Diferencia entre revisiones de «PEREGRINOS A LA BASÍLICA DE GUADALUPE»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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'''FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ'''
 
'''FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ'''

Revisión del 13:25 7 nov 2020

Prólogo

El Santuario de la Virgen de Guadalupe en México es uno de los templos católicos que más peregrinos recibe en el mundo. Acuden a él unos 20 millones de personas cada año. Cada 11 y 12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe, pasan de cinco a seis millones de personas ante la Tilma con la Santa imagen. Se puede estudiar el fenómeno desde varios puntos de vista; principalmente en cuanto fenómeno social y en cuanto fenómeno religioso. Sería parcial un estudio o una recensión que se parase en estos aspectos sin entender las raíces y el contenido profundo del fenómeno.

Guadalupe es la expresión de un Acontecimiento iniciado en 1531 y que continúa vivo. Es la expresión más cumplida de las raíces católicas de un pueblo. Presentamos aquí algunas impresiones, tras algunos años de observación minuciosa desde la ventana privilegiada del mismo Santuario; más aún desde el mismo «camarín» de la Virgen.


El Santuario de Guadalupe, corazón católico de América

El Santuario de Santa María de Guadalupe en el Tepeyac, corazón religioso y católico de las Américas -y no sólo de México-, ha sido desde diciembre de 1531, fecha las apariciones de la Virgen al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin, meta creciente de un río de peregrinos. Quién haya vivido por algún tiempo en el Santuario se da cuenta que este río es continuo en cualquier día de la semana y del año.

En lo que se llama «Villa de Guadalupe» siempre es «domingo» y «día de fiesta» por las continuas olas de peregrinos, por las procesiones con sus estandartes de vivos colores, por los grupos que a diario llegan desde todos los rincones de México y con frecuencia de países de todo el Continente Americano. En Guadalupe cesa el cansancio y la gente se siente hermanada en la «casa común» de todos, que es la «Casa de la Virgen María».

Guadalupe es un lugar de encuentro y de reposo del alma. Allí la gente se siente perdonada y acogida, incluso quiénes podrían tener motivos de temor o de prevención o prejuicio. Es una experiencia común de todos los visitantes peregrinos la experiencia de la presencia salvadora y humana de Dios encarnado en el seno de la Santísima Virgen María. En este santuario mariano se puede palpar la verdad de la frase del evangelio de San Juan (1, 14): “El Verbo de Dios vino a plantar su tienda entre nosotros”.

En el rostro de la Virgen de Guadalupe, el peregrino puede contemplar la dulzura acogedora de la misericordia de Dios. Un observador que desde el alto del presbiterio contemple con discreción este continuo río de gente que pasa ante la Tilma de la Virgen de Guadalupe a través de las tres cintas electromecánicas que no cesan de funcionar todo el día, se da cuenta del lenguaje misterioso y expresivo de millares de rostros, de miradas intensas, de labios que susurran silenciosas plegarias, de madres o de padres que susurran algo a los hijos pequeños y les señalan o les levantan dirigiéndoles a la Tilma mariana que está en alto, a varios metros de distancia.

El mundo de los rostros, de todos los rostros, de indios y mestizos, de mexicanos, latinoamericanos, norteamericanos, europeos o de otras procedencias, es un espejo del alma de los que allí llegan. Quién haya podido observar esta procesión continua durante bastantes horas, por estudio y también por convencida devoción, se da cuenta que está asistiendo al paso de historias humanas, ciertamente misteriosas pero que aquellos rostros y aquellos gestos no pueden esconder del todo.

