NUEVO MUNDO. PRIMEROS ENCUENTROS EN LAS COSTAS DEL GOLFO

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Expansión a México desde Cuba: 1513-1535

En 1513, Juan Ponce de León[1]descubre las Bahamas y la península de la Florida; el «adelantado»[2]Ponce de León fue explorador y conquistador español, primer gobernante de Puerto Rico y descubridor de la Florida, territorio al que llega el día de Pascua («Pascua Florida») y da tal nombre de memoria cristiana a las tierras descubiertas. (El territorio de Florida fue vendido por España a Estados Unidos en 1817). En 1517 Francisco Hernández de Córdoba explora la costa norte de Yucatán. Al año siguiente otra expedición al mando de Juan de Grijalva amplía la exploración bordeando la costa del Golfo de México hasta la Laguna de Términos.

En 1519 Alonso Álvarez de Pineda[3] [Cristina González Hernández ® Real Academia de la Historia 2018].</ref>descubre la desembocadura del río Mississippi. Por encargo de Francisco de Garay, gobernador de Jamaica, capitaneó un viaje de exploración a las costas del golfo de México. La expedición partió de Jamaica a finales de marzo de 1519. Su misión era explorar y cartografiar la zona comprendida entre el sur del golfo y los territorios de La Florida, descubiertos seis años antes por Juan Ponce de León, y averiguar si se hallaba allí un paso que comunicara el océano Atlántico con el Pacífico.

Álvarez de Pineda navegó costeando La Florida y entró en la bahía de Corpus Christi (actual estado de Texas). Tomó posesión de ella en nombre de la Corona de España y fundó allí una ciudad. Llegó hasta el río Bravo, al que llamó río de las Palmas, y el 2 de junio de 1519 avistó la desembocadura del río Mississippi, al que puso el nombre de río del Espíritu Santo por la festividad del día. Después, puso rumbo al Sur, hasta llegar a Veracruz (México) en agosto de 1519.

Allí se encontraba la expedición que, al frente de Hernán Cortés, se disponía a marchar a la conquista del imperio azteca. Pineda llevaba instrucciones del gobernador de Jamaica para interceptar la expedición de Cortés en Veracruz. Los soldados de Cortés capturaron a la mayoría pero Pineda consiguió escapar navegando por el golfo de México hacia el Norte durante cuarenta días hasta alcanzar la desembocadura del río Grande y desde allí puso rumbo a Jamaica.

El resultado de su viaje fue el reconocimiento detallado de las costas del golfo de México, más de ochocientas millas, desde Florida hasta Veracruz, y el trazado de cartas geográficas de toda la zona explorada, a la que puso el nombre de «Amichel». Al mismo tiempo, demostró que La Florida no era una isla, como se creía desde que así lo afirmara Ponce de León al descubrirla. Es pues, el primer explorador y cartógrafo del golfo de México, así como el primer explorador de Texas.

Basándose en el reconocimiento efectuado por Pineda, en junio de 1521, el gobernador Francisco de Garay obtuvo la aprobación de la Corona de España para colonizar esta área en calidad de adelantado. Poco después de regresar a Jamaica, partió de nuevo hacia México y viajó a la región de Pánuco para establecer allí una colonia, cerca de la futura ciudad de Tampico. La opinión más comúnmente admitida es que murió en Pánuco en 1520.

En enero de dicho año, Diego de Camargo comandaba un barco encargado de transportar provisiones desde Jamaica hasta la colonia. Al llegar, la encontró asediada por los indios huastecas. Excepto sesenta personas que Camargo pudo evacuar, todos los pobladores y soldados habían muerto; entre ellos se cree que estaba Alonso Álvarez de Pineda.

En 1517 Francisco Hernández de Córdoba[4]descubre y explora la península de Yucatán, encontrando a los indios mayas, de cultura mucho más avanzada que los del Caribe. Su historia merece una más específica explicación. Francisco Hernández de Córdoba era un rico encomendero de Cuba. Fue nombrado por el Gobernador de la isla, Diego Velázquez , jefe de la expedición que debía explorar los mares al occidente de Cuba y sus posibles islas o costas continentales. Partió de Cuba en febrero de 1517. Él halló la costa de lo que hoy es la península de Yucatán. Saliendo del puerto de Ajaruco, en la banda norte de la provincia de La Habana, según Díaz del Castillo, o de Santiago según algunos autores modernos,[5]la flota fue sorprendida por una tormenta que la llevó a tierra. Observaron cómo se acercaban los pobladores del lugar, con cara alegre y muestras de paz.

