MISIONES DE FRONTERA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Un territorio de frontera es un espacio en el que se produce un intercambio cultural, se cruzan diversos caminos, la frontera avanza y retrocede para volver a avanzar, se intercambia información, se asimilan aquellas novedades que interesan y se rechazan las que no aportan nada o van en contra de la filosofía de un pueblo, siempre y cuando sea posible optar por la selección.

En la frontera norte de Nueva España existe una interacción entre los españoles, recién llegados, y los pimas, habitantes de una Pimería que hasta entonces no había tenido el carácter de frontera que pone en marcha un proceso de cambio. Como dice el profesor Jiménez «las fronteras son, inevitablemente, causa de cambio cultural», motivo por el que parecería que los pimas deberían haber sufrido una mayor aculturación, que eran los candidatos ideales a asimilar cambios rápidos. Sin embargo, el proceso de aculturación entre los pimas fue particularmente lento, mientras que en la frontera meridional la interacción entre españoles y guaraníes dio como resultado una aculturación más rápida.

El precursor de los estudios de la frontera en Estados Unidos fue Frederick Jason Turner quien en 1894 expuso su teoría sobre la frontera: él y sus discípulos defendían que la población de Estados Unidos tenía su origen en un movimiento este-oeste, avanzando desde el Atlántico hacia el Pacífico. En algunos momentos otros pobladores se unirían a este movimiento pero en su esencia era anglosajón, por lo que Turner consideraba que la cultura estadounidense era de manera casi exclusiva de raíces anglosajonas.

Esta afirmación deformó la realidad, ya que en la colonización de América del Norte confluyeron diferentes oleadas, aparte de la que defendió Turner que, efectivamente, fue la más importante pero no la única.

La importancia de la impronta cultural española fue detectada por Bolton, el principal discípulo de Turner. Surgió entonces una nueva escuela de interpretación histórica de la frontera, que arrancó en una primera fase en 1907, con el descubrimiento de los «Favores celestiales» de Eusebio Kino, y se afianzó a partir de 1921 con la publicación de un artículo de Bolton, «The Spanish Borderlands», en el que el autor analizaba los conflictos surgidos al colisionar dos fronteras en el suroeste de Estados Unidos en el siglo XIX: los españoles que avanzaban hacia el norte y los angloamericanos hacia el este.

Más que resolver la cuestión, lo que hizo Bolton fue plantear un campo de estudio que hasta entonces no había sido investigado. Fue este autor quien acuñó el término «borderlands», un término amplio que incluye claramente el suroeste de los Estados Unidos, desde Texas hasta California, aunque hay autores que incluyen todo el sur, desde Florida y la Luisiana. Otros autores incluyen también las provincias mexicanas del norte. Los estudios fundamentales sobre la frontera norte corresponden a Bolton, y a su discípulo Bannon.

LAS MISIONES JESUITAS EN AMÉRICA

La misión de frontera poseía unas características propias que la diferenciaban de las misiones del interior. La misión de frontera se convirtió en el punto más avanzado de la Corona española en diferentes áreas fronterizas de América, desde las reducciones jesuíticas del Paraguay a las más modestas del norte de Nueva España. Donde las expediciones militares habían fracasado, como el caso de la conquista de la Baja California, allí los jesuitas eran capaces de levantar una misión y permanecer. Donde no existía población permanente española por falta de protección militar y ataques apaches, allí estaban en el confín de la América Septentrional y Meridional fundando una misión tras otra.

De esta forma, los jesuitas realizaban conquistas espirituales y territoriales al mismo tiempo, avanzando así las fronteras del imperio español. Es por eso que el padre Kino, el fundador de las misiones de la Pimería y California, se dirigió en varias ocasiones directamente al monarca para atraer su atención sobre estos territorios lejanos apelando a las ventajas económicas y políticas que podían suponer para la Corona.

Los misioneros eran conscientes de que para cumplir su' misión evangelizadora debían contar con el apoyo del poder civil. Sin embargo, la Pimería era el punto más septentrional del imperio español y la lejanía y desconocimiento del territorio fueron causa de que no constituyera una prioridad para la Corona, que debía mantener y extender otras fronteras en otros puntos de su vasto imperio. El pionero de la Pimería tuvo que actuar en solitario la mayoría de las ocasiones, pero no por eso dejó de intentar a lo largo de su vida atraer la atención del monarca a este punto lejano.

La situación en el sur no fue tan problemática en este sentido, que recibió un apoyo mucho más claro, tanto por parte de la Corona como de la Compañía de Jesús, debido a su importancia estratégica y económica. Así Kino iba avanzando por territorios nunca antes pisados por ningún europeo y fundando rancherías y misiones a las que regresaba cuando tenía ocasión. En las misiones construía pequeñas iglesias de adobe o madera, con una modesta edificación anexa -tan diferentes de las sólidas construcciones en piedra de las reducciones-, esperando la llegada del padre que un día pudiera ir a ocuparla.

Pero no todos podían permanecer en la misión de frontera. Las condiciones de vida eran muy duras y eran muchos los misioneros que morían o que debían abandonar por enfermedades, a veces achacadas a los hechiceros. Por este motivo, a lo largo del período de presencia jesuita en la Pimería (1687-1767) fueron numerosos los momentos en que un solo misionero -o dos o tres, en el mejor de los casos- tuvo que hacerse cargo de tan extenso territorio. Por el contrario, las misiones jesuíticas en Paraguay se convirtieron en destino preferente para la Compañía.

Además de estas diferencias entre el norte y el sur dentro de los territorios de la Corona española, hay que señalar las diferentes pautas en la expansión de fronteras entre Francia, Inglaterra y España. Los hombres de frontera angloamericanos y franceses, que apenas estaban sujetos a leyes, disfrutaron de una libertad de la que carecieron los españoles. A los primeros lo que les movía a avanzar hacia el oeste era la ganancia personal e individual, de lo que es claro ejemplo el comercio desarrollado por los franceses.

