Diferencia entre revisiones de «PERSECUCIÓN EN MÉXICO; intervenciones de Pío XI»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Esta encíclica, fechada el 3 de junio de 1933, está dirigida a los cardenales españoles Francisco Vidal y Barraquer arzobispo de Tarragona, Eustaquio Ilundáin y Esteban arzobispo de Sevilla, y a los otros arzobispos y obispos, a todo el clero y pueblo de España: “sobre la injusta situación creada a la Iglesia Católica en España”.  
 
Esta encíclica, fechada el 3 de junio de 1933, está dirigida a los cardenales españoles Francisco Vidal y Barraquer arzobispo de Tarragona, Eustaquio Ilundáin y Esteban arzobispo de Sevilla, y a los otros arzobispos y obispos, a todo el clero y pueblo de España: “sobre la injusta situación creada a la Iglesia Católica en España”.  
  
En ella el Papa señala que la persecución movida contra la Iglesia en España, proviene por ''“el odio que contra el Señor y contra su Cristo fomentan sectas subversivas de todo orden religioso y social, como por desgracia vemos que sucede en Méjico y en Rusia”.'' Este señalamiento dará pie a la posterior nota historiográfica llamada «el terrible triangulo»: Rusia, Mexico y España, con la cual Pío XI referirá las persecuciones contra los cristianos en estos países.  
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En ella el Papa señala que la persecución movida contra la Iglesia en España, proviene por ''“el odio que contra el Señor y contra su Cristo fomentan [[PERSECUSIÓN_EN_GUATEMALA;_La_invasión_de_las_sectas_fundamentalistas | sectas]] subversivas de todo orden religioso y social, como por desgracia vemos que sucede en Méjico y en Rusia”.'' Este señalamiento dará pie a la posterior nota historiográfica llamada «el terrible triangulo»: Rusia, Mexico y España, con la cual Pío XI referirá las persecuciones contra los cristianos en estos países.  
  
  
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Revisión del 05:25 16 nov 2018

Resumen de las intervenciones del Papa Pío XI ante la persecución religiosa:

Titulo Fecha Ocasión Destinatario (s)
Discurso a peregrinos mexicanos 10 Octubre 1925 Año santo de 1925 150 Peregrinos mexicanos
Alocución Jam Annus 14 Diciembre 1925 Consistorio Cardenales de la Curia
Chirographus 3 Abril de 1926 Celebración del Sábado Santo Cardenal Pompili
Paterna Sane 2 Febrero de 1926 Protesta contra las leyes injustas y hostiles. Mons. José Mora y del Río, Arzobispo de México
Iniquis Afflictisque 18 Noviembre 1926 Protesta y tácticas de acción contra las leyes injustas. Patriarcas, arzobispos, obispos en comunión con la Santa Sede
Alocución Misericoria Domini 20 Diciembre 1926 Consistorio Colegio Cardenalicio
Acerba Animi 29 Septiembre 1932 Protesta y recomendaciones Arzobispos y obispos en comunión con la Santa Sede
Dilectissima nobis 3 Junio 1933 Oración por Rusia, México y España Obispos españoles
Firmissiman constantiam 28 Marzo 1937 Sobre la situación religiosa Al Episcopado Mexicano



1. Discurso a los peregrinos mexicanos

La primera actitud que tiene el Santo Padre respecto a la problemática que vivían sus hijos mexicanos después de la Revolución mexicana, la promulgación de la Constitución de 1917, los constantes atentados contra las personas y bienes eclesiásticos, en varias ocasiones es invitar a orar por México. Un claro testimonio que nos refleja que los mexicanos estaban cerca del corazón del papa, lo atestigua el recibimiento en la sala del consistorio el día 10 de octubre de 1925 de 150 peregrinos mexicanos:

