de sus padres.[8]

El Segundo Concilio Limense repite la misma prescripción (Const. 27); así se evitarán bautismos ficticios (ib. p.173). Entre la celebración de estos dos concilios, se tuvo el Sínodo de Santa Fe de Bogotá, que copia casi literalmente la séptima constitución del primer Concilio de Lima. Estas prescripciones están influidas por la actitud del arzobispo de Lima, Fray Jerónimo de Loaysa, O.P., quien desde 1545 había dispuesto cuanto luego sancionaron los Concilios y Sínodos,

Exigencias previas a la recepción del bautismo

Se manifiesta nítidamente la voluntad de no administrar el bautismo, sino después de una seria preparación; así lo habían proclamado los escolásticos españoles. Ya hemos señalado el caso del dominico Fray Marcos Arden. Sin duda el misionero debió bautizar a muchísimos infieles, lo que provocó la reacción violenta del Padre Las Casas, que exigía de los indios una preparación doctrinal “que a duras penas habría podido satisfacer a un europeo medio de su tiempo, y censuraba los bautismos de Fray Marcos, considerándolos de todo punto inútiles en cuanto a la eficacia práctica del Sacramento”.[9]

Fray Bartolomé de Las Casas se había dirigido personalmente al emperador para informarle de lo que ocurría en Indias, acerca del bautismo. Es muy significativa la real cédula del Rey-Emperador Carlos I-V, dirigida a Francisco de Vitoria el 31 de marzo de 1541:

“El Rey. Al Maestro Fray Francisco de Vitoria, catedrático de Prima, de la Universidad de Salamanca.

Fray Bartholomé de Las Casas... ha mucho tiempo que reside en las nuestras Indias, e agora ha venido a estos Reynos a procurar algunas cosas que tocan a su orden y bien de los naturales de aquella tierra; el qual nos ha hecho relación que conviene y es necesario que se provea y defienda [=prohíba] que ninguno baptice en aquellas tierras yndio ni negro ni otro ynfiel adulto, hasta que conforme a la Sagrada Escriptura y doctrina de los Santos y a la costumbre de la universal Iglesia, sean de la fee catholica doctrinados tanto tiempo quanto suficientemente ovieren menester para ser dignos de recibir el sancto baptismo; porque diz que en las dichas nuestras Indias se acostumbra baptizar sin que aquel que recibe el agua del baptismo sepa ni entienda lo que recibe, de que nuestro Señor es deservido. E visto lo susodicho en el N.C.R. de las Indias, por ser como es cosa theologal, ha parecido que conviene que sea visto y examinado por personas theólogas…”

El Rey pide pues a Vitoria su parecer juntamente con los otros teólogos de la Universidad. Uno de los teólogos consultados es Domingo de Soto.[10]En su respuesta los teólogos dicen al Emperador: Se ha hecho muy bien en consultar a teólogos, se ha de alabar el celo misional, pero no ha de confundirse con el desorden. Por eso los infieles no pueden ser bautizados sin dar antes garantías de estar instruidos y de aceptar la moral evangélica. Lo contrario llevaría a frustrar la eficacia del Sacramento; si el Sacramento es realmente un signo, no puede responder a falsedad alguna.

Luego añaden algo que puede resultarnos extraño: consta que los indios están en pecado mortal, por su infidelidad y muchas otras abominaciones que no quieren abandonar. La recepción de la Eucaristía, que en la antigua Iglesia se otorgaba a los neófitos, indicaba la conversión eficaz, a la que deben llegar los indios. La antigua Iglesia fue muy exigente en que la conversión precediese al sacramento. Por ello los teólogos de Salamanca reprueban los bautismos masivos, o, en expresión de Fray Bartolomé de Las Casas, «por escuadrones». Este dictamen tuvo inmenso influjo en la conducta posterior de la Iglesia indiana.

No obstante esto, Ricard escribe: “El sistema de conversión colectiva que los frailes practicaron demostró sus enormes ventajas. Muy pocos años después se acabó el catecumenado, pues los indios eran bautizados al tiempo de su nacimiento. Pero es evidente que la conversión en masa, que tantas dificultades elimino de un golpe, no hubiera sido posible sin la liberalidad y rapidez con que los paganos eran admitidos al bautismo desde el principio de la evangelización”.[11]

En sí, practica de bautismos masivos y evangelización suficiente no se excluyen; pero ofrecen dificultades y no dan todas las garantías. Resulta difícil admitir que quienes bautizaban por millares tuvieran tiempo para evangelizar a tan gran número de personas, y más en las circunstancias adversas de América, en que la lengua, la diferencia de apreciaciones morales radicales, etc., formaban una barrera entre el sacerdote y el indio.

No es legítimo afirmar que muchos bautizados estaban realmente evangelizados y convertidos; ni tampoco se puede decir que los auténticamente catequizados eran pocos. De hecho, después de un siglo de trabajo, el continente había recibido el bautismo. El problema difícil de solucionar es este: hasta qué punto podía decirse que el anunció del Evangelio había penetrado en el Nuevo Mundo, de modo que realmente se pudiera decir que América «se había convertido y creído al Evangelio».

