MISIONES DEL NAYAR. La Mesa, Santa Teresa, Jesús María y José, Santa Rita

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Revisión del 17:45 7 feb 2022 de Vrosasr (discusión | contribuciones)
(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Misión de La Mesa o de La Santísima Trinidad

La Mesa fue el sitio estratégico para la consumación de la llamada «conquista» del Nayar, ya que era un lugar sagrado para los rebeldes serranos. Establecerse allí significó desmembrar la organización político-religiosa que se ejercía desde ese punto;[1]el reducto fue «ganado» el 22 de enero de 1722. Debido a la jerarquía de este lugar se instala allí el real presidio de San Francisco Xavier de Valero, primero en la región, donde quedó asentado el principal destacamento militar; y con la llegada de los «padres prietos», y fundada la provincia de San Joseph de Toledo del Gran Nayar, se establece la primera misión bajo la advocación de la Santísima Trinidad.

Este acontecimiento fue para los jesuitas de primordial importancia, pues representó el inicio de su tarea en esa serranía. Al respecto, el padre Joseph de Ortega anota que “dando principio por el pueblo de la Santísima Trinidad en La Mesa del Tonati, donde se había ya resuelto que quedase el presidio de San Francisco Xavier de Valero” fue como dio comienzo la obra misional. Esta determinación la había tomado el padre Antonio Arias, como superior de aquella empresa, aun en contra de la opinión de los «nayeres» quienes decían que ése no era el lugar idóneo por falta de agua, y sugerían construirla cerca del río; “fueron tantas y tan eficaces razones que el Padre Antonio expuso que huvo de assentir el Gobernador a su dictamen, determinando que se fundasse allí el pueblo con tanto acierto, que nunca ha faltado agua para la gente, para los caballos y ganado que mantienen los indios y soldados”.[2]

Debieron haber tenido los jesuitas durante los primeros años una construcción provisional, como ocurrió en todos los sitios. El padre Ortega escribió que “dispusieron iglesia en un jacal, o templo pajizo, aunque pequeño, mas engrandecido con la Majestad que le llenaba, dedicándole a la Augustíssima Trinidad: dijo alli missa el padre Antonio Arias”.[3]

Por diversos motivos y problemas no se construyó algo definitivo sino hasta mediar el siglo, asunto que corrobora el padre Ortega en 1745.[4]Por lo mismo, la obra arquitectónica definitiva, —y que es la que aún se conserva— la suponemos de mediados el siglo XVIII, esto atendiendo el reporte de la visita de 1755, ya que allí se dice que la misión “tiene iglesia nueva y buena que se dedicó el año pasado”. Añade que “el altar mayor es de talla, aún no está dorado. Ornamentos suficientes y buenos, custodia, copón, 2 cálices, vinagreras, un incensario, chrismeras” (…) ai huerta de hortaliza con buen estanque de 17 varas por frente”.[5]

De estas líneas se obtiene importante información: que podemos fechar la obra, ya que la iglesia misional de La Mesa fue dedicada en 1754 y, por lo tanto, el inicio de su construcción se puede calcular hacia 1750 o 1752. Además, la edificación se señala como nueva: su fiesta de dedicación a los titulares de la misma —la Santísima Trinidad— acaba de ocurrir. La segunda noticia es que tiene retablo mayor de madera tallada, al que le falta el oro de hoja, lo cual indica que era una pieza ornamental de cierta envergadura. Para 1768 el padre visitador Joseph Bugarín informa que la iglesia es de muros gruesos de adobe de una y media varas, con techumbre de madera y que mide 35 varas de largo por ocho de ancho, con una altura de nueve varas; que tiene cubo para una torre, hecho de piedra de sillería, y una portada pequeña de piedra de cantería.

Al interior hay coro de madera, señalado con un arco de piedra y dos estípites, y que el presbiterio está marcado por pilares de piedra. Y detalla la noticia de la existencia de un retablo de madera tallada de ocho varas de altura “bien fabricado y moldurado” con once esculturas de bulto de media vara y al centro un lienzo al óleo con la Santísima Trinidad. Además, informa sobre dos altares laterales, uno con estípites dorados, dedicado a la Virgen de Loreto “en escultura al centro”, y el otro a San Francisco Xavier, también con escultura, ambos de devociones netamente jesuitas.

Tiene una sacristía de adobe, con techumbre de viguería, que tiene portada de piedra, con arco de medio punto, que da a la iglesia. Allí se resguardaba la pila bautismal, que era de piedra y tenía tapa de madera. Por no tener campanario, las tres campanas se alojaban en un jacal. Contigua a la iglesia, la casa de vivienda de los misioneros estaba compuesta de once piezas, sólo nueve techadas. Recámaras, despensa, cocina, patio con su corredor, “por un lado pilareado de piedra y por el otro de madera y un corral grande [en] que se suele sembrar mais”. Todo de adobe de paredes fuertes, con puertas de madera y cerraduras de fierro.

