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DE NUEVA ESPAÑA A FILIPINAS: 1542-1567
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En 1541 el virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, se propuso enviar una expedición a las Islas del Poniente. Encarga de la expedición en 1542 a Ruy López de Villalobos,  que parte de México y descubre el archipiélago del Coral. Bautiza con el nombre de islas Filipinas a todas aquellas islas en honor del príncipe Felipe (II), hijo primogénito de Carlos I-V, y futuro rey de España. Su flota de seis galeones: «Santiago», «San Jorge», «San Antonio», «San Cristóbal», «San Martín», y «San Juan», zarparon de Barra de Navidad (Jalisco) con 370 hombres el 1 de noviembre de 1542.  
 
En 1541 el virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, se propuso enviar una expedición a las Islas del Poniente. Encarga de la expedición en 1542 a Ruy López de Villalobos,  que parte de México y descubre el archipiélago del Coral. Bautiza con el nombre de islas Filipinas a todas aquellas islas en honor del príncipe Felipe (II), hijo primogénito de Carlos I-V, y futuro rey de España. Su flota de seis galeones: «Santiago», «San Jorge», «San Antonio», «San Cristóbal», «San Martín», y «San Juan», zarparon de Barra de Navidad (Jalisco) con 370 hombres el 1 de noviembre de 1542.  

Revisión del 10:50 26 jun 2021

DE NUEVA ESPAÑA A FILIPINAS: 1542-1567

En 1541 el virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, se propuso enviar una expedición a las Islas del Poniente. Encarga de la expedición en 1542 a Ruy López de Villalobos, que parte de México y descubre el archipiélago del Coral. Bautiza con el nombre de islas Filipinas a todas aquellas islas en honor del príncipe Felipe (II), hijo primogénito de Carlos I-V, y futuro rey de España. Su flota de seis galeones: «Santiago», «San Jorge», «San Antonio», «San Cristóbal», «San Martín», y «San Juan», zarparon de Barra de Navidad (Jalisco) con 370 hombres el 1 de noviembre de 1542.

La flota encontró las «Islas de Revillagigedo» y el 26 de diciembre de 1542 se encontraron con otro grupo de islas que llamaron «Corales» (hoy Islas Marshall). Creyeron que se trataba de las islas de «Los Reyes», ya catalogadas por Álvaro de Saavedra en su expedición de 1528. Anclaron en una a la que llamaron «San Esteban», por ser su día (26 de diciembre). Zarparon de nuevo el 6 de enero de 1543, y en el mismo día otearon otras varias pequeñas islas en la misma latitud que las de los Corales, a las que llamaron de «Los Jardines», las de Kwajalein.

El 23 de enero de 1543 la expedición encuentra las «Carolinas», a las que catalogaron cartográficamente como las «Matelotes». El 26 de enero también catalogaron otras islas como «Los Arrecifes», también en las Carolinas. Según Oskar Spate con Villalobos navegaba el piloto Juan Gaetan, al que se le atribuye el descubrimiento de Hawai por La Perouse. La navegación de Gaetan es descrita con términos semejantes y con la misma sucesión de islas en 1753, sin alguna identificación diversa conocida en aquel entonces.

En 1825, Casado Giraldes, un geógrafo portugués, establecía que las islas «Sándwich» habían sido descubiertas ya en 1542 por Gaetan, y ni siquiera nombra a James Cook, el marino británico al que sin embargo alguna historiografía atribuye el descubrimiento, olvidando a los primeros y fundamentales descubridores y pioneros. Entre el 6 de enero y el 23 de 1543, el galeón «San Cristóbal», pilotado por Ginés de Mafra, que había sido uno de los marinos de la expedición de Magallanes en 1519-1522, fue separado del resto de la flota durante una fuerte tormenta. Este galeón tocó la isla de Mazaua, donde Magallanes había anclado en 1521. Esta fue la segunda visita de Mafra a las Filipinas, que hoy se identifica con «Limasawa» en la parte meridional de la isla de Leyte. La historia de Limasawa fue escrita en 1667 por el jesuita Francisco Combés cuya relación sería traducida y difundida por varios historiadores.

El 29 de febrero de 1543, los expedicioneros entraron en la Bahía de Baganga, a la que bautizaron con el nombre de Málaga, en la costa oriental de la isla de Mindanao. López de Villalobos bautizó Mindanao con el nombre de «Caesarea Karoli», en honor del rey de España Carlos I-V. La flota permaneció allí anclada 32 días, sufriendo los tripulantes numerosas penalidades y hambre. El comandante intentó plantar cereales, pero fracasaron en el intento. El 31 de marzo de 1543, la flota zarpó en busca de Mazaua para provisionarse de comida. Pero debido a los débiles vientos no pudieron navegar. Y tras varias laboriosas jornadas, finalmente lograron llegar a Sarangani.

El galeón «San Cristóbal», que había sido conducido fuera de las aguas de la Isla de Limasawa dos meses antes, apareció inesperadamente con una carga de arroz y de otros alimentos. El 4 de agosto de 1543, el «San Juan» y el «San Cristóbal» fueron enviados a Leyte y Samar en busca de más comida, con el «San Juan» para almacenarla en vistas al cruce del Pacífico camino de México. Un contingente portugués llegó el 7 de agosto con una carta de Jorge Castro, gobernador portugués de las Molucas, pidiendo una explicación sobre la presencia de la flota en territorio portugués. López de Villalobos respondió a la carta fechada el 9 de agosto afirmando que no habían traspasado la línea de la demarcación perteneciente a la Corona de Castilla.

El «San Juan» zarpó rumbo a México el 27 de agosto de 1543, con Bernardo de la Torre como capitán. Otra carta de Castro llegaba en la primera semana de septiembre con la misma protesta, y López de Villalobos respondía a la misma el 12 de septiembre de 1543 repitiendo los mismos puntos que en su carta anterior. Zarpó rumbo a Abuyong, Leyte con sus galeones restantes, pero encontraron los vientos desfavorables por lo que no pudieron navegar. Entonces en abril de 1544 navegó hacia la isla de Amboyna. López de Villalobos y sus marineros navegaron hacia las islas de Samar y Leyte, a las que llamaron «Islas Filipinas» en honor del príncipe de España, Felipe II.

Obligados por las actitudes hostiles de los aborígenes, el hambre y las averías en los galeones, López de Villalobos se vio obligado a abandonar los asentamientos que ya tenían en las islas y los proyectos de la expedición. Buscó refugio en las Molucas, donde tuvo enfrentamientos con los portugueses, que lo encarcelaron. López de Villalobos murió en la cárcel el 4 de abril de 1544, en la isla de Amboyna, por una fiebre tropical, o como los portugueses afirmarían por «un ataque de corazón». Unos 117 marineros sobrevivieron pese a aquellas tremendas dificultades; entre ellos estaba de Mafra y Guido de Lavezaris.

De Madra nos dejó un documento manuscrito sobre la circunnavegación Magallanes-Elcano, que hizo llegar a España a través de un amigo marinero. Navegaron hacia Malaca, donde los portugueses los embarcaron en un navío hacia Lisboa. Pero treinta de ellos prefirieron quedarse en Mafra. Aquel manuscrito quedó en el olvido y desconocido hasta su descubrimiento a comienzos del siglo XX, y sería publicado en 1920. Una relación del viaje, basada en cuanto recogió el historiador italiano Giovanni Battista Ramusio, en su «Navigatori et Viaggi», de un marinero sobreviviente, llamado Juan Gaetano, fue publicado entre 1550 y 1559.

Una colección de relaciones o crónicas de aquellos primeros exploradores sobre sus expediciones, y donde se incluyen también narraciones de otros anteriores o contemporáneos, como Marco Polo, Magallanes, Alvar Núñez Cabeza de Vaca y otros, constituyen documentos de valor histórico inestimable y demuestran el temple más que notable de aquellos navegantes ibéricos, en buena parte españoles, y su contribución a la historia épica de los descubrimientos y conquistas sobre todo del siglo XVI.

