MOGROVEJO; Pastor de la Misericordia (II)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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VISITAS PARA UN ENCUENTRO DEL PASTOR CON SUS FIELES

Una vez llegado a Perú, desde su condición de arzobispo tendrá que legislar y visitar. Además de prescribírselo las leyes civiles y eclesiásticas, Mogrovejo -prelado viajero, itinerante- desea un contacto directo con sus fieles, especialmente los indios. Le urge la pasión de evangelizar. Aunque era consciente de que sus salidas de la Ciudad de los Reyes podían ocasionar cierto abandono en el corazón de la archidiócesis, nada le hizo desistir de su propósito de visitar hasta el último de sus poblados.

Como le visitase un colegial de san Salvador de Oviedo, de Salamanca, Gregorio de Arce, y le manifestase las quejas que circulaban en España sobre su ausencia de la sede limeña le respondió “que el andar en las visitas era lo que Dios mandaba y lo que estaba a su cargo para enseñar y atraer a la fe cristiana a los bárbaros e idólatras, bautizándolos y confirmándolos y reduciéndolos a que se confesasen...por Dios y por cumplir con su obligación y para dar ejemplo que se debe dar a los prelados que tienen a su cargo almas”. Al monarca le dirá que saldría a visitar en 1593 “en conformidad de lo proveído por el Santo Concilio de Trento y Provincial y cédula de Vuestra Real Persona”.

Nada más llegar a Lima, traía como primera misión el encargo real de convocar y celebrar el Concilio Provincial. De este modo lo convocó para el 15 de agosto de 1582. Este intervalo de tiempo, de mayo de 1581 a 15 de agosto de 1582, lo empleará en visitar los Llanos de La Nazca. Como la extensa costa norte de su Arquidiócesis que comprendía desde Lima hasta Jayanca, la había visitado en su largo viaje de llegada que realizó por tierra, viniendo desde Paita con dirección a su Sede, llegado a Lima en 1581, ahora emprende la visita del sur, hasta Nazca. Allí permanece hasta enero del 1582 debido a su apoyo a la publicación, predicación y distribución de la Bula de Cruzada. Él mismo lo cuenta al Rey.

Por estas fechas, Toribio Mogrovejo nos ofrece un valioso testimonio de la importancia concedida a la Bula. Se encontraba en la visita preliminar de 1581 como preparación al Tercer Concilio Limense, en los Llanos de La Nasca. Se encontraba el arzobispo en su primer año de ejercicio, ocupado en la visita desde hacía varios meses con la intención de dirigirse después a Huánuco. Pasa la Cuaresma y la Pascua en Lima, y celebra el primer Sínodo Diocesano. Movido por el deseo de conocer a su pueblo, el nuevo Arzobispo, aprovechando el tiempo que aún faltaba para la apertura del III Concilio, se dirigió en visita pastoral hacia Huánuco, el extremo oriental de su Arquidiócesis, llegando prácticamente hasta los confines de su jurisdicción, muy cercana a las montañas vírgenes, donde terminaba la civilización.

Simultáneamente iban llegando a Lima los obispos de Cuzco, La Imperial y Santiago de Chile; en Lima le esperaba el electo obispo de Paraguay para ser consagrado obispo. El Arzobispo no pierde el tiempo y anota para sí y lo transmite al Rey la problemática y las soluciones: “He visto gran parte de este Distrito por mi persona, y lo que he entendido tener necesidad de remedio es: proveer y dar doctrina a los indios por carecer de Sacerdotes, por tener cada Sacerdote en muchas partes muchos lugares de indios a su cargo y mucha distancia de camino, que es causa de que muera muy de ordinario los indios sin confesión y bautismo y demás sacramentos”.[1]

Realista y prudente, escribe: “Por acá no veo cómo cómodamente se pueda proveer esto, porque cargar a los indios que ellos paguen el salario al Sacerdote no lo podrán sufrir por ser tan miserables y pobres y estar tan cargados de otros tributos...Los encomenderos, asimismo, no podrán con tanta carga...Reducir unos pueblos a otros no se puede hacer en todas partes...así por el peligro de muerte que hay en mudarlos de unos pueblos a otros de diferentes temples y haberse de deshacer de sus haciendas y chácaras y quedar perdidos y por ello muy pobres.”

