MOSQUERA Y ARBOLEDA, Manuel José

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Popayán, 1800 – Marsella, 1853) Arzobispo.


Manuel José y su hermano Manuel María nacieron el 11 de abril de 1800, en la ciudad de Popayán, Colombia; eran los menores de diez hermanos. Sus padres, José María Mosquera y Figueroa y María Manuela de Arboleda y Arrachea, los hicieron bautizar por su tío materno, Manuel María de Arboleda, el mismo día de su nacimiento[1].


La familia en la que nació el futuro arzobispo era una de las más importantes de Popayán, formada por dos troncos familiares interrelacionados por múltiples y sucesivos matrimonios durante la época del dominio español, cuya influencia permaneció aún después de alcanzada la independencia debido al apoyo que brindaron al proyecto de Simón Bolívar[2]. Don José María Mosquera ejerció los puestos de alcalde ordinario, regidor perpetuo y síndico procurador de Popayán. Al igual que su padre, algunos hijos de don José María estuvieron ligados a la actividad pública, siendo tal vez Tomás Cipriano el más destacado: fue senador, diputado, presidente de la Cámara de Representantes, gobernador del Cauca, ministro plenipotenciario en distintos países latinoamericanos, y presidente del país en cuatro ocasiones[3].


Manuel José Mosquera realizó sus primeros estudios de latinidad y filosofía en el Seminario de San Francisco, en Popayán; más tarde fue enviado a Quito junto con su hermano Manuel María, para que continuara su preparación en el Colegio Mayor, Real y Seminario de San Luis, en donde obtuvo el grado de bachiller en filosofía. Posteriormente, estudiaron los cursos de derecho civil y canónico en la Universidad de Santo Tomás, recibiendo Manuel José los grados de bachiller, licenciado y doctor en Sagrados Cánones el 11 de mayo de 1823. Sobre sus días de estudiante escribe el rector del colegio de San Luis y catedrático de la Universidad de Santo Tomás, Joaquín Miguel de Araújo: “(…) frecuentó inviolablemente los sacramentos, con edificación de los alumnos, cumplió exactamente la constitución, desempeñó, a satisfacción de todos, los oficios que sólo se confían a los más juiciosos jóvenes (…) En fin, yo le proponía, tanto como a su hermano, por un modelo de buena educación, modestia, aplicación y buen gusto en el estudio[4].


Recibió la ordenación sacerdotal el 9 de noviembre de 1823 –previa dispensa por no tener la edad requerida- de manos de Monseñor Salvador Jiménez de Enciso, obispo de Popayán. Cantó su primera misa el 8 de diciembre de ese mismo año, en la iglesia de Santo Domingo, la cual estaba bajo el patrocinio de su familia. Antes de convertirse en arzobispo, fue capellán de la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, Juez hacedor de Diezmos, Visitador del Hospital de Caridad, Defensor de Matrimonios así como Vicerrector y primer Rector de la Universidad del Cauca. Asimismo, el 8 de mayo de 1832 fue nombrado prelado doméstico por S.S. Gregorio XVI.


A la muerte de Fernando Caicedo y Flórez, arzobispo de Bogotá, el joven sacerdote Manuel José Mosquera fue elegido por el gobierno colombiano para sucederlo de acuerdo a la ley del 28 de julio de 1824, es decir, fue elegido y nombrado a través de votación por el Congreso, presentado por el Ejecutivo al Papa, quien finalmente expidió las bulas que le permitieron convertirse en el vigésimo séptimo prelado de esa arquidiócesis[5]. Fue preconizado el 19 de diciembre de 1834 y recibió la consagración el 28 de junio de 1835 en la iglesia de San Francisco en Popayán, de las mismas manos de quien había recibido la ordenación sacerdotal, el obispo Jiménez de Enciso.


