NICARAGUA; La Iglesia en la prueba

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Introducción

Las Iglesias de América Latina y particularmente las de América Central, se han encontrado con un doble problema: por un lado tener que luchar por la justicia y la defensa de los derechos del hombre frente a gobiernos que con frecuencia los violan y los niegan, por lo cual son expuestas a sufrir la persecución; y por otro lado tener que ser prudentes para no confundirse en el juego de la política, es decir, no transformarse en instrumento de manipulación por parte de los partidos políticos para no ser incoherentes con el Evangelio.

En Nicaragua, en los años setenta del siglo pasado, el pueblo encontró su unidad en la lucha contra el régimen de Somoza, pero la élite dirigente del sandinismo adoptó la ideología marxista, mientras que la sociedad no lo fue.

Para los años ochenta, se presentó la extrañeza de que una parte de los cristianos y del clero –una parte minoritaria pero influyente- parecía convencida que no se podía servir verdaderamente a la justicia y a los pobres si no se aceptaba de colaborar con el movimiento popular revolucionario de inspiración marxista, hasta el punto de someter la fe a la crítica marxista, creando con eso una nueva iglesia, llamada «iglesia popular» que servía, simple y sencillamente, como instrumento del movimiento político revolucionario para romper la unidad de la Iglesia Católica.


Primeras impresiones

Desde el inicio de la revolución contra Somoza, en la cual participó todo el pueblo, incluyendo la burguesía, el sandinismo presumió la aspiración de las masas a un nuevo règimen. Gracias a este impulso unitario, el 19 de julio de 1979 se pudo vencer la antigua dictadura somocista, aborrecida por todos.

En Managua, como en todos los departamentos, se eliminaron todas las huellas de la dictadura: No existe un monumento que recuerde hoy el tiempo de Somoza. Como se derramó mucha sangre al quitar a Somoza, el partido sandinista acusaba a la oposiciòn de querer hacer un somocismo sin Somoza para desacreditarla. La revoluciòn ha sido sobre todo obra de jóvenes, los que combatieron y los que cayeron. Ellos ocupaban todos los servicios pùblicos, como los ministerios, bajo la direcciòn de hombres que no superaban los 35 años de edad, entonces, los jóvenes querían ser sandinistas, pero querían permanecer cristianos.

En un primer momento, el movimiento sandinista fue un movimiento patriótico de resistencia, manteniendo el recuerdo del General Augusto Cèsar Sandino, pero poco a poco se fue transformando en marxista, bajo la influencia preponderante de los cubanos, como también de los revolucionarios extranjeros, chilenos y uruguayos, que se ponían al servicio del partido y, con frecuencia, ocupaban los puestos màs importantes en los ministerios.

La dirección general del partido sandinista daba las direcciones y las órdenes, y los ministros, como todos los trabajadores, las ejecutaban, y si sucedìa lo contrario, eran considerados somocistas o contrarrevolucionarios. El partido tiene como mira instaurar una sociedad socialista marxista. Detrás de los ministros más importantes había siempre un duplicado, un viceministro o secretario que era el hombre de confianza del partido y que, naturalmente, era marxista.

Por otro lado, el lenguaje ya había cambiado: al principio se hablaba de respetar la libertad, incluìda la de poseer. Comenzaron a confiscar los bienes de Somoza y los de su familia, como los de sus partidarios, el programa de la «Nacionalización» se extendió, aplicándolo a todas las industrias que supuestamente poco producìan o que faltaban de capital. Evidentemente iba hacia una forma de socialismo «a la cubana». Todos los partidos, que no participaron en la revolución y no adoptaban el programa revolucionario del sandinismo y no hiban de acuerdo con el gobierno, eran sospechados, amenazados e impedidos de manifestarse libremente a la luz del sol.

Cinco veces fue atacada la sede del partido social cristiano; una manifestación pública del MDN (Movimiento Democristiano de Nicaragua) fue obstaculizada; muchas veces fue prohibida la publicaciòn del diario «La Prensa», considerado de oposición; su director, en el tiempo de Somoza, había sido uno de los mártires de la revolución; la radio «La Corporación» fue atacada más de cuatro veces. El lenguaje se hizo duro contra la burguesía: Todos aquellos que defienden la «libertad de los burgueses» son «contrarrevolucionarios». En fin, no se habla más de elecciones porque supuestamente el pueblo tenìa el poder.


