OAXACA PREHISPANICA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La Oaxaca anterior a la llegada de los españoles Al hablar de Oaxaca prehispánica se debe hacer referencia a las «naciones» que habitaron el territorio que ocupa hoy el Estado de Oaxaca en México. Éste corresponde a una de las regiones de Mesoamérica con mayor presencia y diversidad étnica y lingüística; entre ellas sobresalen la zapoteca, la mixteca, y la mixe. Estos pueblos fueron verdaderas «naciones», independientes unas de otras en cuanto a raza y cultura particulares, pero que comenzaron, después de la dominación de una sobre otra, a interrelacionarse en diversos aspectos que la vida de los pueblos obliga a tener. La historia del actual Estado de Oaxaca, por consiguiente, debe considerar – como de hecho lo hace la misma historia de México –, la historia de todas estas «naciones» que habitaron y que aún hoy habitan el territorio que ahora constituyen; además, el estudio de una implicará la consideración a las otras, ya que las interrelaciones – resultados de la guerra o del comercio, con las «naciones» circundantes o vecinas, y sobre todo, con las «naciones» mexicas, fueron determinantes en la vida e historia de cada una de ellas. Regularmente se habla de la cultura zapoteca y mixteca cuando se hace referencia a Oaxaca, mas en realidad, existen hasta hoy al menos catorce diferentes, que si bien en número y territorio se pueden considerar inferiores en relación a las precedentes, no así en su importancia e influencia reciproca. Entre los varios elementos de influencia de una cultura sobre otra encontramos: la religiosidad, su vida sociopolítica, económica y artística. En el aspecto religioso baste mencionar al gran sacerdote y profeta «Quetzalcóatl», personaje conocido por casi todos los pueblos mesoamericanos; en lo económico y social baste recordar las incursiones mexicas por las «naciones» conquistadas llevando y trayendo mercancía; de igual manera en lo artístico, los grandes monumentos que nos dejaron esas culturas refieren la influencia recíproca en la arquitectura y confección de sus palacios, y así mismo, como lo demuestran las diferentes obras de arte e ídolos que fabricaban los indígenas. En vísperas de la conquista, el valle de Oaxaca estaba habitado por tres distintos grupos étnicos que hablaban tres lenguas diferentes, a saber, la zapoteca, la mixteca y el náhuatl. La influencia, que hasta este punto es indiscutible, no confirma una completa sumisión a ésta última de parte de las dos primeras que, hasta donde se sabe, permitieron muy poco influjo o dominación a ésta última, y fue casi nula entre las demás culturas, por ejemplo con los mijes, que tuvieron más encuentro y relación con los zapotecas y mixtecas que con los mexicas. Nos vamos a delimitar sobre todo a la zona zapoteca de los Valles Centrales y de la Sierra del Norte. Por ello, a continuación hacemos una breve exposición de la realidad sociopolítica y de la religiosidad de los zapotecas, mismos que después de los Valles Centrales, habitaron las serranías del norte de Oaxaca, y raza a la que pertenecieron los mártires cajonos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, vecinos de la población de San Francisco Cajonos, de la jurisdicción de Villa Alta y de la misma doctrina. Los Zapotecas Desde tiempos remotos, los zapotecas, provenientes del norte como las otras tribus, se asientan en el Valle de Oaxaca, primitivamente en Teotitlán del Valle, y en tiempos más cercanos en Zaachila o Teotzapotlan. En efecto, “poco menos de cien años antes de Cristo” llegan a establecerse solamente en lo que ahora se conoce como Valles Centrales; mas con el crecimiento de su población se van expandiendo hasta invadir las montañas inmediatas del Norte, así como por las que limitan al Oeste. La cultura zapoteca, al igual que las otras culturas vecinas, logró un gran progreso en organización sociopolítica como en religión, y es de notar que en ésta última, al igual que las demás «naciones» vecinas, los zapotecas configuraban gran parte su vida y cultura. Organización Sociopolítica La civilización de los zapotecas se entrevé ya en la superioridad con la que se fueron imponiendo, después de su establecimiento en los Valles Centrales. Su organización política y social desempeña un papel determinante; ella fue la que hizo posible que en su expansión territorial, pese a la magnitud que llega a alcanzar, lograrán los zapotecas mantener y conservar su unidad política, hasta la llegada de los españoles a su tierra.