“El santo Padre por tanto haciendo fervientes votos a fin que los frutos de paz y de tranquilidad maduren por todo el país, para todos los mexicanos, para toda la bella y grande patria de aquellos queridos peregrinos. No puede faltar un grande acontecimiento a un país que Dios ha enriquecido no solo de bienes materiales, sino de riqueza de inteligencias, de almas.”[1]

La invitación a orar que el papa hace para que la religión católica sea tratada en México como merece la fe de sus habitantes, la podemos considerar como la primera intervención sobre el asunto mexicano, y se da en el contexto del año santo.[2]

Esta invitación se complementaba con una estrategia diplomática que pudiera salvar la situación,[3]pero sin duda el papa depositaba su confianza en la oración, e insistía en confiarse a la intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe, y al mismo tiempo orar por la conversión de los perseguidores.[4]

2. Alocución consistorial «Jam Annus» y el «Chirographus»

Es en el consistorio del 14 de diciembre de 1925 donde Pío XI aborda por vez primera, de manera oficial la situación de México, al dirigirse a los cardenales e invitar al mundo a orar por tan querido país,[5]pidiendo al Cardenal Pompili que se hiciera oración por el pueblo y el clero de México:

“Ahora deseando nosotros vivamente que no solamente los católicos de la urbe, sino todavía cuantos están en todo el orbe se unan a nosotros en oración por los hermanos de fe perseguidos y afligidos, damos a usted eminentísimo Señor Cardenal, el encargo de hacerse eficaz interprete de este nuestro deseo ante el clero y el pueblo de Roma y diócesis nuestra, seguros que se difundirá, como rápida la noticia así pía y cordial la imitación de cuanto se sabrá de lo hecho por la Iglesia Madre y centro de todas las demás”.[6]

Es claro que ante más se agudizaba la crisis de la persecución en México, el Papa insistía a través del Secretario de Estado Pietro Gasparri, quien dirige una carta a todo el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, que se aumente la oración por México: “Ahora pero, continuando las angustias de los hermanos mexicanos, es necesario que se aumenten las oraciones por ellos.”[7]

3. Carta Apostólica «Paterna Sane»[8]

Es ya en esta carta apostólica donde abiertamente el papa expresa su inconformidad por las leyes tan injustas que se viven en México, sin duda queriendo guardar prudencia con un deseo de pacificación, ya siendo bastantes los atropellos no solo contra miembros de la Iglesia en México, sino además cree oportuno a la vez denunciar la expulsión del delegado apostólico.

En los pronunciamientos referentes a México, el mundo católico se dará cuenta de que en México, efectivamente se vivía una feroz persecución religiosa anticatólica, y una ruptura de los derechos a la libertad religiosa más elementales.[9]

Este primer documento oficial con fecha del 2 de Febrero de 1926 dictado por el papa Pío XI, es dirigido en primer lugar al Arzobispo de la ciudad de México, Mons. José Mora y del Rio, quien para aquellos años era el presidente del Comité episcopal, y también es dirigido a los demás arzobispos y obispos de la República Mexicana.

No es de sorprender que el papa señale cómo, en un país en su mayor parte católico, sufra este tipo de vejaciones, indignas de un país civilizado, además de que al inicio de su papado se ha mostrado solidario y atento a la problemática por la que se atraviesa. Comienza la protesta señalando el carácter de las leyes:

“Es superfluo recordar cuán inicuas son las leyes y las prescripciones que, de parte de los gobernantes hostiles a la Iglesia, han sido impuestos a los ciudadanos de la Republica Mexicana. Vosotros que las habéis soportado por tanto tiempo, bien sabéis cuanto se alejan de los principios del ordenamiento racional y del bien común; tanto que ni siquiera merecen el nombre de leyes.”[10]

Ya los obispos habían protestado contra la Constitución y contra las reformas que en el mes de enero había hecho el presidente Calles, señalando que se opondrán siempre por medios pacíficos. A pesar de ello los jacobinos no dejarán de insultar y despreciar a quienes se oponen a la «ley Calles».[11]De hecho, todo pronunciamiento de los obispos será visto como una provocación al gobierno.

