Diferencia entre revisiones de «NEOPATRONATOS; La misión colombiana en Roma»

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BRUNO C., Historia de la Iglesia en la Argentina, Vol. VIII, Buenos Aires 1972
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CAVELIER G., Las Relaciones entre la Santa Sede y Colombia. Vol. I. Ed. Kelly, Bogotá 1988
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COLEMAN W. J., La restauración del episcopado chileno en 1828, según fuentes vaticanas, Santiago de Chile 1954
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LETURIA P- BATLLORI M., La Primera misión pontificia a Hispanoamérica, 1823-1825. Relación oficial de Mons. Giovanni Muzi, Cittá del Vaticano 1963
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LETURIA, P. Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica, II: época de Bolívar (1800-1835) Caracas 1959 y III: Apéndices ¬Documentos e índices, Caracas 1960
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MARTINA G., La prima missione pontificia. Archivum Historiae Pontificiae, Vol. 32, 1994
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MEDINA ASCENSIO L., México y el Vaticano; La Santa Sede y la emancipación Mexicana, Ed. JUS, México 1965
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'''ÁLVARO LÓPEZ'''

Revisión del 15:48 18 mar 2018

Prólogo En la década de los años 20 del siglo XIX, fue interés de los gobiernos republicanos de las naciones recién independizadas de España, enviar a Roma a comisionados para interesar al Sumo Pontífice sobre la situación de sus iglesias en Hispanoamérica, y pedir que se les concediera el «derecho de Patronato», la celebración de concordatos y la preconización de obispos para las sedes vacantes. En este sentido, el precedente inmediato realizado por algunos diplomáticos hispanoamericanos había sido de total fracaso. En esa década se dieron nuevos intentos de misiones diplomáticas ante la Santa Sede, entre las que se recuerda la de José Ignacio Cienfuegos de Chile en 1821-1822 y 1828-1829; la del colombiano Ignacio Sánchez de Tejada en 1823, la del mejicano Francisco Pablo Vásquez designado en 1825, y que llegó a Roma sólo el 28 de junio de 1830; también llegó a Roma un enviado del Uruguay, el sacerdote Pedro Alcántara Jiménez (1828).

