MÉXICO; Camino del nacimiento de un estado laico (XVII)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El desconcierto de los cristeros engañados

Entre muchos católicos mexicanos, probados por la lucha, sufridos y torturados a causa de su amor incondicional a su fe, a la Iglesia y a la libertad religiosa, cunde el desconcierto y el dolor por lo que se está fraguando a sus espaldas. La «Liga», siempre independiente del clericalismo vigente entonces en muchos eclesiásticos, manda sus mensajes al mundo de la Cristiada.

Los jefes cristeros se sienten desconcertados, decepcionados e incluso traicionados. En este sentido hay una dura carta del general en jefe cristero Gorostieta a los obispos, donde les pide que los combatientes sean tenidos en cuenta; y que “tendrán que consultar nuestro modo de pensar y atender nuestras exigencias”. Los obispos no tenían derecho a tratar un asunto en que tenía que ver todo el pueblo.

La dureza de esta carta es tajante y seca, pues recuerda que es la actitud de los combatientes la que está empujando al tirano a querer tratar: “es nuestra actitud la que provoca el intento del tirano para solucionar el conflicto”. Termina diciendo: “Pido que no se nos exija ir más allá del deber”. En una palabra, los responsables de los cristeros se muestran contrarios a todo compromiso que sacrifique los motivos por los que están luchando a sangre viva. Va más allá y afirma que los obispos no representan al pueblo por vivir fuera; es la Guardia Nacional [ejercito cristero] la que lo representa. Como se puede apreciar, la carta de Gorostieta es dramática; los hechos hablan por sí solos y los comentarios sobran:

“Desde que comenzó nuestra lucha, no ha dejado de ocuparse esporádicamente la prensa nacional y aún la extranjera, de posibles arreglos entre el llamado Gobierno y algún miembro señalado del Episcopado Mexicano, para terminar el problema religioso. Siempre que tal noticia ha aparecido, han sentido los hombres en lucha que un escalofrío de muerte los invade, peor mil veces peor que todos los peligros que se han decidido arrastrar, peor mucho peor que todas las amarguras que han debido apurar. Cada vez que la prensa nos dice de un Obispo posible parlamentario con el callismo, sentimos como una bofetada en pleno rostro, tanto más dolorosa cuanto que viene de quien podíamos esperar un consuelo, una palabra de aliento en nuestra lucha; aliento y consuelo que con una sola honorabilísima excepción de nadie hemos recibido.

Estas noticias que de manera tan irregular ha dado la prensa y las que nunca han sido desmentidas de manera oficial por nuestros Obispos, siempre han sido de fatales consecuencias para nosotros; los que dirigimos en el campo siempre hemos podido notar que a raíz de una de ellas se suspende el crecimiento de nuestra organización y para volver a obtenerlo hemos debido hacer grandes esfuerzos. Siempre han sido esas noticias como duchazos de agua helada a nuestro cálido entusiasmo.

Una vez más, en los momentos en que el déspota regresa chorreando sangre, después de dominar por malas artes (oro y apoyo extranjero) a un grupo de sus mismos corifeos que le fueren infidentes; ahora que a los cuatro vientos lanza la amenaza de hacernos desaparecer del mundo de los vivos; ahora que ante el fracaso de los sublevados del Norte, la Nación tiembla de pavor ante la perspectiva del desenfreno del tirano; ahora que este pavor se comunica hasta a diversos grupos nuestros; ahora que los que dirigimos en el campo necesitamos hacer un esfuerzo casi sobrehumano para evitar que ese desaliento contamine a los que luchan; en los momentos precisos en que más necesitamos de un apoyo moral por parte de las fuerzas directoras, de manera especial de las espirituales, vuelve la prensa a esparcir el rumor de posibles pláticas entre el actual Presidente y el Sr. Arzobispo Ruiz, platicas que tienden a solucionar el conflicto religioso y rumor que toma cuerpo con las ambiguas, hipócritas y torpes declaraciones de Portes Gil hecha en Puebla el día cinco del presente.

No sé lo que haya de cierto en el asunto pero como la Guardia Nacional es institución interesada en él, quiero de una vez por todas y por el digno conducto de Uds. exponer la manera de sentir de los que luchamos en el campo, a fin de que llegue a conocimiento del Episcopado Mexicano y a fin también de que sean ustedes servidos de tomar las providencias que sean necesarias para que llegando hasta Roma obtengamos de Nuestro Santo Vicario un remedio a nuestros males, remedio que no es otro que el obtener el nombramiento de un Nuncio o el de un Primado que venga a poner fin al caso existente, que unifique al labor político social de nuestros Obispos. Príncipes independientes.

Creemos los que luchamos en el campo, que los Obispos al entrar [en pláticas] con el Gobierno no pueden presentarse sino aprobando o desaprobando la actitud asumida sin género de duda por más de cuatro millones de mexicanos y de cuya actitud es producto la Guardia Nacional, que cuenta por ahora con más de veinte mil hombres armados y con otros tantos que sin armas pueden seguramente ser considerados en derecho como beligerantes.

