ROMERO, Oscar Arnulfo

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Ciudad Barrios, 1917- San Salvador, 1980) Santo, mártir, arzobispo.

Itinerario de su vida

Oscar Arnulfo Romero Galdámez, fue arzobispo de San Salvador, declarado mártir por el papa Francisco, con un decreto del 3 de febrero de 2015,[1]y beatificado como mártir in odium fidei [en odio a la fe cristiana], en una solemne celebración en San Salvador, el 23 de mayo de 2015.[2]

Su fiesta litúrgica fue fijada para el 24 de marzo, día en que fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía en la capilla de un hospital en San Salvador; la misma fecha ha sido proclamada por las Naciones Unidas una jornada internacional por el derecho a la verdad sobre las graves violaciones de los derechos humanos y por la dignidad de las víctimas.

Oscar Arnulfo Romero Galdámez nació en Ciudad Barrios (El Salvador) de una familia cristiana el 15 de agosto de 1917. Desde su niñez, le rodeó un ambiente sano y cristiano. Asimiló muchas virtudes que luego maduró y practicó fielmente. Estudió sus primeras letras en Ciudad Barrios, su pueblo natal. El Seminario Menor lo hizo en la ciudad de San Miguel, sede episcopal; y el Seminario Mayor en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma.

Fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942. En agosto de 1943 tuvo que regresar a su patria a causa de la guerra mundial. Desde 1944 hasta 1967 ejerció su ministerio sacerdotal en la ciudad de San Miguel, al oriente del país. Allí ocupó varios cargos, ya que el obispo apreciaba sus dotes y su entrega. Fue párroco primero en el campo y luego en el centro de la ciudad. Fue primero secretario del obispo, luego canciller y por último vicario general. Fue director del periódico semanal diocesano, rector del seminario menor, presidente del comité para la construcción de la catedral y maestro de religión y moral.

Fue director espiritual de numerosas casas de religiosos y religiosas, y asistente de los grupos y movimientos eclesiales presentes en la diócesis (entre otros, Acción Católica, la Legión de María, la Guardia del Santísimo, la Tercera Orden Franciscana, los Caballeros del Santo Sepulcro, los Cursillos de Cristiandad, el Movimiento Familiar Cristiano y Alcohólicos Anónimos).

En 1967 fue trasladado a la capital, San Salvador, para ser secretario de la Conferencia Episcopal salvadoreña. El arzobispo, además, le confió varias tareas pastorales en parroquias y casas religiosas. En 1968 el Secretariado Episcopal de América Central solicitó los servicios del P. Romero, que fue nombrado secretario ejecutivo del Secretariado.

Fue nombrado y ordenado obispo el 21 de noviembre de 1970, ministerio que ejerció como auxiliar del arzobispo de San Salvador. Posteriormente, en 1974, el P. Romero fue nombrado obispo ordinario de Santiago de María, de donde fue trasladado a San Salvador en febrero de 1977 para ocupar la vacante que había dejado el arzobispo Luis Chávez y González. Como arzobispo ejerció su ministerio episcopal en un tiempo en el que El Salvador estaba políticamente muy convulsionado y la sociedad salvadoreña se había polarizado a causa de la agudización de sus ancestrales divisiones sociales internas.

Su preocupación principal como arzobispo, fue la conversión de todos los salvadoreños. Quiso generar conciencia social cristiana particularmente en aquellos que habiendo recibido de Dios muchos bienes, tenían alguna responsabilidad política, social y económica en el país. Pidió a los ricos y poderosos que buscaran una conversión de corazón, y que no calmaran sus conciencias con meras prácticas piadosas. Esta conversión debía manifestarse por la práctica de la justicia social y el respeto de los más pobres del país.

