MÁRTIRES DEL CHACO; Contexto geográfico y social

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Primeros tiempos de la evangelización y penetración española

A partir de la llegada de los españoles a América (1492), su presencia se extendió con rapidez, por medio de expediciones que fueron ingresando por las distintas regiones del nuevo continente.

En el extremo sur de América, actual territorio de la República Argentina, la penetración se realizó desde el norte y el oeste. Ya a mediados del siglo XVI, se fundaron las primeras ciudades: Barco (1549), llegando desde Potosí, y Santiago del Estero (1553), en la avanzada desde Chile.

Luego se fundaron Córdoba (1573), La Rioja (1591), Madrid (1592), San Salvador de Jujuy (1593). Por el lado oriental, otra avanzada de conquista corría a lo largo del río Paraná y el Río de la Plata, entre Asunción del Paraguay (1541) y Buenos Aires (1536: primera; 1580: segunda fundación).

Las nuevas ciudades debían regirse por un cabildo, elegido por los vecinos. Estos primeros asentamientos pretendían asegurar la comunicación y el comercio entre Charcas al norte y el Tucumán hacia el sur, que los indios de la región hacían muy difícil a los españoles. Por ese motivo los objetivos intentados no fueron fácilmente logrados. Por un lado, estas fundaciones eran bastante precarias en todos sus recursos, y por otro, muchas tribus indígenas se mostraban hostiles al avance y conquista de los españoles.

Por esos motivos, varias ciudades tuvieron corta vida y otras debieron ser trasladas o nuevamente fundadas. Así como un ejemplo: Pedro Ortiz de Zárate, encomendero de Omaguaca, fundó en 1575 la ciudad de San Francisco de la nueva provincia de Álava, en la confluencia de los ríos Grande y Xibi Xibi, que fue destruida al año siguiente.[1]

Como organización política, la Corona española estableció en las Indias el sistema de los virreinatos; entre ellos se encuentra el del Perú (1542) con sede en Lima, que comprendía gran parte de Sudamérica. A su vez, el territorio del virreinato del Perú estaba repartido por el sur en tres gobernaciones, con límites imprecisos: Cuyo, dependiente de Chile, Tucumán, y Paraguay- Río de la Plata, luego dividida en dos. Las nuevas ciudades fundadas dependían de los gobernadores y corregidores, pero las enormes distancias otorgaban a las autoridades una relativa independencia y dificultaban el cumplimiento de las leyes.

Durante mucho tiempo no se logró un buen orden administrativo, alcanzado solo algunas décadas después de la división administrativa y de la exploración de estos territorios. La región contaba además con una audiencia real o tribunal de apelaciones, con sede en la ciudad de La Plata o de los Charcas (1559), actual Sucre (en Bolivia).[2]

Los conquistadores invertían en la empresa sus bienes propios, y por contrato con el gobierno de la Corona española adquirían derechos para conquistar y poblar territorios siguiendo los antiguos fueros castellano-leoneses medievales, recibiendo tierras en calidad de «mercedes», además de encomiendas de indios y cargos públicos.

Por la «encomienda», el poseedor recibía de los indígenas la mano de obra imprescindible para construir viviendas, cultivar campos y cuidar del ganado, o explotar minas, junto con la obligación de proteger y cristianizar a los indios. Otras veces, los indios eran obligados a pagar un tributo en dinero o especies, que podían canjear por trabajo.

Las leyes y decretos reales establecieron las debidas condiciones de justicia para estas contrataciones, pero a menudo los encomenderos y otras gentes con autoridad abusaban de su poder, imponiendo trabajos forzados y excesivos, sin ofrecer la protección y educación obligadas y prometidas según dichos fueros.[3]La Corona española tuvo que intervenir con frecuencia para hacer respetar dichas leyes, y la Iglesia (obispos y misioneros), por su parte, intervino muchas veces defendiendo los derechos de los naturales.

Los indígenas ante la colonización

El comportamiento de los indígenas ante el avance de la colonización fue muy diferente, según las características culturales, sociales y ambientales de cada grupo étnico. En el primer tiempo de la conquista y colonización, a los españoles les resultó difícil someterlos a su dominación e imponerles sus costumbres, aunque algunas tribus fueron menos resistentes y más dóciles. Otras más aguerridas se resistieron a la conquista y atacaron a los poblados indefensos, causando graves daños.

Por otra parte, la hostilidad entre los mismos indios de diferentes pueblos hizo muy complejas las relaciones, de manera que esta rivalidad resultaba a veces en favor y otras en contra de los españoles. De todos modos, es verdad que la población indígena disminuyó pronto y notablemente por varios factores, no ajenos al estilo de la conquista: traslado de las poblaciones, imposición de pesados trabajos, violentos enfrentamientos y guerras, pérdida de campos cultivados, escasez de alimentos, nuevas enfermedades importadas y pestes, etc.

Pueblos aborígenes de la región

Los conquistadores españoles y los misioneros no podían imaginar la cantidad y diversidad de etnias que encontrarían en las tierras del cono sur de América. Los indígenas tampoco esperaban una presencia semejante, que les cambiaría –de improviso y por completo– su vida, su libertad y sus costumbres.