La actitud de la Iglesia (Dos cartas del Episcopado)

Qué hace la Iglesia en esta situación? No hay dudas que la Iglesia, por medio del episcopado, no quiso cometer el error de cerrar la puerta a la revolución aislándose de ella. La primera carta que los obispos dirijieron al pueblo, el 17 de noviembre de 1979,[1]expresó una profunda confianza en el porvenir. Su contenido fue esencialmente positivo y también recordó que la victoria de la revolución se habìa dado por todo el pueblo, se esforzó de aclarar el aporte que podían dar los cristianos a la revolución y el espìritu con que podrían colaborar con ella.

En parte decía así: “Nuestro pueblo combatió heroicamente para defender su derecho a la vida, a la paz y a la justicia... Nosotros hacemos nuestras las razones profundas de esta lucha”. Los obispos, por tanto, subrayaron la originalidad de la experiencia que Nicaragua estaba por vivir, animaron la cruzada nacional contra el analfabetismo que estaba por comenzar, y aprobaron el estatuto de las «garantías del ciudadano y de la libertad de información y de organización política en Nicaragua».

Ellos pensaron solamente que su empeño en el proceso revolucionario no podìa significar una unión ciega y ni siquiera la adoración de un nuevo ídolo delante al cual debiera inclinarse sin discusión, y precisaron el sentido en el cual los cristianos podían no solamente aceptar, sino hacer propio el socialismo. Ellos agregaron: “ A este socialismo no tenemos nada que objetar... si el socialismo implica una disminución de las injusticias y de las desigualdades tradicionales, en particular entre la ciudad y el campo y entre la remuneración del trabajo intelectual y del manual, si eso significa una participación del trabajador en el producto de su trabajo, no hay nada en el cristianismo que sea en contradicción con eso”.

A propósito de la lucha de clases, ellos dijeron “que debe conducir a la justa transformación de las estructuras, y el odio de clase directo contra las personas, en total contraste con el deber del cristiano de dejarse guiar por el amor”.

Precisaban los obispos “No podemos cerrar los ojos sobre los posibles errores de cada construcción histórica. Creemos que deberemos señalarlos”. En fin, terminaron insistiendo sobre el concepto de la libertad de la Iglesia: “Ella (La Iglesia) no pide algún privilegio, solo la libertad de realizar su deber apostólico sin interferencias en el ejercicio del culto, en la obra educativa de la fe y en la actividad que permiten a los fieles de traducir en la vida práctica, familiar y social las exigencias morales que derivan de la fe”.

Un año después, el 17 de octubre de 1980, los mismos obispos publicaron una nueva carta colectiva con un tono muy distinto. En ella respondieron públicamente, punto por punto, a una declaración del FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional), vale a decir el partido que inspira y guía el gobierno, y al cual los obispos reprocharon de querer intervenir directamente en la vida de la Iglesia juzgando sus actividades y manipulando a los sacerdotes.

Ellos declararon: “Sin el apoyo del pueblo una revolución no es popular, pero el apoyo del pueblo no puede consistir en el sostén instrumental en sistemas rígidos y opresivos... si los cristianos han encontrado en la fe un motivo para su total implicación en la lucha revolucionaria, no lo han hecho solamente por la única razón de volcar un régimen contrario al pueblo, sino también para restituir al pueblo su derecho de construir un orden nuevo fundado sobre el hombre, sobre el bien común y no ya sobre nuevos modelos de dominación y exclusivismo de clase... Nicaragua está a la búsqueda de su liberación histórica y no de otro faraón”.

Después de haber iniciado el discurso, de manera brusca, los obispos precisaron sus quejas retomando punto por punto la declaración de los comandantes sandinistas. Los obispos les hicieron saber que la libertad religiosa es un derecho inalienable de la persona y que ninguno puede ser objeto de discriminación por el hecho de profesar públicamente o de defender sus creencias, pero lo decían para poder agregar inmediatamente que, para el mismo hecho, necesitaba concluir “que no se podía privilegiar a los «sin fe» y que, ni el gobierno, ni el frente sandinista podían gloriarse del ateísmo y permitir, en el cuadro de los órganos de poder, una propaganda ideológica contra las creencias religiosas”.

Los sandinistas criticaron a la Iglesia como la religión que soporta teóricamente la dominación política y el instrumento de alienación o de servirse para justificar la explotación de una clase sobre otra. Los obispos pidieron al FSLN de ser fiel a sus principios y coherente consigo mismo; de no despreciar, ridiculizar y combatir las creencias religiosas.