La misión colombiana de Ignacio Sánchez de Tejada La misión del colombiano Sánchez de Tejada fue precedida de la nueva oleada «legitimista», que se abatió en España después del Congreso de Verona de 1822. Repuesto en el trono de Madrid (28 de septiembre de 1823), Fernando VII implementó una línea rígida de comportamiento con respecto a las provincias de ultramar para recuperar allí, su «legítima» autoridad. Esta nueva situación fue contraproducente para los intereses de los enviados de Hispanoamérica, porque no sólo regresó Fernando VII, sino que se afirmó la presencia en Roma del intransigente marqués de la Constancia (Antonio Vargas Laguna), a donde había regresado, el 23 agosto de 1823, para representar a su gobierno en el cónclave que elegiría al Papa León XII. La nueva oleada legitimista de la casa de Madrid estuvo acompañada de una política intervencionista de España ante la Santa Sede, para evitar que se perdieran los derechos patronales sobre las iglesias de ultramar. España conservaba la esperanza de poder reconquistar las posesiones ultramarinas, razón por la cual, consideró un imperativo el recurrir de nuevo a la Santa Sede para pedir que interviniera en favor de la corona sobre los rebeldes del Nuevo Mundo. Así fue como España acudió, por medios diplomáticos, ante el sumo pontífice para reiterarle el pedido de que no recibiera a los enviados hispanoamericanos, y por el contrario que los expulsara de la Ciudad Eterna, y para que emanara una exhortación al clero americano, invitándolo a colaborar con la pacificación de aquellas regiones. Estas peticiones afectaron muy directamente a Sánchez de Tejada, porque en los ambientes absolutistas, una vez que supieron del encargo que había recibido de su gobierno, no se cansaron de hablar de él, en bien, y en mal. Cuando llegó a Roma, el 4 de septiembre de 1823 como persona privada, debió hacer frente a todas las artimañas que había tejido el embajador de España para impedir y hasta obstaculizar, no sólo su ingreso en la ciudad, sino el desarrollo de su misión, alegando que “envolvía en sí miras las más siniestras y consecuencias las más funestas para la Iglesia, para los Estados de su majestad y los Gobiernos europeos”. El enviado de Bolívar, de hecho, duró muy poco tiempo en la residencia que había ocupado en plena «piazza di Spagna», porque Vargas Laguna hizo todo lo posible, a partir de entonces, para lograr su expulsión de la ciudad. Lo intentó primero por medio de una carta del 11 de septiembre, al cardenal secretario de Estado, Della Somaglia, para pedirle que no reconocieran a aquella república ni a su ministro, y exhortándolo además, para que el Papa actuara de acuerdo con los sentimientos de justicia y la buena armonía que reinaban entre Su Santidad y su Majestad Católica, es decir, que respetara los derechos de España y los sentimientos legitimistas de su rey. Poco después, el 10 y el 22 de septiembre de 1824, pidió su expulsión de la Ciudad Eterna, a donde regresaría sólo en 1826. Sánchez de Tejada, acogiendo el tierno pedido del Papa, emigró para Bolonia de donde más tarde pasó a Florencia; postergando, para más tarde, el cumplimiento de su misión. El segundo pedido legitimista de España, consistía en conseguir del Papa un documento de exhortación al clero hispanoamericano para que colaborara con los intereses de la madre patria. Este deseo le fue manifestado a Vargas Laguna para que sondeara en Roma si el papa se avendría a dar un tal documento. La petición satisfizo al embajador, quien aceptó llevarla adelante. Una vez que estuvo seguro sobre las posibilidades de conseguirse el consentimiento de la Santa Sede para conceder cuanto deseaba el rey, se aventuró, el 30 de junio de 1824, a responder a Madrid diciendo “que si el rey llegaba a pedírselo, el papa escribiría a los obispos y clero de América”, agregando en su nota “que se hiciera en el modo que yo le había insinuado -exhortándoles- a pacificar los ánimos y a hacer que todos sus habitantes respeten y defiendan la autoridad de su legítimo soberano”. Era pues interés del rey defender, con la ayuda del Papa, sus tambaleantes derechos. Así fue cómo se gestó la encíclica legitimista de León XII «Etsi Iam Diu» del 24 de septiembre de 1824. Frente al caso hispanoamericano, León XII tenía una visión diferente de la española. Él conocía ampliamente las necesidades pastorales de aquella Iglesia, y sabía que resultaría mejor, en aquel momento, conceder una orientación pastoral que una advertencia política.