Abnegados y pacientes misioneros en estas regiones, casi todos jesuitas, fueron los primeros en describir los diversos grupos que fueron encontrando, con sus rasgos, lenguas, costumbres y creencias. En las varias regiones de la extensa gobernación del Tucumán, vivían los siguientes pueblos:[4]

- Región del Chaco (actuales provincias del Chaco, Formosa, este de Salta, nordeste de Santiago del Estero, norte de Santa Fe): mataco-mataguayos, chorotíes, chiriguanos, guaycurúes (abipones, payagues, mocovíes, tobas y pilagás).

- Región Noroeste (actuales provincias de Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja): omaguacas, atacamas y diaguitas.

- Región Central (actuales provincias de Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba): vilelas, lules, tonocotés, sanavirones y comechingones.

En el Gran Chaco o Chaco Gualampa, fue donde encontraran la muerte violenta varios misioneros y entre ellos los mártires Pedro Ortiz de Zárate, sacerdote secular, y el jesuita P. Juan Antonio Solinas, en su afán de llevar a los naturales la paz y la fe cristiana.

El Chaco se encontraba hacia el norte del antiguo Tucumán, enmarcado por los ríos Colorado y Pilcomayo, que ofrecían abundante pesca, y se extendía por enormes espacios desérticos; cerros y selva eran su límite al poniente y el río Paraguay por el naciente. Ya entonces estaba poblada por numerosas tribus.[5]

El P. Lozano S.J., en su «Descripción Corográfica», describe en los primeros capítulos la región chaqueña en sus varios aspectos y la condición de los pueblos que allí habitaban, tal como la conocieron los misioneros jesuitas del siglo XVII, cuya actividad relata a continuación. Este escrito y otros semejantes se han utilizado en obras posteriores, para explicar las dificultades que encontraron los misioneros en el Chaco, sus enormes esfuerzos, el poco resultado que allí consiguieron y el martirio de varios de ellos.[6]

Estos pueblos o tribus son denominados a veces con diversos nombres.[7]Las «Cartas Anuas» de los jesuitas describen estas poblaciones como gente refractaria a la predicación del Evangelio y enemigos de los españoles, a quienes asaltaban causando tremendos daños. Esta fue el área donde la evangelización del Tucumán encontró los mayores obstáculos, durante toda la centuria.

Conviene recordar que algunas etnias se presentaban con nombres extraños para los españoles, que solo podían captarlos y pronunciarlos a su manera; como también que algunos pueblos indígenas recibieron diversos nombres, según fueran considerados dentro de una u otra agrupación étnica. Por lo demás, la infinita variedad de lenguas habladas por los naturales hacía difícil la comunicación con ellos y, en consecuencia, también la descripción que los españoles y los misioneros podían hacer de aquellos nuevos pueblos que iban conociendo.[8]

Presencia misionera de la Iglesia

Las expediciones españolas que ingresaron en el Nuevo Mundo estuvieron de ordinario acompañadas por misioneros, en su mayoría pertenecientes a órdenes religiosas.[9]El proyecto explícito de la Corona contemplaba e insistía sobre el deber primario de la evangelización como fin esencial de exploraciones y conquistas.

La documentación en tal sentido llena toda la historia documental de las iniciativas promovidas por la Corona española –desde la primera expedición de Colón y las disposiciones de los Reyes Católicos en tal sentido– y acompañan todo el resto de esta historia desde el punto de vista jurídico y de propósitos. Además, la Corona no solo se muestra responsable de la tarea evangelizadora desde las bulas alejandrinas (1493), sino que las costeaba económicamente.

Otro aspecto innegable es que, si bien juntos –Corona e Iglesia– llegaron al Nuevo Mundo, avanzaron y llevaron a cabo la evangelización, a veces se dieron criterios e intereses diversos, sobre todo con los Borbones en el siglo XVIII.

Entre los siglos XVI y XVII fueron erigidas tres nuevas diócesis en el cono sur de América: Asunción del Paraguay (1547), Tucumán (1570) y Buenos Aires (1620). Sobre el océano Pacífico, se fundaron por ese tiempo la de Santiago (1561) y la de la Santísima Concepción, en la ciudad de La Imperial (1563). Era esta una empresa de verdadera audacia evangélica, considerando la vida difícil de aquellas ciudades, la escasez de recursos, y las enormes extensiones que comprendían.

La diócesis del Tucumán coincidía con los imprecisos límites de la gobernación y tenía su sede en la ciudad de Santiago del Estero,[10]fundada sólo unos veinte años antes. Desde allí salieron pronto los españoles a establecer otros nuevos pueblos, que le dieron a Santiago el sobrenombre de «madre de ciudades».

Fray Francisco de Vitoria (homónimo del teólogo), primer obispo de esta diócesis, primera del actual territorio argentino, llegó a su sede episcopal en 1580. La tarea pastoral de la Iglesia se realizaba en ese tiempo según las prescripciones del Concilio de Trento (1545-1563), asumido y aplicado en tierras del Virreinato del Perú por el III Concilio Provincial de Lima (1582-1583).

