QUIROGA, Vasco de

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Ávila, 1470? – Uruapan, 1565) Obispo, Abogado y Evangelizador


Los indios lo llamaban "tata" (padre). Fue jurista, abogado, primer oidor (juez) de la Audiencia de México, reformador, primer obispo de Michoacán, apóstol de los tarascos y chichimecas, promotor de la justicia y del desarrollo de los pueblos indios. Con plena razón Don Vasco de Quiroga es considerado como uno de los padres-apóstoles fundadores de la Iglesia en México. Los obispos latinoamericanos y Juan Pablo II lo recuerdan siempre en sus discursos. Es considerado una de las mayores figuras misioneras de los tiempos modernos.


Don Vasco de Quiroga nació entre 1470 y 1478 en Madrigal de las Altas Torres, "madriguera de recios hombres", como la llamó el poeta Miguel de Unamuno, la misma villa que había visto nacer a la reina Doña Isabel la Católica. Sus padres fueron Vasco Vázquez de Quiroga, gobernador del priorazgo de San Juan en el reino de Castilla, y María Alonso de la Cárcel, proveniente de una noble familia de Arévalo. El pequeño Vasco, quien tuvo dos hermanos, fue bautizado en la parroquia de San Nicolás de Madrigal. Desde su infancia tuvo contacto con los oficios de la gente del campo, experiencia que habría de servirle años después en su actividad en la Nueva España. Ya en su juventud estudió jurisprudencia en Valladolid. Perteneció al cuerpo de Letrados que reemplazó a la nobleza en la Corte de los Reyes Católicos. Todos en la Cancillería de Valladolid, sede de los altos tribunales de justicia españoles de la época, conocían su integridad y entereza de ánimo. Por ello el obispo de Badajoz, encargado por Carlos V para instituir la Segunda Audiencia de México pensó en el jurista castellano.


De México llegaban numerosos informes, sobre todo por parte de su obispo Don Juan de Zumárraga, sobre los desmanes cometidos por los miembros de la Primera Audiencia (Guzmán, Matienzo y Delgadillo) contra indios y españoles (habían incluso desposeído y encarcelado a Hernán Cortés). El obispo mexicano pedía al emperador nuevos jueces, una persona “que fuese amigo de Dios y de toda virtud (…) y saque de raíz las cizañas y procure hacer justicia"[1]. Fue así como a propuesta del obispo de Badajoz fueron nombrados los nuevos jueces: al gran obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal de Santo Domingo como presidente y a los licenciados Vasco de Quiroga, Alonso Maldonado, Francisco Ceynos y Juan Salmerón como oidores. Esta Segunda Audiencia mexicana pasó a la historia por su reforma de la justicia y de la vida ciudadana. Formaban parte de ella dos auténticos santos.


Rumbo a México

Los nuevos jueces zarparon de Sevilla rumbo a México el 16 de septiembre de 1530 y llegaron a la ciudad de México a principios de año siguiente. La emperatriz Isabel, en nombre de su marido, les había dado claras instrucciones: debían informar sobre la tierra mexicana y sobre las cualidades y méritos de sus moradores, apoyar al obispo Fray Juan de Zumárraga en su oficio de protector de indios, luchar inexorablemente contra la esclavitud de los indios que ya prohibían las leyes del Reino, impedir el amancebamiento de los españoles fuese con españolas o con indias, favorecer el poblamiento.


Los nuevos jueces, cuya misión era la de administrar la justicia y la de supervisar la gestión y el comportamiento de las autoridades civiles, procesaron a sus predecesores. Todos los habitantes podían acudir al tribunal para quejarse de los agravios recibidos. Los tres jueces tiranos fueron condenados y mandados en cadenas a España donde expiarían sus culpas.


El "tata" de los indios

Don Vasco de Quiroga contaba ya casi con 60 años cuando empezó su trabajo en la Segunda Audiencia. Ya en la Nueva España, tomó conciencia de las vejaciones que sufrían los indios y en carta a Carlos V del 14.VIII.1531 le expuso con claridad lo que habrían de ser sus famosos pueblos-hospitales. El emperador aprobó su proyecto y el maduro oidor puso manos a la obra fundando el primero, el de Santa Fe, a dos leguas de la ciudad de México en 1532.