Al frente estaba el cementerio “cerrado todo de piedra bruta y con una cruz de madera en medio”. El inventario de textiles y ornamentos reporta doce casullas, dos capas, manteles, palia, frontal, sobrepelís y estola. En platería registra objetos necesarios de culto, como lámpara, copón, concha y crismera, dos cálices, dos platitos, cuatro vinagreras, incensario y naveta, campanilla, corona de la Virgen de Loreto, pendientes, resplandor de San Francisco Xavier y corona de Niño Dios. Y en bronce se registran siete candeleros y once blandoncitos. El padrón de habitantes presentado era de 94 personas, “gente de razón del presidio”, y 402 indios. Todos estos datos nos ayudan a formar el perfil de esta iglesia misional.

Por lo que podemos observar actualmente (2004), se trata de la misma edificación de mediados del siglo XVIII, con algunas modificaciones. La precede el pequeño atrio delimitado por una barda de mediana altura, de piedra y ladrillo, y al centro una cruz atrial de madera, de pobre factura, que posa sobre basamento de piedra. La iglesia es de construcción maciza y de buena arquitectura, con su fachada principal y el cubo de la torre de sillares de piedra. Su portada tiene arco de medio punto, jambas lisas de tablero, y presenta un óculo con marco de piedra, embebido en ladrillo.

Tiene ábside plano y al interior luce una amplia y única nave rectangular, con coro y dos capillas laterales; la techumbre, que originalmente estaba conformada por viguería y una estructura de madera a dos aguas, cubierta de paja, como se comprueba en fotografías anteriores a 1999, fue sustituida recientemente por piezas prefabricadas de concreto, durante una intervención de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol). De su retablo de ocho varas de altura, que según el testimonio de Bugarín, en 1769, estaba “bien fabricado y moldurado”, ya no queda hoy huella alguna.

Ése que, al parecer fue sin duda el retablo de madera más importante que hubo en El Nayar. No se sabe su procedencia y difícilmente pudo haberse fabricado allí, ya que no se consignaron en los inventarios de las misiones nayaritas instrumentos que revelaran la práctica de diversos oficios o menesteres, como carpintería, doraduría, fragua, etc., como sí fueron encontrados tanto físicamente como enlistados en los inventarios de las misiones de Baja California. Tampoco había bosques en la región de La Mesa para obtener la madera necesaria, ni se sabe de artesanos que hubieran aprendido el oficio para elaborar esculturas, pinturas o retablos.

Ante esta evidencia, no sería aventurado suponer que tanto el retablo de La Mesa como otros de estas misiones hayan sido elaborados en Zacatecas —el sitio más cercano y por donde el acceso resultaba de menor dificultad—, lugar donde había todas las condiciones para hacer obras de tal envergadura. De haber sido así, el traslado debió efectuarse a lomo de bestia, para atravesar la serranía, con las piezas desarmadas y empacadas en cajas; empresa que resultaba titánica pero no imposible, ya que está consignado el envío de retablos desde México a lugares tan remotos como Baja California a las misiones de Loreto y de San Francisco Javier Viggé,[6]travesía en la que además se agregaba un tramo con navegación.

También se perdieron sus once esculturas en madera tallada, y no hay restos de los dos retablos laterales, que al parecer eran también de madera, uno con estípites. Aunque los restos de dos esculturas, quizá de san José y María —que se encuentran en la sacristía—, podrían haber formado parte de aquel conjunto, o un Cristo y dos figuras de vestir, una de la Virgen de los Dolores. La pintura al óleo de la Santísima Trinidad que estaba al centro del retablo, la pieza de mayor jerarquía, que representaba a la titularidad del lugar, afortunadamente sí se conserva, aunque con serio deterioro, y actualmente es la pieza que continúa presidiendo el templo, al centro, en el muro del presbiterio.

Se trata de una obra pintada en lienzo, al parecer del siglo XVIII, y por lo que aún deja ver fue hecha por buen pintor. Tiene a las tres figuras pintadas de cuerpo entero de idénticos rostros —es decir, se trata de una Santísima Trinidad antropomorfa—, diferenciadas cada una por los símbolos del cordero, el sol y la paloma del Espíritu Santo, que tienen en el pecho. Este lienzo es ahora el único ejemplo de obra pictórica de cierta importancia que llegó a la región en el siglo XVIII.

Del resto de los ornamentos de los que habla el padre Bugarín quedan tan sólo una lámpara de plata, que aún pende en la nave, y algunos candeleros; una pila bautismal de piedra, con amplio vaso, lisa, sin mayor ornamento, y de macizo fuste losángico, además de una pila de agua bendita. Hay, sin embargo, una pieza que merece atención. Se trata de la imagen más venerada del lugar, y se encuentra colocada en un pequeño nicho: es una escultura en piedra, al parecer alabastro, de la Virgen de Loreto —probablemente—, la cual casi no se puede observar, debido a los listones y telas que la arropan.[7]De ser así, sería el único ejemplar de escultura en piedra en la región del Nayar.