De esa sede se prepararon y enviaron misioneros, por lo general españoles de nacimiento y otros criollos (nacidos ya en América), que llegaron hasta las lejanas tierras del sur. Entre ellos, el célebre san Francisco Solano (1549-1610), fraile franciscano muy querido también en las provincias argentinas del centro y norte del país.

El segundo obispo del Tucumán, Fernando de Trejo y Sanabria, franciscano y criollo, gobernó casi dos décadas (1594-1614) y llevó a cabo obras importantes. En Córdoba fundó con los jesuitas el Colegio Máximo, origen de la primera universidad argentina y, al mismo tiempo, aprobó las reglas del monasterio Santa Catalina de Siena, primer convento femenino contemplativo (1613).

A él se debe también la erección de un primer seminario para la formación de sacerdotes. Convocó además tres sínodos diocesanos, en los que –entre otras medidas– denunció y condenó los abusos que los encomenderos cometían con los indios y sus familias.[11]

Después de Trejo, otros obispos continuaron su ministerio en el extenso Tucumán durante las décadas siguientes. Fueron ellos: Julián de Cortázar, español y secular (1617-1626); Tomás de Torres, dominico español (1628-1630); Melchor Maldonado de Saavedra, colombiano agustino (1632-1661); Francisco de Borja, colombiano secular (1668-1679); Nicolás de Ulloa, agustino peruano (1679-1686).

Estos pastores contaban con la colaboración de sacerdotes seculares y religiosos, sobre todo jesuitas, siempre pocos en aquellas extensas regiones para acompañar a españoles e indígenas, diseminados en pequeñas y distantes poblaciones, ligadas entre sí por caminos extensos y peligrosos.[12]

Entre uno y otro obispo, dada la dificultad de comunicación con España, el tiempo de sede vacante solía ser bastante prolongado y los problemas se acrecentaban. En esa época, y en razón del Patronato Real español sobre América, la relación con la Sede Apostólica se realizaba a través de la autoridad real y su organismo administrativo, el Consejo de Indias.

Historiografía controvertida

La historia de la conquista ha sido narrada con dispares acentos y a veces de manera controvertida. En sentido negativo se señala las versiones de una «leyenda negra» claramente denigrante de la presencia española en América, y acentuando solo el interés económico y la crueldad de los conquistadores, censurando y amputando la ingente labor civilizadora hispana.

Sin embargo, otra abundante historiografía destaca la obra generosa, benéfica civilizadora de España en favor de los pobladores originarios y cómo su catolicismo abrió las puertas a la construcción de aquel mestizaje cultural del que nace la realidad latinoamericana.

De modo semejante, una historiografía «indigenista», heredera de las posiciones ilustradas del siglo XVIII y de un cierto estilo romántico del XIX, presentan a los indios como gente bondadosa, sufrida y explotada; por el contrario –y basándose en numerosas fuentes históricas del momento− otra historiografía más realista muestra la hostilidad mutua entre los mismos indígenas, sus luchas entre los grupos diversos y sus violentos ataques contra los españoles y sus fundaciones.[13]

Tiempos y lugares difíciles para la misión

Muchos informes y cartas de obispos y religiosos describen la ardua tarea pastoral realizada en el Tucumán, durante el siglo XVII. El obispo Maldonado[14]de Saavedra, que presidió esa Iglesia por casi tres décadas (1634-1661),[15]se lamentaba al poco de llegar por contar solo con treinta sacerdotes cuando hacían falta unos doscientos.

No hay que maravillarse de esta escasez dados los muchos y graves problemas que comportaban aquella dedicación apostólica, así como las dificultades para venir a tierras tan lejanas; la pobreza, la vida austera y llena de sacrificios y abnegación que la misión comportaba. No todos se sentían llamados a un tipo de ministerio, objetivamente heroico ya en sí.

Los naturales a su vez, habían sufrido y seguían sufriendo muchos padecimientos, carecían de amparo y la necesaria protección, y vivían de manera primitiva, sin lograr progreso alguno.[16]Por ese mismo tiempo, escribía el obispo Maldonado al provincial de los jesuitas, Diego de Boroa,[17]alabando la tarea misionera de los suyos en el Tucumán, y rogando que enviara más sacerdotes de la Compañía de Jesús por la necesidad espiritual que tenían los miles de naturales recién convertidos y los que aún eran paganos. En términos semejantes también explicaba el prelado la situación del Tucumán ante Su Majestad.[18]

La obra del obispo Maldonado

Compadecido por la condición de los naturales, el obispo Maldonado promovió poco después una misión entre los ocloyas, emparentados con los omaguacas; instalados al norte de Jujuy. Era un pueblo «encomendado» (pueblo puesto bajo la tutela o encomienda de algún conquistador o colono) pero poco adelantado en la fe y en las costumbres. Por ello, el prelado pidió ayuda a los franciscanos y luego a los jesuitas, los cuales entraron en un conflicto entre ellos, que solo se pudo resolver con intervención del obispo y del rey.