A los pobres, les pidió deponer toda forma de revolución violenta; les alentó en cambio, a la tarea de organizarse políticamente, para buscar formas concretas, racionales y humanas de solución de los problemas de la nación. A todos −tanto a ricos como a pobres− les pedía conversión, perdón, caridad, paz y justicia, teniendo como modelo ideal la adhesión de la sociedad salvadoreña al nombre de Cristo Salvador, al que la nación debía su nombre.


Señal de contradicción

Su llamado pastoral no fue correctamente entendido. Politizada como ha sido siempre la sociedad salvadoreña, prevaleció una lectura política sobre el sentido pastoral de su acción religiosa. Los sectores tradicionalmente poderosos del país se sintieron atacados por Mons. Romero, pues hasta entonces nadie se había atrevido a criticar sus desmanes y prepotencias.

Los pobres, sometidos por tanto tiempo a la cultura del miedo por la represión vigente, encontraron en el arzobispo Romero la voz que habló por ellos. Los grupos populares organizados de la izquierda abusaron de su persona presentándolo como su líder. Los guerrilleros en cambio, fueron fuertemente criticados por el arzobispo, porque la revolución armada no es concorde con el espíritu del Evangelio.

Del fuerte vínculo que tenía con la Santa Sede y los papas dan fe muchos textos y discursos del arzobispo Romero a lo largo de toda su vida, especialmente siendo ya arzobispo de San Salvador. Veneraba a san Pablo VI. A san Juan Pablo II apenas tuvo tiempo de conocerlo. Tras su segundo y último encuentro con este Papa, el 30 de enero de 1980, Mons. Romero proclamó en la predicación del domingo en El Salvador: “Hermanos, la gloria más grande de un pastor es vivir en comunión con el Papa. Para mí, es el secreto de la verdad y de la eficacia de mi predicación estar en comunión con el Papa”. Pocos días después fue asesinado.

Amenazado de muerte por la extrema derecha y simultáneamente juzgado contrario a los intereses del pueblo por la extrema izquierda, Mons. Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la Eucaristía en medio de un torbellino de incomprensión. Antes de él, seis sacerdotes y centenares de catequistas habían sido asesinados, en un clima pagano de persecución de la Iglesia. Cayó muerto entre el altar y el Santísimo Sacramento, escenario que se convirtió para los salvadoreños en signo de la aceptación que Dios hacía de su entrega a la Iglesia, a la salvación de las almas y a la construcción del Reino de Jesucristo en este mundo para la cimentación de la justicia, de la verdad, del amor y de la paz.

El asesinato de Mons. Romero es atribuido a un llamado «escuadrón de la muerte» de la extrema derecha política del país. La Comisión de la Verdad, constituida por las Naciones Unidas para esclarecer los hechos del tiempo de la guerra en orden a firmar una paz justa y duradera en el país, suscribió ese juicio en 1993. Pero igualmente podía haber sido asesinado por la extrema izquierda guerrillera que, molesta por las frecuentes críticas que Mons. Romero, arzobispo, hacía de sus métodos revolucionarios: le consideraron nocivo para su causa y no dejaron de amenazarlo.

Historia de la causa de su canonización

La historia de la causa de beatificación y de la declaración del martirio del arzobispo Óscar Arnulfo Romero Galdámez, arzobispo de San Salvador, empezó en 1993. El 24 de marzo de 1993 el postulador diocesano envió al arzobispo de San Salvador el «supplex libellus» (informe de petición) para el inicio de la causa.

La Congregación para la Doctrina de la Fe dió su «nulla osta» (nada de opone) el 9 de junio de 1993. La Congregación para el Clero comunicó el 1 de julio de 1993 que “si se decidiera iniciar dicha causa de canonización, sería necesaria una revisión atenta y profunda de la documentación” que obra en la misma Congregación para el Clero. El 3 de julio de 1993 monseñor Jean-Louis Tauran informó que “el Santo Padre ha concedido el nulla osta para empezar la causa”.

