MORA Y DE LA MORA, San Miguel de la

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Tecalitlán, 1874 – Colima, 1927)

Sacerdote y mártir

El padre Miguel de la Mora y de la Mora fue fusilado en el jefatura de policía de Colima el 7 de agosto de 1927 a los 53 años de edad y 21 de sacerdote. Había nacido el 19 de junio de 1874 en Tecalitlán, Jalisco, en el seno de una familia campesina, numerosa y profundamente cristiana[1]. Sus padres eran José de la Mora y Margarita de la Mora. Fue bautizado al día siguiente de su nacimiento en el templo parroquial del lu¬gar. Pasó su niñez en el ran¬cho Rincón del Tigre, en donde se aficionó a la tierra, a sus frutos, al ganado y a sus crías. Ayudaba a sus padres y hermanos en las labores del campo y llegó a ser un buen jinete.

Una vocación sacerdotal singular y probada

A pesar de provenir de una familia campesina, pobre y probada por la necesidad, no fue presa de la desesperanza. Al igual que sucedió con otros sacerdotes mártires, su familia sabía vivir aquellas circunstancias con esfuerzo y dignidad. Este es el caso del muchacho Miguel de la Mora. Ya desde los tiempos de su adolescencia, en medio de las reses y de los campos, habían prendido en él los deseos de ser sacerdote.

Después de la muerte de don José de la Mora, quien cuidó de Miguel fue su hermano mayor, Regino, quien vivía en la ciudad de Colima. Al enterarse de su propósito de convertirse en sacerdote, lo llevó con él para inscribirlo en el seminario de Colima. No se cuenta con datos exactos acerca del tiempo de su formación en el seminario y de su ordenación sacerdotal, porque los revolucionarios extrajeron el archivo diocesano y lo tiraron en un rincón del patio del palacio episcopal, el cual estaba bajo control de los rebeldes. Sin embargo, por datos de sus familiares, sabemos que fue ordenado en el año de 1906 en Colima, uno de los lugares donde la Cristiada prendería con toda su fuerza y donde le gobierno se ensañó con creces en la represión.

Su ministerio sacerdotal

El padre Miguel de la Mora desarrolló su ministerio sacerdotal en Tomatlán, en la iglesia catedral de Colima, en la Hacienda de San Antonio, en Zapotitlán, y nuevamente en catedral. En 1912, al ser constituido el primer cabildo de la catedral, fue nombrado como uno de sus capellanes. El 20 de octubre de 1914 recibió el nombramiento de párroco de Zapotitlán, donde ejerció su ministerio con dedica¬ción y celo pastoral, atento a las necesidades espirituales de sus fieles, dedicado especialmente al trabajo de la catequesis, a la que atendía personalmente. En mayo de 1918 regresó a catedral, nuevamente como capellán. Con asiduidad y puntualidad casi exageradas acudía tarde y maña¬na al servicio de la catedral: participaba en el rezo del oficio divino; diaconaba o sub diaconaba en la misa conventual del cabildo catedral; atendía al confesionario y rezaba fielmente cada día el rosario. Su trabajo en catedral no le impedía atender a las necesidades espirituales de los enfermos, haciéndolo cuantas veces era necesario y con gusto. Asimismo recibió el encargo de director diocesano de la naciente obra de la Propagación de la Fe a favor de las misiones y la dirección espiritual del colegio de niñas La Paz.


El caso de Colima fue uno de los más dramáticos de la persecución

Colima fue una de las zonas donde más duramente se vivió la represión gubernamental. Se distinguía en ello su gobernador, Francisco Solórzano Béjar, quien quiso poner en práctica, con todos los medios que la violencia le sugería, las nuevas leyes antirreligiosas del callismo. Según aquellas leyes, los sacerdotes debían presentarse ante la autoridad civil para obtener los registros necesarios para ejercer su ministerio, además de estar a la disposición del gobierno civil del Estado para ser removidos y mandados a otro lugar según las autoridades civiles lo juzgasen necesario o conveniente. Entre otras cosas, también estableció en 20 el número de sacerdotes permitidos en todo el Estado, orden que jamás fue aceptada por la Iglesia, obispo y sacerdotes.


De hecho, Colima fue el primer Estado mexicano donde se puso en práctica el artículo 130 de la Constitución anticristiana, y allí comenzó la persecución sangrienta, provocando al mismo tiempo las fuertes protestas populares por el hecho. El Gobierno no reconocía la autoridad de los obispos, y mucho menos la del Papa. A nada valieron las protestas del obispo, Amador Velasco[2]. El Gobernador firmó la ley el 24 de marzo de 1926 determinando los delitos en materia religiosa y estableciendo las penas a los infractores[3].