Catequesis

Dentro de las exigencias previas a la recepción del bautismo se halla la catequesis, que aquí entendemos, en forma menos técnica, como la instrucción en los principales dogmas de la fe. Lo que no significa que los misioneros descuidaran el imprescindible elemento catequético de la reforma interior y de la renuncia al pecado. El primer Concilio de Lima prescribe en la Constitución 4ª:

"Item, conformándonos con lo que los Santos Apóstoles en la primitiva Iglesia usaron, y, los santos cánones acerca desto disponen: que los que se convierten a nuestra sancta fee catholica y quieren entrar en el corral de la Iglesia por la puerta del baptismo, primero que lo reciban, entiendan lo que reciben y a lo que se obligan, si en lo que han de creer, como en lo que han de obrar”.

No se puede bautizar a ningún mayor de ocho años “sin que primero, a lo menos por espacio de treinta días, sea industriado en nuestra fee católica”. Se debe persuadir a los indios del error en que han vivido en la idolatría, y se les debe dar a entender “cómo hay un Criador y Señor de todas las cosas, a quien han de adorar y tener por Señor... y declarándoles distintamente los demás artículos y misterios de la fee contenidos en el Credo, avisándoles primero que todas aquellas cosas exceden a nuestros entendimientos”.

Se instruirá a los indios sobre los diez mandamientos “y la razón dellos y la obligación que han (tienen) para guardarlos”. Se les hablará sobre el bautismo “por el que se hacen hijos de Dios y les perdona los pecados”.[12]El primer Concilio de México ordena igualmente lo mismo: “Qué ningún adulto sea baptizado, sin que primero sea instructo en la fee católica”.

El sacerdote debe comprobar si existe realmente una ruptura con el paganismo, si lleva una vida moral que lo haga merecedor y capaz del bautismo, y el Concilio se fija de manera especial en la moralidad marital y en el respeto por la justicia de parte de quienes piden el bautismo. El sacerdote debe estar moralmente cierto, de que la petición del bautismo se hace con buena intención.[13]

El Tercer Concilio de Lima (Acción 2a, Cap.3) presenta el programa de una catequesis sumaria, pero suficiente. Encarga a los obispos y a los párrocos esmerarse en esto. Reduce al mínimo necesario la instrucción que ha de hacerse con los indios rudos, que difícilmente captan la enseñanza: “Qué hay un sólo Dios, hacedor de todas las cosas, que da premio de vida eterna a los que le sirven, y castigo con tormentos eternos en la otra vida a los malos que le ofenden en esta”.

Se pasa al misterio Trinitario, a los dogmas de la Encarnación, de la Muerte y Resurrección de Cristo que “agora reina para siempre y es nuestro Señor y Salvador; ... que ninguno se puede salvar si no es creyendo en Jesucristo, y teniendo arrepentimiento de los pecados que ha cometido". Se insiste en mandamiento del amor a Dios y a los prójimos, y concluye:

“adviertan, pues, los sacerdotes, que si baptizan o absuelven a los que no están ynstruidos en la fee, como lo han de estar, cometen tan gran sacrilegio y hacen gran daño a las ánimas, de que darán cuenta a Dios”.[14]

Para evitar actitudes «mágicas», el Primer Concilio de México prohíbe la administración de cualquier sacramento al adulto que no comprenda su significado: “Siendo muchos los que ignoran los documentos de la fe y la virtud de los Sacramentos, y por no comprender las disposiciones indispensables, los reciben sin fruto, de suerte que con el carácter de cristianos no siguen su instituto: para que no cunda este daño, dispone el Concilio, que ningún cura bautice a los adultos, sin estar impuestos en la fe católica”.[15]

Se ordena también que no puedan ser admitidos al matrimonio ni indios ni negros ni españoles, si no saben qué es este Sacramento; es interesante relievar la insistencia de los Concilios americanos en que los indios sepan las oraciones de memoria. ¿Memorismo? La Iglesia es una sociedad visible, y una de sus acciones más excelentes es la oración. Para evitar peligros de formas ilusorias de religión, la Iglesia, como puede verse en la historia de la catequesis, ha exigido de los catecúmenos el conocimiento memorizado de muchas oraciones.

Coacción para «oír» la predicación del Evangelio

Es otro dato de la casuística concreta en la evangelización. También los escolásticos españoles se preguntaron si existía poder para obligar a los infieles a «oír» la predicación; no tratan, en este caso, de una coacción a la fe, sino a «escuchar» la predicación. Las opiniones se dividen. Se podría obligar a que se oyese algunas veces al año, dicen unos; otros responden que esta medida resulta ineficaz.

Gregorio de Valencia, S.J., niega que pueda existir este derecho: no es conforme a la práctica de Cristo; ni entra en el poder de enseñar que tiene la Iglesia, porque se trata de oír libremente el Evangelio. Suárez y Báñez creen que lo podrían hacer los príncipes, como tales; Báñez duda, con todo, porque tal método no se habría usado en la Iglesia; Suárez cree que la autoridad civil puede hacerlo, “mas se trata en la esfera jurisdiccional del gobernante”; en Roma el Papa, como Señor temporal, obliga a los judíos a que escuchen una vez por semana la predicación del evangelio.[16]

De hecho existieron tales leyes, y su aplicación tenía como justificación el móvil misionero, que es lo predominante en la idea de los descubrimientos; los indios son tratados como niños; la ley apunta a que estos menores de edad se beneficien de la predicación, pues contrariamente nunca o difícilmente la escucharían.