Pío XI señala la hipocresía del gobierno mexicano de negarle libertad a la Iglesia Católica, mientras favorecía la creación de una iglesia nacional cismática. Sin duda estas notas indican que el Papa estaba bien enterado de la situación, tanto por el comité de obispos presentes en Roma, como a través de las cartas del arzobispo de México, de la Delegación apostólica en Estados Unidos, y de las embajadas de los países acreditados en México, que sin duda reportaban todo lo que en esos años acontecía en el país.

Pío XI, el llamado «Papa de la Acción Católica», invita a los obispos que hagan patente un trabajo armónico y disciplinado, al que el mismo Pío XI se referirá diciendo:

“Hemos dicho Acción católica. En efecto, en la difícil condición en la que os encontráis, es absolutamente necesario, Venerables Hermanos, que vosotros, todo el clero y también las asociaciones católicas, os mantengáis completamente fuera de cualquier partido político, para no ofrecer a los adversarios algún pretexto para confundir vuestra fe con un partido o facción cualquiera.”

“Además, el clero no deberá desinteresarse de los asuntos ciudadanos y políticos; es más bien, aun manteniéndose completamente fuera de cualquier partido político, deberá, como corresponde a la función sacerdotal, salvadas las exigencias del ministerio sagrado, contribuir al bien de la Nación, no solo ejercitando con diligencia y escrupulosamente los derechos y deberes que les corresponden, sino también contribuyendo a la formación de la conciencia de los fieles según las normas indefectibles de la ley de Dios y de la Iglesia, a fin de que cada uno cumpla cuidadosamente con sus propias obligaciones públicas.”[12]

En síntesis, este primer documento referido al episcopado mexicano y en él a todo el pueblo de México, el Papa muestra su paterna preocupación y protesta contra las leyes tan injustas y hostiles que oprimen a la Iglesia mexicana, además de la forma como han sido tratados sus representantes pontificios, y sin duda lo más importante, cual debe ser el actuar de la Iglesia, de los obispos y del clero en esa situación.

Este primer documento descubre que el problema era que se atentaba contra la libertad de la Iglesia, en cuanto Calles con sus famosas leyes pedía la limitación de los sacerdotes, además de su registro, y el control del culto.[13]El Papa y los obispos esperan una respuesta, la que efectivamente dará el presidente Calles.

En una entrevista hecha al presidente Calles, éste afirma: “Naturalmente que mi gobierno no piensa ni siquiera suavizar las reformas y adiciones del Código Penal que han tomado como pretexto líderes políticos católicos y malos prelados en nuestro país, para oponerse a la obra reconstructiva y revolucionaria social que estamos llevando a cabo, y cada manifestación de animosidad u oposición, o estorbo a las tareas administrativas de mi gobierno se traducirá forzosamente en nuevas medidas de represión para quienes no acaten o desconozcan las leyes de México…Acciones como esta amenaza de paralización de la vida económica de México.”[14]

La concepción liberal del Estado que hace de la Iglesia un instrumento sometido a él, dictándole todas las condiciones, el número y registro de los ministros, y las reglas en las que tiene que desenvolver su ministerio, no permitía que ésta pudiese continuar con su misión pastoral en el cuidado de las almas. Esta concepción se vio claramente en el intento de crear una iglesia nacional cismática liberada de Roma, pero si bajo la tutela del Estado.

En esta compleja situación, los obispos mexicanos a través de una carta pastoral colectiva deciden suspender el culto el 1° de agosto de 1926, día en que entrarían en vigor las reformas hechas al código penal (Ley Calles). Todo esto hirió en lo profundo la sensibilidad del pueblo fiel y sencillo, que en sus conciencias sabían que el atentado a la libertad religiosa era no solo contra la jerarquía de la Iglesia, sino contra el mismo pueblo católico.