El 10 de julio de 1993 llegó el dictamen de la Congregación para los Obispos: “parece oportuno sobreseer la apertura de una causa durante un cierto tiempo, para no reabrir contenciosos dentro de la Iglesia en El Salvador y en América Central que no están totalmente aplacados”. El 13 de septiembre de 1993 la Secretaría de Estado, que había recibido dictámenes discordantes sobre la oportunidad de abrir la causa, informó: “el Santo Padre ya ha manifestado un «nulla osta» al respecto... Será el propio proceso el que ponga de manifiesto los problemas que pudieran afectar a la figura del difunto Prelado, así como su cuestionada actuación”.

El 22 de septiembre llegó el “nihil obstat ex parte Sanctae Sedis” (el permiso concedido por la Santa Sede). Del 24 de marzo de 1994 fue la publicación del decreto de inicio de la causa, junto al decreto de nombramiento del delegado episcopal, del promotor de justicia y del notario, de los tres peritos en materia histórica y archivística, así como de los dos censores teólogos.

La investigación diocesana sobre la vida, sobre el martirio y sobre la fama de martirio del ya siervo de Dios fue instruida en la curia arzobispal de San Salvador, del 24 de marzo de 1994 al 1 de noviembre de 1995, a lo largo de 44 sesiones. Instruido, pues, el proceso «super martyrio» (sobre el martirio), la investigación procedió a la excusión de 34 testigos a quienes se añadió, por rogatoria, el ex nuncio en El Salvador, monseñor Emanuele Gerada (desde 1973 a 1980), que en 1995 se encontraba en Irlanda como nuncio.

Se recopilaron escritos y documentos sobre el arzobispo Mons. Romero, de los que el presidente de los peritos históricos comprobó que eran completos y fiables. Los censores teólogos dieron su parecer sobre la ausencia de elementos «contra fidem et bonos mores» (contrarios a la fe y a la moral) en los escritos de Mons. Romero. La declaración sobre el no culto se publicó el 8 de septiembre de 1994. El 20 de noviembre de 1996 se nombró al postulador de la causa en la persona de monseñor Vincenzo Paglia. El 25 de noviembre de 1996 llegó el decreto de apertura del proceso diocesano sobre el martirio del arzobispo Romero.

El 26 de abril de 1997, la Congregación para el Clero envió a la Congregación para las Causas de los Santos un apunte sintético de la posición de archivo sobre el arzobispo Romero, del 21 de junio de 1993, donde se dice que “si bien no parece que se pueda dudar de la buena fe de las intenciones [del arzobispo Romero] de defender a los pobres, a los perseguidos y a los oprimidos, cabe destacar sin embargo que en todo ello era instrumentalizado”; además se afirma que algunos habrían construido una “personalidad ficticia” del arzobispo Romero, que al parecer habría sustituido en la opinión pública a su “persona real”. Por tanto, “parecería oportuno aplazar, al menos durante un largo periodo, la promoción de esta causa”.

Revisada por la Congregación para las Causas de los Santos, el proceso diocesano recibió el decreto de validez el 4 de julio de 1997, con la siguiente indicación de que las investigaciones sobre el martirio material y formal se llevasen adelante completa y debidamente. Así se procedió a partir de entonces observando estrictamente el modo riguroso de proceder y las normas de la Congregación de los Santos en los procesos de beatificación y canonización.

Mientras tanto, llegaba a los organismos correspondientes de la Curia Romana nueva documentación sobre monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez que conducía a un detallado estudio de todo el cuerpo de sus homilías, lo que obligaba a llevar adelante un estudio preciso sobre los escritos e intervenciones de Mons. Romero; sobre todo se necesitaba estudiar con mayor atención la relación entre fe y praxis en sus decisiones pastorales, pues para algunos su visión del marxismo provocaba algunas perplejidades, lo que pedía un análisis más a fondo, lo que no significaba poner en tela de juicio la ortodoxia católica de su fe.