Los marineros de aquella primera expedición española no siempre encontraron la «vuelta del poniente», como se decía en aquel entonces, y sumidos en miles de dificultades muchos encontraron la muerte, y los demás no pudieron regresar a México, de donde habían emprendido su navegación. Pero abrieron el camino para otros que lo conseguirán en una siguiente y fundamental expedición que cambiará la historia de estas Islas Filipinas en el corazón del Pacífico asiático.

Expedición de Miguel López de Legazpi.


Miguel López de Legazpi, y fray Andrés de Urdaneta, agustino, salen nuevamente desde México para Filipinas en 1547. Al llegar fundan Manila, donde muere Legazpi. De vuelta a México Urdaneta encuentra la deseada ruta de los vientos favorables, «la vuelta del poniente» y con ella la posibilidad real de extenderse el imperio español hacia Oriente.

Con Hernán Cortés en México, en 1528 Miguel López de Legazpi había comenzado una nueva vida tras la muerte de sus padres y conflictos hereditarios con sus hermanos. En Tlaxcala trabajó con el primer obispo en México, Fray Julián Garcés. Se casará con la hermana del obispo teniendo nueve hijos. López de Legazpi trabajó como oficial en el gobierno de la Nueva España y gobernador civil de la ciudad de México. En 1564 el virrey Luís de Velasco, lo encarga de llevar a cabo una expedición de exploración en el Océano Pacífico en busca de las Islas de las Especias, donde anteriormente los exploradores Fernando de Magallanes, Juan Sebastián Elcano y Ruy López de Villalobos desembarcaron respectivamente en 1521 y 1543.

La expedición había sido ordenada por Carlos I-V de España y luego por su hijo Felipe II, en honor del cual Ruy López de Villalobos les dio su nombre de Filipinas. Ahora, el virrey de la Nueva España moría en julio de 1564, pero la Audiencia en la Nueva España y López de Legazpi completaron los preparativos de la expedición programada. El 19 o 20 de noviembre de 1564, con cuatro navíos y 350 hombres, zarparon del puerto de Barra de Navidad en Jalisco. La expedición incluía seis misioneros agustinos, además de Fray Andrés de Urdaneta, que era también un experto navegante, Melchor de Legazpi, hijo de Miguel López de Legazpi, Felipe de Salcedo, su nieto y Guido de Lavezarez, uno de los marineros sobrevivientes de la expedición de Magallanes-Elcano.

La expedición zarpó para una travesía memorable de 93 días. En 1565 anclaron en las Islas Marianas para proveerse de provisiones, teniendo que enfrentarse a las tribus de los Chamorro, gentes de las Islas Marianas en la Micronesia. Un jefe de la Isla Bohol, llamado Catunao les dio información sobre Cebú y se embarcó con la expedición como guía. La expedición de López de Legazpi echó ancoras en Rajahnate de Cebú el 13 de febrero de 1565, sin entrar en el territorio debido a la hostilidad de los nativos.

El 22 de febrero de 1565 alcanzaron la isla de Samar donde estipularon un pacto de sangre con Datu Sikatuna, el jefe de Bohol, el 16 de marzo de 1565, para sellar su pacto de amistad siguiendo la tradición tribal del lugar. Los españoles navegaron hasta Limasawa donde fueron recibidos por Datu Bankaw, luego hacia Bohol donde se hermanaron con los jefes locales. El 27 de abril de 1565 la expedición regresó a Cebú. Un jefe local, llamado Rajah Tupas se opuso a los españoles, pero fue derrotado. Allí los españoles establecieron un establecimiento al que llamaron «Villa del Santísimo Nombre de Jesús» con una imagen del Santo Niño, que colocaron en una de las habitaciones de los nativos. La devoción al Santo Niño marcará la historia católica de las Filipinas.

En 1569, dada la penuria alimenticia en Cebú, la expedición de López de Legazpi se trasfirió a la isla de Panay, donde fueron acogidos pacíficamente por la población en Kedatuan de Madja-as. Fundaron entonces un segundo establecimiento que llamaron Capiz y que hoy es la ciudad de Roxas en la provincia de Capiz, en la ribera del Río Panay. En 1570, López de Legazpi mandó a Juan de Salcedo, su nieto, que había llegado a México en 1567, a Mindoro (antigua localidad de Huangdom de Ma-i) a castigar a los piratas musulmanes que estaban invadiendo los poblados Panay. Salcedo destruyó también fuertes en las islas de Ilin y Lubang, en el Sur y en el Norte de Mindoro.

En 1570, al tener noticias de las riquezas de Luzón, López de Lagazpi envió a Martín de Goiti a explorar la región norte. Desembarcando en Batangas con 120 españoles, Goiti exploró el Río Pansipit, que se alimenta del lago Taal. El 8 de mayo, llegaron a la bahía de Manila, donde fueron bien recibidos por los naturales y donde permanecieron durante varias semanas estableciendo una alianza con el jefe musulmán, Rajah Ache, conocido como Rajah Matanda, que era un vasallo del sultán de Brunei.

López de Legazpi se propuso usar el puerto natural de Manila como base para el comercio con China. Pero el aliado de Rahaj en las costas del norte de la Bahía de Manila, conocido como el joven Bambalito de Macabebe, pidió a Rahaj Soliman, el Viejo Ache, romper la alianza con los españoles. Pero Rahaj Matanda rechazó la petición por fidelidad a su palabra de honor con los españoles. Rahaj soliman puso sus condiciones a Bambalito de que, si era capaz de matar al menos a 50 españoles, él habría roto su alianza con López de Legazpi, y el Viejo Ache habría ayudado a expulsar a los conquistadores.

Bambalito cabalgó hacia Macabebe y formó una flotilla de unos dos mil quinientos moros formados por soldados de los poblados de la Bahía de Manila, especialmente de Macabebe y Hagonoy. El 30 de mayo de 1570, Bambalito salió navegando hacia Tondo con caracoas, largas barcazas, y se encontró con los españoles en el Canal de Bangkusay, mandados por Martín de Goiti, el 3 de junio de 1571. Bambalito y su flotilla perdieron el combate, y se enzarzaron en luchas entre los dos grupos; los españoles ocuparon las regiones medio islamizadas de Tondo y de Maynila.

Manila fue así preparada para recibir a López de Legazpi que dejó Panay. En el mismo año llegaron a la Filipinas nuevos refuerzos españoles, lo que indujo a López de Legazpi a dejar Cebú por Panay y luego por Luzon. Reclutó unos 250 soldados españoles y otros 600 nativos para explorar las regiones de Leyte y de Panay. En el año siguiente, siguió Goiti y salcedo a Manila tras su conquista. Durante la primera fase de la exploración de la parte septentrional de las Filipinas, López de Legazpi permaneció en Cebú y no acompaño a sus hombres en la conquista de Manila debido a su mal estado de salud y a su edad. En Manila, López de Legazpi estipuló un pacto de amistad con los nativos y sus jefes Rajah Sulayman y Lakan Dula. Ambos grupos acordaron organizar una administración local, que reflejaba sin duda la tradición española importada. López de Legazpi estableció formalmente la fundación de la ciudad el 24 de junio de 1571, y mandó construir una muralla, hoy todavía llamada «Intramuros», proclamando la ciudad de Manila como capital de las Islas y sede del gobierno español en las Indias Orientales.

No concluye aquí esta historia importante en la presencia española en el Pacífico de Oriente. Tras la derrota de Bambalito, Legazpi ordenó la exploración de las poblaciones al norte de Manila. En septiembre de 1571, Goiti pacificó Lubao y Betis, con la ayuda de tributarios de Rio Chico, luego alcanzó los establecimientos de Calumpit y Malolos el 14 de noviembre de 1571, y otras poblaciones a lo largo de la Bahía de Manila. De hecho, López de Legazpi debe considerarse como el propulsor de la colonización española de Filipinas y su primer gobernador general. Moriría un año después de tal nombramiento de un paro cardiaco en Manila, el 20 de agosto de 1572.

