MISIONES JESUITAS EN PERU: Generalidades

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Nota introductoria

Desde su fundación en 1540 tuvo la Compañía de Jesús como finalidad esencial “la defensa y dilatación de la santa fe católica”.[1]Este objetivo de la naciente orden religiosa, según la mente de San Ignacio de Loyola, debía traducirse en el envío de operarios a aquellas partes del mundo donde aún no se hallaba establecida la Iglesia. Ignacio pensaba que era propio de todo jesuita estar preparado para acudir allá donde la Iglesia y el Vicario de Cristo lo estimasen conveniente.

Por ello la citada Fórmula del Instituto dice claramente: “iremos, sin tardanza, cuanto será de nuestra parte, a cualesquier provincias donde nos enviaren, sin repugnancia ni excusamos, ahora nos enviaren a los turcos, ahora a cualesquier otros infieles, aunque sean en las partes que llaman Indias, ahora a los herejes y cismáticos o a cualesquier católicos cristianos” (n. 3). Si bien la palabra «Indias» se refiere en el contexto a las Orientales, por el benévolo favor del monarca portugués, que alentó el viaje de Francisco Javier, no debe de ninguna manera excluirse las llamadas «Indias del Emperador» u Occidentales.

EL PRIMER ENVÍO

El proyecto de enviar jesuitas al Perú se remonta al año 1555, cuanto todavía San Ignacio era prepósito general de la Orden. Francisco de Borja[2] desempeñaba, por nombramiento del propio Ignacio, el cargo de superior de los jesuitas de España con el título de Comisario, y estaba informado de las noticias del Perú, ya que era virrey de Cataluña. Así, cuando en 1555 fue designado virrey del Perú don Andrés Hurtado de Mendoza, escribió éste a Borja pidiéndole dos jesuitas para llevarlos consigo al Perú. La respuesta fue favorable.

El 23 de agosto avisa Francisco de Borja a Ignacio de Loyola, desde Simancas, que los dos sacerdotes designados, Gaspar de Acevedo y Marco Antonio Fontova, han partido para el Perú. “Los del Perú se partieron ya profesos, y van a muy buen tiempo, porque ya está apaciguada aquella tierra, y son castigados los que se levantaron en ella”.[3]Alude evidentemente al final de las guerras civiles y de la rebelión de Hernández Girón.

Por su parte, San Ignacio escribe al cardenal inglés Reginald Pole:[4]“A las Indias del Emperador pasan ahora algunos con este Virrey [Marqués de Cañete] que allá se envía. Dios Nuestro Señor se sirva de su ministerio para ayuda de las almas”.[5]Pero en realidad Acevedo y Fontova ni siquiera llegaron a embarcarse.

¿Qué había ocurrido? Para responder a esta pregunta hay que recordar que, en los asuntos de la Iglesia española, intervenían las instancias del Estado en virtud del Real Patronato. En el caso de Acevedo y Fontova fue el Consejo de Indias el que se opuso. Destilan tristeza las palabras con que Borja da cuenta de ello al Fundador el 26 de febrero de 1556: “Y así quedó la ida, quia nondum venerat hora eorum”.[6]

Vemos como el Regio Patronato Indiano, que prestó indudable ayuda a la obra evangelizadora, se volvía al mismo tiempo impulso y freno. Es lo que se ha llamado «anverso y reverso del Patronato». Las dos caras de la medalla podrían ilustrarse con numerosos ejemplos. Ahí están los rápidos avances de las órdenes religiosas hacia todos los rumbos de la América española, pero también las tribulaciones y amarguras que tuvieron que padecer, sin culpa, hombres de Iglesia generosos y sacrificados como Toribio de Mogrovejo, incomprendido y humillado por la autoridad virreinal, que llegó a decir del santo arzobispo con muy poco respeto: “Imagino que debió de nacer en Londres o en Constantinopla”.[7]

Queda acreditado por varias cartas el interés de Francisco de Borja por que la Compañía de Jesús pasase a Iberoamérica a evangelizar estas tierras. No lo pudo llevar a la práctica como Comisario de los jesuitas españoles, pero sí lo ejecutó al ser nombrado prepósito general de la Compañía en 1565. Hubo que vencer las resistencias del Consejo de Indias, que se opuso (por lo menos durante un tiempo) a que viniesen a América nuevas órdenes religiosas.

