MÚSICA en Chile

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La música cristiana se introduce en Chile en el s XVI con la inmediata llegada de misioneros. La fascinación por la música de los pueblos originarios más su enseñanza en lengua autóctona, son de gran eficacia pastoral. Se usa canto llano para las misas y liturgia de las horas, y canciones para otras devociones y fiestas. Se crean escuelas de música, con lecciones de canto, instrumentos y danzas.

La música litúrgica oficial está a cargo de la Catedral de Santiago. La responsabilidad organizativa la ejerce un maestro de capilla, quien selecciona el repertorio y dirige a instrumentistas y coro. Fundamentalmente se recurre a obras renacentistas españolas, siendo éste un importante aporte musical a la cultura nacional. Paralelamente, los misioneros continúan su labor evangelizadora con los indígenas. Especial mención merece Luis Gerónimo de Oré, obispo de Imperial, quien viaja en 1625 a las regiones más australes de Chile. Envía a dos jesuitas a la isla de Chiloé para instruir a sus habitantes en la realización de ceremonias, procesiones, novenas y fiestas patronales en ausencia de sacerdotes. Estas comunidades conservan hasta hoy su organización y son un patrimonio vivo de la actividad misional de los siglos XVII y XVIII. Sus oraciones y cantos mantienen las palabras y tonos de los ritos antiguos.

A fines de s. XVII y durante el s. XVIII, el influjo del barroco alcanza también a Chile, incrementándose la dotación de músicos. Las liturgias de la Catedral tienen entusiasta acogida, por cuanto abundan en polifonía y constituyen una oportunidad privilegiada para escuchar música de gran formato. Al compositor y maestro de capilla catalán José de Campderrós (1742-1802) y al chileno José Zapiola (1802-1885) entre otros, se debe el brillo musical adquirido durante los s XVIII y XIX. Muy pronto, monasterios y conventos lo incrementarán.

Durante el s XIX el país sufre una gran transformación por influencia del pensamiento y arte europeos en la elite cultural, manifestada, en el caso de la música, en un rechazo al período de dominación española. La iglesia no permanece ajena a esta realidad. El repertorio catedralicio adopta nuevos estilos, particularmente el de la ópera italiana, la que precisa una nueva cobertura de músicos importados desde Europa. Los excesos que esto conlleva y el distanciamiento que tal música impone al verdadero sentido litúrgico, provocan una fuerte reacción del Obispo Rafael Valdivieso quien a través del decreto Edicto sobre la música i canto en las iglesias (1846), elimina orquestas y solistas, impone el uso del órgano, recupera el canto llano y sólo admite música polifónica de raíz cristiana.

La consecuencia de estas reformas se deja sentir en los ámbitos más populares y tradicionales de la Iglesia, por cuanto en los tres siglos precedentes se había desarrollado un amplio repertorio musical de gran riqueza en lengua española. Este patrimonio no sólo es parte de la devoción diaria de las localidades rurales, sino también de las prácticas piadosas en las ciudades y en la mayoría de los hogares, por lo cual las recomendaciones pastorales sobre música y liturgia son acatadas sólo oficialmente. En el s XX se crean canciones y obras sinfónicas en lengua española como la cantata Los vitrales de la anunciación (1949) de Alfonso Letelier.

Tras el Concilio Vaticano II se introduce el uso generalizado de la guitarra y de la música popular. La Misa a la Chilena de Vicente Bianchi (1964), la Misa de dedicación del templo de Maipú (1974) de Darwin Vargas y la Misa de Chilenía de Fernando Carrasco (1999) han tenido mayor divulgación. Entre las formas más logradas y vigentes incorporadas a la liturgia se encuentran en el estilo del canto llano propio de la Iglesia, las traducciones de Beltrán Villegas de los salmos de Gelineau, y las del grupo Los Perales de raíz folklórica. Otro aporte posconciliar significativo es la introducción de instrumentos andinos tales como quenas, charangos y zampoñas. Más allá de las reformas oficiales, la religiosidad popular ha continuado gozando de gran vitalidad a lo largo del país.

En Chiloé, las formas inculcadas por los jesuitas; En el centro del país, los villancicos y el Canto a lo Divino, también llamado La biblia del pueblo. Esta forma tradicional cultivada por 400 años, canta la sagrada escritura e interpreta sencilla y profundamente los misterios de la fe. Se destaca también la ferviente devoción a la Virgen María en el Norte de Chile, expresada en cantos y bailes en sus fiestas patronales, en particular La Tirana y Andacollo.


BIBLIOGRAFÍA

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MARY ANN FONES / REGINA VALDÉS