Tras un periodo de estudio, la Congregación de la Fe se pronunciaba (2011) afirmando sobre el asunto que: 1) En los escritos examinados de monseñor Romero no se apreciaban errores doctrinales. No obstante, se podían detectar algunas ambigüedades, y ello –más allá de las intenciones del Autor–, lo que se debía sin duda alguna a una influencia objetiva del pensamiento marxista, al menos en cuanto a los métodos de análisis social y a la terminología. 2) Que todavía no se habían superado los riesgos de una instrumentalización del pensamiento y de la figura de monseñor Romero en algunos ambientes y sectores. 3) Que, aunque se mantenía el «nulla osta» (la ausencia de cualquier objeción) en lo referente a «de vita et moribus» (a su vida y costumbres), sin embargo, se confirmaba la posición del dicasterio [de la Doctrina de la Fe] en relación a la causa y se invitaba a los organismos competentes a proseguir profundizando en los problemas, suscitados en el estudio en cuestión.

Casi dos años después se informaba al papa Benedicto XVI sobre el estudio profundo de los problemas de carácter doctrinal suscitados en su tiempo. El Papa consideraba que, «pro veritate», había llegado el momento de que se reanudase con normalidad el camino de la causa de canonización del siervo de Dios, revocado el anterior «dilata» de la causa; decisión anunciada en consecuencia el 24 de abril de 2013 por la Congregación para la Doctrina de la Fe, por lo que el proceso canónico pudo ser llevado adelante con total éxito positivo.


El testimonio martirial de Mons. Romero para la Iglesia y la sociedad de su tiempo

El testimonio martirial de Mons. Romero tuvo una fuerte repercusión en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo, tanto en El Salvador como en otros países latinoamericanos, y no solo donde conocían su figura gracias a los medios de comunicación. Se trataba del arzobispo de la capital salvadoreña que, en la práctica, desempeñaba el cargo de primado del país y por eso su asesinato ocupó las portadas de muchos periódicos de toda América Latina, y en otros países fue tema de extensos artículos.

Desde hacía tres años, Mons. Romero era el centro de la vida de su país como la personalidad más destacada, situación que reconocía toda la opinión pública, incluso la de sus detractores. Su muerte, que él presentía y temía, pero que aceptaba libremente, impresionó a muchos porque se sabía que habría podido salvarse renunciando a vivir en El Salvador o renunciando a erigirse en voz que pedía a todos conversión, justicia y paz.

En la Iglesia, su muerte fue interpretada inmediatamente como «muerte martirial», utilizando una expresión de Mons. Rivera Damas [su sucesor]. Es decir, como la semilla que debe morir para dar fruto. Y es significativo a este propósito, que la muerte de Mons. Romero produjera un fuerte incremento de las vocaciones sacerdotales en El Salvador, donde al igual que en el resto de América Latina, las vocaciones eclesiásticas no eran abundantes.

La cuestión es que, con la muerte del arzobispo, la Iglesia se confirmaba en el centro de la vida pública como la estructura más respetada y creíble de la sociedad, a pesar de que varias familias de la oligarquía hubieran dejado de apoyarla. La credibilidad de la Iglesia respondía al sacrificio de su máximo exponente, que no había dudado en arriesgar y dar su vida en nombre del Evangelio.

En el plano de la sensibilidad popular, se lloró a Mons. Romero como se llora la muerte de un progenitor que es al mismo tiempo fuerte como un padre que protege y cariñoso como una madre. El dolor general por la muerte de Mons. Romero (con la excepción de la oligarquía que le era en gran parte contraria) se debió también a que había la percepción de que Romero había sido un muro de contención contra la difusión de la violencia y contra el estallido de la guerra civil (1979-1992).[3] El Salvador es un país de profunda tradición cristiana y católica. El asesinato Mons. Romero, que en las fuentes de la época se definió a menudo como magnicidio, causó una fuerte impresión también por eso, aunque no fuera una sorpresa absoluta, pues seis de sus sacerdotes y cientos de catequistas ya habían sido asesinados los tres años anteriores.[4]