En adelante los jesuitas condujeron la reducción, que después fue invadida por los indios en dos ocasiones desde el Chaco, causando la muerte de muchos naturales reducidos (ya reunidos en los dichos asentamientos).[19]En esta ocasión participó el padre jesuita Gaspar Osorio, que marchó después al Chaco, donde perdió la vida junto con dos compañeros a manos de los indígenas.

Un informe de la visita «ad limina» dirigido al papa (1644), resume bien los desvelos del obispo Maldonado por esa región; sobre todo su preocupación por la falta de sacerdotes disponibles:

“En este obispado hay la mayor falta de clérigos que puede considerarse siendo la mies mucha, yo padezco grandísimo desconsuelo viéndome sin ministros aun de la simple necesidad [...]. Las religiones [órdenes religiosas] me ayudan cortísimamente porque no tienen ni pueden más, y ellas están en miserabilísimo estado [...]. Esta región es remotísima, y en ella no hay premio, ni materia de que lo haya y esta es la causa de tanta falta de sujetos”.[20]

Aunque reconoce que cuenta con la valiosa ayuda de los jesuitas, a quienes mucho aprecia y a los que ha concedido todos los poderes para llevar adelante la obra misionera:

“La Compañía de Jesús tiene y sustenta Universidad en la ciudad de Córdoba donde concurren los estudiantes de este obispado y de otros [...]. Tiene todas las cofradías de indios y negros de este obispado en sus colegios, cuidan de ellos enseñándoles, y doctrinándoles con suma vigilancia, y también curándoles sus enfermedades corporales [...]

En las ciudades son llamados a todos los pobres y necesitados temporales y espirituales, sin que haya hora ni tiempo de frío, ni de calor reservado, por los campos continuamente andan de dos en dos haciendo misiones, administrando los sacramentos, predicando, enseñando y quitando pecados [...] De ordinario entran por provincias de bárbaros infieles, predicando y enseñando sin gente para su seguridad sino apostólicamente y hoy hace muchos días hay dos de ellos en el Valle de Calchaquí [...]”.

De todos modos, a pesar de todos esos esfuerzos misioneros, la situación general era de mucha necesidad espiritual:

“Tiene este obispado muchas provincias inmediatas por convertir, y en ellas se hace lo que se puede, y no es servido Dios de que haya llegado el tiempo de su conversión. Tres géneros de gentes hay en este obispado españoles, indios y negros, y los que nacen de esta mezcla. Los naturales son dóciles y humildes pero desnudos de toda enseñanza porque les faltan maestros, emulaciones y premios [...]. Ahora salgo a visitar más ciudades, y valles trabajosísimos que están con muchos principios de guerra [...]”,

Situaciones plagadas de dificultades insuperables

Tres situaciones bien concretas muestran las dificultades mencionadas. Una de ellas fue el reiterado intento de misionar el Chaco Gualampa. La tentativa habría comenzado con la fundación del fuerte Ledesma, levantado hacia 1626,[21]pero con escasos resultados, ya que –a pesar de los reiterados esfuerzos misioneros– las poblaciones vecinas siguieron padeciendo incursiones y ataques por parte de los indios.[22]Los métodos de la conquista española y la tarea de evangelización planteaban problemas complejos y arduos, tanto a las autoridades de la Corona española como de la Iglesia.[23]

A pesar de ello, el padre jesuita Gaspar Osorio[24]se animó en 1628 a comenzar una «reducción» con los tobas al sur del fuerte Ledesma. Pero cuando otro audaz misionero, el padre mercedario Juan Lozano, sufrió el martirio en ese mismo año,[25]se volvió antes de transcurrir dos años.

Poco después (1639), el mismo padre Osorio se animó a ingresar desde Jujuy, acompañado esta vez por el padre Antonio Ripario (o Ripari) y el estudiante Sebastián Alarcón, todos jesuitas. Al avanzar por territorio indígena, se encontraron con cincuenta chiriguanos con quienes quisieron entablar buenas relaciones, compartiendo regalos y comida, con el propósito de evangelizarlos. Pero el intento duró solamente un par de días, porque los indios los atacaron con violencia, despojándolos de todo y dándoles muerte a macanazos.

Este martirio, ocurrido el 1° de abril de 1639, ha sido relatado por los jesuitas,[26]por el obispo Maldonado, por los historiadores modernos,[27]y aun reconocido por la historia de la provincia de Jujuy.[28]Sobre este triste suceso existe también un valioso testimonio, dado por indios de aquel tiempo y recogido en Salta (1644).[29]

Otro de esos lugares muy difíciles fue la ciudad de Esteco, fundada en el siglo anterior en las márgenes del Chaco y varias veces trasladada. Llegó a ser una de las poblaciones más opulentas del Tucumán. Pero también debió sufrir los reiterados ataques de los mocovíes, aunque se realizaron sucesivas entradas sin éxito alguno.