Lo más relevante de la obra material en esta misión que se encuentra en buen estado de conservación es la iglesia con sus capillas y torre, el atrio y la modesta habitación del fraile. Las pocas piezas ornamentales que quedan son tan sólo un pobre ejemplo de la «austera riqueza» que tuvo. Lo único verdaderamente lamentable es la pérdida del retablo de madera —ya que hoy sabemos de su existencia, que fue, en su género, el más importante en la sierra del Nayar. Cabe destacar también, con la obra fundacional del pueblo, los ánimos de los jesuitas para organizar a los «reducidos» indígenas en torno a elementos de un urbanismo incipiente: una plaza, un edificio de gobierno civil —en este caso el presidio de San Francisco Xavier de Valero— y el modesto edificio de la misión de la Santísima Trinidad.


Misión de Santa Teresa

Conocido como «Quaimaruzi» y habitado por los coras desde antes de la conquista del Gran Nayar, este sitio fue escogido por los jesuitas para establecer en 1722 una misión que tuvo como titular a Santa Teresa. “Se comenzó a fundar aquí el nuevo pueblo de santa Teresa, concurriendo algunos laguneros, a quienes dio este nombre una hermosa laguna que tienen cerca de sus rancherías”.[8]Fue el misionero Antonio Arias quien empezó a congregar en esa tierra abrupta y fría a los coras llamados «laguneros» que estaban dispersos y así inició la fundación de este nuevo pueblo.

“Decía misa en una casita que le havian hecho prontamente, por todas partes abierta”, informó el padre Jacome Doye, quien también anota que encontró a los laguneros bien reducidos a pueblo.[9]Se sabe que en 1729 la presidía este misionero flamenco, quien vivió por espacio de tres años en un jacal y oficiaba en una iglesia del mismo material, hasta que encontró, con grandes trabajos, “buena tierra para hacer adoves con que construir”. Esto nos muestra una de las múltiples dificultades a las que se enfrentaron los misioneros para poder edificar casas más duraderas. Sin embargo, nos deja saber que cuatro años más adelante encuentra “piedras para los cimientos de una casa real”. Para 1745 era ya un pueblo habitado “por 258 cristianos, bien asentados en esta su tierra, que les rinde buenos frutos y frutos para su sustento y comercio con los convecinos pueblos”.[10]

De la visita que en 1755 lleva a cabo el padre Domínguez se registra que “no ai iglesia (se está para hacer con la madera cortada y trayéndose la piedra), suple una capilla grande hecha por el P. Bartolomé Wolff.” Además, informa que no hay casa habitación para el misionero, por lo cual el encargado en ese tiempo, que era el jesuita Wolff, vivía en las casas reales del pueblo, ya que el padre Doye, el anterior, no pudo hacer casa debido a su avanzada edad.

Además, dice que “de iglesia solo ai alhajas y ornamentos precisos pero decentes, ai 83 familias y como 323 almas”. Se sabe que para finales del periodo jesuita su iglesia tenía ya muros “de piedra como de seis varas de alto y techo de paja”; con “portadita pequeña de medio punto labrada y puertas de madera [...] todo yndesente, por cuia razón” manifiesta la intención de reconstruirla el franciscano que se hizo cargo de ella, fray Joseph Zaucedo, de la provincia de Xalisco, en el informe rendido al padre Bugarín;[11]y así agrega que “con el fin de comensar el año proximo venidero a fabricar la iglesia tiene cortadas las vigas y maderas necesarias”. Así, sabemos que se encontró en el sitio buena cantera para edificar y que se aprendió a cortar y labrar.

Estos breves datos nos dan pie para asegurar que la iglesia de piedra que actualmente permanece en Santa Teresa, hoy en estado ruinoso, es la que se empezó en la última etapa jesuita y la que el franciscano reedificó en 1769. Se construyó totalmente en piedra, a base de sillares irregulares de buena cantera rojiza y se hizo de nave única. Destacan hoy en su fachada, además de la portada, abundantes relieves zoomorfos y el arranque de lo que pudo ser una espadaña, o el cubo de una torre. La portada se conforma por un arco de medio punto, en cuyas dovelas se hicieron finos trazos en relieve con lacerías y elementos vegetales.

Las jambas muestran un arcaico motivo decorativo que fue reiteradamente utilizado por los franciscanos: las águilas bicéfalas coronadas, símbolo de la Casa de Austria. Hasta el año mencionado de 1767 no se había construido ningún retablo en la iglesia de la misión de Santa Teresa. La descripción del padre visitador tan sólo habla de un altar mayor con un banco de piedra y en lugar de retablo, “un quadro como de una vara de la Santísima Virgen”. Con esto puede confirmarse que en la época jesuita de la misión no hubo ningún tipo de retablo y que, por lo tanto, atendiendo la intención del franciscano Zaucedo de reedificar la iglesia, el actual retablo en piedra fue sin duda construido alrededor del año de 1770.