Creemos también, que el Gobierno al tratar con ellos lo hace en la creencia de que su voz es capaz de terminar esta contienda, de hacer que la Guardia Nacional, que ya constituye una seria amenaza para su seguridad, entregue las armas que tiene, armas arrebatadas al mismo Gobierno. Prueba de esto es que nunca quiso oírlos con antelación a nuestro movimiento; prueba de ello el desprecio con que recibió el memorial de los Prelados y más tarde el calzado por millones de firmas de católicos.

Ahora bien, si los obispos al presentarse a tratar con el Gobierno aprueban la actitud de la Guardia Nacional; si están de acuerdo en que era ya la única digna que nos dejaba el déspota, tendrán que consultar nuestro modo de pensar y atender nuestras exigencias; nada tenemos que decidir en este caso, por tal camino, en labor conjunta y con la ayuda de Dios algún bien hemos de lograr para nuestra Patria y los mismos Señores Obispos se convencerán al fin del poco común desinterés tal vez único en la Historia de México y que ha constituido la medula de nuestra organización y de nuestra resistencia.

Si los Obispos al tratar con el Gobierno desaprueban nuestra actitud, si no toman en cuenta a la Guardia Nacional y tratan de dar solución al conflicto independientemente de lo que nosotros anhelamos y sin dar oídos al clamor de enorme multitud que tiene todos sus intereses y sus ideales jugándose en la lucha, si se olvidan nuestros muertos, si no se toman en consideración nuestros miles de viudas y huérfanos, entonces levantamos airados nuestra voz y en un nuevo mensaje al mundo civilizado, rechazaremos tal actitud como indigna y como traidora y probaremos nuestra aseveración. Personalmente haré cargos a los que ahora aparecen como posibles mediadores.

Muchas y de muy diversa índole son las razones que creemos tener para que la Guardia Nacional y no el Episcopado sea quien resuelva esta situación. Desde luego el problema no es puramente religioso, es este un caso integral de libertad, y la Guardia Nacional se ha constituido de hecho en defensora de todas las libertades y en la genuina representación del pueblo, pues el apoyo que el pueblo nos imparte es lo que nos ha hecho subsistir; esto es innegable.

Por contra, los Señores Obispos, alejados por cualquiera motivo del país, han vivido estos dos años desconectados de la vida nacional, ignorantes de las transformaciones que esta etapa de amarga lucha ha sufrido el pueblo y por lo tanto incapaces para representarlo en actos de tamaña trascendencia. Es mentira que una autoridad constituida antes de la lucha, pueda por su propio derecho arrastrar a todo un pueblo a sufrir las consecuencias de su criterio; es el pueblo mismo el que necesita una representación, es la voluntad popular la que hay que consultar, es el sentir del pueblo el que hay que tomar en consideración, de este paupérrimo pueblo nuestro que se bate en su propia patria contra un puñado de bastardos que se escudan con una montaña de elementos de destrucción y de tortura.

No son en verdad los Obispos los que pueden con justicia ostentar esa representación. Si ellos hubieren vivido entre sus fieles si hubieran sentido en unión de sus compatriotas la constante amenaza de muerte por sólo confesar su fe, si hubieran corrido, como buenos pastores, la suerte de sus ovejas, si siquiera hubieran adoptado una actitud firme y decidida y franca en cada caso, para estas fechas fueran en verdad dignísimos representantes de nuestro pueblo. Pero no fue así; porque no debió ser así o porque no quisieran que así fuera. Ahora será difícil, más bien nos parece imposible, que el Episcopado tome, sin faltar a su deber, una representación que no le corresponde, que nadie le confiere.

La Guardia Nacional es el pueblo mismo; es la institución que en el pasado y en el presente de esta lucha se ha hecho solidaria de la ofensa inferida al pueblo mexicano, en un tiempo indefenso, por mexicanos traidores; la Guardia Nacional velará también en el futuro por los intereses de ese mismo pueblo de donde ha nacido. Tiene todos los elementos necesarios para hacerlo: la Guardia es el contrincante natural de todo lo que en México hay de indigno y de espurio. La Guardia tiene ya algunas armas y con estas la única seguridad que tenemos de vivir en un relativo ambiente de justicia.

Si se nos objetara que la fuerza material con que contamos no es de tomarse en consideración, podemos desmentir tal dicho con solo hacer notar que es nuestra actitud la que provoca el intento del tirano para solucionar el conflicto. Esto está en la conciencia de todos. Pero aún hay más; nuestra fuerza está constituida por un pequeño ejército, pobre en armas, riquísimo en virtudes militares, que lucha cada día con más éxito por liberarse de una jauría rabiosa que los esclavizaba; por un pueblo entero que está decidido a conquistar todas las libertades y que tiene puestos sus ojos no en la promesa banal que puede hacerse al Episcopado, sino en la obligada transacción a la que tiene que someterse el grupo que ahora nos tiraniza.