Había tres:[8]dominicos, franciscanos y mercedarios, y bastaban. Incluso algunos religiosos compartían esa idea limitativa. Fray Vicente Valverde, obispo dominico del Cuzco, escribe al Rey en 1539 (cuando aún no estaba aprobada la Compañía: “de estas dos órdenes [franciscanos y dominicos] me parece que V. M. debía poblar esta tierra, y prohibir que no hubiese acá otras, porque allende de no hacer fruto en la tierra ninguno, no entienden sino en sus propios intereses y granjerías como seglares, y dan mal ejemplo, y los indios se escandalizan de ver tanta diversidad...”.[9]

Las cosas cambian después de la elección de Borja como General. Como sostiene el padre Francisco Mateos S. J., “las numerosas peticiones de jesuitas, que de diversas partes de América venían a España, fueron poco a poco acostumbrando a los señores del Consejo de Indias a la idea de dejar paso franco a la joven Orden, que tan bien se estaba acreditando en sus misiones de Oriente”[10]. Por fin hay una Real Cédula de Felipe II a Francisco de Borja, del 3 de marzo de 1566, en que el monarca expresa su voluntad de enviar jesuitas a Hispanoamérica. Llega a fijar el número: 24. El Rey se ofrecía a costear los gastos que fueren necesarios.

Se determinó Borja a crear la provincia del Perú, de enorme extensión geográfica, pues abarcaba por lo pronto todo el territorio al sur de la Nueva España [toda Suramérica]. La nueva provincia se iniciaría, en cuanto al personal, no con veinticuatro sino con ocho miembros (dos por cada provincia española: Castilla, Toledo, Andalucía y Aragón). A finales de enero de 1567 se halla el padre Jerónimo Ruiz del Portillo, nombrado jefe de la expedición, preparando el viaje a ultramar. Es interesante leer algunas frases de la Instrucción que Borja le envía en el mes de marzo, pues en ella se refleja la prudencia del Santo y el deseo de que la conversión de los naturales no se haga apresuradamente.

“Instrucción, de Indias [...] Dondequiera que los nuestros fueren, sea su primer cuidado de los ya hechos cristianos, usando diligencia en conservarlos y ayudarlos en sus ánimas, y después atenderán a la conversión de los demás que no son bautizados, procediendo con prudencia, y no abrazando más de lo que pueden apretar; y así no tengan por cosa expediente discurrir de una en otras partes para convertir gentes, con las cuales después no pueden tener cuenta; antes vayan ganando poco a poco, y fortificando lo ganado; que la intención de S. S. como a nosotros lo ha dicho, es que no se bauticen más de los que se puede sostener en la fe”.[11]

El criterio de Borja difiere del de antiguos misioneros, imbuidos tal vez de las ideas milenaristas de Joaquín de Fiore, que en la región del Caribe y Centroamérica, creyendo inminente el fin del mundo, practicaban de prisa bautizos masivos. Felipe II proveyó a los expedicionarios jesuitas de cuanto necesitaban para la travesía. Los gastos del viaje de Sanlúcar de Barrameda a Cartagena de Indias ascendían aproximadamente a 300 mil maravedíes (unos 800 ducados).[12]De las arcas reales recibieron además los padres dinero suficiente (200 ducados) para adquirir libros.

LLEGADA AL PERU

Luego de una larga espera, los ocho jesuitas (Portillo, López, Álvarez, Fuentes, Bracamonte, Medina, García y Llobet) partieron de Sanlúcar el 12 de noviembre de 1567. El viaje, largo y pesado como solían serlo los de esos tiempos, cobró penoso tributo. Hubo que lamentar el fallecimiento del padre Antonio Álvarez, ocurrido en Panamá, «sepulcro de los navegantes», a causa del temple malsano de los trópicos. El 28 de marzo de 1568 arribaron al Callao y el 1° de abril hicieron su entrada en la Ciudad de los Reyes. Habían tardado cinco meses desde su salida de España.