No dejó riquezas ya que había consumido todos sus haberes en aquellas empresas. Sería sepultado en la Iglesia de San Agustín Intramuros. Ya antes de su muerte parte de las Visayas habían pasado al dominio de España, aunque los españoles encontraron fuertes resistencias en los sultanatos islámicos de las islas de Mindanao, Zambal y de Igorot, tribus en las montañas, así como en algunos piratas Wokou de China y Japón. López de Legazpi escribió varias cartas al rey Felipe II sobre sus viajes en las Indias Orientales y sus conquistas. Se conocen como: «Cartas al Rey Don Felipe II: sobre la expedición, conquistas y progresos de las islas Filipinas», que se conservan en el AGI de Sevilla.

Desde el punto de vista religioso, a la llegada de los españoles a las Filipinas sus pobladores practicaban un mosaico variado de religiones, entre las que destacaban el Animismo, el Islam, el Induismo, y el Budismo. Pero, como en otras regiones del globo donde estuvieron presentes los españoles, su preocupación primaria fue siempre la evangelización católica. Esto explica que las Filipinas sea prácticamente la única nación independiente de toda el Asia Oriental con una mayoría predominante de católicos, y que su historia evangelizadora esté profunda y sustancialmente unida a la de la América española también en sus métodos evangelizadores y en sus resultados, así como en buena parte de sus tradiciones católicas.

Los misioneros partían de México hacia las Filipinas, y desde las Filipinas muchos misioneros católicos partían hacia las regiones cercanas de Japón, China y los reinos de Vietnam, sellando buen número de ellos con su sangre la fe católica que anunciaban en medio de notables circunstancias adversas de duras y pluriseculares persecuciones marcadamente xenófobas. Entre sus evangelizadores se distinguieron entre otras órdenes religiosas, los agustinos, los franciscanos, los dominicos y luego los jesuitas.

Un dato particularmente significativo de la metodología española en las Filipinas fue que los misioneros no intentaron implantar el español como lengua de comunicación, y que al mismo tiempo las misiones y los misioneros sirvieron hasta la ocupación norteamericana a partir de 1898 también como centros educativos y de administración civil.

Así escribía en 1609 Antonio de Morga, Alcalde de las Causas Criminales, en la Real Audiencia de la Nueva España, una precisa relación en la que decía que: “tras la conquista de las islas por la luz sobrenatural del Santo Evangelio que entró en ellas, los paganos fueron bautizados, las tinieblas de su paganismo fue borrado y cambiaron sus nombres por nombres cristianos. Las islas también, perdiendo su antiguo nombre; tomaron el de Islas Filipinas, en reconocimiento del gran favor recibido por parte de su Majestad Felipe II, nuestro soberano, en cuyo tiempo afortunado y reino habían sido conquistadas, protegidas y desarrolladas, como trabajo y logro de sus reales manos”.

Fray Andrés de Urdaneta

Otra de las eminentes figuras de la presencia española y católica en las Filipinas es fray Andrés de Urdaneta. Tras recibir una esmerada educación, principalmente en los autores clásicos y en filosofía, inició una brillante carrera militar desde muy joven. Tomó parte como soldado en diversas campañas europeas; sin embargo, la fama le llegó más tarde, gracias a sus descubrimientos en las aguas del océano Pacífico, que completaron los derivados del descubrimiento de América y lo sitúan entre los más notables navegantes y exploradores españoles del siglo XVI.

Su primer viaje fue con la escuadra de la expedición que fray García Jofre de Loaysa, comendador de la Orden de Santiago, organizó hacia las denominadas islas de las Especierías. En 1524 zarparon siete naves del puerto de La Coruña, donde se había creado una Casa de la Especiería. El viaje, que fue un fracaso, se convirtió en un combate casi permanente contra el hambre, el escorbuto y también contra los portugueses asentados en las islas de las especias, situadas en el archipiélago malayo. Mención especial merece la labor de Urdaneta en los combates que tuvieron lugar en las islas de Tidore, en donde los portugueses apresaron la única de las siete naves de la expedición que llegó hasta allí.

Tras años de cautiverio en manos portuguesas, los españoles fueron liberados en virtud de un acuerdo firmado en 1527 entre España y Portugal, el denominado tratado de Zaragoza, por el cual se concedía a los españoles el derecho de permanencia en las islas de las Especierías a cambio de una compensación económica. De esta forma, los restos de esta expedición regresaron desde las Molucas a España en 1536 en un solo barco, completando la segunda vuelta al mundo. Aunque Loaysa y Elcano murieron en el transcurso de esta expedición, Urdaneta reunió una importante cantidad de información geográfica e histórica, que luego le fue arrebatada por los portugueses en la ciudad de Lisboa.

Tras algún tiempo en la Península, Urdaneta se desplazó en 1538 a México. Allí recibió varios cargos oficiales, como el de corregidor de la mitad de los pueblos de la zona de Avalos y el de visitador de las localidades de Zapotán y Puerto de Navidad. Varios años después, en 1553, Urdaneta ingresó como fraile en la Orden de los Agustinos, siguiendo las huellas misioneras de esta Orden.

Bajo el reinado de Felipe II volvió el interés por la expansión por el océano Pacífico. Luis de Velasco, virrey de la Nueva España, informó al monarca de que Andrés de Urdaneta vivía retirado en un convento. El rey escribió una carta al Virrey en la que ordenaba que se construyeran nuevas naves para proseguir con los descubrimientos. Escribió también a Urdaneta para pedirle que, como servicio a la monarquía y debido a su experiencia, se pusiese al mando de una nueva expedición. Urdaneta, pese a su avanzada edad y delicado estado de salud aceptó, aunque no como rector y capitán general, sino como simple asesor.

Para comandar la misma, Urdaneta sugirió el nombre de Miguel López de Legazpi, alcalde ordinario de la ciudad de México. Sin embargo, la muerte del virrey Velasco retrasó la expedición durante cinco años. Finalmente, se reunió una flota de cinco barcos: dos naos, la «San Pedro» y la «Almiranta», los pataches «San Juan» y «San Lucas» y un bergantín; fueron ciento cincuenta hombres los que se hicieron a la mar, doscientos hombres de armas y cinco frailes agustinos. El día 21 de noviembre de 1564, la expedición puso rumbo hacia las Filipinas.

La orden de dirigirse a las Filipinas en la expedición de Legazpi venía escrita en las instrucciones de la Audiencia, que se abrieron ya empezado el viaje, si bien Urdaneta había aconsejado emprender ruta en dirección Nueva Guinea. A la altura del eje ecuatorial, el patache «San Lucas» se adelantó al resto de las embarcaciones, momento en el que descubrió algunas de las actuales islas del archipiélago de las Marshall y de las Carolinas. Esta embarcación llegó a Mindanao (Filipinas) antes que Legazpi, cargó especias y retornó a México.

El 13 de febrero de 1565 el resto de la expedición llegó a la isla de Ibabo (Filipinas), luego saltó a la isla de Samar y, finalmente, arribaron a la de Cebú, donde se fundó la villa de San Miguel el 8 de mayo de ese mismo año. Fue ésta la primera ciudad española en Filipinas. Según órdenes de Legazpi, Urdaneta comandó un buque que regresó a Nueva España para informar al virrey de lo acontecido y de los descubrimientos realizados. El día 1 de junio partió en la nave «San Pedro», al mando de un nieto de Legazpi, Felipe Salcedo. El viaje se inició en dirección norte, y al llegar a la latitud de Japón, lograron salir de la influencia dominante del viento alisio. Desde allí, aprovecharon la corriente llamada del «Kuro Shivo» para llegar a Acapulco el 8 de octubre de 1565.

Este viaje supuso el descubrimiento de la ruta de navegación que permitía regresar de Asia a América, rumbo que siguió sistemáticamente hasta 1815 el «Galeón de Manila», que enlazaba América con el Oriente, intercambiando entre otros productos la plata de México y de Potosí y la seda, la porcelana chinas y las especias de Indonesia, las perlas-joyas de la India y otros productos muy requeridos en Europa. La introducción e intercambio de bienes constituyó uno de los factores importantes de la hispanización de las islas del Pacífico, hasta el punto que el inmenso Océano Pacífico comenzó también a llamarse popularmente «el mar español».