Además, una comisión de cardenales, entre los que se encontraba el futuro Pío VIII, le había aconsejado que por motivos políticos era preferible que se evitara pronunciar palabras hirientes hacia gobiernos que si bien eran, de hecho rebeldes, podían ser en pocos años potencias reconocidas y en las cuales, como ocurría en otras, podrían conservarse y hasta erigirse iglesias florecientes. Por esta diversa manera de considerar el asunto hispanoamericano, el embajador de España intentó, por todos los medios posibles, imponerle al Sumo Pontífice que en el documento final, apareciera explícito el pedido legitimista de España. Esto quería decir, aceptar el borrador que él mismo le había entregado en la audiencia del 20 de septiembre, en el que constaba el deseo regio y que el embajador resumía en el así llamado “párrafo interesante”. No obstante la presión de Vargas Laguna, León XII supo matizar el pedido español, para favorecer la cercanía pastoral a los pueblos de Hispanoamérica, y no cerrar las puertas a la posibilidad que, en un futuro, aquellas repúblicas pudieran ser reconocidas. En el documento final matizó el “párrafo interesante”, quitándole el renglón donde se llamaba a la debida obediencia al monarca. La omisión pasó de largo (con intención o sin ella) ante los ojos de Vargas Laguna quien ese mismo día envió el documento a Madrid, el mismo que fuera publicado en la Gaceta oficial el 10 de febrero de 1825. 1826: regreso de Sánchez de Tejada a Roma El regreso de Sánchez de Tejada a Roma, marzo de 1826, fue precedido de factores políticos y pastorales que favorecieron su retorno a la Ciudad Eterna y el éxito de su misión. Entre las razones políticas es necesario considerar el triunfo de Bolívar en Ayacucho (diciembre de 1824), que terminaba con el último bastión de resistencia realista en el Continente; el reconocimiento que Inglaterra había hecho (enero de 1825) de Méjico, la Gran Colombia y Buenos Aires; la mediación que comenzaba a hacer Francia entre la Santa Sede, España y las repúblicas hispanoamericanas, gracias a la cual se había logrado, en marzo de 1826, que el rey aceptara que el Papa escuchara a los enviados de Hispanoamérica en calidad de personas privadas, y que escuchara al colombiano como “diputado de un Cabildo o de un obispo, pero no como agente de la Gran Colombia que no es sino una provincia rebelde al rey católico, que la conquistó para la iglesia de Jesucristo”. Otro factor que influyó positivamente para que Sánchez de Tejada pudiera regresar a Roma, fue el forzado cambio de embajador de España ante la Santa Sede, porque al morir el marqués de la Constancia, el 24 de octubre de 1824, el gobierno español se vio en la necesidad de ocupar tan importante cargo con una persona que no tenía la visión política del marqués de la Constancia. Se trató de Guillermo Curtoys, que era ministro de España en Lucca. Este nuevo embajador llegó a Roma hasta el invierno de 1825, delicado de salud y sin las amistades que ayudaron al marqués de la Constancia y que tanto lo hubieran podido ayudar en el intrincado mundo en que se debía mover. Entre los motivos pastorales que facilitaron la tarea de Tejada es necesario considerar: la habilidad diplomática de Bolívar que, asesorado por su vicepresidente Francisco de Paula Santander, supo interpretar el valor y el significado que tenía la Iglesia para el proceso emancipador, y considerando las circunstancias políticas del momento, prefirió atenuar su pedido político, para dar prioridad al reclamo de una mayor atención eclesiástico-pastoral. Durante la ausencia de Sánchez de Tejada de Roma, con el fin de lograr su propósito procuró por medios diplomáticos, tanto políticos como eclesiásticos, mantener informado al personal de la curia de las necesidades pastorales de la iglesia de la Gran Colombia.