Por el contrario, en la frontera española todo estaba estructurado, cada uno tenía un papel asignado y cada paso estaba medido. Y por supuesto el mestizaje constituyó una diferencia fundamental. En la frontera española los indios no sólo formaron parte de la vida cotidiana, sino que en muchos casos fueron el centro y el motivo que movía a los españoles, a los misioneros principalmente, a dirigirse a su territorio.

Por otra parte, la frontera española fue más defensiva que ofensiva -tanto en el norte como en el sur-, a diferencia de la frontera angloamericana, debido a su enorme extensión y al importante gasto que los presidios del norte y las tropas militares suponían para la Corona. Cada potencia tenía sus propias instituciones de frontera. Las misiones fueron características de la expansión española, no sólo por sus evidentes aspectos religiosos, sino también por su significado político y social.

La política colonizadora española concentraba a los indios en una residencia fija para poder ser convertidos e instruidos en unos casos y explotados, en otros. En la frontera sur, las misiones o reducciones jesuitas surgieron junto a las encomiendas, como alternativa a éstas para evitar los abusos. En la frontera norte la encomienda fue sustituida por la misión, de modo que las dos instituciones propias de la frontera septentrional en América fueron los presidios y las misiones, destacando el carácter temporal de éstas, ya que en teoría transcurridos diez años desde su fundación debían transformarse en parroquias. Aunque esta ley se basaba en la experiencia en otros pueblos de México, América Central y Perú, en el norte quedó demostrado que este período era insuficiente. Mientras los indios estuvieran bajo la tutela de los jesuitas, sus tierras y sus derechos estaban seguros frente a la avaricia de los colonos. Existía una gran presión para secularizar las misiones por parte de algunos obispos, del gobierno que quería recaudar impuestos y de los colonos para apropiarse de las tierras de los indios y poder explotarlos como mano de obra barata.

Este hecho fue el origen de múltiples enfrentamientos entre colonos y jesuitas. Por tanto, la misión fue una institución propia de la expansión española, mientras que el presidio no fue una institución exclusiva española, ya que ingleses, franceses y portugueses fundaron sus propios fuertes.

La institución colonial de la encomienda se desarrolló en Paraguay a partir de 1555. Los pueblos eran encomendados a españoles con los privilegios de poder imponerles trabajo y tributos, a cambio de la obligación de cristianizarlos. Pero los abusos surgieron pronto. Los tributarios o «mitayos» estaban obligados a pagar la «mita» para lo que debían trabajar dos meses al año en las encomiendas. Sin embargo, los encomenderos les obligaban a hacerlo varios meses más e, incluso, todo el año.

Aunque los jesuitas se vieron obligados a tolerar la existencia de las encomiendas, consiguieron que la mayor parte de los indios de sus reducciones quedaran exentos de trabajar en las encomiendas, por lo que muchos guaraníes aceptaron las reducciones como vía escapatoria a la esclavitud. Esta situación les acarreó multitud de problemas con los encomenderos durante todo el período colonial. De este modo, la Compañía llegó a jugar un papel importante en los conflictos entre la Corona y los colonos.

Los conflictos con los encomenderos surgieron desde el primer momento por el choque de intereses tanto en Paraguay como en la Pimería. Los encomenderos reclaman esa mano de obra barata que les niegan las misiones y codician las plantaciones de yerba mate y el ganado. Además, el desarrollo de las reducciones hizo que éstas se convirtieran en competencia comercial pues ofrecían sus productos a precios más competitivos. Por otra parte, el poder civil utilizaba las milicias indígenas para sofocar las rebeliones de criollos.

Todo este conjunto resultó, obviamente, motivo de choques continuados a lo largo del período de presencia jesuita en Paraguay. Además, la Compañía denunció en varias ocasiones estos abusos, motivo por el cual fueron expulsados por los vecinos de Paraguay hasta en cuatro ocasiones, antes de la expulsión definitiva, en 1612, 1649, 1724 y 1732. . Según algunos autores, esta misión de frontera se vería favorecida al coincidir los intereses de la Iglesia con los de la Corona, afirmación que parece más evidente en Paraguay que en la Pimería. Pero ¿fue esto realmente cierto? Podríamos pensar que si así fuera el padre Kino no habría estado durante casi veinticinco años pidiendo padres para la Pimería. Bien es cierto que recibió varias cédulas reales tanto de Carlos II como de Felipe V, a pesar de lo cual la situación cambió poco.

Hay que señalar que la labor del jesuita sirvió como punto de partida a fray Junípero Serra en su expansión hacia el norte de California y que el político Gálvez, en la segunda mitad del siglo XVIII, pondrá en práctica algunas de las ideas de Kino. Aunque a Kino le movían ideas religiosas y a Gálvez políticas.

José de Gálvez llegó por primera vez a Nueva España en agosto de 1765 y en 1776 fue nombrado secretario de Indias por Carlos III, instituyendo la Comandancia General de las Provincias Internas. En esos años Sonora pasará a convertirse en el eje de la política de la Corona en Nueva España y será el punto de partida para la expansión por el Pacífico. Pero Kino no tuvo un Gálvez que le apoyara como lo tuvo fray Junípero.

El plan de pacificación de Gálvez para Sonora, que quedó incompleto, se debió más a la labor personal de un político que a una política dirigida desde la Corona española. Por tanto, es posible plantear ciertas dudas a la afirmación de Kessell, al menos en el caso de la misión de frontera de la Pimería. Es más, podemos afirmar que la conquista de la Pimería fue obra de un grupo de jesuitas encabezados por Kino y no respondió a ningún plan de expansión promovido por el poder político.

Aunque en ocasiones coincidían los intereses políticos y religiosos, en el caso de la Pimería su aislamiento geográfico fue determinante para que la Corona no siempre respondiera a las solicitudes de los misioneros. En la política de la Pimería concurrieron muchos factores: inseguridad de la zona, escasez de población, enfrentamientos entre los colonos de Sonora y los jesuitas, acusaciones y rumores que, precisamente debido a las enormes distancias, retrasaban y modificaban las actuaciones de la Corona.