Se trata de un extraordinario ejemplo que viene a sumarse a la escasa nómina de retablos de piedra del periodo virreinal.[12]De composición reticulada, se conforma horizontalmente de dos cuerpos y verticalmente de tres calles. Tiene seis nichos y veinte columnillas, doce de fustes delgados y ocho de fustes ahusados.[13]La principal ornamentación está hecha a base de lacerías en relieve y en la parte superior se distinguen círculos con la cruz de Jerusalén, motivo iconográfico y ornamental tan empleado por los franciscanos. Al centro y a modo de remate se encuentra un interesante relieve que representa a un águila bicéfala, la cual se asemeja a la de la Casa de Austria —ésta sin corona— y que se distingue de ella en el hecho de que está posada en un nopal y ambas cabezas devoran sendas serpientes, que se cruzan al centro, todo en un verdadero sincretismo.

Para completar y enmarcar este relieve fueron colocados, a ambos lados, otros dos de similar factura, pero de menor tamaño; representan a un águila que está posada en el nopal y devora una serpiente, y que obviamente están basados en el emblema de origen mexica que fue tan representado en el arte colonial.[14]El relieve izquierdo se desprendió tiempo atrás, pero, al parecer, lo conserva el padre franciscano, en espera de que se restituya.

A pesar de todos los esfuerzos por edificar esta iglesia, la única de las misionales elaborada totalmente en piedra nunca fue concluida y nunca fue techada, lo que fue mencionado incluso en informes de franciscanos hacia 1800 y 1804: “se está fabricando nueva muchos años hace pero no se concluye por no asistir los indios al trabajo y con motivo haber parado la obra, se van arruinando las paredes”.[15]Por lo mismo, los franciscanos construyeron ya en el siglo XIX una de adobe, que convive en el atrio, hoy plaza de Santa Teresa.

El padrón de 1755 había reportado 323 almas y el de 1768 registra tan sólo 282. En el inventario de textiles y ornamentos, en el que nunca faltaron las piezas básicas y fundamentales para los oficios religiosos, ya que siempre el rey donó un ajuar mínimo, se anotan diez casullas buenas (una con galón de plata, otra de lustrina de seda, una estameña de lana, otras bordadas); seis frontales, atrilera, dos albas, cuatro corporales, siete purificadores, seis manotercios, dos amitos, tres tablas de manteles de Bretaña, dos capas. Y de platería: naveta, vinageras, incensario, custodia, platitos, cáliz y patena, concha para bautizar; además de doce blandoncitos de cobre, cruz y ciriales de madera dorados.

No se anotaron esculturas, y de pintura tan sólo un cuadro con la imagen de la Virgen de la Uva. De todo lo anterior, en la actualidad quedan únicamente contadas piezas escultóricas, mismas que no habían sido consignadas —san Antonio, san José, santa Teresa, san Miguel y una Virgen de los Dolores y otra de Guadalupe—[16]resguardadas por el misionero franciscano que tiene a su cargo la iglesia de la comunidad.

Los primeros trazos de urbanismo dieron distinción a la gran plaza que se hizo como centro de la población y que también tenía función de cementerio, además de lugar de impartición de justicia, por lo que hubo una picota;[17]y allí en medio presidía la cruz atrial, por un lado el edificio religioso de la misión y por otro la llamada casa real, o casa del gobierno indio, edificados juntos para fortalecer el concepto de población.

La herencia misional permanece actualmente en la amplia plaza, que sigue siendo el núcleo del pueblo, y alrededor de ella se conservan las más antiguas e importantes construcciones del lugar, como las dos iglesias, la colonial y la decimonónica —la de piedra, con su gran retablo, y la de adobe—, además la casa real —el edificio de mayor jerarquía— y la casa de la comunidad, ambas de fuertes muros de piedra, abiertas con un pórtico y con techumbre de paja.

Misión de Jesús, María y José y su pueblo de visita San Francisco de Paula

La fundación de esta misión surgió tras la visita del gobernador y el padre Antonio Arias a la llamada Mesa del Cangrejo. Allí fueron recibidos en paz por los habitantes de dicho lugar, quienes, según el cronista Ortega, manifestaron sus deseos de congregarse en pueblo y de fabricar iglesia y casa para el padre que la administrase. Dejó el gobernador a su arbitrio la elección del sitio y escogieron el que ocupa ahora el pueblo de Jesús, María y José; porque aunque con la pensión del calor excesivo, era poco apetecible, con todo el estar en la ribera del río y cercano a sus huertas le hacía para sus intereses muy acomodado.[18]

Y confirma que así quedó «puesto en forma» el pueblo de Jesús, María y José y el de San Francisco de Paula, cerca de sus orillas. Ésta fue una de las mejores iglesias misionales del Nayar y se debió a que allí estuvo asignado el jesuita Joseph de Ortega, que fue sin duda la figura más decisiva y la que dejó mayor huella en la región. Este jesuita[19]dedicó sus esfuerzos y más de veintisiete años a la obra misional del Nayar, se identificó y compenetró con sus «hermanos coras» tanto que esperaba morir y ser enterrado allí, en su querida misión de Jesús, María y José.

