MISIONES DEL NAYAR. San Ignacio, San Pedro, Del Rosario, Santa Gertudris

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Misión de San Ignacio Guainamota

Esta región fue visitada desde el último tercio del siglo XVI por los franciscanos, quienes en dos ocasiones fundaron la misión de Santa María de la Candelaria, para luego abandonarla. Por ello no perdura nada de ese primer esfuerzo, ya que desde 1638 quedó desamparada. Fue hasta el periodo jesuita, en 1722, cuando se forma una misión más duradera y se congrega como pueblo.

El padre Ortega menciona que “al mismo tiempo fueron a fundar el pueblo y el presidio de Guainamota”. A lo que añade que dio a la población el nombre de “nuestro glorioso padre San Ignacio” y al presidio el de Santo Cristo de Zacatecas. El primer misionero que se hizo cargo de esta fundación fue el jesuita José de Mesa, y en ese sitio fue asentado el segundo presidio de El Nayar.

El jesuita Gerard Decorme relata que “se añadió la formación de un nuevo pueblo en Guainamota a que se dio el nombre de San Ignacio. Se fundó por la mayor parte de nayaritas refugiados en Huaximique”. Las noticias más tempranas sobre esta misión provienen de la visita de 1753, donde se dice que la casa es buena y capaz, “la iglesia buena pero no muy grande algo pequeña para el número de familias que pasan de 200”, y que tiene los “suficientes ornamentos y de plata la muy precisa”.

Fue una de las misiones más inhóspitas por su “temperamento ardiente”, como escribe el padre Abarca, “motivo por el cual no puede conservarse bastimento alguno y a este modo también ni vestidos, fierros, ni maderas, se conservan”. Para finales del periodo jesuita, el estado de la misión era el siguiente: contaba con iglesia “toda de adove, blanqueada por dentro”, techumbre de vigas y paja, medía 29 varas de largo, siete de ancho y nueve de altura, con muros macizos de dos varas. Tenía portada de cantería aunque muy inferior y una torre pequeña. Sacristía y bautisterio pequeños, de adobe; allí estaba la pila bautismal, que era de piedra con vaso de cobre.

La casa habitación del misionero era de seis piezas de adobe, techadas con madera. La iglesia estaba ornamentada al interior con un “colateral formado de ladrillo y pintado de plata y colores, con cuatro nichos para cuatro imágenes, San Ignacio, N.S. de los Dolores, San Juan y el Crucificado, y en los huecos cuatro pinturas de lienzo”. Había además un altar a Nuestra Señora de la Concepción y un retablo pintado con seis cuadros.

Tenía coro de madera. Al frente de la iglesia estaba el atrio-cementerio, que era pequeño, donde estaba al centro la cruz atrial. Para esas fechas el inventario de ornamentos registró una larga lista de objetos textiles, como seis casullas de diversos colores, descritas con todas sus galanuras — galoneada de plata, encarnada de raso, de lustrina o de lampaso, etc.— todas con paño, estola y manipulo; dos capas, cuatro albas, cuatro tablas de manteles de Bretaña; sobrepelliz, dos amitos, cinco corporales, seis cíngulos, un palio.

De objetos de plata había una custodia grande, un copón, un cáliz con patena y cucharilla; otro dorado; una concha de bautizar, dos vinagreras y un incensario con naveta. Ignoro el estado de conservación de la iglesia misional en las postrimerías del siglo XX, lo cierto es que lo que quedaba de ella fue destruido recientemente y en su lugar se levantó una iglesia nueva hacia el año 2000, como lo pude comprobar en una visita en noviembre de 2004.

Al interior lo único que se conserva de la etapa misional jesuita es la imagen del Señor de Guainamota, una escultura muy venerada de un Cristo Ecce Homo, en madera tallada y policromada —de tamaño natural—, y otra del santo titular, san Ignacio de Loyola, figura de vestir, con el rostro y las manos de muy buena factura. Dos piezas escultóricas sin duda de importancia, que son la única herencia de la antigua misión jesuita.