Para apreciar la importancia de la labor evangelizadora, tomemos como muestra la época en que el padre José de Acosta[13]desempeñó el cargo de provincial. En la congregación provincial de enero de 1576, afirma Acosta (quien la presidió), que el fin principal de la Compañía en las Indias occidentales era procurar la salvación de los indios que yacen en extrema necesidad. “Esta afirmación es tan evidente que basta pasar la vista por los documentos contemporáneos para quedar plenamente convencido y profundamente impresionado. En las actas latinas... recurre varias veces, pero sobre todo en la correspondencia de los Generales es un tópico axiomático que no se cansan de repetir”.[14]

ENTRE LOS NATIVOS DEL MUNDO ANDINO

En 1578, al contestar el General Mercurian[15]a la petición de los padres del Perú de dedicar varios de los hombres más ilustres a la conversión de los naturales, no sólo aprueba la solicitud, sino que desea que todos lo hagan, porque el ministerio de indios es la razón principal de la misión. Lo mismo ocurre en el generalato de Claudio Aquaviva.[16]

Las instrucciones de los superiores encarecen el aprendizaje de las lenguas vernáculas. A comienzos del siglo XVII el ochenta por ciento de los sacerdotes de la Compañía habían estudiado las lenguas quechua y aymara. En el Cuzco, de doce sacerdotes, nueve se empleaban en el ministerio con los indios. Con razón se dispuso que el estudio de las lenguas fuese condición imprescindible para poder trabajar en el mundo andino. Aquaviva llega a ordenar que aun los superiores dediquen tiempos del día a estudiar la lengua indígena de su región.[17]

Entre los lingüistas notables con que contó la provincia peruana debemos recordar a Alonso Barzana, cuya historia como misionero es particularmente significativa. La historia del padre Barzana se extiende a lo largo de 70 años, primero en España luego en los amplios territorios que cubría entonces el Virreinato del Perú. El Padre Alfonso Barzana es uno de los pioneros, más egregios misioneros y reconocidos santos ya en vida, de los primeros jesuitas evangelizadores en Sudamérica.

El padre Alonso de Barzana, nació en Belinchón (Cuenca), España, en 1528. Estudia en Baeza en la recién fundada Universidad que estuvo muy unida a la actividad ministerial de San Juan de Ávila y a la formación de generaciones sacerdotales por él llevada a cabo. El Maestro Ávila mantuvo una notable relación con varios santos del momento y con San Ignacio de Loyola y otros grandes miembros de la Compañía, entre otros con el mismo San Francisco de Borja. El P. Barzana es parte de aquel nutrido grupo de eclesiásticos formados por el Maestro Ávila y que serán un núcleo importante en la reforma de la Iglesia en España así como de aquellos que llevarán al Concilio de Trento las ideas y proyectos de reforma del clero del Maestro Ávila y la formación sacerdotal con la institución de los seminarios.

Barzana, educado en este ambiente acabará entrando en la Compañía y él mismo atraerá a otros a hacer lo mismo. Se ordenó como Presbítero Diocesano en 1555, siendo enviado a predicar el Evangelio en los pueblos de Andalucía, siguiendo las pautas de su maestro San Juan de Ávila. Luego de diez años de ejercicio del ministerio presbiteral, ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús el 28 de agosto en 1565 en Sevilla. Reiteradamente escribió al General de la Compañía San Francisco de Borja pidiéndole ser enviado como misionero a América (a partir de 1566) algo que obtendrá en 1569.

