MISIONES DEL SIGLO XIX; La conciencia misionera de Gregorio XVI

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El Papa Gregorio XVI (Alberto Mauro Cappellari) es normalmente reconocido como el alma de la reanimación de la actividad misionera de la Iglesia.[1]Esta afirmación tiene su valor en el despertar misionero que se vivió en la Iglesia durante el tiempo de su gestión de gobierno (1831-1846) y en los años sucesivos.

El proceso de reanimación misionera se implementó con la restauración de la Congregación de las Misiones lograda por el cardenal Cappellari en su paso por Propaganda Fide.[2]La acción del cardenal Cappellari reviste una importancia particular, porque fue durante este tiempo cuando el futuro Gregorio XVI manifestó sus intuiciones políticas y misioneras para solucionar el caso hispanoamericano.

Buscaremos descubrir cuáles fueron los ambientes y las circunstancias que ayudaron a Cappellari a madurar su orientación misionera, cómo y de qué manera la situación misionera mundial influyó en la definición de su comportamiento hacia Hispanoamérica y en el enfoque misionero que le dio a su gestión de gobierno en el Pontificado.

Apostolado y Misión

«Santo es esencialmente un apóstol», por lo tanto el apostolado y la misión son para los santos; es decir, el apostolado, el servicio al prójimo se debe vivir como un especial servicio de la caridad; como esencia de la santidad y como fruto de la contemplación, las cuales se expresan en una serie de acciones producidas y condicionadas por el amor. De esta manera, desde la tradición camaldulense,[3]el religioso aprendía que quien aspira al vértice de la perfección cristiana no puede excluir de su propio programa el apostolado.[4]

Entre los religiosos de san Romualdo se diferenciaban claramente tres tipos de actividad externa; ellas eran: la reclusión, el apostolado de caridad dentro de los muros del monasterio, y el apostolado misionero.

El primer apostolado era el de la reclusión, que es en la práctica, un estilo nuevo y más profundo de vivir la «libertad» de entregarse por el Señor; es el apostolado con el que se busca la más pura unión mística con Dios, es la acción de dejarse invadir y llenar del amor divino. Entre la familia camaldulense, la vida solitaria se consideraba como la expresión más santa del apostolado cristiano; la vida solitaria, gracia de Dios, es el foral de un progreso que es posible alcanzar por la obediencia; por lo tanto el cenobio (monasterio o convento) prepara para el eremo (lugar solitario),[5]que es el lugar privilegiado para vivir este tipo de apostolado. En el eremo, el religioso permanecía dedicado a la lectura, a la oración y a la penitencia voluntaria.[6]

El segundo tipo de apostolado, la caridad dentro de los muros del monasterio, se alimentaba en el principio de que, una familia monástica extraña integralmente al resto de la Cristiandad, sería una familia anticristiana.[7]Este tipo de apostolado servía de diversas maneras: en la hospedería, en el hospital y en la dedicación al estudio y al arte.

La atención en la hospedería competía especialmente, al monasterio, al cenobio; era una tarea tanto de la persona en particular como de toda la comunidad cenobítica. Este servicio apostólico encuentra su fuente de inspiración en la frase de la carta a los Hebreos: “que se mantenga entre ustedes el amor fraterno. No dejen de practicar la hospitalidad, ustedes saben que al hacerlo, algunos sin saberlo dieron alojamiento a ángeles” (Hb.13, 1-2), y en el Evangelio de Mateo: “El rey responderá: «en verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de estos más pequeños, que son mis hermanos, lo hicieron conmigo»”. (Mt.25,40)

Para atender a tan loable acción apostólica, resultaba imprescindible que al lado del eremo se construyera la hospedería, en la que estaban los religiosos llamados a brindar una calurosa acogida y una buena atención a todos los huéspedes, especialmente los pobres y peregrinos. [8]