Su elección como arzobispo levantó polémica por distintas razones. Por un lado, porque su hermano Tomás Cipriano ocupaba una curul en el Congreso y hubo quienes afirmaron que el resultado de la votación fue provocado por una intriga suya. Por otro lado la juventud del elegido, pues apenas estaba por cumplir treinta y cinco años de edad. Además, a pesar de que era de dominio público su posible nombramiento, se pensaba que sería elegido para dirigir la diócesis de Antioquia, no la de Bogotá. No obstante, junto con la polémica que levantó este nombramiento se dieron también muestras de alegría, algunas de ellas plasmadas, por ejemplo, en una carta dirigida al arzobispo electo y firmada por más de cien habitantes de Bogotá con el objeto de pedirle que aceptara la mitra bogotana y en la que expresaban su deseo “(…) de felicitar a V.S., y mucho más a la iglesia de Bogotá, que al ver acercarse el término de su viudedad, se lisonjea con la esperanza de ser regida dentro de poco por un pastor en quien relucen las prendas necesarias para tan alta dignidad[6].


Este júbilo se enmarca en el regocijo producido por el ansiado nombramiento de prelados para las sillas vacantes de la Nueva Granada, después del largo periodo que permanecieron vacías debido a la amenaza formulada por España a la Santa Sede, en el sentido de romper con ella si se proveía de obispos –sin consultarlo con la Corona- a las recién independizadas posesiones españolas en América. Manuel José Mosquera no era el primer prelado elegido después de la independencia, sino el segundo, pero debido a que el período de Monseñor Caicedo fue muy corto y su edad no le permitió ejercer una acción más eficaz, en realidad hacía muchos años que la arquidiócesis bogotana no tenía pastor[7].


A pesar de cierta indisposición que sentía hacia el arzobispado[8], el padre Mosquera aceptó el nombramiento e inició el viaje de Popayán a Bogotá. A esta ciudad llegó el 21 de septiembre de 1835 en medio de una bienvenida desairada, al parecer provocada por la negativa del cabildo diocesano de organizarla y convidar a los vecinos a ella; una semana después, el día 28, tomó posesión canónica como Arzobispo. A manera de desagravio por la triste bienvenida que recibió, después de su nombramiento, se ofreció un banquete en su honor. A través de la lectura de sus cartas podemos darnos cuenta del pesar que le causaba el cambio que se efectuaba en su vida: “Mucho ha sufrido mi espíritu al llegar a Bogotá: en medio del bullicio me hallaba en un espantoso desierto, porque no veía una sola persona de mi familia[9].


Entonces, Monseñor Mosquera decidió refugiarse en su labor al frente de la arquidiócesis. En junio de 1836 comenzó su visita pastoral, la cual no se había hecho en casi medio siglo por las razones mencionadas anteriormente, de modo que el nuevo arzobispo encontró una gran cantidad de feligreses necesitados del sacramento de la confirmación.


Asimismo, una de sus principales preocupaciones fue la educación de los futuros sacerdotes pues, en su percepción, la formación que presentaba el clero bogotano era insuficiente. Así lo señala a su amigo Rufino Cuervo en su carta del 11 de noviembre de 1834: “Todo esto me hace presumir que tendré que combatir en esa Diócesis dos clases de males en el clero: de una parte el filosofismo enmascarado, que ha entrado en nuestro clero, y de otra el fanatismo del siglo XII. (...) Yo sólo encuentro un remedio, y es el de crear un nuevo clero por una educación propia para esta profesión; pero si continúa el sistema que desde la República de Colombia ha habido, de instruir sin educar, y de propinar sin medida a la fogosa juventud toda clase de conocimientos, sean o no relativos a nuestra religión, a nuestras costumbres y a nuestra singularísima sociedad, jamás veremos el remedio. Obre Dios, que es quien todo lo puede[10].