El padre Barzana integró el segundo grupo de misioneros que, por mandato del entonces Superior General de la Compañía de Jesús Francisco de Borja, envió al Perú en 1569. En 1577 funda con otros jesuitas la doctrina de Juli, experiencia fundamental en la sucesiva fundación de las reducciones jesuíticas y de la historia de la evangelización de los pueblos amerindios de la Región.

Ya desde los comienzos de su misión evangelizadora el padre Barzana destaca en su aprendizaje de numerosas lenguas indígenas. Por ello muy pronto se le encomienda la predicación y confesión de los adultos en los pueblos indígenas, como los de Chucuito, Yunguyo, Copacabana y en otros pueblos indígenas de la Región. No sólo el padre Barzana comienza a escribir manuales de gramáticas, diccionarios, catecismos, sermonarios y confesionarios en las distintas lenguas aborígenes de los pueblos entre los que misionaba, y además enseñando estas lenguas indias a sus hermanos misioneros en Cusco y Puno.

Desde el Perú el padre Barzana recorre y evangeliza las tierras andinas de la actual Bolivia y penetra en los territorios de la actual Argentina, llamado por el Obispo de Tucumán, Fray Francisco de Vitoria (homónimo del teólogo de Salamanca), que solicitaba jesuitas para trabajar en su diócesis. En 1585 llegó a la provincia de Tucumán. Más tarde penetra en los territorios del actual Paraguay. Su trabajo se extendió hacia la Región de los Calchaquíes y el Gran Chaco.

En el norte argentino y en el Paraguay se le llegó a conocer como «el Padre Santo». Estando en Asunción del Paraguay escribió una carta al padre Provincial de la Provincia del Perú Juan Sebastián de la Parra, fechada el 8 de setiembre de 1594, donde da cuenta de todas las regiones por las que debió pasar y que hoy se encuentran en la actual República de Argentina: Santiago del Estero, Salta, Guairá, Tucumán, Rio de la Plata, Córdoba, Nueva Rioja, Jujuy, Las Juntas, Santa Fe, Concepción, Buenos Aires, Villa Rica del Espíritu, Santa Cruz de la Sierra, etc.

En dicha carta da cuenta del profundo interés acerca de la cultura y lenguas indígenas, por medio de las cuales realizó su gran labor evangelizadora en estos territorios. En estos recorridos apostólicos interminables y fatigosos fue consumando su salud física, sin mengua alguna de su celo apostólico y de su heroicidad en el ejercicio diario de las virtudes que adornaron a este apóstol, imitador de san Pablo y de su hermano jesuita san Francisco Javier, como algunos ya entonces indicaban. Debido a sus infatigables trabajos su salud se iba consumiendo. Por ello regresó a Cusco, al colegio de los Jesuitas, donde murió el 31 de diciembre 1597.

Entre otros eminentes figuras de jesuitas en Perú destacan en este tiempo los padres Bartolomé de Santiago, Blas Valera,[18]Ludovico Bertonio,[19]Diego de Torres Rubio,[20]y Diego González Holguín.[21]Este último preparó en 1608 un excelente diccionario quechua-castellano, que ha merecido el elogio unánime de los entendidos y ha sido reeditado hasta por dos veces por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos: en 1952 y en 1989.

Gracias al dominio de las lenguas, las misiones entre indios alcanzaron gran fruto. Como ejemplo están las reducciones de Juli reducciones de Juli, zona frígida habitada por aymaras, a casi cuatro mil metros de altura. Estas reducciones sirvieron de inspiración a las famosas del Paraguay, en cuya madura organización y defensa se distinguió el insigne jesuita limeño Antonio Ruiz de Montoya.[22](1583-1652)

Las frecuentes salidas hacia territorios de indígenas, en forma de misiones volantes, se hicieron teniendo como centros las residencias de Lima, Arequipa, Cuzco, Juli, Potosí, Quito, Panamá, Santa Cruz de la Sierra y Santiago del Estero. Hay una tendencia claramente expansiva entre 1586 y 1591. No hay duda de que en ello influyó el entusiasmo de los particulares y las exhortaciones de los superiores romanos y locales.