Los hospitales constituían, por las condiciones del tiempo, un campo muy particular y muy específico de apostolado monástico;[9]en ellos con caridad fraterna los oblatos y las oblatas, bajo la tutela del abad, se dedicaban a la atención de los enfermos, de los desheredados y de los hijos de nadie. Por último estaba el apostolado monástico de la dedicación al estudio y al arte, el cual se desarrollaba como un verdadero servicio de la caridad, y a través del cual la familia romualdina ofrecía, a la humanidad, verdaderas obras de saber espiritual y científico. Dentro de esta última forma de apostolado monástico se debe tener cuenta del estudio de las lenguas, especialmente las orientales que en tiempo de la formación académica de Mauro Cappellari se hacía con especial atención en el monasterio de Murano, que preparaba a los espíritus para una apertura universal.

Por último, la actividad exterior era completada con la evangelización de los paganos (evangelium paganorum) que se hacía en cumplimiento del mandato misionero de Jesús: “Ite et docete omnes gentes”, “Id y enseñad a todas las Naciones.” (Mt.28,19). A La evangelización de los paganos se le llamaba «tercer estado de perfección», porque era como agregar un tercer estado a la soledad y a la caridad: la predicación en vista del martirio cruento por amor de Cristo.[10]

Con la evangelización de los paganos, la reforma de san Romualdo adquirió una complementariedad tal que todo hacía pensar en un complejo armónico de cenobio, eremo y misión.[11]Pero las investigaciones de los últimos años han demostrado que la idea de constituir un eremitismo misionero para la evangelización de los paganos no fue de san Romualdo, sino del emperador Ottone III (980-1002),[12]quien por inspiración de san Bruno de Querfurt (Bruno Bonifacio) ideo un plan misionero para el monaquismo, que comprendía el eremo, el cenobio y la evangelización.[13]El proyecto de Ottone lo presenta san Bruno en la Vida de los cinco hermanos.[14]

Esta idea pasó a lo largo de la historia como si hubiera sido parte de la reforma de san Romualdo. La idea de que san Romualdo hubiera pensado en un «eremitismo misionero» se difundió en la iglesia de occidente por el hecho que san Bruno, su discípulo, lo conocía personalmente y seguía sus instrucciones, y porque Ottone, el verdadero ideólogo del proyecto, se aconsejaba con san Romualdo y a él había compartido su proyecto de renunciar al imperio para vivir totalmente pobres.[15]

También le había compartido su proyecto de enviar misioneros de Polonia para la tierra de los Eslavos,[16]donde construiría un monasterio y un eremo en las cercanías de una tierra poblada por paganos para que algunos pudieran dedicarse a la evangelización; proyectos que san Romualdo no rechazaba, sino que por el contrario, esperaba que se realizaran.[17]

Otra razón que influyó para que se llegara a pensar que el movimiento misionero era parte de la reforma de san Romualdo, fue por el hecho que él mismo quiso ofrecer su sangre por anunciar a Jesucristo, como le había sucedido a su discípulo san Bruno Bonifacio.[18]Se dice que san Romualdo, después que escuchó la noticia el martirio de san Bruno, se embarcó junto con 24 hermanos para Hungría, pero por designios divinos,[19]debió retornar a Italia donde se dedicó a acompañar el envío de nuevos misioneros.

Este primer impulso misionero que san Romualdo le dio a su obra produjo sus frutos y es así como, según la tradición, entre los primeros discípulos de san Romualdo se cuentan varias decenas de misioneros, y no menos de cuatro arzobispos en tierras de misión.

Principios doctrinales del apostolado camaldulense

Una vez vistos los tres tipos de apostolado que desarrollaba la familia camaldulense, es oportuno considerar los principios doctrinales que sostenían la acción apostólica; especialmente las dos primeras formas de apostolado, que en sí fueron la obra de san Romualdo; entre los principios que sostenían la actividad externa sobresalen: la idea que la misión es fruto de la contemplación, y un servicio de la caridad. La misión es el resultado del binomio «contemplación-acción» y no al contrario; porque «libres, apóstoles».