La enseñanza del catecismo

Se hizo a través de cartillas, catecismos, « doctrinas», que los misioneros iban produciendo e inventando en la marcha misma de la evangelización. Pero esta dispersión tenía inconvenientes metodológicos, porque los indios no acertaban a sintetizar, ni comprendían que se trataba de una misma doctrina. Se llegó a ver la necesidad de una unificación. El primer Concilio de México dice:

“Que se hagan doctrinas para indios. Evitarse debía toda variedad, que puede traer confusión en la doctrina y enseñamiento de los indios: y porque hasta aquí ha habido diversidad en el modo de enseñar y en las doctrinas y cartillas por donde los indios han sido y son enseñados; por ende, «Sancto approbante Concilio», ordenamos y mandamos que se ordenen dos doctrinas, la una breve y sin glosa... y la otra con declaración sustancial de los artículos de la fe... y se traduzcan en muchas lenguas y se impriman...”.[17]

El Concilio de México también tiene cuenta da los casos en que los catecúmenos difícilmente perciben la enseñanza: “Y los intérpretes y religiosos y clérigos deben instruir y doctrinar los indios en las cosas más necesarias a su salvación, y dejar los misterios y cosas arduas de nuestra fe, que ellos no podrán entender ni alcanzar, ni de ello tienen necesidad por ahora”

El Primer Concilio de Lima se preocupó igualmente por la unidad de enseñanza. Las Constituciones 38 y 39 son una síntesis de catequesis. En ellas, junto con elementos de gran valor didáctico, hay cosas que al oído moderno extrañan por su pesimismo: “Decirles han cómo todos sus antepasados y señores, porque no conocieron a Dios ni le adoraron, sino al sol y a las piedras y a las demás creaturas, están ahora (en el infierno) y con gran pena...”.[18]

El Sínodo de Santa Fe de Bogotá sancionaba, en 1556, los mismos principios en favor de los indios – “que los más son de poco entendimiento” - y para que no piensen “que en las cosas de nuestra fe hay mudanza o se les enseñan vaciedades”.[19]En 1576 publicó el arzobispo de Santa Fe de Bogotá, Fray Luis Zapata de Cárdenas, un «Catecismo e instrucciones para la uniforme enseñanza de los Indios, así en la vida cristiana como en la política y civil», en el que se destaca el empeño por la uniformidad en el adoctrinamiento.[20]

El catecismo publicado en Lima conocido como «Tercero Catecismo», pide sencillez, claridad, brevedad, intervención personal, no declamatoria del misionero; este debe ir a lo esencial e insistir en ello. Sobre la argumentación con que se debía tratar de persuadir a los indios, escribe Pedro Borges:

“Si los argumentos debían ser sencillos y rudimentarios, acomodados a la capacidad intelectual de los indios, la dignidad humana de estos, así como el prestigio del cristianismo exigían que de ningún modo estuviesen basados en principios falsos, o que se abusase de la incapacidad silogística de los indígenas recurriendo al empleo de sofismas...”.[21]

Los catecismos tienen una finalidad concreta y eminentemente soteriológica. Todos convergen a esto: creer y obras; se quiere demostrar la verdad del Cristianismo y la necesidad de cumplir sus exigencias, para salvarse. En cuanto a la forma de presentar la fe, no se trata de sistemas lógicos de argumentación. El misionero debe sencillamente afirmar. No olvidemos que, en medio de todo, había optimismo sobre la maleabilidad y buena disposición de los indios.

Pero evidentemente se presentaban problemas cuando era preciso usar de la abstracción: la Iglesia, los Sacramentos, los dogmas de la Trinidad, la Encarnación, la vida de pobreza del Salvador, su concepción virginal, su muerte, el misterio eucarístico. No olvidemos que en los tres primeros siglos de su existencia, la Iglesia experimentó idénticas dificultades. Por eso el aprendizaje resultaba elemental, sobre todo de la doctrina.

Se complementaba con una iniciación en la cultura; los hijos de los caciques la recibían más profunda, aprendían a leer, escribir, estudiaban castellano y música. Muchos de estos convivían con los frailes, en vida conventual, asistiendo al rezo de las horas y a la misa. Fray Toribio de Benavente había compuesto armonías fáciles con el Credo y las oraciones, en lengua azteca; los muchachos las repetían continuamente. Este método resultó muy efectivo. El Padre Acosta cuenta que en el Perú se usaba tal método; y eso cuarenta años más tarde, los jesuitas empleaban el mismo sistema adoptando melodías populares indígenas.