Lo que nos hace falta en fuerza material no lo pedimos al Episcopado, lo obtendremos por nuestro esfuerzo; sí pedimos al Episcopado fuerza moral que nos haría omnipotentes y está en sus manos dárnosla, con sólo unificar su criterio y orientar a nuestro pueblo para que cumpla con su deber aconsejándole una actitud digna y viril, propia de cristianos y no de esclavos […].

Creo de mi deber declarar de una manera enfática y categórica que el principal problema que hayamos tenido que afrontar los directores de este movimiento sea el de los pertrechos; el principal problema ha sido y sigue siendo, eludir la acción nociva y fatal que en el ánimo del pueblo probaban los actos constantes de nuestros Obispos y las más directa y desorientada que realizan algunos Señores Curas y Presbíteros siguiendo los lineamientos que a ellos señalan sus Prelados.

Nosotros hubiéramos contado con pertrechos y contingentes abundantísimos si en vez de cinco Estados de la República responden al grito de muerte lanzado por la Patria treinta o más Diócesis. El decantado poder del tirano que nosotros estamos tan capacitados para medir, hubiera caído hecho añicos al primer golpe de maza, tal vez con que hubiera logrado que, por primera y única vez en la Historia de nuestros martirios nacionales, los Príncipes de nuestra Iglesia hubieran estado de acuerdo únicamente para declarar que: «La defensa es lícita y en su caso obligatoria».

Aún es tiempo de que enseñándonos el camino del deber y dando pruebas de virilidad se pongan francamente en esta lucha del lado de la dignidad y del decoro. Acaso no los ata ya a nosotros la sangre de más de doscientos Sacerdotes asesinados por nuestros enemigos. ¿Hasta cuándo se sentirán más cerca de los victimarios que de las víctimas?

Estas y muchas otras razones que sería interminable considerar aquí, nos hacen exigir, no solicitar, que se nos deje en nuestras manos la solución de un problema en cuyo planteo hemos trabajado más que nadie; que se deje al pueblo, a este pueblo mexicano que ha querido y sigue queriendo ser católico, a este pueblo que ha demostrado el mundo entero que es generoso con su sangre, su dinero y sus más caros intereses cuando se trata de defender su religión, a este pueblo abandonado por los aristócratas del dinero y del pensamiento, terminar su obra de liberación.

Que los señores Obispos tengan paciencia, que no se desesperen que día llegará en que podamos con orgullo llamarlos en unión de nuestros Sacerdotes a que vengan otra vez entre nosotros a desarrollar su Sagrada Misión, entonces sí en un país de libres. Todo un ejército de muertos nos manda obrar así.

Como última razón creemos tener derecho a que se nos oiga, si no por otra causa, por ser parte constitutiva de la Iglesia Católica en México, precisamente por ser parte importantísima de la Institución que gobiernan los Obispos mexicanos.

Ruego pues a sus Señorías se sirvan hacer esto del conocimiento del Comité Episcopal y a la vez, procuren por cuantos medios están a su alcance hacer llegar mi voz hasta la más alta de la Jerarquía de nuestra Iglesia, para ver si se logra poner fin a la eterna desorientación en que hemos vivido y se ayuda siquiera en esta forma a la Guardia Nacional, en su labor por Dios y por la Patria.

Creo de mi deber hacer del conocimiento de ustedes que vamos a sufrir en los próximos meses la más dura prueba de toda esta epopeya, que tenemos que hacer frente a una agudísima crisis, que señalará nuestro triunfo o nuestra derrota y se hace necesario que todos pongamos a contribución el mayor esfuerzo y aprontemos la mayor ayuda. Yo aseguro a Uds. que la Guardia Nacional cumplirá con su deber, pero pido que no se nos exija ir más allá del deber.

Repito a Uds. como siempre las seguridades de mi atenta y distinguida consideración”.[1]

También entre los obispos hubo desconcierto

Pero no solamente los cristeros se sintieron engañados, sino también una buena parte de los obispos mexicanos residentes en México, pues fueron marginados totalmente en el asunto. Con frecuencia sabían lo que estaba pasando por los periódicos o por los rumores de pasillo o a través de amigos. Por otra parte, las circunstancias de la historia habían puesto a dos obispos, Ruiz y Flores y Díaz Barreto, en una situación compleja, quizá sin imaginarlo ni quererlo.

Es algo incontrovertible que estos dos personajes, ya muy discutidos en aquel entonces por sus mismos hermanos en el episcopado y por una buena parte de la opinión combativa de los católicos, obraron no solamente en buena fe, sino también buscando acabar con aquella riada de sangre que inundaba a México desde hacía casi 20 años. ¿Se equivocaron? Dejamos a la historia sucesiva juzgar ante los hechos posteriores, pues la historia hay que leerla a plazos largos.