Se suspendió el culto, pero los templos quedaron abiertos, sin sacerdote y sin sacramentos durante casi tres años. Mientras esto ocurriría, la persecución comenzó a cobrar víctimas: sacerdotes y laicos fueron perseguidos, los obispos expulsados. Ya no es solo una persecución basada en leyes, sino que se llega al enfrentamiento armado, donde los obispos insisten en evitar la violencia,[15]a pesar de lo cual son acusados por el gobierno de promover la lucha armada.

Esta situación ocasionará que en el mismo episcopado se dividan las opiniones: unos a favor de una resistencia animando a los alzados, otros buscando una solución pacífica. Encontramos también el testimonio de dos obispos que decidieron quedarse con su pueblo: Mons. Francisco Orozco y Jiménez, y el obispo de Colima, quienes tomaron la opción práctica no de apoyar la lucha armada de los cristeros, pero si prestarles los auxilios espirituales necesarios, al igual que muchos otros sacerdotes que protegidos por los mismos feligreses ejercían su ministerio de manera clandestina.

4. Encíclica «Iniquis Afflictisque»[16]

Era notorio que la situación en México había alcanzado su límite; a los artículos constitucionales jacobinos (3, 5, 14, 27 y 130) se sumaban las leyes promulgadas por Calles en la inaceptable contradicción de imponer a un pueblo en su mayoría católico, leyes que Pío XI no consideraba como tales. Con el cese del culto público vinieron las primeras manifestaciones de violencia, la cerrazón del gobierno, los obispos que protestan y son expulsados, los bienes materiales de la Iglesia destruidos. Y ante esto, una abierta posición de la gente sencilla por defender su fe.

Es precisamente en este marco donde el Papa dirige un segundo documento oficial sobre la persecución contra la iglesia en México: la carta encíclica «Iniquis Afflictisque», de fecha 18 de Noviembre de 1926, dirigida a los reverendos patriarcas, primados, arzobispos, obispos y demás ordinarios locales que están en paz y comunión con la sede apostólica.

El papa deja entrever lo delicado del problema que azota México, pero sobre todo que se llegue a minar la libertad de la mayoría por una minoría sectaria que: “…promueven una despiadada persecución. Tal que ni en los primeros tiempos de la Iglesia ni en los tiempos sucesivos, los cristianos fueron tratados en un modo más cruel, ni sucedió nunca en lugar alguno que, conculcando y violando los derechos de Dios y de la Iglesia, un restringido número de hombres, sin ningún respeto por su propio honor, sin ningún sentimiento de piedad hacia sus propios conciudadanos, sofocara de manera absoluta la libertad de la mayoría con argucias tan premeditadas añadiéndose una apariencia de legislación para disfrazar tal arbitrariedad.[17]

El Papa subraya que el gobierno mexicano tiene “un odio implacable contra la religión, además que ha seguido aplicando con dureza y violencia incluso mayor sus leyes inicuas”, y una vez más se refiere al modo en que fueron tratados los delegados apostólicos, señala como con la Constitución del 1917 la Iglesia es despojada de todo derecho.

Cuando el Papa hace mención de la ley promulgada el 2 de Julio (ley Calles), señala como una perversidad el ejercicio de la autoridad de ese modo, pues fue secundada por leyes promulgadas en diversos estados; en algunos los sacerdotes deberían estar casados para ejercer su ministerio, además de ser mexicanos por nacimiento.

Pío XI reconoce la labor de los obispos que intentaron de diversos modos defender la libertad y la dignidad de la Iglesia, pues el episcopado siempre rechazó el reconocimiento de tales “leyes”.[18]A través de cartas pastorales colectivas afirmaban que aceptar una de esas leyes era aceptar convertir a la Iglesia en sierva y entregarla como esclava a los gobernantes del Estado, y estableciendo como medida prudente el cese del culto público.

No cabe la menor duda de que el papa estaba bien informado, y como signo de ello menciona la labor de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, de las distintas asociaciones que de manera gallarda y organizada se oponían a sus adversarios, loando a la vez la disposición de los sacerdotes en obediencia a sus superiores que resisten y a la vez desempeñan con devoción y entrega su ministerio, aún a pesar de condiciones tan adversas, y el heroísmo de seglares que alcanzaron las palmas del martirio.