El historiador oaxaqueño José Antonio Gay Castañeda afirma que el pueblo zapoteca tuvo un proceso lento de aculturación. Él considera un periodo de más o menos mil años para su crecimiento y desarrollo como «nación». En este proceso de aculturación se vio enriquecido con elementos de la cultura Olmeca, así como de la Tolteca, que de su salida de Tula pasan a Zapotecapan.

De ahí la razón por la que Mendieta y Núñez afirma que las influencias recibidas por los zapotecas fueron favoreciendo la integración de su civilización, y que de hecho la cultura zapoteca “no ofrece características especiales, sino que es el resultado de múltiples influencias de los diversos pueblos con los cuales estuvieron en contacto.” En un principio, el régimen y sistema de gobierno de los zapotecas fue el «Teocrático»; todo el poder político se concentraba en manos del supremo sacerdote de la «nación», portavoz de la divinidad; sus decisiones eran puntualmente cumplidas, el cargo era hereditario, salvo en caso de que uno muriera sin sucesor y entonces su puesto lo asumía el familiar más cercano. La etapa del gobierno teocrático del pueblo zapoteca puede ser situada ya desde el gobierno de «Petela», quien dirige al pueblo en su peregrinaje hasta cien años antes de nuestra era; le sucede «Pezelao», “el que pronuncia oráculos del cielo”. Bajo el gobierno de éste personaje considera el Padre Gay la construcción de los edificios de Mitla; «Osomatli» y por último «Huijatóo» o «Huijazoo», “el gran atalaya, el que lo ve todo”, último de los sacerdotes que gobierna de 1361 a 1386; éste sacerdote se supone padre de Zaachila I, quien estableció el sistema de gobierno Monárquico. Existían también pequeños señoríos gobernados por caciques, los cuales disfrutaban de cierta iniciativa y libertad de acción; entre ellos se pueden mencionar a los de Macuilxochitl, que organizaron movimientos de expansión, movimientos que, a decir de Bradomín, determinan el cambio de la organización política de la «nación» que llega a adoptar el sistema de gobierno monárquico, ya que las exigencias y necesidades de las guerras de expansión y de defensa del territorio así lo exigen. Así es como nace el jefe militar que pasa a ser el monarca; él es quien dirige tal empresa, ya que el sacerdote no la podía desempeñar. El sacerdote, empero, seguía siendo el máximo representante de la «nación» zapoteca. En Teozapotlan gobernaron ya en tiempos próximos a la conquista, Zaachila I fundador de la dinastía y del gobierno monárquico, de 1400 a 1415; Zaachila II de 1415 a 1454; Zaachila III de 1454 a 1487; y Cosijoeza de 1487 a 1523; Cosijopí, hijo del anterior, gobierna el reino de Tehuantepec de 1502 – 1563. En cuanto a la organización social, siguiendo al mismo Bradomín, se puede decir que toda ella gira en torno a la familia, porque es la familia y el individuo los que viven regidos por determinados usos y costumbres de aceptación general, sobre los cuales no hay nada escrito, sino la observancia práctica y tradicional de los mismos, proyectados sobre el ámbito social y familiar. Tenemos por ejemplo: los ritos y ceremonias del matrimonio, los nacimientos y las defunciones, la aplicación de la sanción establecida de antemano en la comisión de algún delito, el carácter mismo del delito, la celebración de la «guelaguetza» y la obligaciones impuestas por el tequio o «chinlafe» (trabajo principal), aspectos éstos últimos que tienen carácter de verdaderas instituciones dentro de la organización social del pueblo zapoteca. Era costumbre en esos casos, cuando dos miembros de la comunidad se unían en matrimonio, el que los vecinos parientes y allegados aportaran su apoyo económico y personal para el mejor establecimiento de la pareja, con el obsequio de diferentes efectos necesarios en el hogar, o el material necesario para instalar la propia casa; este acto de ayuda y solidaridad social, tiene un carácter recíproco, es lo que constituía la «guelaguetza», institución o costumbre establecida entre los zapotecas desde los tiempos prehispánicos. El «tequio», por su parte, se diferencia de la «guelaguetza», en que aquél tiene carácter no voluntario sino obligatorio, y personal de cada miembro de la población en la ejecución de alguna obra de carácter general, ya fuese la construcción de un templo, la apertura o reparación de algún camino para muy diversos usos. Bradomín señala que tal institución pudo haber sido heredada de los mexicas, alegando que ella no tenía nombre en zapoteca, sin embargo, al respecto se puede afirmar que tal nombre sí existe y que es una institución también antigua entre los zapotecas. Encontramos que también está presente, aunque en un nivel menos general, lo que los indígenas zapotecas conocen con el nombre de «gozzona», que autores como Bradomín nombran como «practica laboral». Ella consiste en el apoyo mutuo entre dos personas para la labor de sus tierras, una de ellas presta tal servicio al otro, y éste queda obligado a retribuir este servicio a la persona de quien lo recibió. Esto se puede hacer – todavía hoy – con varias personas, de pendiendo de lo que requiera el trabajo y de las posibilidades de cada quien para retribuir el servicio. Estas instituciones son de las más renombradas en la sociedad zapoteca; además, muestran lo que ya varios autores – analizando el aspecto comunitario de estas instituciones – han llegado a afirmar: que el indígena vive para su comunidad y solo en ella encuentra su ser, ya que por ella da todo y sin ella no es nadie, que tanto es como individuo en relación a su sociedad. Religiosidad Zapoteca El politeísmo de los pueblos mesoamericanos fue de lo más notorio a los ojos de los conquistadores a su llegada a las tierras del Nuevo Mundo; esa realidad no se puede negar, pues los diversos ídolos o representaciones que tenían de sus dioses lo confirman. Se puede describir un dato interesante. Se trata del hecho de considerar que si bien un verdadero monoteísmo en las culturas mesoamericanas nunca existió, sí se creyó en la existencia de un dios supremo increado, infinito y creador de todo. Una tal divinidad tenían y adoraban también los zapotecas; se le conocía con el nombre de «Pijo-Tao» o «Pitao». Se trata, pues, de la concepción de un dios supremo, que no hay que confundir con los ídolos representados por sus infinitas figuras de piedra o metal, y que los conquistadores y primeros evangelizadores creyeron sus únicos dioses y por ello concluyeron que eran simples idólatras cuyas divinidades eran ya de piedra, ya de leño. Nunca percibieron al «Ometeotl» o Tloque Nahuaque tolteca, ni al «Pitao» zapoteca. A este último, seguían otras divinidades “que mantenían unas constantes en relación al sol, la fecundidad, el sustento”. Respecto a la presencia de esta divinidad suprema en las culturas de Mesoamérica y entre ellas la zapoteca, cabe ampararse con lo que afirma el Padre Gay Castañeda al respecto: “sea que el grosero vulgo convirtiese aquellas efigies – los ídolos – en divinidades; pero la parte más culta e ilustrada se ha entendido que no era tan estúpidamente politeísta como lo aseguraron los conquistadores”. De esta afirmación se podría sacar y discutir mil cosas, pero limitémonos a mencionar la interpretación de lo que él comprendió: “El dios allí venerado – en Mitla – era incorpóreo, pues lo designaban con el nombre de Pitao, «común a los espíritus»; pero no era un espíritu común, sino superior a todos los demás y dotado de atributos que le eran exclusivos: era increado, por lo que le llamaban «Piyetao Piyexoo»; era infinito, sin principio e inmortal, lo que expresaban llamándole «Coquicilla, Xetao Pillexao»; había sido el creador del universo «Pitao Cozaana»; especialmente era el autor de los hombres y de los peces «Uuichaana»; y por él se sostenían y gobernaban todas las criaturas, por lo que le decían «Coquiza Chibatiya Cozanaatao». A éste espíritu supremo, cuyos atributos, que tan lacónica como enérgicamente caracteriza el idioma zapoteca, estaban subordinados otros espíritus o genios inferiores, cada uno de los cuales tenía su empleo en el régimen del mundo...”

