OCOTLÁN, Nuestra señora de

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Aparición milagrosa

En el año de 1541 se desató en varias provincias de la Nueva España↗ una fuerte epidemia de viruela↗, la cual estaba causando innumerables víctimas, especialmente entre los indígenas tlaxcaltecas↗. Un indígena llamado Juan Diego (homónimo del vidente del Tepeyac) nativo de Santa Isabel Xiloxostla ayudaba a los frailes franciscanos en la atención de los enfermos llevándoles agua del río Zahuapan.


En la tarde de uno de los días cercanos a la primavera, Juan Diego pasaba por un cerro contiguo a la ciudad de Tlaxcala, al que entonces llamaban “San Lorenzo” porque en él había una pequeña capilla dedicada al mártir, cuando la Santísima Virgen le salió al encuentro diciéndole: «Dios te salve, hijo mío; ¿A dónde vas?». “ Juan Diego respondió: que iba a llevarles agua del río a sus enfermos. A la respuesta del indio prosiguió la Señora: «Ven tras de mí, que yo te daré otra agua con que se extinga ese contagio y sanen no solo tus parientes, sino cuantos bebieren de ella; porque mi corazón siempre inclinado a favorecer desvalidos, ya no sufre ver entre ellos tantas desdichas sin remediarlas.»”[1]


Juan Diego conocía muy bien el cerro y, como todos, sabía que en él no había ningún manantial, pero obediente siguió a Nuestra Señora hasta una quebrada cercana y rodeada de pinos que los naturales llaman «ocotes». “Llegaron pues, al centro de aquel risco y formóse un manantial perenne que aún dura. De esta agua, le dijo la amorosísima Madre a su favorecido Juan Diego, que sacase la que quisiese con el seguro de que sería lo mismo tocar las secas áridas fauces de los dolientes la más mínima gota de aquel celestial licor que sentir no sólo alivio, sino sanidad declaradamente perfecta”.[2]


Después de darle el manantial, Nuestra Señora le dijo a Juan Diego que pronto encontraría en el mismo sitio una imagen suya y que avisase a los padres franciscanos que la colocaran en la capilla de San Lorenzo. Juan Diego llenó su cántaro con el agua del nuevo manantial y siguió su camino a su aldea natal donde dio de beber a los enfermos de la peste y todos al instante recobraron la salud. De madrugada se trasladó al convento de San Francisco y relató a los frailes lo acontecido la tarde anterior, y la curación milagrosa de los enfermos que bebieron del cántaro de Juan Diego avaló su relato.


Al atardecer los frailes y algunos indígenas fueron con Juan Diego al paraje del manantial. “A poca distancia vieron que el bosque era una llama, pero sin quemarse el menor ramillo de pinos. Era tanta la luz que despedían los árboles que no alcanzaban de puro deslumbrados a caer en la cuenta de su dicha; hasta que no sé quién observó que uno de los árboles, que más sobresalía por corpulento se señalaba más en lo encendido, y palpándole, les pareció a todos que estaba hueco. Lo entrado de la noche no daba lugar a más pesquisas, y sobrepuesta cierta señal al árbol, se restituyeron los padres a su convento. Cuando rayó finalmente sobre los horizontes la luz y para la ciudad de Tlaxcala el día más feliz, previniéronse todos, así los padres como los indios, de instrumentos competentes para herir el árbol, con el que dieron en breve reconocida la seña; a pocos golpes descubrió las entrañas y en medio de ellas una estatua de la Santísima Virgen, a quien llamamos de Ocotlán, corrompido el nombre, que a los principios le dieron de Ocotlatia, es lo propio que la Señora del Ocote que estuvo ardiendo.”[3]

La Basílica de Nuestra Señora de Ocotlán

Una enorme multitud formó la comitiva que llevó en peregrinación la estatua hasta la capilla de San Lorenzo donde empezó a recibir el culto fervoroso de los tlaxcaltecas y de peregrinos que acudían a venerarla, quedando durante cien años bajo la custodia de los franciscanos. También el manantial surgido en la Aparición y que se encuentra a unos 400 metros del templo fue punto de peregrinación, construyéndose en torno a él un edificio que es conocido popularmente como «el pocito». “Por más de un siglo no tuvo la Señora capellán de asiento, el primero fue el ejemplarísimo sacerdote Juan de Escobar, quien se hospedó en una capilla que para comodidad de los peregrinos, fabricaron los naturales. Emprendió la construcción de un nuevo templo (en 1670), cuya primera piedra se colocó solemnemente sin indicar la fecha exacta.”[4]


