PERÚ; El clero diocesano en el siglo XVI

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Labor de los primeros clérigos

El primer clérigo que aparece en la historia del Perú es don Hernando de Luque, nacido en Olvera, Andalucía, España, y crecido en Luque. Viajó al Nuevo Mundo en 1514 con la expedición de Pedrarías Dávila a Panamá; ahí llegó a ser vicario, y allí encontró a Francisco Pizarro. Actuó como agente de Gaspar de Espinosa en la financiación de los viajes de Pizarro y de Diego de Almagro al Perú en 1526.

Fue nombrado obispo de Tumbes –diócesis más bien teórica– y « protector de los indios» en las capitulaciones de 1529, pero falleció en Panamá en 1533 antes de poder ejercer estos encargos. La última investigación histórica ha desechado la leyenda de la misa y participación de la misma hostia por los tres socios, por ser una invención muy posterior a los acontecimientos.[1]

En el tercer viaje de Pizarro lo acompañó como vicario del ejército, el clérigo Juan de Sosa, quien permaneció en San Miguel de Piura, aunque participó en el rescate de Atahualpa, volviendo a España en diciembre de 1533. Regresó al Perú, estuvo complicado en las guerras civiles y fue paradigma de los clérigos batalladores y que vinieron por granjerías.[2]

Las noticias sobre el oro del Perú atrajeron a numerosos clérigos que fueron autores de cuantiosos desmanes denunciados a la Corona de Castilla. De ahí la reiteración de reales cédulas para que fuesen devueltos a la península “quienes no deben estar en dicha provincia”, como señala la reina –Isabel de Portugal– a 30 de noviembre de 1536, y que por la proliferación de los abusos se repiten hasta fines de siglo, tanto por los escándalos como por la explotación de los indígenas.[3]

Los concilios limenses dictaron normas sobre la disciplina clerical, que demuestran también que el estado de vida de los clérigos dejaba mucho que desear y que la explotación del indígena era común y corriente.[4]Las descripciones de clérigos «batalladores» aparecen en memoriales y crónicas, lo mismo que las denuncias por afán de obtener dinero y “enriquecerse presto para volverse a España” mediante la explotación de los indios.[5]

Al lado de esos malos elementos figuran trabajando en la viña del Señor numerosos clérigos en funciones de curas de almas, canónigos, inquisidores y obispos que calladamente esparcieron la semilla del Evangelio.

El obispo Valverde manifiesta que ha escogido “los mejores sacerdotes de mayor vida y doctrina, para que las cosas del culto divino y conversión de los indios se traten como conviene y como vuestra Majestad manda” y elogia a su provisor Luis de Morales.

El noble quechua y cronista Felipe Guamán Poma de Ayala (1535-1616) habla del visitador Juan López de Quintanilla que “había de ser visitador en todo el mundo”; “JV[AN] LOPES DE QVINTAnilla, becitador de la santa yglecia. Éste fue muy cristianícimo, amigo de los pobres y buena justicia, umilde”;[6]del padre Alonso Hernández Coronado más que doctor y letrado “por sus obras de misericordia; del vicario Beltrán de Saravia, ejemplar por amor, caridad y humildad; del padre bachiller Avendaño, cura por más de veinte años del pueblo de Jesús de Pucyulla, que no recibió jamás camarico de los indios, que no tenía mitayos a su servicio ni indias en la cocina”.[7]

Entre los clérigos que defendieron ardorosamente a los indios, y que fueron escuchados por el rey y los padres conciliares, estuvieron el mencionado Luis de Morales, quien describió el caos producido en el país por la conquista y enérgicamente señaló los males. El licenciado Hernando de Santillán,[8]en su «Relación» denuncia los abusos, los tributos excesivos, vejaciones, azotes, estupros, chamuscaduras.