A pesar de la atmósfera de violencia imperante y del riesgo altísimo de incidentes (que no faltaron), participaron en el funeral de Mons. Romero decenas de miles de personas. Inmediatamente después de su muerte empezó una veneración de su tumba que se reveló como un auténtico culto espontáneo. La tumba de Mons. Romero solía estar cubierta de flores, de oraciones y de súplicas, y recibía visitas constantemente. Fue así mientras estuvo en la catedral, antes de ser trasladada en 1993 a la cripta, menos accesible y apartada de algún modo del culto público en cumplimiento de las normas de la causa para la beatificación.

El martirio de Mons. Romero fue, además, un signo para muchas familias con víctimas provocadas por la incipiente guerra civil. Su significado cristiano era evidente para quien había sufrido y llevaba la cruz de la violencia. Su recuerdo se convirtió inmediatamente en el recuerdo de las demás víctimas menos ilustres de la violencia. Al igual que Mons. Romero se había inclinado, emocionado, para velar el cuerpo del padre Rutilio Grande, pronto muchos salvadoreños fueron a su tumba buscando inspiración, fortaleza y esperanza.


El testimonio martirial de Mons. Romero para la Iglesia y la sociedad

A distancia de varias décadas del asesinato de Mons. Romero, su figura ha entrado a formar parte del panteón ideal de las grandes figuras cristianas del siglo XX, respetadas, conmemoradas o veneradas en prácticamente todas las iglesias y comunidades cristianas, junto a personajes como la madre Teresa de Calcuta, Charles de Foucauld, Dietrich Bonhoeffer, Albert Schweitzer, Pavel Florenski, Martin Luther King, Juan XXIII o Juan Pablo II, por citar a algunos.

Dicho de otro modo, monseñor Romero es conocido ante el gran público como un cristiano en el que destacan claros elementos de las bienaventuranzas evangélicas: el amor por los pobres, el anhelo por la justicia y la paz, y el martirio en la persecución. Lo que mayor admiración suscita de Romero es que dio su vida por los pobres de su pueblo.

Con el paso del tiempo parecería que Mons. Romero se erige en personaje símbolo del Concilio Vaticano II, por aquel llamamiento de Juan XXIII a ser Iglesia de todos y especialmente de los pobres, traducido en varias reflexiones y documentos conciliares. Romero amaba a los pobres, vivía con ellos, estaba con ellos y los iba a visitar, sufría con su sufrimiento, sentía que era su misión anunciarles la buena noticia y mejorar la situación en la que vivían.

Cada vez que en la red de parroquias, entre los laicos comprometidos y entre quienes trabajan en ámbito pastoral, se habla de pobres y se buscan modelos de amor evangélico, uno de los primeros nombres que aparece es el del obispo Romero. Su muerte casi consagró ese amor por los pobres. Por eso se puede afirmar que Mons. Romero representa en la Iglesia y en la sociedad de hoy, la que podríamos definir como opción preferencial por los pobres, despojando esta expresión de cualquier significado ideológico o político.

Romero, de hecho, no era un teólogo, ni un intelectual, ni un teórico. Era un pastor. Mons. Romero derivaba su amor por los pobres de las lecturas bíblicas, de la doctrina social de la Iglesia y del pensamiento de los papas y del magisterio. Este aspecto nunca se ha destacado suficientemente cuando se presenta a Romero como una gran figura por su compromiso social. Su demanda de justicia social y su proximidad incluso física a los pobres se explica con su fe, no mediante convicciones intelectuales racionales.

Dar la vida por los demás no es un gesto fácil si no tienes fe en la resurrección, y menos aún si no tienes la ambición de obtener fama y prestigio arriesgando la vida con comportamientos heroicos, algo que Romero, en su humildad, no tenía y no buscaba. Hoy en América Latina Mons. Romero es venerado muchas veces como san Romero de América.