Los obispos hicieron alusión a dos situaciones concretas que explica la necesidad y el tono de esta carta: La intervención extranjera de revolucionarios marxistas, que el mismo pueblo rechazaba porque le irritaba al combatirle su fe, poniendo en peligro la originalidad de la revolución y también, la instrumentalización de algunos sacerdotes manipulados en esta línea marxista, como la participación de sacerdotes en el gobierno.[2]

La campaña de alfabetización

Apenas asumió el poder, el gobierno sandinista lanzó en marzo de 1980 una gran campaña contra el analfabetismo de las masas populares del país, con un tiempo de duración de seis meses.[3]Los promotores y coordinadores de la «cruzada de alfabetización» a nivel nacional lo formaban el Estado Mayor, mientras los maestros voluntarios, involuntarios e improvisados, tomaban el nombre de «jefes de brigada», ellos eran los combatientes del Ejército Popular contra el analfabetismo (EPA); armados de lápices y de cuadernos y reunidos sobre «nuevas barricadas», decía el himno de esta cruzada, es decir, las aulas escolares de los mismos campos de batalla en los cuales, seis meses antes, se había combatido contra la guardia civil de Somoza, vale a decir las ciudades y los pueblos de Nicaragua.

Esta cruzada tenía dos finalidades: En primer lugar, sin duda alguna, la de enseñar a leer y escribir, pero también la de «crear una conciencia política» o, en otros términos, el lavado de cerebro a los sectores populares y rurales. La participación a esta cruzada fue muy grande, sobre todo jóvenes de toda condición social, política y religiosa. El gobierno, creyendo de no tener de su parte elementos bastante preparados, recurrió a Cuba, que no era necesario, de donde vinieron alrededor de dos mil cubanos a participar en la brigada de alfabetización, valiéndose de su ministro de Educación, el sacerdote Fernando Cardenal, jesuita y hermano del también sacerdote Ernesto Cardenal, el llamado «profeta de la revolución».

Los obispos de Nicaragua estaban seguros que el apoyo de los cristianos sería determinante y a la vez demostraba la buena voluntad de la Iglesia, apoyando de su parte esta campaña y pidiendo a los padres de familia cristiana la autorización de sus hijos a participar activamente con los religiosos y las religiosas.

En una carta del 9 de enero de 1980, firmada por Mons. Miguel Obando -todavía no era Cardenal- y por Mons. Rubén López en nombre de la conferencia episcopal; los obispos decían: “nosotros rogamos a los padres de familia para invitar a sus hijos que tienen la suficiente madurez, a realizar este servicio a nuestros campesinos y a nuestros obreros... que ellos los enriquezcan con el testimonio de su vida cristiana: la educación será tanto más humana cuanto más se abra a la trascendencia, es decir, a la verdad y al bien supremo”.

El Papa Juan Pablo II, recibiendo en Roma a los miembros de la Junta, había señalado “que no se podía más que alabar una iniciativa que consistía en llevar el pan de la cultura a todos los ciudadanos sin distinción, con tal que en su programa y en su realización, esa respete los derechos y las convicciones religiosas del pueblo y en particular el derecho de los padres de familia”.[4]Este respeto significaba no imponer ideas contrarias a la fe.

Los resultados de esta campaña de alfabetización fueron impresionantes: Una considerable reducción del porcentaje de analfabetismo, del 50% bajó al 13%, se construyeron aulas para la ocasión, se repararon calles, se levantaron puentes y ayudas de toda especie, siendo más difícil de valorar el efecto producido sobre las conciencias. Según muchos testigos, los cubanos evidentemente trabajaron en el objetivo de la sensibilización política de los campesinos en un sentido plenamente hostil a la fe, pero el fondo religioso del pueblo nicaragüense, en su mayoría, impidió que las aspiraciones del gobierno y de los cubanos fueran fructíferas.

Que incoherencia entre la condición de sacerdote del ministro de educación y este segundo objetivo de la cruzada nacional de alfabetización; para decir la verdad, él dijo públicamente junto a otros sacerdotes reunidos con Fidel Castro, que era marxista, por tanto coherente consigo mismo. El coordinador nacional de la cruzada de alfabetización y, a la vez, uno de los mayores responsables de la juventud sandinista fue el ministro de educación, Padre Fernando Cardenal. Por otra parte, los religiosos y las religiosas respondieron en masa al apelo de los obispos a participar en la cruzada contra el analfabetismo invitando a los jóvenes de sus colegios e instituciones, muchos aprovecharon la ocasión para evangelizar y ayudar a ser buenos cristianos a los campesinos.