Aprendió la lengua cora tempranamente, la estudió y de ella escribió el «Vocabulario en lengua castellana y cora», que ya para 1732 estaba publicado, además de otras obras útiles en dicha lengua, como el «Confesionario manual en la lengua cora» y al parecer otra obra más ambiciosa y extensa que la mencionada, pero de la cual no se ha encontrado el manuscrito.[20]Escribió, como ya se mencionó, una crónica de la obra jesuita en la sierra de Nayarit, «Maravillosa reducción y conquista de la Provincia de San Joseph del Gran Nayar, Nuevo Reino de Toledo».

Su obra material, como gran edificador, se destaca por la construcción de las iglesias misionales de Jesús, María y José, la de San Juan Peyotán y la del pueblo de visita llamado San Francisco de Paula, además de la edificación de las casas reales y de las de la comunidad, y muy probablemente de la iglesia de visita del pueblo de Santa Rosa. Para ello, se sabe, enseñó diversos oficios a los indios que le trabajaron para lograr tales obras.

La construcción de la iglesia debió haberla iniciado Ortega en la década de los años cuarenta, puesto que para 1745 le reporta al provincial que la tiene casi acabada, que sólo le falta enjarraría y hacer un retablo “que tenía ideado de ladrillo y acabar las torres”,[21]y agrega que allí pone un altar con la Virgen del Rosario, “amabilísima madre mía ante cuyo altar tenía señalado y avisado a mis hijos el lugar de mi entierro, creyendo que había de tener la gloria de morir entre mis indios”.

Para 1755, fecha del reporte de visita del padre Domínguez, ya habían transcurrido más de diez años de su edificación y entonces anota que: “ai en Jesús María buena casa con su menaje preciso, ai una linda iglesia de bobeda: muchos y ricos ornamentos. De plata ai custodia, copon, dos calices, sagrario, vinagreras, chrismeras. Esta es una de las mejores iglesias y más bien surtida de todas las misiones y todo se le debe al Padre Ortega, quien también hizo las Casas Reales, las de Comunidad, la del General, trabajando personalmente en varios oficios que les enseñó a los indios que son coras. Está el pueblo en tres barrios y cada uno tiene su capilla, de San Agustín, San Miguel y Santa Bárbara”.

Este sitio fue el principal empeño y obra del padre Ortega y se confirma en un relato de él mismo. Escribe en 1750 al padre Baltazar un informe acerca de todas las misiones del Nayar, en el cual resalta la siguiente información sobre Jesús, María y José y San Juan Peyotán: “estas dos misiones las e tenido a mi cargo va para 23 años [esto quiere decir que desde 1729] y aunque procurado cuidarlas y administrarlas facilitándomelo el haber aprendido la lengua [...] donde he hecho pie ha sido en Jesús María y Joseph, por ser el pueblo mayor de todos los del Nayar. Con esta ocasión puse mi esmero en alhajar más esta iglesia de Jesús María y por misericordia de Dios tiene tantas alhajas así de plata, ornamento, estatuas, etc. que ya no necesita más pues discurro ninguna otra en la provincia se le iguala”. Pide que se le envíe un misionero para esta sede porque aclara “Yo ya me pasé a Peyotán. El que viniese se halla con iglesia adornada, casa muy buena y los indios todos de confesión y comunión”.[22]

Para el momento de la expulsión de la Compañía, el estado de la misión, su iglesia y sus bienes, era bueno y hasta cierto punto rico. Se describe su factura como de adobe “pilareada por dentro de ladrillo y boveda de ladrillo vien fixa”. Medía su nave 32 varas y tres cuartos de largo, por diez de ancho y tenía una altura de 13 y un cuarto hasta el casco de la bóveda, toda encalada de mezcla y con portada de piedra de cantería. Dos torres ochavadas de ladrillo, coro de madera de pino, "colateral de ladrillo y mezcla con cinco estatuas, tres nichos arriba y dos abajo, todo plateado y al centro nicho con vidrio con la Virgen del Rosario”,[23]más, dos altares en la nave: uno dedicado a san Ignacio, con esculturas de bulto bien fabricados, y el otro a la Virgen de los Dolores.

Contaba también con sacristía techada de viguería y bautisterio, donde había una pequeña pila bautismal de piedra de cantería, por lo que se pide que se cave para poner en ella un vaso de cobre. La casa habitación era de siete piezas. Esta iglesia, sin duda la mayor obra material hecha por el padre Ortega, se conserva al parecer tal como la construyó, con tan sólo pequeñas modificaciones, como el detalle de las torres, que se describen como «ochavadas» y hoy son cuadradas, y terminado el “retablo de ladrillo que tenía ideado” en 1745.

