PÉREZ MARTÍNEZ ANTONIO JOAQUÍN

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Puebla, 1763; Puebla, 1829) Obispo y Político

Nacido en la Ciudad de Puebla de los Ángeles el 13 de mayo de 1763,[1]fue hijo del comerciante gaditano Francisco Pérez y de Antonia Martínez Robles, poblana perteneciente a una familia de buena posición económica.[2]

A Antonio le tocó observar la manera en que las políticas regalistas y económicas de la Casa de los Borbones, terminaron por dañar severamente la estructura eclesiástica, pese a la defensa que los diversos Obispados realizaron de sus posiciones, todo ello factores determinantes para la separación de la Nueva España de la metrópoli.

Su oportunidad de elevarse en el escenario político se dio en 1810, cuando al Canónigo Pérez se le encomienda la representación poblana en las Cortes de Cádiz,[3]en donde sería nominado como Diputado, tras una elección apartada del marco legal dictado por las autoridades de la Metrópoli. Indudablemente este nombramiento sería ampliamente festejado por los pobladores de Puebla.

Ya en preparación a su viaje a la Península Ibérica, el ahora Diputado Pérez, dejaría la Comisaría del Santo Oficio en manos de Gaspar Mejía, y recibiría del Cabildo Municipal 3000 pesos para su pasaje a Mallorca, así como 2200 pesos por concepto de seis meses adelantados de salario, pero sin las indicaciones adecuadas por parte del Ayuntamiento Angelopolitano, lo que indudablemente hacía de su misión algo más complicado.

Sin embargo el Canónigo destacaría por su actuación en la tierra de su padre, al grado de convertirse en Presidente de las Cortes.[4]Sería el 23 de diciembre de 1810, y lamentablemente con tres meses de retraso, que Monseñor Pérez arribaba a la Isla de León y se incorporaba al trabajo legislativo, lo que no impidió la eficacia de sus gestiones,[5]ya que dio personalidad y relevancia a los representantes americanos, integrando la Comisión de Constitución, entre otros, tres representantes americanos: Morales Duárez, Fernández de Leiva y Antonio Joaquín Pérez. Asimismo Antonio Joaquín Pérez Martínez, avaló las propuestas antes mencionadas con su firma, discutiendo además las necesidades más urgentes de la Nueva España.

El futuro Obispo de Puebla trabajó al lado del Diputado asturiano Agustín Argüelles, en el Proyecto de Constitución, el cual se presentó a la Asamblea Plenaria del Congreso, con diez títulos y 384 artículos, entre los que se consignaban varias tesis liberales tales como: soberanía popular, igualdad ante la ley, división de funciones, gobierno representativo, y semi-autonomía de los gobiernos locales, los cuales se discutieron por nueve meses, con pocas modificaciones.

Finalmente el 19 de marzo de 1812, y gracias a la negociación y superación de diferencias entre los diversos representantes y sus intereses, la Constitución de Cádiz vio la luz, siendo aprobada ante la presencia de cinco diputados americanos: Pérez, Morales, Maniau, Foncerrada y Terán.

En abril de 1814, el Diputado Pérez junto con otros representantes entregaron al Rey el «Manifiesto de los Persas», en el cual los firmantes del documento, solicitaban a Fernando VII, en un texto oscuro e impreciso, que rechazara la Constitución Gaditana y que convocara por estamentos a las Cortes. Cabe señalar que el documento en cuestión ha sido sujeto a controversia en su contenido, por la gran cantidad de imprecisiones que contiene.

Retornaría a su tierra y Mitra hasta 1816, debiendo realizar su viaje con extrema precaución y acompañado del regimiento de infantería de Lobera; pero esto no impidió que en su camino constatara las necesidades de su grey, la falta de curas en los pueblos, así como lograr el indulto de dos insurgentes en Ojo de Agua y Nopalucan. Asimismo verificaría que los comerciantes y comandantes militares de Veracruz se mostraban contrarios a la política de pacificación, debido a que los enfrentamientos militares les proveían de jugosas ganancias.

El Obispo de Puebla no guardaba aprecio por el Virrey Calleja, enviándole una misiva el 23 de marzo de 1816, en la que le informaba la falta de sacerdotes en varias poblaciones, los indultos que consiguió de camino a Puebla y las instrucciones del Rey para tranquilizar al Virreinato y proteger a sus “vasallos vejados”, a lo que Calleja respondió, cuestionando las razones para afirmar la vejación, dando lugar una guerra epistolar entre ambas autoridades, para afianzar su poder político, en el que no faltaron las notas y comentarios irónicos.

Señala atinadamente Gómez Álvarez, que la desaprobación del Obispo Pérez a Calleja se encuentra motivado por la injerencia del último en cuestiones de la Iglesia, a la que el primero defendía a ultranza. Además se debe señalar que varios Obispos y autoridades compartían la visión del prelado angelopolitano, por lo que una avalancha de quejas contra el Virrey aceleraron su caída, nombrando en su lugar al Teniente General Juan Ruíz de Apodaca, quien era Gobernador de Cuba, lo que implicaba un triunfo para el Obispo de Puebla, especialmente si se considera la empatía que hubo entre éste y el nuevo Virrey.