Estos mismos aspectos -excepto el factor demográfico- pueden ser también aplicados a la situación en las reducciones guaraníes, donde los jesuitas también hubieron de hacer frente a falsas acusaciones continuadas, motivadas por el choque de intereses económicos con los colonos y donde a partir del siglo XVIII se produjo un nuevo choque, esta vez con el poder Borbón que, aunque no de manera continuada, desembocaría en la expulsión de la Compañía de Jesús de todos los territorios españoles.

Sí es cierto que la coordinación entre el poder religioso y temporal es un hecho demostrable en América y que en los siglos XVI y XVII no sólo los religiosos eran evangelizadores; también lo eran gobernantes y soldados, impulsados por el carácter evangelizador que desde los tiempos de los Reyes Católicos se había impreso a la actividad descubridora. A pesar de los abusos que se dieron, la obra evangelizadora de España en América fue posible gracias a la colaboración entre Estado e Iglesia. Pero en el caso de la Pimería no siempre coincidieron los intereses de ambas instituciones.

El aislamiento geográfico de la Pimería y California y su falta de riquezas influyó de manera clara en las decisiones de la Corona. La península tuvo que esperar a un cambio geoestratégico en la segunda mitad del siglo XVIII para que llegara la verdadera ayuda, con motivo de la amenaza de la expansión rusa desde Alaska hacia el sur a lo largo de la costa pacífica. Entonces, Gálvez organizó una expedición defensiva a la Alta California con Gaspar de Portolá al mando. Irá acompañado por fray Junípero Serra, que podrá aprovechar la situación para fundar varias misiones hacia el norte: en este caso existe una clara coincidencia de los intereses políticos y religiosos. O más que coincidir, podría decirse que los franciscanos supieron aprovechar esta situación de expansión defensiva hacia el norte. Portolá descubre la bahía de San Francisco, y Juan Anza abre una ruta por tierra desde Sonora hasta las costas del Pacífico, como ya había querido hacer Kino, adelantándose a su época.

Paraguay, por el contrario, no era un territorio aislado geográficamente, pero respondía al carácter fronterizo propio de los jesuitas, tanto por su carisma como por el hecho de que al llegar, tardíamente, otras zonas ya estaban ocupadas por diferentes órdenes religiosas. Del mismo modo que las misiones pimas actuaron como barrera entre las poblaciones españolas y los apaches, las reducciones actuaron como barrera contra la expansión portuguesa.


CONTEXTO HISTÓRICO Y LAS MISIONES DE LA FRONTERA NORTE

Establecer los límites del territorio es complicado, puesto que nos referimos a una frontera en constante movimiento. De forma aproximada se puede decir que la Pimería limitaba al sur con el río Magdalena, al norte con el río Gila, al este con el río San Pedro y al oeste con el golfo de California y el río Colorado. Ocupaba parte de los actuales estados de Arizona y Sonora.

En la actualidad, este territorio corresponde en parte a Estados Unidos (Arizona) y en parte a México (Sonora), ya que tras el Tratado de Gadsden en 1853 la frontera separó el territorio, quedando una parte de los indios pápagos en territorio estadounidense y otra parte en territorio mexicano.

En la época de Kino recibía también el nombre de «Pimería Alta» para distinguirla de la «Pimería Baja» donde vivían los pimas bajos, al sur de los indios ópatas, en Sonora. La Pimería es un zona árida, con desiertos y zonas fértiles en los márgenes de los ríos. Las lluvias son ligeras y se dan en diferentes épocas del año, lo que crea una diversidad de ecosistemas que da lugar, por tanto, a diferentes modos de vida y patrones de asentamiento.

Pápagos, pimas y sobaipuris pertenecían a la misma familia. De hecho, aunque en la Pimería existían diferencias culturales entre los diversos grupos, hablaban lenguas similares, del tronco uto-azteca, y compartían modelos sociales y económicos. Las diferencias venían marcadas especialmente por el ecosistema y el hábitat, ya que los sobaipuris de San Pedro eran el pueblo más guerrero de la Pimería por su proximidad a los apaches.

Los pimas del río Gila eran sedentarios y vivían principalmente de la agricultura que se practicaba en la zona desde tiempos remotos. Todavía hoy se conservan los restos de canales empleados para el riego que los pimas heredaron de los hohokam, pueblo que parece ser el antepasado común de pimas y pápagos. Los pimas vivían en rancherías, pequeñas aldeas en los márgenes del Gila. También se dedicaban a la caza, la pesca, la recolección, el comercio con tribus vecinas, tejían algodón y producían cerámica y cestería. El desierto condicionaba la vida seminómada de los pápagos, donde vivían en verano, al ser época de lluvias y poder cultivar. El resto del año emigraban al pie de las montañas para vivir de la recolección y la caza. Los pápagos se llamaban a sí mismos «gente del desierto», «tohono o' otam».

Es posible que Cabeza de Vaca y los tres hombres que le acompañaban desde Florida, en su deambular tratando de alcanzar algún lugar donde hubiera españoles, llegaran hasta el río Gila y desde allí hubieran descendido hacia el suroeste, aunque no se puede afirmar que realmente llegaran a atravesar territorio pima. Parece ser que los primeros contactos de los indios de la Pimería con los españoles datan de 1538 y 1540, durante las expediciones de Francisco Vázquez Coronado, gobernador de la provincia de Nueva Galicia, y fray Marcos de Niza que buscaban las míticas Siete Ciudades de Cíbola, aunque no está claro que la expedición llegara hasta Casa Grande.

Con seguridad bordearon el río Mayo y alcanzaron el sureste de la actual Arizona. Es posible que en esta época los habitantes de la zona fueran ya pimas, pero no se puede asegurar con total certeza. Coronado dice en su relato que al norte de Nueva España no había oro ni riquezas, lo que demoraría la ocupación de estas tierras. Es importante tener en cuenta el papel que jugaron las leyendas sobre tesoros y riquezas a la hora de organizar las exploraciones.