El Padre Barzana. SJ, de la Asunción cuenta cómo procedía entre ellos la enseñanza:[22]se entremezclaba la doctrina, la predicación, los cantos, con bastante solemnidad, e incluso se entonaban melodías profanas para dar más variedad. El Obispo de Yucatán, Fray Francisco Toral, “dándose cuenta de que el aprendizaje de la doctrina tenía que resultar enojoso para los que se querían convertir ordenó que «con el fin de que tomen amor a nuestra ley... fueran tratados en la catequesis no sólo con toda caridad, sino que hasta les diesen de comer y vestir». Esto continuaba practicándose en 1562”.[23]

Autocrítica de los métodos

La evangelización no se hizo dentro de un cómodo conformismo. Los evangelizadores se sometieron voluntariamente a la propia crítica. Durante el siglo XVI aparecieron muchos documentos para «cuestionar» los métodos y los resultados. Como la obra era empresa de muchas instituciones, (obispos, religiosos, curas), sería preciso estudiar con detención las reflexiones que cada una de ellas hicieron de su propia eficiencia.

Ya desde los principios, tomando en ello la iniciativa los propios conquistadores o gobernadores, como Cortés en México, Pizarro en el Perú, se convocan reuniones de misioneros y eclesiásticos para discutir sobre los métodos y la marcha de la conversión. Luego se celebraron los Concilios provinciales de México y Perú —y en Santa Fe, un Sínodo-, que abordan críticamente el tema de catequización y conversión.

Por su parte la Corona, a través de reales cédulas y provisiones apremia a las autoridades y misioneros a que, reunidos, confronten, estudien, critiquen y expongan con gran libertad, los éxitos y fracasos, para que se provea desde España, con conocimiento de causa. En la segunda mitad del siglo, disminuyó el apremio, por considerarse que se había acertado, en líneas generales, con el método.

Los misioneros multiplican esta clase de reuniones en México y Perú. Es muy importante constatar la existencia de «congresos misionales», como ocurrió en México en 1541, cuando los dominicos, franciscanos y agustinos se reunieron en la denominada «Unión Santa», para discutir y unificar los métodos. Sabemos que los jesuitas de Sinaloa y del Perú celebraban reuniones de «expertos» con la misma finalidad.

Tanta era la importancia que se atribula a este tipo de reuniones que “en 1579, el franciscano Antonio de Zúñiga, se lamenta desde Quito del abandono en que había estado tal clase de asambleas. Llevaba 18 años misionando en aquellas regiones, y en son de queja manifiesta a Felipe II cómo no tenía noticia alguna de que en este lapso de tiempo se hubiera congregado junta ninguna de letrados y hombres de experiencia para examinar el estado en que se encontraba el cristianismo entre los indígenas, cómo lo tomaban estos, de qué medios era necesario valerse para que fuesen cristianos y todas las demás cosas relacionadas con este punto”.[24]

Las «Doctrinas», centros de evangelización y catequización.[25]

Porque se destacaba el elemento de educación en la fe, recibieron el nombre de « doctrinas». Su fundación se debe casi exclusivamente a los religiosos que iban llegando a América. En México tuvieron un tinte monacal; más secularizado en América del Sur. Se fundaron en forma análoga a lo que ocurrió en Europa en la Alta Edad Media que en torno de los conventos se hacía surgir la población. En la Nueva España los pueblos hospitales de Don Vasco de Quiroga son una de las experiencias de mayor envergadura y largo alcance en toda la historia de su evangelización.

No se trata aquí de las vicisitudes canónicas de las doctrinas, sino del papel que desempeñaron como núcleos y ambientes de evangelización. Eran sencillamente parroquias de indios; su «cura» [el sacerdote responsable] se llamaba, generalmente, «doctrinero». La primera etapa de la «doctrina» era la «reducción»; conglomerado de indios en el que la mayor parte no habían recibido el bautismo; la «doctrina» era población de indios en su mayoría cristianos. El paso de «reducción» a «doctrina» se iba realizando por la acción evangelizadora del sacerdote.

En torno a las « doctrinas» existían poblaciones filiales, que eran visitadas periódicamente por los misioneros religiosos; visita que debía cumplirse por lo menos una vez al año, y que tenía también el cometido de ver por el buen tratamiento de los indios.[26]

Función evangelizadora de la liturgia y del culto

El templo constituía el lugar privilegiado de las nuevas poblaciones. Ocupaba el lugar central. En poblaciones sin costa marítima, el templo debía ocupar un lugar adecuado, lejano del bullicio dé los mercados, y debía levantarse en un altozano natural o fabricado “porque de todas partes sea visto y mejor venerado”.

Los edificios públicos se construían en forma que parecieran hacer cortejo a la Casa de Dios, “Y si la población fuese en costa, dispóngase en forma que en saliendo de mar sea visto, y su fábrica como defensa del puerto”.[27]El Primer Concilio de Lima entiende el templo como el ámbito privilegiado de Dios y un espacio pedagógico para la evangelización:

“Y es razón que haya templos e iglesias dónde Dios Nuestro Señor, sea honrado y se celebren los oficios divinos, se ordena su construcción en cada doctrina; y procurará el sacerdote de adornarla de arte que entiendan la dignidad del lugar y para lo que se hace, dándoles a entender que es el lugar dedicado para Dios y para el culto y oficios divinos, y para que concurramos a pedir a Dios perdón de nuestros pecados, y que en él no se han de hacer otras cosas ilícitas, ni den lugar a ello”.[28]

La celebración del culto debía hacerse con la mayor solemnidad; aparecieron pronto las procesiones con orquestas y chirimías, las romerías, las representaciones teatrales de temas religiosos que fascinaban a los indios. Zumárraga afirma, en una carta al Emperador, que se ha convertido más gente por el culto que por la predicación. El anuncio del evangelio se rodeó de un notable aparato de solemnidad, con música, canto y de este modo el alma del indio no sufría un vacío espiritual cuando se sentía en la obligación de abandonar el histriónico ceremonial pagano.

