RELACIONES IGLESIA ESTADO EN MÉXICO. En el Segundo Imperio

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Apoyado por el Partido Conservador y por los ejércitos franceses de Napoleón III, que so pretexto de la moratoria a la deuda externa decretada por el gobierno de Benito Juárez habían invadido México, en 1864 se instauró el Imperio de Maximiliano de Habsburgo.

El balance de los primeros cuarenta años de régimen republicano señalaba un saldo tremendamente negativo: 240 rebeliones, cuartelazos y pronunciamientos; 60 cambios de manos en la presidencia; la mitad del territorio nacional perdido; los bienes de la Iglesia dilapidados lastimosamente y sus obras –hospitales, hospicios, asilos, escuelas, leprosarios, etc.- clausuradas; la hacienda pública en ruinas y el país invadido nuevamente por una nación extranjera.

Es en este contexto cuando la junta provisional de Gobierno, establecida en la Ciudad de México tras la huida del gobierno juarista, envió al castillo de Miramar (Austria), la invitación a Maximiliano de Habsburgo para que ocupase el trono de un nuevo imperio que se pensaba, sustituiría la anarquía del régimen republicano.

Durante el periodo de Regencia

Una vez que Maximiliano aceptó la invitación de la «Junta de Notables» para convertirse en Emperador de México, y mientras concluía sus negocios en Europa e iniciaba el viaje a México, designó que gobernara provisionalmente una «Junta de Regencia» integrada por los generales Mariano Salas y Juan N. Almonte, ambos militantes de la masonería del rito escocés, y por el arzobispo de México Antonio Labastida y Dávalos, ajeno a la masonería y a sus planes pero que les venía bien para congraciarse con la sociedad mexicana.

Durante el gobierno de la Junta de Regencia, ésta continuó actuando contra la Iglesia igual que durante el gobierno de los liberales; el propio Arzobispo Labastida decía a los demás miembros de la Junta y al comandante de las fuerzas francesas en México, el general Bazaine que “…podían haberse ahorrado el erario francés los millones invertidos en la guerra… y a los pastores la pena y el vilpendio de volver de su destierro, bajo la salvaguarda de este nuevo orden de cosas, a presenciar la legitimación del despojo de sus iglesias y la sanción de los principios revolucionarios…Protesto de nulidad contra el atentado de la destitución, dejando a salvo los demás recursos que a mi derecho corresponden como Regente y como mexicano.”[1]

En una carta pastoral enviada «A su Eminencia el Cardenal Secretario de Estado de su Santidad», el Arzobispo Labastida junto con el Obispo de Michoacán y el Obispo de Oaxaca le informaban:

“…Todo continúa lo mismo…los decretos de los Sres. Almonte y Salas poniendo en vigor las leyes de Reforma continúan en observancia… el Sr. Almonte fue nombrado desde Miramar Lugarteniente del Emperador…y el mismo Sr. Almonte y su compañero Sr. Salas, autores del mal, e instrumentos ciegos de los jefes franceses, en su odio contra la Iglesia…han sido condecorados con la Gran Cruz de Guadalupe”.[2]

Maximiliano, militante de la masonería escocesa

El Partido Conservador era controlado en buena parte por la masonería escocesa, la que en 1863 devolvió sus Cartas Patentes a Colombia y aceptaron las del Gran Oriente de Francia,[3]y fueron ellos los que propusieron a los demás ingenuos miembros de la junta, se invitase a Maximiliano, masón escocés del grado 18.

“Se supo que en el seno del Gran Consejo Masónico, se había decidió ofrecer a Maximiliano de Austria la presidencia del futuro Supremo Consejo…y su contestación fue…que estaba dispuesto a aceptar el título de protector de la orden; que mientras que sus ocupaciones…le permitieran asistir a los trabajos, vería con gusto que se afiliase en el Supremo Consejo, en representación suya a los señores Federico Semeleder, su médico y Rodolfo Hunner, su chambelán. Se levantó un acta de esta declaración y en efecto se nombró oficialmente al referido Maximiliano, Protector de la Orden, así como se recibieron masones y fueron elevados inmediatamente al grado 33, los ya citados Señores Semeleder y Hunner, que figuraron en Junio de 1866 como miembros del susodicho Supremo Consejo”.[4]

Intento de imponer un «neo-patronato»

