SANTA FE DE BOGOTÁ; Sentido de su fundación

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El porqué de una penetración cristiana

Los historiadores que buscan el móvil y el sentido secreto de las empresas conquistadoras en Indias suelen, según su filosofía y su visión del mundo, atribuirlas a diferentes finalidades. El oro, la avidez de fama, el gozo de la aventura, el afán científico y comercial de hallar nuevos caminos por las tierras y por los mares, etc.

De todo hubo, porque eran hombres, gentes del pueblo con ganas explicables de medrar, miembros de una sociedad y de una coyuntura histórica. Pero en fusión con elementos tan humanos y ambientales subyacían y afloraban en los ánimos de todos, aún de los más perdidos y relajados, la fe cristiana que entonces saturaba las conciencias y en gran parte las vidas de los españoles de esa época.

Por esto, en atención a múltiples indicios y a concretas, eficaces, permanentes realizaciones por ellos obradas, aquellas empresas de incursión, penetración y conquista entrañaban un «sentido de evangelio» o entrega de buena nueva espiritual. España, en ese momento, era medularmente cristiana y se tornó misionera. Y cada expedición era un compendio y una cifra de España entera. Allí el letrado, allí el militar, el campesino, el artesano, el fraile, todos unidos en ser españoles y en ser cristianos. Y todos aplicados a ir implantando, a su paso, hispanidad y cristiandad, estilos de vivir, de creer y de obrar.

Conquistada y colonizada la costa del océano Atlántico y situadas en su orla marítima ciudades de tanto porvenir como Cartagena y Santa Marta, ahora el genio de los españoles mira tierra adentro, hacia la incitación de esas montañas lejanas, o hacia la cabecera y nacimiento de los ríos caudalosos que desembocan en la mar.

El caudillo es don Gonzalo Jiménez de Quesada, jurisperito; los compañeros, unos 800 hombres. Por voluntad de los reyes de España llevan en su compañía y para su espiritual auxilio varios capellanes, de ellos frailes, de ellos curas; hay capitanes para la expedición terrestre y los hay para la fluvial; ya en marcha, se nombra un jefe de macheteros. Con toda esta osada tropa avanza, a pesar de iniquidades e injusticias, siempre reprobadas por los capellanes, la civilización cristiana. Jiménez y sus capellanes acaudillan una pequeña porción del pueblo de Dios, itinerante.[1]

Varios historiadores, sobre las fechas consignadas por los cronistas de aquel acontecimiento, han trazado el itinerario del adelantado hacia la conquista de los chibchas. Preferimos para esta narración el que publicara el insigne historiador dominicano P. Alberto Ariza.[2]

Itinerario cronológico y geográfico

1536, martes 4 de abril. - El gobernador don Pedro Fernández de Lugo firma en Santa Marta el nombramiento de teniente suyo a favor de Jiménez de Quesada para el descubrimiento de las cabeceras del río Grande, y le imparte sus «Instrucciones», entre otras la de pedir a los indios contribución en oro y esmeraldas, y llevar por duplicado un «Cuaderno» en que se anote fielmente lo recibido.[3]

Miércoles Santo, 5 de abril. - Sale la expedición terrestre en dirección sureste, buscando las estribaciones occidentales de la Sierra Nevada para rehuir contacto con los Chimilas y pasar los ríos en la parte más alta. En un mes alcanza el Valle de Upari, o cauce del río Zazare (César).

Jueves Santo, 6 de abril. - Sale la expedición fluvial y estaciona en el puerto de Ujaca (en la Ciénaga), a 8 leguas al este del río. […] Sábado, 6 de mayo. - La expedición de tierra llega a Chiriguaná, y permanece allí hasta el 15. Primera entrada de oro: 14 pesos, 4 tomines. […] Domingo, 26 de julio.- Se llega a Tamalameque, y se cuentan 80 leguas de Santa Marta. El mismo día: 15 pesos 8 tomines de oro. Estación en Tamalameque para reorganizar las fuerzas y esperar la flota. Aún no se tiene noticia del naufragio del 15 de abril.