En 1817, la capitulación en Tehuacán del cabecilla Manuel Mier y Terán, trajo consigo la esperanza de pacificación de la zona sur del Obispado de Puebla, lo que fue informado por el Intendente Ciriaco de Llano al Virrey Apodaca el 28 de febrero de 1817, como señal de que la insurrección había sido erradicada en los 22 partidos que conformaban la Intendencia de Puebla. Esto permitió al Obispo Pérez el proveer curatos a su feligresía tanto en el norte como en el sur, después de un considerable tiempo sin guías espirituales, que eran a su vez piezas claves para la pacificación de la Nueva España.

Más los vientos de inconformidad seguían soplando en la Península y en la Nueva España, acentuándose en 1820, con la revuelta de los militares Riego y Quiroga, que exigían el restablecimiento de la Constitución de Cádiz. En Veracruz, los comerciantes forzaron al Gobernador José Dávila a jurar la Constitución Gaditana el 26 de mayo de 1820, así como las ciudades de Campeche y Mérida.

Posteriormente y ante los sucesos del Puerto jarocho, Apodaca tuvo también que jurar la Constitución el 31 de mayo de 1820, misma fecha en la que cesarían las funciones del Tribunal del Santo Oficio. Ante estos hechos, la sagacidad del Obispo de Puebla lo inclinó a aceptar el documento, mediante un manifiesto titulado “Hay tiempo de callar y tiempo de hablar” de 27 de junio de 1820, y pese a la enorme carga anticlerical que contenía, ya que los diputados gaditanos buscaban que los miembros del clero quedaran sujetos a jurisdicción ordinaria, así como suprimir varias órdenes monásticas. Para el verano de 1820, el Obispo Antonio Joaquín mostraba ya una actitud de franca ruptura con la Península.

El 17 de agosto de 1820 se suprimió nuevamente, ante la molestia de la población novohispana, la Compañía de Jesús, siendo expulsados en enero de 1821 por lo que el Intendente poblano, preocupado por los discursos de los curas, solicitó a Don Antonio que se le entregasen los manuscritos de los sermones a fin de llevar a cabo una censura de aquellos que produjeran problemas, así como ordenó la presencia de militares en los templos para controlar las palabras de los miembros del clero. El Obispo Poblano cumplió las exigencias de Ciriaco de Llano, pero con el conocimiento de que la Independencia echaría por tierra las medidas anticlericales.

El 9 de noviembre de 1820, Apodaca designa como Comandante General del Sur a Agustín de Iturbide, quien decidió pactar con Vicente Guerrero la separación definitiva con España mediante el Plan de Iguala de 24 de febrero de 1821, que garantizaba la religión católica, la continuación de la casa de los Borbones como gobernantes de Nueva España, facultaba a los mexicanos para darse leyes y aseguraba los derechos de igualdad, propiedad y libertad; todo esto a través de las garantías de Independencia, Religión y Unión.

En agosto del mismo año, el clero regular y secular recibió con júbilo a Agustín de Iturbide con un «Te Deum» celebrado en la Catedral, agasajando posteriormente al Ejército Trigarante y declarando la Independencia el 5 de agosto de 1821, lo que implicó el rompimiento de la Iglesia poblana con España.

Sería en Puebla donde Agustín de Iturbide recibiría la noticia de que Juan de O’Donojú sustituiría a Apodaca en el mando Virreinal, con quien negoció el contenido de los «Tratados de Córdoba», especialmente en lo referente al caso de que la casa reinante española rechazara el trono mexicano, por lo que en ese caso, Agustín de Iturbide podría ceñirse la Corona.

Ciertamente la unión con Iturbide aumentó el prestigio del Prelado, además de convertirse en uno de los hombres de confianza del libertador, al punto de ser integrante de la Junta Provincial Gubernativa, así como regente y Capellán del Imperio.

En el Acta de Independencia de 28 de septiembre de 1821 aparece en dos ocasiones el nombre del Obispo Pérez, lo que muestra que éste junto con Don Juan de Palafox y Mendoza, son los dos miembros del Clero Novohispano con mayor talento político, abriéndose con el primero el periodo de la Iglesia Mexicana, en el cual los quehaceres episcopales de Don Antonio Joaquín Pérez Martínez se realizarían en su misma tierra, pero ahora convertida en una nueva nación: México.

Siendo obispo de Puebla, Don Antonio Joaquín Pérez Martínez falleció el 26 de abril de 1829.


NOTAS

  1. López, 1964, 851
  2. Gómez, 1997, 110
  3. Gómez, 1997, 110-112
  4. Gómez, 1997, 113-116
  5. Gómez, 1997, 117

BIBLIOGRAFÍA

Gómez, C. (1997) El Alto clero poblano y la resolución de Independencia, México

De Iturbide, A. (1973) Sus memorias escritas desde Liorna, México

Del Arenal, J. (2002), Un modo de ser libres. Independencia y constitución en México, México

Lomelí, L. (2001) Breve Historia de Puebla, México.

López, J. (1964), Diccionario Biográfico y de Historia de México, México.

Pérez, F. (1997) El Episcopado y la Independencia de México (1810-1836), México

Sánchez, I. (1991) Iglesia y Estado en la América Española, España

Torner, F. (1967) Resumen Integral de México a través de los Siglos, México.

Zavala, L. (1985) Ensayo histórico de las Revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, México.

JUAN PABLO SALAZAR ANDREU