Hasta 1606 serán tres las grandes visitas generales, a continuación de los concilios de 1583, 1591 y 1601. Si se añaden otras visitas particulares se pueden calcular unos 40.000 kilómetros los que recorre. Las visitas, más allá del carácter prescriptivo y legal, representan entrañables encuentros del pastor con sus fieles. Sin obviar momentos tensos, de enfrentamientos con los representantes del poder –normalmente los corregidores- abundan los momentos gozosos en los que sienten la presencia del prelado que les escucha, les habla, les consuela, les enseña, gobierna y santifica. Seleccionamos algunos de los innumerables episodios registrados por los testigos en el proceso de beatificación.

a. Lo buscan los indios de Chachapoyas:

El dominico Fr. Diego de Narváez da fe del hecho siguiente: dos indios de Moyobamba fueron buscarle, ofreciéndole como regalo monos y papagayos, al tiempo que le invitan a que fuese a su tierra a bautizarlos. “Estando en la ciudad de Chachapoyas, una jornada hacia la ciudad de Moyobamba para ir a él llegaron dos indios infieles de los motilones y le trujeron unos miquillos y papagayos y cosas de aquella tierra y el dicho señor arzobispo los agasajó y abrazó, pero no quiso recibir cosa ninguna de las que traían, los cuales le pidieron que entrase donde estaban con que recibirían muy gran gusto porque querían ser bautizados y cristianos y el dicho señor arzobispo dijo a este testigo y al dicho Padre Fray Diego de Ayala que estaban allí en aquella ocasión, que qué les parecía si entraría o no.

Y este testigo y el dicho Padre le respondieron que sus ovejas eran, que obligación había para reducirlas a la fe católica y el dicho señor arzobispo se resolvió a entrar adentro a donde estaban los dichos indios motilones infieles donde entiende que entró con el riesgo de la vida”.

b.“En grandes peligros y trabajos”.

Lo refiere Mogrovejo en una carta dirigida al Rey con motivo de su tercera visita en abril de 1603, en Yauyos: “Salí habrá 8 meses en prosecución de la visita de la provincia de los Yauyos, que hacía 14 años que no habían ido a confirmar aquella gente, en razón de tener otras partes remotas a que acudir y en especial al valle asiento de Huancabamba, que hará un año fui a él, donde ningún prelado ni visitador ni corregidor jamás había entrado, por los ásperos caminos y ríos que hay.

Y habiéndome determinado de entrar dentro, por no haberlo podido hacer antes, me vi en grandes peligros y trabajos y en ocasión que pensé se me quebraba una pierna de una caída, si no fuera Dios servido de que yéndose a despeñar una mula en una cesta, adonde estaba un río, se atravesara la mula en un palo de una vara de medir de largo y delgado como un brazo de una silla, donde me cogió la pierna entre ella y el palo, habiéndome echado la mula hacia abajo y socorriéndome mis criados y hecho mucha fuerza para sacar la pierna, apartando la mula del palo, fue rodando por la cuesta abajo hacia el río y si aquel palo no estuviera allí, entiendo me hiciera veinte pedazos la mula.

Y anduve aquella jornada mucho tiempo a pie con la familia y lo di todo por bien empleado, por haber llegado a aquella tierra y consolado a los indios y confirmándolos y el sacerdote que iba conmigo casándolos y bautizándolos, que con 5 ó 6 pueblos de ellos tiénelos a su cargo un sacerdote que, por tener otra doctrina, no puede acudir allí si no es muy de tarde en tarde y a pie, por caminos que parece suben a las nubes y bajan al profundo, de muchas losas, ciénagas y montañas…

Confinan estos indios de este valle de Huancabamba con mucho número de indios infieles, gente que me dicen son pacíficas y que vienen a aquel valle a pedir bautismo, espero en Dios ha de ser de muchos y grandes efectos la asistencia de sacerdote propio y conversión de aquellos indios. Ahora, siendo Dios servido, voy a la provincia de Jauja, a entrar en otros Andes, tierra muy escabrosa donde se ha de ir a pie y hay indios que los tienen cargo religiosos de aquella provincia que los van a visitar algunas veces que así mismo confinan con gente infiel y han venido algunos a bautizarse y poblarse con cristianos.