Su arquitectura es buena. En el exterior se le hicieron contrafuertes para soportar la bóveda; tiene ábside plano, nave única cerrada con bóveda de cañón corrido, a la que se le “acondicionaron tres linternillas para iluminación a lo largo de la nave”[24]y dos capillas laterales, la del Santo Entierro, al norte, y la dedicada a la Virgen de los Dolores, al sur. La plaza-cementerio del pueblo misional tenía al centro una cruz, que se describe como mal ordenada; allí estaban edificadas la iglesia, las casas reales y las de la comunidad, todo hecho por obra del padre Ortega según el visitador de 1755.[25]

Añade además que el pueblo está formado por tres barrios, cada uno con su capilla: San Agustín, San Miguel y Santa Bárbara, lo que le da mayor condición como pueblo frente a los otros del Nayar. Actualmente el atrio de la iglesia está muy bien delimitado, es amplio, tiene barda de mampostería con dos entradas, la principal al poniente y la lateral al norte, y al centro una cruz atrial de cantera sobre un alto pedestal. La escuela de evangelización está al costado sur del atrio.

El inventario de textiles y ornamentos registró un gran número de piezas, entre ellas nueve ornamentos completos “con avío entero de casulla, paño, estola y manipulo”, todos de ricos terminados (de brocado de China, de galón de plata, de Damasco, etc.). Y de platería se anota que hay: la puerta del arca —única en estas misiones—, conchas crismeras, copón, tres cálices con sus patenas, custodia grande dorada, vinagreras, cuatro diademas de esculturas, potencias, libro, cruz, estandarte y Jesús de San Ignacio, misal guarnecido, lámpara, alhajas de la Virgen del Rosario y corona y espada de la Virgen de los Dolores.

Entre otras joyas resalta un rosario de perlas como «culantros» de razonable oriente y zarcillos de lo mismo. Se anota también un total de once esculturas, además de tres que provienen de la iglesia de visita de San Francisco de Paula. Hoy se pueden observar varios de estos objetos bien conservados, como una lámpara de plata que pende de la bóveda y una custodia de plata dorada de buena factura, que exhibe a la sagrada forma. Las esculturas que actualmente se conservan son las originales del periodo jesuita: las de los patronos titulares de la misión, de buena talla, la Virgen María, san José y el Niño Jesús —en madera estofada y policromada— con sus coronas de plata, colocadas en los nichos del altar mayor. Esta Sagrada Familia es la que fue patrocinada con tanto empeño por el padre Ortega y son las mejores piezas escultóricas de las misiones nayaritas.

Dependía de esta misión de Jesús, María y José el pueblo de visita de San Francisco de Paula, situado enfrente, justo al otro lado del río de Jesús, María y José, que hacia 1753 contaba con 90 familias. Tenía entonces «iglesia nueva» construida por el mismo padre Ortega, de la que se dice que “contaba con preciosos ornamentos”.[26]La iglesia era pequeña y de arquitectura modesta, edificada toda con adobes y techumbre de armazón de madera y cubierta de paja. Sin embargo, su portada estaba conformada por un arco de medio punto, con jambas de piedra y una ventana redonda con marco circular de piedra. De ella se conservan actualmente (2004) los muros de adobe y la portada.

La comunidad ha intentado rescatarla, restituyendo partes de los muros de adobe y levantando castillos de hierro para techarla, esto último sin lograrlo. Su planta es rectangular y tiene al frente un pequeño atrio, donde se resguardan las campanas bajo un cobertizo, y al centro se encuentra la típica cruz, aquí de madera, sobre un promontorio de piedras.

Misión de Santa Rita o San Juan Peyotán. Y su pueblo de visita Santa Rosa

Los franciscanos fueron los primeros en llegar a este lugar, hacia 1604, para fundar una misión que después permaneció abandonada por más de sesenta años, hasta que fue retomada por los misioneros de la Compañía de Jesús, en 1722. Podemos afirmar que el incansable jesuita Joseph de Ortega también fue el edificador de esta misión, ya que él lo afirma así en 1750. Relata que después de haber edificado y alhajado la de Jesús María y José, consideró que su labor allí había concluido, por lo que decidió iniciar otra obra, en un sitio donde pensó que era más necesario: Peyotán.

Para ello se mudó a dicho lugar, donde emprendió la edificación de una iglesia, a la que le construyó una cubierta de bóveda de ladrillo, como la de Jesús, María y José y a la que igualmente le hizo torres y campanario. La obra arquitectónica ya concluida, dedicada a san Juan, la comenta el propio autor, quien hace constar que “me he pasado a esta misión de Peyotán donde tengo hecha una hermosa iglesia de bobeda como la de Jesús María con sus dos campanarios ochavados y casa muy decente [...] quiso Dios que de febrero a junio se acabara, no me falta más que enjarrarla y adornarla, luego que la dedique le escribo a V. Reverencia”.[27]

Para 1755, el padre Domínguez relata en su visita que “Ai casa nueva y buena: Iglesia nueva de bobeda algo cuarteada. Tiene bastantes y ricos ornamentos: tiene sagrario de plata, custodia, dos calices, vinagreras, copon, chrismeras, incensario: todo por obra del Padre Ortega quien también hizo aquí Casas Reales, de Comunidad y del general y buenas.”[28]Contaba el padrón entonces a 63 familias y tenía como visita al pueblo de Santa Rosa. Como se ve, la obra de Ortega no se limitó a construir tan sólo la iglesia, sino que llevó a cabo una obra de mayor envergadura; la obra de las casas de mayor jerarquía civil para consolidar más aún la presencia y la fuerza de la misión.