Cuando los españoles preguntaron con señas por el nombre del lugar, los mayas respondieron «in ca wotoch», que quiere decir «esta es mi casa». Por esta causa le pusieron a esa tierra Punta de Catoche, hoy Cabo Catoche.[6]Fue un encuentro muy importante en cuanto que por el los españoles tuvieron por primera vez constancia de la presencia en América de culturas avanzadas (los mayas), con «casas de cal y canto» y organización social de complejidad más próxima a la del Viejo Mundo, y se tuvo también esperanza de existencia de oro.

Halló muchos poblados habitados y entabló en ellos contactos puntuales, pero generalmente hostiles, al punto que resultó para los españoles muy difícil el acopio de agua, por los ataques de que eran objeto. En uno de ellos, en el lugar que llamaron Champotón (Chakán Putum), el ataque fue mucho más fiero de lo normal y causó muchos muertos a los expedicionarios, siendo casi todos, incluido Hernández de Córdoba, heridos por arma arrojadiza: flechas y azagayas. El piloto Antón de Alaminos decidió levar anclas y dirigir sus barcos a Florida, lugar que conocía por haber participado en la expedición de Juan Ponce de León en 1512.

Allí recalaron lo justo para recoger víveres y agua y regresar a Cuba. Pero Hernández no vivió la continuidad de su obra: murió apenas dos semanas después de regresar de su desgraciada expedición, como resultado de las heridas y la sed sufridas durante el viaje, y decepcionado al saber que Diego Velázquez había preferido a Juan de Grijalva como capitán de la siguiente expedición a Yucatán. Las noticias de la expedición alentaron a Velázquez, que supuso la presencia de oro en poblaciones como las descubiertas y organizó otras dos expediciones, al mando primero de Juan de Grijalva, en 1518, y luego de Hernán Cortés, en 1519, quien finalmente terminó de explorar Mesoamérica luego de la Conquista de México.

De la vida anterior de Hernández de Córdoba solo se sabe que residía en Cuba en 1517, por lo que seguramente habría participado en su conquista, y que era un hacendado rico que tenía un poblado de indios, así como amistades con suficiente capacidad económica como para ayudarle a financiar la expedición que encabezó. Bernal Díaz del Castillo es el cronista que más detalles aporta sobre el viaje de Hernández de Córdoba, y también el único que fue testigo presencial de todo el proceso.

Bernal cuenta primero que tanto él como otros ciento diez españoles, que vivían en Castilla del Oro, decidieron pedir permiso a Pedro Arias Dávila para trasladarse a Cuba, que Pedrarias concedió de buen grado, porque en Tierra Firme “no había nada que conquistar, que todo estaba en paz, que el Vasco Núñez de Balboa, su yerno del Pedrarias, lo había conquistado”.

Esos españoles de Castilla del Oro se presentaron en Cuba al gobernador Diego Velázquez, (familiar de Bernal Díaz del Castillo), quien les prometió “que nos daría indios, en vacando”. Inmediatamente después de esta alusión a la promesa de indios, Bernal dice que ”Y como se habían pasado ya tres años [...] y no habíamos hecho cosa alguna que de contar fuera”, los ciento diez españoles procedentes del Daríén “y los que en la isla de Cuba no tenían indios” decidieron concertarse con “un hidalgo que se decía Francisco Hernández de Córdoba [...] y era hombre rico y tenía pueblo de indios en aquella isla [Cuba]”, para que aceptara ser su capitán para “ir a nuestra ventura a descubrir nuevas tierras y en ellas emplear nuestras personas”.