Misión de San Pedro Iscatán

Establecida a orillas del río, San Pedro fue la misión situada más al oeste de la sierra y la más cercana a las tierras bajas. Allí se asentó el tercer presidio del Nayar, establecimiento que sin duda tuvo arraigo, puesto que a su alrededor se fueron congregando pobladores, por lo que con el tiempo llegó a formar el pueblo, al que se le dio el nombre de presidio de Los Reyes, que aún conserva. En el compendio de Decorme se menciona que en 1738 contaba 122 familias y tenía “linda iglesia, con torre, baptisterio, púlpito y un retablo de perspectiva”, es decir, en lienzo, al tiempo que era ministro el padre Salvador Bustamante. En 1753 se describe como pueblo de lengua mexicana en la que predica el misionero Tadeo, y añade que “ai bastante casa, iglesia techada con teja, ornamentos buenos, raras alhajas de plata, aunque en todas las misiones ai custodias y crismeras”.

Aquí llama la atención el dato sobre la techumbre de «teja», única misión en donde se elaboró y utilizó esta técnica de barro. Se agrega en la información que “a cuatro quadras de esta misión ai un destacamento de 10 soldados y un teniente, llamado Santo Domingo”. En una carta del jesuita Ortega al provincial, del 22 de noviembre de 1745, dice del padre Salvador: “a fuer de trabajos personales hasta traer a don Francisco Xavier, su hermano, para que al parejo de los indios trabajara como lo ha hecho en la iglesia que sin costarle a los indios un real la hizo tan primorosa que el mismo padre visitador vino maravillado de su artificio.” Por la documentación existente se sabe que esa construcción, que con tantos esfuerzos había hecho el padre Bustamante, se cayó hacia 1763, ya que el franciscano Marcos Satarain, que se hace cargo de la misión tras la expulsión jesuita, reporta al padre Bugarín que la iglesia “se cayó a más de seis años” y por lo mismo solicita se reedifique con “500 pesos de cuenta de su majestad”.

Esto indica que la obra arquitectónica anterior, la efectuada en el periodo jesuita, debió haber sido muy endeble. Desde entonces se oficia la misa en un jacal y tiene tan sólo una capilla pequeña techada por vigas, donde hay unas gradas en las que están colocadas cinco imágenes «perfectas», que miden una vara. Se conservaban entonces, además, dos pinturas —de vara y media— y un lienzo con san Ignacio, en un muro junto al púlpito.

Tiene pila de cobre “de competente tamaño con tapa”. Por no haber torre, las tres campanas cuelgan de una horqueta. Seguramente que todos estos bienes rescatados de la iglesia que se destruyó provenían del periodo jesuita. De textiles y ornamentos, el inventario de 1769 registraba seis casullas descritas con detalle, dos capas de damasco, tres albas de Bretaña, tres amitos, dos pares de manteles de Bretaña, etc. De platería se registra una custodia grande dorada, dos cálices con patena, copón, incensario con naveta, concha de bautizo, corona, dos diademas, un resplandor, daga, media luna, potencias de Niño Dios, vara de san José, platitos y vinagreras.

El padrón de la misión reportaba a 404 personas en la última época. En la actualidad, una modesta y nueva capilla se levanta en el sitio de la anterior, de la que tan sólo se encuentran vestigios poco significativos, dos campanas y tres piedras talladas con relieves: el escudo de san Pedro, titular del lugar, con tiara y llaves, un escudo franciscano y una cruz, las tres colocadas en un pequeño altar en el atrio, donde son veneradas por los lugareños. Dentro de la modesta capilla se conservan del periodo misional una pequeña pila de piedra para agua bendita y una escultura en madera tallada y policromada de san Pedro papa. Pero desafortunadamente nada se conserva del retablo de perspectiva al que hace alusión Decorme en 1738.