El caso de los sacerdotes ministros

Nicaragua posee este caso único, no sabemos si es la primera vez donde se verifica a sacerdotes como ministros y ejerciendo funciones gubernativas en un país y en un gobierno que viven bajo la inspiración de un partido único que se proclama marxista. El problema para los obispos no estuvo constituido por el hecho que algunos sacerdotes hayan estado integrados en un gobierno que asume el deber de hacer la revolución y al mismo tiempo de reconstruir el país, y ni siquiera que, por medio de ellos, la Iglesia pudo parecer favorablemente al gobierno.


El problema estuvo sobre todo en el hecho que su presencia venía instrumentalizada para demostrar que no hay contradicción entre el sandinismo de inspiración marxista y el cristianismo y que, sobre todo, son hechos para andar de acuerdo. Tomás Borge, exsecretario del FSLN, dijo que en Nicaragua no había solamente alianza entre el cristianismo y la revolución, sino que también había integración.


Los sacerdotes que formaban parte del gobierno pretendían realizar una síntesis entre fe cristiana y revolución. Estos sacerdotes no estaban solos; estaban enlazados a un movimiento que tiene múltiples ramificaciones no sólo en América Latina sino en todo el mundo; es un movimiento que tiene sus fuentes de financiamiento, sus revistas, sus institutos y sus teólogos. El objetivo que mira es buscar la integración de la Iglesia y de las iglesias particulares en la revolución.

Este movimiento había encontrado su punto de apoyo en el ISAL (Iglesia y sociedad en la América Latina), con sede en Ginebra, que bajo la cobertura del ecumenismo, patrocinó muchas iniciativas en este sentido. ISAL era de línea protestante, facilitando la proliferación de sectas para contrarrestar a la Iglesia Católica que predica la verdad evangélica; en el fondo buscaban salvaguardar la lucha revolucionaria o un cristianismo revolucionario con una iglesia nueva, salida del pueblo, es decir, la revolución.

La presencia en el gobierno de cuatro ministros sacerdotes no puede ser considerada como un hecho separado del contexto que brevemente se describió. Esto formó un problema para la Iglesia, ya que ésta tenía que asegurar, no solamente su independencia en lo que respecta al poder político, sino también preservar la integridad espiritual.


En realidad la Iglesia de Nicaragua no fue, en un comienzo, directamente perseguida. Sin duda, Nicaragua fue el único país socialista del mundo en el cual los maestros católicos fueron pagados por el gobierno. Es cierto que al comienzo no expulsaron sacerdotes del país, pero con el pasar de poco tiempo corrieron a sacerdotes diocesanos y religiosos, igual al obispo de la diócesis de Juigalpa, Mons. Pablo Vega. Decía un sacerdote que mientras los expulsaban, tiraban balas al aire y al suelo. Otro caso fue el de algunos que salían del país, pero después no podían entrar.

Permanece el hecho que el verdadero problema para los obispos y su gran preocupación se encontraba al interior de la Iglesia. Ellos estaban preocupados sobre todo por la maniobra de hombres influyentes de iglesia, los cuales, con los medios importantes que disponìan y sobre la base de los puestos públicos que ocupaban, particularmente la educación, tentaban de realizar un «magisterio paralelo», oponiendo la iglesia del pueblo a la Iglesia en comuniòn con sus pastores, que ellos la definieron como «institucional», y predicando un evangelio revolucionario.[5]

Centros religiosos revolucionarios

Estos centros eran tres: el Instituto Juan XXIII, el Instituto Histórico Latinoamericano y el Centro Ecuménico Antonio Valdivieso,[6]siendo este último el más importante. El Centro Antonio Valdivieso fue fundado después del inicio del «proceso» de liberación, con el objetivo de canalizar la acción de los cristianos comprometidos con el pueblo y acompañarlos en este proceso.