El Pacífico tenía por fin ruta de ida y de vuelta desde y hacia América. A lo largo de 333 años, desde 1565, hasta el tratado de París, del 10 de diciembre de 1898, cuando España se vio obligada a ceder la soberanía de las Filipinas a los Estados Unidos que tomaron posesión de ellas tras una guerra amañada y falaz.

Urdaneta había visitado muchas localidades del Oriente como explorador y navegante; una vez cambiada la ruta de su vida entrando en la Orden de los agustinos se convierte en uno de los adalides importantes de la evangelización en aquel Oriente donde estaban llegando los misioneros españoles. Había tomado el hábito agustino en 1552 y profesado el 20 de marzo de 1553. Dirige la expedición mandada por Legazpi de noviembre de 1564, llegando a Cebú el 27 de abril de 1565. El 1° de junio del mismo año, en compañía del también agustino Andrés de Aguirre, sale para México en busca de la ruta de tornaviaje. Llega al puerto de Natividad el 1 de octubre de 1565. Es recibido por Felipe II con todo género de consideraciones, aunque Urdaneta rehúsa inmediatamente la retribución; regresa inmediatamente a México, donde trabaja y muere el 3 de junio de 1568.

DE PERÚ A LAS ISLAS DEL PACÍFICO SUR

Álvaro de Mendaña Entre otros notables navegantes, descubridores españoles en el Pacífico destacamos a partir de 1567, a Álvaro de Mendaña, y Pedro Sarmiento, quienes animados por las informaciones de los Incas de que venían mercaderes de lejanos países, salieron del Perú y descubrieron las islas Salomón y Marshall. Años más tarde, se descubrieron desde el Perú otras islas de Oceanía, en especial Australia y Nueva Guinea en el viaje de Vaz (Vélez) de Torres.

Álvaro de Mendaña nació en 1542 en el seno de una familia de la pequeña nobleza berciana. Sus progenitores fueron Fernando Rodríguez de Mendaña e Isabel de Neira. El padre, natural de Villar de los Barrios (León), era, a su vez, hijo de Juan Rodríguez de los Barrios y de María de Escobar. La madre, oriunda de Villanueva de Valdueza (León), era hija del bachiller Ruy García de Castro, señor de Posada de Río (León) y alcalde mayor de los estados del marqués de Astorga, y de María de Neira.

Hay pocos datos sobre la infancia de Álvaro de Mendaña, hasta que en el año 1563, con veintiún años, abandonó su Bierzo natal para pasar a Ultramar, describiéndose en uno de los informes de la Casa de Contratación como “un mancebo bien dispuesto que aun agora le comyença a puntar la barba y tiene el rostro algo rubio e que en las manos tiene algunas pecas”. En el registro de pasajeros a Indias se inscribe con el nombre de Álvaro Rodríguez de Mendaña, criado de Lope García de Castro. En tanto que en su segundo viaje a Perú, en 1576, lo hace como Álvaro de Mendaña, prescindiendo del primer apellido paterno. Su hermano suele aparecer en los legajos como Juan Rodríguez de Mendaña o Juan Rodríguez de Castro. Por su condición de primogénito nunca omitió el apellido Rodríguez, siendo el usufructuario del vínculo fundado por su abuelo materno el bachiller Castro.

Autores como Cabrero y Martínez y Paniagua afirman que, por su forma de ser, a Mendaña le faltaba empuje e iniciativa, necesitando del asesoramiento de otras personas con un temperamento más fuerte, que serían quienes le impulsarían a tomar ciertas decisiones. Así, por ejemplo, en la jornada de 1575 esa labor la desempeñarían el cosmógrafo Pedro Sarmiento de Gamboa y el piloto Hernán Gallego, en tanto que en la expedición de 1595, sería determinante la influencia de su mujer, Isabel Barreto, y del piloto mayor, Pedro Fernández de Quirós. Por el contrario, Beltrán y Rózpide sostiene que era una persona enérgica e inflexible, como así se desprendería de su actuación contra los instigadores de la rebelión protagonizada por algunos de sus hombres en la isla de Santa Cruz en 1595.

Como filosofía de vida, Mendaña decía que se esperasen de él obras y no razones, tratando de resolver los problemas surgidos con la tripulación a través del diálogo y el consenso, sopesando muy bien las decisiones antes de pronunciarse al respecto y dando muestras de su prudencia en las dos travesías oceánicas. A pesar del escaso apoyo recibido por parte del virrey Toledo, éste lo consideraba una persona de confianza. Y aunque puede achacársele cierta inexperiencia como marino, en los viajes dio muestras de su pericia, rodeándose en ambos casos de personajes de reconocida valía.

Lo que parece claro es que su proyecto personal pasaba por colonizar las islas Salomón, haciendo gala de una actitud tenaz y perseverante. Su firme convicción le llevó a luchar contra el freno que supuso la autoridad virreinal, llegando incluso a hipotecar sus bienes y teniendo que esperar casi dos décadas para ver cumplidos sus deseos.

Lope García de Castro, que desde el 26 de mayo de 1558 era un alto cargo del Consejo de Indias, el 16 de octubre de 1563 fue elegido por la Corona para ir a Perú a fin de supervisar la controvertida gestión del virrey, Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva. Lo acompañó un séquito de veintiuna personas, entre las que se encontraban, Álvaro Rodríguez de Mendaña y Lope de Mendaña Osorio (señor del Barrio de Abajo de San Pedro Castañero, con el que iba su mujer María Rodríguez Osorio), iniciando su periplo en San Pedro Castañero el día 3 de septiembre. Se registraron en el Libro de Asientos de Pasajeros a Indias de Sevilla el 8 de octubre, saliendo tiempo después del puerto de Cádiz con destino al país andino. Arribaron a Panamá el 1 de junio de 1564, avistando el puerto de Callao el 25 de octubre.

Antes de abandonar Congosto, Álvaro dejó el control de sus escasos bienes patrimoniales en manos de sus primos Francisco Osorio de Mendaña y Lope Rodríguez Osorio, vecinos de Villar de los Barrios y Almázcara, respectivamente, mientras que Lope de Mendaña Osorio, dejó la administración de su mayorazgo en manos de su hermano, Álvaro de Mendaña Osorio.

Al llegar a Lima, el licenciado Castro fue informado de la inesperada muerte de Nieva, por lo que tuvo que hacerse cargo de la gobernación del virreinato, aunque nunca llegó a ser nombrado virrey. En el decurso de su mandato se fundó en 1565 la Casa de Moneda (que tenía su sede en Lima), se organizó la explotación del azogue de Huancavelica, dividiéndose el territorio peruano en setenta y siete corregimientos de indios para mejorar su gobierno y administración. Lope, cedió la evangelización de Perú y Chile a los jesuitas, tomando parte activa en el II Concilio Limense, e impulsando la fundación de asentamientos de nueva planta en Esmeraldas (Ecuador) y en Chiloé (Chile), siendo relevado del cargo el 26 de noviembre de 1569.

En 1565 el navegante Pedro de Ahedo ya había planteado a Lope García de Castro la idea de realizar un viaje al océano Pacífico en busca de las míticas islas Salomón, contando para ello con la financiación de Diego Maldonado «el Rico», que quedó sin efecto cuando el licenciado Castro los acusó de conspiración por el problema de las encomiendas. Y, aunque en el juicio de residencia se le dio la razón al marino y el gobernador Castro tuvo que indemnizarle, lo cierto es que fue apartado de esta misión, que finalmente fue puesta bajo el mando de Álvaro de Mendaña, que en ese momento era administrador de la encomienda de León de Huanuco y a quien se le concedieron los títulos de gobernador y capitán general.

La expedición partió con la misión de buscar el supuesto continente austral, sondear sus recursos y valorar las posibilidades de colonización, zarpando del puerto de Callao (Perú) el día 19 de noviembre de 1567. Estaba formada por dos naos mercantes, la capitana «Los Reyes» y la almiranta «Todos los Santos», pertenecientes a Juan Rodríguez y Juan Antonio Corzo, respectivamente. El piloto mayor era el experimentado Hernán Gallego y contaban con el asesoramiento del astrónomo Pedro Sarmiento de Gamboa, un ilustrado conocedor de la localización de las islas Salomón, que no llegó a ser el adelantado por causas pendientes con la Inquisición. El maese de campo y capitán de la almiranta era Pedro de Ortega Valencia, alguacil mayor de Panamá. A bordo de los bajeles iban en total unos doscientos hombres entre colonizadores, marineros, militares, personal adscrito a la Corona, religiosos, sirvientes y esclavos, suponiendo la empresa un desembolso total de 10.500 pesos, que fueron costeados con fondos del erario público.