Se aprecia que Bernal Díaz del Castillo no intenta ocultar que los tan repetidos indios algo tenían que ver con el proyecto, aunque autores como Madariaga prefieran concluir que el objetivo era el mucho más noble de “descubrir, ocupar nuestras personas y hacer cosas dignas de ser contadas”. Además, el propio gobernador Diego Velázquez quiso participar en el proyecto, y prestó de hecho un barco... “con la condición de que [...] habíamos de ir con aquellos tres navíos a unas isletas que están entre la isla de Cuba y Honduras, que ahora se llaman las islas de los Guanaxes, y que habíamos de ir de guerra y cargar los navíos de indios de aquellas islas para pagar con indios el barco, para servirse de ellos por esclavos”.

El cronista niega inmediatamente que se admitiera esa última pretensión de Velázquez: “le respondimos que lo que decía no lo manda Dios ni el rey, que hiciésemos a los libres esclavos”. Si hemos de creer a Bernal, el gobernador admitió la negativa, y aun así, proporcionó el barco. Para valorar la forma vaga y acaso contradictoria en que Bernal trata el asunto del secuestro de indios como posible objetivo del viaje, debe tenerse en cuenta que escribió su historia de la conquista unos cincuenta años después de ocurridos los hechos, y que al menos en parte su objetivo era que se reconocieran sus servicios a la Corona. Es difícil que en esas circunstancias hubiera reconocido claramente que la expedición era de trata de esclavos.

La mayoría de sus contemporáneos, que además escribieron antes, son más tajantes: en la carta enviada a la reina doña Juana y al rey Carlos I por la justicia y regimiento de la Rica Villa de la Vera Cruz, los capitanes de Cortés narran el origen de la expedición de Hernández diciendo: “como es costumbre en estas islas que en nombre de vuestras majestades están pobladas de españoles de ir por indios a las islas que no están pobladas de españoles, para se servir dellos, enviaron los susodichos [Francisco Fernández de Córdoba, y sus socios Lope Ochoa de Caicedo y Cristóbal Morante] dos navíos y un bergantín para que de las dichas islas trujesen indios a la dicha isla Fernandina, y creemos [...] que el dicho Diego Velázquez [...] tenía la cuarta parte de la dicha armada”.

En su «Relación de las cosas de Yucatán», Fray Diego de Landa dice que Hernández de Córdoba iba... “a rescatar esclavos para las minas, ya que en Cuba se iba apocando la gente”, si bien luego añade... “Otros dicen que salió a descubrir tierra y que llevó por piloto a Alaminos...” Las Casas también dice que, si bien el propósito original era secuestrar indios para esclavizarlos, en algún momento el objetivo se amplió al de descubrir, lo que justifica a Alaminos. La presencia de Antón de Alaminos en la expedición es, en efecto, uno de los argumentos en contra de la hipótesis del objetivo exclusivamente esclavista. Este prestigioso piloto, veterano de los viajes del Almirante y hasta, según algunos, supuesto conocedor de destinos inéditos en las cartas de marear, parece un recurso excesivo para una expedición esclavista a los islotes de Guanajes.

Hay otro miembro de la expedición cuya presencia se aviene todavía menos con esa hipótesis: el Veedor Bernardino Íñiguez. Este cargo público tenía funciones que hoy llamaríamos fiscales y administrativas (hoy se llamaría «supervisor»). Se encargaba de contar los tesoros rescatados en las expediciones, en metales y piedras preciosas, para dar fe de la correcta separación del «quinto real» (se destinaba a la Corona española un 20% de lo obtenido en las conquistas; norma fiscal con origen en la Reconquista) y de otros requisitos legales como leer a los indios, antes de atacarlos, el «Requerimiento»; Cortés fue especialmente escrupuloso con este requisito formal.

Si la expedición iba a Guanajes por indios, no hacía falta, e incluso era inconveniente, llevar Veedor. Aunque, por otro lado según Bernal, Íñiguez no era sino un soldado más, al que se habían otorgado funciones de veedor, su nombramiento indica que al menos se pensaba en la posibilidad de explorar. Los anteriores datos son difíciles de conciliar entre sí y resultan compatibles con varias hipótesis. Bajo la primera, Hernández de Córdoba habría descubierto Yucatán por accidente, al verse desviada su expedición por una tormenta, inicialmente destinada a un viaje más corto para secuestrar indios para las haciendas de Cuba; entre tanto, las menciones de Alaminos y del Veedor serían meros «adornos» destinados a legitimar el intento.

