PANAMÁ; Breve panorama sobre su música

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Es poco lo que podría decirse sobre la música en Panamá, a falta de archivos adecuados al respecto, o por lo menos a la lamentable carencia de referencias conocidas sobre el particular.

Desde que se estableció la Catedral de Santa María la Antigua, el cabildo catedralicio contó con su chantre que es la dignidad eclesiástica a cuyo cargo estaba la dirección del coro y el canto general de la iglesia. “Difícilmente el chantre podía ejercer sus funciones sin instrumentos musicales como órganos y arpas. En el siglo XVII hay inventarios de bienes de vecinos que mencionan arpas y vihuelas, y en el siglo XVIII se registran guitarras y violines entre las posesiones de los vecinos. Además, abundan referencias a otros instrumentos más bien populares, cuando se hacen descripciones de actividades festivas, como tambores, flautas y chirimías. El ambiente musical panameño estaba también impregnado de melodías africanas, dominadas por los alegres ritmos del tambor, a juzgar por las frecuentes protestas de los prelados que se quejaban de los bailes que con cualquier pretexto, o sin él, la gente de color organizaba en los montes cercanos, y cuya provocativa sensualidad escandalizaba al clero, aunque atraía con fascinación a los jóvenes de la élite”.[1]

En base a la gran cantidad de instrumentos musicales precolombinos que se hayan encontrado en el área centroamericana, no es aventurado pensar que existió una rica expresión musical, por parte de los habitantes originales de nuestra región mesoamericana, aspecto cultural que desafortunadamente se ha perdido, quizás para siempre, por la falta de referencias y documentos escritos de parte de los cronistas, pero sobre todo por la carencia de una escritura musical anterior a la llegada de los europeos. Al margen de la ocarina y una variedad de instrumentos de viento o aliento, así como tambores de diversos tamaños y formas, sonajeros y demás instrumentos de percusión, es casi nada lo que sabemos de la creación musical de hombre precolombino centroamericano[2]. Pese a las numerosas órdenes religiosas y exploradores llegados a América, eran muy pocos los que sabían tañer un instrumento, salvo ciertas excepciones como Ortiz el músico, tal como lo llamaba el propio Bernal Díaz del Castillo en su célebre crónica, La Conquista de Nueva España.

Es conocido que junto con los libros litúrgicos y sagrados de la Iglesia llegaron, así mismo, un número plural de partituras de obras instrumentales y vocales de compositores españoles y europeos en general, no obstante al margen de la música sagrada o religiosa son raras las referencias que existen, por parte de los cronistas conocidos sobre el canto popular o inclusive sobre la ejecución de instrumentos de moda de la época como la vihuela, el laúd, o cualquier otro, al margen de las chirimías, dulzaínas, pífanos, clarines, sacabuches, rabeles y chirimías al margen de la trompeta y el tambor que constituían, desde entonces, instrumentos particularmente significativos desde el punto de vista de la estrategia y fanfarria militar. Es preciso tener presente que, según relata el Padre Las Casas, desde 1496 los Reyes Católicos enviaron a nuestro hemisferio “instrumentos músicos para que se alegrasen y pasasen la gente que acá había de estar”, los que ciertamente incluían vihuelas de arco y de mano, guitarras de cuatro y cinco cuerdas, laúdes, flautas, arpas, dulcemelos y otros, que hacían parte en ese entonces de los preferidos de la población.

Con la bula Pastoralis Officii Debitum, refrendada por León X, el 28 de agosto de 1513, un mes antes del descubrimiento del Mar del Sur u Océano Pacífico, por Vasco Núñez de Balboa, se crea la Diócesis de Santa María la antigua del Darién conocida como Primada de Tierra Firme[3], quedando al frente de la misma el franciscano Fray Juan de Quevedo, quién una vez instalado en su diócesis, ordenó seis libros de canto toledano, seis antifonarios y seis salterios toledanos, así como “un pesado clavecímbalo con fuelles” que constituye el primer instrumento de tecla que haya llegado al Nuevo Mundo. Por otro lado los incendios, tan comunes en nuestras ciudades, tanto en el Darién como Santa María la Antigua, como en la conocida hoy día como Panamá la Vieja[4], y muy particularmente en la nueva metrópolis levantada en el “sitio del Ancón” por el gobernador Pedrarias Dávila en 1637, lo que constituye hoy día el Casco Viejo, dieron al traste con cualquier archivo que pudiera haber existido a la sazón. Todo esto al margen de que el clima extremadamente húmedo, junto con los roedores e insectos tan característicos de las regiones tropicales que todo lo destruyen y devoran, aunado a la carencia de una tradición conservacionista que caracteriza a nuestra población, hasta hoy, es poca la documentación, que ha logrado sobrevivir en tierra panameña.

