PANAMÁ; Secesión de Colombia

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En los albores del siglo XX se produjo la separación de Panamá de Colombia, suceso que significó para los istmeños la concreción definitiva del anhelo independentista, que tuvo expresiones vigorosas a lo largo del siglo XIX.

Percibimos en el alumbramiento de la República la existencia de cuatro fuerzas o corrientes esenciales, que fueron determinantes y coincidentes en ese hecho histórico, que tuvo como causa inmediata el rechazo por el Congreso colombiano del Tratado Herrán-Hay, suscrito entre Colombia y los Estados Unidos de América el 22 de enero de l903, a saber:

  • La francesa, empeñada en defender los intereses de la “Compagnie Nouvelle” y de sus accionistas.
  • La norteamericana, buscando para sí la opción de construir el canal a toda costa, en virtud de su expansionismo hacia el Caribe y el Pacífico.
  • La colombiana, detentadora del control del Istmo y
  • La panameña, representada en el grupo conspirador que gestionaba la separación y la negociación de un Tratado con los Estados Unidos de América a cambio del respaldo o garantía de la secesión.

En el plano interno –como se ha señalado- las actuaciones de los conspiradores evidencian su vinculación con la élite comercial capitalina, formada principalmente por comerciantes criollos y extranjeros, e íntimamente ligada a los dirigentes del canal francés, del ferrocarril, y a las empresas inglesas, norteamericanas y de otras nacionalidades interesadas en la erección y explotación de la vía interoceánica con el fin de favorecer sus actividades comerciales e industriales.

Para la élite empresarial panameña, la continuación o terminación de los trabajos de construcción del Canal era cuestión de vida o muerte, puesto que su existencia dependía de la actividad mercantil transístmica internacional, generada, ora por el funcionamiento del ferrocarril, ora por la construcción de la vía acuática.

Por consiguiente, el rechazo del Tratado Herrán-Hay afectaba incuestionablemente los bienes, intereses económicos y el futuro del grupo de mercaderes, nacionales y extranjeros, que desde la segunda mitad del siglo XIX dominaba la economía istmeña en la zona de tránsito. Además, téngase presente la firme determinación del gobierno estadounidense de construir el canal a través de Panamá. Por eso, no nos sorprende la aseveración de los historiadores Sosa y Arce (1911) –a sólo ocho años de ser instaurada la República- de que “el comercio y el elemento extranjero en general eran decididos partidarios del Tratado”, suscrito entre Tomás Herrán y John Hay.

A principios de año 1903, la situación general en el Istmo, después de 82 años de tutelaje colombiano, presentaba caracteres de verdadera crisis general. Como afirma el historiador Catalino Arrocha Graell (1973): “Los trabajos del canal habían sido paralizados y con ello toda la actividad comercial; un voraz incendio destruyó, en la ciudad de Panamá, propiedades por valor de cuatro millones de dólares en 1894; y por último, una cruenta guerra civil de tres años -1899-1902-, en que los partidos contendientes, conservador y liberal hicieron gala de una barbarie destructora incalificable, en todas las provincias de este Departamento, lo dejó postrado en la más angustiosa y aflictiva condición económica”.

Además, hay que añadir la pérdida de la autonomía a raíz de la aprobación de la Carta Política de 1886. En esas circunstancias, aunado al factor exógeno, estaban maduras las condiciones para el surgimiento de un movimiento pro-separatista triunfante.

Ahora bien, los rumores de una conjura o movimiento conspirativo en el Departamento de Panamá no eran desconocidos por el Gobierno colombiano. Carlos Martínez Silva (Memorando de 1901);José Vicente Concha, el representante panameño en el Congreso,Luis de Roux y otros, incluyendo al propio Bunau-Varilla, vaticinaron las consecuencias del rechazo del Tratado Herrán-Hay en el Istmo. También el presbítero, doctor Javier Junguito, investido posteriormente como obispo del nuevo Estado, había informado en varias ocasiones sobre la existencia de un movimiento separatista en el Istmo.(Ismael Ortega,1931)

Aún más, el 14 de junio de 1903, en el diario neoyorquino World, apareció un artículo anónimo anunciando, entre otras cosas, la independencia panameña y la decisión de Theodore Roosevelt de construir el Canal por Panamá a toda costa por ser la mejor ruta, clara expresión del expansionismo norteamericano.