El magistrado castellano ponía su mano curativa en las llagas sociales que encontraba y lograba crear alrededor de sí lugares humanos de encuentro, no contaminados por la violencia y donde la gente comenzaba a gustar de la experiencia cristiana. Nacieron así las famosas experiencias de los hospitales-pueblos que se encuentran en la base de la evangelización del México centro-septentrional.


El amor a los indios fue el estilo de su vida. Escribe su fiel secretario y compañero, Cristóbal Cabrera: "Este santo varón, que despreciaba las riquezas y llevaba una vida frugal, que no tenía más ambiciones que la de convertir infieles por amor a Dios, empleó para ese fin en obras buenas y piadosas, con suma liberalidad y alegría, todo lo sobrante del salario que recibía del Rey por su oficio de oidor, y luego, siendo ya obispo, cuanto podía adquirir por razón de subvenciones y de réditos eclesiásticos. Efectivamente, de su propio peculio compró y cultivó las tierras de dos pueblos, los cuales, situados cerca de las dos grandes ciudades de México y de Michoacán, fueron formados también a sus expensas. En ellos edificó y acondicionó edificios destinados a hospedar, alimentar e instruir en la fe a los infieles venidos de cualquier parte. A uno y otro conviene perfectamente el título, por demás insigne e ilustre, que él les puso de Santa Fe"[2].


En las tierras de Michoacán

En 1533 Don Vasco de Quiroga tuvo que enfrentarse con uno de los mayores desastres creados por la arrogancia de sus predecesores de la Primera Audiencia en las tierras de Michoacán, donde el rey de los tarascos había sido condenado a muerte. Sus habitantes se habían dispersado por los montes y rechazaban todo contacto con los recién llegados europeos. El trabajo de los misioneros franciscanos resultaba inútil. El nuevo oidor llegó a la antigua capital tarasca Tzintzuntzan en compañía de un escribano, un aguacil y un intérprete. Recorrió montes y cañadas, visitó poblados y campamentos indígenas. El oidor, sin armas ni soldados, despedía una atracción irresistible. Invitaba a los indios a reunirse en los pueblos-hospitales que él iba fundando garantizándoles defensa y seguridad. Quería que los pueblos-hospitales fueran una visible y atractiva irradiación del Evangelio. Aquéllos encarnaban un noble ideal de fraternidad humana y cristiana, un ideal de trabajo en común y reparto equitativo de los bienes, de educación humana y cristiana, y de formación de hábitos de economía y trabajo[3].


El oidor se había convertido en administrador de la justicia, defensor del indio, promotor de su progreso, fundador de pueblos y sobre todo en apóstol laico. Pertenece a esta época su famosa Información en Derecho (1535) contra la esclavitud y en defensa de los derechos de los indios. Don Vasco nos testimonia como los indios sacrificaban a sus prisioneros de guerra, o los vendían como esclavos perpetuos y como existía entre ellos una especie de autoventa perpetua desconocida en Europa. Sólo una verdadera experiencia cristiana podía cambiar aquella situación y cambiar también los desmanes de algunos conquistadores.


Por ello el obispo de México Zumárraga quería crear una nueva gran diócesis que se encargase de la evangelización de aquellas regiones del centro-norte de la Nueva España (Michoacán). Fue erigida por Paulo III en 1534. Pero no se encontraba un obispo dispuesto a enfrentarse con tan ardua empresa. Los dos primeros elegidos no habían aceptado. ¿Quién podía entonces fundarla mejor que aquel reconocido apóstol seglar? Zumárraga lo propuso al emperador como su primer obispo. Así escribe en 1537 al Consejo de Indias de en España: "De la elección que S.M. hizo en la persona del licenciado Quiroga para Mechoacán tengo por cierto y siento con muchos que ha sido una de las acertadas que S.M. ha hecho en estas partes (…)"[4]. Había sido nombrado en 1536 y fue consagrado en 1538 por el mismo Zumárraga diácono, sacerdote y obispo. El laico con corazón de apóstol llegó a convertirse así en sucesor de los apóstoles. Contaba entre 64 y 67 años.