Hernando de Alvarado se unió a la expedición de 1540 y llegó al territorio de los pueblo, donde oyó hablar de Quivira, una tierra de enormes riquezas hacia el norte, pero después descubrirían que esta información era falsa y tenía la intención de hacer marchar a los españoles. La ausencia de tesoros alejó el interés de la frontera norte.

En 1598, Juan de Oñate, propietario de minas, se dirigió hacia el norte al frente de un grupo de colonos que se establecieron a lo largo del río Grande en Nuevo México (entre ellos el cronista Gaspar de Villagrá). Pero pocos años después, la Corona perdió el interés en este proyecto al pasar el peligro de la invasión inglesa, puesto que en 1578 los ataques inesperados del corsario Drake en la costa oeste de Nueva España habían hecho que la Corona se movilizara para proteger sus fronteras en el norte. En cualquier caso, habría que esperar un siglo a que llegara un hombre blanco al territorio de los pimas gileños.

No se tiene información escrita de contactos hasta la llegada del padre Kino. Cuando el jesuita contactó con los pimas está claro que ya llevaban asentados en la zona un tiempo. En 1694 llegó hasta las ruinas de Casa Grande con guías nativos que le habían hablado de su existencia, aunque desconocían su origen. Kino consiguió que las autoridades enviaran una expedición en 1697 al río Gila, en la que participó también Mange. Regresó en sucesivas entradas en 1698, en 1699, en 1700 por una nueva ruta y en 1702, su sexto y último viaje.

El jesuita bautizó a unas 40.000 personas, pero como sus estancias no eran largas, la duración de su influencia en el extremo norte no debió de ser muy grande. Los jesuitas llegaron a Nueva España en 1572 -a la Pimería en 1687, más de un siglo después por su carácter de tierra incógnita- y a Paraguay en tomo a 1588, donde fundaron la primera misión en 1610.

Una de las primeras misiones novohispanas se situó en territorio chichimeca, San Luis de la Paz, con muy buen resultado, por lo que comenzaría una expansión por el noroeste de México, es decir, por la provincia de Sinaloa. Esta zona ya había sido visitada con anterioridad por los franciscanos, pero había sido abandonada por levantamientos indígenas. En 1590 se fundó una misión en el actual estado de Durango, donde también habían trabajado los franciscanos.

La actividad misionera en la zona fue avanzando hacia el norte en dos columnas paralelas. Los jesuitas ocuparían la parte más occidental, cubriendo Sinaloa y sur de Sonora, y los franciscanos la parte central. Así los jesuitas fundaron veintisiete misiones en Sinaloa entre 1614 y 1620. En la zona ocupada por los pimas bajos y ópatas establecieron cuarenta y seis pueblos entre 1619 y 1653.

Desde esa fecha hasta 1680 hubo poco avance al no llegar misioneros de España, pero a partir de 1687 la evangelización en el noroeste de Nueva España cobraría un nuevo impulso con la llegada del padre Kino a la Pimería, que fundó unas veinticinco misiones y pueblos siguiendo el curso de los ríos Magdalena, Santa Cruz y Altar. A lo largo del siglo XVII, los jesuitas se introducirían también en Durango y Chihuahua donde los resultados no fueron tan espectaculares, pero sí importantes. Eusebio Kino emprendió su viaje hacia América en 1678, partiendo de Génova hacia Cádiz, viaje del que se conserva su diario y que envió al provincial de Alemania, pero Kino no llegaría a su destino hasta tres años después, tras dos años de espera en Sevilla más un posterior naufragio en julio de 1680 frente al puerto de Cádiz, que supuso una demora de seis meses más. Finalmente, llegó a México a principios de mayo de 1681.

Sus conocimientos en cartografía y matemáticas le convirtieron en candidato ideal para participar en la nueva expedición que se estaba organizando a California, bajo el mando del almirante Isidro de Atondo y Antillón. El Archivo General de Indias conserva gran cantidad de cartas del virrey al rey acerca de los preparativos de esta expedición, junto con autorizaciones y el apoyo a esta empresa, así como el desarrollo de ésta y los motivos de la suspensión.

El interés de la Corona por estas tierras había llevado a la organización de diversas expediciones. Kino en su obra principal las recogió cronológicamente, desde su descubrimiento en 1533 por Hernán Cortés, hasta su llegada con Atondo y la posterior y definitiva conquista espiritual con los padres Salvatierra y Piccolo.

Existe un interesante manuscrito anónimo de finales del siglo XVIII en el Museo Naval, que relata minuciosamente todos los pormenores de la expedición Atondo a California, además de abundante correspondencia sobre la expedición que se conserva en el Archivo General de Indias, por lo que parece claro que la conquista de estas tierras era un asunto que despertaba el interés de las autoridades.

Sin embargo, tras tres años de permanencia intermitente en California, la expedición se vio frustrada por la falta de apoyo económico de la Corona española. Una real cédula del 22 de diciembre de 1685 exigía la devolución de la dotación económica que había concedido previamente el rey y que ahora necesitaba para hacer frente a los conflictos bélicos que se estaban desarrollando en Europa. Kino y Atondo tuvieron que renunciar a su sueño de regresar a California en su planeada tercera expedición.

En cualquier caso, Kino dejó su huella en California: había entrado en contacto con varios grupos de indios, había comenzado la evangelización y había construido una iglesia, asentando así los cimientos de la presencia jesuita en estas tierras. El resto de su vida intentaría regresar, sin conseguirlo, pero de aquí nacería su plan: unir las misiones de la Pimería y de California por el paso por tierra que debía hallar.