Muchos obispos mexicanos juzgaban a sus hermanos como hombres de Dios y de buena voluntad, pero indecisos y prisioneros en las redes que el Gobierno les tendía a base de promesas que no pensaba cumplir, de medias verdades y de trampas muy hábiles. Muchos obispos habrían querido que hubiesen entrado en la Comisión Episcopal para discutir el asunto obispos de la experiencia del presidente del Subcomité Episcopal Mons. Núñez o del experto, valiente y estimado por todos, Orozco y Jiménez de Guadalajara.

Los obispos mexicanos temían, -y tras los hechos hoy podemos decir que con razón-, que los dos obispos que intervenían en el asunto no conociesen suficientemente los hechos, que estuviesen dispuestos a firmar un cheque en blanco; en una palabra, que fuesen engañados, como lo fueron.[2]Roma, decían, debía ser informada bien de todo, y se debían tener en cuenta todos los factores en juego.

¿Se puede explicar la actitud de la Santa Sede?

Pero la Santa Sede tenía sus razones, que hoy vemos con mayor serenidad. Quería obtener un espacio de libertad para la Iglesia, para los católicos, en un mundo cercado por los totalitarismos y donde la libertad ciudadana y religiosa estaba perdiendo por doquier, empezando por Europa. Además, sabía muy bien cuál era la carta que los Estados Unidos habían decidido jugar. Y ellos tenían los cuatro ases en el juego. Por ello había que salvar lo salvable.

En aquellos días dramáticos se disparan una serie de acontecimientos trágicos e inesperados, como el asesinato del general Enrique Gorostieta, el 2 de junio de 1929 en Atotonilco el Alto (Jalisco), sorprendido en momentos en que esperaba ultimar tratados de paz con el Gobierno. Estaba en condiciones de hacerlo; de tratar de tú a tú con el Gobierno ya que los efectivos de la Guardia Nacional Cristera no bajaban de veinte mil, dispersos por los Estados de Aguascalientes, Coahuila, Colima, Chihuahua, Durango, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, Puebla, Querétaro, San Luís Potosí, Sinaloa, Tlaxcala y Zacatecas.

Era un verdadero ejército de guerrillas, entonces imbatible por el ejército federal, y con una alta moral de lucha y una estrategia que superaba con creces a las partidas mal motivadas e impreparadas del ejército federal callista. Restos efectivos que, según los observadores de entonces y los estudiosos de hoy, podían multiplicarse y poner en pie de guerra un movimiento imparable.

Para el político e historiador José Vasconcelos, candidato a la presidencia de la República en 1929, Gorostieta habría sido víctima de una traición preparada por el general Saturnino Cedillo, que había comenzado a negociar con él y que lo hace caer en una trampa. Muchos, aún sin confesarlo, se alegraron. Desgraciadamente ello nos señala la villanía de algunos, la visión corta de otros y los temores de muchos. “Mors sua, vita nostra”, habrían podido decir: su muerte era el triunfo de los proyectos de cada cual. El 18 de mayo de 1929 el Papa pío XI había nombrado a Mons. Ruiz y Flores delegado «ad referéndum»[3]. La Santa Sede daba paso libre a las tratativas para llegar a los «arreglos»:

“Me es grato comunicarle que el Santo Padre el 18 del Corriente ha tenido a bien nombrar al Sr. Arzobispo de Morelia, D. Leopoldo Ruiz, Delegado Apostólico de México con especial encargo de unificar el pensamiento y la acción del episcopado en las presentes circunstancias, y con autorización especial de conferenciar con el Gobierno de México «ad referéndum» reservándose el Santo Padre la aprobación definitiva de los acuerdos a que pueda llegarse.

Añade el Santo Padre que el Ilmo. Sr. Ruiz conoce perfectamente el criterio e instrucciones de la Santa Sede, por lo que sin duda contará el nuevo Delegado con el apoyo de todo el Episcopado.Y así, al para secundar los designios de Su Santidad, V.S. Ilma., se servirá tener presente que con todo lo que se refiere a estos asuntos de interés general tendrá que ponerse de acuerdo con el nuevo Delegado y al mismo tiempo secundará las instrucciones y disposiciones del mismo”.[4]

La mayor parte de los obispos mexicanos no sabían nada. El mismo Díaz Barreto, que luego participará parte en las tratativas finales, parece que entonces estaba al oscuro de los pasos, como él escribe al obispo Valverde, al ser llamado a Washington por el arzobispo Ruiz y Flores, que se preparaba para entrar en México desde la capital estadounidense.

“[…] Ignoro hasta este momento cuanto se haya desarrollado durante mi ausencia, pues todos estos movimientos han coincidido con mi estancia en el sur, consagrado por completo a dar misiones y ejercicios espirituales a tantos mexicanos que necesitan estos auxilios.