El fruto de esta comunicación se vio poco tiempo después, porque León XII se interesó muy particularmente de la situación de la Gran Colombia, para lo que pidió, en noviembre de 1824, a José Antonio Sala, secretario de asuntos extraordinarios, que organizara una ponencia sobre la Gran Colombia. Esta ponencia fue importante para el éxito de la misión Sánchez de Tejada y de los delegados de Hispanoamérica que en los años siguientes se acercaron a Roma, porque gracias a ella emergió, en el último lustro del período restauracionista, una figura de particular significado para la Iglesia de Hispanoamérica: el cardenal Mauro Cappellari. León XII se mostró interesado en tener cerca de sí a un especialista para los asuntos de Hispanoamérica, como en tiempo anterior lo habían sido para Pío VII los monseñores Mazio y Capaccini. La mejor oportunidad para hacerse a una persona que lo iluminara sobre las decisiones que se debían tomar con respecto a la situación hispanoamericana, se presentaba, ahora, con la deseada ponencia sobre la Gran Colombia, la que pidió que fuera analizada por el padre Cappellari (futuro papa Gregorio XVI), porque era un religioso de su entera confianza y un estricto defensor de la libertad de la Iglesia. Desde entonces Cappellari se encargó de estudiar todos los asuntos que tuvieran relación con la Iglesia de Hispanoamérica, comenzando por la ponencia de 1825 y, continuando con el pedido de obispos en propiedad para la Gran Colombia que Sánchez de Tejada hiciera en 1826. Fue a propósito del estudio de estos materiales que el padre Cappellari formuló dos intuiciones para solucionar el problema de Hispanoamérica; una intuición era de carácter político-religioso, y la otra de orientación pastoral-misionera, que se convirtieron en la razón fundamental del éxito de la misión de Sánchez de Tejada en Roma, y en un precedente de la política pontificia que unos años más tarde implementaría la Santa Sede. En el centro de las intuiciones de Cappellari estaba la convicción de que la misión es responsabilidad de la Iglesia, y de que bajo las nuevas circunstancias políticas en que se encontraban los países hispanoamericanos, había llegado el momento de que la Iglesia no delegara más la coordinación de la actividad misionera en manos de patronos, sino que debía recuperarla, máxime allí donde compromisos anteriores la habían relegado a un rol de segundo orden, con el riesgo de perder todo tipo de influencia, hasta verla caer en ruinas. Tal era el caso de Hispanoamérica, donde había, según informes llegados a la secretaría de Estado, serias amenazas de cisma, si no se atendía a sus reclamos político-religiosos y pastoral-misioneros. El origen, si así se puede llamar, de esta intuición del cardenal Cappellari debe ser buscado en el breve de León XII del 24 de septiembre de 1824. Las vicisitudes que se debieron afrontar para llegar a la redacción final del documento, son una muestra de que en la Santa Sede se había producido un cambio de mentalidad con la definición de la neutralidad política. Desde entonces para el papa primaba, en relación con Hispanoamérica, una posición más pastoral que política, por lo que resultaba, si no más ventajoso sí más oportuno, tomar distancia del cerrado legitimismo de España, para acercarse más pastoralmente a los nuevos gobiernos y a la grey de aquellas comarcas. En el enunciado de los últimos párrafos de la Etsi Iam Diu, radica precisamente la importancia que tiene para la historia de la Iglesia de Hispanoamérica el breve pontificio de 1824. Fue la primera vez, en trescientos años, que la diplomacia vaticana cambiaba, y valga la redundancia por las manos de una papa legitimista, la orientación y el enfoque en un documento pontifico: pedido por España para afianzar su autoridad y sus poderes patronales, terminó dando razón al proceso independentista hispanoamericano. El párrafo interesante, así como lo presentaba el Sumo Pontífice, era muestra clara que el cerrado legitimismo no tenía ya cabida en el proceso evolutivo del pensamiento de la Santa Sede y que los «derechos patronales» que un tiempo la Santa Sede había «concedido» a España, prácticamente habían dejado de existir. El primer beneficiado de esta nueva manera de considerar el caso hispanoamericano, fue la Gran Colombia y su representante ante el gobierno pontificio, Sánchez de Tejada, porque en razón de su pensamiento, el cardenal Cappellari aprobaba la preconización de obispos en propiedad para la Gran Colombia. El nombramiento de obispos se debía hacer, según el cardenal, «motu proprio», lo que en práctica significaba: actuar sin consultar a España, es decir sin la previa presentación del ex-patrono, con lo cual se consideraba consumada la Independencia y suspendido el antiguo derecho patronal. Igualmente, agregaba la explicación del cardenal, esta preconización se debía hacer sin aceptar la propuesta del nuevo gobierno, pero sí tolerando, como lo estipulaba la neutralidad política, que en la presentación de los candidatos aquel gobierno tuviera su parte, como de hecho ocurrió. Los elegidos en aquella ocasión fueron fruto del consenso logrado entre el vicepresidente Santander y monseñor Lasso de la Vega, expresado en la carta dirigida a Roma el 31 de julio de 1823, y que más tarde reiteraría Sánchez de Tejada.