El 15 de enero de 1568 divisaron la isla de Nombre de Jesús (Nui, archipiélago de Tuvalu), pero ante la imposibilidad de recalar, prosiguieron su ruta hasta los bajos de la Candelaria (atolón de Ontong Java), arribando el 9 de febrero a Santa Isabel (islas Salomón), donde establecieron su centro de operaciones. Allí construyeron el bergantín «Santiago» para explorar con mayores garantías este archipiélago, localizando en sus tres salidas las islas de Ramos (Malaita); San Jorge; Florida, Galera, Buenavista, San Dimas y Guadalupe (islas de Nggela Sule); Guadalcanal; Sesarga (Savo); San Nicolás, San Jerónimo y Arrecifes (islas de New Georgia); San Marcos (Choiseul), San Cristóbal (Makira); Treguada (Ulawa); Tres Marías (Olu Malua); San Juan (Uki Ni Masi); San Urbán (islas de Rennel); Santa Catalina y Santa Ana.

Álvaro de Mendaña mantenía buenas relaciones con los nativos de Santa Isabel e incluso se ganó la amistad del jerarca local, en el que llegaría a ser el punto final del trayecto, quedando descubiertas para la posteridad las islas Salomón. Se trata de un archipiélago de Oceanía situado al sudoeste del océano Pacífico y al este de Papúa Nueva Guinea, que en la actualidad forma parte de la Mancomunidad Británica de Naciones.

Llegado el mes de agosto, y considerando la precaria situación de la flota y la escasez de suministros, Mendaña tomó la determinación de regresar a América y organizar, tiempo después, una nueva expedición mejor equipada, en tanto que Gamboa prefería continuar con los descubrimientos. Unas diferencias de criterio que ya se habían dejado sentir a lo largo de todo el itinerario en otros asuntos como el rumbo a seguir, prevaleciendo finalmente la voluntad del adelantado, que se apoyaba en su piloto mayor, que también estaba enemistado con Gamboa.

Así, el día 17 levaron anclas en busca de la ruta del Galeón de Manila, descubriendo en el viaje de retorno los bajos de San Bartolomé (atolón de Maloelap, islas Marshall) y la isla de San Francisco (isla de Wake, al norte de las Marshall). Superados no pocos peligros y adversidades, la nave capitana desembarcó el 19 de enero de 1569 en el puerto de Santiago de Colima (México), haciéndolo unos días después la almiranta, y regresando ambas naves el 22 de julio al puerto de Callao.

Durante el viaje de vuelta, Mendaña hizo desaparecer las cartas y relaciones que Sarmiento había escrito durante la travesía. Ya en Lima, el cosmógrafo lo puso en conocimiento del ya virrey, Francisco de Toledo, quien le amparó en sus reclamaciones por haberse incumplido las instrucciones de Su Majestad. Con todo, en la investigación abierta en noviembre de 1569 no se apreciaron razones objetivas para condenarlo. Sólo así se explicaría que, a pesar de la hazaña lograda, la figura del navegante se viera eclipsada con la llegada al poder de Toledo, que además era enemigo político de su antecesor, García de Castro, pasando a ser Gamboa desde ese momento uno de sus asesores, y quedando por tanto en suspenso el proyecto colonizador del berciano.

En 1571 Mendaña regresó a la Península buscando una vez más el apoyo de García de Castro como alto cargo del Consejo de Indias, que ya se hallaba en Madrid. La mediación de éste fue trascendental, al hacer posible un encuentro entre Mendaña y el soberano Felipe II, en el que le expuso sus planes con respecto al archipiélago de las Salomón. Durante su estancia en Madrid, Álvaro mantuvo un apasionado romance con la modista Andrea de Cervantes Saavedra, hermana de Miguel de Cervantes. No llegaron a contraer matrimonio, pero Andrea siempre se sintió unida a él, por lo que, tras conocer su fallecimiento, se hacía llamar «viuda del general Álvaro de Mendaña».

En 1573 Álvaro de Mendaña fue informado de la defunción de su madre, Isabel de Neira, encontrándose en esos días negociando las capitulaciones de la nueva expedición a las Salomón, por lo que facultó a su sirviente Juan Bautista González para que resolviera en Congosto los asuntos concernientes a la herencia. Al año siguiente consiguió por fin llegar a un acuerdo con la Corona para poner en marcha su proyecto colonizador, firmándose el día 27 de abril las nuevas Capitulaciones en las que se le hacía adelantado de las islas Salomón y se le facultaba para hacer posible su conquista y evangelización.

Tanto la financiación como el aval correspondiente correrían por cuenta de Mendaña, quien a cambio recibiría el adelantamiento, la gobernación y la capitanía general de las islas, el cargo de alguacil mayor, el título de marqués y diferentes mercedes económicas, exenciones fiscales y también jurídicas.

La premura por conseguir cuanto antes el capital necesario para afrontar esta empresa hizo que Álvaro y su hermano, el bachiller Juan Rodríguez de Castro, se trasladaran el 7 de julio a Villar de los Barrios, otorgando un poder a favor de Alonso Fernández para cobrar las deudas pendientes de pago, y el 5 de agosto pusieron a la venta los bienes que habían heredado de sus padres en aquel lugar. Álvaro trató de convencer a algunos conocidos para que le acompañasen en esta segunda campaña; tal fue el caso de Jerónimo Carvajo, de Ponferrada, su primo Juan García de Escobar, vecino de Bembibre, y el sacerdote de Villar de los Barrios, Martín Díez.

Ya de nuevo en la capital de España, puso todo su empeño en cumplir las cláusulas de las Capitulaciones firmadas con el rey Felipe II, buscando la colaboración del licenciado Castro, su gran valedor, quien en agosto de 1575 le entregó los 10.000 ducados exigidos en concepto de fianza. El destino quiso que ésta fuera la última vez que le ayudara, puesto que el 8 de enero de 1576 se produjo su muerte. De sus esponsales con María de Mediavilla quedó una hija, María de Castro, mujer de Antonio Cabeza de Vaca, señor de Villa Hamete y Macudiel (hoy Villagómez, en Valladolid).

Tiempo después Álvaro de Mendaña se embarcó para Ultramar, llegando a Panamá a finales de 1576, donde fue detenido y encerrado en el calabozo por orden de Gabriel de Loarte, presidente de la Real Audiencia de esa ciudad. Fue acusado de reclutar hombres para su jornada sin contar con la licencia; quedó en libertad tiempo después, siguiendo instrucciones del Rey. Algunos han querido ver en ello una actitud vengativa por parte de Loarte, puesto que existía una enemistad manifiesta contra su tío Lope García de Castro. Durante su estancia en la ciudad fue decisivo el apoyo de Pedro Ortega Valencia, su antiguo maese de campo en la jornada de las Salomón.

Al año siguiente, Mendaña dejó Panamá y se dirigió al puerto de Callao, no habiendo cambiado mucho las cosas desde su partida. El virrey seguía sin atender sus peticiones y, debido a la inestabilidad reinante en Perú en esos momentos, por las continuas incursiones de los piratas ingleses, en más de una ocasión le fue arrebatada la gente que con tanto esfuerzo le había costado alistar, si se tiene en cuenta lo arriesgado de la aventura transpacífica. Todo ello le obligó a aplazar una vez más su salida hacia las tierras descubiertas.

En este tiempo Mendaña se enroló en la armada aprestada para detener al corsario Francis Drake que, entre noviembre de 1578 y febrero de 1579, había protagonizado ataques y saqueos en las costas de ese país andino, en su intento por lograr un cambio de actitud por parte de la autoridad colonial y, a la vez, prestar servicio a Su Majestad. Paradójicamente a lo que cabría suponer, las desavenencias con el virrey seguían existiendo y Mendaña fue después encarcelado durante unos meses.