Miércoles, 16 de agosto. - Se continúa la marcha. Se sabe que la flota está muy distante. El capitán San Martín, río abajo, le sale al encuentro para aligerar la marcha.

Jueves, 26 de agosto. - Se reúnen las dos expediciones en Sompallón. Aquí se ahoga la yegua de Fr. Domingo de las Casas, que le será tasada después (junio de 1538) en 60 pesos. El ejército, muy disminuido, hambreado y enfermo, quiere regresar a Santa Marta. Quesada y los capellanes logran infundir alientos y proseguir.

Viernes, 3 de septiembre. - Celebra en Sompallón la Santa Misa el Padre Legaspez. Jiménez de Quesada organiza la compañía de macheteros, al mando de Jerónimo de lnza, que vaya abriendo la trocha. Se levanta el Real, y hombro a hombro las dos expediciones continúan la marcha. Al paso de un río (que después se llamará Sogamoso) un tigre arrebata a Juan Serrano, por lo cual el río recibe entonces el nombre de «Serrano». Se entra al dominio de los yariguíes.

Sábado, 28 de octubre. - Se llega a la Tora (o Cuatrobrazos, o Barrancas-bermejas). ¡150 leguas de Santa Marta! Seis meses de viaje. Se pasa lista. Sólo contestan 220 hombres. ¡Más de las dos terceras partes han perecido!

Cunde el desaliento. Se parlamenta sobre lo que ha de hacerse. El P. Domingo de las Casas hace elocuente plática para levantar los ánimos. No debe retrocederse. Pero el río es cada vez más torrentoso, y no hay medios adecuados para remontarlo. Se decide renunciar a la salida al Perú por el río, y buscar el país de la sal, ya que no debe estar lejos.

Noviembre y diciembre se pasan en La Tora en preparaciones para continuar el ascenso. El capitán Antonio Díez Cardozo y Juan de Albarracín avanzan hasta las bocas del Carare, llamado así por el cacique de la región, y hallan los caminos hacia la sierra.

Los 35 enfermos con 25 hombres de tripulación se quedarán en los cuatro bergantines al mando del capitán Gallegos. La flotilla debe esperar en La Tora seis meses, y aún dos meses más, pasados los cuales, si no tiene noticias de la expedición, podrá regresar a Santa Marta. El capitán Juan de San Martín parte con 20 hombres y dos canoas. Por el río Carare y por su orilla oriental avanza hasta treinta leguas al valle del Opón, donde halla mantas finas, bien pintadas, sal en bloques y noticias de la altiplanicie, con buenos caminos y gran abastecimiento.

En un zafarrancho es apresado Pericón, indio natural de la altiplanicie, que hecho amigo será el guía hasta el Reino Chibcha. San Martín regresa e informa a Jiménez de Quesada. Este va a cerciorarse personalmente. Descubre en las cercanías un yacimiento de betún (florecimiento del petróleo) que bautiza con el nombre de «Las Infantas» en honor de las princesas de España.

Con 60 soldados avanza hasta Barbacoas, donde tiene que estacionar a causa de grave indisposición. Los capitanes Antonio de Lebrija y Juan de Céspedes, y el alférez Antón de Olalla, con 25 hombres, logran alcanzar tierra rasa y abastecida. Se le notifica a Jiménez de Quesada, que regresa a Tora para levantar el Real.

¡Qué contrariedad! Gallegos se ha marchado con la flotilla, río abajo. Y se ha llevado también el capellán Juan de Legaspes. Caro le costará. En una escala los indios lo asaltan, le matan muchos hombres, hieren a otros, y él mismo recibe una flecha en un ojo. Se pierde un bergantín. Por fin llegará a Santa Marta sólo con 20 hombres enfermos, gracias al vigor de los brazos para mover los remos y escapar a la nube de indios, fieras y sabandijas que no dan momento de reposo. Quesada ordena destruir hasta la última canoa en La Tora, para que nadie tenga posibilidad de regreso.