El "tata-obispo" de los indios michoacanos

Estableció su sede primero en la vieja Tzintzuntzan y más tarde en la encantadora Pátzcuaro. El Señor le concedería todavía 28 años de apostolado fecundo. Aquí fundó un colegio-seminario en 1542 donde convivían españoles e indios que se enseñaban mutuamente la propria cultura y lengua. La enseñanza era gratuita; la vida comunitaria, los resultados excelentes. Hacia 1576 más de 200 sacerdotes y otros tantos religiosos, excolegiales de aquel centro predicaban el Evangelio en las lenguas indígenas. Fundó también el colegio universitario (luego Universidad de San Nicolás de Hidalgo) de Tiripetío, dirigido por una de los más ilustres profesores de Salamanca, el agustino Alonso de la Vera Cruz, quien nos ha legado numerosas obras escritas en México.


El nuevo obispo tenía dos ideas fijas en su cabeza: crear poblaciones nuevas de indios como lugares tangibles de una nueva humanidad regenerada por Jesucristo, y "plantar un género de cristianos a las derechas {=de pies a cabeza} (…) como primitiva Iglesia"[5], como él mismo escribe en una carta al Consejo de Indias.


La fundación de los pueblos-hospitales respondía a una necesidad inmediata de aquellas poblaciones. Los indios vivían en dispersión y abandono. Era necesario "reducirlos" y congregarlos en pueblos-comunidades[6]. Se facilitaría así su educación "en toda buena orden de policía {=gobierno de la población} y con santas y buenas y católicas ordenanzas"[7]. El obispo-apóstol se proponía así defender su humanidad frecuentemente ultrajada por costumbres ancestrales deprimentes y por la codicia de algunos conquistadores. Quería además así evitar la extinción de la estirpe, crear una cadena de comunidades solidarias y demostrar que el Evangelio no era un vieja utopía. La pertenencia a Jesucristo tenía que salvar su vida concreta y poder darles así "un tal orden y estado de vivir, escribe Don Vasco, en que los naturales para sí y para los que han de mantener sean bastantes y suficientes {en estos nuevas pueblos-comunidades}...se conviertan bien como deben, y vivan y no mueran ni perezcan como mueren y perecen"[8].


Nació así una de las experiencias misioneras más duraderas de la historia. Se puede ver todavía hoy. Los pueblos-hospitales de don Vasco se han convertido en ciudades y villas mexicanas. El que esto escribe pudo visitar con detención aquella región evangelizada por Don Vasco y 19 villas y ciudades nacidas de aquella experiencia. Pudo constatar con estupor que la obra del gran laico-obispo misionero perdura hasta hoy. Don Vasco puso las bases de un sujeto católico vivo, constatable por cualquier visitador atento y que ha dado prueba de sí a lo largo de estos siglos con su profundo sentido de comunidad y con la fe sellada por muchos de sus mártires a lo largo de las persecuciones del siglo pasado. Incluso desde el punto de vista social muchas de las "industrias", artesanía y belleza de trabajos introducidos por Don Vasco constituyen hoy día el entramado de su vida social y de su desarrollo.


Don Vasco quería demostrar que el cristianismo de los Hechos de los Apóstoles no era una simple utopía del pasado. Quería que los numerosos pueblos-comunidades-hospitales por él fundados fueran un remedo de la "primitiva Iglesia". Escribe sobre aquellos indios páginas deliciosas llenas de estima y respeto. Basta leer su "Información en Derecho" (1535). Veía en ellos el terreno más apto para sembrar la semilla evangélica. Llegó a decir que naturalmente aquellas gentes se encontraban en la mejor disposición y apertura, y con las mejores cualidades humanas para "imprimir en ellos, dando buena diligencia, la doctrina cristiana" y para vivir una auténtica experiencia apostólica. Lejos por lo tanto de Don Vasco la imposición forzada de la fe. Había que descubrir las "semillas del Verbo", como diríamos hoy. Por ello la obra misionera de don Vasco entra en aquel orden de cosas del que hablan los obispos latinoamericanos al apuntar el nacimiento de la cultura mestiza latinoamericana cuyo sustrato fundamental es la fe católica[9].