Esta desconfianza del arzobispo en su clero se debía a que un número significativo de esos sacerdotes había sido educado bajo el plan de estudios de Francisco de Paula Santander, el cual promovía la enseñanza –entre otros autores- de Jeremy Bentham. Cabe destacar que los intentos de Monseñor Mosquera por modificar el sistema de educación del clero produjeron cierto resentimiento entre los sacerdotes de la arquidiócesis, el cual se prolongó hasta su destierro, cuando ambos cleros se solidarizaron con su pastor.


En relación a la formación y disciplina del clero bogotano, uno de los temas en los que Monseñor Mosquera tuvo que intervenir fue el del celibato eclesiástico. La razón que motivó esta intervención fue que en 1838 se comenzó a discutir un proyecto de ley que permitiría a los clérigos mayores contraer matrimonio; esta discusión llegó al Congreso a petición de un par de sacerdotes, quienes argumentaban que gracias al patronato el gobierno tenía derecho a intervenir en los asuntos internos de la Iglesia. Con motivo de este proyecto de ley (que finalmente fue rechazado por el Congreso) Mosquera escribió un texto –titulado Compendio de las doctrinas ortodoxas sobre el matrimonio de clérigos mayores- con el objeto de llamar la atención del clero hacia esta parte tan importante de la disciplina eclesiástica. En este escrito no dejó pasar la oportunidad de subrayar la independencia de la Iglesia: “(…) se asienta que basta una ley civil para variar la disciplina del celibato; pero semejante opinión es errónea, y choca con la naturaleza divina de la Iglesia, que es independiente para arreglar su disciplina[11].


Asimismo, en este escrito Monseñor Mosquera indicó la necesidad que tiene la arquidiócesis de un seminario independiente: al momento de asumir el arzobispado, encontró que había en la ciudad dos instituciones encargadas de la formación sacerdotal, a saber, el Seminario de la Arquidiócesis, mejor conocido como el Colegio de San Bartolomé, y el Colegio de Ordenandos de San José fundado por su antecesor. Sin embargo, ninguno de ellos era apto para la formación del clero, pues el primero “(…) era «Seminario» tan sólo jurídicamente pues en la práctica no se realizaban las notas que deben especificar esa clase de planteles”, mientras que el segundo “(…) carecía de recursos y así no podía esperarse que sobresalieran ni por la ciencia ni por la disciplina, los sacerdotes que ahí se educaban[12].


Por ello, Monseñor Mosquera indicaba en su Compendio que “(…) la grande, la urgente necesidad de la Iglesia Bogotana es cortar el mal de raíz, educando los jóvenes levitas como lo manda la Iglesia. ¡EL SEMINARIO CONCILIAR! EL SEMINARIO CONCILIAR! EL SEMINARIO CONCILIAR! No hay más remedio para los males que nos amenazan. La Francia sufrió los grandes escándalos de obispos y sacerdotes casados en su desastrosa revolución: pasó el tiempo de la iniquidad, y renació en sus seminarios una generación sacerdotal, que hoy es un modelo de continencia, de sabiduría y de todas las virtudes sacerdotales[13].


En efecto, el seminario de Bogotá –como solía suceder en los territorios que habían estado bajo dominio español- albergaba tanto a estudiantes que seguían la carrera eclesiástica como a jóvenes que seguían otras profesiones, debido a que estas instituciones fueron por mucho tiempo el único medio de instrucción para los habitantes de la América española. El resultado de esta situación fue que los seminarios adquirieron con el tiempo un doble carácter: colegios públicos y seminarios clericales.


El arzobispo Mosquera presentó en dos ocasiones -1838 y 1840- un proyecto al Congreso para recuperar el seminario: “Concluyo, pues, rogándoos (…) que mandéis separar el seminario conciliar de S. Bartolomé, dejándole su edificio, sus rentas y lo que se traslada del colegio de ordenandos; y que el prelado diocesano proceda a arreglarlo y gobernarlo como es debido, conforme a las disposiciones vigentes y a las tablas de su fundación[14].


