MISIONES DEL SIGLO XIX; Triángulo de la emergencia misionera

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El vértice superior: la reorganización de Propaganda Fide

Para recuperar la acción misionera de la Iglesia no bastaba el aporte y la buena voluntad de los diferentes estratos sociales y religiosos; es muy cierto que la animación misionera que surgió desde la base resultó de vital importancia, pero se requería el concurso de los Romanos Pontífices del período restauracionista, para que la recuperación de las misiones alcanzaran, dentro y fuera de Europa, el esplendor que habían tenido en tiempos precedentes.

Un paso importante en este proceso lo marcó el año 1814, cuando el papa Pío VII tomó la decisión de reorganizar la «inútil institución» de propaganda Fide, para lo cual nombró en el año 1814, al cardenal Lorenzo Litta (1756-1820) como su nuevo prefecto, y a monseñor Pedicini como su secretario (1814-1823), para reemplazar a monseñor Quarantottiba.

Los recién nombrados Prefecto y Secretario se dieron a la tarea de reorganizar la Congregación para que abandonara «el esquelético estado» al que la había reducido la primera invasión revolucionaria de 1798, y para que volviera a ser una institución «útil» para la Iglesia y sobre todo para las misiones, donde se encontraban obispos, vicarios apostólicos y misioneros sin recibir subsidio alguno desde hacía ya varios años. Para responder a esta necesidad, el nuevo Prefecto ayudado por con sus asesores presentó un detallado informe al Sumo Pontífice sobre la situación real del Dicasterio; en el informe se evidencia el sufrimiento de la invasión francesa, primero, e imperial después, y la grave crisis económica en la que cayó la institución llegando para la fecha a un pasivo de 30.000 escudos al año.

El Papa no dudó en responder inmediatamente al llamado que desde la central de las misiones se le hacía, y fue así como, el 19 de junio de 1817 producía el Motu Proprio: «Catholicae fidei propagationi», con el que transfería de la cámara apostólica las entradas que se debían recibir por el derecho de expolio al Dicasterio misionero. Además, en el documento pontificio se declaraba exenta a la Congregación del pago de impuesto por sus bienes inmuebles en la ciudad y fuera de ella; de esta manera, la central coordinadora de las misiones pudo continuar con su labor y Pío VII fue, desde entonces, considerado su segundo fundador.

Desafortunadamente, todo comienzo no es fácil y en la curia abundaban las necesidades de todo tipo, razón por la cual, la destinación de los fondos fue retardada y las misiones continuaron debatiéndose en medio de la penuria económica.

El ángulo inferior derecho: el restablecimiento de la Compañía de Jesús (1814)

La primavera del año 1814 marcó un momento especial para la historia de la Iglesia porque fue el tiempo del regreso del Sumo Pontífice a la ciudad del Vaticano, el cual, una vez que hubo tomado posesión de su trono se dio, por entero, a reorganizar, no sólo la sede romana y la curia, sino también la vida de la entera Cristiandad en la cual, un puesto de singular importancia lo ocupaba la misión.

El papa Pío VII era conocedor del proceso de supervivencia que los jesuitas habían tenido desde el mismo momento de la supresión, cuando la emperatriz Catalina II de Rusia se opuso a que el decreto de supresión se aplicara en sus dominios. El papa Pío VII, viendo crecer el número de los religiosos en la Rusia blanca, concedió, por el breve «Catholicae fidei» del 7 marzo de 1801, el cambio de título del padre Francisco Kareu, de Vicario General por el de Prepósito General de la Compañía de Jesús en Rusia.