Además, las diligencias iniciales realizadas por el doctor Manuel Amador Guerrero (New York), en las oficinas del abogado de la Nueva Compañía del Canal y del Ferrocarril William Nelson Cromwell, personaje que desempeñó un papel relevante en los preparativos de la conspiración, quien utilizó sus contactos e influencias en el Gobierno y Senado norteamericanos para la consecución de la ruta canalera a favor de Panamá, llegaron a conocimiento de Tomás Herrán, encargado de negocios de Colombia en los Estados Unidos de América, por intermedio de José Gabriel Duque.

Es así que Herrán a más de informar a su Gobierno, hizo desistir al gran aliado de respaldar abiertamente el movimiento, pues le notificó que se le haría responsable, junto con la compañía francesa del canal, de una sublevación en Panamá: por ende, cuando el doctor Amador Guerrera visitó por segunda vez a Cromwell, éste se negó a recibirlo. El mensaje: “Disappointed” (Desanimado), enviado por el jefe de los conspiradores a sus compañeros, cerró la primera fase del conato separatista.

Al parecer, el Gobierno colombiano prestó oídos sordos a las informaciones recibidas y no tomó de inmediato medidas diplomáticas o militares para evitar o aplastar un posible levantamiento en Panamá. Mientras tanto en la ciudad de New York, con el arribo de M. Philippe Bunau-Varilla, el 22 de septiembre, la conspiración se reanimó; el accionista y antiguo director de la fenecida Compañía Universal del Canal Interoceánico, al reunirse con el Dr. Manuel Amador Guerrero en el hotel Waldorf Astoria y enterarse del avance de los planes insurreccionales, inmediatamente se asoció a la Junta ya que, como afirma el historiador Arrocha Graell (1973): “él iba a eso, a dar vida a dicha revolución, porque el éxito de ésta aseguraba la salvación de los cuantiosos bienes de la compañía francesa del canal”. Por su parte, el doctor Amador Guerrero admitió a Bunau-Varilla como el hombre clave en los Estados Unidos de América para la causa secesionista, y envió un nuevo mensaje: “Hopes” (Esperanzas).

A partir de ese momento, el ingeniero francés Philippe Bunau-Varilla, vinculado a Cromwell, se convirtió en el cerebro visible de la conspiración en Estados Unidos de América, pues se ubicó en el vértice de todos los hilos de la conjura, actuando con cínico realismo y audacia inaudita para que alcanzaran realidad en el corto lapso de dos meses, los propósitos de la Junta Revolucionaria. No cabe duda que su participación y la de Cromwell fueron determinantes para la adopción de la ruta panameña, el triunfo de la revuelta y la suscripción del nuevo tratado.

No obstante, en la mañana del 3 de noviembre, pese a la eficaz labor desplegada por el francés Bunau-Varilla ante el Gobierno estadounidense y a los cautelosos preparativos en Panamá, la ejecución del plan se vio obstaculizada por la llegada a la ciudad de Colón de la cañonera colombiana «Cartagena» con el batallón «Tiradores» a bordo, compuesto por 500 soldados bajo el mando de los Generales José M. Tobar y Ramón G. Amaya, ante el anuncio de una supuesta invasión al Istmo proveniente de Nicaragua. Y aunque el día anterior también había arribado a la ciudad de Colón el buque de guerra estadounidense «Nashville», el pesimismo y la indecisión se apoderaron de los miembros de la Junta.

Sin embargo, esta situación fue superada por el doctor Amador Guerrero, ya que su esposa lo animó a seguir adelante con el movimiento secesionista, al sugerir a H. G. Prescott, alto empleado del ferrocarril, que solicitara a J. R. Shaler, superintendente general de la compañía del tren transístmico en la ciudad de Colón, que demorase el traslado de ese batallón a la capital y sólo permitiera viajar a los dos generales, lo que logró sin mayor dificultad.