Millones de peregrinos

A Guadalupe llegan millones de peregrinos de todo el Continente americano e incluso muchos de fuera de él, pobres y ricos, cultos e incultos. El Santuario de María se convierte en la «Tienda del encuentro», como la biblia llama al Tabernáculo de la alianza (cfr. Ex 27, 21; 29, 4, 10-11, 30, 32, 42 y 44). Se calcula que llegan a Guadalupe, ante la Virgen, cada día unos 11.000 peregrinos en los días entre semana, entre 20 y 25.000 los fines de semana, y unos 170.000 durante los días de vacaciones o de fiesta. Así que los fines de semana el número crece en más del cien por ciento. Durante el 11 y el 12 de diciembre el flujo de ingreso en el Santuario está siendo calculado en los primeros años del siglo XXI en unas 150.000 personas por hora, lo que nos daría en el año -al menos- unos 19 millones y medio de peregrinos.[1]

Ermitas, iglesias y basílicas de Guadalupe en el Tepeyac

La Villa de Guadalupe se encuentra en la antigua orilla del gran lago de Texcoco, en cuyo corazón se encontraba la capital azteca o Tenochtitlán, hoy centro histórico de la Ciudad de México. Desde allí parten o cruzan importantes avenidas que señalan la ciudad como un entramado de grandes arterias y venas. Algunas llevan precisamente a la Villa de Guadalupe, al cerro del Tepeyac, donde se alza el Santuario de la Virgen. Desde el centro histórico en línea recta son más de 5 kilómetros.

Antiguamente el lugar era una villa o población, en el sentido español del término, a las afueras de la Ciudad, administrativamente diferente. Con el andar de los siglos, al crecer la Ciudad el lugar se fue acercando a ella hasta quedar hoy día prácticamente sumergido en la gran área metropolitana de una Ciudad de México de más de 20 millones de habitantes.

Al tiempo de las apariciones (1531) aquello era un cerro árido, un pedregal de cactus, espinos y nopales cuyas laderas del levante lamían las aguas del Gran Lago; desde allí se podía llegar a Tenochtitlán en barca o a través de una calzada artificial. En el lugar de las apariciones se levantaron enseguida sucesivas ermitas a partir del primer arzobispo de México, el franciscano Fray Juan de Zumárraga (+1548). A su costado fue a vivir para cuidar de la ermita el vidente guadalupano, el indio Juan Diego (+1548). La ermita más notable fue la construida por el segundo arzobispo de México, el dominico Fray Alonso de Montúfar (+1572) entre 1553 y 1556. En el año de 1600 se colocó la primera piedra de un nuevo santuario, que se inauguró en 1622.

El bachiller Miguel Sánchez, conocido autor y devoto guadalupano, nos describe en su obra «Relación de la Milagrosa Aparición de la Santa Imagen» (1662) cómo era esta iglesia:“La devoción de sus fieles a esta Santa Imagen fue desde sus principios grande: creció con los milagros que obraba, y con los beneficios que recibían, a cuya causa agradecidos dieron tantas limosnas, que hubo con qué edificar otra ermita, que dedicó y bendijo el illmo. Señor Don Juan de la Serna, Arzobispo de México, por el mes de noviembre de mil y seiscientos veinte y dos años. Esta segunda ermita [en realidad era la tercera] es la que hoy permanece, que se plantó poco distante de la primera, teniendo al monte por respaldo: es de bastante capacidad, y de muy hermosa arquitectura, con dos puertas, una al Poniente con su plaza real, que remata en el camino, otra a la parte del Medio día, que mira a México, con dos hermosas torres que la acompañan: el techo es de artesones, obra curiosa y costosa, de más esmero en la Capilla mayor, que toda es una piña de oro, donde están pendientes más de sesenta lámparas de plata grandes y pequeñas.

El Altar Mayor, a la parte del Norte, tiene su retablo de tres cuerpos, en la escultura de todo arte, y en lo dorado y estofado de todo primor. El medio ocupa la milagrosa Imagen de la Santísima Virgen, en un Tabernáculo precioso de plata de más de trescientos y cuarenta marcos de peso, labrado tan preciosamente, que vence la obra a la materia cuya puerta es de espejos cristalinos, y dos espejos solos cojen la Imagen desde los pies a la cabeza. Este Tabernáculo lo dedicó y consagró el Exmo. Señor don García Sarmiento de Sotomayor y Luna, Conde de Salvatierra, siendo Virrey de esta Nueva España [1642-1648], de donde pasó a serlo del Perú. En este Templo son las visitas, novenas, romerías, velas, asistencias, concursos, devociones, lágrimas, suspiros, rogativas, confesiones, comuniones, jubileos, limosnas, memorias, y prendas de los fieles, y milagros de la Santísima Virgen, como un pedazo de cielo, y como en lugar escogido de esta Señora para asilo de nuestros trabajos, y para Trono y solio de sus favores y beneficios”.[2]