La anónima «Destrucción del Perú» trasciende simpatía por los indios y acusa a los españoles como Morales y Las Casas de la destrucción de las Indias. Las «Fábulas y Ritos» del padre Cristóbal de Molina,[9]es el fruto de un amor profundo y el resultado de un trato comprensivo y amoroso en sus cotidianas tareas de párroco, predicador y confesor y de “antiquísimo escudriñador de quipos”; Pedro de Quiroga sabe poner el dedo en la llaga de la colonización española.[10]

Los clérigos Cristóbal de Albornoz y Pedro Serrano, ambos con más de treinta años de labor pastoral en la zona rural del Cuzco y de Puno, elevaron memoriales al rey denunciando la explotación, y el segundo no deja a títere con cabeza pues acusa a toda clase de autoridades civiles y religiosas.[11]

Otros por un trabajo humilde y silencioso demostraron con el ejemplo de su vida el amor por los indios y el empeño por su evangelización, descollando Toribio Alfonso de Mogrovejo y sus numerosos colaboradores.[12]En cambio, el racionero Villareal, y otros tantos, escribió que “los indios son la hez y la escoria de la generación humana”.[13]

A pesar de que la mayoría de las doctrinas estaban encomendadas a los religiosos por estar constituidas para la evangelización de los naturales, los curatos de las ciudades, fundados por los españoles, se encargaron a clérigos, como Hernán Arias en el Cuzco, Juan Alonso Tinoco en Lima.

También clérigos desempeñaron doctrinas de indios bajo diferentes títulos de cura, capellán, vicario, doctrinero; con gran eficiencia el padre Cristóbal de Molina en el Cuzco, el padre Pedro Serrano, en Llave, el padre Alonso de Huerta en Lima, y alguno, tal el padre Cristóbal de Albornoz descubrió la idolatría del «Taquiongoy» en el obispado del Cuzco.[14]

Otros fueron fundadores y capellanes de hospitales, siendo famoso el padre Francisco de Molina en Lima que fundó en 1543 un hospital “movido a compasión al ver algunos pobres españoles que estando enfermos dormían de noche en los poyos de las plazas, que se llamó de San Andrés por la ayuda del marqués de Cañete”; luego colaboró con el arzobispo Loayza para establecer el hospital de naturales bajo la advocación de Santa Ana.

El hospital de San Lázaro, fundado por el seglar Antón Sánchez, fue continuado por el sacerdote Cristóbal López para atender a leprosos. El de San Pedro de Clérigos fue establecido por la Cofradía de ellos en 1594 para socorrer a los sacerdotes menesterosos. En Huamanga, el clérigo mestizo Martín de Ayala se distinguió por su dedicación al servicio de los pobres en el hospital de naturales, y al ordenarse de sacerdote por su austeridad de vida al distribuir cuanto tenía a los pobres, dejando fama de varón santo.[15]

Una dificultad para el nombramiento de los curas estaba en la exigencia de la presentación real. En los principios, por no estar establecida la Jerarquía y por la escasez de sacerdotes, los encomenderos –a quienes correspondía procurar la instrucción religiosa de los indios– se concertaban con los clérigos, seculares o religiosos y les pagaban el salario convenido. Dada la irregularidad del procedimiento, las autoridades civiles y eclesiásticas tomaron a su cargo la provisión de las doctrinas.

El 1° de junio de 1574 Felipe II dio una cédula para adaptar el sistema parroquial de las Indias a lo dispuesto por el Concilio de Trento, y el 4 de abril de 1600 Felipe III dictó las normas para su cumplimiento. El obispo de Quito, el dominico Fr. Pedro de la Peña,[16]se inclinaba a entregar las doctrinas a los clérigos seculares porque ya había el suficiente número de sacerdotes de la Orden de San Pedro, como comúnmente se denominaba a los diocesanos.

En enero de 1585, estando la sede vacante, el cabildo del Cuzco recibió la Real Cédula de 20 febrero 1583, en la cual se disponía que los frailes se recogiesen a sus conventos y se proveyeron las doctrinas en clérigos. Los canónigos, al considerar que había más de cuarenta clérigos sin beneficio alguno, resolvieron declarar vacantes todas las doctrinas de regulares y mandaron poner edictos para proveerlas. Santo Toribio insistió varias veces en la urgencia de confiar las doctrinas a los clérigos, por haber aumentado el número, y de haberse abstenido de ordenar “para que no anden mendigando y buscando pitanzas”.[17]

Los cabildos catedrales estaban integrados por clérigos en las sillas de dignidades, canónigos y beneficiados en las diócesis de Cuzco y Lima. El Cabildo era la principal entidad colaboradora del obispo, quien escogía a su provisores o vicarios generales, a cancilleres y visitadores entre los capitulares. Adquiría especiales funciones en la vacancia de la sede episcopal, que por durar largo tiempo –debido a la dificultad de las comunicaciones, a los engorrosos trámites de selección del candidato por el Consejo de Indias para la presentación a la Curia Romana y preconización pontificia– hacía que el Cabildo asumiera el gobierno diocesano mediante la designación de un provisor.