La experiencia californiana marcó toda la actividad posterior de Kino. Tras ser suspendida la expedición californiana, Kino solicitó ir a trabajar con los indios seris pero su destino sería otro: la Pimería. En febrero de 1687 llegaba a la misión de Oposura, en Sonora, y desde allí partiría con el padre José Aguilar y el padre visitador Manuel González, que era quien había solicitado un misionero para evangelizar a los pimas, a su nuevo destino: el pueblo de Bamotze o Cosari, que recibiría el nombre de Nuestra Señora de los Dolores, a donde llegaron el 13 de marzo de 1687.

La prioridad de Kino fue la conversión de los pimas, pero también conseguir la autosuficiencia de las misiones que quería fundar, siguiendo el esquema organizativo jesuita. Una herramienta importante con la que contaba para poder iniciar su labor era una cédula real del entonces monarca Carlos II, fechada el 14 de mayo de 1686, que eximía durante veinte años a los indios convertidos de trabajar en minas y haciendas.

Este hecho fue uno de los motivos que dio lugar a problemas con los españoles, por colisionar con sus intereses económicos. De hecho, para lograr que esta cédula se cumpliera, Kino la presentó al escribano real, D. José Antonio de Calleja en la ciudad de Guadalajara, quien recogió la denuncia del jesuita, «misionero nombrado para la reducción de gentiles y conversión a nuestra sancta fe de los Seris, Huaymas y Pimas en la provincia de Sonora Reyno dela Nueva Vizcaya ( ... ) dice que unos Alcaldes mayores y demás Justicias de esta provincia con título de repartimiento de sellos involuntariamente hacen sacar los Indios para el servicio de las minas, aun antes de estar bapicados (sic) contra diversas cédulas de V. Real persona, por cuya violencia se aterrorizan y huyen de la reducción del santo evangelio ( ... ) demanda se le despache una Real provisión para que ninguno de los alcaldes mayores sus thenientes ni otros ministros de Justicia lleven hagan llevar no consentir que lleven ningún indio de los que fueron nuevamente convertidos y reducidos a nuestra sancta fe catholica ( ... ) para el servicio de las minas de esta Provincia hasta que ayan pasado cinco años de sus conversiones».

En este documento no figura la fecha, pero aparecen varios documentos escritos uno a continuación del otro, que permiten situarlo a finales de 1686, ya que el anterior a éste es del 29 de octubre de 1686 y el posterior tiene fecha de 16 de diciembre de 1686, firmado por el licenciado Cristóbal de Palma y Mesa, «del Consejo de su Magestad», certificando que Kino ha presentado ante él la cédula.

A continuación D. Antonio de Zevallos, «señor oydor fiscal», con fecha 6 de marzo de 1687, escribía la resolución a la petición de Kino, donde se ordenaba que se aplicara la exención a la que hacía referencia la real cédula y decía que esta petición del jesuita iba a ser comunicada al «Alcalde mayor y Capitán de guerra de la Sonora y todos los demás Juezes y Justicias de su districto la guarden y cumplan y en su cumplimiento y por el tiempo delos 20 años que espera no obliguen a los Indios Gentiles, que buenamente se reduxeren a nuestra Sancta Fe catholica a que salgan de ninguna manera, ni con pretexto alguno a servir en Minas ni Haciendas antes bien les [una palabra ilegible] que por el termino referido no han de tributar ( ... ) y a el Padre Eusebio Francisco Kino le den el [una palabra ilegible] favor y ayuda que pidiere y necessitare para que facilite su aplicación y celo en la conversión de las naciones de los Indios Gentiles (... ) ».

Camino de Dolores, los tres jesuitas se detuvieron en San Juan, la capital, para mostrar la cédula también a Castillo, el alcalde mayor de Sonora, tratando de evitar posibles problemas. Existía ya una cierta población española en Sonora, aunque no en su extremo norte, que empleaba a los indios como mano de obra barata. El gobernador de Sonora respetó el contenido de la cédula, de manera que, a pesar de que esta cédula pudiera ir contra los intereses de los españoles allí establecidos, Kino no encontró oposición declarada, pero sí encubierta a través de falsos rumores continuos.

Él denunció estas contradicciones y, aunque no dijo nunca de quién partían, es claro suponer que estaban originadas por algunos españoles. En una ocasión habló de «cierta persona principal», pero sin añadir ningún dato que pudiera ayudar a identificar a los autores de las calumnias. Está claro que la presencia de los jesuitas en Sonora entorpecía sus intereses económicos y la posibilidad de explotar a los indios.

El conflicto de intereses entre jesuitas y europeos no fue una situación exclusiva de la Pimería, sino por el contrario un hecho extendido en todas las zonas de actuación de los jesuitas en América, como claramente sucedió también en Paraguay. Un precedente próximo a Kino fue la difícil relación entre jesuitas y españoles en Sinaloa y Sonora en muchos momentos del siglo XVII.

Unos y otros tenían sus razones. Los jesuitas consideraban que los españoles eran avariciosos y éstos a su vez interpretaban la actuación de los jesuitas en defensa de los indios como una interferencia en el comercio y desarrollo de la región, al no poder competir contra ellos. Las primeras misiones serán San Ignacio de Caborca, a diez leguas al poniente de Dolores, San José de los Himeris y Nuestra Señora de los Remedios, a siete leguas al norte de Dolores, todas ellas fundadas sobre pueblos ya existentes.

Kino destaca en sus escritos la actitud afable de los indios y el buen recibimiento de que es objeto. Irá fundando varias misiones y visitas: Santa María Magdalena, San Miguel del Tupo, San Pedro del Tubutama, San Antonio del Oquitoa, San Lorenzo del Saric, San Ambrosio del Tucubavia, Santiago de Cocóspera, Guevavi, San Cayetano de Tumacácori ... todas ellas fundadas entre 1687 y 1690. La misión más septentrional es San Xavier del Bac, una ranchería de unos 800 habitantes, a donde llega por primera vez en septiembre de 1692.