El estado en el que la recibieron los franciscanos de la provincia de Santiago de Xalisco en 1769 era bueno, según el reporte. La iglesia medía 22 varas y dos tercios de largo por siete de ancho y tenía una altura de seis y un cuarto “hasta el arranque de la bóveda”; con gruesos muros de adobe de dos varas y bóveda de ladrillo, dos capillas laterales y un coro en lo alto formado de viguería de pino y enladrillado. Tenía dos torres y en una de ellas campanario. Al interior tenía un retablo “de piedra de cantería firme y estable”, del que se dice todavía sin dorar, con mesa también de piedra en el cuerpo del altar y siete esculturas bien hechas y en medio una cruz.

Además, en la nave había un altar dedicado a san Ignacio, cuya imagen estaba en un trono de piedra, sin colateral, y había un buen púlpito en alto y con guardavoz. El coro estaba sobre vigas de pino y enladrillado. Tenía bautisterio, donde estaba la pila bautismal de vaso grande de bronce. El dato sobre la existencia de un retablo de piedra —que viene a ser el segundo en estas misiones serranas— no deja de sorprender, y suma uno más a la reducida lista de retablos novohispanos en piedra. Desafortunadamente este retablo y toda la iglesia desaparecieron en el siglo XIX, por hundimiento, debido a los túneles excavados debajo de ella por los mineros.

Debo este dato de la destrucción a la doctora Marie-Areti Hers, del Instituto de Investigaciones Estéticas quien visitó este sitio durante su temporada de trabajo de campo en la sierra en marzo de 2000, en busca del retablo, donde fue informada por los habitantes del lugar.[29]Por lo tanto, los datos que nos ofrecen los documentos mencionados son ahora el único testimonio sobre la iglesia misional, su retablo en piedra y sus ornamentos. El inventario de 1768 del padre Bugarín reporta pocos ornamentos.

De platería anota: una custodia dorada con cristales y piedras castellanas, dos copones y un cáliz, también con piedras castellanas. Lámpara, patena, cáliz, platito y vinagreras, incensario con naveta y cucharita, sagrario con frente de plata «lavoreada» y calada, tapa de peana de la Virgen de los Dolores, coronita, daga, corazón, resplandor, vara de San José, diadema y potencias de Niño Dios, diadema y custodia de San Ignacio. Todo esto sumaba un total de 65 marcos de plata, lo que equivale a 14.950 k.

El conjunto misional con la plaza y los edificios civiles conformaron un núcleo importante; esto llamó la atención del padre Bugarín en 1768, quien anotó lo siguiente: “enfrente de dicha iglesia se hallan fabricadas las Casas Reales que ocupan toda la quadra de lo que corresponde a la iglesia y casas de avitación del padre, en distancia como de quarenta varas y por uno y otro lado fabricadas casas formando plasuela con dos puertas de arcos pero todo unido con la iglesia”.[30]Con esta descripción nos percatamos de la semilla de urbanismo implantada por los jesuitas en El Nayar; todos esos edificios, conformados de esa manera, imprimían ya cierto orden y formalidad en los poblados misionales, aun dentro de su extrema condición rústica.

Dependía de esta misión de San Juan Peyotán el pueblo de visita llamado Santa Rosa. No se han obtenido datos sobre su fundación, sin embargo, Ortega habla de ella en 1750 en su informe de las misiones, cuando tiene ya a su cargo la de Peyotán y, por consiguiente, la de Santa Rosa.[31]En el informe del visitador, de 1755, se menciona que: “ai un pueblo de visita Santa Rosa, dista dos leguas, camino de Jesús María. Ai en él 173 almas, en 49 familias: esto es por el padrón del año de 53 q hizo el P. Ortega”.[32]Suponemos que la pequeña iglesia que actualmente se conserva es la de esa época, aunque muy reconstruida.

Se trata de una construcción de nave única, rectangular, con los muros laterales en piedra y el frontal en ladrillo, material con el que se enmarca la fachada, que se remata con torrecillas y espadaña. Fue techada recientemente con bóveda. Tiene ábside plano y sencilla portada con arco de medio punto y óculo enmarcados de ladrillo. Conserva su atrio, delimitado con barda de piedras amontonadas. No sería muy aventurado suponer que también esta pequeña iglesia fue factura del incansable constructor Ortega.