Las susceptibilidades entre los capitulares y la limitación en las funciones de gobierno por el interinato, dieron motivo a las lamentaciones del padre Pedro Serrano sobre los abusos de los curas “porque el día de hoy con las largas vacantes se han quitado la máscara”. La vacancia en Lima entre el fallecimiento de Loayza y la llegada de Mogrovejo duró seis años.

En el Cuzco, Valverde[18]fue asesinado durante uno de sus viajes hacia América Central en 1541 y su sucesor, el también dominico Juan Solano (Granada, 1505 – Roma, 1580) tomó posesión en 1545, para viajar a Europa el 61 y renunciar, tras haber efectuado la visita pastoral de su diócesis, haber puesto la primera piedra de la catedral y fundar el hospital de San Lázaro; pero en octubre de 1560 regresó a España para solicitar la división de su inmensa diócesis, aunque en 1561 renunció a ella.

Entonces se retiró al convento de los dominicos de la Minerva, en Roma, donde murió el 19 de febrero de 1580. Le sucedió Sebastián de Lartaún[19]en 1570; al fallecer este en 1583, lo reemplazó Montalvo, quien gobernó del 87 al 92, y la Raya del 94 a 1606: en total 18 años de vacancia que pesaron duramente sobre el desarrollo de la diócesis.[20]

Fue preocupación del rey y de los prelados, que los evangelizadores y doctrineros de los indígenas supiesen la lengua de los naturales. Los concilios limenses dispusieron –el primero de 1551– que los adultos fuesen instruidos en su propia lengua; el segundo del 67 exhortó a los obispos a que obligasen a los curas a aprender la lengua de los indios; y el tercero impuso como requisito indispensable para los nombramientos, el conocimiento de la lengua.

Para ello se fundó la cátedra de la lengua general de los indios, o sea el quechua, en la Universidad de San Marcos, y tuvo por catedráticos al Dr. Juan de Balboa y al Dr. Alonso de Huerta, ambos criollos y elogiados por su saber y virtudes. Años antes el arzobispo Loayza había instituido una cátedra en la Catedral limeña.[21] Garcilaso reconoce que eran “Juan de Oliva y Cristóbal de Medina, sacerdotes, grandes predicadores y muy sabios en la lengua de los indios, y Juan de Montalvo, sacerdote y gran intérprete”; y Diego de Alcobaza, “como mestizo natural del Cuzco, sabe mejor el lenguaje de los indios que otros no naturales de aquella tierra, y hace más fruto”.

El obispo Lartaún coincidía en esta aseveración al expresar que “algunos mestizos son tan virtuosos y de tanto momento, que para el edificio espiritual de los naturales de esta tierra convendrá los tales se ordenasen, porque son muy peritos en las lenguas”.[22]El mismo prelado cuzqueño, a pedido de la clerecía, aprobó una cartilla en la lengua de la tierra, y con asistencia de los mejores lenguas del reino, clérigos, frailes y teatinos (así se llamaban también a los jesuitas, significando «fervorosos») y mestizos e indios, que fue de mucho provecho y utilidad para la conversión y enseñanza de los dichos indios.

Sin embargo hubo quejas, como la del oidor González de Cuenca quien escribía en 1567: “ningún indio se confiesa, ni entiende lo que se les enseña en la doctrina por no entender los sacerdotes la lengua y enseñarles la doctrina en nuestra lengua”, refiriéndose al norte del Perú.