La retención de la tropa del batallón «Tiradores», por la negativa de Shaler de transportarla a la ciudad de Panamá; la decisión del General Huertas, jefe de la guarnición colombiana en el Istmo y afecto a la secesión, de arrestar a los Generales Tobar y Amaya, quienes quedaron bajo la custodia del Capitán Pedro A. Illueca, así como la presencia de las naves de guerra estadounidenses, fueron hechos decisivos para el triunfo de la revuelta. Acontecimiento que ni los proyectiles disparados por la cañonera Bogotá, que – según afirman algunos narradores e historiadores del acontecimiento- causaron algunos daños materiales y produjeron la muerte de un ciudadano chino, Wong Kong Yee, una acémila y el fallecimiento accidental de un transeúnte, Octavio Preciado, no lograron sofocar.

Pero es de consignar que los conjurados obtuvieron para sí apoyo popular en la capital, ya que una muchedumbre proveniente del arrabal, agrupada en la plaza de Santa Ana y encabezada por el general Domingo Díaz, acompañado por Pedro A. Díaz, Carlos Clement, Carlos A. Mendoza y otros, marchó ese día a los cuarteles de “Chiriquí” y “Las Monjas” en busca de armas para defender la nueva República.

Por fin, después de muchos forcejeos incruentos o de “ansiedades y peligros”, como afirma el prócer José Agustín Arango, en la tarde del 3 de noviembre de 1903, se declaró la constitución de la nueva República, y de inmediato se expidió un Manifiesto a la Nación, obra del doctor Eusebio A. Morales, sobre el gran acontecimiento.

En las últimas horas de ese día se reunió el Concejo Municipal de Panamá y bajo la presidencia de don Demetrio H. Brid, eligió la «Junta de Gobierno Provisional» integrada por José Agustín Arango, Tomás Arias y Federico Boyd. Una vez proclamada la secesión, el 4 de noviembre en horas de la tarde, el Concejo volvió a reunirse en Cabildo Abierto y aprobó el «Acta de Independencia de Panamá de Colombia», redactada por el doctor Carlos A. Mendoza, hecho que significó el fin de la unión a Colombia, y a la vez hizo realidad el ideal independentista que surgió en 1821 a raíz de la emancipación de España.

En el histórico documento se consigna principalmente:

…que los pueblos en su jurisdicción se separan desde hoy y para lo sucesivo de Colombia, para firmar con las demás poblaciones del Departamento de Panamá, que acepten la separación y se le unan el Estado de Panamá, a fin de constituir una República con Gobierno independiente, democrático, representativo y responsable, que propenda a la felicidad de los nativos y demás habitantes del territorio del Istmo.

Para llevar a la práctica el cumplimiento de la resolución que tienen los pueblos de Panamá, de emanciparse del gobierno de Colombia, en uso de su autonomía y para disponer de sus destinos y fundar una nueva NACIONALIDAD, libre de poderes extranjeros el Consejo Municipal del Distrito de Panamá, por sí en los otros Consejos Municipales del Departamento, encomienda la administración, gestión y dirección de los negocios, transitoriamente y mientras se constituye la nueva REPÚBLICA, a una Junta de Gobierno, compuesta de los señores José Agustín Arango, Federico Boyd y Tomás Arias, en quienes, sin reserva alguna, delega los poderes, autorizaciones, y facultades necesarias, amplias y bastantes para el satisfactorio cumplimiento del cometido que en nombre de la Patria se les encarga.

Al día siguiente, Porfirio Meléndez, quien encabezó la conjura en la ciudad de Colón, aseguró la separación luego de horas de angustia y negociación, al lograr la partida a Colombia del Coronel Eliseo Torres y sus hombres, empeñados en aplastar el movimiento. Este episodio implicó el desembarco de setenta y cinco marines del Nashville y el pago de ocho mil dólares al Coronel Torres “para racionar a sus tropas”. Poco tiempo después los municipios del interior expresaron su apoyo al Gobierno Provisional y dieron vivas a la nueva República.