A la nueva ciudad llegaron también las siete órdenes religiosas existentes en ese entonces en Panamá la vieja, Agustinos, Mercedarios, Dominicos, Juaninos, Franciscanos, Jesuitas, así como las monjas Concepcionistas, portando cada una de ellas el repertorio completo de canto litúrgico además de los cantos religiosos, que hacían parte del calendario eclesiástico.

En 1539 el monarca español a instancias del Obispo Fray Tomás de Berlanga (1447-1551), ordena para la Iglesia Catedral de la Ciudad de Panamá, un “órgano y un reloj cuyo costo ascendía a cincuenta y cinco ducados”, según consta en el documento de la partida que expidieron los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla.

Por otro lado, dada la conocida destreza de la población indígena para las expresiones musicales, muy particularmente “para tañer y para hacer instrumentos musicales, además de su buena afinación en el canto y en el temple de los instrumentos” el Emperador Felipe II determina en sus ordenanzas que “donde se enseña la doctrina cristiana, los sacerdotes podrán usar de música de cantores y de Ministreles altos y bajos”. Esta ordenanza, claro está, no se refería exclusivamente a nuestro Istmo que en ese entonces contaba con una población muy reducida; no obstante Abel Lombardo Vega nos informa cuanta admiración produjo el acompañamiento musical de la misa, oficiada por Fray Adrián de Santo Tomás, en noviembre de 1637, en el día de la Concepción, producida por los indios guaimíes “cuya espléndida ejecución pasmó a todos los presentes”[5].

En 1676 llegó a Panamá[6], en calidad de Maestro de Capilla de la Catedral, ciudad donde fue ordenado sacerdote, Juan de Araujo, permaneciendo cuatro largos años, después de los cuales se le permitió retornar a Lima para luego seguir su labor de religioso y compositor en la Catedral de La Plata, hoy día Ciudad Sucre, donde llevó a cabo una importante labor formando grupos corales, sucediendo a Miguel de Bobadilla y a Estacio de la Serna. Hasta el momento nada se sabe, desafortunadamente, de la estancia en Panamá de tan importante maestro de la polifonía vocal de la época colonial, ni siquiera de las obras compuestas aquí.

Una de las danzas más populares a la sazón era la Zarabanda, de carácter lento y majestuoso, acompañada con guitarra y castañuelas, mencionada inclusive por Lope de Vega[7]en su comedia La Dama boba, refiriéndose precisamente a Panamá y el tamborito. Entre los instrumentos, los más populares eran el rabel y el pandero así como las sonajas o sonajeros.

“Aunque no nos sea posible presentar referencias precisas sobre Panamá, es sabido que la principal actividad musical que se realizaba en los diferentes poblados del Istmo, era la que se hacía en los recintos sagrados. No obstante, además de la amplia participación musical de las diversas hermandades, cofradías y congregaciones, en las que confluían los diferentes estratos sociales, desde las altas autoridades eclesiásticas y civiles hasta el pueblo en general, en cuanto al Istmo de Panamá se refiere la aportación de los trabajadores, negros, mestizos e indígenas, fue también muy importante. El hecho no deja de ser relevante y significativo per se tanto por su aspecto didáctico entre la juventud pero también por constituir una de las raras ocasiones de hacer música para el público en general con cantantes, instrumentistas y ministriles de la clase común, interpretando sea el canto litúrgico en la festividades importantes, sean las obras polifónicas de carácter sagrado o popular que llegaban con asaz frecuencia de la península, conjuntamente con las partituras del acompañamiento del órgano como instrumento principal u otros, sean flautas, guitarras, sacabuches, bajones, chirimías o vihuelas. Inclusive los conventos contaban a la sazón “con negros esclavos ministriles intérpretes de chirimías, bajones y sacabuches” por lo menos en el territorio colombiano, costumbre que ciertamente imperaba también en Castilla de Oro[8]”, nombre con que se también se conocía a Panamá. El primer Chantre panameño del cual tenemos referencia es el Dr. Rafael Lasso de la Vega (1758-1831), oriundo de la ciudad de Santiago de Veraguas, nombrado en la Iglesia Catedral de la ciudad, posición que debe de haber sido corta puesto que en Octubre de 1814 aparece nombrado Obispo de Mérida. Se trata del único chantre panameño del cual tenemos conocimiento, al margen del acaudalado Joseph Fernández de Miñano, del cual no hemos podido encontrar referencias concretas así como del chantre Francisco Díaz.

