MOVIMIENTOS CATÓLICOS EN CHILE

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El siglo XIX con su inherente modernidad, plantea una serie de inquietudes a los católicos chilenos. En un escenario donde bullen los grandes problemas sociales vinculados a la vivienda, la educación y la salud, y en el que es evidente la amenazante secularización del Estado, la Iglesia muestra una nueva faceta hija de su tiempo, orientada a la acción en el ámbito social y al apoyo institucional del laicado, que se siente llamado a actuar. Es el paso de un catolicismo de «referencia» a uno de «movimiento».[1]

Los nuevos tiempos vuelven la mirada de los chilenos a Europa, cuya realidad es similar y la reacción se ha concretado en la «militancia» católica, tanto a través de asociaciones con el fin de prestar ayuda a las diferentes necesidades, como en el espíritu de lucha ante un «peligro», para ellos «universal».[2]Este asociacionismo católico llega a su culmen bajo el pontificado de León XIII (1878-1903), cuya encíclica «Rerum Novarum» deja una importante huella en toda la Iglesia.

En este contexto, los chilenos vinculados a la élite, muchas veces formados en Europa y apoyados por la jerarquía eclesiástica, implementan en el país los movimientos apostólicos como los que ya funcionan exitosamente en el Viejo Mundo. Se produce entonces –a partir de la década de 1860- una nueva valoración de los laicos, dispuestos a actuar en un momento crítico en el que se busca alejar a la Iglesia del rol que tradicionalmente ha tenido en la sociedad. Su acción se concreta en un apostolado orientado a los más desfavorecidos en distintos ámbitos.

Los miembros de estas asociaciones pueden participar en varias a la vez, al igual que los eclesiásticos que los guían. La Iglesia –preocupada asimismo del aspecto formativo- promueve y asesora estos movimientos, siendo el principal referente las Conferencias de San Vicente de Paul.

El rol de las mujeres de la clase dirigente es muy significativo en este proceso, teniendo a futuro consecuencias políticas. Su acción social cubre distintos frentes, como los asilos para niños y ancianos, los hospitales, los dispensarios y las cárceles.[3]En 1852, Antonia Salas de Errázuriz funda La Sociedad de Beneficencia de Señoras, cuyo origen se remontaba a la Sociedad de Agricultura y a una sección de la Cofradía del Santísimo Sacramento.

En palabras de Sol Serrano, “marca el paso hacia la institucionalización de la caridad femenina”, siendo una de sus principales obras el apoyo prestado al Arzobispo Rafael Valentín Valdivieso para traer a las nuevas congregaciones femeninas de vida activa.[4]En poco tiempo el modelo se replica en otras ciudades. También se debe a las mujeres la organización de las renombradas «Conferencias de San Vicente de Paul»; quienes las integran asumen un protagonismo en la acción social, en beneficio de todas las necesidades de la ciudad.[5]

En el siglo XX el asociacionismo femenino se fortalece apoyando las actividades sociales de la Iglesia, y surgen importantes iniciativas como la Liga de Damas Chilenas, fundada en 1913 por Amalia Errázuriz de Subercaseaux, que ya en 1919 cuenta con 150 socias activas, y se establece a lo largo de todo el país llegando a competir con los sindicatos y sociedades de socorro mutuo de tendencia anticlerical.[6]

La participación masculina es relevante desde los comienzos de este nuevo fenómeno y, dado que el cambio de siglo ve aumentar notablemente los movimientos y se diversifican sus tendencias, es normal para los católicos comprometidos, sean mujeres u hombres, participar en ellos.

Son claras para la Iglesia las áreas de atención en el siglo XX, abocándose hacia ellas los distintos movimientos. En la defensa de la sociedad y del orden social cristiano, destacan el Club Domingo Fernández Concha (1911), el Centro Social de la Santísima Trinidad (1914) y la Unión Liga del Orden Social (1920).

Respecto a la juventud, algunos ejemplos son la Sociedad Protectora de la Juventud católica de Quilpué (1913), la Asociación Nacional de Estudiantes católicos (ANEC 1915), el Centro de Juventud y Cooperadores de La Salle (1916), y la Juventud Católica Femenina (1920).

Los obreros constituyen un campo de acción urgente, y hacia él se dirigen varios movimientos como el Centro Obrero Vicuña Mackenna (1908), el centro Católico Cordillera de Socorros Mutuos (1909) y la Sociedad Victoria Prieto (1909), entre otros.[7]

NOTAS

  1. Dufourcq, 39
  2. Huerta, 270
  3. Aliaga, 69
  4. Serrano, 37
  5. Aliaga, 76
  6. Maza Valenzuela, 165
  7. (Huerta, 352 y ss.)

BIBLIOGRAFÍA

ALIAGA R., Fernando, “Aporte pastoral de la mujer en el siglo XIX”, Anales de Historia de la Iglesia en Chile, (Santiago), 13, 1995, 67-78.

DUFOURCQ, Elisabeth, Les Aventurières de Dieu. Trois siècles d’histoire missionaire française, Paris, Editions Jean-Claude Lattès, 1993.

GUERÍN DE ELGUETA, Sara, Actividades femeninas: obra publicada con motivo del cincuentenario del decreto que concedió a la mujer chilena el derecho de validar sus exámenes secundarios, La Ilustración, Santiago, 1928.

HUERTA, María Antonieta, Catolicismo social en Chile: pensamiento y praxis de los movimientos apostólicos, Ediciones Paulinas, Santiago, 1991.

MAZA VALENZUELA, Érika, “Catolicismo, anticlericalismo y la extensión del sufragio a la mujer en Chile”, Centro de Estudios Públicos, (Santiago), 58, otoño 1995, 137-195.

MAZA VALENZUELA, Érika, “Liberales, radicales y la ciudadanía de la mujer en Chile (1872-1939)”, Centro de Estudios Públicos, (Santiago), 69, verano, 1998, 319-356.

PONCE DE LEÓN, Macarena, Gobernar la pobreza. Prácticas de caridad y beneficencia en la ciudad de Santiago, 1830-1890, Santiago, Editorial Universitaria, DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2011.

SERRANO, Sol, Vírgenes viajeras. Diarios de religiosas francesas en su ruta a Chile, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2000.


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