Dice el Papa: “Más aún, Venerables hermanos, algunos de aquellos adolescentes y de aquellos jóvenes - y al decirlo apenas podemos contener las lágrimas-, con el Rosario en las manos y en las invocaciones a Cristo Rey han encontrado voluntariamente la muerte; a nuestras vírgenes, encerradas en las cárceles, les han sido infligidos los más indignos ultrajes, y esto se ha divulgado a propósito para intimidar a las otras y hacerlas desistir de sus compromisos”.[19]

En resumen, esta carta encíclica que el Papa dirige a México a través de los obispos, es una clara protesta contra las leyes inicuas, pero a la vez del reconocimiento de la fe y el valor de los fieles mexicanos que ha sabido oponerse al adversario.

A diferencia de la exhortación apostólica «Paterna Sane», la «Iniquis Afflictisque» no da normas para la actuación de fieles y obispos. El papa termina su encíclica pidiendo la intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe patrona de la nación mexicana.

5. Alocución Consistorial «Misericordia Domini»

Otra prueba de que el Papa estuvo pendiente de la Iglesia en México la encontramos en la alocución consistorial del 20 de Diciembre de 1926 «Misericordia Domini».[20]Retomando palabras de la encíclica «Iniquis Afflictisque», señala la terrible persecución que vivía la Iglesia mexicana.

6. Encíclica «Acerba Animi»[21]

Será hasta 1932 cuando el Papa Pío XI vuelva a dar un documento sobre la situación de la Iglesia en México, y será con motivo del incumplimiento de los “arreglos” de 1929 por parte de los gobiernos del Maximato.

Los “arreglos” habían puesto fin a la Cristiada y establecían un especial « modus vivendi» que parecía poder restaurar la práctica de la fe al pueblo mexicano a la Iglesia.[22]Sin embargo no todo lo acordado de manera oral fue cumplido; por el contrario, el gobierno desencadenó todavía más la persecución, tomando a la educación como principal campo de lucha; se decretó la expulsión de varios de los obispos, se cerraron nuevamente seminarios y escuelas. Sin duda el panorama como lo describe la Civiltá Cattolica no era nada alentador:

“Cambian las condiciones políticas, pero no son mucho mejoradas las condiciones religiosas y morales. Permanece el programa radical de los enemigos de la Iglesia; difusión de nuevas ideas como el bolchevismo y el comunismo; la alteración del sentimiento moral; la supresión del pudor cristiano; la corrupción de la niñez y de la juventud.”[23]Esto que reporta el órgano informativo de la Compañía de Jesús, sin duda afligía al Santo Padre.

Los obispos mexicanos mantendrán comunicación ahora con el Cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, quien sustituye al Cardenal Gasparri en la Secretaría de Estado, y con quien el Papa seguía el desarrollo de la situación mexicana. Para esos años, Pío XI en sus intervenciones sobre la persecución religiosa incluirá además de México, a España y Rusia.[24]

Es en este clima turbulento donde nuevamente el Papa se dirige a los obispos, a los sacerdotes y el pueblo de México; ahora con su encíclica «Acerba Animi», fechada el 29 de septiembre de 1932. “De iniqua rei catholicae condicione in mexicana republica”.

Se sitúa prácticamente en la misma línea de la «Iniquis Afflictisque», condenando nuevamente las leyes; reconociendo el valor con el cual se han enfrentado los fieles aún en peligro de la propia vida. Señala que los “arreglos” del año de 1929 eran un oportunidad para la reintegración de la dignidad de le Iglesia, en atención a las reiteradas declaraciones del gobierno de Emilio Portes Gil en el sentido de que no se pretendía destruir la identidad de la Iglesia, lo cual era solo en el discurso pero no en la práctica.