En segundo lugar, puede suponerse que tras unos malos propósitos de Diego Velázquez, rápidamente reprimidos y afeados por los demás españoles, que además se conformaban con seguir sin indios en Cuba, el viaje se planeó principalmente como de descubrimiento y conquista, y por eso se llevaba Veedor además de tan buen piloto. Por supuesto, puede también creerse, con Las Casas, que el proyecto pretendía conseguir los dos objetivos. Años más tarde, Francisco Cervantes de Salazar, en su «Crónica de la Nueva España» atribuyó a Hernández de Córdoba los siguientes hechos y frases:

“Desta manera salió Francisco Hernández del puerto de Santiago de Cuba, el cual, estando ya en alta mar, declarando su pensamiento, que era otro del que parescía, dixo al piloto: «No voy yo a buscar lucayos (lucayos son indios de rescate), sino en demanda de alguna buena isla, para poblarla y ser Gobernador della; porque si la descubrimos, soy cierto que ansí por mis servicios como por el favor que tengo en Corte con mis deudos, que el Rey me hará merced de la gobernación della; por eso, buscadla con cuidado, que yo os lo gratificaré muy bien y os haré en todo ventajas entre todos los demás de nuestra compañía.”.[7]

Descubrimiento de Yucatán

Al día siguiente, según lo prometido, los indios volvieron con más piraguas para trasladar a los españoles a tierra. Estos contemplaron bastante alarmados cómo la costa se llenaba de nativos, presintiendo que el desembarco podía ser peligroso. No obstante, bajaron a tierra como lo solicitaba su hasta ahora amable anfitrión, el cacique de «El gran Cairo», aunque por precaución usaron sus propios bateles en lugar de aceptar ser llevados por los indios en canoas, y por supuesto salieron armados, procurando sobre todo llevar ballestas y escopetas (quince ballestas y diez escopetas, si creemos en la increíble memoria de Bernal Díaz del Castillo).

Los temores de los españoles se confirmaron inmediatamente. El cacique les tenía preparada una emboscada en cuanto pisaran tierra. Multitud de indios los atacaron, armados con lanzas, rodelas, hondas (hondas dice Bernal; Diego de Landa niega que los indios de Yucatán conocieran la honda; sostiene que lanzaban las piedras con la mano derecha, utilizando la izquierda para apuntar; pero la honda era conocida en otros puntos de Mesoamérica, y el testimonio de los que recibían las pedradas merece sin duda más crédito), flechas lanzadas con arco, y armaduras de algodón.

Solo la sorpresa producida en los indios por las cortantes espadas, las ballestas y las armas de fuego pudo ponerlos en fuga, consiguiendo los españoles volver a embarcar, no sin sufrir los primeros heridos de la expedición. Durante esta batalla de Catoche ocurrieron dos hechos que tendrían gran influencia futura: uno fue el haber hecho prisioneros a dos indios, a los que una vez bautizados se les llamó Julián y Melchor, o más frecuentemente Julianillo y Melchorejo: habrían de ser los primeros intérpretes de los españoles en tierra maya, en la expedición de Grijalva.

Otro fue la curiosidad y valor del clérigo González, capellán del grupo, que, habiendo saltado a tierra con los soldados, se entretuvo en explorar una pirámide y unos adoratorios, mientras sus compañeros intentaban salvar la vida. El clérigo González vio por primera vez los ídolos, y recogió piezas “de medio oro, y lo más cobre”, que de todos modos serían suficientes para excitar la codicia de los españoles de Cuba, al regreso de la expedición. Al menos dos soldados murieron como resultado de las heridas de esa batalla.

De vuelta en los navíos, Antón de Alaminos impuso una navegación lenta y vigilante, moviéndose solo de día, porque estaba empeñado en que Yucatán era una isla. Además, empezó la mayor penalidad de los viajeros, la falta de agua de boca a bordo. Los depósitos de agua, pipas y vasijas, no eran de la calidad requerida para largas travesías; perdían agua y no la conservaban bien, exigiendo frecuentes desembarcos para renovar el imprescindible líquido.