En el pasado, el título pudo molestar por la alusión polémica al proceso canónico de canonización, cuyo calendario no era compartido por aquellos que intentaban convertir su figura en un mito religioso-político-ideológico. No obstante, entre las masas de fieles latinoamericanos no existe dicha alusión, sino únicamente una devota veneración por un hombre famoso por haber dado su vida por los pobres, y no empuñando las armas como hicieron otros cristianos latinoamericanos que terminaron en las guerrillas, sino en el altar, tras haber conmemorado la Palabra de Dios.

En el amplio mundo laico Romero se considera un símbolo de los derechos humanos, consagrado por su muerte. Entre los cristianos no se niega este aspecto central de su vida (la defensa de los derechos humanos sobre todo de los débiles y de los pobres) pero es evidente que dicha nota debe reconducirse a su comportamiento exquisitamente evangélico, a su compasión por las masas sufrientes que veía y que encontraba sobre todo en zonas rurales, que a sus ojos eran como las muchedumbres de las que tenía compasión Jesús en los Evangelios.

Gran parte de la conducta de Romero es cristológica, aunque evidentemente no lo tengan en cuenta los organismos seculares internacionales que convierten el nombre de Romero en heraldo de los derechos humanos, desvinculado de cualquier trasfondo religioso. El mensaje auténtico de Romero se puede encontrar en sus homilías, publicadas en una colección de libros y que hoy se pueden encontrar fácilmente en varios sitios web. En sus homilías se muestra, sobre todo, su mensaje, su testimonio de fe y su piedad por los hombres que lo llevó al martirio.


Fechas más importantes de la vida de Mons. Oscar Arnulfo Romero Galdámez

1917, 15 de agosto: nacimiento de Oscar Arnulfo Romero Galdámez en Ciudad Barrios en la República de El Salvador.

1919, 11 de mayo: fue bautizado con el nombre de Oscar Arnulfo en la parroquia de Ciudad Barrios.

1924-1926: su profesora de primaria de Ciudad Barrios recuerda a Oscar Romero como un niño al que le gustaba hablar de las cosas de la Iglesia.

1927 en el mes de mayo: Mons. Dueñas Argumedo encontró Oscar Arnulfo y decide enviarlo al seminario menor de San Miguel.

1929: entró al seminario de San Miguel a los doce años.

1937: Oscar Arnulfo a los 20 años fue trasladado al seminario mayor de San Salvador y después en el mes de agosto se inscribió en la Universidad Gregoriana de Roma.

1937-1943: Oscar Arnulfo estudió en Roma y, a causa del conflicto mundial, tuvo que regresar a su país antes de haber terminado el doctorado en teología.

1942, 4 abril: ordenado sacerdote en Roma, en la capilla del Pontificio Colegio Pío Latino Americano.

1943, 15 de agosto: regresó a San Salvador después de pasar meses en un campo de concentración.

1944: fue nombrado párroco en la campiña, en el pueblecito de Anamorós, Diócesis de San Miguel, donde pasaba horas en el confesionario. Después fue vicario general de la ciudad de San Miguel.

1967: fue nombrado secretario de la Conferencia Episcopal.

1970, 21 de abril: fue nombrado obispo auxiliar del arzobispo de San Salvador.

1973: rector del Seminario Mayor.

1975, en agosto: fue nombrado obispo de Santiago de María.

1977, 3 de febrero: fue elegido arzobispo de la iglesia de San Salvador.

1977, 12 de marzo: asesinato del P. Rutilio Grande.

1977-1980: se recrudeció la persecución contra la Iglesia en la República de San Salvador.

1979, 15 de octubre: golpe de Estado de jóvenes militares.

1980, en febrero: últimos ejercicios espirituales del arzobispo Oscar Arnulfo Romero Galdámez.

1980, 24 de marzo: asesinato del arzobispo Oscar Arnulfo Romero Galdámez.