No obstante, el meollo de la carta encíclica se centra en el incumplimiento de los acuerdos que buscaban la conciliación y la paz, pero que por el contrario se continuó con la persecución de obispos, sacerdotes, y fieles. El Papa hace recomendaciones en cuanto a la actitud de la Iglesia y los católicos respecto a las leyes, además de lo práctico:

“Por tanto, en lo referente a la norma de conducta practica, no encontrándose el clero coartado de la misma manera en los distintos estados federales y no habiéndose violado en el mismo grado la dignidad de la jerarquía eclesiástica en los diferentes estados, se deduce la consecuencia que de la línea de conducta de la Iglesia y de los fieles cristianos debe ser distinta y adaptarse a las diferentes maneras con que se ejecutan en la práctica los decretos referidos.”[25]

Y esta línea de las recomendaciones prácticas, Pío XI insiste en actuar con una estricta obediencia y una total unidad de acción; invitando a los sacerdotes a que ejerciten su ministerio a favor de la juventud y la clase obrera; para ello recomienda que se funde la « Acción Católica» como ya lo había indicado en la encíclica anterior:

“Por todo lo cual no podemos dejar de recomendaros una vez más lo que, como sabéis, llevamos en el corazón, a saber, que, de acuerdo con las normas que dimos por medio de nuestro delegado apostólico, se funde y crezca cada día más la Acción Católica. Sabemos muy bien que es ésta una empresa muy ardua, sobre todo al principio, y más aún en las presentes circunstancias; sabemos que no siempre es posible recoger con rapidez los frutos, pero sabemos también que la Acción Católica es necesaria y que es más eficaz que cualquier otro medio de acción; necesidad y eficacia probadas con toda evidencia por la experiencia de las naciones que han salido por ese medio de crisis persecutorias muy parecidas a la vuestra”.[26]

El Papa recomienda esto que le era tan cercano al corazón como una medida para poder restaurar todo lo que tanto la revolución, las leyes, y la misma persecución había destruido. Finaliza con una invitación a que los fieles se unan más estrechamente a la Iglesia y a su jerarquía, reconociendo que a pesar de las situaciones tan dolorosas, la Iglesia se mantuvo en constante obediencia a la Santa Sede, y motiva a seguir defendiendo sus derechos.

7. Encíclica «Dilectissima nobis».[27]

Esta encíclica, fechada el 3 de junio de 1933, está dirigida a los cardenales españoles Francisco Vidal y Barraquer arzobispo de Tarragona, Eustaquio Ilundáin y Esteban arzobispo de Sevilla, y a los otros arzobispos y obispos, a todo el clero y pueblo de España: “sobre la injusta situación creada a la Iglesia Católica en España”.

En ella el Papa señala que la persecución movida contra la Iglesia en España, proviene por “el odio que contra el Señor y contra su Cristo fomentan sectas subversivas de todo orden religioso y social, como por desgracia vemos que sucede en Méjico y en Rusia”. Este señalamiento dará pie a la posterior nota historiográfica llamada «el terrible triangulo»: Rusia, Mexico y España, con la cual Pío XI referirá las persecuciones contra los cristianos en estos países.


8. Encíclica «Firmissimam constantiam»

A pocos días de la publicación de las encíclicas «Mit brennender Sorge» (14 de Marzo de 1937) sobre la situación de la Iglesia en Alemania, y la «Divinis Redemptoris» (19 de Marzo 1937) sobre el comunismo ateo, Pío XI publica la «Firmissimam constantiam» (28 de marzo de 1937, dirigida al episcopado mexicano, sobre la situación religiosa en México.

Es en esta última donde el Papa reconocía la legitimidad de la insurrección de los cristeros,[28]pero no solo eso, señalaba varias líneas para lograr en el país una restauración cristiana, teniendo como marco siempre la Acción católica.