El emperador Maximiliano pretendió también imponer unilateralmente un neopatronato que “era una mezcla de regalismo y de filosofía…se hacía del clero un cuerpo de funcionarios mantenido por el Estado y…se precisaba que el emperador y sus herederos gozarían «in perpétuum» de derechos equivalentes a los concedidos por Roma a los reyes de España en América. El nuncio (Pedro Francisco Meglia) respondió que jamás hubiera imaginado que el Gobierno Imperial iba a proponer y a rematar la obra de Juárez”.[5]

Fue ya desde la llegada del Nuncio Meglia a México cuando, antes que otra cosa, éste se encontró con un proyecto de neopatronato que por escrito le enviaba el Emperador; así lo narra la Emperatriz Carlota en carta a la esposa de Napoleón III: “El sábado será recibido (el Nuncio) por el emperador y de su parte envió el proyecto del concordato (no usa el término neo-patronato). Yo lo encuentro perfectamente redactado, porque a primera vista parece inofensivo y no es muy liberal (…) la posición del gobierno de este país es distinta de la que era Francia cuando la gobernaba el primer cónsul (Napoleón Bonaparte) y sabía bien que Francia era demasiado católica para pasarse sin una religión del Estado (…) este país no es sino medianamente católico (…) el pseudo catolicismo formado por la Conquista con la mezcla de la religión de los indios, murió con los bienes del clero, que eran su base principal.”.[6]La antipatía de la emperatriz por la Iglesia mexicana empezaba a ser evidente.

De los nueve puntos sobre materias eclesiásticas que proponía Maximiliano a la Iglesia destacan los siguientes:

“1. El gobierno mexicano tolera todos los cultos que estaban prohibidos por las leyes del país, pero concede su protección especial a la religión católica, apostólica, romana.
2. El tesoro público proveerá a los gastos del culto y pagará sus ministros, de la misma manera, en la misma proporción y bajo el mismo título que los otros servidores civiles del Estado
4. La Iglesia hace cesión al gobierno de todas sus rentas procedentes de bienes eclesiásticos, que han sido declarados nacionales durante la República.
5. El Emperador Maximiliano y sus sucesores en el trono gozarán «in perpetuum», respecto de la Iglesia mexicana, de derechos equivalentes a los concedidos a los reyes de España respecto a la Iglesia de América.”[7]

Al día siguiente, 27 de diciembre de 1864, Maximiliano hizo publicar su propuesta unilateral en el Diario oficial. El Nuncio Pedro Francisco Meglia le escribió entonces al Sr. Escudero, Ministro del Emperador:

“La carta de S.M. el emperador, publicada en el periódico oficial del 27, relativa a la cuestión pendiente entre la Santa Sede y el gobierno mexicano, que S.M. se propone arreglar sin el concurso de la autoridad de la Iglesia, me pone en la triste necesidad de dirigir a V.E. esta nota para protestar contra sus expresiones injustas e injuriosas para el Soberano Pontífice y su gobierno…”

“Habiéndome presentado el gobierno imperial un proyecto en 9 artículos, contrario a la doctrina, a la disciplina actualmente en vigor de la Iglesia y a las leyes canónicas, proyecto que tiende a despojar a la Iglesia de todos sus bienes, de su jurisdicción, de sus inmunidades y hacerla en todo dependiente y esclava del poder civil, todo esto ya condenado por el pontífice Romano (…) he contestado francamente que no tenía instrucciones para tratar sobre bases tan inadmisibles…”[8]

De inmediato y sin dar tiempo a nada, en la semana siguiente Maximiliano puso en práctica su unilateral neopatronato, y el 7 de enero de 1865 resucitó el «pase regio»: “Hemos decretado lo siguiente: Art.1°. Están vigentes en el Imperio las leyes y decretos expedidos antes y después de la independencia, sobre el pase de Bulas, Breves, Rescriptos y Despachos de la Corte de Roma. Art.2°.Los Breves, Bulas, Rescriptos y Despachos, se presentarán a Nos por nuestro ministerio de Justicia y Negocios eclesiásticos, para obtener el pase respectivo”.[9]

Conforme a su cada vez más evidente hostilidad a la Iglesia, Maximiliano amalgamó algunos elementos del antiguo Patronato Real con las Leyes de Reforma. El 26 de enero la emperatriz Carlota le escribía a la Emperatriz Eugenia que “Van a ser revisadas las ventas de los bienes del clero ya hechas y esta va a ser la segunda manzana de la discordia, porque con el reconocimiento de la leyes de Reforma, nos hemos echado encima a los conservadores y hoy vamos a tener en contra a los liberales y a los adjudicatarios…”[10]

El cardenal Giacomo Antonelli, Secretario de Estado de la Santa Sede, escribió a Maximiliano una carta fechada el 9 de marzo de 1865 en la que, después de reprocharle su posición hostil a la Iglesia, echaba por tierra su intento de establecer unilateralmente un neopatronato:

“…El que suscribe tiene el deber de declarar que la dinastía actual del nuevo imperio no podría de ningún modo suceder en el goce de sus privilegios, exclusivamente otorgados a la dinastía de Castilla y de León, sin obtener una concesión especial y nueva de la Santa Sede, y con respecto a la injerencia abusiva ejercida en otro tiempo por la corona de España (con la dinastía borbónica), todo acto nuevo del soberano de Méjico sería una verdadera usurpación, tan injusta como censurable.”[11]

El 1° de enero de 1866 Napoleón III anunció a Maximiliano que retiraba sus tropas de México: “ Escribo a Vuestra Majestad no sin un penoso sentimiento, pues me siento obligado a hacerle conocer la determinación que me he visto en el caso de tomar en presencia de las dificultades que me suscita la cuestión mexicana. La imposibilidad de pedir nuevos subsidios al Cuerpo Legislativo para el sostenimiento del Cuerpo del Ejército de México (…) me obliga a fijar definitivamente un término a la ocupación francesa. A mi ver, ese término debe ser lo más próximo posible…”[12]

La conclusión de la Guerra de Secesión en los Estados Unidos permitió al gobierno norteamericano restablecer la «Doctrina Monroe» (América para los Estados Unidos) y expulsar a los franceses para lo cual decidieron intervenir en México. Abiertamente lo confiesa el general Sheridan uno de los principales generales del Ejército yanqui:

“…de sólo el arsenal de Batone Rouge les mandamos treinta mil fusiles (…) Al terminarse nuestra guerra civil había poca esperanza de salvación para los republicanos de México, y en realidad hasta que nuestras propias tropas se concentraron a la orilla del Río Grande, no tenían ninguna esperanza. El presentarnos en pie de guerra a lo largo de la frontera, permitió a los cabecillas liberales … citarse allí y promulgar sus planes…”[13]

Esta situación permitió a Benito Juárez derrocar a Maximiliano, quien fue fusilado en el Cerro de las Campanas en Querétaro, el 19 de julio de 1867.


NOTAS

  1. Discurso de Labastida ante la Regencia. 20 de octubre de 1863. Citado por Rogelio Orozco Farías, Fuentes históricas. México 1821-1867. La Iglesia en el Segundo Imperio. Documento N III. Ed. Progreso, México, 1967, p.297
  2. Alfonso Alcalá /Manuel Olimón (eds.), Episcopado y gobierno en México, siglo XIX. Cartas colectivas de los obispos mexicanos, 1859-1875 (Bibliotheca Mexicana, 1), Universidad Pontificia de México, pp.128-129
  3. Manuel Díaz Cid. Génesis de la Francmasonería en México. Upaep. 1994, p 61.
  4. Testimonio de J. Mateos “Historia” P. 173 Citado por Rogelio Orozco Farías. Ob.Cit, p. 286-287.
  5. Jean Meyer. La Cristiada. Vol. I Ed. Siglo XXI. 5ª. Ed.Op. Cit. P. 31.
  6. Orozco Farías, ob. Cit, La Iglesia en el Segundo Imperio, Documento IV. Carta del 8 de diciembre de 1864, p. 298
  7. Ibídem, Documento V, pp. 298,299
  8. Ibídem, La Iglesia en el Segundo Imperio. Documento VI, pp. 299-300
  9. Ibídem, La Iglesia… Documento X, p. 302
  10. Ibídem, La Iglesia… Documento XI, p. 303
  11. Ibídem, La Iglesia… Documento XII, p. 304
  12. Ibídem, El Segundo Imperio, Documento VI. Orozco Farías, ob.,cit., p. 288
  13. Ph. H. Sheridan, Personal Memories, p. 216. Citado por Orozco Farías, Ob, cit., Documento IV, p. 287

BIBLIOGRAFÍA

Rogelio Orozco Farías, Fuentes históricas. México 1821-1867. Ed. Progreso, México, 1967

Alfonso Alcalá /Manuel Olimón (eds.), Episcopado y gobierno en México, siglo XIX. Cartas colectivas de los obispos mexicanos, 1859-1875 (Bibliotheca Mexicana, 1), Universidad Pontificia de México.

Manuel Díaz Cid. Génesis de la Francmasonería en México. Upaep. 1994

Jean Meyer. La Cristiada. Vol. I Ed. Siglo XXI. 5ª. Ed.


JUAN LOUVIER CALDERÓN