Y bien cabe aclarar que no era una concepción generalizada, sino como lo refiere el Padre Gay Castañeda, era «reservada» a la clase dirigente, y así “influyó poco en la vida religiosa del pueblo, que necesitaba dioses que satisficiesen las necesidades materiales”. El interés de referirlo, sin embargo, estriba en su importancia al considerar el nivel cultural y religioso del pueblo zapoteca, y con ello el grado de su disposición para la comprensión y asimilación que los indígenas fueron haciendo del Evangelio que les fue predicado por los incansables frailes, verdaderos héroes de la fe en las tierras oaxaqueñas. Regresando un poco al carácter politeísta de los zapotecas, algunos autores llegan a firmar que los zapotecas tenían como objeto de veneración a deidades locales, como las «trece divinidades» de Sola; otros veneraban a «Cosijo» o «Gozio», dios del agua; existía también «Gobixha», dios del sol, etc. También veneraban a ciertos personajes ejemplos de bondad y de virtud, quienes después de su muerte llegaban a ser reverenciados hasta llegar a tener un culto especial; tal es el caso de «Petela», conductor de los zapotecas durante su peregrinación, «Pezelao» gran sacerdote zapoteca y «Pinopiáa» (esencia de virtud), hija del rey Cosijoeza, venerada en el istmo en la figura de una piedra esférica. Encontramos también entre las divinidades de los zapotecas a una deidad común a otros pueblos indígenas de Mesoamérica: «Quetzalcóatl», serpiente emplumada, que de Cholula llega a Oaxaca: “Este ser legendario el Kukulcán de los mayas, ofrece una personalidad multifacética: comodito, como deidad, como símbolo astronómico, como personaje histórico, y no sólo aparece como figura relevante en las antiguas tradiciones de los pueblos mencionados, sino que se proyecta así mismo en las de varios pueblos sudamericanos... acá en México... le concitan el odio de Huemac, y para sustraerse a éste abandona Cholula y se refugia entre los zapotecas, fijando su residencia en Teotitlán del Valle...” De este personaje se dice que sale de Tula “para las provincias”, según se refiere en la «Historia de los indios de la Nueva España» y llega a Cholula, y de aquí pasa a Teotitlán del Valle – según la afirmación de Bradomín –. De aquí, este personaje pasa también a los mixes dejando como señal de su paso la huella de su sandalia en la cima del Zempoaltépetl, y finalmente desaparece en Monopoxtiac. Cerca de Tehuantepec deja una representación suya que, según la descripción, correspondería a un fraile dominico sentado y una mujer indígena en probable confesión. Quetzalcóatl fue conocido también por los zapotecas; varios autores lo relacionan con lo que se conoce como “vestigios del cristianismo” de los cuales se mencionarán más adelante ciertos aspectos, a manera de información, de aquello que se supone se sabía en estas tierras antes de la llegada del cristianismo con los frailes españoles. Por último, y en la misma línea de la religiosidad indígena, debemos decir algo acerca del culto indígena zapoteca, y específicamente, de los sacrificios humanos que se supone en su culto se practicaba. El Padre Gay Castañeda refiere que “en Oaxaca no hay vestigios ni memoria de que jamás se hubiese inmolado víctimas humanas en los templos”, y menciona que el Padre Burgoa refiere el sacrificio humano de los zapotecas a la manera en que lo celebraban los aztecas, influido por el ambiente que respiraba del culto azteca. Bradomín expone, en cambio, que debido a su “sentimiento localista” el Padre Gay Castañeda niega tales sacrificios; él por su parte, menciona los diversos casos conocidos, aclarando que no se trata de negarlos rotundamente ni de magnificar su presencia, sino que se debe afirmar que se llevaron a cabo en determinadas ocasiones y muy diminutamente. Los zapotecas, “no fueron tan carniceros como los mexicanos”, ellos “en el momento de la adoración, quemaban aromas y derramaban perfumes. En los sacrificios degollaban palomas y otras aves. En las ocasiones más graves, los