Excelentes lenguaraces fueron el padre Cristóbal de Molina, el cuzqueño, que participó con Juan de Balboa, y varios jesuitas en la traducción del Catecismo del Tercer Concilio. El presbítero Francisco Carrasco, también del Cuzco, informó por el testimonio del citado Molina y otros, de haber integrado el mismo grupo.[23]

El arzobispo Mogrovejo se esforzó por predicar a los indígenas en la lengua general, y trató que los curas aprendiesen la lengua de los naturales que tenían a su cargo. En 1584 manifestaba al rey que los curas conocían la lengua de diferentes pueblos, anotando que algunos la sabían medianamente o poco, y que otro haría esfuerzo para aprenderla. Posteriormente que en la costa norte “saben la lengua mochica”, y especificaba que uno es “la mochica de los llanos de Trujillo”, y otro es “buen lengua” en Moyobamba.[24]

Formación de los clérigos

En los primeros tiempos llegaron al Perú numerosos sacerdotes formados en España, algunos con títulos de bachiller, licenciado o doctor, que ocuparon doctrinas, capellanías y canonjías, para servir a Dios y al prójimo… y otros para adquirir riquezas. Dado que los lugareños eran recién convertidos no se pensó en la formación de candidatos, pero al poco tiempo hubo una generación de mestizos y criollos que aspiraron a las órdenes. El Concilio Limense segundo cerró la puerta a los naturales para cualquier orden sagrado, y aún para vestir los ornamentos sagrados y cantar la epístola (C. 74).

Más tarde el virrey Martín Enríquez informaba al rey “sobre que se hagan escuelas y estudios y colegios y seminarios en los pueblos de los indios, aquí se ha empezado a hacer uno, tienen sus inconvenientes por las flaquezas de los indios, mirarse como cosa de gran importancia, y no sé hasta ahora si han hecho otros”.[25]

Garcilaso refiere que en su ciudad natal, el canónigo Juan de Cuéllar leyó gramática y latinidad a una docena de mestizos –entre ellos a Felipe Inca que era indio puro– de quienes salió el padre Diego de Alcobaza, y con frecuencia manifestaba “doliéndose de que se perdiesen aquellos buenos ingenios, ¡Oh, hijos, que lástima tengo de no ver una docena de vosotros en aquella universidad de Salamanca! Todo esto se ha referido por decir la habilidad que los indios tienen para lo que quisieren enseñarles, de cual participan también los mestizos como parientes dellos”, y añade el inca mestizo: “lo cual es prueba del galano ingenio y mucha habilidad que los naturales del Perú, así mestizos como criollos, tienen para todas ciencias y artes”.

Se había ordenado, entre otros, a los mencionados Martín de Ayala y Diego de Alcobaza y el obispo Lartaún atestiguó: “cuando llegué a esta tierra hallé algunos ordenados por otros obispos y después que estoy en ella habré ordenado sólo cinco y para tratar la verdad que debo, digo a vuestra Majestad que son los mejores clérigos que tengo en mi obispado, dado caso que no saben mucho por no haber estudiado facultades mayores, pero en lo que toca hacer doctrina y vivir sin escándalo y saber la lengua general y sin menos nota, hacen lo que deben... y como son nacidos en esta tierra no tienen propósito ni granjerías ni mucha codicia, porque a éstos los naturales muestran más devoción que a los sacerdotes españoles como a hombres que son de su lenguaje... y así a mi poco entender y juicio no se debe tener tanto recelo destos mestizos”.

Sin embargo, llegaron pareceres y quejas a la Corte, entre ellas el virrey Toledo a 27 noviembre 1579, manifiesta: “tengo por muy acertado que los tales mestizos no se ordenen aunque sepan la lengua, porque se tiene por experiencia que hace más daño a los indios un sacerdote que falta su virtud sabiendo la lengua que él no la sabe”, a pesar de cierta la dispensa concedida por el papa Gregorio XIII en 1576 a los obispos de las Indias en favor de la ordenación de mestizos.

El obispo Lartaún, de quien Toledo afirmaba “¡qué dura cabeza la de este obispo!”, insistió en 1585, pero en vano pues permaneció la prohibición real: “por otra real cédula manda V. M. que no ordene mestizos, lo cual he cumplido..., aunque certifico que algunos son tan virtuosos y de tanto momento para el edición espiritual de los naturales desta tierra convendrá los tales se ordenasen porque son muy peritos en las lenguas...” ¡Si se le hubiera escuchado habría habido numerosos sacerdotes como sucedió en el Paraguay, donde por las circunstancias de no haber casi mujeres españolas los criollos fueron muy pocos![26]

Los criollos fueron aumentando rápidamente, por lo que el arzobispo Loayza informó al rey que “en la Iglesia mayor de esta ciudad se lee gramática de muchos años a esta parte y que habiendo jóvenes «así legítimos como mestizos» que se inclinan al estudio y letras, muchos de ellos para clérigos, es necesario que se provea como haya estudio general”; para los estudiantes habilitó una casa contigua para hospedar a una docena de muchachos, y les puso un preceptor de latín y un maestro de canto llano.