NOTAS

  1. Lugar donde la acción jesuita "trató de erradicar el culto al oráculo de la Mesa del Nayar, punto central de la vida política, militar y religiosa de la nación cora", Marie-Areti Hers, o. c., p. 18.
  2. Ortega, Maravillosa reducción y conquista..., en Apostólicos afanes..., o. c., lib. I, cap. XXI, p. 183 (véase n. 4).
  3. Ibidem, p. 169.
  4. "el padre visitador no ha tenido ánimo de hacer la iglesia de la Mesa porque a seis años que recela que lo habían de sacar", carta al padre provincial, 22 de noviembre de 1745, en Meyer, El Gran Nayar, o. c., p. 105.
  5. Benson Latin American Collection, Universidad de Texas, WBS 67 U.
  6. El retablo mayor para San Francisco Javier Viggé, según el padre Miguel Barco, llegó de México "desarmado y ya dorado, empacado en treinta y dos cajas, atravesando de esta manera tierra y mares" en Marco Díaz, Arquitectura en el desierto: misiones jesuitas jesuitas en Baja California, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas (Cuadernos de Historia del Arte 39), 1986, pp. 93 y 110.
  7. Agradezco al padre Pascual Rosales OFM, custodio de la misión desde hace 30 años, el haberme mostrado la iglesia y sus bienes en la visita que hice a La Mesa en noviembre de 2004.
  8. Ortega, o. c., lib. I, cap. XIX, p. 173.
  9. Meyer, El Gran Nayar, o. c., pp. 85-86.
  10. Ibidem.
  11. Bugarín, o. c., p. 126.
  12. El retablo de Santa Teresa y una revisión a la breve nómina de retablos en piedra novohispanos los traté en "Un retablo en piedra en la sierra del Nayar", en Retablos, su restauración, estudio y conservación, Memoria del 8° Coloquio del Seminario de Estudio del Patrimonio Artístico, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, 2004.
  13. Es decir, de curva continua de capitel a base. Término exacto propuesto por el arquitecto Manuel González Galván en "De los fustes barrocos latinoamericanos", en X Coloquio Internacional de Historia del Arte. Simpatías y diferencias. Relaciones del arte mexicano con el de América Latina, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, 1988, p. 201.
  14. De la pieza llamada Teocalli de la guerra sagrada, pasando por la representación en el Códice mendocino hasta llegar a relieves como el del convento franciscano de Tecamachalco, Puebla, del siglo XVI, o curiosamente en una portada franciscana, la de la iglesia tapatía de la misma orden, coexisten el águila bicéfala y el águila de la nación mexicana, la primera en la peana de la Virgen y la mexica debajo de la ventana coral.
  15. Bugarín, o. c., p. 275.
  16. Recuento efectuado por Laura Magriñá, Los coras entre 1531 y 1722, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia/Universidad de Guadalajara, 2002, p. 110.
  17. El misionero Doye relata que en 1739, en una campaña contra la idolatría, el capitán del presidio "mandó amarrasen al palo de justicia los quatro viejos principales, cercados de un montón de leña [...] hizo encender la hoguera", Meyer, El Gran Nayar, o. c, p. 92.
  18. Ortega, o. c., lib. I, cap. XIX, p. 172.
  19. Nacido en Tlaxcala en 1700, formado en el noviciado de Tepotzotlán, llegó tempranamente a la obra misional del Nayar, hacia agosto de 1727, y permaneció allí al parecer hasta 1751. Para 1767, el momento de la expulsión, estaba viviendo ya en el Colegio del Espíritu Santo, en Puebla. Hizo el viaje al destierro y murió al poco tiempo de desembarcar en España, en el puerto de Santa María, el 2 de julio de 1768.
  20. Publicado también en 1732, titulado entonces Doctrina cristiana, oraciones, confesiones, arte y vocabulario de la lengua cora.
  21. Meyer, El Gran Nayar, o. c., p. 100.
  22. Carta al padre Baltasar, en Meyer, El Gran Nayar, o. c., p. 113.
  23. Bugarín, o. c., pp. 171-172.
  24. Según la ficha sobre Jesús, María y José, en el Catálogo Nacional de Monumentos Históricos Inmuebles. Nayarit, disco compacto del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Nayarit.
  25. Benson Latin American Collection, Universidad de Texas, doc WBS67, f. 137.
  26. Idem.
  27. Carta en Meyer, El Gran Nayar, o. c., p. 116.
  28. Benson Latin American Collection, Universidad de Texas, doc. WBS 67, f. 138.
  29. De la misma manera se reporta en el Catálogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en las fichas 180009 y 189002, que el antiguo templo hundido "se encuentra bajo el actual jardín de niños".
  30. Bugarín, o. c., p.151.
  31. "Las dos misiones que yo tengo a mas de estar distantes tiene el río del Nayar de por medio y no sé si habrá otro padre o tan indio o tan bárbaro como yo que pueda pasarlo tantas veces como ofrece el estar los dos pueblos de Santa Rita y Santa Rosa de la otra vanda", en Meyer, El Gran Nayar, o. c., p. 117.
  32. Benson Latin American Collection, Universidad de Texas, doc. WBS67.

CECILIA GUTIÉRREZ ARRIOLA

© Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM

Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas. Vol. 29 no.91 México 2007.