sacerdotes se pican debajo de la lengua, y detrás de la orejas, y con la sangre vertida empapaban pajas que ofrecían a sus dioses; más no se ofrecían víctimas humanas” así lo practicaban ciertos indios de la sierra, que después de la conquista fueron sorprendidos idolatrando. Robert Ricard refiere que “eran los zapotecas politeístas y veneraban a sus dioses ofreciendo incienso, sacrificando pájaros y otros animales y sangrándose la lengua y las orejas. Tenían la práctica de los sacrificios humanos en ciertas ocasiones, pero con mucho mayor moderación que los aztecas”. ¿Tradición Cristiana? Algunos historiadores han llegado a hablar de “vestigios del cristianismo”, – y no sólo en Oaxaca, sino en todo Mesoamérica y hasta en el Área Andina –, y han llegado a creer que Santo Tomás llegó a estas tierras predicando una nueva doctrina y enseñando una nueva forma de civilización y de vida y fue conocido como Quetzalcóatl. Todo esto lo respaldan con las narraciones que las comunidades locales refieren de los acontecimientos de su historia. Las diversas tradiciones que los frailes misioneros encontraron en estas tierras, a su juicio corresponderían a indicios de una predicación cristiana anterior a la conquista. a) Quetzalcóatl y su relación con el cristianismo y la cruz Algunos han reconocido en Quetzalcóatl a uno de los apóstoles, Santo Tomás, que vino a estas tierras a predicar una doctrina “conforme a la nueva ley evangélica”, y por ello se remonta su predicación hasta los mismos inicios del cristianismo. Se le atribuye también a Quetzalcóatl “varón justo y santo que con obras y palabras enseñó el camino de la virtud por el vencimiento de las pasiones, la mortificación, el ayuno y la penitencia”, y entre otras cosas, la revelación de grandes verdades de la fe cristiana como son: la Trinidad, la venida del Hijo de Dios al mundo, su nacimiento por una virgen, la pasión del Señor y su crucifixión y la adoración a la cruz. Y por si esto fuera poco, se le atribuyen profecías, entre las cuales, está la famosa predicción de la venida de los hombres blancos y barbados, que llegarían de oriente con nueva religión y nuevas costumbres para implantarse en estas tierras. Quetzalcóatl es el personaje al que no sólo se le atribuye una vida virtuosa y una religiosidad magnificas, sino que es aquel que comienza a dar nueva forma a la sociedad de los pueblos que lo conocen y donde llegaba a establecerse. En Cholula por ejemplo, “se detuvo en su tránsito hacia la costa, y empleó veinte años en enseñar a los toltecas las artes propias de una sociedad ilustrada. Los instruyó en las mejores formas de gobierno y en una religión más espiritualizada, en la cual los únicos sacrificios eran frutos y flores de la estación”. Quetzalcóatl era el dios del aire, pero que pudo haber sido algún personaje ilustrado; de ahí que Presscott lo califique como “uno de aquellos benefactores de su especie, a quienes la gratitud de la posteridad ha colocado en el numero de los dioses”, debido a que durante su estancia en el Anáhuac, sus habitantes vivieron en una edad de ventura y dicha. El Padre Francisco Javier Clavijero en su «Historia antigua de México» en el libro IV, habla del dios Quetzalcóatl, y lo califica como un sumo sacerdote de Tolan, de donde pasó a Cholula, aquí se le detuvo y se le encomendó el gobierno de la ciudad. A él debieron los cholultecas el arte de la platería, las leyes, los ritos y ceremonias de su religión, y según otros, la ordenación de los tiempos y el calendario. Después de estar 20 años en su ciudad resolvió continuar su viaje imaginario a Tlapalan... Fue consagrado como dios principal por los cholultecas y se le erigió su gran templo, y de hecho, tenía templo por doquier. Eran grandes las fiestas que se le hacían y a las cuales precedía un riguroso ayuno y penitencia de 80 días que practicaban los sacerdotes consagrados a su culto. Su imagen, a decir de Clavijero, era abominable y se le representaba sentado, para significar, según interpretaban, que