Por ello el obispo de Colima ordenó en abril la suspensión pública de cultos, como lo haría tres meses después todo el episcopado mexicano[4]. El obispo antes había reunido a todos sus sacerdotes y celebrado con ellos una hora Santa de adoración ante el Santísimo: todos aceptaron la decisión y se declararon sacerdotes de la Iglesia Católica firmando un documento de adhesión a la fe de la Iglesia Católica y de fidelidad a los obispos. Su declaración acababa así: “No, no somos rebeldes, Vive Dios! somos simplemente sacerdotes católicos oprimidos, que no queremos ser apóstatas, que rechazamos el baldón y el oprobio de Iscariotes[5].


Como consecuencia, el obispo y todos los sacerdotes fueron procesados. Algunos fueron desterrados y otros se ocultaron, con el propósito de prestar auxilios espirituales a su pueblo: se las ingeniaban para celebrar la misa y los sacramentos en las casas particulares, siempre como podían y poniendo en juego sus vidas, ya que pendía sobre ellos la sentencia de muerte si les encontraban en tales servicios religiosos. Pero los sacerdotes se habían com¬prometido a aceptar también las consecuencias, aunque fuesen dolorosas y amargas. No obstante, a pesar de tratarse de un Estado particularmente reducido en dimensiones, el gobierno nunca logró apresar a su obispo, quien no abandonó su territorio sino que vivió arropado por su mismo pueblo.


El padre Miguel, sacerdote perseguido

También el padre Miguel se escondió para seguir ejerciendo su ministerio en la clandestinidad. Se negó a salir de la ciudad hacia su pueblo natal donde hubiese encontrado refugio seguro. Se "ocultó" en su casa; mas como enfrente de ésta habi¬taba un general de apellido Flores, en un descuido del padre fue reconocido por él y detenido de inmediato. Le ordenó que abriera el culto en la catedral adhiriéndose a una iglesia cismática mexicana que Calles había intentado fundar, pero el sacerdote se mantuvo siempre fiel a su obispo y al Papa.


Salió de prisión bajo fianza y con la obligación de presentarse diariamente en la jefatura, pero fue adver¬tido de que terminado el tiempo de su fianza iría a prisión definitiva, salvo que abriera el culto en la catedral, de la que era capellán. Durante los días en que tuvo la ciudad por cárcel fue llamado en repetidas ocasiones por el general Flores, quien junto con otros militares, se mofaba de él y de otro sacerdote que habían apresado, el padre José A. Carrillo. Las continuas molestias, el tiempo que se agotaba y el senti¬miento de que acaso no fuese capaz de resistir la presión de los militares, le hicieron pensar que era prudente alejarse de la ciudad, aunque perdiera su fianza y pusiese en entredicho su vida.


La fuga de la ciudad de Colima y su captura

Preparadas las cosas y acompañado de su hermano Regino y del padre Crispiniano Sandoval, salió en la madrugada del día 7 de agosto de 1927 rumbo al Rincón del Tigre, su rancho natal, en un coche propiedad de un amigo. El vehículo los dejó en La Estancia, en donde los esperaban unos mozos con remudas en las que continuaron su viaje hasta llegar a Cardona, donde trataron de tomar el desayuno. En Cardona alguien lo reconoció como sacerdote y esto bastó para que un agrarista los detuviese y así, presos, los llevase a Colima para entregarlos a los federales.


Los agraristas no supieron que su acompañante, el padre Sandoval, era sacerdote también. Por esa razón se desentendieron de él y pudo huir al llegar a la ciudad. Tampoco perjudicaron a los mozos, a quienes dejaron ir, no así a Regino de la Mora, hermano del padre Miguel.


El padre tuvo que viajar a pie desde Carmona, en medio de los agraristas, quienes ocuparon los caballos de los sacerdotes. Llegó muy cansado a la ciudad por la calle principal. Era casi medio día y en un mes de fuerte calor. Enterado el general Flores de la captura del padre, fue al cuartel y le dijo: "¿Qué está haciendo aquí el padrecito?". El padre contestó: "Pues aquí me tienen...”. Repuso el general: "Pues ahora se lo van a llevar...”, y de inmediato ordenó el fusila¬miento de los dos hermanos[6].