Misión de Nuestra Señora del Rosario

La última misión visitada en la relación que venimos estudiando fue la de Nuestra Señora del Rosario. De ella no hemos encontrado datos sobre su fundación y el cronista Ortega no la tiene registrada, tan sólo la menciona en una ocasión, cuando se sublevaron unos pueblos en 1724 y se incendiaron iglesias.

Sin embargo, entre los papeles de jesuitas que llegaron a España tras la expulsión y que fueron publicados por Ernest J. Burrus y Félix Zubillaga, se recogió el informe del misionero Joseph Xavier García, quien relata en octubre de 1743 que, desde su fundación, en 1723, ha administrado la misión de San Juan Corapa, primer pueblo, y al año siguiente un pueblo adjunto, el de Nuestra Señora del Rosario, que se encuentra como a siete leguas de distancia del anterior, en un paraje denominado Yeguatzi, también sobre el río San Pedro.

Aunque para 1739 tuvieron que mudarlo al de Atauhtitán, debido a las crecientes del río, quedó bajo la misma advocación de Nuestra Señora del Rosario. De entonces sólo se reporta que “compónense estos dos pueblos de setecientas noventa y ocho almas, siendo las que se han baptizado, desde su fundación”. Gerard las menciona dentro del grupo fundado en 1722.

Para la visita de 1753, se reporta que “ai iglesia nueva pero pocos ornamentos”, y también que la casa es nueva pero corta, tiene como pueblo de visita a San Juan Corapa, e incluso entonces tenía iglesia nueva. El visitador Domínguez habla de ambos pueblos, que están en la ribera del río San Pedro distantes a medio cuarto de legua, administrados por el misionero F.X. González y que “tiene yglesia buena y nueva: no tiene adornos, poca casa, pero no mala”, con un pueblo de visita también con iglesia nueva.

A la salida de los jesuitas, contaba con una población de 435 personas, y se anota que tenía una iglesia de adobe techada de madera en forma de artesón y que la nave medía 34 varas de largo por nueve de ancho y 15 varas de altura, con unos muros macizos de dos varas. Al interior había un altar de ladrillo, pintado de plata y colores. Allí estaban las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora del Rosario y Cristo crucificado. Había bautisterio, sin puerta, por lo que la pila bautismal se pasó a la iglesia.

La casa habitación del misionero era de tan sólo dos cuartos techados de madera con puertas y buenas cerraduras. Del pueblo de San Juan Corapa hay noticia de que en 1738 tenía 131 familias, y con relación a la iglesia se dice que estaba en los cimientos y como casa tenían una pobre choza; entonces era cabecera, mas luego se convirtió en visita. Su pobreza sólo le permitía tener dos ornamentos blancos y un cáliz de plata.

Al parecer fue largo su proceso de construcción, ya que se dice que en el año 53 comienzan a envigarla, pues estaba cubierta de xacal. Sus imágenes en escultura eran san Juan Bautista y Nuestra Señora de la Concepción, colocadas simplemente sobre unas gradas de ladrillo. Como todas las demás, las misiones tenían los ornamentos necesarios al momento de la expulsión. De platería estaba registrado lo siguiente: una custodia, un incensario con su naveta; corona y diadema de imagen; tres cálices con patena y cucharilla —uno del pueblo de visita—; diadema, libro y Jesús de San Ignacio: todo esto pesó 28 marcos y cuatro onzas de plata.

De textiles había ocho casullas de diversos colores —con galones de oro o plata, de telas de Damasco o de seda— “todas con su avío de estola, manipulo, volsa y paño de cáliz desentes y bien tratadas”; dos dalmáticas, dos frontales de raso, una capa, tres albas, tres amitos todo de Bretaña, tres cíngulos, tres palias, seis purificadores, palio de Damasco, tres manteles de Ruan y dos de Bretaña. Estos pueblos están situados enfrente de San Pedro Iscatán, al otro lado del río.