Los Arzobispos y Virreyes de la Nueva España, desde el siglo XVI, antes de efectuar su entrada oficial en la ciudad de México, arribaban al Santuario y se hospedaban en el lugar y a partir de 1789, con la llegada del virrey Juan Vicente de Güemes, segundo conde de Revillagigedo, incluso la entrega del bastón de mando se hacía en la Villa y Santuario de Guadalupe. Por ello desde un principio se edificaron hospederías para albergar a las comitivas. Lo mismo para los numerosos peregrinos. Nos lo recuerda el jesuita Francisco de Florencia en 1688 quien describe la riqueza de los adornos del templo y de sus dependencias, del retablo principal “de rica entalladura, primorosos pinceles de la vida y misterios de la Señora y tallas de otros santos...”.[3]

El templo era ya gracioso y rico en su género. Pero pronto tuvo que ser reparado debido a lo inadecuado del lugar para este tipo de edificaciones: un lugar lacustre y con poca solidez de tierra firme. Obras de este estilo se llevaron a cabo en tiempos del arzobispo Don Francisco de Aguiar y Seixas en 1684. Este arzobispo puso la primera piedra de un nuevo templo el 25 de marzo de 1695; sería la futura «Colegiata de Guadalupe», luego Basílica y actualmente Templo Expiatorio. El edificio se dedicó solemnemente el 27 de abril de 1709. Ese día se trasladó a la nueva Iglesia la Imagen de la Virgen de Guadalupe que había permanecido en la Parroquia de Indios, en el mismo Tepeyac, durante la construcción.

Fue durante aquel tiempo que la antigua ermita fue elevada a parroquia. Su elevación a Colegiata sigue un largo trámite en Roma que comienza el rey Felipe V de España y concluye su hijo Fernando VI en Madrid en 1749, comenzando la ejecución del mandato con la erección del Cabildo en 1750. Pero en aquellos años ya la Virgen de Guadalupe había sido reconocida como patrona de la Ciudad de México (1537) y pronto lo sería de toda la Nueva España (1746) y de los dominios del Imperio español. Benedicto XIV en 1755 confirma el patronato y concede misa y oficio propio.

El 12 de octubre de 1895 se efectúa la solemne coronación pontificia de la Imagen de la Virgen. Almas de su coronación canónica, decretada por el papa León XIII, fueron el entonces arzobispo de México Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos (que morirá antes de la coronación) y el venerable Don Antonio Plancarte y Labastida, XVI Abad de la Colegiata, y el nuevo arzobispo Don Prospero María Alarcón y Sánchez de la Barquera. En la Iglesia principal del Santuario, al ser agregada a la Basílica romana de San Juan de Letrán el 1° de mayo de 1904, comienza a ser llamado «Basílica».

Durante la persecución religiosa de comienzos del siglo XX

Durante los años más duros de la persecución religiosa anticatólica desatada durante los gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, la Imagen sufre un atentado dinamitero el 14 de noviembre de 1921 por instigación y planificación de los promotores de la persecución, del que milagrosamente la Imagen sale ilesa. En la Basílica quedan a la vista como testimonios elocuentes de aquel atentado, el crucifijo y los candelabros de bronce del Altar mayor, retorcidos y doblados sobre si por el tremendo impacto de la explosión.

Tras el atentado y al continuar las amenazas, se determina ocultar la Imagen. Por encargo del entonces abad de la Basílica, Feliciano Cortés, el pintor Rafael Aguirre pinta una copia del original que es colocada clandestinamente sustituyendo la Imagen original. Esta es escondida en un ropero y llevada a la casa del ingeniero Luis Murguía, situada en la calle de República del Salvador. Allí permanecerá escondida durante los tres años más virulentos de la persecución (1926-1929), cuando fue devuelta, también de manera clandestina a su lugar el 28 de junio de 1929.