“Este mismo respeto se muestra en la frecuencia y esplendor de las ceremonias religiosas, pues los misioneros juzgaron que hubiera sido cruel y al mismo tiempo imprudente privar a los indios de los brillantes modos de las fiestas paganas, cuya necesidad sentían en el alma, con la herencia de siglos que entrañaban aquellas fastuosas ceremonias. Notemos una vez más, que si aquellas pantomimas en grande aparejo, y aquellas representaciones teatrales edificantes, estrechamente ligadas al culto y celebradas en las fiestas principales del cristianismo, eran radicalmente cristianas por su inspiración e intenciones, eran total y exclusivamente indígenas por los actores y por la lengua”.[29]


Esta manifestación externa y bella del culto cristiano resultaba muy accesible a la psicología del indio, en contraste con los sacrificios sangrientos y ritos. Sobre al culto y su solemnidad el Segundo Concilio de Lima legisla: “Que los sacerdotes administren todos los Sacramentos a los indios con solemnidad exterior”. Pide la Constitución 23 que los sacerdotes conozcan teológicamente la eficacia del sacramento, que ha de mostrarse también en su manifestación externa, como método pedagógico de evangelización y catequización, de modo que a través del simbolismo “los indios comprendan la santidad oculta interiormente”.[30]

El Tercer Concilio prescribe: “Porque es cosa cierta y notoria que esta nación de indios se atraen y provocan sobremanera al conoscimiento del Summo Dios con las cerimonias exteriores y aparatos del culto divino; procuren mucho los obispos y también en su tanto los curas, que todo lo que toca al culto divino se haga con la mayor perfección y lustre que puedan, y para este effecto pongan studio y cuydado en que aya escuela y capilla de cantores y juntamente música de flautas y chirimías y otros ynstrumentos acomodados en las yglesias”.[31]

En México se exageró un poco; por eso el Primer Concilio ordenó limitar los excesos, y quiso que el instrumento propio del templo, fuera el órgano “porque cesen los estruendos y estrépitos de los otros instrumentos, y se use... el órgano, que es instrumento eclesiástico”.[32]Sobre la eficacia evangelizadora y pedagógica de la belleza del culto cristiano, Bernal Díaz del Castillo afirma que en Michoacán “las misas son solemnísimas, porque es grande la riqueza del altar y mucha música de coro; ningún convento hay donde no haya órgano”.

Cuando se consagró la primera Iglesia franciscana de México se hizo una demostración impresionante de ceremonial. El misionero jesuita de Sinaloa, padre Gonzalo de Tapia, “se propuso celebrar con todo esplendor la misa de Navidad en 1593; el lugar elegido fue la aldea de Lopochi; como necesitaba de cantores, no tuvo inconveniente en llevarlos desde el pueblo de Culiacán. A la solemnidad fueron invitados tanto los españoles como los indios, sin hacer distinción entre cristianos y paganos. La Misa se celebró con toda magnificencia posible y se organizó además una procesión acompañada de algunas danzas”.[33]

La fiesta de la Inmaculada Concepción celebrada en 1591 en la misma misión se hizo en forma muy ceremoniosa; sólo no se cantó la misa “porque los indios no sabían sino responder a los «amenes» y esto desafinando bastante”.[34]En Lima en 1540, cuando el obispo Fray Pedro de Valverde consagró por primera vez los óleos, se adjuntó también la primera corrida de toros, como parte del ritual profano que solemnizaba al acto litúrgico.

En la Nueva Granada, en 1700, el historiador, Fray Alonso de Zamora, OP, (Historia de la Provincia de San Antonino del N.B. de Granada), afirma que en todo el Nuevo Reino no había ni un sólo indio que faltase a la Iglesia un domingo de Ramos o un miércoles de ceniza (!). Estos aspectos perviven hasta el día de hoy y forman parte de las manifestaciones festivas de la religiosidad popular en América Latina.

El aparato exterior se sacó de los templos a las plazas, y vinieron las representaciones escénicas de los Misterios: el Nacimiento, la Adoración de los Magos; se representaron autos morales contra las borracheras y la idolatría. Fray Toribio de Benavente organizó una fiesta de Corpus Christi en Tlaxcala, con 800 de comparsa, mil músicos y 80.000 espectadores.