Vuestro Virrey me ha pedido le dé aviso del estado de aquella tierra, gente y doctrina, con deseo que los sacerdotes que estuvieren en aquellos Andes sean personas muy virtuosas y desinteresadas que traten y regalen a aquellos indios para viendo esto los infieles y el amor del padre acudan a hacerse cristianos y los bautizados los vayan atrayendo con suavidad y los curas asimismo de que entiendo Nuestro Señor se ha de servir mucho.

Después que vine a este Arzobispado de los Reyes que fue por el año de 81 he hecho otras entradas semejantes a esta a pie y algunas de ellas careciendo de comida y cama yo y mi gente y habrá dos o tres días que me vi en mucho trabajo y ayer así mismo de donde me resultó una gran calentura causada del camino a lo que entiendo discurriendo por el Arzobispado muchas veces y acudiendo a la ciudad de los Reyes a sus tiempos confirmando como he escrito a Vuestra Majestad a lo que se ha podido ver y entender más de seiscientas mil ánimas y andando mucho número de leguas con cuya presencia han recibido sumo contentamiento las ovejas. Dios me dé fuerzas para trabajar en esta su viña, las cuales tengo de presente como cuando salí del Colegio Mayor de Oviedo en Salamanca, sin tener achaques ni enfermedades algunas que lo impidan. A Nuestro Señor las gracias por todo”.[2]

c. "Ir por la noche a un indio que se moría":

Alonso Niño de las Cuentas narra cómo un cura le dijo a un indio de la sierra que no podía ir por la noche a confesarle por estar atendiendo al arzobispo: “El dicho siervo de Dios, sin hablar palabra, luego instantáneamente llamó a un criado y le mandó ensillar una mula y subiéndose en ella sin avisar a otra persona se fue solamente en compañía del dicho indio que había venido a llamar al dicho cura para que le guiase a la parte donde estaba el enfermo que distaba de allí más de dos leguas de cuestas y sierras asperísimas y habiendo llegado a el lugar y confesado al dicho enfermo en su lengua general porque la sabía y dejándole el dicho siervo de Dios muy consolado se volvió al lugar de adonde había salido y reprendió gravemente al dicho cura”.


d. Cura la llamada enfermedad de «verrugas»[3]a los indios de Catahuasi:

Sus viajes quieren proporcionar el mayor bien al mayor número de indios. Las Actas del Proceso de Beatificación informan de varias curaciones obradas por Mogrovejo como la relatada por el campesino Gaspar Lorenzo de Rojas:

“Y especialmente sabe este testigo por haberlo visto el tiempo que asistió al dicho siervo de Dios en la visita que iba haciendo de su Arzobispado, en la cual le servía así de guía para los caminos que eran muy dificultosos, fragosos y extraordinarios como de intérprete, así de la lengua general de los indios como de la particular y maternas de cada pueblo en la que este testigo es muy versado y que llegando al corregimiento de Yauyos que es jurisdicción de este arzobispado y en especial al pueblo de San Jerónimo de Mas, doctrina que es de los religiosos de Santo Domingo y a la de Catahuasi que es de la misma provincia y del mismo orden adonde de ordinario da un mal y enfermedad que en esta tierra llaman de verrugas y es de grandísimos dolores en todo el cuerpo y de encogimiento en todas las cuerdas y nervios de él hasta llegar a tullir a las personas que las tienen, dándoles de ordinario grandes calenturas y en tanto extremo que hasta los animales como perros y otros muchos les suele dar el dicho mal por los cual los criados y otras muchas personas que iban en compañía del dicho siervo de Dios enfermaron gravísimamente de la dicha enfermedad de las verrugas de tal suerte que están acostados en sus camas sin poderse menear y sólo el dicho siervo de Dios estaba sano y sin ella y queriendo proseguir su visita y camino les dijo a sus criados que se animasen y levantasen para hacer camino y respondiéndole ellos que no podían moverse por estar tan doloridos y encogidos los miembros con el dicho mal de las verrugas y el dicho siervo de Dios poniéndoles las manos sobre las cabeza alentándoles y diciéndoles que se levantasen, luego instantáneamente se levantaron buenos y sanos, disponiendo lo necesario para su camino y así lo hicieron inmediatamente; lo cual este testigo, como los dichos enfermos y otras personas que estaban presentes de los dichos pueblos, de cuyos nombres ahora no se acuerda tenían por milagro y obra sobrenatural que Dios era servido de obrar por mano del dicho siervo de Dios”.