Durante aquellos años de persecución, el culto público guadalupano fue suspendido y de hecho restringido a su mínima expresión. Pero el culto privado, y sobre todo en el corazón de los fieles creció con nuevo vigor en aquellos años de incertidumbre y de sangre. De hecho, los mártires morían gritando «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la virgen de Guadalupe!». Una reliquia del más joven de ellos, San José Sánchez del Río, la que estuvo en el altar papal de San Pedro el día de su canonización por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2017, se encuentra colocada en una hornacina en el interior de la Basílica.

La nueva Basílica

En el complejo de Guadalupe existen varias ermitas, capillas e iglesias. En la explanada, antes de subir al cerro del Tepeyac, emerge la moderna y gran Basílica, en forma de una inmensa tienda de campaña. La nueva Basílica fue una exigencia de la situación de grave deterioro de la antigua debido al terreno fangoso e inconsistente, y a los terremotos frecuentes en esta región de México. Se comenzó a construir en diciembre de 1974; el 12 de octubre 1976 la Imagen de la Virgen fue trasladada desde la antigua Basílica a su nueva Casa.

La antigua Basílica se ha convertido en «Templo Expiatorio Nacional de Cristo Rey». Muy cerca está el Baptisterio. Cierra la actual «Plaza Mariana» el Carillón, que cumple sus funciones en una especie de cruz atrial; la Vía Crucis, y un entorno de pequeñas capillas y oratorios que coronan el conjunto devocional de la Plaza.

A partir del siglo XVII se fueron construyendo en la pequeña geografía del Tepeyac otras ermitas relacionadas con el culto guadalupano. Entre ellas destaca, en las faldas del cerro, la «parroquia de indios» o de Juan Diego, que fue el lugar de la primera ermita construida tras las apariciones. A su izquierda, en el siglo XVIII, fue construido el monasterio de las monjas capuchinas, hoy parroquia, y muy cerca, a su derecha, la exquisita capilla barroca llamada del «Pocito», lugar donde Juan Diego habría tenido la cuarta aparición.

En la cima del Tepeyac se levanta la «Capilla del Cerrito», lugar donde la Virgen se habría aparecido a Juan Diego la primera vez y donde él cortó las flores que recogió luego en su tilma para llevárselas al obispo electo de México como signo divino. Se sube a ella a través de una primorosa escalinata entre rosales y árboles que han transformado el antiguo cerro yerto en un vergel. Desde la cima se contempla a sus pies la inmensa extensión del valle del Anáhuac y de la actual ciudad de México.

Desde la «Capilla del Cerrito» otra escalera baja al peregrino hasta la «Plaza Mariana», sumergido en un ambiente de cascadas y de jardines, donde se levanta un imponente conjunto escultórico que representa plásticamente «el encuentro de la Virgen de Guadalupe con el mundo indígena», con Juan Diego, y con el obispo fray Juan de Zumárraga. En una de las avenidas que llevan a la Basílica se está rehabilitando una nueva iglesia dedicada a San Juan Diego. Había sido construida antes de mediados del siglo XX como iglesia parroquial, pero las autoridades anticlericales la incautaron antes de su consagración convirtiéndola en un cine. En la vigilia de la canonización de Juan Diego, el 31 de julio de 2002, el Gobierno mexicano la devolvió a la Iglesia que la dedicó precisamente al nuevo Santo.

Los peregrinos de Guadalupe

“Si esta es la estructuración de las construcciones guadalupanas, ¿cuál es el paisaje humano que presentan? ¿Qué tipo de uso les dan los visitantes y peregrinos? ¿Cuál es el intercambio de los sujetos humanos con el mensaje del santuario y de unos en otros?” Tales son las preguntas que se hacen algunos observadores de la sociología religiosa.[4]

A medida que la gente se acerca al Santuario, este aparece como un hervidero de vida multicolor, de un inmenso e ininterrumpido conjunto polícromo de edades, etnias, trajes, proveniencias, de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, sin distinción. La gente trae sus velas y sus rosarios, sus cuadros y estampas para bendecir al final de cada misa y que llevará celosamente guardados a sus casas como reliquias santas de su peregrinación a la Casa de la Virgen. Y Casa de la Virgen Madre de todos lo es; no sólo porque allí todos tienen cabida y nadie se siente inferior o extraño, sino porque hasta todo el mundo se siente a gusto y tranquilo comiendo, donde puede sus tortillas y sus tacos.