La misión era fruto de la contemplación y servicio de la caridad: el apostolado como lo enseñaba la tradición monástica, más que una actividad era el resultado de un proceso de madurez; por lo tanto, el apostolado se proponía, dentro de la familia camaldulense, como continuidad de la ascesis monástica-eremítica, la cual se vivía en una serie de acciones producidas y condicionadas necesariamente por el amor. Para el discípulo del maestro Romualdo el apostolado no se entendía separado de la caridad y de la contemplación, porque la contemplación se vivía y se valoraba como una eficaz obra de caridad apostólica. De esta manera se concluye que, en la concepción camaldulense, el apostolado es perfección y que el santo es fundamentalmente un apóstol, lo que hace que no se entienda, dentro del camino de perfección evangélica, a un religioso que, pretendiendo alcanzar el vértice de la perfección cristiana excluyera de su propio programa el apostolado.

La misión se vive en la armonía del binomio contemplación-acción: en el capítulo 39 de la regla escrita por el beato Rodolfo, está sintetizado el pensamiento camaldulense sobre la necesidad de la armonía entre contemplación y acción,[20]porque en la voluntad debe estar siempre presente la dulzura de la contemplación y, en la necesidad, la ocupación del ministerio legítimamente ordenado.

Por lo tanto, en la tradición camaldulense no se puede tener ni sola acción, ni sola contemplación: porque la contemplación indica el modo y el motivo que inspira la acción externa, siendo, a su vez, el camino para disciplinarla, con lo que se evita el pasar demasiado tiempo en la actividad, quitándole a la contemplación su privilegiado lugar; mientras que la actividad es necesaria como principio contingente y debe ser ordenada por el superior.

De aquí se concluye que en la orientación camaldulense, el apostolado se vive bajo el principio: ni tanta actividad que enfríe el propósito de contemplar, ni tan poca que lo obstaculice. Así pues, para san Romualdo, como para san Pedro Damián, la contemplación es la preparación ascética para el apostolado, y se vive por el deseo de la perfección.[21]

Así pues, el binomio contemplación-acción son ley para el camaldulense, quien está llamado a amar sólo la contemplación, pero a doblegarse ante la acción; de donde resulta que la voluntad no puede perder jamás la dulzura de la contemplación, y la actividad apostólica es aceptada por necesidad y se ejerce por obediencia. La actividad apostólica puede ser, igualmente, expresión de un santo deseo del contemplativo que aspira a conseguir, por medio de ella, los fines deseados cuales son: ejercer la virtud y la santidad y producir fruto en las almas.[22]

«Porque libres, apóstoles»: este principio del apostolado camaldulense aparece expuesto por san Pedro Damián en la defensa que hace del derecho de apostolado que tienen los monjes. Para el tiempo de san Pedro Damián, los canónicos juzgaban que quienes estaban «muertos» para el mundo no podían ocuparse del apostolado, porque la vocación monástica-eremítica se lo impedía.[23]

Frente a esta errada posición, el santo doctor respondía diciendo que, justamente porque muertos para el mundo gozan los monjes de la total «libertad» para actuar en el campo eclesiástico dispensare ecclesiastica; siendo así que quien es muerto para el mundo vive sólo para Dios y por lo tanto se puede ocupar, con mayor «libertad», de las obras de Dios, es decir, de las personas.[24]

De este principio se concluye que para el ambiente camaldulense, como fuera aprendido de san Romualdo, la misión, el apostolado era una necesidad imprescindible y requería un incansable trabajo para la salvación de los demás. San Pedro Damián dice que san Romualdo, alimentando la necesidad del apostolado y, deseoso como era, de hacer mucho bien a las almas, conservó la idea de transformar todo el mundo en un eremo.[25]

Criterios de la acción apostólico-misionera

La misión, «actividad exterior», tenía para el camaldulense unos mandamientos bien precisos; es decir, unos criterios de vida ascética, con los cuales buscaban disciplinar no sólo el servicio apostólico, sino también el proceso de santificación del religioso; entre estos criterios de acción se enumeran:

Evitar la disipación: esto quiere decir que el discípulo de san Romualdo debe conservar siempre el deseo de la contemplación «dulcedo contemplationis semper debet esse in voluntate». Un peligro en el que con frecuencia y más por descuido que por propia voluntad puede caer el monje, es el de estar demasiado ocupado en quehaceres fuera del monasterio, lo que hace que pierda el camino de la perfección y que no logre conservar su propio estado.[26]

Trabajar para obedecer y no obedecer para trabajar: ésta máxima sintetiza otro criterio que guía la actividad apostólica camaldulense, pues ella, la misión, es considerada por la tradición monástica un ejercicio de obediencia. Es el superior quien indica el servicio que se debe prestar, porque él sabe cuándo enviar, por motivos espirituales, a los súbditos fuera del monasterio.

Cuando se vive el apostolado como expresión de la obediencia, se conserva la dulzura de la contemplación y se ama el retiro; mientras quien actúa diversamente, dice la tradición, busca amar en primer lugar la actividad, la cual de medio que es se convierte en fin, y esto arruina el camino de perfección evangélica. Por este criterio se le quiere recordar al religioso que el fin de su trabajo apostólico es unirse más íntimamente a Dios.[27]

Una acción momentánea pero frecuente: Del anterior criterio se concluye que para salvar la armonía que debe existir entre contemplación-acción, el apostolado se inscribe dentro de un tiempo bien preciso, para evitar que el religioso pase demasiado tiempo fuera del monasterio, con el riesgo de caer en las tentaciones del mundo.[28]

En síntesis, para san Romualdo, el apostolado, «actividad exterior», se consideraba como una necesidad imprescindible, según narra su biógrafo; pero la actividad exterior no podía y no debía dañar el espíritu y el objetivo fundamental de la vida del camaldulense. El apostolado que debía ser expresión de la contemplación, estaba orientado por criterios bien precisos, por medio de los cuales se buscaba salvar la necesario armonía entre contemplación-acción.

En este espíritu apostólico se formó Mauro Alberto Cappellari. El monasterio de san Miguel de Murano privilegió la segunda forma de apostolado que se tenía entre los discípulos de san Romualdo; es decir, el apostolado de la caridad dentro de los muros del monasterio y dentro de las diferentes maneras de desarrollar este apostolado.

En san Miguel de Murano recibió también una especial atención al estudio y a la promoción del arte y la cultura, el cual fue enriquecido con el estudio de las lenguas orientales, que le daba una dimensión más universal a cuanto se vivía y se hacía en Venecia.