ARMANDO NIETO VÉLEZ, S.J

©Revista Peruana de Historia Eclesiástica, 2 (1992)


NOTAS (del DHIAL)

  1. Fórmula del Instituto, Letras Apostólicas Exposcit debitum de Julio III (21 jul. 1550).
  2. Francisco de Borja y Aragón, San Francisco de Borja (Gandía, Valencia, España, 28 de octubre de 1510-Roma, 30 de septiembre de 1572) fue III General de la Compañía de Jesús. Era hijo de Juan de Borja y Enríquez de Luna, III duque de Gandía, y de Juana de Aragón y Gurrea, hija natural de Alonso de Aragón, virrey de Aragón, hijo ilegítimo del rey Fernando II de Aragón, y de Ana de Gurrea, vizcondesa de Evol. Por parte de su padre, era bisnieto del papa Alejandro VI. Había sido IV duque de Gandía, I marqués de Lombay, Grande de España y Virrey de Cataluña. Se convirtió a una vida evangélica de total seguimiento de Cristo ante el cadáver de la emperatriz Isabel, que él había acompañado a su sepultura en la Capilla Real de Granada, por encargo del rey-emperador Carlos I-V, su amigo. Isabel de Portugal había muerto en Toledo el 1 de mayo de 1539 con solo 36 años de edad. Era considerada una de las mujeres más bellas de su tiempo, como lo atestigua un lienzo del Tiziano. Esta muerte causó una impresión muy profunda en Francisco de Borja, quien desde entonces la recordó todos los años en su Diario por considerarla la fecha de su conversión: “Por la emperatriz que murió tal día como hoy. Por lo que el Señor obró en mí por su muerte. Por los años que hoy se cumplen de mi conversión” («Francisco de Borja», en LEONARDI, C.; RICCARDI, A.; ZARRI, G., Diccionario de los Santos. Madrid: San Pablo. pp. 833-836. ISBN 84-285-2258-8). Cuando su padre murió, el nuevo duque de Gandía se retiró a su tierra natal y llevó, con su familia, una vida entregada puramente a la fe. Entró en contacto con algunos de los primeros jesuitas: los padres Pedro Fabro y Araoz. Así fue madurando su deseo de ayudar económicamente a la orden fundada por Ignacio de Loyola, sobre todo después de hacer los ejercicios espirituales. Fue un gran bienhechor del Colegio Romano y fundó la Universidad de Gandía, la primera en recibir alumnos seglares. Su esposa Leonor de Castro falleció el 27 de marzo de 1546 en el Monasterio de San Jerónimo de Cotalba, cerca de Gandía, y en junio de ese mismo año, Francisco decidió entrar en la Compañía de Jesús. Ajustó cuentas con sus asuntos mundanos, renunció a sus títulos en favor de su primogénito, Carlos, e inmediatamente se le ofreció el título de cardenal. Lo rechazó, prefiriendo la vida de predicador itinerante. En 1554 se convirtió en el comisario general de los jesuitas en España y, en 1565, a la muerte del Padre Laínez, Padre General de toda la orden, y sobre todo destaca en su celo misionero mandando misioneros jesuitas jesuitas a todos los continentes, incluido el de América. Fue canonizado por Clemente X en 1671.
  3. Monumenta Histórica Sociatis Jesu, MHSI, Borgia, III, 239.
  4. Reginald Pole (12 Marzo 1500 – 17 Noviembre 1558) fue cardenal de la Iglesia Católica y el ultimo arzobispo católico romano de Canterbury (1556 a 1558), durante los intentos de reunificar de nuevo la Iglesia anglicana separada de Roma por Enrique VIII con la Iglesia Católica.
  5. MHSI, Carta de San Ignacio, Roma, 2 enero 1555. Tomo V, n. 673.
  6. “Porque todavía no había llegado su hora”. MHSI, Borgia, III, 255.
  7. Cit. Por ENRIQUE BARTRA S.J. en Santo Toribio de Mogrovejo, (Biblioteca Hombres del Perú, Lima, 1964), p.