A diario llegan peregrinaciones organizadas, a turno, por cada una de las diócesis de México, que de manera ordenada llegan al Tepeyac todos los días del año presididas por su propio obispo y clero. Llegan también numerosos grupos de personas o de gremios. A diario se ven parejas de novios, de recién casados, de familias alargadas o sencillas, con sus niños, jóvenes y ancianos, que peregrinan juntos. Los grupos se organizan con sus estandartes y banderas de telas, ofrendas florales y plumajes multicolores; danzas ancestrales y músicas de todo tipo y sabor tradicional acompañan el caminar de los peregrinos.

Es una manera claramente apasionada y sincera de profesar su fe, de rezar, de pedir gracias y de agradecer a la Virgen el don de sus cuidados maternos. «La flor y el canto», de raíces tan hondas en la cultura mexicana desde los tiempos prehispánicos, se expresa aquí en una sinfonía de múltiples partituras y notas. Muchos llegan a pie recorriendo algunos centenares de kilómetros durante días de penoso caminar, como la ya famosa peregrinación de la diócesis de Querétaro que trascurre en no menos de ocho días caminando para llegar a los pies de la Virgen. En este caso se cuentan por millares.[5]En una palabra, esta romería continua de peregrinos recuerda los antiguos relatos medievales de peregrinos a Santiago, Roma y Jerusalén. Quizá sea uno de los pocos santuarios católicos al mundo donde todavía se conserva este colorido.

Los grupos llegan con una devoción impregnada de profundo sentido del Misterio y que respira por todos sus poros los motivos de una peregrinación que en la mayoría de los casos ha sido acompañada por la fatiga y el sacrificio, también económico. Se ve gente que avanza de rodillas a lo largo de la esplanada hasta llegar al altar mayor de la Basílica, sostenidos por algún familiar o amigo. Otros que rezan y cantan y otros que entran para ponerse en las largas colas ante los confesonarios. Porque la Iglesia de la Virgen de Guadalupe es un lugar de reconciliación y de búsqueda de perdón y de paz.

La frase que según el «Nican Mopohua» la Virgen dijo a Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?” campea en la fachada de la nueva Basílica y expresa profundamente el mensaje de Guadalupe y la esperanza que se lee en los ojos conmovidos de todos estos peregrinos continuos. “Se nota en todos una mezcla de devoción, de alegría, de distensión, como de quien se siente en casa propia, acogido y esperado”.[6]

Los grupos pasan ante la Tilma de la Virgen, debiendo permanecer luego concentrados en la gran explanada (Plaza mariana) del Santuario. Los peregrinos se dirigen a contemplar y rezar ante la Imagen de la Virgen, que campea sobre el altar mayor, en el gran frontal interior de la Basílica. Pasan en silencio en procesión continua por las bandas corredizas, en continuo movimiento, a los pies de la Virgen, por debajo del Altar mayor. Antes o después la mayoría han participado a la Misa; muchos se han confesado y han comulgado. Todo empieza o concluye con aquel paso intenso ante la Tilma Santa de la Virgen cuya Imagen plasmada en la pintura con su cabeza inclinada hacia abajo parece mirar y abrazar tiernamente al peregrino.