Fusilado delante de su hermano

El sacerdote no respondió. Dentro del cuartel, sin cuadro ni formalismo militar alguno, ordenaron al padre que caminara hacia la caballeriza del cuartel; el mártir sacó entonces su rosario y empezó a rezar. Le mandaron que se colocara apegado a la pared. Allí, sobre el estiércol de los animales y sin miramientos fue fusilado. El capitán encargado de la escolta le dio el tiro de gracia ante la mirada atónita de su hermano Regino, a quien no fusilaron porque expuso en su defensa que no tenía ningún delito ni era sacerdote. Eran las doce del día 7 de agosto de 1927. Regino salió libre días después, tras haber pagado una suma de dinero. El mismo general Flores se presentó luego en casa de la hermana del mártir y le dijo: "Acabo de fusilar a su hermano, mande a recoger su cuerpo"[7], y sin más el General entró en la habitación del Mártir para saquearla.


Enseguida corrió la noticia y la gente corrió para recoger el cuerpo para velarlo, pero el general y sus soldados no les dejaron. En un carro fúnebre, llamado "mariposa", fue llevado al panteón, en donde parece que unos parientes pudieron obtener el cuerpo y sepultarlo de prisa. Pocos días después, el general Flores con un pelotón de soldados fue al cementerio por la noche a exhumar el cadáver creyendo que podría llevar dinero consigo. Como no tenía nada, fue arrojado de nuevo en la fosa y sobre él la caja[8]. Allí quedó el cuerpo del mártir hasta que, amainando la persecución, los fieles pudieron llevar su cuerpo a la catedral.

El sacerdote protomártir de Colima

El padre Miguel fue el primer sacerdote de la diócesis de Colima que sufrió el martirio. Este hecho ayudó a que resonara en toda la diócesis la noticia y que, sin duda, fuese considerado desde el primer día como un verdadero mártir de la fe, de su sacerdocio, de su fidelidad a la Iglesia y a su obispo.


Este sacerdote, hijo del campo que ejercitó su ministerio en la ciudad de Colima, sin mayor relieve hasta que se desencadenó la persecución, vivió una vida intensa de fe y de sacrificio que llama poderosamente la atención. Lo encontramos trabajando en la catedral de Colima en un ministerio rutinario y de poco esplendor externo. Sin embargo ya entonces tenía fama de su devoción eucarística, que mostraba en el modo de celebrar la Misa y en los largos ratos dedicados a la oración. Incluso se había construido un oratorio en su casa; y en él oraba todos los días levantándose antes de amanecer. También acudían a él los pobres y los enfermos, incluso de ranchos lejanos, sin fijarse ni en distancias ni en dificultades. Igualmente los sacerdotes lo buscaban para confesarse y aconsejarse con él. Vivía una vida sencilla y ordenada cuando llegaron con fuerza al Estado de Colima los vientos de la persecución.


En 1942 fue exhumado y enterrado en la cripta de los Mártires de la catedral de Colima.[9]Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000, por S.S. Juan Pablo II.


Notas

  1. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, I, Informatio, 268-274.
  2. El obispo Don Amador Velasco y Peña –natural de Villa de Purificación, en el Estado de Jalisco, pero diócesis de Colima- se había formado en el seminario de aquella diócesis siendo también luego su rector. Elegido cuarto obispo de Colima en 1902, entró en la diócesis un año después como obispo. Los carrancistas en 1914 saquearon la ciudad, incautaron el palacio episcopal, el seminario y otros muchos edificios, situación que perduró hasta 1920. Cuando el gobierno puso en práctica las leyes anticatólicas, el obispo no abandonó a su rebaño; como el arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, se refugió con su pueblo entre las montañas. Allí permaneció protegido y amado por su pueblo sin que el gobierno pudiese agarrarlo. Es un ejemplo preclaro del episcopologio mexicano durante la persecución, que duró en Colima hasta ya bien entrado 1935, no pudiendo el obispo vivir en Colima hasta esa fecha.
  3. Positio Magallanes, III, Doc. Proc., , 245-246, CCI; III, Doc. Extraproc., 734-737, CCXLIII; II, Summarium, 611, & 2233; 620, & 226.
  4. Positio Magallanes, III, Doc. Extraproc., 700-701, CCCXXXII; 701-702, CCCXXXIII.
  5. Positio Magallanes, III, Doc. Proc., 446, CCI; III, Doc. Extraproc., 699-700, CCCXXXI; Summarium, 606, & 2215.
  6. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 1033.
  7. Positio Magallanes, II, Summarium, 636, & 2322.
  8. Positio Magallanes, II, Summarium, 629, & 2297; 620, & 2269; I, Informatio, 273.
  9. Positio Magallanes, II, Summarium, 615, & 2245; 608, & 2225; 609, & 2230; 614, 6 2243; 624, & 2282; I, Informatio, 274.


Bibliografía

González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008.

López Beltrán, López. La persecución religiosa en México. Editorial Tradición, México, 1987.

Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, tres volúmenes.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