e. Socorriendo a los indios pobres:

Hay estudios sobre las cuentas del arzobispo. Del finiquito estudiado para 1594, sale una suma total de 165.264 pesos ensayados gastados y 158.588 ingresados, por lo que los 6.676 pesos de déficit debieron ser enjugados por su cuñado y primo Quiñones.[4]Su inseparable escudero Sancho anotará otra cantidad: “este testigo ha visto sus libros del gasto, por ellos parece haber dado de limosna, de diez años a esta parte, a los pobres, hospitales, viudas y religiosos, más de 120.000 pesos”.

El gasto indicado excede en 21.920 pesos a la cantidad expresada por su primer biógrafo, León Pinelo, para las limosnas dispensadas desde 1581 hasta 1597, lo que supone tres anualidades más. Este autor, al subrayar el desprendimiento del prelado, concluirá: “Testigo hay que le da la palma en ella [la caridad] y dice que se pudiera llamar Santo Toribio el limosnero”. Uno de los declarantes en el proceso de beatificación llegó a señalar que “para tener más que repartir, moderaba su gasto todo lo posible”. El propio santo Arzobispo lo confesaba: “... distribuyendo mi renta a pobres con ánimo de hacer lo mismo si mucha más tuviera”.

Para los pobres vergonzantes nombró un ministro de confianza, Vicente Rodríguez, para las limosnas secretas. Declaró el hijo de este mayordomo, el sacerdote Mauricio Rodríguez, que tenía encargado hacer padrón de los pobres, “para que cada semana fuesen socorridos con sus limosnas para el gasto ordinario suyo y de sus mujeres e hijos con mucha liberalidad, cuidando de su vestido y demás cosas necesarias para pasar su vida. Y estas limosnas se hacían entre personas huérfanas, viudas y necesitadas [...]. Y en el remedio de doncellas pobres huérfanas daba limosnas muy largas”. “Y de tal manera llegó a socorrer las necesidades de los menesterosos -afirma Juan Delgado de León en el proceso de beatificación- que fue comúnmente llamado el Padre de los pobres.”

El Padre dominico Fray Alonso de Arenas (56 años, natural de la ciudad de Moyobamba, secretario de fray Juan de Arguinao, Arzobispo de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada, hoy Colombia, y en alguna ocasión Visitador de la Provincia de San Juan Bautista del Perú de la Orden de los Predicadores), nos relata “haber oído decir al Padre fray Lorenzo de Saravia, sacerdote religioso de Santo Domingo, como a testigo de vista, que, estando en esta ciudad el dicho Siervo de Dios comiendo un día en su palacio arzobispal, entró en aquella ocasión un pobre indio pidiendo limosna, y como el dicho Siervo de Dios estuviese comiendo unas sopas en una escudilla de plata, llamó al dicho pobre y, sentándolo en el suelo junto a su silla, le dio la dicha escudilla en un plato de plata y con una cuchara de plata, y habiendo acabado de comer el dicho pobre, pareciéndole que no le veían, la escondió, poniéndola debajo de la manta, y se la llevó fuera con dicho plato y cuchara.

Y llegando al patio del dicho palacio, la echaron de menos los criados, y rajando el dicho manto se la quitaron, dándole muchos golpes y llevándole a la presencia del dicho Siervo de Dios, el cual, entendiendo el caso referido, reprehendió ásperamente a los dichos pajes, diciéndoles esta palabras: «Volvedle todo esto, que suyo es!». Y en su presencia volvieron al dicho indio pobre lo que le habían quitado; en que mostró el dicho Siervo de Dios su ardiente caridad y virtud de la limosna, especialmente con los indios, a quienes mostró siempre gran amor".[5]


PASTOR «CON OLOR A OVEJA»