La posición de Cappellari se constituyó en la tercera vía de solución, después del legitimismo de los primeros años y de la neutralidad de Consalvi, que la Santa Sede tuvo para atender el caso hispanoamericano, y a su vez, sentaba las bases para la política eclesiástica que la Santa Sede tuvo hacia el Nuevo Mundo en tiempo de Gregorio XVI. El papa León XII accedió a la orientación de Cappellari, adjudicándose una mayor libertad política y una clara atención a las necesidades pastorales y misioneras de aquellas iglesias, nombró «motu proprio» en consistorio del 21 de mayo de 1827, obispos en propiedad para las sedes vacantes de la Gran Colombia. León XII avisó con unos días de anterioridad a la corte de Madrid, y en la carta que le hiciera llegar a Fernando VII, 12 de mayo de 1827, le expresaba los motivos que lo llevaron a actuar unilateralmente; en ella le escribía: “Colocados por la divina providencia en esta Cátedra, donde no sólo debemos observar y llorar los peligros de la Grey a Nos encomendada, mas también acudir a librarla con quanto pueda depender de Nos, hemos oído con horror el estado de las iglesias de América por la falta de pastores, y desde luego se ofreció a nuestra consideración la dolorosa serie de males, que de tal falta se derivan, pues si ella es dañosa aun en los lugares a Nos mas vecinos, y ciertamente de irreparable ruina, en una distancia tan grande del centro común del catolicismo. Esta angustiante consideración Nos persuadió bien presto la indispensable necesidad de no retardar la elección de Pastores, como único remedio a tantos males, y el que la religiosa piedad de nuestra majestad no puede menos de desear vivamente [...] pero consideramos que donde se trata de necesidades espirituales no está a nuestro arbitrio retardar aquella providencia que Dios puso en nuestras manos, cuando se dignó llamar nuestra pequeñez al gobierno de la Iglesia universal. Convencido, como debe estarlo Vuestra majestad de esta verdad, no dudamos que mirará con placer libertados en tal modo aquellos fieles del horroroso abismo, a que los habría conducido una más larga privación de pastores...”. Con la preconización de los obispos en propiedad para la Gran Colombia se cerró, prácticamente, un ciclo de las representaciones hispanoamericanas en Roma, porque los últimos años del pontificado de León XII, y el pontificado de Pío VIII (1829-1830), no avanzaron respecto de lo que hasta aquí se había logrado. Por el contrario, volvieron a considerar la solución intermedia que el cardenal Consalvi había indicado en 1822: los obispos «in partibus», no más propietarios, con lo que si bien no se solucionaba el problema de las sedes vacantes y no se respondía suficientemente a los que pretendían instaurar una iglesia cismática en la región, sí se lograba que el ánimo del monarca español no rompiera de nuevo las relaciones diplomáticas con la Santa Sede, como lo había hecho en 1827 para protestar por la decisión de León XII de dar obispos residenciales para la Gran Colombia. Como intermedia fue la respuesta que León XII ofreció para la Iglesia de Chile y de Argentina al nombrar, en el consistorio del 15 de diciembre de 1828, a Manuel Vicuña y a Cienfuegos obispos «in partibus» para la Iglesia de Santiago de Chile y de la Concepción respectivamente, y a Justo Santa María de Oro vicario apostólico de san Juan de Cuyo. El padre Oro fue consagrado obispo en San Juan el 21 de febrero de 1830 por Cienfuegos que regresaba de Roma. Similar respuesta fue la que encontró, en tiempo de Pío VIII, el gobernador de Buenos Aires. Esta provincia se había mantenido, al comienzo de la década 1820¬-1830, aislada de Roma, especialmente cuando el gobierno de Bernardino Rivadavia (1825-1827) recurrió al «principio de epiqueya», mientras no se allanara la comunicación con la silla Apostólica y hasta cuando no se formaran los correspondientes concordatos, para intervenir en los negocios eclesiásticos que hubieran requerido el recurso a Roma. Esto era algo así como la implementación de una «iglesia nacional», pero sin llegar al extremo cismático. Pero cuando subió al poder el coronel Manuel Dorrego (federalista), la situación cambió para la Iglesia y monseñor Medrano, que no había sido reconocido por Rivadavia como vicario apostólico de Buenos Aires, se dirigió por carta a León XII para que nombrara obispo in partibus al sacerdote español José Reyna. La correspondencia de Medrano llegó a Roma cuando quien regía los destinos de la Iglesia era ya Pío VIII. Pío VIII elevó, en octubre de 1829, a monseñor Medrano a la dignidad de obispo in partibus y entregó la bula de erección, el 7 de octubre de aquel año, a monseñor Ostini, recién elegido nuncio de Río de Janeiro e Internuncio para Hispanoamérica, para que viera desde aquella ciudad cómo hacer para cumplir sus órdenes. Monseñor Medrano fue consagrado en Río de Janeiro el 30 de septiembre de 1830. Poco más tarde, el 19 de octubre de 1830, nombraba vicarios apostólico para la diócesis de Córdoba a monseñor Benito Lazcano, con jurisdicción en el territorio que comprendía la diócesis de Córdoba, excepto la porción del vicariato de Cuyo, elevado a nueva jurisdicción eclesiástica. Monseñor Lazcano fue consagrado en Buenos Aires por monseñor Medrano el 31 de octubre de 1831.

NOTAS

BIBLIOGRAFÍA

BRUNO C., Historia de la Iglesia en la Argentina, Vol. VIII, Buenos Aires 1972 CAVELIER G., Las Relaciones entre la Santa Sede y Colombia. Vol. I. Ed. Kelly, Bogotá 1988 COLEMAN W. J., La restauración del episcopado chileno en 1828, según fuentes vaticanas, Santiago de Chile 1954 LETURIA P- BATLLORI M., La Primera misión pontificia a Hispanoamérica, 1823-1825. Relación oficial de Mons. Giovanni Muzi, Cittá del Vaticano 1963 LETURIA, P. Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica, II: época de Bolívar (1800-1835) Caracas 1959 y III: Apéndices ¬Documentos e índices, Caracas 1960 MARTINA G., La prima missione pontificia. Archivum Historiae Pontificiae, Vol. 32, 1994 MEDINA ASCENSIO L., México y el Vaticano; La Santa Sede y la emancipación Mexicana, Ed. JUS, México 1965


ÁLVARO LÓPEZ