En toda esta dinámica, el Papa aborda el tema de la educación de la niñez y de la juventud mexicana, el cómo los ciudadanos tienen que buscar los caminos para encontrar los cambios políticos necesarios para asegurar la libertad religiosa. Reconoce la valentía de los mexicanos señalando que no es muy conocida la constancia de tantos fieles mexicanos que profesan ardientemente la fe católica, con el contraste de muchos tibios y tímidos que ya sea por respeto humano o por temor, adoran a Dios solo en su conciencia y han caído en la seducción de los enemigos de Dios, y por tanto han promovido la descristianización del pueblo.

Pío XI señala que ante tales situaciones difíciles existen medios eficaces para una restauración cristiana, para continuar con la práctica de una vida cristiana y fervorosa. Señala dos cosas importantes: primero la santidad de los sacerdotes, y en segundo lugar una formación de los seglares tan apta y cuidadosa que los haga capaces de cooperar fructuosamente con el apostolado jerárquico.

“A vosotros, por consiguiente, compete emplear (como os esforzáis ya en hacerlo) estos principios fecundos, para resolver las graves cuestiones sociales que hoy perturban a vuestra patria, como por ejemplo, el problema agrario, la reducción de los latifundios, el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores y de sus familias.”[29]

Es claro que el papa tenía presente la importancia que tuvo la Iglesia en la «cuestión social» en las primeras décadas del siglo XX, por eso nuevamente invita a ocuparse de la cuestión social, de manera especial el cuidado a los obreros y campesinos, y también de los emigrantes mexicanos, procurando la instrucción religiosa de los estudiantes, que debe ser el primado intelectual de su formación.

En 1934 los gobiernos del Maximato habían establecido la educación socialista, y por ello la encíclica también se refiere al cuidado de los niños con dos medidas: una, alejar a los niños de la escuela impía y corruptora, y la otra, darles a los niños una esmerada instrucción religiosa y la debida asistencia para mantener su vida espiritual. Previene el papa de la opción que la Iglesia debe hacer de la niñez y la juventud, con tal de alejarlos de los peligros que siembran la prensa inmoral y antirreligiosa; para ello pide la organización de las ligas de padres de familia, comités de moralidad, etc.


Las propuestas que va más allá de la protesta en una acción católica conjunta, explica el Papa que se indican cuando se atacan las libertades religiosas y cívicas de los ciudadanos católicos, a quienes pide no se resignen pasivamente a renunciar a tales libertades, y que cuando los poderes constituidos se levantan contra la justicia y la verdad hasta destruir aun los fundamentos mismos de la Autoridad, no se ve cómo se podría entonces condenar que los ciudadanos se unieran para defender a la Nación y defenderse a sí mismos con medios lícitos y apropiados.[30]