Primero la del gobernador Ángel de Pereda, que resultó un fracaso (1673); y después otras dos más (1679 y 1685), que no consiguieron «reducir» a los indios, porque eran nómadas y se refugiaban en la selva. Luego los mocovíes atacaron la ciudad (1686), que quedó muy maltrecha, y que por fin fue destruida por un terremoto (1692).[30]Antes de retirarse por dimisión (1678), el obispo Borja, sucesor de Maldonado, menciona algunos frutos de la misión en el Chaco, aunque todavía reducidos.[31]

Una tercera muestra de las condiciones adversas para la misión, fue la de los indios calchaquíes, situados en los valles altos, al noroeste del Tucumán. Los esfuerzos en esta zona se prolongaron casi por todo el siglo XVII, con exiguos éxitos y dolorosas consecuencias.[32]

Aunque no se conocen datos precisos, el mismo futuro mártir Pedro Ortiz de Zárate participó como capellán militar en estas avanzadas.[33]Los padres de la Compañía de Jesús lo intentaron durante varias décadas, como ha dejado constancia escrita el mismo obispo Maldonado;[34]pero el resultado fue escaso y efímero.

Hacia la mitad del siglo, el español Pedro Bohorques, con la increíble pretensión de ser un nuevo inca, intentó pacificar y gobernar a los calchaquíes, con el consenso de algunos caciques. Al comienzo tuvo un cierto apoyo de los jesuitas y del gobernador Alonso de Mercado y Villacorta, con la desconfianza fundada del obispo Maldonado.[35]Motivos había para no creer en su buena voluntad ni en sus métodos.

Un gran acuerdo parecía ya logrado hacia 1657, pero con justificada razón el caudillo fue obligado por el virrey a dar cuenta de su actuación, y al final terminó juzgado y ajusticiado (1667). Siguieron diez años de guerra entre españoles e indígenas en aquellos valles. Los quilmes y hualfines fueron vencidos y trasladados, hasta que al fin enteras generaciones resultaron desnaturalizadas. Hacia 1670 quedaban sólo tres reducciones que subsistieron algunos años en manos de clérigos seculares y la colaboración de los jesuitas.

Las referencias del padre Tomás Donvidas, provincial de la Compañía, son bastante desoladoras.[36]A pesar de su carácter bravío y la protección que les ofrecían sus montañas, la raza calchaquí fue desapareciendo, después de larga resistencia al avance conquistador y misionero.