Lo pueblos-hospitales de "Tata Vasco"

La primera experiencia de los "pueblos-hospitales" creados por Don Vasco como centros de caridad cristiana y de desarrollo humano datan de 1532. Los dos primeros los fundó cuando todavía era oidor: el primero en la ciudad de México; el segundo en Páztcuaro. Nombrado obispo promovió su fundación en cada población.


"Hospital" significaba un lugar humano y cristiano de acogida para sanos y enfermos, donde ninguno se sentía ni inútil ni extranjero. En el centro de un gran patio rectangular se levantaba una iglesia abierta por los lados. A los lados se extendían las salas de los enfermos imposibilitados que podían seguir los oficios divinos. Cada pueblo-hospital contaba con huertos anexos para el cultivo con sus respectivas habitaciones. Se llamaban "familias" porque albergaban a las familias que acudían al hospital o prestaban en él sus servicios. Además tenía otros campos o "familias rústicas" más grandes para siembras y ganadería, como patrimonio del pueblo-hospital.


Estas "repúblicas" de los pueblos-hospitales, como las bautizó Don Vasco, se regían por unas "Reglas y Ordenanzas para el buen gobierno de los hospitales" redactadas por él. Preveían el casamiento de los jóvenes, el modo de evitar la pereza juvenil, cómo sembrar, reparar los edificios, qué cosa sembrar y criar, "qué manera se tenga para que en años estériles no falte bastimiento", de la fabricación de vestidos para que cuesten poco, sean buenos y sirvan a todos; "cómo se recreen y no se pierda tiempo sin provecho", "cómo se averigüen las quejas y pleitos", "que haya limpieza espiritual y corporal"[10], etc, etc…


En estos pueblos-hospitales todo era común: trabajo y beneficios. Todos cooperaban al trabajo de construcción de las "familias" particulares y todos cooperaban a la construcción de los edificios comunes. El trabajo común era obligatorio y duraba seis horas al día; los niños estaban obligados a acudir al campo al menos dos veces por semana para que, como rezan las Constituciones de Don Vasco "a manera de regocijo, juego y pasatiempo" aprendieran a manejar los instrumentos de labranza, mientras que las niñas debían ejercitarse en los "oficios mujeriles dados a ellas y adaptados y necesarios al pro y bien suyo y de la república del hospital"[11].


En cada pueblo-hospital había dos escuelas de catecismo y dos baptisterios. Por ello –como escribió el fiel compañero de Don Vasco, Cristóbal Cabrera- les "conviene perfectamente el título, por demás insigne e ilustre, que él les puso de Santa Fe"[12]. Estos pueblos-hospitales fueron el núcleo alrededor de los cuales fueron congregados los indios tarascos y tantos otros, sobre todo menesterosos, para encontrar en ellos no sólo abrigo, medicinas, cuidado y salud, sino también un lugar humano libre y vivible que nacía de la experiencia de la pertenencia a Jesucristo y a su Iglesia.


El modelo de colegio y hospital de Vasco de Quiroga fue utilizado por los agustinos quienes fundaron un gran número de escuelas y colegios de esta manera en Yuririapúndario, Cuitzeo, Tacámbaro, Guadalajara, Valladolid, Atotonilco, México, Puebla, La Habana, Oaxaca, Atlixco y Culhuacán, entre otros. Asimismo algunos franciscanos y jesuitas aplicaron este modelo en Paraguay, Quito, Perú, Ecuador, Venezuela. En algunas haciendas de los agustinos como la de Otengá, Nuestra Señora de Belén de Chámeza y Nuestra Señora de Chiquinquirá de Río de Oro se puso en práctica el modelo, quedando pueblos en su lugar con el mismo nombre[13].