Misión de la Virgen de los Dolores

Las primeras noticias que encontramos del sitio denominado Dolores son de 1730, cuando menciona el padre Ortega que éstos fueron destruidos, a raíz de la campaña emprendida por los misioneros jesuitas para destruir falsos adoratorios, tanto en Santa Teresa, El Rosario y San Pedro como en Dolores. También se sabe que en 1732 Dolores estaba bajo el cargo del misionero flamenco Doye, quien era el titular de Santa Teresa.

Y más adelante, en 1755, cuando estaba a cargo del padre F.X. González, se relata que fue allí tal la lucha y la persistencia de las costumbres idolátricas que se determinó cambiar la misión de lugar. Se incendia el sitio y se traslada a sus habitantes a otros pueblos misionales. Por estas noticias, suponemos que la iglesia que hoy se ve en el sitio también denominado Dolores fue edificada en el último periodo jesuita, hacia 1760, ya que la misión de Dolores debió refundarse en un sitio cercano y al sur del anterior, según se observa en el mapa de Peter Gerhard, y finalmente fue abandonado hacia 1786, ya en el periodo franciscano.

El cambio lo hace constar Antonio Serratos en una carta al padre provincial Juan Antonio Baltazar en 1752: “se consiguió mudando el pueblo a otro paraje distante como tres leguas más templado y menos húmedo que el primero”, por considerarlo nocivo para la salud. De esa época se mencionan edificaciones que conformaron el núcleo mínimo que compone a un pueblo: primero la iglesia misional dedicada a la Virgen de los Dolores, y a su alrededor las casas reales, o casa del gobierno indio, la plaza, la cárcel y la picota, donde se dice que se daba castigo ejemplar a los indios por las idolatrías en las que incurrían.

Un pueblo de coras vive actualmente alrededor de la deteriorada iglesia misional, que continúa siendo el eje de su sincretismo ritual, no obstante la falta de cura o misionero que los guíe espiritualmente. Suponemos que la pequeña iglesia que actualmente se conserva es de esa época. Se trata de una construcción de nave única, rectangular, totalmente en piedra, techada con una estructura de madera y paja, a dos aguas. Su ábside es plano y su portada de piedra fue labrada con ingenuidad y belleza, donde resaltan medias columnas, un arco de medio punto labrado y algunos relieves con figuras de animales.

Se complementa al costado con una pequeña habitación, a modo de sacristía, y al frente de la portada con una especie de nártex o pórtico —similar al de la iglesia nueva de Santa Teresa—, con techumbre de paja soportada sobre columnas de madera. Conserva unas campanas, todas del siglo XIX, que penden de un soporte de madera, a falta de un campanario en dicho pórtico. Tiene un pequeño atrio al frente, donde se conserva la vieja cruz tallada en madera. Esta misión es, sin duda, una pieza arquitectónica de gran valor que requiere de una urgente restauración.

Misión de Santa Gertrudis

Su fundación está mencionada desde los primeros tiempos de la obra en El Nayar. El mismo misionero Ortega habla de ella cuando, después de fundada la de la Santísima Trinidad en La Mesa, o sea la primera fundación, se dirigían a Quaimaruzi, y como a doce leguas encontraron dos numerosas rancherías, donde se hizo el pueblo de Santa Gertrudis. “Dividiose el pueblo en dos barrios, por no desazonar a los caciques; porque ninguno de ellos quiso ceder el mando, y fue preciso señalar dos governadores que ofrecieron poner luego mano a la fábrica de la iglesia”.

Relata también que allí donde se congregaron erigieron una hermosa cruz de madera exquisita y labrada con esmero y prolijidad. Y no sólo se edificó iglesia, sino que el lugar fue escogido también para levantar un presidio, obra a la que le construyeron dos torreones, en lugar de la de San Salvador el Verde, fortificación que sirvió para contener a los nayares que vivían por la parte del norte. Sin embargo, esta fundación no corrió con suerte, ya que tuvo que ser cambiada de sitio en 1724 y finalmente fue abandonada hacia 1750. Gerhard muestra en el mapa del Nayar ambos sitios y así los señala.


CECILIA GUTIÉRREZ ARRIOLA

© Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM

Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas. Vol. 29 no.91 México 2007.