NOTAS

  1. Pedro Ortiz de Zárate es el abuelo del sacerdote evangelizador de Jujuy y mártir del mismo nombre Pedro Ortiz de Zárate.
  2. Cf. Mirta Lobato y Juan Suriano, Atlas histórico de la Argentina (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2004), 44-52; Vicente Sierra, Historia de la Argentina 1492-1600, t. 1 (Buenos Aires: Editorial Científica Argentina, 1970).
  3. Cf. Antonio Dougnac Rodríguez, Manual de Historia del Derecho Indiano (México: UNAM, 1998).
  4. Cf. Cayetano Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina, t. 1 (Buenos Aires: Ed. Don Bosco, 1966), 35- 80: síntesis de importantes obras antiguas y modernas. Entre otras: Martin Dobrizhoffer, Historia de Abiponibus, equestri bellicosaque Paracuariae natione, 3 tomos, (Vienne: Kurzbek, 1748); Pedro Lozano, Descripción Chorográfica del terreno, ríos, árboles y animales de las dilatadísimas provincias del Gran Chaco Gualampa, y de los ritos y costumbres de los innumerables naciones bárbaras e infieles que las habitan, ( Córdoba: s.e., 1733); Lorenzo Hervás, Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, y numeración, división y clases de estas, según la diversidad de idiomas y dialectos, v. 1 (Madrid: Impr. de la Administración del Real Arbitrio de Beneficencia, 1800); Florián Paucke, Hacia allá y para acá, t. II, (Buenos Aires: Universidad Nacional de Tucumán, 1943); Guillermo Furlong, José Cardiel, sj, y su Carta-relación (1747) (Buenos Aires: Librería del Plata, 1953).
  5. Chaco y Gualampa son términos que provienen del idioma quechua y que han sido diversa mente interpretados por los estudiosos de esta región, de sus pueblos originarios y de su historia. Cf. Chaco en Antonio Paleari (dir.), Jujuy Diccionario General, t. IV ( Jujuy: Ediciones Gobierno de la Provincia de Jujuy, 1992), 1523-1525.
  6. Por ejemplo: Enrique De Gandía, Historia del Gran Chaco (Madrid-Buenos Aires: J. Roldán y compañía, 1929); Guillermo Furlong, Entre los Vilelas de Salta (Buenos Aires: Talleres gráficos San Pablo, 1939); Alberto Scunio, La Conquista del Chaco (Buenos Aires: Círculo Militar, 1972).
  7. El historiador Cayetano Bruno sdb, en Historia de la Iglesia en la Argentina, t. 3 (Buenos Aires: Ed. Don Bosco, 1968), 486, los nombra como: tobas, mocovíes, mataguayos, tauníes, taños, ojotas, quilotos, palomos, chunupíes, vilelas, cala gaes y abipones.
  8. El padre provincial jesuita Tomás Donvidas sj, describe las duras condiciones de aquella tierra del Chaco, la índole de los naturales, con sus virtudes y vicios, mas las penurias que con valor tenían que padecer los misioneros que intentaban su evangelización. Cf. «Carta Anua 1653-1654 del Padre Provincial del Paraguay Diego Francisco Altamirano s.j.» (31-12-1654), en: Jaime Cortesão (ed.), Manuscritos da Coleção De Angelis, t. II, (Río de Janeiro: s.e., 1951-1955),127-136; «Carta Anua 1681-1692 del Padre Provincial del Paraguay Tomás Donvidas sj»: Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 9, ff 232v-233v.
    Entre los estudios modernos sobre estos pueblos indígenas se citan: Fernando Márquez Miranda, “Lenguas, usos, costumbres y cultura de los aborígenes del Tucumán en el período colonial”, en Roberto Levillier, Historia Argentina, t. I (Buenos Aires: Plaza & Janés, 1981), 113-178; Antonio Tovar, Las lenguas indígenas, sus caracteres, orígenes y semejanzas, su influencia en el castellano y la del castellano en ellas, en Levillier, Historia Argentina, t. I, 323-328.
  9. Cf. Juan Carlos Zuretti, Nueva Historia eclesiástica argentina (Buenos Aires: Itinerarium, 1972); Vicente Sierra, El sentido misional de la conquista de América (Buenos Aires: Dictio, 1980); Cayetano Bruno, Las órdenes religiosas en la evangelización de las Indias (Rosario: Didascalia, 1992); Bruno, “Historia de la Iglesia”, t. II-III; Antonio de Egaña, Historia de la Iglesia en la América Española. Desde el descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX, t. II Hemisferio sur (Madrid: Ed. Católica, 1966).
  10. La sede de la diócesis del Tucumán fue trasladada en 1699 de Santiago del Estero a Córdoba, por las malas condiciones de aquella ciudad, debido sobre todo a las crecidas del río Dulce.
  11. Cf. José M. Arancibia y Nelson C. Dellaferrera, Los sínodos del antiguo Tucumán celebra dos por fray Fernando de Treja y Sanabria (1597, 1606, 1607) (Buenos Aires: Ed. de la Facultad de Teología de la U.C.A, 1979).
  12. Varios historiadores jesuitas han relatado su empeño y acción evangelizadora en el antiguo Tucumán. Por ejemplo: Antonio Astrain, Historia de la Compañía de Jesús en la asistencia de España, tt. IV y VI (Madrid: Razón y Fe, 1913 y 1920).
  13. Cf. Carlos Martínez Sarasola, Nuestros paisanos los indios. Vida, historia y destino de las comunidades indígenas en la Argentina (Buenos Aires: Del Nuevo Extremo, 2011).
  14. Cf. «Carta del obispo del Tucumán Melchor Maldonado a Su Majestad». Transcripción en: Córdoba, Archivo del Arzobispado Legajo 54, Tomo 3, s/n (original en: Archivo General de Indias, Charcas 137).
  15. Fray Melchor Maldonado de Saavedra OSA, fue nombrado obispo del Tucumán en el año 1631, allí murió en 1661. Cf Antonio Ruiz de Montoya, Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias de Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape (Bilbao: Imprenta del Corazón de Jesús, 1892), 289-292: «Carta del obispo Melchor Maldonado al padre Diego Boroa sj sin fecha». Otra «Carta del mencionado obispo a Su Majestad» ( Córdoba 11-8-1637), sobre la difícil situación de la evangelización en el Tucumán.