El primer viaje a Casa Grande, al norte del Bac, lo realiza en noviembre de 1694, con una escolta militar. Llega hasta las naciones opa y cocomaricopa, que hablan una lengua diferente de los pimas, la yuma, y con ayuda de los intérpretes escribe un diccionario yuma y un mapa de la zona que no han sido hallados. Kino emprende esta entrada porque varios indios le habían hablado de la existencia de las ruinas de Casa Grande y quiere ver personalmente esas construcciones que no existen en ningún otro lugar de la Pimería.

Comprueba que se trata de un gran edificio de cuatro plantas, alrededor del cual se distribuyen las ruinas de varias edificaciones, restos de lo que debió de ser una gran ciudad. En la época era como una especie de santuario para los pimas. Las entradas que llevó a cabo son las siguientes:

Hacia el norte: 130 leguas hasta Casa Grande y el río Gila. Hacia el oeste: 70 leguas hasta el mar de California. Hacia el noroeste: más de 200 leguas hasta el remate de la mar de California en la desembocadura del río Colorado, demostrando que California era península y no isla, y que el paso por tierra estaba a 32 grados. Son catorce las entradas realizadas para demostrar este descubrimiento.

El resultado es que en estos años quedaron reducidas 30.000 almas, de las que 16.000 eran pimas y el resto cocomaricopas, yumas, quiquimas, sobaipuris y otros pueblos. Así, a lo largo de veinticuatro años, el padre Kino realizó más de cuarenta entradas -acompañado en algunas ocasiones por otros padres y militares, la mayoría de ellas acompañado sólo por indios y capitanes y gobernadores pimas- con el propósito de unir misiones pímicas y californianas por el paso por tierra que debía descubrir, a pesar de la creencia generalizada de que California era isla.

Plasmó sus descubrimientos geográficos en mapas, los primeros exactos de la zona, que se convirtieron en referente durante más de un siglo. Kino en sus mapas detalla los nombres de los ríos, mares, montañas, misiones, visitas y rancherías; pero también, y en letra más grande, los nombres de los pueblos indios que las habitan, hace anotaciones y escribe fechas. Señala dónde hay agua para que futuros exploradores sepan donde poder encontrarla en zonas donde puede ser escasa. Para llevar a cabo sus cálculos y mediciones, correctas en su mayoría, utilizó el astrolabio, la brújula y el catalejo, que en ocasiones construyó él mismo.

En total se conservan unos treinta mapas de Kino, pero sabemos que realizó otros que no se han encontrado. En un principio destaca más por su aportación a la cartografía que por su aportación literaria. Indudablemente, el valor de sus mapas es incontestable y, en cambio, la mayor parte de sus escritos está en castellano, que no era su lengua materna. Así como el reconocimiento a su obra cartográfica fue inmediato, la importancia de su obra escrita data del siglo pasado por su valiosa aportación a la historia de Sonora.

La expansión de las misiones de la Pimería fue rápida gracias al empuje y al empeño personal de Kino, y se convirtieron en el punto más avanzado de la Corona española en la frontera norte. A su muerte, en 1711, las misiones del norte de la Pimería quedaron abandonadas durante veinte años por la falta de misioneros. La actividad misionera seguía, pues, presente en la Pimería, pero la zona norte en tomo al Bac había quedado abandonada hasta que en 1732 llegaron, escoltados por el capitán Anza, los padres que el obispo de Durango había solicitado directamente al rey: Grazhoffer, Segesser y Keller.

Sin embargo, la obra de Kino no se perdió y la evangelización continuó hasta la expulsión en 1767, aunque no logró superar los límites que había dejado establecidos el fundador. Kino marcó el inicio de una era en la historia de la Pimería y de los pimas. Su muerte no supuso el fin de la presencia española en la zona; por el contrario, la obra que él había iniciado vio su continuidad.

En estos años la inseguridad irá en aumento a causa del incremento de los ataques apaches y de la ineficacia de la política militar, de modo que los misioneros intervendrán en la solicitud de mayor ayuda militar. La política militar adquirirá una importancia inédita hasta entonces, pero se demostrará poco adecuada en la mayoría de las ocasiones. Visitadores civiles recorrieron la Pimería, que iba adquiriendo una mayor importancia geoestratégica, estableciendo un intento de línea defensiva.

No obstante, en otros aspectos el escenario no cambia demasiado y se mantendrán los problemas a los que hubo de enfrentarse Kino: pocos misioneros, falsas acusaciones, choque de intereses con el poder civil local y el debate acerca de la peninsularidad de California.

A pesar de que Kino había llevado consigo a México el mapa Tabula Geographico-Horologa (1664) de su profesor Adam Aigenler, en el que California aparecía como península, era tal el convencimiento general de que en realidad era isla que Kino cambió su opinión inicial y empezó a dibujar California como isla. Sin embargo tenía dudas, por lo que organizó diversas expediciones para demostrar que era una península, tal y como le había enseñado su maestro. El mapa Paso por tierra de 1701 es el primero exacto de la Pimería y durante más de un siglo fue el principal mapa que existió sobre esa región. Kino quería con este trabajo dejar clara la peninsularidad de California. Fue publicado en vida del autor, en 1705.

CONTEXTO HISTÓRICO Y LAS MISIONES DE LA FRONTERA SUR

El río de la Plata fue descubierto por Juan Díaz de Solís en 1516. Posteriormente, en 1527, estas tierras fueron exploradas por Sebastián Cabot y el proceso de colonización comenzó en 1535 con Pedro de Mendoza, de modo que Buenos Aires fue fundado en 1536 y Asunción un año después, por Juan Salazar de Espinosa, aunque hubo de ser abandonada en 1541, para ser refundada en 1580.

Cuando Cabot llegó a Pernambuco en 1526, escuchó historias sobre grandes riquezas. Estas noticias provenían sobre todo de Alejo García, superviviente de la expedición de Solís, que con unos cuantos europeos se había unido a un grupo de guaraníes en un ataque a la frontera inca. Sin embargo, en Paraguay no se explotaron los metales. Los objetos de oro y plata que encontraron los españoles de la expedición de Solís entre los guaraníes y otros indios de la región procedían de los incas.