NOTAS

  1. Cf. C. COSTANTINI, Gregorio XVI e le missioni, en Gregorio XVI. Miscellanea commemorativa, II, 1 172
  2. Fue nombrado «consultor» en 1820, y «Prefecto» de la misma en 1926.
  3. El Cardenal Alberto Cappellari pertenecía a la Orden de la Camáldula, la que sigue la Regla de San Benito. Ingresó a ella en el Monasterio de San Miguel de Murano en 1783, tomando el nombre de Mauro
  4. Cf., A. GIABBANI, L'Eremo.... 163.
  5. La idea de que el cenobio se constituyera en una separación para el eremo, no fue originaria de san Romualdo, sino de sus discípulos, y en este caso es el reflejo de lo que san Bruno de Querfurt presenta en su escrito sobre la Vida de los cinco hermanos; cf., J. LECLERCQ, Momenti e figure di storia monástica italiana, (a cura di VALERLO TRANA), 261.
  6. Cf., A. GIABBARRI, L'Eremo..., 184-185 y nota 2 de la página 85; J. LECLERCQ, Momenti e gure di storia monástica italiana, (a cura di VALERIO CATTANA), 263.
  7. 9 Cf., A. GIABBANI, L'Eremo.... 209.
  8. La hospitalidad se ha siempre practicado entre la familia camaldulense como un verdadero servicio de la caridad; se dice que en Camaldoli, en tiempos críticos se atendían a no menos de 100 pobres. Con el cambio del tiempo y de las condiciones económicas, este ministerio apostólico, que tomaba a Marta como la figura para imitar, encuentra en la actualidad, una nueva forma de aplicación: las semanas de encuentro y reflexión cultural y espiritual para doctores, familias, etc., como se hace actualmente en Camaldoli y otros monasterios; cf., A. GIABBANI, L'Eremo.... 209-211, y especialmente la nota 3 de la página 210 en la cual remite al estudio de D. MARMION, Cristo ideale del monaco, 491.
  9. Para el Siglo XIII en Pisa los camaldulenses asistían entre cinco a siete hospitales y en Camaldoli tenían tres.
  10. En la tradición cristiana, la evangelización de los paganos equivalía a martirio. La evangelización era entendida como el martirio por Cristo, porque para la tradición cristiana la evangelización revestía el carácter de una lucha, a la que se va por obediencia y se acepta como don del Espíritu Santo; de donde resultaba, entonces, que la evangelización era una ocasión para el martirio; cf., J. LECLERCQ, Momenti e figure di storia monástica italiana, (a cura di VALERIO CATTANA), 266-270.
  11. Las investigaciones de los últimos años han demostrado que no fue san Romualdo el iniciador del así llamado movimiento misionero de la vida eremítica, sino san Bruno de Querfurt (974-1009), discípulo de san Romualdo en Ravena y misionero entre los eslavos. San Bruno escribió la Vita quinque fratrum (Vida de los cinco hermanos) en la que narra los acontecimientos del martirio de dos discípulos de san Romualdo, de dos novicios y de su cocinero; ellos eran: Benito y a Juan el mártir; Isaac, Mateo y Cristina, respectivamente.
    En el escrito san Bruno presenta el proyecto misionero que tradicionalmente se ha adjudicado a san Romualdo, pero que en verdad fue ideado por el emperador Ottone 111(980-1002; emperador entre el 983-1002) bajo inspiración de san Bruno; cf., J. LECLERCQ, Momenti e figure di storia monástica italiana, (a cura di VALERIO CATTANA), 264-273.
  12. OTTONE III, Emperador y rey de Alemania. Cuando tenía tres años de edad heredó el trono de su padre Ottone II, en el cual lo representaron su madre Teofano y su abuela Adelaida. Recibió la educación del obispo de Hildesheim y de Gerberto de Aurillac, a quien pocos años más tarde hizo elegir Papa, que gobernó como Silvestre II (999-1003). Fue elegido rey en Verona el año 983 y asumió el poder el año 995 cuando fue declarado adulto.
    Acudió en ayuda del papa Juan XV (985-996) contra Juan Crescenzio que se había apoderado de Roma. El año 996 Ottone III entró a la ciudad sin encontrar resistencia. A la muerte de Juan XV hizo elegir Papa a Gregorio V (996-999), primer para alemán. Pero los problemas entre el papado y Crescenzio continuaron una vez que Ottone salió de la ciudad.