    La transcripción de la «Carta del obispo del Tucumán al padre Boroa sj», más la respuesta del jesuita al obispo, se encuentra en: Córdoba, Archivo del Arzobispado, Legajo 57, s/n (original en: Archivo General de Indias, Charcas 137).
  16. Carta del obispo del Tucumán Melchor Maldonado a Su Majestad (Esteco, 29-9-1634). En: Antonio Larrouy, Documentos del Archivo General de Tucumán, t. I, (Buenos Aires: L.J. Rosso y Cía., Impresores, 1923), 135-141. (Original en: Archivo General de Indias, Charcas 137). En dicha carta, el obispo da cuenta de la visita a la diócesis y menciona abusos cometidos por el vecino Juan Ochoa de Zárate.
  17. El padre Diego Boroa sj (1585-1657), era español de nacimiento, fue misionero en el Paraguay, y allí también provincial (1634-1640). Sus «Cartas Anuas» son muy importantes para la historia de las misiones entre los guaraníes de América (1635-1637). Cf. Charles E. O'Neill y Joaquín M. Domínguez (dirs.), Diccionario histórico de la Compañía de Jesús, t. I (Madrid: Universidad Pontificia Comillas, 2001), 495.
  18. Cf. Ruiz de Montoya, “ Conquista espiritual”, 289-292; «Carta del obispo Melchor Maldonado al padre Diego Boroa sj sin fecha». A continuación (292-296), «Carta del mencionado obispo a Su Majestad» ( Córdoba 11-8-1637), sobre la difícil situación de la evangelización en el Tucumán.
    La transcripción de la «Carta del obispo del Tucumán al padre Boroa», con fecha ( Córdoba, 7-8-1637), más la «respuesta del jesuita al obispo» ( Córdoba, 14-9-1639) se encuentra en: Córdoba, Archivo del Arzobispado, Legajo 57, s/n (original en: Archivo General de Indias, Charcas 137).
  19. Cf. Bruno, “Historia de la Iglesia”, t. III, 260-267. 284: El autor procura describir esta desafortunada situación y su triste final, en base a cartas y testimonios antiguos.
  20. Santiago Barbero, Estela Astrada y Julieta Consigli, Relaciones ad limina de los obispos de la diócesis del Tucumán (s. XVII al XIX) ( Córdoba: Prosopis Editora, 1995), 49-53.
  21. Fuerte Ledesma: muy cerca de este lugar se produjo el martirio de los misioneros el sacerdote secular Ortiz de Zárate y el jesuita p. Solinas.
  22. Cf. José Alumni, El Chaco. Figuras y hechos de su pasado, con motivo del II centenario de la fundación de San Fernando del Río Negro, 1750-1950 (Resistencia: s.e., 1951), 175-193; «Relación al Padre General Mucio Vitelleschi sj del P. Gaspar Osorio sj sobre el Chaco» (1630), que luego fue martirizado, en: Lozano, “Descripción Corográfica”, 170-173; Furlong, “Entre los Vilelas”.
  23. Cf. Ernesto Maeder, “Las opciones misionales en el Chaco del siglo XVII, ¿Evangelización o guerra justa?”, en Teología, no. 48 (1986): 49-67.
  24. Al padre Gaspar Osorio Valderrábano, jesuita nacido en España (1595-1639), le dedica Miguel Ángel Vergara dos capítulos en: Don Pedro Ortiz de Zárate: Jujuy tierra de mártires; (siglo XVII) (Salta: Arzobispado de Salta, 1965), 91-125. Cf. Hugo Storni, Catálogo de los Jesuitas de la provincia del Paraguay (Cuenca del Plata): 1585-1768 (Roma: Institutum Historicum S.I., 1980), 209.
  25. Sobre el padre Juan Lozano: cf. Bruno, “Historia de la Iglesia”, t. III, 284; Lozano, “Descripción Corográfica”, 163-73; José Brunet, Los Mercedarios en la Argentina (Roma: Institutum Historicum Ordinis de Mercede, 1982), versión digital; Bernardino Toledo, Estudios Históricos de la Provincia Mercedaria de Santa Bárbara del Tucumán (1594-1918), t. II ( Córdoba: Est. Gráfico Los Principios 1920), 279-281; Vergara, “Don Pedro Ortiz de Zárate”, 109-110; Paleari, Jujuy Diccionario General, t. VII, 3234-3235.
  26. Cf. «Relación breve de la muerte del P. Gaspar Osorio y su compañero el P. Antonio Ripario a la entrada de la misión del Chaco como a mediado marco del año 1639», Roma, Archivum Romanum Societatis Iesu, Paraquaria 11, ff. 260-261v; «Cartas anuas 1637-1639», en Ernesto Maeder, Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay 1637-1639 (Buenos Aires: FECIC, 1984).
    Entre las obras publicadas: Lozano, “Descripción Corográfica”, 175-178; Nicolás del Techo, Historia de la Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús, t. V (Madrid: A. de Uribe, 1897), 81-8; Pedro Francisco Charlevoix, Historia del Paraguay, t. II (Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1912), 387-94; Juan Eusebio Nieremberg, Vidas ejemplares y venerables memorias de algunos claros varones de la Compañía de Jesús, t. IV (Madrid: Alonso Paredes, 1647), 206-15; Nicolás del Techo y Ladislas Orosz, Decades virorum illustrium Paraquariae Societatis Jesu, ex ejusdem Provinciae et aliunde depromptae. Cum synopsi chronologica historiae Paraquariae, pars prima, (Tyraniae, Eslovaquia: Typis academicis Societatis Jesu, 1759), 289-95; Carlos Leonhardt, “Dos mártires del Chaco: PP. Gaspar Osorio y Antonio Ripari sj”, Estudios, no. 368: 297-312.