“Materializando el cristianismo llevado a América, en su gusto por la pompa exterior, los es-pañoles, sin saberlo apresuraron y facilitaron la conquista espiritual de los nuevos reinos. El indio se sintió atraído por una religión que le recordaba a la de sus padres, por al fasto de las ceremonias, el lujo de los ornamentos, el esplendor de las fiestas y sus procesiones, la poesía sencilla y un tanto pueril de su culto, y principalmente por un concepto poco diferente de la divinidad (-esta expresión no la acepta Ricard-). Acudió a estos espectáculos en que el genio español se complacía con el mismo espíritu con que acudía antes a las fiestas del sol... La religión cristiana, como la de los incas, se mostró enlazada con la vida cotidiana”.[35]

Acosta reflexionaba (De procuranda): “hay que agradar, retener, educar a los indios; así poco a poco se irán olvidando de sus idolatrías y ceremonias.” Acosta mismo quería que muchas veces, tuvieran los indios sus danzas o mitotes como un esparcimiento sano: “Me pareció bien ocupar y entretener a los indios los días de fiesta, pues tienen necesidad de alguna recreación...”.[36]

Basta asistir a las manifestaciones de carácter festivo: coros, danzas, banderas… casi diarias en la Basílica de Guadalupe para darse cuenta de este aspecto. Ricard y Bayle aseguran que el esplendor del culto llegó a superar el de las catedrales de España.[37]La cadencia misma da la vida cotidiana se iba impregnando poco a poco del sentido cristiano. De acuerdo con las costumbres españolas, y por prescripción de los Concilios, la campana de la iglesia o de la ermita repicaba cada mañana media hora, luego a medio día, y entonces se arrodillaba toda la población para recitar el «Ave María» y adorar al misterio da la Encarnación,[38]a las tres de la tarde para adorar el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo, por la tarde y por la noche.

Importancia atribuida a la conversión de los caciques

Esta preocupación entró de lleno en la metodología evangelizadora, pues también en América resultaba efectivo el principio que se vio puesto en práctica a lo largo de la evangelización desde la Alta Edad Media, cuando la conversión del rey o del príncipe o jefe del grupo tribal arrastraba detrás de sí a todo su pueblo a recibir el bautismo ( la conversión de los francos, de los visigodos, de los anglosajones, de los eslavos, de los pueblos nórdicos, etc... etc...).

Por motivos muy distintos de carácter político a partir de la paz de Augusta (1555) el principio «cuius regio eius et religio» se aplicará en la política religiosa dentro de Europa. No es la misma situación de América y sería erróneo y anacrónico querer aplicar aquí aquel principio de pura estrategia política por encima de consideraciones de carácter teológico. Hay que recordar cómo el Inca Garcilaso de la Vega, y el Padre Acosta lamentan la muerte de Atahualpa. Acosta afirma que sus sucesores tenían la persuasión de una conversión masiva de los Incas, en caso de que el emperador, —que de hecho si fue bautizado, aunque se discute sobre su sinceridad- no hubiese sido asesinado.

Los «Doce Apóstoles» de México adoptaron la conducta de ganarse a los caciques y a los notables; lo mismo hicieron los dominicos en Guatemala, en el Perú, etc., y los jesuitas en Sinaloa. Muchos caciques se convirtieron en apóstoles de sus hermanos de raza, como lo cuenta el Padre Pérez de Ribas, SJ., en las misiones de Sinaloa.

Cieza de León[39]relata el caso extraordinario de un cacique peruano, en la región de Cuzco. Rebosaba de alegría cuando recibió el bautismo; despidió a sus concubinas, quemó su casa y repartió sus riquezas y ganados entre los hermanos y parientes; luego se transformó en evangelizador de los indios, junto a la iglesia. De Tupac-Amaru, ejecutado en tiempo del Virrey Toledo se dice igualmente que, en el tablado del suplicio, se convirtió en predicador de la verdad cristiana. ¿Fue sincera su conversión? ¿O es un caso semejante al de Atahualpa?[40]

Pero la conversión de los caciques se fue revelando ambigua, y así fue ambiguo el sistema. En general los misioneros aceptan el método y hay quienes lamentan que no se haya atendido más a él. Sucedió que la vida disoluta y opresora de los caciques hacia desconfiar de su sinceridad, como lo afirma el Virrey Toledo en carta al Rey Felipe II (1574). Borges, que designa este método como «vertical», cree que fue una idea sumamente acertada,[41]y ve en el hecho de que los misioneros, siempre atentos a cualquier deficiencia, no lo hubiesen impugnado.

Se puede concluir esta mirada panorámica de la metodología en cuanto ofrecía problemas y caminos, recordando cómo, una vez bautizados, los indios quedaban libres de pagar diezmos; las fiestas de precepto, que aran numerosísimas para los españoles, se les reducían a los indios a fin de no perjudicarlos en su trabajo y labranzas, y los sacerdotes, como se indicó anteriormente, estaban rigurosamente obligados a administrar los Sacramentos en forma gratuita y generosa.

El Rey de España supo recompensar a los caciques que sinceramente convertidos, habían ayudado en la evangelización de sus súbditos; reciben cartas personales del Rey, permiso de llevar escudo de armas, de ir a caballo con mucho ceremonial, les reconoce títulos de su antigua nobleza o se la concede…etc.