Más adelante, en cuanto a creación musical se refiere, todo parece indicar que al margen de algunas piezas de tipo bailable, marchas, himnos y cantos patrióticos, nada significativo existe como creación en tierras panameñas. En efecto, el primer compositor panameño que se conoce es el guitarrista Porras (ni siquiera se conoce su primer nombre o mayores detalles) apodado el Maestro, profesor obligado de las damas bien. Otro músico y compositor a la sazón es el violinista Miguel Iturralde, autor del vals Las Brisas del Mensabé, discípulo de Ramón Díaz del Campo en estudios de violín en Europa. Siguen, el pianista Luis Chiari con estudios en Alemania en la segunda mitad del siglo XIX, conocido en Panamá como “el maestro de todos”. Están también Valentín Bravo, cantante y el organista Santos Benítez. Dos pianistas de la época fueron Víctor Plise hijo y Buenaventura Hurtado.

La institución más antigua que se conoce es la Banda de Música del Estado Soberano de Panamá, creada en 1867 cuando el Istmo era todavía una Provincia de Colombia. De la misma época son Victor Dubarry, de origen francés, y los cubanos Lino Boza, su hijo Pablo Boza y su primo Máximo Herculano Arrates Boza (1859-1936), quienes junto con José Manuel Rodríguez y otros constituyeron los primeros compositores de diversas danzas de salón. Excelente flautista fue Jean Marie Victor Dubarry (1831-1873), quien se radica en Panamá aún muy joven, procedente de los Pirineos franceses. Al margen de algunas presentaciones de artistas ambulantes, algunos con gran prestigio internacional como la soprano sueca Jenny Lind o el pianista estadounidense Luis Moreau Gottschalk, es relativamente poco lo que se presentaba en Panamá, al margen de grupos ambulantes de óperas italianas y zarzuelas españolas, así como grupos de danzas y ballets.

En 1889 llega a Panamá el maestro español Santos Jorge Amatriaim (1870-1941) autor del Himno Nacional de Panamá.

Narciso Garay, es el primer panameño profesional de la música clásica o de Arte, instruido en Colombia primero y en Europa después. Creador del Primer Conservatorio oficial de música en Panamá abierto en 1904 y cerrado por falta de fondos en 1920. Discípulo de Garay fue el violinista virtuoso panameño Alfredo de Saint Malo, egresado después del Conservatorio Nacional de Música de París, con el Primer Premio y medalla de oro. Saint Malo fue el Director del nuevo Conservatorio creado en 1941 de cuyas aulas surgen prácticamente todos los músicos profesionales del País hasta hoy, institución que a partir de la dirección del prestigioso compositor nacional Roque Cordero se denomina Instituto Nacional de Música.

Existe así mismo el Departamento de Música de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Panamá, cuyo decano actual es el profesor pianista, Luis Troetch. Otros significativos compositores nacionales de música de Arte son: Gonzalo Brenes, Herbert de Castro, Eduardo Charpentier de Castro, Fermín Castañedas del Cid, Edgardo Quintero, Emiliano Pardo-Tristán, Ricardo Risco Cortés, Elcio Rodríguez de Sá y Andrés Carrizo Alemán, entre otros.

La Orquesta Sinfónica Nacional fue creada en 1941 y el primer Director oficial fue Herbert de Castro. Actualmente la orquesta es dirigida por el maestro Jorge Ledezma Bradley. Como organismo promotor de presentaciones musicales, y artísticas en general, además del Instituto Nacional de Cultura, al margen de algunos promotores particulares, es la Asociación Nacional de Conciertos que lleva ya casi medio siglo de exitosa existencia[9].


NOTAS

  1. Historia General de Panamá, Volumen I, Tomo II, Comité Nacional del Centenario de la República, Director Alfredo Castillero Calvo, primera edición, 2004, pg. 213, La vida cultural.
  2. Jaime Ingram, La Música en Panamá, Editorial Universitaria Carlos Manuel Gasteazoro, Panamá, 2008.
  3. La Primada de América es la de Santo Domingo, República Dominicana.
  4. Cuyo nombre real es, Nuestra Señora de la Asunción de Panamá, que constituye la primera ciudad europea construida sobre la costa del océano Pacífico, ciudad que reemplazó a Santa María la antigua de Darién (primera ciudad europea que se construye en toda América Continental) como cabeza del reino en Tierra Firme.
  5. En Crónica de la Conquista del Istmo, de Abel Lombardo Vega, Ediciones INAC, Colección Múltiple, Panamá 1979, pg. 72.
  6. Parece ser que expulsado de Lima, Perú por una falta cometida.
  7. También la mencionan Cervantes y Góngora.
  8. Ver también, El esclavo negro en el desenvolvimiento económico del Istmo de Panamá durante el descubrimiento y la conquista (1501-1532), de Armando Fortune, Revista Lotería, Nº 228, Panamá 1975.
  9. Para un mayor, más extenso y completo panorama puede consultarse La Música en Panamá, de Jaime Ingram, Editorial Universitaria Carlos Manuel Gasteazoro, Panamá 2008.


JAIME INGRAM