Una peregrinación heroica: la de Querétaro

Entre las peregrinaciones de las diócesis mexicanas a la Virgen de Guadalupe destaca la de Querétaro, a más de 200 kilómetros de la Ciudad de México. La ciudad de Querétaro, cargada de historia y de belleza, es la capital del homónimo Estado; se encuentra situada en la región del Bajío, una de las zonas más fértiles de México. La ciudad es una encrucijada de caminos. Por ello fue testigo de importantes hechos a lo largo de la historia de México. Este centro recoge los caminos de aquella amplia región que se extiende desde las fértiles llanuras de la meseta del Anáhuac con sus cerros y hondonadas hasta la cordillera. De todos los rincones del Estado convergen en Querétaro los fieles que participan a la peregrinación más imponente, y por su modalidad más heroica a Guadalupe, un poco el paradigma de todas las peregrinaciones mexicanas. El motivo es que la mayor parte de los peregrinos caminan hasta Guadalupe a pie durante varios días.

Todo comenzó en septiembre de 1886 cuando el tercer obispo de la diócesis convocó una peregrinación para el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen. Así escribía el cronista de aquel año: “No faltaron personas que emprendieron el camino a pie, por encontrarse escasas de recursos, pero ricas en cambio de afecto y devoción a la excelsa Madre de Dios”. Era el comienzo de una tradición creciente de peregrinos caminantes. Desde entonces la peregrinación a pie ya no cesaría hasta neustros días. Cada año se fue enriqueciendo de nuevos aspectos.

Confluían en Querétaro de todos los rincones: de los ranchos y pueblos de la sierra y de la meseta. Al principio participaban a pie masivamente sólo los hombres. Al pasar por las poblaciones la gente se desvivía en ayudar en lo que podía a los caminantes. En 1892 el obispo escribía una carta pastoral a sus diocesanos llamándoles a peregrinar. Recordaba el sentido del gesto en un contexto en el que la fe católica estaba siendo vilipendiada con frecuencia. La gente se empezó a organizar y hasta se montó un pequeño servicio de asistencia sanitaria para los enfermos o accidentados en el camino. Surgió enseguida incluso un comité de eclesiásticos y seglares que coordinaba los diversos servicios y aspectos de la peregrinación. Con el tiempo llego a crear un boletín de noticias.

Los peregrinos caminaban juntos, precedidos por sus respectivos estandartes y banderas, bandas de música, con sus atuendos tradicionales y con sus danzas profundamente religiosas. Cada vez más la peregrinación expresaba el sentir católico del pueblo mexicano y con el tiempo llegó a ser una de sus manifestaciones públicas y en algunos momentos las únicas obligadamente toleradas por los gobiernos hostiles que se empeñaban en arrancar con la violencia la fe católica de todo un pueblo. En 1912 en medio de la guerra civil revolucionaria todas las diócesis mexicanas se vieron obligadas a suspender las peregrinaciones a Guadalupe. La única que lo hizo, y lo hizo a pie, fue precisamente la de Querétaro. Entre 1913 y 1916 la revolución mexicana creció con ritmos de crueldad; no se podía caminar entre los peligros de asaltos y de luchas. Por ello sólo algunos grupos pudieron visitar de manera discreta el Santuario. De nuevo sólo Querétaro fue pertinaz y llevó a cabo su 28° peregrinación anual. Los años que van desde 1920 a 1929 marcan los momentos más altos de la persecución religiosa. Los peregrinos siguieron caminando a Guadalupe, acompañados con sus orfeones y estandartes sin miedo a las represiones y la violencia que asolaba precisamente a las comunidades católicas, especialmente del centro del país. Precisamente en 1922 se fundó la pía Unión de Peregrinos.

Sólo en 1927 y 1928 no se pudo realizar la peregrinación porque los obispos mexicanos habían suspendido el culto público en toda la nación como protesta por la violencia y las continuas vejaciones del Gobierno contra los católicos. Pero a pesar de todo, muchos, desde las lejanas tierras del Bajío de Querétaro siguieron caminando hacia Guadalupe contra viento y marea. Así escribía el obispo diocesano al celebrarse el primer centenario de las peregrinaciones: “No han faltado interrupciones en nuestra peregrinación... dadas las circunstancias, los prelados anunciaban a los fieles que no los invitaban a la peregrinación. Pero al mismo tiempo, decían que les sería muy grato que emprendieron el camino todos lo que pudieran hacerlo, y aun nombraban comisiones que representaran a toda la Diócesis”.