En 1580, ya con el peso del desánimo, intentó que el Monarca le concediera una serie de prebendas con las que poder restituir, al menos en parte, los desembolsos ocasionados hasta ese momento. Y, aún sin contar con el beneplácito del entonces virrey, Martín Enríquez Almansa, que le confiscó la flota para ir a apresar a los piratas y lo mandó también encarcelar durante un mes, Mendaña prosiguió con los preparativos de la empresa al hallarse respaldado por el Soberano. En ese mismo año se había producido en la Península el fallecimiento del hermano del adelantado, el bachiller Juan Rodríguez de Castro, y aunque dejó de su relación con Ana Rodríguez dos hijos, Jerónimo y Juan, los bienes del vínculo patrimonial que usufructuaba desde la muerte de su madre, Isabel de Neira, pasaban ahora al insigne marino.

En 1582 el licenciado Juan de Cepeda, presidente de la Audiencia de Charcas, dio un nuevo impulso al proyecto de Mendaña argumentándole al Rey que era preciso colonizar aquellas islas del Pacífico Meridional antes de que cayeran en manos de los corsarios ingleses y erigiesen en ellas un establecimiento desde el que atacar los intereses del imperio español. El virrey Enríquez falleció en 1583 y vino a reemplazarle en la función gubernativa del Perú el conde de Villardompardo, Fernando de Torres y Portugal, que en 1586 se mostró partidario de la ocupación de las islas Salomón.

En ese mismo año Mendaña se casó en Lima con la joven Isabel Barreto, hija de Nuño Rodríguez Barreto y de Mariana de Castro. La alarma social generada en Chile en 1587 a causa de los asaltos perpetrados por el inglés Thomas Cavendish, volvió a suponer otro duro revés para la partida del navegante. Muy distinta fue la postura de García Hurtado de Mendoza, que llegó a Perú en 1590 para relevar a Torres, quien acogió favorablemente las pretensiones del navegante, buscando su asesoramiento en materia de defensa y nombrándole visitador general de Galeras y Navíos de Su Majestad.

Cuando en 1593 el viaje a las Salomón parecía ya una realidad inminente, cruzó el estrecho de Magallanes el corsario Richard Hawkins, irrumpiendo en diferentes poblaciones del litoral. Mendaña aprestó entonces la flota y puso al frente de la misma a Beltrán de la Cueva y Castro, que en combate naval derrotó a los ingleses en 1594, en la bahía de Atacama, al noroeste de Quito (Ecuador).

Superado este contratiempo, la expedición zarpó por fin del puerto de Callao el 9 de abril de 1595. En este segundo viaje hacia el Pacífico Sur, se hicieron a la mar la capitana «San Jerónimo», propiedad de Álvaro de Mendaña, la almiranta «Santa Isabel», adquirida con la dote de Isabel Barreto, con Lope de Vega como capitán, una galeota, la «San Felipe» y una fragata, la «Santa Catalina». El piloto mayor que le acompañaba en esta nueva gesta era Pedro Fernández de Quirós y el maese de campo, Pedro Merino Manrique.

El objetivo era establecer una colonia en las islas Salomón, por lo que el pasaje alcanzaba cerca de cuatrocientas personas, incluyendo mujeres y niños, formando parte de la comitiva su esposa y cuatro de los hermanos de ésta: Diego, Lorenzo, Luis y Mariana. Los gastos de la jornada los sufragó el matrimonio Mendaña, aunque tuvieron mucho que agradecer a la generosidad del virrey Cañete.

Tras detenerse en distintos puntos de la costa peruana para completar el aprovisionamiento, el 16 de junio dejaron Paita y se internaron mar adentro, divisando el 21 de julio la isla de la Magdalena (Fatu Hiva), decidiendo seguir viaje por las islas cercanas, aproximándose a San Pedro (Motane), Dominica (Hiva Ova) y Santa Cristina (Tahuata). Bautizándolas con el nombre de islas «Marquesas» (Henua Enana), en memoria del IV marqués de Cañete. Las islas Marquesas son el mayor archipiélago de todos los que conforman la actual Polinesia Francesa y lo integran seis islas, seis islotes y algunos bancos de arena.

El 5 de agosto partieron hacia el oeste en busca de las islas Salomón, localizando el 20 de agosto el grupo de San Bernardo (islas Danger) y el 29 de agosto La Solitaria (Niulakita, Islas Tuvalu). El 7 de septiembre otearon Tinakula, perdiéndose la pista de la almiranta de Lope de Vega, de cuyos pasajeros jamás volvió a tenerse noticia; al día siguiente atisbaron La Huerta (Tomotu Noi), Recifes (islas Swallow) y la Santa Cruz (Nendo, islas Santa Cruz).

Para Annie Baert, el hecho de que Mendaña no encontrase de nuevo esas islas se debió a un error en el cálculo de la longitud de su piloto mayor, que llegó a situarlas más cerca del litoral peruano de lo que en realidad estaban y, de seguir navegando con el mismo rumbo durante dos días más, habrían llegado a San Cristóbal, pero ya se hallaba tan lejos al oeste de su posición estimada que no pudo resolverse a ello. Han tenido que pasar algunos siglos para que la isla de Santa Cruz pasase a formar parte de este archipiélago, siendo en la actualidad su isla más oriental. Situadas al norte de Vanuatu, están particularmente aisladas, a más de doscientos kilómetros de las otras islas.

Mendaña, viendo las posibilidades que ofrecía Santa Cruz para su colonización y el buen trato dispensado por los nativos, decidió fijar allí un asentamiento permanente, estableciéndose en la bahía «Graciosa», dictando normas tendentes a regular su gobierno y decretando la inviolabilidad de los derechos y propiedades de los naturales. Parece que tomó esta decisión, movido por su delicado estado de salud, y considerando que el paso de los días estaba haciendo mella entre los pasajeros por no alcanzar las tan añoradas islas de Poniente, comenzando ya a escasear los víveres y el agua, a lo que se sumaba el desánimo surgido tras la desaparición de la almiranta.

En un principio, y merced a la mediación del jerarca local, Malope, la convivencia discurría pacíficamente. Sin embargo, el descontento de algunos de los colonizadores iba en aumento, dado que estas islas no colmaban las expectativas de riqueza que ellos tenían puestas en las Salomón. Las habladurías fueron acrecentándose y aflorando los enfrentamientos hasta llegar a constituirse dos facciones: una de apoyo a Mendaña y su familia política y otra de apoyo al maese de campo, quien abogaba por abandonar la isla y proseguir la ruta marcada.

Pedro Merino Manrique y sus partidarios utilizaron como medida de presión el saqueo de los poblados, alentando con ello al levantamiento de los nativos en contra de los españoles, y forzar así la salida de la isla. Viendo el cariz que iban tomando los acontecimientos, primero Mendaña y después su piloto Quirós, intentaron mediar en este conato de rebelión, aunque sin éxito. Cuando la situación era ya imposible de reconducir, se adoptaron medidas realmente drásticas, siendo apuñalado Merino y varios de sus correligionarios, lo que no pudo evitar que un grupo de sublevados matasen a Malope. Mendaña ordenó entonces que se ejecutase a los cabecillas. Y a pesar de esto, la agresión de los aborígenes hacia los peninsulares fue imposible de contener.

La malaria, mientras tanto, seguía debilitando la salud del marino, que falleció el 18 de octubre de 1595, a la edad de cincuenta y tres años, siendo enterrado con todos los honores en la iglesia allí construida. En sus últimas voluntades el descubridor nombró gobernadora de la expedición a su esposa, y capitán general a su cuñado Lorenzo. Haciéndose eco del sentir generalizado de los expedicionarios y siendo consciente del significativo número de bajas producidas a causa de enfermedades infecciosas, dejaron la isla el 18 de noviembre, poniendo rumbo a las Filipinas, donde tenía planeado abastecerse de nuevo y reclutar colonos para volver a poblar la isla de Santa Cruz. Antes de todo esto, la adelantada ordenó exhumar el cuerpo de Mendaña, que fue trasladado a la fragata.