Psicología del indio.[42]

Hay que atribuir como gran mérito de la Corona española el interés mostrado en orden al conocimiento del modo de ser de los indios, y precisamente por razones de evangelización. En interminable serie de reales cédulas y carteo, se pide a los responsables de la cristianización, obispos, superiores, religiosos, misioneros, toda clase de informaciones, semblanzas, detalles acerca de las costumbres, ritos, cultura, disposiciones de los indios. España no quiere legislar sino sobre el terreno, cosa que se puede alcanzar si cuenta con informaciones objetivas de primera mano.

Por su parte los misioneros sintieron la necesidad de penetrar a fondo en el alma del indio. Borges critica, sin embargo, el descuido mostrado, precisamente en el aspecto más importante para ellos: el estudio de la psicología religiosa del indio. La destrucción sistemática de las manifestaciones religiosas, explicable en la mentalidad de los misioneros, los privó de una fuente de conocimientos irreemplazable para comprender el mundo religioso de los indios.

Sintieron, finalmente, la necesidad de estudiar la cosmovisión religiosa de los indios; la fuente a la que más acudieron, fueron los mismos indios, como lo verificó en México el Padre Bernardino de Sahagún, y más, tarde el jesuita Juan de Tovar. Reunían a los viejos indios, que de memoria daban a conocer las tradiciones y costumbres, los ritos sociales y religiosos de los antepasados, y así escribieron sus memorias.

Ya se ha aludido a la disposición en que se hallaban los indios para abrazar el Evangelio, y en su pobreza espiritual, que los preparaba para aceptar la Buena Nueva de salvación. Lejos de complicaciones y sutilezas, se dejaban impresionar por el énfasis de las afirmaciones; eran extremadamente sensibles a las muestras de afecto y a los métodos gráficos de exposición, y se rendían a la argumentación sensible y emotiva del misionero.

Puede verse en los catecismos pictográficos como el de Fray Pedro de Gante. Pero estas disposiciones ofrecían lados flacos, sobre todo en la inconstancia y en la volubilidad. Un observador de la época, el bachiller Luis Sánchez, dice que, a las dos horas de oírlo, se les olvidaba todo. Sólo en la segunda mitad del siglo XVI los misioneros se percataron de este defecto; el primer éxito misional no había permitido ver suficientemente este peligro, y la amarga constatación de que no pocos retornaban a la idolatría, hizo reflexionar a los misioneros, sobre la exigencia de tener muy en cuenta los defectos de las cualidades.

Entre los elementos más valiosos de la «praeparatio evangelica», los misioneros encontraron la profunda religiosidad del indio. Pensando sin prejuicios, los misioneros quisieron colmar un vació espiritual. Resulta de interés conocer que se encontraron a veces con grupos indígenas «ateos» (?), ¿sin una clara visión transcendente? en Sinaloa, Quito, Tucumán... Esta afirmación necesita ser precisada, pues existen bastantes casos de tribus primitivas o en estado rudimental de desarrollo material donde aparentemente, según los antropólogos, no se ven manifestaciones claras de una creencia en una inmortalidad del alma.

A veces el abandono de los cadáveres de sus muertos al pasto de las fieras… o el descuido sistemático en su sepultura podría dar lugar a interpretaciones muy discutibles sobre el asunto; pero tales teorías son contradichas por una atenta observación del modo de vivir y de las creencias de tales grupos humanos. En el caso al que nos referimos, tal verificación la saludan los misioneros positivamente, como un buen principio; quizá juzgaban que tenían recorrida la mitad del camino y no había nada que destruir en aquellas mentes no idolátricas. Pero este caso se presenta como muy excepcional, si es que era objetiva tal observación.

El mundo aborigen americano estaba profundamente compenetrado de religiosidad. Los evangelizadores pudieron concluir que esta situación era, en cierto modo, «benéfica»; no se podía vivir al margen de una religión. La metodología se planteó pronto la cuestión: ¿cuáles son los fundamentos racionales en los que descansa la vida religiosa de los indios? ¿Cómo justifican ellos la verdad que creen encontrar en su idolatría? ¿Cómo no tenía más base que la que puede ofrecer la mitología, sin ninguna convicción personal?

No resultó difícil oponer a la «autoridad» de las tradiciones atávicas, otra autoridad reforzada con argumentos para los cuales los indios no tenían objeciones de valor. El argumento de autoridad fue, entonces, una herramienta muy valiosa en manos del misionero: “Los métodos de autoridad, debido a esta manera de ser del indígena, jugaron un papel trascendental en la cristianización de Indias”.[43]

La exposición de la verdad cristiana se estructuró en forma de relatos, de historias que respondían en gran parte al modo cómo los indios habían estructurado sus creencias religiosas; de esta suerte encontramos el relato de la creación, del pecado, de la obra del demonio, de los misterios de la vida de Cristo. Y como los indios vivían formas terríficas de religión, los misioneros aprovecharon este dato para exponer algunas verdades escatológicas, con mucho colorido para infundir temor en los catecúmenos.

Pero neutralizaban una visión negativa de la divinidad, presentando al Dios bueno y misericordioso, como se ve en los esquemas propuestos por los Concilios. Uno de los misioneros de la primera hora registraba, con otros muchos, que el conjunto de verdades cristianas seducía a los indios por su misma belleza intrínseca. Los misioneros, en general concluyeron, que la demostración del cristianismo resultaba relativamente fácil.