    Crescenzio expulsó al papa Gregorio V e hizo elegir a Juan XVI (997-998); esta situación provocó el regreso de Ottone que actuó con mano dura: hizo arrestar y mutilar a Juan XVI y asesinar a Crescenzio (998). Desde entonces Ottone fijó su residencia en Roma, donde esperaba restaurar el antiguo imperio romano, gobernar tanto en el orden temporal como en el espiritual, de común acuerdo con el Papa.
    En relación con la Iglesia quiso introducir algunas reformas como la de centralizar su autoridad en el Papa, dar autonomía a la iglesia de Polonia y de Hungría, separándolas de Alemania; proyectos para los que se hizo asesorar de san Nola y san Romualdo. Por la orientación que quiso dar a su régimen de gobierno (recuperar imperio romano, centralizar autoridad en la Iglesia, independencia para la iglesia de Polonia y Hungría y su particular desprecio por todo lo que no fuera romano) se ganó la adversidad alemana y romana; los primeros, sobre todo los obispos, los aislaron y los segundo lo encerraron por tres días (año 1001) en su palacio (en el Aventino) y de allí salió para abandonar la ciudad donde no pudo regresar, porque cuando se encontraba en Civita Castellana, para ofrecer resistencia al conde Tuscolo, lo alcanzó la muerte (enero de 1002); cf., G. MOLLAR, Ottone III, en Enciclopedia Cattolica, cols., 470-472 ; L. SERVOLINI, Ottone. Imperatore e re di Germania, en Grande Dizionario enciclopédico, VIII, 279-283.
  13. El proyecto de Ottone III nació por el año 1001, cuando prometió a san Romualdo que en tres años renunciaría al imperio y se dedicaría a vivir en total pobreza. El plan de Ottone estaba concebido así: del eremo de Polonia, se enviaría a los más fervorosos para la tierra de los eslavos, (Bohemia), tierra cristiana, pero cerca de la frontera con un país no cristiano, poblado por paganos.
    A donde los misioneros llegaran, debían construir un monasterio que comprendiera un cenobio, para los recién convertidos, y un eremo para los más avanzados, o sea para los que tengan mayor sed de Dios; por último, para los que mayormente y con mayor intensidad desean a Dios y que quieren morir para ser reunidos con Cristo, se les dará la posibilidad de dedicarse a la evangelización de los paganos. De esta manera se constituía la trilogía camaldulense: cenobio, eremo, evangelización (martirio); cf., J. LECLERCQ, Momenti e figure di storia monástica italiana, (a cura di VALERIO CARRANA), 265-266.
  14. El escrito de san Bruno Bonifacio (Bruno de Querfurt) es, según las últimas investigaciones, una apología de la soledad (eremitismo) y del martirio, no es una exhortación a la misionariedad de los eremitas. El texto insiste en dos condiciones de la evangelización, cuales son el deseo de martirio y la obediencia a san Pedro. De acuerdo con lo que presenta la vida de los cinco hermanos, no se puede concluir que la obra sea un programa de evangelización y tampoco se puede esperar del documento el fundamento del origen de un vasto movimiento misionero de los eremitas.
    El texto se perdió y sólo fue publicado por primera vez en el año 1888, por obra de R. KADE, Brunonis Vita quinque fratrum, en MGH SS, 15/2 (1888), 716-738, precedida de una introducción en las páginas 709-716. Una segunda publicación del documento apareció en Polonia en el año 1893 por obra de W. KETRZYNSKI en la Monumenta Poloniae Historia, VI, Kraków 1893. Sobre la base de la edición de Polonia, la obra fue publicada en italiano por B. I
    NESGTI, Vita dei cinque,fratelli, Camaldoli 1951; cf., J. LECLERCQ, Momenti e figure di sioria monástica italiana, (a cura di VALERIO CATTANA), 259, nota 4, 270-271.
  15. Este proyecto lo manifestó Ottone a san Romualdo en la primavera del año 1001, después que debió abandonar Roma y cuando se encontraba atormentado por su mal comportamiento en la Ciudad Eterna (asesinato de Crescenzio y cárcel y mutilación para el papa Juan XVI).