Por una breve cartita que tengo a la vista de Mons. Ruiz, veo que está esperando ya solamente el pasaporte para emprender el viaje a México, y hasta mañana que llegaré a Washington, de acuerdo con su llamado, sabré algo más sobre el asunto.

No he querido, sin embargo, dejar de contestar su carta, porque ignoro si me demoraré algunos días en Washington, y es preferible que le envié siquiera esta brevísima crónica […]”[5].

Cuando se sabe la noticia reina el desconcierto en los ambientes católicos mexicanos, especialmente en los del exilio en Estados Unidos. El arzobispo de Morelia es enlistado entre los llamados «turcos» (nombre despectivo con el que designaban a Calles, por su genealogía poco clara). Unos creen que los cristeros están ya a las puertas de la victoria, mientras otros los ven ya derrotados y en desbandada. Como resulta de la carta citada a continuación del jesuita Ricardo Álvarez, los ataques al arzobispo Leopoldo Ruíz y Flores fueron muy duros en algunos ambientes:

“Las actuales negociaciones han producido aquí una fermentación rapidísima pues los muchachos, con el Sr., se han ido como fieras sobre D. Leopoldo y lo han tratado al parejo que el turco. Fernando (supongo Urdanivia) escribió un artículo muy irrespetuoso y muy malcriado sobre el asunto, contra D. Leopoldo, y se atrevió a mandárselo, obteniendo una respuesta como se la merecía pues lo tachan con toda justicia como desleal y canalla. Papa [Villela] salió a la defensa de D. Leopoldo y se quejó de Fernando con el Sr., que no pudo menos de reconocer que el artículo estaba irrespetuoso e inconveniente.

Por otro lado «La Voz de la Placita» en cada número dedica todas sus columnas a atacar a D. Leopoldo, en el lenguaje más bajo del pueblo nuestro: quieren aparecer chistosos y resultan léperos. Esto ha causado grande escándalo y mucha desorientación. El Sr. Azpeitia ha hecho unas declaraciones muy correctas y muy sensatas y ha logrado calmar con ellas el ánimo de los católicos que como se los aconseja, no deben por ahora hacer más que esperar y pedir a Dios, ya que el negocio está en manos del Santo Padre que es quien resolverá.

Además, le incluyo un recorte de uno de los periódicos que aquí salen en español acerca de las gestiones que está haciendo S.S. para hablar con Portes [Gil]. No se olvide de darme alguna noticia si la hay que valga la pena.

Respecto del mov. arm. he oído dos versiones enteramente contrarias. Una que andan muy bien armados los lev. sobre todo los de Dgo. Otra que ya Gorostieta se había rendido y dispersado sus elementos. En general no se tiene confianza en el Gob. por lo que continúa haciendo con los católicos aun pacificados. Y por eso creen que obra de mala fe y pretende que todo se va a arreglar para desorientar los que resisten. Eso se dice”.[6]

Pero la verdad de los hechos hablaba en favor de una cadena de victorias cristeras en aquel mismo mes de mayo, por lo que el Gobierno federal estaba cediendo ante todas las pretensiones de Morrow para obtener su apoyo en la contienda:

“Se ha venido hablando en estos días, sin que lo hayamos podido comprobar, que al Embajador Morrow se le han hecho las siguientes vergonzosas concesiones:

  1. . la introducción, sin pago de derechos de maíz norteamericano hasta por 50.000 toneladas;
  2. . de la restauración y explotación en forma de monopolio de todos los ingenios azucareros de Morelos;
  3. . y de concesiones para el establecimiento en más costas del Pacífico y California, de bases de aprovisionamiento marítimos.

Mayo 14- Los rebeldes sorprendieron cerca de Ixtlahuacán del Río, a un destacamento federal, mientras se bañaban en el Río Lerma, matando cinco soldados y haciendo huir a los demás sin vestiduras. Se recogió todo el armamento y parque que abandonaron los gubernistas en su fuga.

Mayo 15- Después de débil resistencia por parte de los agraristas, la población de Pungarabato, Mich., fue tomada por los Liberadores quienes se hicieron por elementos. Fueron pasados por las armas 4 líderes agraristas por criminales y ladrones.

Mayo 16- En la hacienda de Cieneguilla, Estado de Aguascalientes, se hicieron los católicos de elementos de boca, sin conseguir el préstamo que se le impuso al propietario y amigo de Gobierno, por lo cual le fueron destruidas dos trojes con cereales.

Mayo 18- En las faldas de la Malintzi ha aparecido un núcleo libertador compuesto por cerca de 200 hombres bien armados, el cual ha puesto en alarma a los gobiernistas del Estado de Puebla. En el primer encuentro éstos tuvieron 8 muertos y 7 heridos de tropa, por 2 muertos y prisioneros de los católicos.