Las peregrinaciones se reorganizan de nuevo en 1930, y la de Querétaro ya contaba con sus animadores y padres espirituales, servicios de ayuda al caminante y momentos de parada y reflexión. Escribe el libro del peregrino «Querétaro evangeliza peregrinando»:

“Nuestros antepasados pertenecían a tribus que peregrinaban continuamente y que luchaban entre sí con el fin de establecerse en los mejores sitios. Padecían a causa de la privación de lo necesario y vivían en condiciones infrahumanas en repetidos casos. Su existencia llegaba al dramatismo. Hoy día nuestros pueblos siguen peregrinando. Cada uno de nosotros se desenvuelve en una interminable peregrinación... Y quizá los obstáculos para tener un feliz peregrinar en la vida diaria por momentos parezcan insuperables; causan dolores y angustias. Mas, el peregrinar es interminable, continuo.

Por eso, nuestra persona debe estar iluminada por el resplandor de la esperanza. Dios, en efecto, está al pendiente y hoy como ayer dice: «He visto la aflicción de mi pueblo; he oído sus gritos de dolor. Conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso, he bajado para hacerlo subir a la tierra espaciosa y fértil» (Exodo 3, 7-8).Cristo mismo nos da el ejemplo, nos ha enseñado a transformar los sufrimientos en camino de redención y siempre está con nosotros (Mt. 28, 20)”

Una evidencia de la fe del pueblo

Las peregrinaciones a la Basílica de la Virgen de Guadalupe son evidencia de la fe del pueblo. Este es el espíritu que uno ve en los peregrinos que aquí llegan. Lo he palpado con la mano en el caso de Querétaro participando de cerca en la peregrinación de julio del 2002 en la que llegaron a pie quince mil mujeres y veinticinco mil hombres, más de la mitad jóvenes. La peregrinación estuvo encabezada por su obispo, Mons. Mario de Gasparín Gasparín, que como siempre han solido hacer los obispos de la diócesis, había dirigido una carta pastoral sobre el tema a sus diocesanos. La peregrinación se encuentra animada por un director espiritual, nombrado por el obispo y por un presidente laico, elegido por los presidentes y jefes de los grupos.

Desde hace ya muchos años en la peregrinación a pie participan, divididos por grupos, hombres y mujeres de todas las edades y condiciones. La peregrinación comienza unos 15 días antes de su llegada a Guadalupe. Muchos peregrinos emplean hasta una semana a bajar de los ranchos de la Sierra o a cruzar los llanos de la meseta hasta Querétaro. Desde aquí y en jornadas bien programadas, el río de peregrinos caminan como un pueblo unido hacia la meta del Tepeyac, divididos en columnas y por comunidades de pueblos y parroquias, y animados por una multitud de sacerdotes y seglares voluntarios.

Cada año la peregrinación tiene un tema de catequesis de fondo, por lo que se ha convertido en una especie de larga misión popular o de ejercicios espirituales colectivos, de romería y de fiesta de la memoria católica personal y colectiva de todo un pueblo. De hecho los romeros se confiesan en el camino, escuchan pláticas en las paradas, celebran la misa y comulgan, cantan y danzan en honor de Santa María de Guadalupe. Los peregrinos a pie empiezan a llegar a Guadalupe hacia las 6 de la madrugada y continuan a lo largo de toda la mañana, hasta las tres o las cuatro de la tarde; ya les esperan varios millares que los que han precedido en camiones, autobuses y coches. Entran cantando y rezando el rosario en la basílica para pasar ante la Señora del Tepeyac; siguen hasta la gran explanada del Santuario donde continúan las danzas religiosas, las representaciones y los rezos, divididos por parroquias, pueblos y comunidades. Hacia las tres de la tarde se celebra la Misa presidida por su obispo desde el balcón central de la Basílica. En la peregrinación del año 2002 eran más de 50.000 los que habían recorrido aquel largo camino de peregrinación.