Se dividía en tres secciones: el de la reflexión teológica; el de la formación de cuadros; y el de publicaciones. El primero trata de un estudio sobre «La Palabra de Dios partiendo de Nicaragua libre» y pretender descubrir “la historia de la salvación al interno de nuestra misma historia y hacer la espiritualidad del proceso”. El segundo se encargaba de formar los cuadros de las «comunidades de base» por medio de jornadas de estudio y seminarios. El tercero publicaba boletines y folletos destinados precisamente a la formación de los cuadros.

Las comunidades de base, constituidas por iniciativas del Centro, estaban instaladas, mas o menos, en unas 25 parroquias, y los cristianos que participaban allí descubrían la necesidad de comprometerse en los «consejos de defensa sandinista» (CDS) y en el sindicato de la confederación sandinista del trabajo (CST). El CDS era una organización de espías sandinistas sobre la población general y sobre la Iglesia, por ejemplo, en mi parroquia llegaba a misa una pareja con una grabadora para grabar la homilía del párroco y poderlo catalogar como sandinista o contrarrevolucionario. Con este ejemplo y así muchos otros, se constata la persecución a la Iglesia, el irrespeto a la dignidad de la persona y la no libertad religiosa.

Respecto a los otros dos, solo hago notar que el «Instituto Histórico Centroamericano» era una emanación de la Universidad Católica Centroamericana (UCA), de la cual, un obispo ha tristemente confesado que era más marxista que las universidades del Estado, y siempre en la misma linea de la anterior tratada.

Estos centros ofrecían una catequesis extraña tergiversando la frase con la que el Papa Juan Pablo II advirtió en Puebla sobre “una relectura del Evangelio”.[7]Ellos la manipulaban en función y a la luz de la revolución, para hacer entrar al pueblo cristiano en el proceso revolucionario. Ahora, expongo un ejemplo de la total tergiversación del Evangelio y de su extraña catequesis: “no son los que recitan el rosario cada dìa o que se dicen católicos, apostólicos y romanos quienes entrarán en el Reino de los cielos (los pobres campesinos de Nicaragua unidos a su devoción a la Virgen y que se tienen a tanto darse fieles del Papa, puestos aquí como caricatura en la puerta del cielo)

Son presentados como pobres cristianos que se escandalizan y no quieren entrar en el paraíso, porque vieron a Jesús abrazar a los pobres, están diciendo furiosos: «Pero yo no entiendo, él los abraza y no sabe que fueron toda la vida comunistas». Dónde se quería llegar? A justificar decirles: «Háganse comunistas porque los comunistas los precederán en el Reino de los cielos».

El Arzobispo de Managua, Mons. Miguel Obando, siempre exhortaba en sus homilìas que su grey era tan inteligente, que no se dejarìa engañar de estos lobos vestidos de ovejas. El pueblo católico siempre apoyó a su Iglesia, convocándose a la voz de sus pastores y asistiendo a las manifestaciones o procesiones religiosas.

Un reportaje sobre la educación cristiana en Nicaragua, publicado por el CELAM, era alarmante. Ese decía que la actividad de la iglesia popular había llegado a alterar profundamente la identidad característica de los colegios católicos. Algunos padres de familias reaccionaron, pero los obispos para ese entonces no tenían medios para oponerse. Yo mismo constaté, en un colegio católico de la ciudad de Managua, una bandera que decìa: «Hemos vencido, jamàs volveremos a la esclavitud»; «Solo el pueblo unido salva al pueblo». Y Jesucristo brillaba de su ausencia.

Todas estas anomalías eran consecuencia de estos centros revolucionarios supuestamente cristianos, que de cristianos no tenían nada; pero qué se podía pedir si una Universidad Católica (UCA) pertenecía a esta línea.

La unidad de la Iglesia en peligro

Según Mons. Miguel Obando, Arzobispo de Managua, dijo que el problema de la Iglesia eran los religiosos que se identificaban con el FSLN, acusando a la «Iglesia institucional» de no hacer nada por los pobres y apoyando una campaña pública contra los obispos y, en particular, contra él. Ellos crearon de las «comunidades contestatarias», de las cuales vienen excluidos los que no son de esa linea.

Algunos religiosos pretendían que los jóvenes, que querían trabajar en la Iglesia, comenzaran a ser parte de la juventud sandinista. Otros, después, a los que se preocupaban por la unidad de la Iglesia, respondían que nunca existió y que los Papas han trabajado todos en direcciones distintas. Algunos juzgaron normal que por medio del «proceso revolucionario» viniera menos la vida religiosa y afirmaban que no hay motivos de asustarse al ver un sacerdote y una monja casados dirigiendo una comunidad de base.