En un intento por recuperar la almiranta «Santa Isabel», proyectaron hacer escala en la isla de San Cristóbal, donde se creía que podría haber llegado, y al no encontrarla, prosiguieron con la ruta fijada hacia las Filipinas, pasando por delante de las islas Marianas, Guam y su vecina Shaipán.

Como ya se puso de manifiesto en el segundo viaje, la familia Barreto no gozaba de muchas simpatías entre los integrantes de la expedición, mostrando Isabel durante todo el trayecto una actitud autoritaria, tal vez acrecentada por la tentativa de insubordinación vivida en Santa Cruz, llegándose a provocar serias disensiones con Quirós sobre las medidas a tomar, esencialmente en las relativas al deficiente estado de los barcos.

El piloto mayor trataba de argumentar su proceder, conforme a su experiencia como hombre de mar, imponiéndose sin embargo el criterio de la adelantada. En el transcurso de la travesía, el 10 de diciembre desapareció la galeota «San Felipe», de la que se perdió la pista tras saber que llegó a Mindanao. Diez jornadas después corrió la misma suerte la fragata «Santa Catalina», guiada por Diego de Vera y que hacía agua carcomidas sus maderas, y en la que se custodiaba el féretro con los restos de Álvaro de Mendaña. La capitana «San Jerónimo» entró en la bahía de Cavite el 11 de febrero de 1596, donde se había generado una gran expectación por ver a los descubridores, que fueron recibidos por las autoridades filipinas. Poco tiempo después, la viuda de Mendaña contrajo matrimonio con Fernando de Castro, emparentado con el gobernador de la capital, con quien volvería a Nueva España tras reparar la embarcación, haciéndose a la mar el 10 de agosto y llegando a Acapulco el 11 de diciembre. Quirós, por su parte, a bordo de una nao de pasajeros entró en Lima el 5 de junio de 1597. Este último, junto a su piloto mayor, Luis Váez de Torres, fue el encargado de dirigir la última expedición que emprendió la Corona española al continente austral.

El lusitano demostró ser un gran estratega, basando su argumentación en las oportunidades de evangelización que brindaban aquellas latitudes, siendo capaz de convencer tanto al papa Clemente VIII como al monarca Felipe III, haciéndoles ver que su mejor carta de presentación era su acreditada pericia como navegante por los «Mares del Sur». De nada sirvieron las protestas de Fernando de Castro e Isabel Barreto, que veían vulnerados los derechos heredados de continuar con la empresa iniciada por Mendaña. En esta tercera jornada, que se realizó entre 1605 y 1606, fueron descubriéndose varias de las islas Tuamotu y Vanuatu.

Pedro Sarmiento de Gamboa

El gallego Pedro Sarmiento de Gamboa a la edad de dieciocho años dejó la casa paterna y se inició en la carrera de las armas, peleando en diversas campañas con Carlos I-V (1550-1555). En 1555 se embarcó rumbo al Nuevo Mundo. Llegó a México donde estuvo dos años, de los que se sabe que tuvo problemas con la Inquisición (1557), y fue sometido a un proceso, que no iba a ser el primero. Marchó a Perú (c. 1557), que disfrutaba de un período de paz tras las guerras civiles.

Por su amplia cultura se convirtió en una de las personalidades más relevantes de Lima, donde consiguió la Cátedra de Gramática gracias a la mediación del virrey de Perú marqués de Cañete, y realizó diversos viajes por el interior. A Cañete le sucedió el conde de Nieva (1561), virrey afable y tolerante, pasando a ser su consejero en asuntos de navegación e historia. Esta amistad le costó algunos problemas, tras el fallecimiento de Nieva (1564), muerto de noche misteriosamente. Los rumores apuntaron que Sarmiento había predicho al virrey los peligros de salir por la noche, y alguien lo delató por nigromante, por lo que Sarmiento se vio envuelto en otro proceso con la Inquisición.

Fue juzgado y fue condenado (1565), pero el arzobispo le conmutó la pena para que integrara la expedición al océano Pacífico, expedición que descubrió las islas Salomón Vanuatu, no pudiendo alcanzar Australia. Regresando a Perú el gobernador interino del Virreinato, vacante, apoyaron la propuesta de Sarmiento y compañeros de una nueva expedición para descubrir aquellas islas y poblarlas, encargando de la misma a su sobrino Álvaro de Mendaña y a Sarmiento como capitán de una de las naves y a Pedro de Ortega de otra. El 7 de febrero de 1568 partieron del Perú llegando a una isla bautizada como Santa Isabel, explorando muchas otras.

Mendaña regresó al Callao el 22 de julio de 1569 desobedeciendo la orden de poblar aquellas tierras. Ya antes, el nuevo virrey del Perú, Lope García de Castro, había traído un nuevo período de prosperidad para el virreinato. Se habían trazado proyectos para descubrir nuevas islas en el Pacífico, que, según narraciones de los indígenas eran muy ricas en oro y plata. Por ello Sarmiento había mostrado gran interés por tratar de descubrir aquellas tierras; así lo había propuesto y había tenido todo el apoyo de Castro (1567).

Fue así como se organizó la expedición al mando de Álvaro de Mendaña, en la que Sarmiento tomó el mando de la nave capitana y el encargo de dirigir la expedición. Las instrucciones dadas establecían que se consultase a Sarmiento todo lo relativo a la navegación, y que cualquier derrotero elegido tenía que llevar su aprobación. Pero al poco tiempo de comenzar el viaje aparecieron los primeros problemas, ya que Mendaña y su piloto mayor Hernán Gallego ignoraron a Sarmiento, y sólo acudieron a él cuando ante algún problema grave necesitaban echar mano de sus conocimientos.

Durante la expedición fueron descubiertas diversas islas, entre ellas las Salomón. Sarmiento trató de establecer asentamientos, pero Mendaña prefirió regresar a Perú aduciendo que estaba muy corto de personal. En efecto, había habido muchas muertes por enfermedades y en encuentros con los indígenas. Por otra parte, Mendaña continuó sin prestar atención a las recomendaciones de Sarmiento en cuanto a la ruta a seguir, lo que creó errores en la navegación de regreso. Las desavenencias entre los dos aumentaron, y al llegar a las costas del continente (1569), Mendaña encarceló a Sarmiento.

Al recuperar la libertad y siendo nuevo virrey Francisco de Toledo (1570), Sarmiento ya en Lima, puso a Toledo al corriente de lo ocurrido y le manifestó su deseo de ir a España a ver al Rey. Pero Toledo tenía otras prioridades. Ante todo quiso asentar sobre sólidas bases jurídicas la posesión española del Perú, por lo que se propuso probar que los incas (los soberanos) a la llegada de los españoles eran extranjeros que habían impuesto un régimen tiránico, y que España había acabado con aquella tiranía, estableciendo un sistema de justicia y una iniciativa evangelizadora cristiana. En una palabra: trataba de consolidar el virreinato.

Para conocer bien el Virreinato organizó un recorrido por todos sus territorios en el que invirtió cinco años (1570-1575). La finalidad del viaje fue efectuar un balance de los recursos económicos y humanos; un gran trabajo en el que le acompañaron diversos asesores, entre ellos Sarmiento. Fruto de este período fue su «Historia de los Incas o Indica» (1572), basada en entrevistas con ancianos indígenas y en conversaciones con españoles supervivientes de las primeras conquistas; es una de las obras mejor documentadas de cuantas se escribieron sobre los Incas y la antigua historia del Perú. Sobre estos conocimientos Toledo reorganizará totalmente la administración y desarrollo del Virreinato.

Toledo tuvo que enfrentarse con numerosos problemas; entre ellos el intento inglés de invadir las tierras españolas suramericanas del Pacífico, a través de la piratería. En 1577 la reina Isabel I de Inglaterra encargó la empresa al pirata inglés Francis Drake, con una expedición desde el puerto de Plymouth el 13 de diciembre de 1577 a bordo del «Pelican», con otras 4 naves y 164 hombres. A finales de agosto de 1578 Drake recaló en el estrecho de Magallanes tras haber perdido todos sus barcos, excepto el «Pelican» y varios hombres en distintos enfrentamientos con los indios patagones. En la ruta rebautizó su barco como «Golden Hind».