NOTAS

  1. Bollettino Sala Stampa Santa Sede, Promulgazione di Decreti della Congregazione delle Cause dei Santi, en: press.vatican.va, 3 febbraio 2015.
  2. Difensore dei poveri - La beatificazione dell'arcivescovo Oscar Arnulfo Romero,, en L'Osservatore Romano, 22 mayo 2015.
  3. El 15 de octubre de 1979, un golpe de Estado llevó al poder a la Junta de Gobierno Revolucionaria del Salvador. La Junta nacionalizó muchas compañías y tierras privadas. El objetivo de esta Junta era la de parar el movimiento revolucionario que se estaba moviendo como respuesta a la elección fraudulenta del candidato presidencial Duarte. Pero, la oligarquía que dominaba la escena y la vida económico-política del país se opuso a la reforma agraria, y apareció una Junta formada con jóvenes elementos liberales militares como los generales Majano y Gutiérrez, junto con otros exponentes más progresistas como Guillermo Ungo y Álvarez.

    Presiones por parte de la mencionada oligarquía llevaron a la disolución de la Junta debido a su incapacidad de controlar al ejército en su represión de quienes luchaban por algunos derechos fundamentales, la reforma agraria, salarios mejores, acceso a un sistema de salud para todos y libertad de expresión. Contemporáneamente un movimiento de guerrillas se estaba extendiendo en amplios sectores de la sociedad salvadoreña.

    Estudiantes de las escuelas medias y superiores se organizaban en el llamado MERS (Movimiento Estudiantil Revolucionario de Secundaria); estudiantes universitarios se agrupaban en otra organización AGEUS (Asociación de Estudiantes Universitarios Salvadoreños); y muchos trabajadores en el llamado BPR (Bloque Popular Revolucionario). En octubre de 1980 otros grupos de guerrilleros pertenecientes a las alas políticas extremistas salvadoreñas formaron el llamado FMLN (Frente Farabundo Martí de Libración Nacional).

    A finales de 1970 el gobierno organizó o apoyó escuadrones de la muerte que dejaban un saldo de unos 10 asesinatos al día. Contemporáneamente, el FMLN contaba con unos 6 000 a 8 000 guerrilleros activos y varios millares de otros partidarios y simpatizantes. El gobierno de los Estados Unidos apoyaba y financiaba entonces la creación de una segunda Junta para cambiar el cuadro político y parar la extensión de la insurrección de aquellas izquierdas extremistas. Napoleón Duarte fue llamado de su exilio en Venezuela para liderar la nueva Junta.

    Sin embargo, una revolución estaba ya en camino y su nuevo papel como cabeza de la Junta era visto por la gente generalmente como oportunista. Fue incapaz de influir en aquella insurrección latente. El arzobispo Mons. Oscar Romero denunciaba las injusticias y las matanzas de civiles cometidas por las fuerzas gubernamentales. Era considerado como “voz de los sin voz”, lo que llevó a su asesinato el 24 de marzo de 1980 por parte de uno de los “escuadrones de la muerte”, terroristas mandados por grupos de la extrema derecha oligárquica.