Cuando fueron a tierra para llenar las pipas, cerca de un pueblo al que llamaron Lázaro (En lengua de indios se llama Campeche, nos aclara Bernal), los indios se les acercaron una vez más con apariencia pacífica, y les repitieron una palabra que debería haberles resultado enigmática: «Castilian». Luego se atribuyó la palabra a la presencia en las proximidades de Jerónimo de Aguilar y de Gonzalo Guerrero, los náufragos de Nicuesa.

Los españoles encontraron un pozo «de cal y canto» utilizado por los indios para abastecerse de agua dulce, y pudieron llenar sus pipas y vasijas. Los indios, otra vez con aspecto y maneras amigables, los llevaron a su poblado, donde una vez más pudieron ver construcciones sólidas y muchos ídolos (Bernal alude a los «bultos de serpientes» en las paredes, tan característicos de Mesoamérica). Conocieron además a los primeros sacerdotes, con su túnica blanca y su larga cabellera impregnada de sangre humana.

Estos sacerdotes les hicieron ver que las muestras de amistad no continuarían: convocaron a gran cantidad de guerreros y mandaron quemar unos carrizos secos, indicando a los españoles que si no se marchaban antes de que se extinguiera el fuego, los atacarían. Los hombres de Hernández decidieron retirarse a los barcos, con sus pipas y aljibes de agua, y consiguieron hacerlo antes de que los indios los atacaran, saliendo bien librados del descubrimiento de Campeche. Champotón - Chakán Putum, y la «mala pelea» Pudieron navegar unos seis días de buen tiempo y otros cuatro de temporal, que a punto estuvo de hacerlos naufragar. Pasado ese tiempo, el agua dulce se les volvió a agotar por culpa del mal estado de los depósitos. Estando ya en situación extrema, se detuvieron a recoger agua en un lugar que Bernal a veces llama «Chakán Putum» y a veces por su nombre actual de «Champotón», donde discurre el río del mismo nombre. En cuanto habían llenado las pipas, se vieron rodeados de muchos escuadrones de indios. Pasaron la noche en tierra, con grandes precauciones y guardados por «velas y escuchas».

Esta vez los españoles decidieron que no debían escapar, como en Lázaro-Campeche: necesitaban agua, y la retirada parecía más peligrosa que el ataque si los indios la estorbaban. Así que decidieron luchar, con resultado muy adverso: nada más empezar la batalla ya habla Bernal de ochenta españoles heridos. Recordando que los originalmente embarcados eran un centenar de personas, no todos soldados, eso da idea de que estuvieron muy cerca de terminar en ese momento la expedición.

Pronto descubrieron que los escuadrones de indios se multiplicaban con nuevos refuerzos, y que si bien espadas, ballestas y arcabuces los asustaban al principio, conseguían superar la sorpresa procurando asaetear a distancia a los españoles, para mantenerse alejados de sus espadas. Al grito de «Calachumi» (Halach Uinik), que los conquistadores pronto supieron traducir como «al jefe», los indios se ensañaron especialmente con Hernández de Córdoba, que llegó a recibir diez flechazos. También aprendieron los españoles el empeño de sus oponentes por capturar personas vivas: dos fueron hechas prisioneras y seguramente sacrificadas después; de una sabemos que se llamaba Alonso Boto, y a la otra Bernal solo es capaz de recordarla como “un portugués viejo”.

Llegó un momento en que solo quedaba un soldado ileso, el capitán debía estar prácticamente inconsciente, y la agresividad de los indios se multiplicaba. Decidieron entonces como último recurso romper el cerco de los indios en dirección a los bateles, y volver a abordarlos —sin poder ocuparse de sus pipas de agua— para ganar los barcos. Afortunadamente para ellos, los indios no se habían preocupado de retirar o inutilizar las barcas, como habrían podido hacer. Se ensañaron, en cambio, en el ataque con flechas, piedras y lanzas a los bateles en fuga, que se desequilibraron por el peso y movimiento, y acabaron dando al través o volcando. Los supervivientes de Hernández tuvieron que desplazarse asidos a las bordas de las lanchas, medio nadando, pero al final fueron recogidos por el barco de menor calado, y puestos a salvo.