Finalmente fue posible el restablecimiento del seminario como tal. Monseñor Mosquera se dio entonces a la tarea de reformar los estatutos de esta institución, su organización, su plan de estudios. No obstante, este restablecimiento fue temporal, puesto que se convirtió en uno de los blancos de las reformas liberales de 1851.


Otro de los proyectos que el arzobispo tenía en mente para mejorar la preparación de sus sacerdotes fue motivo de gran polémica: se propuso comisionar esta labor educativa a la Compañía de Jesús, expulsada de la Nueva Granada desde tiempos de Carlos III. Monseñor Mosquera “juzgaba que los jesuitas eran el único grupo capaz de revitalizar el sistema educativo y serían un modo de fortalecer las relaciones entre el clero y la jerarquía[15]. Por este motivo apoyó el decreto que en 1842 emitió el Congreso para permitir el regreso de los jesuitas, al ser designados para encargarse de las misiones entre los indígenas.


Los primeros sacerdotes jesuitas llegaron a Bogotá en junio de 1844, siendo recibidos por una gran cantidad de personas que salieron a las calles al enterarse de su llegada. Empero, el regreso de los jesuitas a tierras neogranadinas generó posiciones encontradas, pues mientras hubo numerosas expresiones de júbilo, provocó también gran descontento particularmente entre los políticos liberales. La razón de este descontento radicaba principalmente en que la Compañía de Jesús fue ganando terreno en la opinión pública y continuamente era solicitada en distintas provincias para encargarse de instituciones educativas; a causa de ello se consideró que los jesuitas desviaban su objetivo inicial de trabajar en las misiones, para dedicarse a la educación de los jóvenes en las ciudades. De acuerdo con el liberal radical Salvador Camacho Roldán, el objetivo de educar a éstos jóvenes por medio de la Compañía de Jesús no era inculcarles valores cristianos, sino “(…) inspirarles opiniones políticas contrarias a la república (…)[16].


Igualmente, esta medida incrementó el descontento existente en los sectores del clero resentidos por el juicio negativo que el arzobispo tenía sobre su formación, pues creían que en la arquidiócesis había excelentes clérigos que podrían haberse hecho cargo de esta tarea. Como consecuencia de la discusión levantada alrededor de los jesuitas, éstos –al igual que el seminario- se volvieron blanco de los liberales quienes, al mismo tiempo, tenían un fuerte liga con la masonería: “los masones de Bogotá casi en su totalidad estaban afiliados al partido liberal (…)[17].


Durante la década de 1840 fueron creciendo las tensiones entre la Iglesia y el Estado. En 1840, como resultado de una de las intervenciones del gobierno en materia eclesiástica –a saber, el decreto de desaparición de unos conventos en Pasto- comenzó un enfrentamiento armado conocido como la Guerra de los Supremos. Con motivo de este conflicto, Monseñor Mosquera escribió una pastoral llamando a la obediencia a la autoridad civil, pues señaló que las motivaciones de los rebeldes eran de naturaleza partidista: “No somos ya niños fluctuantes a todo viento de doctrina, para no saber distinguir lo que es celo de la gloria de Dios, y lo que sólo es medio empleado para fines terrenos”. Asimismo indicó que, a pesar de que el objetivo de la rebelión fuera bueno, los medios para conseguirlo no lo eran por lo cual afirmaba: “ni aprobamos semejantes planes, ni aceptamos nada que se ofrezca por medios ilícitos (…) nos resignaremos a todo género de padecimientos antes que cooperar de modo alguno a autorizar la ruina de los pueblos bajo el pretexto de beneficiarlos en su religión[18].