Es el estribillo constante que repiten los declarantes en el proceso de beatificación. Quizás el más rotundo es el de Sancho Dávila, su escudero por más de 40 años, en el proceso de beatificación de 1631: “Y era tanta la afición y voluntad y gran amor que tenía a los pobres indios, que gustaba viniesen al mediodía y les daba de comer en su mismo plato y los sentaba junto a su mesa”.[6]En el resumen de su vida preparado con motivo del proceso de beatificación, el artículo nº 3 inquiere a los testigos cuántas veces lo han visto “predicando a una a los indios por su propia persona y socorriéndolos en sus necesidades y enfermedades a todos los pobres, dándoles largas limosnas, gastando en esto toda su renta con tanto desinterés que no sabía qué cosa era dinero ni codicia hasta quitar de su propia persona y casa lo necesario”. Espiguemos algunos testimonios:


a. Juan de la Roca

Con motivo de traer su cuerpo desde Zaña para ser enterrado en la Catedral, nos dirá que “más de dos leguas antes que llegase el dicho cuerpo a ella salió mucha gente con hachas encendidas y las trajeron delante y aleladas del dicho cuerpo y entre ellos muchos indios con sus cirios en las manos encendidos y todos llorando con gran ternura y clamando por su santo padre y pastor, y a la entrada de la dicha ciudad salió gran suma de gente de todos estados a entrar con el dicho cuerpo y acompañarle y fue tanta que parecía día de juicio, todos mostrando gran sentimiento y derramando lágrimas tiernamente y luego que entró en la dicha ciudad fue notable cosa que nunca se ha visto los sentimientos y clamores que había por las calles y ventanas por donde pasaba el dicho cuerpo, lo cual enterneció notablemente a todos.

Su celo fue tan grande del servicio de Dios y bien de las almas que no sólo se contentó de procurar el de los que estaban a su cargo sino que aventuró su persona y se entró en indios de guerra, infieles, por atraerlos al gremio de la Santa Fe Católica, y así convirtió a muchos y lo proveyó de cura que los bautizó y él los confirmó, procediendo él a catequizarlos”.[7]

b. Fernando de Guzmán

“Conoció de su señoría muy gran virtud, llaneza y humildad sin que le ensoberbeciese el oficio y dignidad, tratando a sus súbditos con mucha llaneza y amor de Padre y Pastor, siempre con un rostro alegre y unas entrañas de un ángel, grande honrador de hombres virtuosos y en sus conversaciones muy modesto y en su vestir muy llano y asimismo muy honesto y amigo de pobres, y en especial de indios y gente humilde”.[8]

c. Juan de Guzmán Ponce de León

“Tuvo un amor ardentísimo para con los prójimos y un deseo entrañable de que todos se salvasen amándolos y queriéndolos a todos como hijos, no perdonando trabajo ni peligro por su salvación exponiéndose por cualquier indiecito a peligros en los caminos muy fragosos y haciendo entradas en la visita de mucho trabajo y aspereza como fue en la provincia de Chachapoyas y Moyobamba....hasta entrar en tierra de indios infieles ...y así como llegaba a cualquier hora de día o de noche al pueblo hacía oración en las iglesias y luego hacía juntar los indios e indias chicos y grandes a los cuales hacía una plática en se lengua y les decía el catecismo de la doctrina cristiana y si acaso hallaba algún indio que vivía mal amancebado lo procuraba casar y sacarle del pecado en que estaba”.[9]

d. Diego González Chamorro

Le trató y comunicó muchas veces en esta ciudad [80v] “Fue un hombre sin altivez...y ejemplo de santidad y humildísimo en su trato y conversación con todo género de personas, muy amigo de los indios y personas miserables y pobres, de mucha llaneza en su conversación”.[10]

e. P. Fray Melchor de Monzón.