Los supervivientes, al pasar lista, tuvieron que lamentar la falta de cincuenta compañeros, incluyendo los dos que se llevaron vivos. El resto estaban muy malheridos, con excepción de un soldado llamado Berrio, que resultó sorprendentemente ileso. Cinco murieron en los días siguientes, siendo arrojados al mar sus cadáveres. Los españoles llamaron al sitio “costa de la mala pelea”, y así figuró en los mapas durante algún tiempo. El retorno a través de Florida Los expedicionarios habían vuelto a las naves sin el agua dulce que obligó al desembarco. Además, veían mermada su tripulación en más de cincuenta hombres, muchos de ellos marineros, lo que unido a la gran cantidad de heridos graves les impedía maniobrar los tres barcos. Se deshicieron del de menor calado quemándolo en alta mar, después de haber repartido en los otros dos sus velas, anclas y cables.

La sed comenzó a ser intolerable. Bernal habla de que se les agrietaban lenguas y gargantas, y de soldados que fallecieron porque la desesperación los llevó a ingerir agua de mar. Otro desembarco de quince hombres, en un lugar al que llamaron «Estero de los lagartos» solo obtuvo agua salobre, que aumentó la desesperación de los tripulantes.

Los pilotos Alaminos, Camacho y Álvarez decidieron, a iniciativa de Alaminos, navegar a Florida en lugar de hacerlo directamente a Cuba. El piloto mayor Alaminos recordaba su exploración de La Florida con Juan Ponce de León, y creía saber que esa era la ruta más segura, aunque nada más llegar a Florida advirtió a sus compañeros de la belicosidad de los indios locales. Efectivamente, las veinte personas —entre ellas Bernal y el piloto Alaminos— que desembarcaron en busca de agua fueron atacadas por nativos, aunque esta vez lograron sobreponerse a ellos, no sin que Bernal recibiera su tercera herida del viaje, y Alaminos un flechazo en la garganta.

Desapareció también uno de los vigías que se habían puesto en torno a la tropa, Berrio, precisamente el único soldado que había resultado ileso en Champotón. Pero pudieron regresar al barco, y por fin llevaban agua dulce que alivió el sufrimiento de los que habían permanecido en él, aunque uno de ellos, siempre según Bernal, bebió tanta que se hinchó y murió a los pocos días. Ya con agua, se dirigieron a La Habana con los dos navíos restantes, y no sin dificultades —los barcos estaban deteriorados y ya hacían agua, y algunos marineros levantiscos se negaban a accionar las bombas— pudieron desembarcar en el puerto de Carenas (La Habana), dando por terminado el viaje.

En algún momento entre 1517 y 1518, los españoles dejaron abandonada en la isla de Términos (actualmente isla del Carmen) a una perra de caza, la lebrela de Términos, que luego recuperaría la expedición de Cortés en 1519. Bernal Díaz del Castillo refiere que fue Grijalva el que perdió la perra, pero Cortés atribuye el anecdótico suceso a Hernández. Si fuera así, como supone el moderno biógrafo de Cortés Juan Miralles, debería revisarse la ruta de vuelta de su expedición, que no iría de Champotón a Florida directamente, sino recalando en la isla del Carmen, algo más al sur.

Consecuencias del descubrimiento de Yucatán El descubrimiento de «El Gran Cairo», en marzo de 1517, fue sin duda un momento crucial en la consideración de las Indias por los españoles: hasta entonces, nada se había asemejado a las historias de Marco Polo, o a las promesas de Colón, que adivinaba Catay —y hasta el Jardín del paraíso— tras cada cabo y en cada río. Lejos todavía los encuentros con las culturas azteca e inca, «El Gran Cairo» era lo más parecido a ese sueño que los conquistadores habían contemplado hasta entonces. De hecho, cuando llegaron noticias a Cuba, los españoles reavivaron su imaginación, creando otra vez fantasías sobre el origen de los pueblos descubiertos, que remitían a «los gentiles» o a «los judíos desterrados de Jerusalén por Tito y Vespasiano».