Del mismo modo, una serie de leyes abonaron el terreno de los enfrentamientos entre la autoridad civil y la eclesiástica. Por ejemplo, la ley del 12 de junio de 1840 facultó al gobierno para controlar las funciones públicas de los representantes papales; la ley del 18 de mayo de 1841 dio autoridad a los jefes de policía para vigilar los actos de los religiosos de todo orden que pudieran atentar contra las prerrogativas de la república; la ley del 8 de abril de 1843 estableció el procedimiento en los juicios de responsabilidad a empleados y funcionarios públicos, aplicable también a obispos. Además, en esa misma década Tomás Cipriano de Mosquera asumió el cargo de presidente del país, situación que complicó la relación del prelado con el poder político: ambos hermanos fueron fuertemente atacados por sus enemigos políticos pues veían en ellos una inconveniente concentración de poder.


Al terminar el periodo presidencial del general Mosquera, subió al poder el Gral. José Hilario López Valdés impulsado por el liberalismo radical, grupo político promotor de medidas que agudizaron el conflicto que el liberalismo sostenía con la Iglesia. Entre estas medidas se encontró la expulsión de los jesuitas no nacidos en la Nueva Granada; la supresión del fuero eclesiástico, con lo cual se generaban causas de responsabilidad no sólo a partir de delitos en el orden civil sino también a partir de actos de acción u omisión en el ejercicio de funciones episcopales o sacerdotales; el recorte de los sueldos del personal del episcopado; la promulgación de una ley sobre el nombramiento de los párrocos, que transfería el derecho de designar los curas a una cabildo parroquial compuesto por civiles; y la reincorporación el seminario conciliar al colegio nacional de San Bartolomé, a pesar de la petición y el informe que Monseñor Mosquera envió al Congreso en contra de ese proyecto legislativo.


En este contexto de tensión, Monseñor Mosquera había fundado en 1849 el periódico El Catolicismo, el cual hoy día continúa circulando como órgano oficioso de la arquidiócesis bogotana. El arzobispo le concedía gran importancia a la imprenta como vehículo de propaganda de todas las ideas, buenas y malas, razón por la cual dispuso la fundación del mencionado periódico con el objeto “(…) de iluminar la senda sembrada de peligros en esa época infortunada, por donde debía transitar la grey colombiana[19]. Aparte de dar a conocer sus opiniones a través de El Catolicismo, Monseñor Mosquera expresó abierta y directamente su rechazo a estas medidas por medio de comunicaciones al Congreso, al presidente de la República y a otras autoridades civiles involucradas en asuntos correspondientes a su arquidiócesis. Además, estas representaciones a la autoridad fueron apoyadas por otros miembros del episcopado neogranadino. De esta manera, el enfrentamiento creció a tal punto que se inició una causa criminal contra el arzobispo por desobediencia a la ley.


Como consecuencia de este proceso judicial y de acuerdo con las leyes del país, le fue retirado el permiso para ejercer las funciones de su ministerio, por lo cual debía nombrar un Provisor Vicario General que cumpliera esas funciones en su lugar. Como este nombramiento era anticanónico, el arzobispo Mosquera se negó a realizarlo. Finalmente fue condenado al destierro el 28 de mayo de 1852, al cual partió acompañado por su hermano Manuel María, después de convalecer unos días a causa de las enfermedades que le aquejaban desde años atrásxx. Por esta razón se prolongó su viaje de Bogotá a Cartagena, puerto del que[20]salió con destino a Nueva York, ciudad donde vivía su hermano Tomás y en la cual permaneció durante ocho meses antes de viajar a Europa.


Durante su destierro fue publicado en la Nueva Granada un extenso libelo titulado El Arzobispo de Bogotá ante la nación, del canónigo Manuel Fernández Saavedra, en el cual se le hacían una serie de acusaciones, como el que su elección para el arzobispado se había debido a la influencia de su hermano Tomás, o que había fomentado una guerra para favorecer a su familia –la Guerra de los Supremos-; también subrayaba su alianza con los jesuitas a quienes culpaba de haberse enriquecido durante los años que estuvieron en el país y negaba los resultados obtenidos en el seminario conciliar. Este impreso fue distribuido por el gobierno: “(…) se distribuyó gratis en el local de las secretarías de Estado, se circuló profusamente dentro y fuera del país bajo el sello de la secretaría de gobierno, y se hizo leer en los pueblos el domingo después de misa mayor con recomendación de que se guardase cuidadosamente en los archivos[21].