Desde que entró en mayo en 1581 “porque lo trató y comunicó muy de cerca en muchas y diversas ocasiones en su arzobispado, siendo cura este testigo en doctrinas fuera de la ciudad de Lima”[269]

y decía la Misa con muy grande devoción que la causaba a todos los que la oían, atento siempre al temor y amor de Dios...predicaba a los indios por su propia persona con grande espíritu y deseo de convertirlos a la fe católica y por su medio fueron convertidos muchos millares de ellos, quitándoles las idolatrías, adoratorios y supersticiones, y este testigo siendo cura en el pueblo de Calango le vio confirmar y en el pueblo de Coayllo desde por la mañana hasta después de las dos o las tres de la tarde, sin desayunarse y habiendo acabado de confirmar en el dicho pueblo de Coayllo saliendo de la iglesia yendo a comer supo que dos indios se habían quedado por confirmar por estar enfermos de viruelas en la cama de, dejó de comer y fue en su busca y mandó llevar el pontifical para confirmarlos y entró en sus ranchos, donde los consoló y con grande humildad y caridad los confirmó allí y después se vino a comer y encargó[270v] a este testigo los mirase y regalase y era tanto lo que trabajaba el dicho señor arzobispo que no tenía una hora ociosa y pasaba malas noches y días cuidando de las almas que se le habían encomendado…salvación de las almas y por convertirlos y atraerlos al conocimiento de la fe apostólica en que trabajó con gran valor y con gran servicio a Nuestro Señor en los pueblos y doctrinas extirpando las idolatrías y supersticiones en que los indios estaban con gran cuidado y celo, de manera que quedaron tanta inmensidad de indios como hay en este arzobispado instruidos en la doctrina cristiana y asentada la fe en sus ánimos…y así fue Prelado amado y querido y respetado de todos por su gran llaneza y humildad”.[11]

f. Juan de Cáceres Farfán

Ayudante de Sargento Mayor, de Jerez de la Frontera. “Le conoció y comunicó en Trujillo, donde fue teniente ...del Valle de Churibal, Guaman, Sañe y Cahor y le habló muchas veces familiarmente y se hospedó en su casa y lo fue acompañando en toda la jurisdicción de Trujillo y por tiempo de más de diez y doce días andando visitando. Y cayendo en una ladera, llegó este testigo a asirle de la mano, y le dijo el dicho arzobispo que el demonio le debía de haber hecho caer, porque no fuese en busca de los dichos indios.

Y, sin embargo, de todo bajaron y llegaron hechos pedazos de cansados y este testigo bien arrepentido de haber bajado por parte tan peligrosa por donde no se podía andar a caballo ni con carneros. Y así dejaron las cabalgaduras en lo alto más de tres leguas. Y el dicho arzobispo, con mucha alegría y la boca llena de risa, sin comer bocado en todo el día, llegó adonde estaban los dichos indios con tres o cuatro hijas y hijo, de más de catorce y quince años, que tenían ya nietos sin bautizar. Y estuvo todo el dicho día allí y una noche, sin tener camas ni qué comer”.[12]

g. Fray Andrés de Lissón

“Y en su caridad era tan entendido y en la piedad tan liberal que todo cuanto podía hacer en el servicio de Dios NS así en la reformación del pueblo con españoles como en la enseñanza con los indios que hallándose desocupado no lo fiaba de otro que de su persona, de manera que con ser la lengua de los indios dificultosa, hizo muchas diligencias en saberla para enseñarla y catequizarlos por su persona en las cosas de la fe cristiana como es público y notorio en las visitas que hacía en todo su arzobispado de que este testigo tiene muy gran noticia por personas fidedignas de su Sagrada Religión que se hallaban en las doctrinas.[13]

h. Fray Tomás de Mayorga.

Le conoció desde “que tuvo uso de razón y fue su criado de diez a once años y le sirvió de 8 a 10 meses de paje y le trato y le comunicó mucho y sabe que fue de sangre noble y de linaje muy limpio. Porque el Padre de este testigo que se llamó Alonso de Mayorga era de la tierra del dicho Sr. Arzobispo y le oyó muchas veces tratar de la genealogía del dicho Sr. Arzobispo y decía que era de lo fino y acendrado de las montañas y en esta posición de persona limpia e ilustre fue tenido.

Fue muy apacible y llano con todo género de personas, así españoles como negros e indios y a todos los amaba y quería como a hijos y su vestido fue muy llano y sin ostentación ninguna y a los indios quería y regalaba mucho como si fuera Padre suyo […] y los domingos y fiestas predicaba a los indios por su persona en su lengua sin faltar día ninguno en la iglesia de san Lázaro y los doctrinaba y catequizaba y enseñaba las cosas de la doctrina cristiana y lo mismo hacía en la puerta de la iglesia catedral con gran fervor y deseo de salvar sus almas”.[14]

i. Lorenzo de Ulloa de Monsefú.