El gesto del sumo pontífice significaba reconocer, prácticamente, el restablecimiento universal de la Compañía, y abrir la posibilidad para que de nuevo se extendieran por todo el mundo. Poco después, con un «breve» fechado el 30 de julio de 1804, el mismo pontífice permitía el restablecimiento de la Compañía en Nápoles, y nombraba al padre Gabriel Gruber propósito General de la Compañía en Rusia y en Nápoles. . La Congregación celebrada en Polonia en el año 1805 nombraba al padre Tadeo Brzozowski, primer propósito general de la Compañía restaurada (1805-1820). De esta manera se preparó el 7 de agosto de 1814 cuando el pontífice, ahorrándose muchos protocolos, buscó restituir a la Iglesia y a las misiones la Compañía de Jesús, lo que realizó por medio de la bula «Sollicitudo omnium ecclesiarum». El gesto del sumo pontífice encerraba varios significados, no sólo para la familia jesuítica, sino igualmente, para las órdenes religiosas que anteriormente habían sido suprimidas por la revolución y que para entonces comenzaban a recibir el beneplácito de los gobiernos de la restauración. A nivel particular, el restablecimiento para la Compañía implicaba el reconocimiento de todas sus gracias y privilegios, significaba un rechazo a las corrientes jansenistas e ilustradas que tanto habían denigrado de los jesuitas, y anulaba todo lo que contra ella se había dicho y decretado. Con el restablecimiento de la Compañía, el Papa reconocía indirectamente el importante rol de los religiosos en el campo de la evangelización. El nuevo período de las misiones no podía dejar al margen a quienes en el pasado, habían demostrado una gran capacidad de desplazamiento misionero y a quienes, por su celo y consagración, habían producido muchos frutos para la Iglesia. Además, la concepción delegataria y territorial que por entonces se tenía de la misión, enseñaba que ella era obra de los religiosos quienes deberían poder abandonar su residencia y llevar a las naciones lejanas el nombre de Jesucristo, como lo sostenía, unos años más tarde, el Marqués César Tapparelli d'Azeglio. Por estas razones, el papa Chiaramonti (Pïo VII), restableciendo a los jesuitas buscaba igualmente que se reanudaran las buenas relaciones entre los religiosos, las misiones y el Dicasterio misionero, para que así se garantizara el personal que las misiones requerían. El restablecimiento de la familia jesuítica encerraba por tanto, en el contexto restauracionista de la época, el significado de dar un estímulo a las misiones. Desde entonces, éstas comenzaron a recibir el fuego y el renovado dinamismo de la familia jesuítica, y de las demás órdenes religiosas que fueron poco a poco restauradas, muchas de las cuales sin ser directamente misioneras, se incorporaron entre los nuevos agentes de evangelización en los territorios de misión. En este contexto de colaboración religiosa en las misiones merecen una especial mención las congregaciones de hermanos educadores quienes, desde la educación promovieron una nueva faceta de la misión. Igualmente vale la pena resaltar la presencia de la mujer en las misiones y de las órdenes monásticas que por entonces comenzaron aperturas en tierras de misión.

El ángulo inferior izquierdo: decretos y normas de comportamiento misionero

En la actuación del así llamado plan de emergencia misionera, el Dicasterio de las misiones sufrió las consecuencias del lema del momento «que pocos hagan mucho» porque, como se ha dicho anteriormente, durante los primeros años de la reorganización de Propaganda Fide, no se contó con un cardenal prefecto de tiempo completo, razón por la cual mucha de su actividad de limitó, principalmente, a la erogación de reglas para que los misioneros no abandonaran las misiones, y para corregir abusos de disciplina entre los religiosos en misión.