Estos religiosos, que apoyaron la revolución, crearon una situación de crisis dolorosa en la Iglesia y en las órdenes religiosas, marginaron a muchos excelentes religiosos, alejándolos de las cátedras universitarias donde antes ejercitaban una óptima labor, simplemente por no estar de acuerdo con la tendencia que imperaba.

Algunos religiosos juzgaban a los obispos con la táctica de «bombardeo intensivo», muchas veces repetido en el curso de los años del gobierno sandinista, en ocasiones de reuniones y asambleas cristianas en la que algunos religiosos, bajo la protecciòn del laicado, lanzaban sus flechas haciéndolas aparecer como emanación de la mayoría del pueblo cristiano.

También juzgaban a los obispos diciendo que eran aliados de los Estados Unidos y, por tanto, era la jerarquía la que rompía la unidad de la Iglesia, porque, segùn ellos, nunca estaba al lado de los pobres defendiendo sus causas.


Mons. Miguel Obando, cuando comenzó a denunciar los abusos de la revolución, fue criticado como «somocista» (el régimen anterior), publicando fotos en las que él aparece en un acto público dando la mano al dictador, este hecho fue totalmente manipulado. No se trata de poner en duda la sinceridad de aquellos que decidieron servir a la revoluciòn, adaptando a ella el Evangelio y confundièndola con el reino de Cristo, pero, por otra parte, habían religiosos que veían claramente que se traicionaba el Evangelio y se dividía a la Iglesia.

La Revolución y los derechos del hombre

Es verdad que una de las primeras medidas adoptadas por el gobierno sandinista fue la supresión de la pena de muerte y también pusieron en libertad a más de cuatro mil guardias civiles que habían prestado servicio en tiempo de Somoza; estas cosas son conocidas y apreciadas por la opinión pública internacional. Pero eso no quiere decir que no hubieron muchos abusos, injusticias y crueldades, sea dentro que fuera de las cárceles de Nicaragua. Los delegados de «Amnesty International» se dieron cuenta de eso.

En el ambiente revolucionario, quien no era favorable a la revolución, era sospechoso de ser contrarevolucionario.

Según datos oficiales en las cárceles de Nicaragua, para ese período (1979-1989), más de 8.000 detenidos, de los cuales algunos fueron torturados y entre ellos viejos guardias de Somoza, pero también muchos no-somocistas y viejos combatientes de la revolución. Se habla de màs de 800 «desaparecidos», que según muchas personas y testigos fueron asesinados, entre éstos muchos delegados de la Palabra, catequistas y laicos comprometidos.

La «Agencia católica de información», con sede en Lima, en su nùmero del 30 de agosto de 1981, hizo saber que en aquel momento en Nicaragua había numerosas cárceles clandestinas y que la cifra real de los detenidos en Nicaragua habría sido de 21.000. Un funcionario del gobierno sandinista, que tuvo que huir del país, afirmó que miles de prisioneros habían sido justiciados y sepultados. El decía: “La propaganda sandinista contaba que no habìan ejecuciones, pero es falso: Hubieron ejecuciones clandestinas”.

Las sedes de los partidos de oposición eran asaltadas y saqueadas. Se recurría a la intimidación hacia los supuestos contrarrevolucionarios, o se buscaba de ganarles las causas invitándoles a trabajar en los servicios del gobierno y a denunciar a sus amigos. Los procesos políticos eran rápidos en tres días con un abogado designado.

Las huelgas estaban prohibidas, así como cualquier tipo de manifestación en contra del gobierno sandinista, pero ellos podían realizar movilizaciones o manifestaciones obligando a asistir a todos los trabajadores del Estado. Éste era la única empresa que ofrecìa trabajo, la persona que no iba a esa manifestaciòn inmediatamente la despedìan y permanecìa bajo vigilancia revolucionaria, es decir, el CDS o las personas afiliadas al partido FSLN. Por todas estas razones miles de nicaraguenses huyeron del paìs hacia Estados Unidos, Costa Rica, Honduras, etc.

Este fenómeno se acrecentó mucho màs, cuando impusieron el servicio militar patriótico (SMP) para defender, segùn ellos, a la patria, pero era al Estado Sandinista-Marxista, con el pretexto de la invasión imperialista, Estados Unidos, que según ellos, apoyaba a la contrarrevolución. En realidad Washington la apoyaba económicamente, pero estaba formada por exrevolucionarios, personas de toda clase social, y principalmente jóvenes que desertaban del servicio militar.