“Tiene devoción a la memoria del Beato Toribio y que si se hallara con dinero con que poder asistir a los gastos de esta causa lo hiciera con mucha liberalidad porque santo Toribio Mogrovejo quiso mucho a los indios y fue su pastor legítimo y entre las obras grandes que hizo fue una la iglesia de Nuestra Señora de Copacabana a la entrada de la Alameda de esta ciudad en donde como patrón y fundador de aquella iglesia ha estado el retrato verdadero del dicho Santo Toribio de Mogrovejo y es de grande consuelo y alegría los indios naturales y este testigo tiene actualmente una hija suya de este testigo enferma y otra en [sic] en medio de los medicamentos que le están haciendo el principal y en que tiene puestas todas las esperanzas de la salud de estas enfermas en las estampas del santo que les tiene puestas porque sabe que STM vale mucho delante de Dios nuestro Señor y lo ha experimentado en dos casos que referirá.”[15]


“EN RAZÓN DE QUERERLOS TANTO”

Mogrovejo era jurista y descendiente de eminentes juristas. Llevaba en la sangre y en su mente la defensa del más débil, del más necesitado. Sabía que los pobres más pobres de todos los pobres en América eran los indios. Conoce de cerca su dramática realidad y la falta de humanidad hacia el indio por parte de corregidores y administradores. Lucha denodadamente por remedir sus agravios. Constata que “están muy desconsolados y a mí no me ha cabido poca pena y congoja en razón de estimarlos y quererlos tanto”. En dos de sus cartas al Rey Felipe III nos da a través de su pluma la pasión que siempre tuvo por defenderles y protegerles:

Carta desde Lima 17 de mayo de 1602:

“Escrito tengo a Vuestra Majestad cerca de algunos agravios que reciben los indios, convendrá acudir al remedio de ello, en especial ordenando a los corregidores que de los indios que se han muerto y de los que se han ausentado y de los que son viejos y de los demás reservados de tributo y de estos no se consienta cobrar.

Los meses de febrero, marzo y abril hay muchos calores en esta ciudad de los Reyes y en razón de esto y comer mucha fruta, los indios serranos por venir de tierra fría a tierra calurosa, enferman y mueren como se me ha dado aviso, será mucho servicio de Dios Vuestra Majestad mande no se consienta ni permita, ni dé lugar a que corregidor ni persona alguna los envíe en estos tiempos a esta ciudad ni a otra parte de los llanos donde hay calor para que cesen las muertes y enfermedades que les sobreviene a estos miserables indios

Importaría, asimismo, que en los obrajes y haciendas de los indios donde hay algunos de ellos que las puedan gobernar y administrar, se diese orden no hubiese administradores que les consuman las haciendas con salarios que se les señala, y que lo que se diese de los dichos obrajes y haciendas se gastase en beneficio de los indios y gozasen de lo que fuese suyo, cada uno a cómo le cupiese”.

Carta a favor de la libertad de los indios del Cercado. 18 de abril de 1603:

“Señor: Mucho tiempo ha que se despachó una ejecutoria de VM cerca de los indios de San Lázaro que están en el Cercado para que fuesen puestos en su libertad o donde ellos quisiesen y aunque por mi parte y la de los indios ha solicitado muchas y diversas veces con vuestro Virrey no ha habido remedio de que se ponga en ejecución de que los indios han estado y están muy desconsolados y a mí no me ha cabido poca pena y congoja en razón de estimarlos y quererlos tanto deseando tengan el descanso que VM pretende y que por mí sean favorecidos en conformidad de la CR que para ello tengo en se me ordena y encarga que si hechas mis buenas diligencias no se remediaren y atajaren los agravios de los indios dé aviso a VM poniéndome la conciencia por delante.