Jueves, 28 de diciembre, día de los Inocentes. - Misa y plática del P. Domingo de las Casas. Se pasa lista. Contestan 170 hombres. Aún quedan 70 caballos. Algunos indios e indias, mal de su grado ayudan a transportar las cargas. Por la orilla oriental se sube hasta el río Carare, y por tierra, entre este río y el Opón, se continúa la marcha en medio de terribles penalidades. […]

Miércoles, 17 de enero. - Se llega al pie de la sierra de Otún. Cuestas fragosas, sendas de gatos, que no de hombres. Se deja el cauce del Carare y se tuerce hacia el este, bajo la dirección de Pericón. Aprieta el hambre. Un día hay que guisar un perro. Otro se hace un cocido con algunas adargas inservibles. Juan Duarte se come un sapo, y queda loco de por vida.

El Real hace alto en sitio aparente. Jiménez de Quesada envía al alférez Antón de Olalla a explorar. Pasa el río Opón y transmonta la cordillera, tras la cual descubre un valle cultivado y poblado por muchos indios, que le dan fuerte guazábara […] Olalla notifica a Jiménez de Quesada para que avance.

Este envía nueva comisión, antes de mover el campo, compuesta por los capitanes Juan de Céspedes y Lázaro Fonte, y el propio Olalla con 20 hombres y Pericón, que avanzan por camino distinto hasta descubrir el valle y principio de la sierra de Opón. Allí apresan al cacique Opón, mientras celebra unas fiestas nupciales, y con él siguen hasta el Valle del Alférez, donde ha quedado una avanzada. […]

Oro, esmeraldas, sal, venados, conejos, curíes, sementeras de papa (las primeras que hallaron en este río), maíz, batatas, yucas, frisoles, ahuyamas, tomates y frutas varias, les alegran el corazón y refocilan los estómagos. Oyen un idioma distinto, que Pericón les interpreta. Envían mensaje a Jiménez de Quesada.

Olalla espera, con algunos enfermos, en el Valle del Alférez. Jiménez levanta el Real y trabajosamente avanza por aquellas asperezas y reventones y laderas, “por donde aún las fieras andan con peligros de muerte”. El caballo del caporal Martín Lopero se despeña; “su carne sirve de refresco, sin perdonar ni tripas ni cuero”. Francisco de Tordehumos, agonizante, recibe los santos óleos del P. Las Casas, y queda junto a un árbol, pero tres días después alcanza a sus compañeros: la Santísima Virgen se le ha aparecido y lo ha curado.

Las calamidades sufridas son indescriptibles:

“Ciénagas, pantanos y lagunas,
pasos inaccesibles y montañas,
causados de la playas del camino,
garrapatas, murciélagos, mosquitos,
voraces sierpes, cocodrilos, tigres,
hambre, calamidades y miserias,
con otros infortunios que no pueden
bastantemente ser encarecidos.”

Viernes, 2 de marzo. - Después de algunos días de estación […], ascendiendo por el valle de San Martín, la expedición domina la sierra del Opón, deslinde entre la altiplanicie y las fragosas selvas. Grito unánime de alegría, y luego el silencio que impone la maravillosa sorpresa a la vista de las hermosas y extensas tierras de Chipatá, con sus poblaciones y sementeras.

Lágrimas de emoción corren por los demacrados rostros, cuyas barbas no alcanzan a disimular la palidez y la flacura de los curtidos expedicionarios, disfrazados con gorros emplumados y trajes de mantas coloradas, arrebatadas a los indios. Fuera de sí, Jiménez de Quesada hace el elogio de la tierra nueva:

“... tierra buena, tierra buena!
Tierra que pone fin a nuestra pena!
Tierra de oro, tierra abastecida,
tierra para hacer perpetua casa,
tierra con abundancia de comida,
Tierra de grandes pueblos, tierra rasa,
tierra donde se ve gente vestida,
y a sus tiempos no sabe mal la brasa!
Tierra de bendición, clara y serena,
tierra que pone fin a nuestra pena!”