NOTAS

  1. Cf. Borges.
  2. Cf. B. citando a Pedro de Quiroga, "Coloquios de la verdad", p.43. Libro intitulado coloquios de la verdad, trata de las causas e inconvenientes que impiden la doctrina y conversión de los indios del Perú, y los daños, males y agravios que padecen (1555), más conocido como Coloquios de la Verdad. El libro es de claro contenido moral y político. En él se entrecruzan las miradas contrapuestas de dos personajes que representan dos estamentos muy diferenciados de la sociedad peruana del siglo XVI: un encomendero español, sedicioso y frustrado en sus expectativas, y un noble inca de Cuzco, que vive con desgarro su inserción en la nueva sociedad colonial. Además de su valor literario la obra es también apreciada por sus aportaciones etnográficas, y gracias a ella se conocen algunos de los ritos y tradiciones de los indios peruanos.
  3. Cf. FRAY TORIBIO DE BENAVENTE MOTOLINIA, Historia de los Indios de I. España. YL, I, 649-50. Una edición moderna, con estudio y notas de Mercedes Serna Arnaiz y Bernat Castany Prado. Real Academia Española –Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, Madrid: 2014.
  4. Borges, cap. XI; YL,1,650.
  5. Monumenta Peruana, 1,122; AHSI, 1943» 71-74.
  6. HERNÁEZ, I, 32.
  7. Cf. E. MARTIN ORTIZ, La coacción de infieles a la fe /.../ Sevilla, 1974, 34-95.
  8. VARGAS UGARTE, I, p. 11.
  9. YL, I, 65.
  10. Cf. YL, I, 653SS.
  11. RICARD, 496.
  12. VARGAS UGARTE, I, 9-10.
  13. TEJADA Y RAMIRO, 125.
  14. VARGAS UGARTE, I, 323-4.
  15. TEJADA Y RAMIRO, 539.
  16. GH, 87- 88.
  17. RAMIRO, Cap. IV,126.
  18. VARGAS UGARTE,. I, 29
  19. GROOT, I, 712.
  20. Cf. BORGES, 80, n.70.
  21. BORGES, 8l. Cf. Catecismo de Zapata, Eccl. Xsv. VIII 209.
  22. Relaciones geógraficas II, cit. BORGES, 71.
  23. Relaciones geógraficas II, cit. BORGES,71.
  24. BORGES, 44-56)
  25. Cf. GH, 155-161. OTS DE CAPDEQUI, El Estado español en las Indias, 28-33.
  26. Cf. F. MATEOS, SJ.., en Missionalia Hispanica, 1950.
  27. L.8.T.7. Lib.4)
  28. VARGAS UGARTE, I,8.
  29. RICARD, o.c., 496.
  30. VARGAS UGARTE, I,172.
  31. Act. V, Cap. 5. Vargas Ugarte, I, 374.
  32. LXVI. TEJADA Y RAMIRO, 162).
  33. PEREZ DE RIBAS, SJ. Historia de los triunfos y comentario de BORGES, o.c. 167-8.
  34. Ib.
  35. Le christianiame et les indiens de l'Equateur, cit. RICARD, 498, n.4.
  36. ACOSTA, Hist. Natural, L. VI, cap. 28.
  37. Cf. TUDELA, l.c. 200; Ricard, pp. 329 ss)
  38. Por ej. Segundo Concilio de México, cap. XXIV.
  39. Crónica del Perú, en B. 382.
  40. BORGES, 382.
  41. BORGES, 372- 392.
  42. Cf. BORGES, 58-90.
  43. BORGES,89.

BIBLIOGRAFÍA

BENAVENTE Fray Toribio de. Historia de los Indios de I. España. Ed. con estudio y notas de Mercedes Serna Arnaiz y Bernat Castany Prado. Real Academia Española –Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, Madrid: 2014.

BORGES Pedro, Métodos misionales en la cristianización de América. Siglo XVI, Madrid 1960.

PÉREZ DE TUDELA BUESO, J., El Legado de España (Colaboración de C. Bayle), I.

RICARD, R., La conquista espiritual de Méjico, Fondo de Cultura Económica, México 1986, reimpresión México 1991.

TEJADA Y RAMIRO J., Concilios de la Iglesia de España y de América, T.V. Titulo completo: Colección de cánones de la Iglesia española / publicada en latín a expensas de nuestros reyes por el señor Don Francisco Antonio González; traducida al castellano, con notas e ilustraciones por Juan Tejada y Ramiro (fl. 1849). Traductor: González, Francisco Antonio (1773-1833) - editor literario. Fecha entre 1849 y 1859: Madrid: [s.n.] (Imp. de José María Alonso)

VARGAS UGARTE, R., Concilios Limenses, T.I.; cf. también: Los jesuitas del Perú (1568-1767), Lima 1941.

YBOT-LEON, A., La Iglesia y los eclesiásticos españoles en la empresa de Indias, I, Barcelona 1954


EDUARDO CARDENAS – FIDEL GONZALEZ FERNANDEZ