Del templo destacan las esbeltas torres gemelas de 33 metros, completamente blancas que contrastan con las bases de ladrillo hexagonal. Sin duda la fachada es una de las joyas del barroco mexicano y posee una gran originalidad y alegre armonía. Pero quizá lo más destacado del Santuario es el camarín de la Virgen del cual “el ilustrísimo señor doctor don Juan Antonio de Lardizábal y Elorza, obispo de la Puebla de los Ángeles, quedó asombrado y aseguró no haber visto en ninguno de los muchos santuarios que visitó en Europa.”[5]


El camarín es obra del artista indígena Francisco Miguel (†1749) quien lo realizó entre los años 1718 y 1720. Se encuentra detrás del altar y está techado con una sola cúpula de planta octogonal; cuenta con varias pinturas sobre la Virgen del pintor Juan de Villalobos. “El cuadro del camarín, que respalda a la Señora, tiene de oquedad lo que ocupa desembarazadamente la imagen; de modo que por los laterales entran los que quieren ver cara a cara a aquella incomparable hermosura (…) Su majestuosa estatura, como que le tomaron las medidas los ángeles, es la de una mujer perfecta a proporción del rostro. El ropaje diseñado en la misma talla, no se lo pusimos nosotros; allá se lo puso quienla escondió en el pino, y es el mismo que adorna y hermosea las ordinarias estatuas de su Purísima Concepción”.[6]


Patronato, información y examen canónico de los testigos de la Aparición

Fue el doctor Álvarez de Abreu, obispo de Puebla de los Ángeles, quien desde 1753 inició los trámites relativos al Patronato de la Virgen de Ocotlán y presidió la jura de dicho patronato el 5 de abril de 1755. En marzo de 1754 fueron nombrados José Ramón Sánchez y Felipe de Santiago, caciques y alcaldes ordinarios de la ciudad de Tlaxcala, para dar una información jurídica de la Aparición milagrosa de Ocotlán, “con el objeto de ocurrir a la Sagrada Congregación de Ritos, en solicitud de rezo y octava para la Santísima Señora en toda la provincia de Tlaxcala (…) Corridos todos los trámites en derecho, se produjo esta información ante el señor licenciado don Toribio de la Puente (…) Tomada, pues la información, consta en ella el dicho de trece testigos, los diez para declarar el caso de la tradición constante con referencia a la aparición de la Santísima Virgen, y tres para clasificar la especie de obra que pudo practicarse en la prodigiosa imagen ante el notario receptor bachiller don José Antonio García, cuyo expediente autorizó por último don Francisco Javier Grashuyasen, secretario real y público en la ciudad de Puebla y cuyos dos testimonios se conservan, uno en el archivo de la ciudad de Tlaxcala, y otro en el santuario de la misma Santísima Señora con el título de Patronato de Nuestra Señora de Ocotlán.”[7]


S.S. Clemente XIII aprobó y confirmó el Patronato de Nuestra Señora de Ocotlán “para el pueblo y provincia de Tlaxcala en las Indias Occidentales” el 11 de enero de 1764.


De Santuario a Colegiata y de Colegiata a Basílica

A solicitud expresa del arzobispo de Puebla de los Ángeles, Ramón Ibarra y González, el Santuario de Ocotlán fue elevado a Colegiata por S.S. san Pío X mediante decreto del 8 de septiembre de 1906. Con gran solemnidad, el 2 de febrero de 1907 Monseñor Ibarra ejecutó ese decreto designando seis canónigos que conformaron su primer Cabildo. “Este primer cabildo subsistió hasta agosto de 1914, en que la cruel persecución carrancista obligó a sus componentes a dispersarse.”[8]El 30 de mayo de 1915 el canónigo Miguel Fernández de Lara fue acribillado a balazos por los carrancistas↗ que irrumpieron violentamente en su casa ubicada en el costado sur de la Colegiata. Sus restos descansan en el camarín de la hoy Basílica.


Fue S.S. Pío XII quien concedió a la Colegiata la dignidad de Basílica menor y el arzobispo de Puebla Dr. Octaviano Márquez y Toríz erigió la Basílica de Nuestra Señora de Ocotlán en una ceremonia solemne celebrada el 19 de mayo de 1958.

Notas

  1. Nava Rodríguez Luis. Nuestra Señora de Ocotlán. La Prensa, Segunda Edición, Tlaxcala 1975, p.38
  2. Ibídem
  3. Ibídem, p. 39
  4. Loayzaga Manuel (tercer capellán), Historia de la milagrosísima Imagen de Nuestra Señora de Ocotlán. México, 1750, p. 19. Citado por Nava, obra citada pp. 40-41
  5. Nava. Op. Cit, p. 42
  6. Ibídem, pp. 43-45
  7. Ibídem, p. 57
  8. Ibídem, p. 64


Bibliografía


JUAN LOUVIER CALDERÓN