    Muchos analistas consideran aquel trágico acontecimiento como la chispa que desencadenó de manera extremosa la Guerra Civil Salvadoreña, que duraría desde aquel fatídico 1980 hasta 1992. Durante aquel largo conflicto civil “desapareció” un desconocido número de personas, y según un informe de las Naciones Unidas, más de 75 000 personas habrían sido asesinadas. Un destacamento del ejército salvadoreño llamado Batallón Atlacatl, entrenado por instructores norteamericanos, habría sido el responsable de la matanza de Mozote, donde más de 800 civiles fueron asesinados, más de la mitad de ellos niños, de la también matanza de El Calabozo y de la matanza de los alumnos de la UCA (Universidad Católica Americana).
    La sangrienta Guerra Civil concluiría cuando el 16 de enero de 1992, el gobierno de El Salvador, representado por el presidente Alfredo Cristiani, y el FMLN, representado por los comandantes de los cinco grupos de guerrilleros –Shafik Handal, Joaquín Villalobos, Salvador Sánchez Cerén, Francisco Jovel y Eduardo Sancho– firmaron los acuerdos de paz avalados por las Naciones Unidas, poniendo así fin a los 12 años de Guerra Civil. Los acuerdos de paz fueron estipulados en el castillo de Chapultepec en la Ciudad de México, y apoyados por representantes de las Naciones Unidas y de otros organismos internacionales. Cf. United Nations. From madness to hope: the 12-year war in El Salvador: report of the Commission on the Truth for El Salvador. New York: United Nations, 1993; Boutros-Ghali, Boutros. “Report of the UN Truth Commission on El Salvador”. El Equipo Nizkor. United Nations Security Council (29 March 1993).
  4. Los sacerdotes asesinados durante el arzobispado de Mons. Romero fueron:
    • Rutilio Grande: asesinado el 12 marzo 1977
    • Alfonso Navarro asesinado el 11 marzo 1977
    • Ernesto Barrera: asesinado el 28 noviembre 1978
    • Octavio Ortiz: asesinado el 20 enero 1979
    • Rafael Palacios: asesinado el 20 junio 1979
    • Napoleón Macías: asesinado el 4 agosto 1979
    • Ignacio Martín-Baró: asesinado el 16 noviembre 1989
    • Segundo Montes: asesinado el 16 noviembre 1989
    • Ignacio Ellacuría: asesinado el 16 noviembre 1989

REFERENCIAS

AA.VV., Il vescovo Romero, martire per la sua fede per il suo popolo. Bologna: Ed. EMI, 1980. AA.VV., Romero... y lo mataron. Roma: A.V.E., 1980. Brockman, James R. Oscar Romero, fedele alla parola. Assisi: Cittadella, 1984. Carrier, Yves. Oscar Romero. Il popolo del Salvador e il destino di un uomo. Milano: Jaca Book, 2014. De Giuseppe, Massimo. Oscar Romero. Tra storia, memoria e attualità. Bologna: EMI, 2006. Levi, Abramo. Oscar Arnulfo Romero. Un vescovo fatto popolo. Brescia: Ed. Morcelliana, 1981. Lopez Vigil, Maria. Oscar Romero: un mosaico di luci. Bologna: EMI, 1997.  . Oscar Romero: frammenti per un ritratto. Milano: NdA Press, 2005. Morozzo della Rocca, Roberto. Primero Dios. Vita di Oscar Romero. Milano: Mondadori, 2005.  . Oscar Romero. Un vescovo tra guerra fredda e rivoluzione. Milano: Periodici San Paolo srl, 2014. Meyer, Jean. Oscar Romero e l'America Centrale del suo tempo. Roma: Edizioni Studium, 2006. Palini, Anselmo. Oscar Romero: "Ho udito il grido del mio popolo". Roma: AVE, 2010. Radius, Pietro. Monsignor Romero una voce libera e coraggiosa. Milano: Edizioni Paoline, 1993. Sapienza, Leonardo. Paolo VI e mons. Romero. Roma: edizioni Viverein, 2018. Sobrino, Jon. Romero martire di Cristo e degli oppressi. Bologna: EMI, 2015. United Nations. From madness to hope: the 12-year war in El Salvador: report of the Commission on the Truth for El Salvador. New York: United Nations, 1993. Vitali, Albero. Oscar A. Romero. Pastore di agnelli e lupi. Milano: Edizioni Paoline, 2010.


©CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM: POSITIO ROMERO SUPER MARTIRIO. PN 1913. 2014. Vincenzo Criscuolo, Ofmcap., (Relator General) -Vincenzo Paglia – Roberto Morozzo Della Rocca [Postulación]