Mayo 19- El gobierno a la fecha ha logrado reconcentrar alrededor de 25.000 hombres en el centro y occidente del país, con el objeto de destruir, y sangre y fuego a los heroicos guerreros católicos, que, desde hace dos años y medio, tremolan el estandarte de las libertades públicas, principalmente el de la libertad de conciencia. Si el Gobierno sale victorioso, será un baldón más para la Nación mexicana que no habrá podido sacudirse la tradicional apatía que la enerva, sosteniendo, con toda energía, el movimiento de legítima defensa más justificado de nuestra historia independiente.

Más si, en cambio, la elevación del ideal noble y generoso da fuerza y tenacidad a los modernos cruzados, muy pronto veremos cómo el horizonte de nuestra patria, dolorida y sangrante, habrá de despejarse, después de la victoria más esplendida para ellos, y la derrota moral más ignominiosa para el sectarismo antirreligioso.

Mayo 4- La semana pasada fueron atacados los libertadores en sus trincheras del Tejamanil (punto cercano a San Juan de las Colchas). Después de 3 días de combatir las fuerzas callistas fueron rechazadas con grandes pérdidas. El campo fue levantado por los nuestros quienes recogieron más de 200 armas de otros tantos soldados callistas que perecieron en dicho encuentro […]”.[7]

Entre los obispos que luchan contra unos «arreglos» desarreglados y apoyan la lucha cristera, se encuentran el de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate.[8]Pero el obispo, que es un fiel servidor de la Iglesia, insiste para que todos sigan las directivas de la Santa Sede. Ante todo, está el amor y la obediencia al Papa. Por ello insiste con los dirigentes de la Liga, los más contrariados y dudosos en esta fidelidad y obediencia dolorosa (y que luego costará mucha sangre). Hay que obedecer, simplemente obedecer.

El delegado apostólico Ruiz y Flores es un enviado del Papa y obedece las instrucciones recibidas, según Mons. Manrique y Zárate. Por su parte el Papa no ha condenado nunca la defensa armada de derechos inalienables como la libertad religiosa libertad religiosa. Así se expresa aquel obispo batallador:

“[...] Antes de tratar otros asuntos, voy a referirme al de palpitante actualidad: es decir: al negocio de los arreglos. Estoy persuadido, firme y decidido en los asuntos de nuestra Iglesia para sacarla del tristísimo estado de desolación [...]. Uds. comprenderán que el Sumo Pontífice, como Vicario de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra, tiene luces especiales del Espíritu Santo para resolver este linaje de cuestiones: bajo su gobierno y responsabilidad está la Iglesia universal, y, por consiguiente, todas las iglesias particulares [...].

Yo deseo vivamente que Uds., haciendo a un lado todos los prejuicios, resentimientos, resquemores y antipatías, secunden francamente la voluntad del Papa en el asunto de los arreglos, la cual es de entrar en conferencias con el llamado Gobierno de México para el arreglo de la cuestión religiosa [...]. Yo me hago esta reflexión: no es imposible que se llegue a un [ilegible] porque, aunque sepamos que esta gente sea incapaz de algo serio, en este y digno, dados sus horribles antecedentes, sin embargo no hay que descartar de ninguna manera el factor providencial que puede disponer todos los acontecimientos, aún los mismos errores y torpezas de los hombres, y hacerlos converger a la manifestación de la gloria y a la salvación de su Iglesia y del querido Pueblo Mexicano.

Además, no hay que olvidar que en último término estamos sólo en las manos de Dios y en las del Papa: Monseñor Ruiz, no es más que un simple instrumento del Papa que tendrá que cumplir sus órdenes y sujetar todos sus partes al Supremo Pontífice quien dirá en esto la última palabra […].

El Papa -al menos que yo lo sepa- no ha condenado la defensa armada de los católicos; al contrario, bien comprenderá que los heroicos sacrificios de nuestro abnegado pueblo son, después de Dios los que han hecho posible algún avenimiento entre la Iglesia y el llamado gobierno de México.

En consecuencia, yo entiendo que su mente no es que los católicos depongan a toda costa las armas, sino más bien que estén a la expectativa durante los tratados para que después sigan apoyando con todas sus fuerzas las resoluciones que en definitiva habrán de tomarse […].

En el desgraciado evento de que los Prelados que tomen parte en los arreglos no tomen para nada en cuenta a los abnegados y heroicos miembros del Ejército Liberador, convendrá tomar todas las medidas conducentes a que no vayan a ser víctima de los enconos y malas pasiones del llamado Gobierno. Creo yo -como decía antes- que podrán permanecer mientras tanto a la expectativa; y después -si es que se resuelve felizmente el problema religioso- entrar también en las pláticas con el nuevo Gobierno que tome posesión de su cargo en diciembre próximo […]”.[9]

Ante aquella situación llena de incógnitas, Mons. Manríquez y Zárate contempla tres posibilidades: o que los arreglos alcanzados no sean perfectos y que puedan cambiar con el tiempo; que los arreglos se demuestren inaceptables por su mismo contenido y naturaleza; y que no se llegue a hacer en absoluto algún arreglo. Cualquiera de estas hipótesis sería aceptable.