  8. (Nota del DHIAL). El autor y el Consejo de Indias no toman en cuenta a los agustinos (Orden de San Agustín), que llegaron a la Nueva España en 1533 y emprendieron la evangelización de la zona de las Huastecas. Desde su convento de México serán protagonistas de primera línea en la Evangelización de Filipinas
  9. LISSON, La Iglesia de España en el Perú, vol. I, núm. 2, 107.
  10. “Primera expedición de misioneros jesuitas jesuitas al Perú (1666-1568)”. Missionalia Hispánica N° 4, Separata, p. 27.
  11. Cit. por ASTRAIN, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, tomo II, p. 305.
  12. El valor en aquella época de un ducado era de 375 maravedís que en euros, son 27´10 euros, hay que tener en cuenta, que 27 euros en la época, equivalía mucho dinero.
  13. José de Acosta (1539 o 1540 en Medina del Campo, Castilla –15 de febrero de 1600 en Salamanca), una de las figuras más eminentes de los jesuitas españoles en América, filósofo, teólogo y misionólogo, naturalista y antropólogo. Llega al continente americano tocando Cartagena de Indias y Panamá. Pero sobre todo son los Andes del Perú su campo de acción apostólica y tomó parte importante en el III Concilio de Lima (1582-1585) y en la elaboración de su Catecismo Trilingüe. Tras el concilio III de Lima visita también México (1586) donde observa usos y culturas y escribe sobre ello. Ocupó puestos de máxima responsabilidad dentro de la Compañía en América.
  14. León Lopetegui. El P. José de Acosta S. I. y las misiones, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1942, p. 161.
  15. Everardo Mercuriano, sobrenombre de Everard Lardinois (Marcourt, 1514 – Roma, 1º agosto1580), belga, miembro de la Compañía. Sucedió a Francisco de Borja como Prepósito de la Orden.
  16. Claudio Acquaviva d'Aragona (Atri, 14 septiembre de 1543 – Roma, 31 enero de1615), italiano, quinto Prepósito de la Compañía de Jesús desde 1581 hasta su muerte.
  17. De Aquaviva a la Provincia del Perú, oct. 1596. Monumento Peruana, ed. Antonio de Egaña, vol. VI (1696-1699), doc. 73, p. 191.
  18. Blas Valera, jesuita, nació en Levanto, Chachapoyas, Perú, en 1545. Era hijo de Luis Valera, uno de los compañeros de Pizarro en la conquista del Incario. Su madre fue Francisca Pérez, una indígena, que se haría cristiana. Valera nace a poco menos de 20 años de la conquista del Incario, por lo que tuvo la oportunidad de encontrarse con las personas que encarnaban aquella tradición cultural y con antiguos amautas, que le transmitieron y confiaron tradiciones e historias que luego él narraría en sus obras. Estudió en Trujillo y luego en Lima. Considerando su conocimiento del Quechua, su participación en la misiones jesuitas jesuitas del Perú, y en concreto en Huarochirí, centro cultual pre-hispánico, que a comienzos del siglo XVII fue lugar de una intensa campaña de erradicación del culto idolátrico, llevada a cabo por Francisco de Ávila. Valera tomó parte activa en el III Concilio de Lima de 1583. Muere en Alcalá de Henares (España) el 2 de abril de 1597.
  19. Ludovico Bertonio, sacerdote jesuita, lingüista, traductor, lexicógrafo y escritor, nacido en Rocca Contrada (hoy Arcevia, Provincia de Ancona, Italia), en 1557 y fallecido el 3 de agosto de 1625 en Lima. Fue pionero en el estudio del idioma Aymara, durante los primeros años de la presencia jesuita en la región de Chucuito y los alrededores del Lago Titicaca. Sus publicaciones son una de las primeras fuentes escritas en Aymara y de traducciones al Español.