A VM suplico con las veras y encarecimiento que pudo se despache provisión para sin dilación alguna se cumpla la dicha ejecutoria y se les dé libertad para que se puedan volver a san Lázaro que tanto los indios desean no dando lugar a que se vayan perdidos huyéndose por diversas partes viendo que no aprovechan ni tienen efectos los despachos que de VM vienen de la ejecutoria pasada con la cual recibieron sumo contentamiento y se les ha vuelto en tristeza y llanto por haberse suspendido el cumplimiento de ella yendo en prosecución de mi visita estando en este pueblo de Santa Inés cinco leguas de Lima, vinieron los indios por caminos muy ásperos a pedirme los favoreciese dándome la petición que va con ésta y otra para VM las cuales me ha parecido enviar en mi pliego para que sean amparados y favorecidos con la mano fuerte de VM escribiendo a vuestro virrey y audiencia apretadamente pongan en ejecución la dicha ejecutoria para que no los saquen de San Lázaro que será causa de que todos los que hay ausentes y huidos se vuelvan allí y con los españoles que son muchos y iglesia que hay en san Lázaro y así mismo indios que será de mucha cantidad se podrá hacer un gran beneficio y doctrina con un sacerdote que los tenga a cargo como por otras lo he representado a VM convenir hacerse así poniendo cura propio por estar algo apartado de la catedral de manera que cerca de todo se descargue la conciencia y NS se sirva el cual guarde la católica persona de VM de Santa Inés 18 de abril de 1603.”

NOTAS

  1. AGI, Patronato 248, Rº 5; Lissón, La Iglesia IIII, 36, n.11.
  2. Santa Inés, 18 de abril de 1603: LISSÓN IV, n.1034-bis, pp.488-490
  3. La enfermedad de Carrión, fiebre de la Oroya o verruga peruana, es una enfermedad infecciosa cuyo agente etiológico es la bacteria Bartonella bacilliformis. Se debe su nombre a Daniel Alcides Carrión, un estudiante de medicina peruano, que inoculándose libremente sobre su persona el mal, lo estudió con anotaciones detalladas de sus síntomas hasta los últimos días de su enfermedad en que se agravó su estado clínico y falleció de la enfermedad el 5 de octubre de 1885. Por su sacrificio, fue reconocido como mártir de la medicina peruana y en su honor se celebra el 5 de octubre, como el día de la medicina peruana. Numerosas representaciones artísticas en arcilla (llamadas "huacos") de la fase crónica de la enfermedad han sido encontrados en yacimientos arqueológicos pertenecientes a zonas endémicas. La enfermedad de Carrión solo se encuentra en Perú, Ecuador y Colombia. Es endémica en algunas áreas de Perú y es causada por la infección de la bacteria Bartonella bacilliformis y transmitida por mosquitos hembra del género Lutzomyia.
  4. Publicó el Dr. Guillermo Lohmann Villena las cuentas que su fiel administrador y esposo de su hermana Grimanesa, D. Francisco de Quiñones, administraba al santo Arzobispo. LOHMANN VILLENA, Guillermo, “Introducción”, en SARAVIA VIEJO, María Justina (transcriptora), Francisco de Toledo. Disposiciones gubernativas para el Virreinato del Perú (1569-1574), Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Sevilla, Sevilla, 1986.
  5. Actas/Procesos, 1660, f. 395v -396r.
  6. Archivo Arzobispal de Lima. Actas del Proceso de beatificación de Santo Toribio. Sancho Dávila
  7. Arcediano, 30-VI-1631, ff.9I, f.8.
  8. Maestrescuela, 5.VII.1630, f.30v-31.
  9. 6.VII.1631 de Ronda, f.43v.
  10. El testigo era de Fregenal (Extremadura), racionero de la catedral, 80 años; I, 167v-202v.
  11. Dominicos, de Lima, 74 a (ff.268-273).
  12. I, 357-364.
  13. Dominico, f. 393.
  14. Agustino, maestro en Teología, 50 años, fue su criado, ff.408-410v.
  15. De Saña [Zaña], Trujillo, 66 años, médico cirujano, ff.283v-284v.

BIBLIOGRAFÍA

BARTRA, E. Santo Toribio de Mogrovejo. Confianza, Lima, 1913.

BENITO RODRÍGUEZ, José Antonio:

1990. "La promoción humana y social del indio en los concilios y sínodos americanos", en Revista De Estudios Histórico-jurídicos Ediciones Universitarias de Valparaíso (Chile), pp.299-328
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JOSÉ ANTONIO BENITO RODRÍGUEZ