A finales del siglo XV, bandas de guaraníes atravesaron el Chaco y atacaron a los indios chané en la frontera inca. Algunos de estos guaraníes se establecieron en los territorios conquistados y otros regresaron con su botín. Este es el origen de los objetos de oro y plata que se hallaron en la región del Río de la Plata y que despertó la ambición de los europeos. Por tanto, Cabot, pensando que había alcanzado El Dorado, desistió en su intención de llegar a las Indias Orientales, estableció el fuerte Sancti Spiritus –que fue abandonado dos años después por los ataques indios- y decidió seguir el curso del río de la Plata, con el convencimiento de que encontraría grandes cantidades de materiales preciosos.

Aunque la expedición fue un fracaso, a ésta siguieron otras expediciones como la del adelantado Pedro de Mendoza en 1536, a la que se unieron 1.200 hombres, entre los que se encontraban Pedro Hernández, cronista de la expedición de Cabeza de Vaca, y el bávaro Ulrico Schmidl, cronista a su vez de esta expedición. Al mando iba Juan de Ayolas que también atravesó el Chaco en 1538 y regresó con oro y plata pero, al llegar al río Paraguay, la expedición fue masacrada por los indios payagua.

En estos primeros contactos, los guaraníes vieron en los españoles unos perfectos aliados para sus ataques a la frontera inca. Cuando Cabeza de Vaca -el mismo que había recorrido el sur del territorio pima- luchó contra los guaycurús en 1542, tenía un ejército auxiliar de diez mil guaraníes. Domingo de Irala recibió la ayuda de 2.000 guaraníes en 1548 y otros tantos se incorporaron a la expedición de Nufrio de Chaves en 1558.

Sin embargo, cuando los indios comprendieron que los españoles habían llegado para quedarse, se rebelaron contra Cabeza de Vaca y sus hombres, que habían empezado a abusar de su alianza y a utilizarlos como mano de obra barata. Las tropas auxiliares jugaron también un papel fundamental en la defensa militar de la frontera norte, pero ya más tarde, en el siglo XVIII.

En la región de Asunción, los pueblos originales fueron sustituidos por las misiones que establecieron los franciscanos en torno a 1580, pero muchas fueron destruidas por los «bandeirantes». Fray Luis de Bolaños fundó la primera misión franciscana, Altos, en 1580. D. Francisco de Alfaro, oidor de la Audiencia de Charcas, estableció una regulación para eliminar el sistema de servidumbre que se había impuesto al margen de la ley, para lo que llevó a cabo un viaje de inspección en 1611. Sin embargo, la consecuencia inmediata fue una revuelta de los encomenderos y finalmente las reformas no se llevaron a cabo.

A principios del siglo XVII, el Río de la Plata constituía una zona marginal porque estaba mal comunicada, no tenía recursos minerales ni riquezas, y además los indios no eran sumisos. El área de Guairá estaba perdiendo su población española por la presión india y los movimientos mesiánicos, que suponían una herramienta de resistencia contra los invasores. El gobernador D. Hernando Arias de Saavedra, conocido como Hernandarias, primer criollo que ocupó la gobernación de Paraguay, siendo consciente de la dificultad de colonizar estas tierras, dio su apoyo a los jesuitas. A las autoridades civiles les interesaba su obra pacificadora para ocupar zonas apartadas, algo que de otra manera hubiera resultado mucho más costoso. Por tanto, aunque desde el primer momento los jesuitas se opondrán abiertamente al sistema de encomiendas, no por ello dejarán de formar parte del sistema colonial.

En 1604 se fundó la provincia jesuita del Paraguay, formada por las regiones del Río de la Plata y Chile. Más tarde, en 1625, Chile pasó a formar una provincia dependiente de Perú. El padre Diego de Torres Bollo, que hasta entonces había sido superior de la misión de Juli en el lago Titicaca, fue nombrado Provincial. En 1607 salió el primer grupo de jesuitas desde Lima para dirigirse a Paraguay.

El padre Diego de Torres sabía por su experiencia previa de la dificultad de desarrollar las misiones en las zonas de encomiendas, por lo que desde su nuevo puesto las denunció. Consideraba que reducciones y encomiendas «eran dos sistemas incompatibles» . Se concedió gran autonomía a las nuevas misiones, de modo que pudieran funcionar sin depender de la sociedad colonial, estableciendo un nuevo orden social y cristiano, lo que alentó las ideas utópicas imperantes en Europa. Surgiría así lo que en la Europa ilustrada se llegó a conocer como el «Estado jesuítico de Paraguay», en el que se quiso ver un ejemplo de utopía hecho realidad -no circulaba moneda, los oficios manuales estaban dignificados, no existía la mendicidad-.

Así las misiones de Paraguay se fueron extendiendo a lo largo del siglo XVII. La primera misión en este territorio fue San Ignacio Guazú, al norte del río Paraná, fundada por los padres Marcial de Lorenzana y Francisco de San Martín y desde allí se fueron extendiendo desde el este del río Uruguay hasta el norte de Tebicuary. Los primeros misioneros encontraron indios que vivían en cabañas bajo el mando de un cacique y practicaban algo de agricultura, basando su economía también en la caza y la pesca. Iban desnudos y practicaban el canibalismo.

Una vez superadas las primeras resistencias, los guaraníes fueron aceptando su agrupamiento en las misiones, que representaban un mejor destino que las encomiendas. Además de zonas próximas a Asunción, las nuevas poblaciones se asentaron también en regiones aisladas como Guairá, Tape y los Itatines. Las primeras misiones de Guairá -Nuestra Señora de Loreto y San Ignacio, que llegarían a ser de las más prósperas- fueron fundadas en 1610 por los padres José Cataldino y Simón Maceta.