  27. Cf. Bruno, “Historia de la Iglesia”, t. III, 286-8; Vergara, “Don Pedro Ortiz de Zárate”, 115-25; Miguel Ángel Vergara, Estudios sobre historia eclesiástica de Jujuy (Tucumán: Universidad Nacional de Tucumán, 1942), 212-216, 332-339; Gabriel Tommasini, La civilización cristiana del Chaco, t. I (Buenos Aires: Librería Santa Catalina, 1937), 276-298; Gabriel Tommasini, Los indios ocloyas y sus doctrineros en el siglo XVII, en Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, 1-2 ( Córdoba: Imprenta de la Universidad Nacional de Córdoba, 1933), 92-106, 107-21, 122-34; Carlos Page, “De Génova a San Pablo. La relación de viaje del P. Antonio Ripari sj de 1636”, Tempo da Ciéncia, no. 28 (2007): 9-30; Carlos Page, Las otras reducciones jesuíticas. (Saarbrücken: Editorial Academia Española, 2012), 158-63.
  28. Cf. Antonio Pa1eari (dir.), “Gaspar Osorio” en Jujuy Diccionario General, t. VIII ( Jujuy: Ediciones Gobierno de la Provincia de Jujuy, 1992), 3748-3749; y “Antonio Ripario” en t. IX, 4452-4453.
  29. Cf. René Osvaldo Geres, “«Que digan lo que saben y cómo es que lo saben». Un pedido de información de martirio en las fronteras del Gran Chaco (1639-1640)”, Corpus. Archivos Virtuales de la Alteridad Americana, no. 1 (2013): 1-31.
  30. Cf. Bruno, “Historia de la Iglesia”, t. III, 436-440, 460-462; Vicente Sierra, Historia de la Argentina, t. II, (Buenos Aires: Ed. Científica Argentina, 1967), 404- 407, también incluye en su historia la entrada de Pereda al Chaco, que terminó con la decisión lamentable de repartir a los indios, y que luego Pedro Ortiz de Zárate desaprobará.
  31. Cf. «Carta del obispo del Tucumán Francisco de Borja a Su Santidad Clemente X» (9-5- 1678): Ciudad del Vaticano, Archivo Secreto Vaticano, Vescovi, 64, ff 187-188; «Carta del obispo del Tucumán Francisco de Borja a Su Majestad» ( Córdoba, 1-5-1678), en la cual da cuenta de sus esfuerzos por la conversión de los naturales y menciona abusos que él ha intentado corregir, tanto de doctrineros como de gobernadores y corregidores, citada en Vicente Sierra, Historia de la Argentina, t. II, 412-413; reseña en Pablo Pastells, Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia de Paraguay, t. III (Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1918), 166-167 (original en: Archivo General de Indias, Charcas 150).
  32. Cf. Bruno, “Historia de la Iglesia”, t. III, 353-400; Pedro Lozano, Historia de la conquista del Paraguay, Rio de la Plata y Tucumán, t. V (Buenos Aires: Imprenta Popular, 1875), 5-204; Antonio Astrain, “Historia de la Compañía”, t. VI, 694-8; Teresa Piossek Prebisch (ed.), Relación histórica de Calchaquí del P. Hernando de Torreblanca sj al Padre Rector Lauro Núñez sj (Buenos Aires: Archivo General de la Nación, 1999); Margarita Gentile Lafaille, “La guerra por la colonización del valle de Calchaquí (gobernación de Tucumán, siglos XVI-XVII)”, Revista Cruz del Sur, no. 16 (2016); Page, Las otras reducciones jesuíticas, cap. 4.
  33. Cf. «Informe de méritos y servicios de don Pedro Ortiz de Zárate» (1664-1665): Sevilla, Archivo General de Indias, Charcas 97, N° 6. «Carta de Pedro Ortiz de Zárate a Su Majestad» (Humahuaca, 23-6-1682): Sevilla, Archivo General de Indias, Charcas 283.
  34. Cf. Relación ad limina del obispo Maldonado 1644, en Barbero et. Al, “Relaciones ad limina”, 50, dice el obispo de los jesuitas: “De ordinario entran por provincias de bárbaros infieles, predicando y enseñando sin gente para su seguridad sino apostólicamente y hoy están muchos días hay dos de ellos en el Valle de Calchaquí que corre entre sierras muy elevadas donde todos juzgan que hay más de 20 mil ánimas. Allí están predicando, y enseñando con manifiesto peligro de la vida, y pasando miserabilísimamente”.
    Cartas posteriores del obispo Maldonado muestran su esfuerzo y el de los jesuitas por intervenir la situación de los Calchaquíes; han sido recogidas en: Larrouy, “Documentos”, t. I.
  35. El mismo obispo comenta en sus escritos la opinión que tiene sobre el gobernador Alonso de Mercado y Villacorta como de su actuación en el Tucumán (1655-1659. 1664-1670). Cf. «Cartas del obispo del Tucumán Melchor Maldonado a Su Majestad» ( Córdoba, 13-9-1658 y Santiago del Estero, 29-1-1659), en: Larrouy, “Documentos”, t. 1, 201-208 y 214-219 (originales en: Archivo General de Indias, Charcas 121).
  36. «Carta Anua 1681-1692 del Padre Provincial del Paraguay Tomás Donvidas sj», f. 217 en: María Laura Salinas y Julio Folkenand, Cartas anuas de la provincia jesuítica del Paraguay 1681-1692, 1689-1692, 1689-1700 (Asunción del Paraguay: Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica, 2015), 46: “la nación calchaquí y pulares, unos y otros son indios de encomienda y cristianos con esta diferencia que los calchaquíes apenas tienen más que el nombre de tales, ni más doctrina que la de los padres misioneros que cuando salen a su misión”.

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

Archivo del Arzobispado de Córdoba

Archivo General de Indias

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CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM: «Novoraniensis, Beatificationis seu Declarationis Martyrii Servorum Dei Pedro Ortiz De Zárate Sacerdotis diocesani – Juan Antonio Solinas, Sacerdotis Professi Societatis Iesu. In odium Fidei, uti fertur, interfectorum. (+27.10.1683)». Postuladores y Colaboradores Hna. Isabel Fernández, hefcr, y Mons. José María Arancibia. Compilador F. González F., de la C.C.S.