La triste y dolorosa jornada que el Papa dedicó a Nicaragua (14 de marzo de 1983)

En primer lugar subrayo el caracter pastoral de la homilía del Papa; él quiso ilustrar y comentar la carta que había enviado a los obispos de Nicaragua el 29 de junio de 1982, en la que había dicho que “cuanto más hay en un dado ambiente de los fermentos de discordia y desunión, cuanto más la Iglesia tiene que ser centro de unidad y de cohesión”. Es por tanto sobre esta unidad de la Iglesia que el Papa insistió en todo su viaje por Centro América.

El Papa habló de la defensa de la integridad de la fe, insistiendo sobre la necesidad para salvaguardar la unidad de la Iglesia, de obedecer a los legítimos pastores y, además, la unidad de por sí era un bien para la sociedad.

El gobierno sandinista por un lado y la «iglesia popular» por otro, quisieron aprovecharse de la visita del Papa para exponer y reafirmar su enfrentamiento hacia la jerarquía católica. En realidad ellos tenían en la mano todos los medios, disponían de la televisiòn y de todas las estaciones de radio menos una: la radio católica dirigida por el Padre Carballo a quien, unos meses antes, lo habían desacreditado, montándole una trampa sucia e inmoral.

Ellos buscaban conseguir que el Papa pareciera aprobar al gobierno en los graves contrastes que éste tenía con los Estados Unidos, y los sacerdotes de las comunidades populares en su controversia con la Iglesia católica. En efecto, el gobierno sandinista había claramente establecido el cuadro de la preparación y realización de la visita en todos los detalles relativos.

Desde el momento de la llegada del Papa un grupo de «madres de héroes y mártires de la revolución» estaba presente en el aeropuerto. Hago notar que este mismo grupo de madres formaban parte de las «turbas sandinistas» que se dedicaban a denunciar y amenazar a los ciudadanos nicaraguenses. Cuando el Papa visitaba y saludaba a las autoridades, en la entrada del aeropuerto «Augusto César Sandino», a quien se debe el nombre de «sandinista», estas madres dieron al Papa una carta pidiendo que interviniera para restablecer la paz en Nicaragua.

Estas mismas eran las que se encontraban a la par de los micrófonos durante la misa del Papa y que comenzaron a organizar la vulgaridad y el irrespeto total a la Santa Misa y a su Santidad. Ellas, estando a la izquierda de la tarima, tenían en sus manos las fotos de sus hijos asesinados cuando el Papa hizo severamente alusión a la iglesia popular.

En este contexto no parece que se pueda hablar, como ha pretendido el sandinista Oscar René Vargas autor del libro «Entre el laberinto y la esperanza», de una manifestación «espontánea». Sin duda alguna esa vulgaridad sorprendió a muchos asistentes, pero no sorprendieron a sus organizadores sandinistas. Eso fue una cadena de vulgaridad, llegándose a formar un gran tumulto de frente al Papa, que no podía celebrar la Eucaristía.

Ese grupo de sandinistas que ocupaban las primeras filas, se olvidaron de la ceremonia de la Misa y comenzaron a gritar slogan sandinistas como «poder popular», «el pueblo unido jamás será vencido» «queremos la paz», etc. La junta de gobierno, que estaba aplaudiendo al Papa y seguían con respeto la ceremonia, al inicio del tumulto parecieron querer imponer silencio y dignidad, pero terminaron uniéndose al coro de los slogans. La homilía tuvo fin pero no la vulgaridad. El Papa, por encima del tumulto, dirigió estas palabras: “La Iglesia es la primera que quiere la paz”. Es claro lo que pretendía el estado sandinista: llevar al Papa a formarse del lado del gobierno, o echarlo de menos en sus deberes de pastor; es decir, humillarlo e irrespetarlo.

Lo que sucedió refleja el espíritu con el cual, algunos miembros del gobierno y de la Iglesia popular, quisieron acoger al Papa: Querían que él se comprometiera con ellos para una paz y una justicia como ellos las concebían; necesitaban obtener de su visita algunas ventajas políticas. Era este el sentido del discurso del comandante Daniel Ortega en el aeropuerto: si el Papa quiere la paz, si él ama a Nicaragua, debe denunciar junto con nosotros la agresión americana, debe bendecir y aprobar la revolución desde el momento que, como dice el slogan mil veces repetido: «no hay contradicción entre cristianismo y revolución».