El antiguo oidor, el "tata obispo" de los indios michoacanos, murió en la ciudad-hospital de Uruapan, durante una visita pastoral. De acuerdo con Paulino Castañeda, uno de los mejores históricos del episcopado latinoamericano, el pueblo mexicano aún sigue recordando a aquel hombre bueno, jurista y reformador; pastor y guía; empresario y místico; pacífico y luchador; castellano, indio y criollo; un hombre con corazón de pastor y no encomendero, que no tuvo otra pasión sino liberar a los indios de su ignorancia y miseria; un obispo, a quien nunca llamaron ilustrísimo señor, sino solo y sencillamente, "Tata Vasco"[14].


Obra(s): Reglas y Ordenanzas para el gobierno de los hospitales de Santa Fe en México y Michoacán; Información en Derecho; De debellandis indis; Carta al Consejo de Indias.


Notas

  1. García Icazbalceta, Joaquín. Don Fray Juan de Zumárraga. Primer Obispo y Arzobispo de México. Antigua Librería Andrade y Morales, México, 1881, p. 35
  2. Cfr. Cabrera, Cristóbal. De solicitanda infidelium conversione. no. 35. Citado en Arce Gargollo, Pablo. Biografía y Guía Bibliográfica. Vasco de Quiroga, Jurista con mentalidad secular. Editorial Porrúa/Universidad Panamericana, México, 2007, p. 114.
  3. Cfr. Castañeda Delgado, Paulino. Don Vasco de Quiroga y su Información en Derecho, Ediciones de José Porrúa Turanzas, Madrid, 1974.
  4. Arce Gargollo, Pablo. Biografía y Guía Bibliográfica. Vasco de Quiroga, Jurista con mentalidad secular. Editorial Porrúa/Universidad Panamericana, México, 2007, p. 34.
  5. Aguayo Spencer, Rafael (comp). Don Vasco de Quiroga. Pensamiento jurídico. Antología. Miguel Ángel Porrúa, México, 1986, p. 77.
  6. Reducirlos” se refiere a convocarlos a una comunión fundada en la pertenencia a Cristo y a su Iglesia; de aquí el nombre ya en uso de "reducciones".
  7. Aguayo Spencer, Rafael. Op. Cit., p. 76.
  8. Aguayo Spencer, Rafael. Op. Cit., p. 111.
  9. CELAM. Documento de Puebla, 1979, 6-8.
  10. Aguayo Spencer, Rafael. Op. Cit., pp. 231, 233 y 236.
  11. Aguayo Spencer, Rafael. Op. Cit., p. 227.
  12. Cabrera, Cristóbal. De solicitanda infidelium conversione. no. 35. Citado en Arce Gargollo, Pablo. Biografía y Guía Bibliográfica. Vasco de Quiroga, Jurista con mentalidad secular. Editorial Porrúa/Universidad Panamericana, México, 2007, p. 114.
  13. Campo del Pozo, Fernando. “Don Vasco de Quiroga promotor de la educación indígena” en Revista Historia de la Educación Latinoamericana, núm. 13 (2009), p. 77.
  14. Cfr. Castañeda Delgado, Paulino. Op. Cit..


Bibliografía

  • Aguayo Spencer, Rafael (comp.). Don Vasco de Quiroga. Pensamiento jurídico. Antología. Miguel Ángel Porrúa, México, 1986.
  • Arce Gargollo, Pablo. Biografía y Guía Bibliográfica. Vasco de Quiroga, Jurista con mentalidad secular. Editorial Porrúa/Universidad Panamericana, México, 2007.
  • Campo del Pozo, Fernando. “Don Vasco de Quiroga promotor de la educación indígena”, en Revista Historia de la Educación Latinoamericana, núm. 13 (2009), pp. 67-84.
  • Castañeda Delgado, Paulino. Don Vasco de Quiroga y su Información en Derecho, Ediciones de José Porrúa Turanzas, Madrid, 1974.
  • García Icazbalceta, Joaquín. Don Fray Juan de Zumárraga. Primer Obispo y Arzobispo de México. Antigua Librería Andrade y Morales, México, 1881.
  • CELAM. Documento de Puebla, 1979.


Fidel González Fernández/Sigrid Louvier Nava