El Cabildo seglar, a 23 enero 1555, suplicó al rey que “haga merced que los hijos de los vecinos de esta ciudad de los Reyes habiendo vivido en ella por espacio de diez años cumplidos puedan suceder siendo hábiles y suficientes en las dignidades desta Santa Iglesia y canonjías y beneficios así simples como curatos, lo cual se haga de la manera que se hace en Burgos y Palencia cuanto a las pensiones y privilegios”. Felipe II dispuso que en los cabildos de las Indias fuesen preferidos “los nacidos en esas tierras”.

En Trujillo fue “donde primero que en otra parte deste reino se introdujo en forma de colegio con casa particular” hacia 1557 por orden del virrey Hurtado de Mendoza. Se educaron numerosos hijos de conquistadores, y el propio Carlos Marcelo Corne, hijo del preceptor latinista y helenista don Diego del Canto Corne –de nación francesa– y algunos más, se hicieron clérigos.

Desde la fundación de la Universidad de San Marcos, los aspirantes al sacerdocio pudieron leer en ella artes, filosofía y teología, y completaban los cursos oyendo la lección de casos de moral que el arzobispo Loayza instituyó en la catedral, como la de lengua general de los indios. Numerosos fueron los sacerdotes ordenados allí y ocuparon canonjías, cátedras universitarias y obispados, según las relaciones de fray Buenaventura de Salinas.[27]

En el Concilio de 1567 se incluyó una constitución para erigir seminarios conforme lo prescrito en Trento. El virrey Toledo trató en el Cuzco en 1571 de establecer un seminario sin éxito.[28]El primer seminario fue fundado por Santo Toribio; son conocidos los trabajos, pesares y gozos que tuvo. El primer rector fue el bachiller limeño Hernando de Guzmán, de 1591 a 1602, y admitió unos 28 jóvenes; volvió a serlo de 1622 al 25, y luego en 1631 al asumir el rectorado de la Universidad.

Fue tan grande el aumento de clérigos criollos, que el mismo arzobispo solicitó del rey la adjudicación de las doctrinas a los clérigos nacidos en estas tierras, aun quitándoles a los religiosos, pues de no encontrar ocupación para ellos tendría que enviarlos a España. El rey anotó: “ya se verá”.

Además de los sacerdotes que vinieron al Perú ya ordenados, hubo otros españoles que recibieron las órdenes aquí, por lo que el II Concilio Limense reguló las ordenaciones (C. 26), y el III no admitió a los indignos (cap. 23). En 1598, el obispo de la Raya fundó en el Cuzco el seminario de San Antonio Abad con ochenta colegiales, bajo el rectorado de Hernán Pérez de Soria.[29]Los obispos pertenecientes a la Orden de San Pedro, Mogrovejo, de la Raya y Corne fundaron los primeros seminarios en Lima, Cuzco y Trujillo. La situación del clero diocesano bajo la égida del segundo arzobispo de los Reyes –Santo Toribio– está ampliamente descrita en la «Vida» escrita por el Pbro. Vicente Rodríguez Valencia y que podría completarse con noticias de textos publicados por el padre Vargas Ugarte SJ en el amplio arsenal de sus obras y por algunos documentos escapados a la vasta erudición del autor por haber sido impresos en Lima, como el «Memorial» de Salinas, el «Teatro de la Catedral de los Reyes» de su hermano, fray Diego de Córdova, los «Anales de la Catedral de Lima» y los «Cabildos de Lima».