La política misionera del cardenal Cappellari

Así estaba el lento proceso de reanimación misionera cuando se posesionó el nuevo cardenal prefecto de Propaganda Fide, quien inmediatamente se interesó por continuar la tarea implementada desde poco tiempo atrás. Entre sus acciones, lo primero que hizo fue reconocer los méritos y los límites de las decisiones hasta entonces emprendidas. Entre los méritos que se vislumbraban estaba el apogeo de las obras de cooperación misionera y del surgimiento de congregaciones, tanto masculinas como femeninas, dedicadas específicamente a la misión. Otro mérito que tenía el plan de emergencia durante ese período, fue el de lograr actuar bajo un nuevo parámetro de gobierno eclesiástico y de un nuevo paradigma misionero. El nuevo parámetro, trazado para toda la actividad de la restauración católica, consistía en guiarse por el principio de la centralización romana, y el nuevo paradigma misionero, que por entonces se encontraba en etapa de elaboración, y que era la promoción humana. Desde entonces la nueva masa de misioneros, “movidos por el amor de Cristo”, acortaban las distancias, allanaban los senderos para llegar hasta el último confín de la tierra llevando, con la gloria del Resucitado, una voz de progreso para la humanidad en la que se mezclaban sentimientos de tolerancia e intolerancia, de actitud relativista hacia las otras creencias y de absolutismo al mismo tiempo; de superioridad de la religión y de la cultura de Occidente. Entre los límites, el nuevo prefecto descubrió, que la prioridad de aquel tiempo: “reorganizar antes que proyectar”, reducía el esfuerzo de los entusiastas misioneros a la mera tarea de la recristianización del espacio geográfico y cultural europeo, más que a las misiones extra-europeas; por lo que resultaba que las misiones, máxima preocupación del pontífice, con dificultad superaban el “maxime autem ad domesticos fidei” (sobre todo hacia los hermanos de la fe), con la que el papa Pío VII había resuelto el dilema: si misioneros para China o para Francia; y limitaba el desplazamiento y la atención misionera al espacio geográfico de la Europa protestante y al Cercano Oriente. Estos límites que Cappellari encontraba en el plan de emergencia misionera, indicaban que para el Dicasterio misionero había llegado el momento de un cambio. La muerte del cardenal Consalvi concluía un ciclo en la vida de Propaganda y comenzaba, con la llegada del nuevo prefecto, un nuevo período para la institución y para las misiones. El nuevo prefecto, recogiendo los aspectos positivos que se estaban llevando a cabo con el plan de emergencia, procuró, en primera instancia, mantenerlos porque, al fin y al cabo, correspondían con su visión de la Iglesia en la que privilegiaba el primado pontificio y la centralización romana; así como la lucha por la libertad de la Iglesia; y frente a los límites, se decidió por transformarlos. De este deseo de cambiar los límites del plan de emergencia resultó la política misionera del cardenal Cappellari en Propaganda Fide, la cual comportaba tres dimensiones: un cambio de prioridad para darle mayor universalidad a la acción de Propaganda, una mejor organización del gobierno del Dicasterio, y una mayor influencia en las diferentes misiones. De esta manera nació, durante su prefectura, una nueva prioridad en el Dicasterio misionero y una más dinámica acción misionera en toda la Iglesia. La nueva prioridad que Cappellari implementó en Propaganda Fide, consistió en superar el eurocentrismo para atender a las misiones del Extremo Oriente, y de la Iglesia en Hispanoamérica, para cuyos negocios León XII lo consultaba frecuentemente. De la universalidad que Cappellari le imprimió a Propaganda Fide dan testimonio los materiales del archivo en los que se descubre cómo, cada vez que pasaban los años de su administración, aumentaban los lugares de proveniencia de informes de las misiones y de peticiones de religiosos que querían ser destinados a las misiones entre infieles. Durante su prefectura, el cardenal Cappellari se preocupó por darle una nueva organización a las misiones. Para lograrlo se dedicó a promover nuevas jurisdicciones eclesiásticas, y a mantener vivo el contacto con los misioneros y las misiones a través de las infaltables instrucciones y decretos, entre los que sobresalen: el de nombramiento de obispos, administración de los sacramentos, especialmente el bautismo, matrimonio y eucaristía; sobre la jurisdicción y administración de las circunscripciones eclesiásticas, sobre los ritos lícitos e ilícitos, etc. Resulta interesante corroborar que el alcance universal que Cappellari le dió a Propaganda Fide se veía reflejado en el destino de sus instrucciones, muchas de las cuales se dirigían hacia el Extremo Oriente, región que no le era del todo desconocida ya que durante su formación en el monasterio de Murano, estudió aquellas lenguas.