Como respuesta a este texto fueron publicados diversos impresos que refutaban estas acusaciones; a su vez aparecieron numerosas adhesiones a estos impresos, firmadas por el clero y fieles de distintas ciudades y poblaciones. Algunas adhesiones fueron publicadas cuando el arzobispo había muerto ya, aunque todavía no se conocía la noticia en Nueva Granada. Monseñor Mosquera alcanzó a conocer tanto el escrito de Fernández Saavedra como las defensas que se hicieron de él.


Al llegar a Francia su salud estaba ya muy deteriorada, pero aun así decidió continuar la travesía hacia Roma. Finalmente, su organismo no resistió más y falleció en el puerto de Marsella el 10 de diciembre de 1853. Antes de que el cuerpo del arzobispo Mosquera fuera inhumado, su corazón fue entregado a Manuel María y posteriormente enviado a Bogotá. Sus restos fueron sepultados en la catedral parisina de Notre Dame, donde permanecieron hasta 1936, año en que finalmente fueron repatriados. Actualmente descansan en la catedral de Bogotá, en el sepulcro destinado a los prelados de aquella arquidiócesis.


Obra(s): Compendio de las doctrinas ortodoxas sobre el matrimonio de clérigos mayores


Notas

  1. Restrepo Posada, José. Arquidiócesis de Bogotá, Tomo II. Editorial Kelly, Bogotá, 1971, p. 83
  2. Prado-Arellano, Luis Ervin y Prado Valencia, David Fernando. “La familia Mosquera y Arboleda y el proyecto bolivariano (1821-1830)”, en Memoria y Sociedad, vol. 14, núm. 29, (2010, julio-diciembre), p. 5
  3. Arboleda, Gustavo. Obra citada, pp. 282-294.
  4. Mosquera y Arboleda, Manuel María. Documentos para la biografía e historia del episcopado del ilustrísimo señor Manuel José Mosquera arzobispo de Santafé de Bogotá. Tomo I. Adriano Le Clere, París, 1858, p. 4
  5. Al proclamarse la independencia en el territorio que hoy es Colombia, el clero en su mayoría declaró que el derecho de patronato había cesado al extinguirse la autoridad de los Reyes en América, a quienes había sido concedido. Por su parte, el gobierno continuó ejerciendo de hecho el patronato, sin haber sido autorizado para ello por Roma: el 28 de julio de 1824, fue expedida una ley que declaraba que la República de Colombia debía continuar en el ejercicio de este derecho. Con todo, al gobierno no le fue posible nombrar obispos sin la autorización expresa del Papa: los obispos nombrados durante este periodo fueron presentados por el gobierno republicano pero nombrados motu proprio, es decir, Roma “no reconocía formalmente el derecho de patronato al gobierno granadino aun cuando confirmaba las determinaciones que éste tomaba” (Cavelier, Germán. Las relaciones entre la Santa Sede y Colombia. Tomo I. Editorial Kelly, Bogotá, 1988, p. 203).
  6. Mosquera y Arboleda, Manuel María. Obra citada, Tomo II, pp. 15-16.
  7. Cavelier, Germán. Obra citada, p. 196.
  8. En la correspondencia del padre Mosquera a su hermano Tomás encontramos cierta renuencia a aceptar la prelatura, pues ante los rumores de su posible elección, escribía: “Muy grave es el negocio del obispado, y siempre lo renunciaré, diré mejor, no admitiré. Ya he meditado la cosa como si hubiera recibido el nombramiento, y mi conciencia me dice que no debo admitir” (Mantilla, Luis Carlos. Mitra y sable. Correspondencia del Arzobispo Manuel José Mosquera con su hermano el General Tomás Cipriano (1817-1853), Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 2004, p. 192).
  9. Mantilla, Luis Carlos. Obra citada, p. 216.
  10. Cuervo, Luis Augusto. Epistolario del Dr. Rufino Cuervo. Tomo I. Imprenta Nacional, Bogotá, 1918, p. 308.
  11. Mosquera y Arboleda, Manuel María. Obra citada, Tomo II, p. 11.
  12. Restrepo Posada, José. Obra citada, p. 95-97.
  13. Mosquera y Arboleda, Manuel María. Obra citada, Tomo II, p. 31.
  14. Mosquera y Arboleda, Manuel María. Obra citada, Tomo II, pp. 107-108.
  15. González, Fernán. Dos poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia. Cinep, Bogotá, 1997, p. 147.
  16. Citado en Carnicelli, Américo. Historia de la masonería colombiana 1833-1940. Tomo I. Artes Gráficas, Bogotá, 1975, p. 176.
  17. Carnicelli, Américo. Obra citada, p. 166.
  18. Mosquera y Arboleda, Manuel María. Obra citada, Tomo I, pp. 78-79.
  19. Aguilera, Miguel. Visión política del Arzobispo Mosquera. Editorial A.B.C., Bogotá, 1954, p. 81.
  20. También fueron desterrados los obispos de Cartagena y Pamplona, después ser llamados a juicio de residencia por negarse a convocar a concurso, igual que Monseñor Mosquera.
  21. Cuervo, Ángel. Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época. Tomo II. Biblioteca Nacional, Bogotá, 1946, p. 235.