No obstante, figuras relevantes como Belisario Porras y Oscar Terán fueron opuestos a la separación de Colombia; otros no se pronunciaron como el caudillo liberal Buenaventura Correoso; incluso varios caciques indígenas de San Blas (Kuna Yala) viajaron a Bogotá para reiterar su lealtad a Colombia. Por parte de la Iglesia, el Arzobispo de Cartagena, Pedro Adán Brioschi se manifestó adverso a la secesión, la cual calificó como “una traición” y abogó por la recuperación del Istmo (Osorio, 2000)

Por otro lado, si bien es innegable que inicialmente algunas poblaciones no respaldaron el movimiento separatista y en otros hubo cierta resistencia, también es verdad que en esos días, hasta donde llegan nuestras pesquisas, no emergió un movimiento organizado con el objetivo de retornar a la unión a Colombia.

Como quiera que otro paso importante de la “Junta de Gobierno Provisional” era la concertación del nuevo Tratado, el 6 de noviembre José Agustín Arango remitió un telegrama a Bunau-Varilla otorgándole la representación del nuevo Estado en Norteamérica; luego, ante las presiones del Gobierno estadounidense, se le designó Ministro Plenipotenciario de Panamá. Esta designación le permitió manejar con entera libertad y ajeno a los intereses nacionales, en unión con el Secretario de Estado John Hay, la redacción y conclusión del Convenio, en ausencia de los negociadores panameños.

Por ello, el 17 de noviembre cuando arribaron el doctor Manuel Amador Guerrero y Federico Boyd a New York, Bunau-Varilla les comunicó que el Tratado estaba listo, y el l8 de noviembre lo suscribió, solamente en idioma inglés, con el Secretario de Estado John Hay en la ciudad de Washington, antes de la llegada de los comisionados a esa ciudad.

Ante el hecho consumado, los auténticos representantes o negociadores de Panamá, Amador Guerrero y Boyd, frustrados enviaron un cable a la Junta con el siguiente mensaje de resignación: “Llegamos tarde”. Resultaron tan favorables las cláusulas del convenio para la parte estadounidense, que el Secretario de Estado John Hay, el 20 de enero de l904 en una misiva dirigida al Senador Spooner, expone con sinceridad y crudeza:


…Como está ahora, tan pronto como el senado vote, tendremos un Tratado que en lo principal es muy satisfactorio, ampliamente ventajoso para Estados Unidos y, debemos confesar con la cara que podamos poner, no tan ventajoso para Panamá. Si modificamos el tratado, el período de unanimidad entusiasta que según dije a Cullom sólo sobreviene una vez en la vida de una revolución, habrá pasado, y allá habrán entrado en el nuevo campo de la política y de la polémica. Usted y yo sabemos muy bien cuantos puntos hay en el Tratado que todo patriota panameño objetaría”.


Las constantes presiones y amenazas de Bunau-Varilla para la pronta aprobación del Tratado, hicieron que la Junta de Gobierno Provisional ratificara el 2 de diciembre de l903, el oprobioso e injurídico convenio Hay Bunau-Varilla, redactado en idioma inglés y sin traducción al español, pacto que se convirtió a lo largo del siglo XX en un dogal asfixiante para el pueblo panameño, y en menoscabo de la independencia y soberanía de la nueva República.

Si bien muchos actos de los próceres de l903 han sido censurados hasta la saciedad, verbigracia: su poca o ninguna fe en la separación como acto autónomo; su posición pronorteamericana; la aceptación de las burdas maquinaciones e intrigas palaciegas de Bunau-Varilla, etc., históricamente no podemos considerar la secesión como una creación artificial del Coloso del Norte, un acto repudiable, o calificarla de venta del Istmo o el atraco yanqui, ni subordinarla a la acción única y exclusiva del célebre francés Philippe Bunau-Varilla, pues la mayoría de los estudiosos de movimiento noviembrino adoptan una posición unilateral, atenida sólo a los intereses, personajes o acciones que se pretenden defender o condenar.