habría de volver a vivir de asiento entre ellos. La mayoría de los autores no se detienen en hablar del mítico personaje sólo en cuanto a sus prodigios se refiere, sino que por uno u otro motivo, se ven movidos a considerar a dicho personaje en su relación con el cristianismo, y más en concreto en relación con el Apóstol Tomás. El mismo Clavijero, al considerar lo que el Dr. Sigüenza y Góngora creyó, sin asentir a tal idea, refiere que una de las causas por las que se habla del anuncio del Evangelio antes de la llegada de los españoles, es precisamente el hecho de que se hallaron varias cruces en diversos tiempos y lugares, que parecen labradas antes de la llegada de los españoles. El ayuno de 40 días que observaban varios pueblos de aquel Nuevo Mundo, los vaticinios que tenía y las huellas humanas estampadas en algunas piedras que se creen ser del Apóstol Tomás. De acuerdo con lo anterior se relaciona a Quetzalcóatl la presencia de cruces por toda esta zona. Ya el Padre Gay Castañeda refería que tal sacerdote – es decir, Quetzalcóatl –, “a su paso dejaba sembradas cruces por donde quiera, y al alejarse anunciaba que más tarde llegarían por el Oriente otros hombres blancos y barbudos como él, trayendo la misma religión”. Se dice que se han encontrado cruces en Yucatán, en Tepic, y en otros muchos lugares, cuyas noticias consignan los historiadores juntamente con las tradiciones que explican su presencia en América. De ellas han hablado los primeros historiadores de México, en cuyas obras se encuentran menciones de la presencia de la cruz antes de comenzada la evangelización por estas tierras. b) En Oaxaca: La cruz de Huatulco y otras tradiciones Un hecho muy significativo sucedió en las costas del Pacífico, donde Tomás Cambric buscó destruir una cruz de madera que, según la tradición de los indígenas, tenía un origen remoto y misterioso. El Padre Burgoa refiere al respecto que “descollada y hermosa cruz de más de mil quinientos años de antigüedad, que sin conocer sus altísimos misterios, adoraban estos gentiles como cosa divina...”. Considerando esta afirmación, el Padre Burgoa remonta tal cruz al tiempo de los inicios del cristianismo, y refiere una opinión de cómo pudo haber llegado ahí diciendo que de la mar llegó… “un hombre anciano, blanco, con el traje que pintan a los apóstoles… con el cabello y la barba larga, abrazado con aquella cruz… y algunos días estuvo enseñándoles muchas cosas que no pudieron entender: que los más de los días y las noches se estaba hincado de rodillas, que comía muy poco y cuando se quiso ir les dijo: que les dejaba ahí la señal de todo su remedio, y que la tuviesen con mucha veneración y respeto, que tiempo vendría en que les diese a conocer el verdadero Dios y Señor del cielo y de la tierra y lo que debían a aquel santo madero y siendo grandísimo y muy pesado, el mismo venerable varón lo puso y paró en el lugar que lo halló el corsario Inglés...” Según Torquemada, el personaje que debió llevar la cruz a Huatulco debió ser Fray Martín de Valencia en tiempo inmediatos a la conquista. Burgoa niega esto anteponiendo las tradiciones conocidas y los expedientes que dijo tener. Mas no es del todo falso que dicho Fray Martín de Valencia llegara las costas de Tehuantepec, ya que se le pone como uno de aquellos frailes misioneros que pretendían ir a la China embarcándose en Tehuantepec, y su presencia por esos lugares puede ser cierta, pero el que haya sido él quien haya puesto en Huatulco esa cruz es discutible. Una segunda cruz fue vista en el pueblo del Mezquital, en la sierra, esta cruz sin embargo, se encuentra grabada en una piedra, y además tiene en torno suyo diversas inscripciones que se consideran hechas por el mismo personaje que llevó la cruz a Huatulco. El Padre Gay Castañeda refiere también que Lorenzo Boturini halló en los mapas de los chontales “una cruz milagrosísima”, y que probablemente es la misma de la cual habla Burgoa: “el mismo autor refiere que poseía entre los innumerables objetos