  16. En Polonia, hacia el año 1001, por pedido del rey Boleslao se había radicado un grupo de religiosos, enviados por san Romualdo; entre ellos se contaban: san Bruno Bonifacio, san Benito, san U, (estos dos últimos fueron martirizados el año 1003); cf, A. GIABBANI, L'Eremo, 204-208.
  17. Cf., J. LECLERCQ, Momenti e figure di storia monástica italiana, (a cura di VALERIO TRANA), 265-
  18. Bruno Bonifacio (Bruno de Querfurt) fue martirizado en Hungría el 9 de marzo de 1009.
  19. Se narra que san Romualdo, encontrándose de viaje para Hungría, se enfermó gravemente. Él se encontraba en la frontera con Polonia cuando comenzó a sufrir un mal muy particular: cada vez que emprendía el regreso hacia Italia se mejoraba, pero cuando intentaba afirmar su viaje apostólico empeoraba, al punto que su cara se hinchaba y el estómago no lograbaretener ningún alimento. Frente a esta situación san Romualdo decidió regresar, pero dejó a sus acompañantes la libertad o de continuar el camino hacia la búsqueda del martirio apostólico, o regresar a Italia; de estos, 15 continuaron para Hungría, dos tomaron otra ruta y siete regresaron a Italia con el Maestro; ef., A. GIABBANI, L'Eremo..., 204-208.
  20. El legislador camaldulense para explicar la necesidad de la unión de este binomio monástico y apostólico recurre a la figura de Raquel, en el Antiguo Testamento, que muchas veces prefiere desear las mandrágoras, (las yerbas venenosas de gruesas raíces por sus virtudes mágicas) de Rubén, hijo de Lía. Con este recurso bíblico, el beato legislador quiere hacer notar cómo muchas veces se prefiere más las ocupaciones de las tareas exteriores que las obras del fecundo ministerio; cf., A. GIABBANI, L'Eremo..., 166.
  21. En el texto de san Pedro Damián que cita el padre Giabbani se lee; «Quisquis divinis eloquii eruditus et affluenter instructus, necesse est ut post se alios trahat ac fzlios gignat» Pedro Damiano, Vita san Romualdo, 32 c. 17; A. GIABBANI, L'Eremo...,169.
  22. Cf., A. GIABBANI, L'Erema..., 166.
  23. Los canónicos atacaban a los monjes y eremitas diciendo: «voi, monaci, e tanto piú eremiti, siete morti al mondo; che dunque v'impicciate di apostolato? Anche se sacerdoti, non potete esercitare gli uffici del sacerdozio: la vostra professione monastica ve lo impedisce»; cf., A. GIABBANI, L'Eremo...,169.
  24. Cf., A. GIABBANI, L'Eremo, 170-171; en nota 1 refiere a la obra de P. DAIVIAN, de adversus eanonicos, op. 28.
  25. Dice san Pedro Damián en la Vita Romualdo, al cap. XXXVII, que. «tanto ardore di Pare del bene alle anime stava acceso nel cuore del santo, che non contento di ció che aveva fatto, mentre stava compiendo un'opera pensava al modo di eseguirne un'altra, e dava ben a conoscere che, se avesse potuto, avrebbe voluto trasformare in eremo tutto il mondo e ridurre tutte le genti alío stato monastico»; P. CIAMPELLI, Vita di san Romualdo Abate..., 110.
  26. Entre los peligros en los que fácilmente puede caer el monje, por estar demasiado ocupado en la actividad apostólica son: no observar el ayuno, no salmodiar debidamente, no cumplir con la práctica de levantarse para la vigilia nocturna, no lograr vivir el profundo secreto de la soledad, no hacer la postración, no cumplir la ley del santo silencio, no atender diligentemente a la oración y a las lecciones. Corre el riesgo además de enfriarse en la caridad por estar ocupado en las demasiadas tareas del mundo, no vivir la castidad de la mente, perder el vigor de la paciencia, no observar las reglas de la sobriedad, violar la ley de la discreción, no lograr darse cuenta de su propio pecado y es sorprendido por la vanagloria; cf., P. DAMIÁN, Apologia de contemptu saeculi, cc. 8, 9, 11, 12,20, 21, 23, citado por A. GIABBANI, 1'Eremo..., 172-176.
  27. Cf., A. GIABBANI, L'Eremo..., 176-177,183. 31 Cf., A. GIABBANi, L'Eremo..., 176-179, 183.
  28. Cf., A. GIABBANI, L'Eremo..., 176-177,183. 31 Cf., A. GIABBANi, L'Eremo..., 177-179, 184.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

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