En lo referente a la difusión de las dos leyendas que se han vertido sobre la secesión, bástenos reproducir la tesis de Don Diógenes de la Rosa, consignada en un revelador ensayo (1930), como sigue: “Dos afirmaciones prejuzgan el concepto y la interpretación del Movimiento de l903. La una, que denominamos colombiana, describe la secesión de Panamá como obra exclusiva del oro saxo-americano que compró a todos los istmeños a la manera de un lote enorme de esclavos. Es la idea que dirige la «Feria del Crimen», de Alexander S. Bacon. La otra, que diríamos panameña o patriótica, es la que presenta ese hecho como resultado también exclusivo del sentimiento nacionalista del pueblo panameño que en un instante de indignación se alzó con raro unanimismo, para forjar una corporeidad política propia y autónoma. Este es el concepto que motiva los relatos y escritos que todos los años…leemos en numerosas publicaciones. Es necesario decir que ambos criterios están descalificados por unilaterales y exagerados. La verdad histórica dice otra cosa.

Empero, no debe olvidarse que el 3 de noviembre no fue solamente el producto del rejuego de poderosos intereses económicos circunstanciales, sino que además tuvo sus antecedentes históricos, y profundas raíces en los anhelos de libertad e independencia del pueblo panameño, puesto que el anexionismo a Colombia no produjo transformaciones significativas en la estructura política, social, administrativa y económica del Istmo. Las guerras intestinas, los excesos y deficiencias administrativas del gobierno central, la pugna permanente entre los intereses colombianos e istmeños en el campo económico, las intervenciones norteamericanas y, entre otras causas, el sentimiento de frustración que se apoderó de los panameños apenas se produjo la adhesión, fueron los gérmenes o motivos que dieron origen a la idea autonomista e independentista a partir de l821, una vez se produjo la unión a la Gran Colombia.

El 26 de septiembre de l830 surge el primer intento secesionista encabezado por José Domingo Espinar, pero de corta duración. Acto seguido, se produce la segunda separación, también efímera, al amparo de la Prefectura del Coronel Juan Eligio Alzuru, con el pronunciamiento del 9 de julio de l831. Posteriormente, desde el 18 de noviembre de l840 hasta diciembre de l841, encontramos otro significativo Movimiento separatista encabezado por el insigne militar panameño Tomás Herrera, que bajo su patriótica conducción Panamá se proclamó Estado Libre e independiente y expidió su propia Constitución. Luego, en 1852 el doctor Justo Arosemena -padre del autonomismo istmeño- presenta al Congreso colombiano un proyecto de reformas la Carta Política con el fin de convertir al Istmo en un Estado Federal, que se implantó de l855 a l886, y aunque este régimen no significó la liberación con respecto a Colombia, es otra demostración del sentimiento autonomista de los panameños, que se hace más patente en l862 con la figura heroica de don Santiago de la Guardia, a raíz de los incidentes que produjo el llamado “Convenio de Colón”.

Por consiguiente, el anhelo de libertad y el espíritu autonomista o separatista del pueblo panameño fueron canalizados y monopolizados en 1903 por la Junta Revolucionaria –dirigida por el doctor Manuel Amador Guerrero-, que ante la depresión económica causada por la guerra de los mil días, la cesación de los trabajos del canal francés y, sobre todo, por la incertidumbre provocada por el rechazo del Tratado Herrán-Hay, vislumbró la recuperación de la economía panameña y la liberación política a través del apoyo o garantía del gobierno estadounidense a su causa, a cambio de un nuevo Tratado para la construcción del canal interoceánico; y fue ese grupo – expresión de la élite empresarial capitalina- el que aprovechó la coyuntura histórica, sin ninguna oposición interna organizada, y consumó la separación de Colombia convirtiendo en realidad la máxima aspiración de los panameños en el siglo XIX.


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ARMANDO MUÑOZ PINZÒN