NOTAS

  1. D. BERTETTO, Discorsi di Pio XI, vol. 1, Societá Editrice Internazionale, Torino 1960, 465. Cf L’Osservatore Romano, 12-13 Ottobre 1925, 3. Este encuentro se encierra en la celebración del Año Santo, precisamente el año 1925, en la que el papa, señala que ojala esta oración llegue a ser la oración de todas las almas de los mexicanos.
  2. La legislazione persecutrice nel Messico, en La Civiltá Cattolica 77 (1926,III), 289.
  3. E. CHÁVEZ SÁNCHEZ, La Iglesia de México entre dictaduras, revoluciones y persecuciones, 162.
  4. J. GONZÁLEZ MORFÍN, El conflicto religioso en México y Pío XI, 36-37.
  5. G. PALAZZINI, Pio XI e il Messico, La Spagna, il Portogallo, 626-627. Cfr AAS 17 (1925), 642. Cfr D. BERTETTO, Discorsi di Pio XI, vol. 1, 501. Allocuzione concistoriale «JAM ANNUS».
  6. PÍO XI, Chirographus, en AAS 18 (1926), 181-182. El texto está en italiano, la traducción de la nota es personal.
  7. Cfr. ASS 18 (1926) 326-327.
  8. PIO XI, Carta Apostólica Paterna sane sollicitudo, en AAS 18 (1926), 175-179. Original en latín. Cfr Pío XI, en Tutte le encicliche e principali documenti pontifici emanati dal 1740, vol 9, U. BELLOCCHI (Dir), Libreria Editrice Vaticana, Cittá del Vaticano 2002, 165-167. Tomo en consideración las traducciones al español de los profesores, Fidel González Fernández y Juan González Morfín, señaladas en los respectivos apéndices de sus obras citadas.
  9. F. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Sangre y corazón de un pueblo, vol. 1, 460.
  10. J. GONZÁLEZ MORFÍN, El conflicto religioso en México y Pío XI, 94.
  11. J. MEYER, La Cristiada, El conflicto entre la Iglesia y el Estado 1926-1929, 245.
  12. ID., El conflicto religioso en México y Pío XI, 96-97.
  13. J. GUTIÉRREZ CASILLAS, Historia de la Iglesia en México, 452-453.
  14. J. MEYER, La Cristiada. El conflicto entre la Iglesia y el Estado 1926-1929, 271.
  15. F. GONZÁLEZ FERNÁDEZ, Sangre y corazón de un pueblo, vol. 1, 520.
  16. PIO XI, Enciclica Iniquis Afflictisque, en AAS 18 (1926), 465-477. Cfr Pío XI, en Tutte le encicliche e principali documenti pontifici emanati dal 1740, vol 9, 211-220.
  17. J. GONZÁLEZ MORFÍN, El conflicto religioso en México y Pío XI, 100.
  18. C. PEON, La situación en Méjico y su legalidad al margen de los hechos, en Razón y Fe 80 (1927), 289-290.
  19. J. GONZÁLEZ MORFÍN, El conflicto religioso en México y Pío XI, 112.
  20. Alocución Consistorial Misericordia Domini en AAS 18 (1926), 513-528. Cfr D. BERTETTO, Discorsi di Pio XI, vol. 1, 645.
  21. PIO XI, Encíclica Acerba animi anxitudo, en AAS 24 (1932), 321-332.
  22. M. OLIMÓN NOLASCO, Diplomacia insólita. El conflicto religioso en México y las negociaciones cupulares (1926-1929), 44.
  23. Condizioni morali e religiose del Messico, en La Civiltá Cattolica 82 (1931, II), 73.
  24. Cfr. Allocuzione Natalizia del Santo Padre al Sacro Collegio, en La Civiltá Cattolica, 83 (1932, I) 172-173.
  25. F. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Sangre y corazón de un pueblo, vol. 1, 773.
  26. F. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Sangre y corazón de un pueblo, vol. 1, 775.
  27. PIO XI, Encíclica Dilectissima nobis, en ASS 25 (1933), 261-287.
  28. Y. CHIRON, Pio XI, 435.
  29. PIO XI, Encíclica Firmissimam constantiam en AAS 29 (1937), 204.
  30. Cfr. J. GONZÁLEZ MORFÍN, La guerra cristera y su licitud moral. Una perspectiva desde la Teología sobre la licitud moral de la resistencia armada, Pontificia Universitas Sanctae Crucis, Roma 2004.

BIBLIOGRAFÍA

BELLOCCHI U. (Dir), Tutte le encicliche e principali documenti pontifici emanati dal 1740, vol 9, Libreria Editrice Vaticana, Cittá del Vaticano 2002

BERTETTO D., Discorsi di Pio XI, vol. 1, Societá Editrice Internazionale, Torino 1960

CHÁVEZ SÁNCHEZ E., La Iglesia de México entre dictaduras, revoluciones y persecuciones. Ed. Porrúa, México, 1998

CHIRON Y., Pio XI. Ediciones Palabra, Madrid 2002

GONZÁLEZ FERNÁNDEZ F., Sangre y corazón de un pueblo, vol. 1. Ed. Arzobispado de Guadalajara, 2008

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VALENTE TAPIA SANDOVAL