Bibliografía

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  • Arboleda, Gustavo. Diccionario biográfico y genealógico del antiguo departamento del Cauca. Biblioteca Horizontes, Bogotá, 1967.
  • Carnicelli, Américo. Historia de la masonería colombiana 1833-1940. Tomo I. Artes Gráficas, Bogotá, 1975.
  • Cavelier, Germán. Las relaciones entre la Santa Sede y Colombia. Tomo I. Kelly, Bogotá, 1988.
  • Cuervo, Luis Augusto. Epistolario del Dr. Rufino Cuervo. Tomos I, II y III. Imprenta Nacional, Bogotá, 1918.
  • Cuervo, Ángel. Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época. Tomo II. Biblioteca Nacional, Bogotá, 1946.
  • Dueñas Barajas, Álvaro José. El Ilustrísimo y reverendísimo Señor Doctor Manuel José Mosquera, Dignísimo Arzobispo de Santafé de Bogotá (1800-1853). Filigrana, Bogotá, 2004.
  • González, Fernán. Dos poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia. Cinep, Bogotá, 1997.
  • Horgan, Terrence. El Arzobispo Manuel José Mosquera. Reformista y Pragmático. Kelly, Bogotá, 1977.
  • Iragorri Díez, Benjamín. El Arzobispo Mosquera (1800-1853). Imprenta Nacional, Bogotá, 1953.
  • Mantilla, Luis Carlos. Mitra y sable. Correspondencia del Arzobispo Manuel José Mosquera con su hermano el General Tomás Cipriano (1817-1853), Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 2004.
  • Mosquera y Arboleda, Manuel María. Documentos para la biografía e historia del episcopado del ilustrísimo señor Manuel José Mosquera arzobispo de Santafé de Bogotá. Tomos I, II y III. Adriano Le Clere, París, 1858.
  • Prado-Arellano, Luis Ervin y Prado Valencia, David Fernando. “La familia Mosquera y Arboleda y el proyecto bolivariano (1821-1830)”, en Memoria y Sociedad, vol. 14, núm. 29, (2010, julio-diciembre)
  • Restrepo Posada, José. Arquidiócesis de Bogotá, Tomo II. Kelly, Bogotá, 1971.
  • Salcedo Martínez, Jorge Enrique. The history of the Society of Jesus in Colombia, 1844-1861 [tesis doctoral], Oxfordshire, University of Oxford, Doctorado en Historia, 2011.


SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA