REPÚBLICA DOMINICANA; Nacionalidad y catolicismo

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La República Dominicana es un país profundamente influido por el catolicismo. Esta aserción la cimentamos en que sus insignias patrias asumen atributos preeminentes de la simbología del cristianismo. Su límpida bandera es una cruz blanca y su escudo nacional es el libro abierto de los Evangelios, sobre el que reza la leyenda: Dios, Patria y Libertad.

Pocas naciones han acrisolado un sentimiento patrio tan enraizado en la fe de Cristo. Incluso, el propio nombre de la nación evoca a una egregia orden religiosa española y su capital a su fundador, Santo Domingo de Guzmán (1170-1221). Estas consideraciones dimanan de la idiosincrasia nacional del pueblo dominicano y de su arraigada religiosidad.

Algunos autores se asombran de esta determinante pervivencia espiritual, a pesar de la vicisitudinaria historia del país y a las prolongadas etapas de postración sufridas por su religiosidad. El fundamento primigenio y la fortaleza de su fe católica descansan en sus orígenes.

Este acervo histórico y religioso tiene su génesis en la llegada de Cristóbal Colón y la colocación del estandarte de España sobre la isla. La noble nación Dominicana fue denominada, en 1492, “la pequeña España” de los Reyes Católicos. Esta isla fue la cuna de América y el altar mayor del Nuevo Mundo. La obra de España en la isla fue una prueba de excelsitud histórica y esplendor cultural.

Así lo testimonian todas las instituciones fundadas en la isla y la regia monumentalidad de los edificios edificados bajo el marchamo de la fe de Cristo, la hidalguía caballeresca y el heroísmo español. El primer palacio, la primera catedral, la primera real audiencia y la primera universidad erigidos en América, al margen de otras primicias, avalan la ciclópea obra de España.

Todo este patrimonio institucional y monumental perfilado por la colonización española contrasta con las mercantilizadas colonizaciones de Francia e Inglaterra. A este respecto, resulta indignante poner en relación la grandiosidad de lo realizado por España en tierras dominicanas y el mezquino legado de esclavitud, obscurantismo y miseria de Francia en la vecina Haití.

Además, ha de considerarse que esta colonia francesa constituía la posesión más opulenta de América y el Santo Domingo español era un territorio aislado, olvidado y empobrecido. Todas estas fundaciones, solamente, pudieron ser edificadas por el encumbrado relieve social, la laboriosa abnegación y la acendrada moral de los españoles que surcaron el océano para radicarse en la isla. Diego Colón, primer virrey de La Española, María de Toledo y Rojas, Nicolás de Ovando y Cáceres, Alonso de Ojeda, Antonio de Montesinos y Pedro de Córdoba, personajes de regia alcurnia, de cultivada inspiración intelectual y de magnánimas virtudes cristianas.

Ellos fueron el núcleo originario que constituyó el cimiento de la actual comunidad nacional de la República Dominicana. España edificó un patrimonio moral y cultural de incalculable valor en esta ínsula. El padre Bartolomé de Las Casas y su defensa de los indios fueron elementos enaltecedores, también por su criticismo, de lo realizado por España.

Fue de tal magnitud cristiana el debate planteado en salvaguarda de los aborígenes, que España se planteó abandonar América. En la isla de La Española radicaron una pléyade de eruditos que elaboraron, con académico rigor científico, el saber de las Indias. Entre ellos destacan Juan de La Cosa, Martín Fernández de Enciso, el padre Carlos de Aragón, Diego Méndez, fray Alonso de Cabrera, O.P., Eugenio de Salazar, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, y tantos otros hombres de razón y docta estudiosidad que ilustran su ejemplar ejecutoria en América y honran el nombre de España.

Paralelamente, todos los conquistadores y pobladores de este continente organizaron sus expediciones desde esta estratégica isla. Entre ellos destacan Hernán Cortés, quien vivió en ella antes de pasar a Cuba, Vasco Núñez de Balboa, Ojeda, Gonzalo Jiménez de Quesada, Diego Velázquez, etc.

Sin embargo, tenemos la responsabilidad intelectual de explicar que esta nación sufrió enormes calamidades y adversidades históricas a pesar de ser la primera tierra en la que resplandeció la fe de Cristo en el continente americano. Entre los siglos XV y XIX, estuvo a merced de piratas de diversa laya y tuvo que sobrellevar un oneroso contrabando que arruinó su economía. Su pobreza fue de tal magnitud que incluso los españoles estuvieron a punto de abandonar la isla por su escasa población y por su complicada defensa, debido a la vasta longitud de su litoral marítimo.

De mayor envergadura fue la quiebra de su naciente nacionalidad en 1795, por la cesión de la porción este de la isla a Francia. La entrada de los franceses en esta tierra menoscabó parcialmente el legado que España había trazado durante tres siglos. Fueron años de hostigamiento y detrimento de la Iglesia católica y de aparición de innumerables logias masónicas al amparo de los dignatarios revolucionarios franceses que dirigían los destinos de la isla.

En esta etapa, las salvajes embestidas haitianas de 1801 y de 1805 asolaron y quebrantaron a la futura República Dominicana. Ciudades incendiadas, pueblos saqueados y esclavitud de multitud de dominicanos fueron la siniestra impronta que los haitianos dejaron en las tierras orientales de la otrora isla de La Española.

Entre 1822 y 1844, el caudillo haitiano Jean Pierre Boyer logró invadir Santo Domingo e imponer un régimen de absoluto sometimiento a los dominicanos. Fue tal el horror de esa etapa, que esos mismos dominicanos, en 1861, se integraron en España para evitar nuevas invasiones haitianas. Francia y Haití fueron considerados países enemigos en la República Dominicana. Ambos ejercieron una nefasta influencia en su nacionalidad en cierne. Este antagonismo soliviantó a estos ciudadanos hasta el punto de producir un levantamiento general y una lucha cruenta por conseguir su libertad. La verdadera personalidad nacional de la Republica Dominicana tenía su origen en España.

Tres documentos expresan cómo el catolicismo constituyó el eje diamantino que formó el alma de la nacionalidad dominicana; éstos son 1-la bula de Paulo III «In apostolatus culmine» de 1538; 2- la «Constitución de San Cristóbal» de 1844; y 3- el «Concordato» firmado por el general Trujillo con el Santo Padre Pío XII, en 1954.

Estos escritos corresponden a tres fases cruciales en el devenir de la República Dominicana, y que son el siglo XVI, etapa en la que se pone el primer cimiento de esta sociedad que alboreaba; el siglo XIX, ciclo en el que surge una nueva nación en el continente americano; y el siglo XX, período en el que sus mandatarios intentan erigir un Estado moderno con todas sus instituciones sobre las tierras del este de la otrora isla de La Española.

No podemos omitir que estas tres relaciones están redactadas con una impronta de fe y espiritualidad, que atestigua que el cristianismo ha regido los destinos de esta comunidad nacional desde sus orígenes.

BIBLIOGRAFÍA

AZNAR ZUBIGARAY Manuel, El concilio de Trento y nuestro tiempo, Publicaciones de la Universidad de Santo Domingo, Ciudad Trujillo [Santo Domingo] 1949

Bula In Apostolatus culmine del papa Paulo III en virtud de la cual fue erigida y fundada la Universidad de Santo Domingo, Primada de América, Editora Montalvo, Ciudad Trujillo (Santo Domingo), 1944.


GARCÍA GONZÁLEZ Teodoro, España en América, en La Opinión de Zamora- El Correo de Zamora, n. 1654 (18 de septiembre de 2006).

TOLENTINO ROJAS Vicente, Reseña geográfica, histórica y estadística de la República Dominicana, Publicaciones de la Secretaría de Estado de Estadística, Ciudad Trujillo [Santo Domingo] 1948.


FRANCISCO JAVIER ALONSO VÁZQUEZ

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