de su rico museo, «el dibujo en lienzo de otra cruz de madera que se sacó con una máquina que se hizo apropósito, de una cueva inalcanzable de la mixteca baja, y hoy día se venera en la Iglesia de Tonalá y estaba depositada en dicha cueva desde los tiempos gentilicios», descubriéndose por la maravillas que obraba en las vigilias del apóstol.” Muy relacionada con las presencia de la cruz es la existencia de la biblia en imágenes, que los evangelizadores de «Quiengolani» encontraron en las personas de dicho lugar, los cuales afirmaron que la poseían de mucho tiempo. De ella afirma Torquemada en su «Monarquía indiana» que Fray Francisco Gómez pasando por el pueblo de Nejapa, provincia de Oaxaca, acompañado de Fray Alonso de Escalona, el vicario del convento de la orden de Santo Domingo, les mostró unos papeles muy viejos que contenían “cosas tocantes a nuestra fe”: “ y eran la madre de nuestra señora y tres hermanas, hijas suyas, que las tenían por santas; y la que representaba a nuestra señora, estaba con el cabello recogido, al modo que lo cogen y atan las indias, y en el nudo, que tiene atrás, tenía metida una cruz pequeña, por la cual se daba a entender, que era más santa; y que de aquella había de nacer un gran profeta, que había de venir del cielo, y lo abría de parir sin ayuntamiento de varón, quedando ella virgen; que a este gran profeta, los de su pueblo, lo habían de perseguir, y querer mal, y lo habían de matar crucificándolo en una Cruz. Y así estaba pintado, Crucificado, y tenía atadas las manos, y los pies en la cruz, sin clavos. Estaba también pintado el artículo de la resurrección, como había de resucitar, y subir al cielo.” El arzobispo de Oaxaca Eugenio Guillow, en la relación que presenta sobre los zapotecas mártires de Cajonos menciona también – siempre en la misma línea – que “en los chontales, se ve en tierra forjada otra cruz, como con el dedo, sin que los siglos, aguas y vientos la borren, en los Mijes, en el monte del Sempoaltepeque, se ven el día de hoy esculpidas en la cima de un peñasco de la cumbre de aquella inaccesible montaña, de lo que toca a los términos de Totontepeque, dos plantas o pies humanos”. Estas referencias acerca de los «vestigios», al modo de ver de varios historiadores darían una base cristiana que se predicó antes de que los misioneros llegasen a esas tierras; sin embargo, refieren que tales dogmas ya habían sido corrompidos por el tiempo en que no hubo quien siguiese adoctrinando a los indígenas, y además, porque ellos no lo comprendieron bien desde un principio. Otra cuestión comprende, aparte de la presencia física de las cruces, la similitud de diferentes prácticas religiosas que los indígenas tenían, con algunos actos de piedad que el cristianismo exige, desde el ayuno hasta el bautismo, etc. La duda que ante esto se presenta se expresa en la siguiente interrogación: ¿por qué si los misioneros encontraron «vestigios del cristianismo» o «semillas del Verbo», no se valieron de ello en su predicación, ya que ello de alguna manera hubiera facilitado la predicación para la evangelización de estas tierras? Esta cuestión ya ha sido planteada por varios autores y han concluido con diversos argumentos. Aquí solo se refiere el hecho de la presencia de tales elementos en tierras mesoamericanas y también entre los zapotecas, donde la presencia de estos vestigios es hasta cierto punto cierta, y ello propone una especial atención a ella porque eso refleja, si no la presencia de un apóstol o una doctrina propiamente cristiana, sí habla de elementos comunes de la religión o cultura de los pueblos que, hasta cierto punto, fueron configurando y condicionando su ser y vivir pasado, presente y futuro. Tales elementos – considerándolos pre-cristianos o no, hablan de un pueblo muy religioso, cuyas prácticas asemejaban a las cristianas y en cuya moral, en opinión de Gay Castañeda, “se habían aproximado a las cristianas más que ninguna otra «nación»”.


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