El padre Antonio Ruiz de Montoya fundó once misiones entre 1622 y 1629, siguiendo la expansión por la cuenca del Tibagí con la fundación de San Francisco Javier (1622), San José (1625) y la Encarnación (1625), a las que siguieron San Pablo (1627), los Siete Arcángeles (1627), Santo Antonio (1627), Santo Tomé (1628) y Jesús María (1629).

En estos veinte años, los jesuitas habían logrado fundar trece pueblos con 50.000 habitantes en torno al Paraná. Sin embargo, su éxito las convirtió en lugar de ataque, compartiendo esta situación con las misiones pimas, escenario frecuente de ataques apaches -que habían comenzado ya antes del contacto- en busca de alimentos, ganado y caballos. En el sur los enemigos principales no fueron otros pueblos indios, sino europeos, los paulistas -también conocidos como «bandeirantes» y «mamelucos»-, es decir, los habitantes de la ciudad brasileña de Sao Paulo, que buscaban esclavos para trabajar en las plantaciones de azúcar.

Estos mercenarios portugueses dirigían expediciones de mestizos e indios tupís que perseguían a otros indios para convertirlos en esclavos. Los ataques comenzaron a finales del siglo XVI y no respetaron ni a los jesuitas ni las misiones. Entre 1628 y 1632, las trece misiones de Guairá fueron atacadas y miles de guaraníes cayeron prisioneros. Muchos abandonaron entonces las misiones buscando refugio en el interior de la selva.

Aun así, el padre Antonio Ruiz de Montoya y otros misioneros consiguieron que 12.000 guaraníes abandonaran Guairá emprendiendo un durísimo viaje hacia el sur a 1o largo del río Paraná. El abandono de la zona expuso a los españoles de Villa Rica al ataque, por 1o que también se vieron obligados a abandonar la ciudad. Buscando zonas más resguardadas se iría formando 1o que se ha llamado «Estado jesuítico de Paraguay», que sería la zona delimitada por los ríos Paraná y Uruguay con treinta reducciones.

Sin embargo, los paulistas, lejos de ser disuadidos, les persiguieron hasta su nueva ubicación. Llegados a este punto, los jesuitas recurrieron a buscar el apoyo de las autoridades civiles y la corte, yendo incluso el padre Ruiz de Montoya hasta España para conseguir el permiso de dotar de armamento a los indios, autorización que finalmente llegó. Así, los jesuitas organizaron la defensa militar de sus reducciones y consiguieron detener el avance portugués en el río Mbororé (1641), donde se enfrentaron unos 4.000 guaraníes al ejército paulista formado por 500 mamelucos y unos 2.500 tupís.

A partir de esta victoria conjunta de jesuitas y guaraníes, los ataques desaparecieron y se pudo contener el avance portugués sobre territorio español. El enemigo a combatir sería entonces el encomendero. Se calcula que más de 50.000 cautivos guaraníes llegaron a Sao Paulo entre 1600 y 1640, creando una nueva clase social. La población esclava experimentó un proceso de transformación cultural y un descenso demográfico a causa de las enfermedades y las abusivas condiciones laborales. En el siglo XVII los guaraníes formaban una parte importante de la sociedad, pero en 1750 el número se redujo drásticamente'".

Una vez asentados, los jesuitas emprendieron la evangelización de otras zonas, aunque con resultados menos importantes, ya que estos nuevos pueblos no eran sedentarios. Así se evangelizó la zona de los indios chiquitos en Santa Cruz de la Sierra, el Chaco -que en el momento de la expulsión contaba con unas quince misiones que albergaban una población en torno a los 6.000 habitantes, aunque muchas de estas misiones no eran permanentes-, la zona de la Patagonia, donde no tuvieron éxito, de modo que las misiones de este extremo ya habían sido abandonadas antes de la expulsión.

Por último, fue evangelizado el territorio del Taruma, al norte de Asunción, donde en el momento de la expulsión había dos misiones con unos 4.000 habitantes. Poblaciones próximas a Asunción nunca consiguieron ser reducidas, como los guayaquíes y los guañarías. Fieles al espíritu fronterizo, los jesuitas se adentraron en territorios desconocidos, consiguiendo fundar algunas misiones a pesar de las dificultades.

El Padre Cardiel expresa su preocupación al desconocer el estado de estas misiones tras la expulsión, ya que no hay que olvidar que escribe desde el destierro, por lo que no tiene acceso a esta información. Señala con preocupación que le han llegado algunas noticias del abandono de muchas de ellas, lo que achaca al hecho de que los nuevos misioneros no hablan las lenguas indígenas. Tanto en la Pimería como en Paraguay, los jesuitas aprendieron a expresarse en la lengua de sus habitantes, como parte de su metodología, lo que facilitó la evangelización.

El propio padre Cardie1 también se adentró en territorios poco conocidos, compartiendo así el carácter explorador de otros misioneros del norte como Kino, Campos, Gilg, Gonzá1ez, Kappus, Keller, Piccolo, Sa1vatierra y Sedelmayr, entre otros. Participó en una exploración científica en las costas de Patagonia, en la bahía de San Ju1ián, una zona de la que se tenían pocas noticias, aunque ya había sido visitada con anterioridad. El propósito era investigar la posibilidad de establecer una población. La expedición zarpó el 5 de diciembre de 1745 a bordo del San Antonio, al mando de D. Joaquín de Olivares. Participaban otros dos jesuitas: el padre José Quiroga, cartógrafo, y el padre Matías Strobe1, como superior. Finalmente concluyeron que no se trataba de una zona adecuada para el asentamiento.

En 1726, a causa de las malas relaciones existentes entre los jesuitas y los habitantes de Asunción, aquéllos consiguieron que sus treinta pueblos pasaran a depender de la jurisdicción del gobernador de Buenos Aires. En 1727, los obispos de Buenos Aires y de Asunción establecieron los límites de ambos obispados, de modo que trece misiones pasaron a depender del obispo de Paraguay y las otras diecisiete misiones del obispo de Buenos Aires.

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