El Papa con su viaje, que tiene un significado religioso y moral, nos trajo la voluntad de paz de la Santa Sede y la invitación al diálogo. En ese tiempo el diálogo era muy difícil, por un lado con un Estado marxista y por otro lado con la presencia e interferencia de la «iglesia popular».


Conclusión

En ese perìodo de prueba para la Iglesia, los diez años del sandinismo (1979-1989), el pueblo nicaragüense sufrió una desintegración familiar y espiritual. En un comienzo, como se ha expuesto, los cristianos y, por tanto la Iglesia como institución, participaron activamente en la gestión revolucionaria, no marxista, para derrotar la dictadura somocista, que, al poco tiempo, fue una sustitución de dictadura.

La plana mayor del Estado, al asumir la ideologìa marxista y la hipótesis del socialismo, atacó frontalmente a la Iglesia Católica y, por tanto a la fe cristiana del pueblo. La Iglesia tenía la obligación de ofrecer al pueblo los criterios para orientar los valores humanos, morales y religiosos que estaban en juego durante este perìodo.

El gobierno sandinista marxista creó una supuesta iglesia paralela (la iglesia popular) para poner en peligro la unidad de la Iglesia Católica y, por ende, la fe del pueblo creyente. El problema que se presentó, fue que muchos sacerdotes, principalmente religiosos, fueron instrumentalizados por dicho gobierno. La Iglesia, exhortando a los católicos a estar en comuniòn con sus pastores, alzó su voz en pro de la fe, la unidad, la verdad, la libertad y la justicia.

NOTAS

  1. Los cristianos están con la revolución: Carta pastoral de los obispos nicaragüenses y pronunciamiento de cristianos. (1979)
  2. Cuatro sacerdotes participaban como ministros: Ernesto Cardenal, Fernando Cardenal S.J., Miguel d'Escoto y Edgar Parrales, titulares de Cultura, Educación, Relaciones Exteriores, y Asuntos Sociales, respectivamente
  3. Fue llamada “Gran Cruzada Nacional de Alfabetización Héroes y Mártires por la Liberación de Nicaragua” usando el modelo pedagógico de Paulo Freire, y basándose en la experiencia metodológica de alfabetización de la revolución cubana
  4. Discurso del santo padre Juan Pablo II a los miembros de la Junta de gobierno de Nicaragua. Lunes 3 de marzo de 1980
  5. Este hecho fue denunciado por San Juan Pablo II en su Discurso de apertura de la Tercera Conferencia del CELAM CELAM, en enero de 1979: “Se genera en algunos casos una actitud de desconfianza hacia la Iglesia «institucional» u «oficial» calificada como alienante, a la que se opondría otra Iglesia popular «que nace del pueblo» y se concreta en los pobres” (Documento de Puebla. Discurso inaugural,1.9)
  6. Antonio de Valdivieso fue un religioso perteneciente a la Orden de Predicadores nacido en España en 1495; fue nombrado Obispo de Nicaragua y Costa Rica, destacándose por su defensa de los indígenas mediante la rigurosa aplicación de las Leyes Nuevas promulgadas por Carlos V en 1548. Los encomenderos que se vieron afectados lo persiguieron y asesinaron en León de Nicaragua en 1550.
  7. Discurso Inaugural de la III Conferencia del CELAM, I.4 : “... corren hoy por muchas partes —el fenómeno no es nuevo— «relecturas» del Evangelio, resultado de especulaciones teóricas más bien que de auténtica meditación de la palabra de Dios y de un verdadero compromiso evangélico. Ellas causan confusión al apartarse de los criterios centrales de la fe de la Iglesia y se cae en la temeridad de comunicarlas, a manera de catequesis, a las comunidades cristianas.”


BIBLIOGRAFIA

CELAM. Las cinco conferencias generales del episcopado latinoamericano. Bogotá, 2014

FRANCOU Francois, La Chiesa nel Salvador e in Nicaragua, Aiuto a la Chiesa che soffre.

VARGAS Oscar René , Entre el laberinto y la esperanza, Nicaragua, 1ª ed., 1993.

ZÚÑIGA Edgar, Historia eclesiástica de Nicaragua. Managua, 1996


DHIAL