A su paso por las costas de Chile y Perú atacó numerosos navíos españoles y los puertos de Valparaíso, Coquimbo, Arica y Callao. Ante tales estragos Álvarez de Toledo equipó dos naves que puso bajo el mando de Pedro Sarmiento de Gamboa y las envió a perseguir y capturar al corsario inglés, pero este ya había abandonado la zona. En 1579 el virrey ordenó a Sarmiento alistar dos naves para que explorara el estrecho de Magallanes en búsqueda de lugares adecuados para asentar población y fuertes con artillería para cerrar esa ruta a los enemigos de España.

Las instrucciones del virrey fueron explorar los canales de la Patagonia y el estrecho de Magallanes, levantar cartas geográficas de los lugares, averiguar si los ingleses habían establecido asentamientos en alguna parte y estudiar los lugares en que se podrían establecer fuertes, prudencia con los habitantes que encontrara excepto con Francis Drake, al que debería presentarle combate y prenderlo vivo o muerto si se topaba con él. El rey Felipe II de España aprobó el proyecto de establecer un fuerte en el estrecho de Magallanes con el propósito de asegurar el control y dominio de ese paso estratégico del Virreinato del Perú, encargándole al Consejo de Indias planificar la expedición para poblarlo y fortificarlo.

España armó una expedición compuesta por aproximadamente 2500 hombres, los que embarcó en 23 naves las que puso bajo el mando de Diego Flores de Valdés. El rey nombró a Sarmiento gobernador y capitán general del Estrecho. En la expedición también se embarcó Alonso de Sotomayor, designado gobernador de Chile, y su tropa. La expedición zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 25 de septiembre de 1581 pero un temporal le hundió cuatro naves por lo que el 9 de octubre regresó al puerto de Cádiz para reparar otras. El 9 de diciembre de 1581 volvió a hacerse a la mar con 16 navíos rumbo a Río de Janeiro.

En la ruta pararon en una de las islas de Cabo Verde en la que permanecieron hasta el 2 de febrero de 1582. Arribó a Río de Janeiro el 25 de marzo del mismo año y se detuvo allí seis meses en espera de mejores condiciones de tiempo. El 2 de noviembre de 1582 zarparon hacia el Río de la Plata. En Buenos Aires el gobernador Sotomayor desembarcó su tropa pues había decidido continuar a Chile por tierra. Diego Flores de Valdés, con cinco naves, llegó el 17 de febrero de 1583 hasta la entrada del Estrecho, pero el mal tiempo le impidió ingresar en él por lo que regresó a Río de Janeiro y luego continuó a España. Sarmiento se quedó en Río de Janeiro, asumiendo el mando de las naves con las que intentaría un nuevo viaje al Estrecho.

Una vez reorganizados, el 2 de diciembre de 1583 zarpó con cinco naves y 538 expedicionarios. El 1º de febrero de 1584 logró entrar al estrecho llegando hasta la Segunda Angostura pero luego fueron empujados por la corriente y el viento hasta el cabo Vírgenes, donde Sarmiento desembarcó el 4 de febrero de 1584 y procedió a tomar posesión de esas tierras en nombre de España; habían transcurrido más de dos años y medio desde que zarpó de España. El 11 de febrero de 1584 Sarmiento procedió a fundar la Ciudad del Nombre de Jesús, la primera y más austral ciudad del mundo en esa época, a tres kilómetros de lo que hoy es el cabo Vírgenes, en el actual territorio de Argentina.

El mal tiempo obligó a cuatro de las naves a dejar su fondeadero y regresar al Atlántico y luego a España quedando Sarmiento solo con la «Santa María de Castro» para el servicio de los 338 pobladores de la ciudad. Sarmiento se dio cuenta de que el lugar no podría albergar tantas personas por lo que decidió fundar otra ciudad que alojaría a la mitad del total de los pobladores. Envió la Santa María de Castro con 50 pobladores hacia el lugar en que él había estado en 1580, punta Santa Ana, y él con otros cien hizo el camino por tierra. El 25 de marzo procedió a fundar en punta Santa Ana la ciudad Rey Don Felipe, cercana a la actual Punta Arenas, hoy Chile.

El 24 de mayo zarpó hacia Nombre de Jesús y luego de un tiempo decidió regresar a España en búsqueda de víveres para sus poblados. El 29 de junio arribó al puerto de Santos donde se provisionó de lo necesario para sus fundaciones. Zarpó hacia el Estrecho, pero a la altura de Bahía un temporal destruyó la «Santa María de Castro» que se hundió con toda su carga. Sarmiento y algunos tripulantes se salvaron logrando llegar a la costa. El 3 de octubre logró regresar a Bahía cuyo gobernador lo ayudó una vez más regalándole una embarcación pequeña de 60 toneles en la que volvió a cargar víveres para sus dos poblaciones, y el 13 de enero de 1585 zarpó nuevamente en dirección al estrecho de Magallanes. Otra vez una tempestad le hizo arrojar al mar toda la carga para poder salvar la embarcación y regresar a Bahía, puerto en que sus tripulantes se negaron a continuar embarcados.

El 22 de junio de 1586 emprendió el regreso a España en una nave mercante, pero en el viaje la nave fue atacada por tres buques ingleses de la flota de Walter Raleigh. Hecho prisionero fue conducido ante la reina Isabel I de Inglaterra quien, luego de interrogarlo, lo dejó en libertad encomendándole una misión que transmitir al rey de España. El 30 de octubre de 1586 Sarmiento inició el retorno a España, por lo que tuvo que pasar por París y cuando llegó a la frontera con su patria, el 9 de diciembre del mismo año, fue capturado por los hugonotes quienes lo encerraron en la prisión de Mont-de-Marsan y pidieron un elevado rescate por su libertad. Inicialmente Felipe II se negó a pagar rescate por él, y mientras tanto, los habitantes de sus establecimientos del estrecho se iban muriendo de hambre por falta de víveres y la rigurosidad climática.

El 10 de enero de 1587 fondeó en la bahía San Blas el corsario inglés Thomas Cavendish, y en febrero pasó por la Ciudad del Rey Felipe en donde halló solo quince hombres y tres mujeres sobrevivientes de los trescientos pobladores que había dejado Sarmiento de Gamboa, y en cuanto a la ciudad la encontró muy bien planeada y asentada en el mejor lugar del estrecho por la facilidad de la leña y el agua, que aprovechó para reabastecerse, y de los cuatro fortines existentes hizo desenterrar las piezas de artillería que también se las llevó, además de uno de los supervivientes,2 y como había tantos cadáveres sin enterrar la rebautizó como «Port Famine».

Finalmente, en diciembre de 1589, Felipe II firmó una real cédula en la que ordenó el pago del rescate, y así el fiel vasallo Sarmiento de Gamboa pudo regresar a su patria después de estar casi diez años fuera de ella. El último sobreviviente del poblado del estrecho internacionalmente rebautizado como Puerto del Hambre, fue rescatado a principios de enero de 1590 por la nave inglesa «The Delight», comandada por Andrew Merrick. El fracaso de esta expedición al Cono Sur habría que buscarlo en la inexperiencia y falta de capacidad como organizador de Flores de Valdés, pero más que nada en la carencia de un apoyo naval eficiente y en la inclemencia del mar y del clima austral.

A su llegada a España, Sarmiento continuó pidiendo socorros para la gente del Estrecho, pero Felipe II ya había decidido desentenderse de ese problema. Como una forma de compensar los servicios a la Corona en 1591 le nombró almirante de una de las Armadas encargadas de proteger las naves de la flota de Indias. El 17 de julio de 1592, falleció mientras dirigía una flota cerca de la capital portuguesa. Sus restos se sepultaron en un ignoto sitio de Lisboa.


NOTAS

BIBLIOGRAFIA

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FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ –

Elaborados de la Santa Sede para el Pabellón de Sevilla de 1992: “n. 2”: “Conquistadores y encuentros entre diversas culturas indígenas”.