Por su parte, los obispos del Subcomité Episcopal intentan con todos los medios convencer a Mons. Ruiz y Flores que no acepten aquellos arreglos que son una trampa preparada por Portes Gil, ya que el Gobierno no está dispuesto a conceder nada. Además, sugieren la presencia del gran experto en la vida eclesial y política mexicana, el arzobispo Orozco y Jiménez de Guadalajara, difícil de engañar y que además gozaba de la estima de todo el mundo católico de México.

La Liga toma también cartas en el asunto, y muestra su posición ante aquellas decisiones. Dice estar dispuesta a obedecer al Papa y a los obispos en cualquier decisión, pero que su misión será, luego, la de continuar defendiendo las libertades fundamentales.

“[...] este Comité Directivo de la Liga, ha adoptado las normas siguientes:

1. […] La Liga en el discurso de este largo conflicto, ha expuesto en varias ocasiones, con toda franqueza, su punto de vista; ahora como entonces manifiesta que tiene puesta toda su confianza en Su Santidad el Papa Pío XI y el Venerable Episcopado Nacional, y desea que esa confianza anime a todos los que están con ella.
2. […] La Liga, por su estatuto y su reglamento, de acuerdo en todo con las enseñanzas de los Soberanos Pontífices, es una institución cívica que deberá continuar actuando del modo más eficaz, aún consumados los arreglos, con el fin de garantizar y perfeccionar las libertades esenciales que los sacrificios de nuestros soldados, de nuestros héroes y de nuestros mártires, han merecido para nosotros y nuestros posteriores”.[10]

Y llega junio de 1929: los “arreglos” o las «horcas caudinas»[11]de la Iglesia

Un tren sale de San Luís, Missouri, hacia México; lleva enganchado el vagón-pullman particular del embajador Morrow. En él viajan los obispos Leopoldo Ruíz y Flores y Pascual Díaz Barreto. Durante el largo viaje hasta la frontera mexicana trabajan sobre los “arreglos”. El tren viaja hasta la ciudad de México, pero los dos obispos se bajan en la estación de Tacuba, anterior a la estación Terminal. Los recoge un coche que los lleva a la casa del señor Agustín Legorreta. No van a hablar ni a recibir a nadie; ni siquiera a sus hermanos obispos y esto provocará un sin fin de resentimientos. Pues el obispo Miguel de la Mora intentará tres veces ser recibido por ellos sin lograrlo nunca.

Finalmente llegan «las horcas caudinas».[12]Los dos obispos son recibidos por Portes Gil el 12 de junio de 1929. Sigue otro encuentro el 13. Pero masones y radicales no duermen. El día 14 Portes Gil recibe un telegrama del duro gobernador de Veracruz, Tejeda en el que le amonesta de tratar con aquel “cochino clero que quiere reanudar su tarea monstruosa de deformar las conciencias y la moralidad del pueblo [...]. No vais a permitir que las leyes de Reforma y la Constitución sean violadas”.

Continúan llegando los telegramas de masones, de la CROM y de todo el anticatolicismo mexicano. Pero Portes Gil se ha propuesto, o le han propuesto, que vaya hasta el final. Y así fue: el 21 de junio de 1929, el presidente interino de México Portes Gil, en presencia del secretario de gobernación Fernando Canales, y otros oficiales gubernamentales implicados en el tema, accede verbalmente a los “acuerdos” redactados por Morrow. La prensa los publica al día siguiente. Aquel mismo día el obispo secretario del Comité Episcopal Pascual Díaz Barreto era nombrado arzobispo de México.

Los “acuerdos” de Portes Gil son algunas promesas verbales: la amnistía de los rebeldes sublevados (los cristeros), la restitución de las iglesias, obispados y parroquias y su palabra de honor de no volver atrás. Pero ya se sabe, «verba volant» (las palabras se las lleva el viento). Y así fue. Sobre todo aquello no había nada escrito oficialmente ni firmado. Y nada se cumplió.

Tal fue el solemne engaño o mentira tramada por el poder masónico, representado por el Presidente Portes Gil, miembro destacado de la masonería mexicana, al que desde entonces muchos llamaron «Portes Vil». Aquellos “arreglos” ya mentirosos en su raíz y en las intenciones gubernamentales de quienes los suscribían, repetían las bases propuestas en mayo de 1928, inaceptables entonces para la Iglesia. Y se aprobaban con el consentimiento de Calles, que continuaba estando detrás de toda la maniobra.

Portes Gil pidió, antes de acceder a los “acuerdos”, que el arzobispo de Guadalajara Orozco y Jiménez, fuese deportado fuera de México, y que no regresaran al país los exiliados González y Valencia de Durango, y el de Huejutla, Manríquez y Zárate.