En estos últimos es interesante anotar que para gozar del privilegio del fuero eclesiástico era necesario que los clérigos presentasen la constancia de serlo, expedida por la curia arzobispal, ser vista en la sesión capitular y expedir el testimonio consiguiente válido en el fuero civil; entre ellas consta la del clérigo Alonso de Huerta de Huamanga.[30]


NOTAS

  1. James Lockhart, Los de Cajamarca: un estudio social y biográfico de los primeros conquistadores del Perú, t. I (Lima: Editorial Milla Batres, 1986) 84-5; Emilio Lisson, La Iglesia de España en el Perú. Colección de documentos en el Archivo General de Indias, siglo XVI, t. I (Sevilla: Editorial Católica Española, 1943-1945), 13-33; Raúl Porras Barrenechea, Pizarro (Lima: Editorial Pizarro, 1978), cap. 30; Garcilaso de la Vega, Comentarios reales de los Incas, t. II (Buenos Aires: Emecé Editores, 1943), cap. 38.
  2. Lockhart, “Los de Cajamarca” t. II, 268-71.
  3. Lisson, “La Iglesia de España”, t. I 2-38; t. III 34-5, 57-8, 68-78, 103-9, 266-80; t. II 265-6, 17,25,170, 236-7; t. IV 375- 6; t. I, 3 159-60, 222-3; Diego Esquivel y Navia, Félix Denegri Luna, Horacio Villanueva Urteaga y César Gutiérrez Muñoz, Noticias cronológicas de la gran ciudad del Cuzco (Lima: Fundación Augusto N. Wiese, 1980), 179, 183, 191, 192, 205, 211, 223, 255.
  4. Rubén Vargas Ugarte, Concilios Limenses: 1551-1772 (Lima: Tipografía Peruana, 1951) del primero, const. 78-9; del segundo, españoles, const. 28, 86- 9, 90-1, 92-3, 120-1,125, indios 9-13, 17, 81, 116, 120; del tercero, const. 16-6, 18-9, 23-4, 33.
  5. Lisson, “La Iglesia de España”, t. I 3 106-7; t. II 696, 609; t. III 332-3; Rubén Vargas Ugarte, Historia de la Iglesia en el Perú t. I (Lima: Imprenta Santa María, 1953), 194, 197-8 y t. II (Burgos: Imprenta Aldecoa, 1959), 213-4; Porras Barrenechea, Pizarro, 695, 699-601; Raúl Porras Barrenechea, Franklin Pease y Oswaldo Holguín Callo, Los Cronistas del Perú (1528-1650), y otros ensayos. (Lima: Banco de Crédito del Perú – Ministerio de Educación, 1986), 29, 263-4, 623.
  6. Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno (Lima: Horizonte, 1998), en dibujo 270.
  7. Porras Barrenechea, Pease y Holguín Callo, “Los Cronistas”, 656; Lisson, “La Iglesia de España”, t. II, 106.
  8. Hernando de Santillán y Figueroa (¿Sevilla o Valladolid?, Corona de España, ca. 1519 – Lima, Virreinato del Perú, ¿8 de junio de 1574 o 7 de junio de 1575?) era un licenciado en Leyes y funcionario español que ocupó el cargo de relator de las reales chancillerías de Granada y de Valladolid.
    En 1550 lo mandaron al virreinato peruano como oidor de la Real Audiencia de Lima. En 1557 fue enviado a la Capitanía General de Chile junto al nuevo gobernador García Hurtado de Mendoza, designado por el rey Felipe II de España para controlar esa provincia, y quien lo nombrara como teniente de gobernador general de Santiago y oidor de justicia mayor de dicho territorio hasta 1561, y como tal fue el creador de la tasa de Santillán en 1559, la cual regulaba las encomiendas y el trabajo de los indígenas lugareños.
    En 1564 fundó la Real Audiencia de Chile subordinada a la de Lima, en la cual fuera nombrado como el primer presidente-gobernador de la provincia homónima hasta el año 1571, fecha que volvió a Europa. Una vez viudo en Sevilla alrededor de los 53 años de edad, hacia 1572, decidió hacerse sacerdote y fue nombrado obispo de Charcas, pero cuando viajó a Sudamérica falleció antes de tomar posesión de su cargo eclesiástico.