De la importancia que se dio a las noticias, objetos y personas que Hernández llevó a Cuba da idea la rapidez con la que se preparó la siguiente expedición que Diego Velázquez encargó a Juan de Grijalva, pariente suyo y persona de su confianza. Las noticias de que en esa «isla» de Yucatán había oro, confirmadas además con entusiasmo por Julianillo, el indio prisionero desde la batalla de Catoche, cebaron el proceso que concluiría con la Conquista de México por la tercera flota enviada, la de Hernán Cortés.

Bernal Díaz del Castillo, en su «Historia Verdadera…», al principio del capítulo 2 dice: “En 8 días del mes de febrero del año de 1517 años salimos de La Habana y nos hicimos a la vela en el puerto de Jaruco, que así se llama entre los indios y es en la banda del norte”. La mención a La Habana no puede referirse a la ciudad, que entonces estaba en la banda sur. El puerto de Ajaruco suele identificarse con la ubicación actual de La Habana (Clavijero). autores modernos, como Hugh Thomas o Juan Miralles Ostos creen que pudo salir de Santiago

En 1518 Juan de Grijalva explora con más detención la península del Yucatán. Grijalva había nacido en Cuéllar, España, en 1490 y muere en Olancho, América Central, en 1527. Se trasladó en su juventud a Cuba, donde contó con el apoyo político de su tío, Pánfilo de Narváez, y de su paisano, el gobernador Diego Velázquez de Cuéllar. Intervino en el proceso de conquista y colonización de la isla desde 1511. Según la crónica de Herrera, cuando Velázquez partió para celebrar su boda, le dejó a cargo de la colonia de Santiago de Cuba, donde residían fray Bartolomé de Las Casas y cincuenta españoles.

En 1514 participó en la fundación de la villa Trinidad, en la que permaneció en calidad de poblador y encomendero hasta que Diego Velázquez le puso al frente de una expedición que tenía la misión de completar las exploraciones que, a lo largo del Golfo de México, entre la Península del Yucatán y la de Florida, había realizado Francisco Hernández de Córdoba (1517). Entre los integrantes de la expedición, que partió en abril de 1518, figuraron Pedro de Alvarado, Francisco de Montejo, Alonso Dávila y un futuro historiador de la conquista de México: Bernal Díaz del Castillo.

Los cuatro navíos recalaron el 3 de mayo en la isla de Cozumel, a la que Grijalva dio el nombre de Santa Cruz, antes de avistar el continente americano. Posteriormente recorrieron la costa este del Yucatán y entraron en contacto con distintas poblaciones de origen maya y nahua, herederas de la antigua magnificencia de la cultura maya, en decadencia desde siglos antes. Hallaron las bocas de los ríos Usumacinta, Tabasco, Coatzacoalcos y Papaloapan, y establecieron relaciones con los indígenas que poblaban sus márgenes.

Más tarde alcanzaron la desembocadura de otro río, denominado «Banderas» por Grijalva, donde tuvieron la primera noticia de la existencia del imperio azteca, al recibir a una embajada enviada por Moctezuma II. El 19 de junio los españoles desembarcaron en las cercanías de la actual Veracruz, en las playas de San Juan de Ulúa, y tomaron posesión de aquel puerto, al que dieron el nombre de Santa María de las Nieves. Pese a la insistencia de algunos de sus capitanes, Grijalva no se atrevió a fundar una colonia. Después de enviar a Pedro de Alvarado a Cuba en busca de refuerzos, Juan de Grijalva continuó su exploración costera, pero, al verse acosado por nativos hostiles en las cercanías de la desembocadura del río Canoas, siguió el consejo del piloto Antón de Alaminos y, el 21 de septiembre, determinó regresar, ante la oposición, entre otros, de Francisco de Montejo y Alonso Dávila. Cristóbal de Olid, ante su tardanza, había salido en su busca sin conseguir hallarlo.