Conclusiones

El cardenal Cappellari, que del monasterio había recibido los principales criterios apostólicos para conducir su vida sacerdotal y religiosa en dimensión de servicio a la humanidad, se encontró, durante el gobierno de Propaganda Fide, frente a la necesidad de orientar y organizar, en dimensión universal, el servicio apostólico de toda la Iglesia. El aporte más significativo del cardenal Cappellari en Propaganda Fide se puede medir desde tres dimensiones: la primera fue la amplitud de horizonte que le dio a la central coordinadora de las misiones. En tiempos tan difíciles y contradictorios como el de la restauración, era fácil limitarse a impartir instrucciones y decretos, los cuales no pueden faltar en toda gestión de gobierno, para mantener y conservar la fe de los católicos que debían compartir su territorio con los protestantes. Pero él, sin desconocer la importancia de la defensa de la fe, prefirió la apertura al mundo, especialmente al Extremo Oriente e Hispanoamérica, para darle mayor universalidad a la iglesia. La segunda dimensión fue la visión de futuro. Atendiendo a la tarea de reorganizar el Dicasterio misionero y dar nuevo impulso a la actividad misionera de la Iglesia, Cappellari intuyó la importancia de actuar con firme decisión, tanto en el aspecto doctrinal como organizativo, para poder salvar la libertad religiosa y la libertad de la Iglesia, que se encontraban en serio riesgo frente al indiferentismo pregonado por la filosofía moderna, y frente a las pretensiones regalistas de los gobiernos tanto absolutistas, como republicanos. Pero para él, la visión de futuro aparece, no sólo como defensa doctrinal, sino como apertura del espacio geográfico de la acción de Propaganda. Se trataba de intuir, frente a los cambios políticos que vivía el mundo, qué comportamiento tener hacia las repúblicas hispanoamericanas de reciente fundación. Así fue como privilegió las misiones extra-europeas, convencido que en las relaciones que se establecieran con los nuevos gobiernos se jugaba el futuro de la Iglesia. En este sentido, de diálogo y apertura a lo nuevo (territorios y sobre todo gobiernos), se entienden las instrucciones enviadas para el Extremo Oriente, donde se trataba de orientar y clarificar problemas doctrinales que habían prácticamente esterilizado la acción apostólica de la Iglesia, y las orientaciones político¬-misioneras que diera para solucionar el caso hispanoamericano. En la América española la Santa Sede se encontraba como con las manos atadas para actuar frente a los reclamos patronales de la Corona de España, y a las pretensiones regalistas de los nuevos gobiernos hispanoamericanos. La tercera dimensión consistió en superar el lema que hasta entonces había guiado la reorganización y reanimación de la actividad misionera. Durante su prefectura buscó sustituir el lema de los años de la emergencia misionera «que pocos hagan mucho» por el de que «muchos hagan poco». En su concepción de universalidad y de futuro se trataba no de excluir, sino de incluir y así fue como se preocupó porque muchos trabajaran por las misiones, pero cada uno aportando desde su propia identidad. Cappellari tuvo la capacidad de convocar y de involucrar a todos (laicos, religiosos, religiosas, y hasta pastores) en la actividad misionera de la Iglesia. El fruto de esta capacidad de convocar se vio en los años sucesivos en el florecimiento de obras de caridad misionera, y de nuevas Congregaciones religiosas dedicadas específicamente a la misión ad-gentes. Por la contemporaneidad en que se dieron los dos servicios que Cappellari desplegó al interior de la curia romana y por la similitud de sus propuestas, es evidente que hubo una mutua influencia entre su gestión de gobierno en Propaganda, y su tarea de consejero en el caso de Hispanoamérica Los tres aportes que, a nuestro parecer, Cappellari le dio a la Congregación misionera, son de una parte el fruto de sus reflexiones sobre la Iglesia, y de la otra parte son la consecuencia del conocimiento de la deplorable situación en que se encontraban las misiones en el mundo, y dentro de éstas, pesaban de modo particular, las misiones de Hispanoamérica, donde reinaba el abandono, la desorientación y la falta de pastores. Las sugerencias que Cappellari le dio al Papa León XII para que hiciera frente al problema religioso, político y jurídico pastoral que con la emancipación política de España se verificó en Hispanoamérica, no son, en sustancia, muy diferentes de las prioridades con que actuó en Propaganda Fide y ambas tienen como único punto de partida la idea que la misión es responsabilidad de la Iglesia.


NOTAS


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