  20. Diego de Torres Rubio (Alcázar de San Juan, La Mancha, 1547 - 1638), jesuita, lingüista, gramático y lexicógrafo. En 1577 o en 1579 se embarcó para el Perú con otros dieciséis misioneros jesuitas jesuitas dirigidos por el padre Luis de Teruel, autor de un Tratado de las idolatrías de los indios del Perú escrito en latín, valioso por las informaciones culturales que suministra, y allí fue ordenado sacerdote. Tras estar algún tiempo en Lima, pasó enseguida a Juli y, desde 1586 hasta su muerte, trabajó en la actual Bolivia como rector de los colegios de Potosí, La Paz y Chuquisaca (hoy Sucre). Aprendió primero el aymara y después el quechua. En 1612 hizo un viaje a Lima. En Chuquisaca ocupó la cátedra de aymara durante 30 años. Desde Potosí, en 1595, fue uno de los primeros jesuitas que visitó a los chiriguanos, en compañía del padre Yáñez. Publicó primero un Arte quechua y aymara en Roma 1603, reeditado en Sevilla (1619); después un Arte aymara, con breve vocabulario, en Lima (1616) y otro quechua en Lima: imprenta de Francisco Lasso, 1619. Murió en Chuquisaca en 1638, a los 91 años.
  21. Diego González Holguín, (Extremadura, España sobre 1560 - Lima alrededor de 1620), sacerdote jesuita, investigador del idioma quechua, en una variedad suya hoy extinta y entonces usada en la costa, durante la época del Virreinato del Perú. Llegó a Perú como misionero en 1581 y estudió 25 años la lengua quechua clásico incaico en el Cuzco. En 1607 publicó en Lima su Gramática y arte de la lengva general del Perv, llamada lengva Qquichva del Inca y en 1608 el Vocabulario de la lengva general de todo el Perú llamada lengva Qquichua o del Inca, el primer diccionario del quechua cusqueño, que tiene sobre 13 000 artículos. En el mismo año publica Privilegios concedidos a los Indios (L8ma 1608). Según fray Domingo de Santo Tomás, autor de la gramática antigua más conocida de una lengua quechua, fue la segunda obra importante en la lengua quechua.
  22. Antonio Ruiz de Montoya nace en Lima el 13 de junio de 1585 y muere en Lima en 11 de abril de 1652: sacerdote jesuita y misionero en la Reducciones jesuitas del Paraguay, compañero del también jesuita Diego Torres, el primer provincial jesuita del Paraguay. Fundó varias reducciones y bautizó a centenares de indios. En 1620 era superior de las misiones en la región alta del río Paraná, en el Río Uruguay, y en el río Tape, y añadió otras trece reducciones a las ya 26 existentes. Le tocó enfrentarse con las incursiones de los llamados “paulistas” que desde Brasil invadían aquellas regiones para capturar esclavos indios, liberando a los indígenas con un éxodo único en su género, en 1631. Con el obispo de Paraguay mandó una fuerte protesta al rey de España Felipe IV en 1637 contra aquellas incursiones esclavistas de los “paulistas”, obteniendo numerosos apoyos y privilegios de parte real en defensa de los indios. Fue Montoya también un reconocido experto en la lengua Guaraní, dejando algunas obras notables como “Tesoro de la lingua guaraní” (Madrid 1639). Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias del Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape” (Madrid, 1639). Una nueva edición fue hecha en Bilbao: Corazón de Jesús (1892); “Arte y vocabulario de la lingua guaraní” (Madrid, 1640); “Catecismo de la lingua guaraní” (Madrid, 1640); “Silex del Divino Amor” (1640), no editada en tiempos de Montoya; su primera edición fue imprimida en 1991 por la Universidad Pontificia Católica de Lima. Todas estas obras están consideradas como fuentes fundamentales para el estudio de la lengua Guaraní y la cultura e historia de estos pueblos indígenas. Como lo es también: Conquista espiritual hecha por los religiosos de la C. de J. en las provincias del Paraguay, Paraña, Uruguay y Tape (Madrid, 1639), para el conocimiento de las Reducciones de Paraguay.