  9. Cristóbal de Molina, apodado «el cuzqueño» (Baeza Andalucía, 1529 - Cuzco, Virreinato del Perú, 1585) fue un clérigo y cronista español. Durante mucho tiempo se creyó que era mestizo, aunque por haber residido durante muchos años en el Cuzco se compenetró tanto con la cultura andina, que bien puede ser considerado como un mestizo cultural. Fue autor de “Relación de las fábulas y ritos de los Incas”.
  10. Lisson, “La Iglesia de España”, t. I, 3 48-96; Porras Barrenechea, Pease y Holguín Callo, “Los Cronistas”, 725-8, 326-7, 315-6, 349-53; Rubén Vargas Ugarte, Manual de estudios peruanistas. (Lima: Imprenta Gil, 1959), 245-6. Cf. Sara Sánchez Bellido, “Pedro de Quiroga, El indio dividido. Fracturas de conciencia en el Perú colonial”, Bulletin Hispanique, (2009, [citado en línea el 30 octubre 2012]): disponible en: http://journals.openedition.org/bulletinhispanique/1055
  11. Luis Millones (comp.), El retorno de las Huacas: estudios y documentos del siglo XVI (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1990), passim; Luis Miguel Glave, Trajinantes: caminos indígenas en la sociedad colonial, siglos XVI y XVII (Lima: Instituto de Apoyo Agrario, 1989), 396-422.
  12. Vicente Rodríguez Valencia, Santo Toribio de Mogrovejo, organizador y apóstol de Sur-América (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1956-1958), passim.
  13. Raúl Porras Barrenechea, Fuentes históricas peruanas (Lima: Instituto Raúl Porras Barrenechea, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1963), 154; Porras Barrenechea, Pease y Holguín Callo, “Los Cronistas”, 351.
  14. Vargas Ugarte, “Historia de la Iglesia”, t. I, 108-11; t. II, 189.
  15. Vargas Ugarte, “Historia de la Iglesia”, t. I 295-310; t. II, 217-8, 605-7; Lisson, “La Iglesia de España”, t. IV, 48-9; Antonio de la Calancha, Crónica Moralizada (Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1982), IV, 74-5.
  16. Pedro de la Peña, dominico, (+ 7 de marzo de 1583), fue obispo de Verapaz (1564-1565) y el segundo obispo de Quito (1565-1583).
  17. Vargas Ugarte, “Historia de la Iglesia”, t. II, 190-1, 201, 203-8.
  18. Vicente de Valverde y Álvarez de Toledo O.P. (Oropesa, Toledo, 1498– Puná, 1541)fue un noble y religioso español de la Orden de los Dominicos que acompañaba a su pariente Francisco Pizarro en su expedición al Incario, predicando el Evangelio. Asistió a la muerte del Inca Atahualpa, acusado de haber asesinado a su medio hermano Huáscar, y lo bautizó. Fue el primer obispo del Cuzco, y por ello el primero de toda Sudamérica, por ser Cuzco el primer obispado creado en ella.
    En uno de sus viajes, cuando se dirigía a Centroamérica, fue capturado por un grupo de nativos de la isla de Puna, donde le torturaron y dieron muerte cuando intentaba anunciarles la religión cristiana. Felipe Guamán Poma de Ayala lo dibuja celebrando las nupcias de Sayiri Tupac y Cusi Huarcay.
  19. Sebastián de Lartaun (Oyarzun (Guipúzcoa), 15?? - Lima, 1583), Obispo del Cuzco. Cursó estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, obteniendo el grado de Doctor en Teología. Canónigo en la iglesia de Calahorra, fue preconizado para ocupar la diócesis vacante del Cuzco (4 de setiembre de 1570), pasó al Perú en la flota de 1572. Tomó posesión de su sede el 23 de junio de 1573, pero pronto entró en conflicto con su cabildo debido a las exigentes reclamaciones sobre la parte que le correspondía en la percepción de los diezmos.