Al llegar a Cuba dio noticia de sus descubrimientos a Diego Velázquez, que, condicionado por el informe de Pedro de Alvarado, criticó su falta de decisión colonizadora y envió a Hernán Cortés a conquistar las nuevas tierras descubiertas (1519). En 1523 participó como jefe de escuadra, a las órdenes de Francisco de Garay, en un fallido intento de conquistar el Pánuco, que no fructificó al enviar Cortés varios de sus hombres para impedirlo.

NOTAS

  1. Juan Ponce de León y Figueroa (Santervás de Campos, Valladolid. 8 de abril de 1460-La Habana, julio de 1521). Sus restos reposan en la catedral de San Juan Bautista de Puerto Rico.
  2. “Adelantado” fue uno de los títulos que los reyes de España concedían a algunos pioneros conquistadores como reconocimiento de sus gestas señalándolos como los primeros en haber cumplido una determinada gesta de conquista en una región del Continente.
  3. Alonso Álvarez de Pineda, Aldeacentenera (Cáceres-Extremadura), 1494 – Pánuco (México), c. 1520. Explorador y cartógrafo. Bibl.: D. E. CHIPMAN, Nuño de Guzmán and the Province of Pánuco in New Spain: 1518-1533, Glendale, California, Arthur H. Clark Company, 1967; D. E. CHIPMAN, Texas en la época colonial, Madrid, MAPFRE, 1992; CHIPMAN, DONALD E. (1992), Spanish Texas, 1519-1821, Austin, TX: University of Texas Press, ISBN 0-292-77659-4; B. DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Madrid, Historia 16, 1985; R. S. WEDDLE, Spanish Sea: The Gulf of Mexico in North American Discovery 1500-1685, Collage Station, Texas A&M University Press, 1985; Robert S. Weddle, "Álvarez De Pineda, Alonso," Handbook of Texas Online (http://www.tshaonline.org/handbook/online/articles/fal72). M.ª L. RODRÍGUEZ SALA, I. GÓMEZ GIL Y M.ª E. CUÉ, Navegantes, exploradores y misioneros en el septentrión novohispano en el siglo XVI, México, Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, UNAM, 1993; H. E. BOLTON, The Spanish Borderlands: A chronicle of Old Florida and the Southwest, Alburquerque, University of New Mexico Press, 1996. WEBER, DAVID J. (1992), The Spanish Frontier in North America, Yale Western Americana Series, New Haven, CT: Yale University Press, ISBN 0-300-05198-0. ROBERT S. WEDDLE: Alonso Alvarez de Pineda from the Handbook of Texas Online.
  4. Francisco Hernández de Córdoba (Córdoba, España, c. 1467-Sancti Spíritus, Cuba, 1517) [de no confundir con su homónimo, fundador de Granada y León, Nicaragua] fue un conquistador español, que ha pasado a la historia por la accidentada expedición que dirigió entre febrero y mayo de 1517, durante la cual tomó posesión “oficial” para el Imperio español de la Península de Yucatán, tras la llegada de los primeros españoles a la Península de forma formalmente documentada.
  5. Cf. Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera…, capítulo 2: «En 8 días del mes de febrero del año de 1517 años salimos de La Habana y nos hicimos a la vela en el puerto de Jaruco, que así se llama entre los indios y es en la banda del norte». La mención a La Habana no puede referirse a la ciudad, que entonces estaba en la banda sur. El puerto de Ajaruco suele identificarse con la ubicación actual de La Habana (Clavijero). Autores modernos, como Hugh Thomas o Juan Miralles Ostos creen que pudo salir de Santiago. [Citaciones en Wikipedia].
  6. Luis., Conde-Salazar Infiesta,; Manuel., Lucena Giraldo, (2009), Atlas de los exploradores españoles, GeoPlaneta, ISBN 9788408086833, OCLC 556943554. [Citaciones en Wikipedia]
  7. Cervantes de Salazar, Francisco (1554) Crónica de Nueva España libro II cap. I "De la primera noticia que tuvieron los españoles de la Costa de la Nueva España". Texto en la web Cervantes Virtual. [Citaciones en Wikipedia]


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ –

Elaborados de la Santa Sede para el Pabellón de Sevilla de 1992: “n. 2”: “Conquistadores y encuentros entre diversas culturas indígenas”