Contemplando durante un par de horas su paso ante la Tilma Santa, sus rostros expresivos, sus manos dirigidas hacia la Virgen, sentí varias veces un temblor en lo más profundo de mi ser, una emoción profunda como pocas veces la había sentido antes en mi vida. Los peregrinos cuando pasan ante la Virgen enmudecen. Ya no se canta ni se susurra, se mira y se contempla, se reza con las expresiones y ciertamente en lo profundo del corazón. Aquellos gestos sin palabras y sin ruidos, no obstante el hecho de ser millares, me llenaron a mí también de silencio profundo y de adoración del Misterio. Esto es Guadalupe. Y esto son las peregrinaciones diarias y normales que se ven cada fin de semana, o las extraordinarias como esta.

Todos en la misma grada

La imagen de la Virgen, estampada en la tilma del indio Juan Diego, es en la práctica un «evangelio», y el vidente Juan Diego su evangelista, «teomama» (el que lleva a Dios), como dirían los antiguos mexicas. Aquel cuadro y lo que representa fue señal para el primer obispo de México, el español Zumárraga, del significado de aquel hecho. El cuadro le era consignado precisamente a él para darle efecto de difusión. Por ello el obispo se convertía, también para aquellos mexicas en su «amoxhua» (el dueño del amoxtli, o lienzo), igualándolos a ambos en aprecio y dignidad.

La Virgen distinguía así en esa forma, conjunta y solidariamente, a un indio y a un español: a un indio, uno como todos, y a un español, la máxima autoridad religiosa, los hizo iguales, “los puso en la misma grada”, de rodillas ante el Misterio, para usar una acertada frase del político anticlerical Ignacio Manuel Altamirano a mediados del siglo XIX,[7]Hizo así realidad una reconciliación de gentes y de pueblos, que a ojos humanos parecía imposible. Ante la misma grada del altar guadalupano, como recordaba Altamirano, desaparecían todas las diferencias sociales; es lo mismo que hoy día se puede ver en el grandioso cuadro escultórico en los jardines de la subida al cerro del Tepeyac, pero sobre todo es la realidad viva que se contempla a diario en el Santuario de Guadalupe.

En el Santuario de Guadalupe, como en todos los santuarios cristianos, “tiene lugar un encuentro fundamental que revela dimensiones diversas y se ofrece bajo aspectos diferentes [...]. Para el cristiano, la peregrinación, vivida como celebración de su fe, es una manifestación cultural que debe cumplir con la fidelidad a la tradición, con profundo sentido religioso y como vivencia de su existencia pascual”.[8]

NOTAS

  1. En el 2020, desde la primavera a lo largo de todo el año, debido a la pandemia causada por el “coronavirus”, se aplicaron al Santuario de Guadalupe las disposiciones sanitarias pertinentes, limitando de manera muy radical el aflujo de peregrinos, por lo que las estadísticas ofrecidas no se pueden aplicar para el año 2020.
  2. MIGUEL SÁNCHEZ, Relación de la Milagrosa Aparcición de la Santa Imagen de la Virgen de Guadalupe de México [...] (Madrid 1622), Ed. México 1781, 15-16.
  3. FRANCISCO DE FLORENCIA, Estrella del Norte de México, México 1688, 185-187.
  4. PAOLO GIURIATI - ELIO MASFERRER KAN (coordinadores), No temas... yo soy tu madre. Estudios socio antropológicos de los peregrinos a la Basílica, Centro Ricerche Socio Religiose - Plaza y Valdés Editores, México 1998, 50-51.
  5. Son varias las diócesis mexicanas de estados colindantes con la Ciudad de México que efectúan una vez al año peregrinaciones multitudinarias a pie, como Querétaro, Edo. de México, Puebla... Destaca la de Querétaro que según los datos de los 19 años primeros del siglo XXI (hasta 2019) se calcula en una media de casi 50.000 los peregrinos a pie.
  6. PAOLO GIURIATI - ELIO MASFERRER KAN (coordinadores), No temas.., 50.
  7. IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO, La Fiesta de Guadalupe, México 1884, 1130-1133.
  8. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Orientaciones y propuestas paqra la celebración del Año Mariano, en Notitiae, 23 (1987) 342-396.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