Orozco y Jiménez porque era el símbolo máximo del obispo aguerrido y luchador, el pastor que había permanecido siempre junto a su rebaño, cinco veces apresado y cinco veces expulsado y cinco veces vuelto, algunas de incógnito, para vivir con sus ovejas; odiado a muerte por la masonería, los masones radicales y jacobinos rabiosos pedían claramente su cabeza; a los otros dos que «gozaban» de la misma estima que Orozco y Jiménez, se les consideraba como paladines defensores de los cristeros y debían correr la misma suerte.

Así se “firmaban” aquellos “arreglos” engañosos, que no obstante darían a la Iglesia en México años de zozobra, sí, pero la posibilidad de crecer en un espíritu libre y maduro, ejemplo para todas las Iglesias del Continente y aún más lejos. La realidad es testaruda.

Y la realidad fue a favor de aquella libertad, y no de la tozudez vergonzosa de un Gobierno felón, mentiroso y perseguidor de las libertades humanas. A veces parece como si Dios escribiese derecho con renglones torcidos. Así fue en el caso de México. Aquel Gobierno obtuvo una victoria, sí, pero una «victoria pírrica».

La victoria de la razón y de la libertad llegará cuando aquella realidad se impondrá por sí sola con el reconocimiento de los derechos de la libertad religiosa, la corrección de algunos de los tristemente conocidos artículos de la Constitución de 1917 que los desconocían, y el reconocimiento de la Iglesia con los derechos que la razón y el derecho natural y positivo le dan, dentro de un Estado que también por derecho natural y positivo debe ser racionalmente laico.

NOTAS

  1. ARCHIVO CRISTERO CONDUMEX, CLXXXII del Movimiento Cristero, May 1929 - feb. 1930, Impresos 120, Legajos 1030-1150, Car. 11-57, doc. 1035, 16 de mayo de 1929.
  2. ACAM, Fondo Correspondencia Pascual Díaz, L 13 C 3, ARCHIVO DEL SUB-COMITÉ EPISCOPAL 1926-1929 Varios, sección. Gobierno, serie: Conflicto Iglesia - Estado, sub-serie: Documentos del Subcomité Episcopal, periodo 02 a 06 1929, expediente n° 1, Caja 3, doc. 12 E, 16 mayo 1929.
  3. Delegado “ad referéndum” significaba que el delegado estaba nombrado solamente para “referir” sobre el caso discutido o tratado.
  4. ACAM, Fondo Conflicto Religioso, Correspondencia Obispos C-G 1927-29, N° 27 Legajo de la Delegación Apostólica de Washington, doc. sin número, Washington 21 de mayo de 1929.
  5. ACAM, Fondo Conflicto Religioso, Correspondencia Obispos V, N° 9 Legajo de Obispo de León Monseñor Emeterio Valverde Téllez, doc. sin número, New York 30 de mayo de 1929.
  6. ACAM, Fondo Conflicto Religioso, Correspondencia A-B 1928-29, N.29 Legajo de Ricardo Álvarez S.J. De San Elizario Tex., doc. sin número, San Elizario, 31 de mayo de 1929.
  7. ARCHIVO CRISTERO CONDUMEX, CLXXXII del Movimiento Cristero, May 1929 - Feb. 1930, Impresos 120, Legajos 1030-1050, Car. 11-57, n. 1051, 5 de junio de 1929.
  8. José De Jesús Manríquez y Zarate nace el 7 de noviembre de 1884 en León. En 1896 entra en el Seminario Conciliar de León. De 1903 a 1909 entra en el Colegio Pío Latino Americano. En 1907 Es consagrado sacerdote. En 1922 es nombrado como el primer obispo de la nueva diócesis de Huejutla. En 1926 después de haber escrito su sexta Carta Pastoral es encarcelado por 11 meses. En 1927 es expulsado y consignado a vivir en los Estados Unidos, donde permanecerá durante diez años por lo cual es presionado a renunciar a su diócesis.
  9. ARCHIVO CRISTERO CONDUMEX, Fondo CLXXXVI, Manuscritos del Movimiento Cristero, Mar. 1929 - Nov. 1929, Documentos 122, Legajos 810-932 CAR. 9-46, n. 844, 7 junio 1929.
  10. ARCHIVO CRISTERO CONDUMEX, CLXXXII del Movimiento Cristero, mayo 1929 - feb. 1930, Impresos 120, Legajos 1030- 1150 Car. 11-57, n. 1058, 12 junio 1929.
  11. En la batalla de las Horcas Caudinas (321 a.C) las legiones romanas fueron engañadas por el ejército Samnita, filtrando soldados disfrazados de pastores y cercándolos en un desfiladero cercano a la población de Caudium donde, después de graves pérdidas, fueron obligadas a rendirse y a pasar desarmadas bajo un yugo como signo de derrota y humillación.
  12. Dicho popular que se refiere a la derrota sufrida por el ejército romano en las Horcas Caudinas, y se usa para indicar cómo a veces una fuerza poderosa puede ser humillada por un enemigo débil.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