    Se opuso asimismo, a la erección de la diócesis de Arequipa, que debía desprenderse de la del Cuzco en atención a lo solicitado por su antecesor en la sede, fray Juan Solano. Durante el III Concilio Limense (1582) se enfrentó a las recriminaciones del arzobispo (Santo) Toribio de Mogrovejo; pero lejos de aceptarlas, llegó incluso a promover alborotos mediante gente armada.
  20. Rubén Vargas Ugarte (ed.), Biblioteca Histórica Peruana, t. VII (Lima: Universidad Católica del Perú, Instituto de Investigaciones Históricas, 1958) Anales 137-40; Diego de Córdoba Salinas, “Teatro de la Iglesia Metropolitana de la ciudad de los Reyes: Anales de la Catedral de Lima”, en Biblioteca Histórica Peruana, ed. Rubén Vargas Ugarte t. VII (Lima: Universidad Católica del Perú - Instituto de Investigaciones Históricas, 1958), 27-31; Buenaventura Salinas y Córdova, Memorial de las Historias del Nuevo Mundo (Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1957), 179; Esquivel y Navia, et. al, “Noticias cronológicas”, passim; Vargas Ugarte, Biblioteca Histórica Peruana t. II, 141-4, 166-7.
  21. Vargas Ugarte, Biblioteca Histórica Peruana t.I, 50-9, t. II 203-5; Rodríguez Valencia, “Santo Toribio”, t. I, 333, 347-59, 61; Salinas y Córdova, “Memorial”, 169, 172, 179.
  22. Garcilaso de la Vega, Comentarios reales de los Incas (Buenos Aires: Emecé Editores, 1943), libro III, Cap. I, II parte lib. I Cap. 32; Lisson, “La Iglesia de España”, t. II, 825, t. III 582, t. IV 26.
  23. Lisson, “La Iglesia de España”, t. II, 329-43, 350-9; Rodríguez Valencia, “Santo Toribio”, t. II, 124; Lisson, “La Iglesia de España”, t. III, 307-8.
  24. Rodríguez Valencia, “Santo Toribio”, t. I, 352-61; II, 99-100; Monografía Trujillo, I, 120, 123-4.
  25. Vargas Ugarte, “Historia de la Iglesia”, t. I, 334-5, t. II, 507. Lisson, “La Iglesia de España”, t. III, 18-9, t. IV 378.
  26. Vega, “Comentarios”, I, lib. II Cap. 28; III Cap. I; III Prólogo, lib. VII Cap. 22; Lisson, “La Iglesia de España”, t. II 824, t. III 682, t. IV 369; Vargas Ugarte, “Historia de la Iglesia”, t. II, 213-7.
  27. Salinas y Córdoba, Buenaventura (Lima, 1592 – Cuernavaca (México), 15.XI.1653). Cronista franciscano (OFM). Nieto de los conquistadores Lope de Salinas y Diego Fernández de Córdoba, nació en el seno de una ilustre familia limeña. Su hermano Diego de Salinas y Córdoba fue guardián del convento grande limeño de San Francisco de Jesús y autor de la obra “Crónica franciscana de las provincias del Perú” (Lima, 1651). En 1631 publicó en Lima su obra más importante: “Memorial de las historias del Nuevo Mundo, Perú”.
  28. Rubén Vargas Ugarte, Historia del Seminario de Santo Toribio de Lima, (1591-1900) (Lima: Empresa Gráfica Sanmartí, 1969), 8-9; Vargas Ugarte, “Historia de la Iglesia”, t. II 192; Monografía, I, 40-1, 47; Lisson, “La Iglesia de España”, t. II, 326, 338-9; Esquivel y Navia, et. al, “Noticias cronológicas”, t. I, 228.
  29. Vargas Ugarte, “Historia del Seminario”, 10-19, 21, 66, 77, 98-9; Vargas Ugarte, “Historia de la Iglesia”, t. II, 192-6; Rodríguez Valencia, “Santo Toribio”, t. II, 132-86; Esquivel y Navia, et. al, “Noticias cronológicas”, t. I, 273-4, 198-200, 214-5; Bertram T. Lee y Juan Bromley (eds.), Cabildos De Lima, t. III, (Lima: Torres Aguirre-Sanmartí y cía., 1935), 258; Córdoba Salinas, “Teatro de la Iglesia Metropolitana”, 137- 61; Córdoba Salinas, “Teatro de la Iglesia Metropolitana”, 28-31; Salinas y Córdova, “Memorial”, 166-80.
  30. Lee y Bromley, Cabildos De Lima, t., X, p. 216 (19 julio 85), 524-5 (18 oct. 88); 69 (24 abril 84), 82 (5 jun. 84), 96.

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JOSÉ DAMMERT BELLIDO

Obispo de Cajamarca