No hay que atribuir a mera fantasía de Castellanos estos discursos y exclamaciones del adelantado y de su gente. Eso y mucho más sintiera y dijera quienquiera que hubiera atravesado aquellos parajes y sufrido aquellas tribulaciones durante once meses. Castellanos no hace sino interpretar la realidad cuando pone en boca de Jiménez de Quesada, de rodillas, con las manos y los ojos levantados al cielo:

“Gracias os doy, Señor de los Imperios,
pues pasamos por aguas y por fuego,
para venir a tales refrigerios,
donde vulgo bestial, cruel y ciego,
oiga vuestros santísimos Misterios,
y donde, desterrada la malicia,
de vuestra Santa Fe tenga noticia!”

Pasado el estupor de los primeros momentos, “bajan con brevedad, y en el primer pueblo a que llegan, los reciben en paz los indios, los hospedan en sus casas y les dan de comer en abundancia”. […]

Domingo, 4 de marzo. - “Dispuso el P. Las Casas que allí se celebrara el santo sacrificio de la misa, que fue la primera que se dijo en este Reino” (Zamora). En la misma colina de Agatá (según antigua común tradición), ante una cruz de rústicos maderos, el mismo padre celebra la Santa Misa en acción de gracias.

Se pasa lista y contestan 166 hombres. Hay 69 caballos. Las armas no tienen sino el nombre de tales: unas pocas escopetas y arcabuces enmohecidos; muy poca pólvora; algunas ballestas; unas pocas espadas, muy quebradizas “a causa de la grasa de serpiente, porque fue preciso suplir las vainas con pieles de culebra”; algunos fierros de lanzas; unos pocos puñales y machetes, que no eran ya sino los mangos; macanas, dardos y tiraderas de los indígenas acabaron de disfrazar a los expedicionarios para ponerlos al tono con la tierra. […]

Martes, 6 de marzo. - Se reanuda la marcha. Por los actuales sitios de Vélez y Barbosa, se alcanza el río que los indios llaman «Saraví», y que desde ese día pierde su nativo y hermoso nombre para llamarse «Suárez», por el intrascendente motivo de haber estado a punto de ahogarse el rocín del capitán Suárez Rendón. […]

Jueves y viernes, 8 y 9 de marzo. - En Sorocotá, se registran en el «Cuaderno de la Jornada» 490 pesos de oro y 5 tomines […] La abundante comida y el clima tibio convidan a jornadas más tranquilas. Sin embargo, estos beneficios son cobrados bien caros por las niguas que dejan a los invasores sin poder andar, hasta que las indias, bien rogadas, se las sacan con sus agujas. (Las tenían de oro, cobre y azófar.) Sábado, 10 de marzo. - Se prosigue hasta el pueblo de Turca, que los españoles llaman «Pueblo-hondo», por estar encajonado en el cauce del río Sáchica, cerca de Guatoque. […]

Domingo, 11 de marzo. - Se parte al amanecer, ascendiendo por el valle de Monquirá (no Moniquirá) y Saquencipa, y pasando por Suta se llega a Tunjaca (después Tinjacá). Se pasa lista y se halla que no faltan ni hombres ni caballos de los que salieron de Chipatá. […]

Lunes, 12 de marzo, día de San Gregorio. - Saliendo de Tinjacá se alcanza a Guachetá, que espanta a los españoles por su grandeza: ¡más de mil casas! Los indios dejan un viejo atado junto a una hoguera para que los «Hijos del Sol» se lo coman, huyen al Peñón y observan cómo los españoles han desatado al viejo, creen que no lo han apetecido por lo duro, y les arrojan niños, bocado más tierno. Trabajo cuesta sacarlos de su error y hacerlos descender. El P. Domingo bautiza la ciudad con el nombre de San Gregorio. […]

Martes, 13 de marzo. - Se sigue a Lenguazaque, pasando “por el boquerón de Peña Tajada, una de las cosas más admirables que he visto en esta tierra, de la Provincia divina” (P. Simón). 84 pesos de oro. Jiménez prohíbe bajo pena de muerte quitar a los indios sus haberes a la fuerza. […]

Jueves, 22 de marzo. - Sale de Suesca el ejército y entra en Nemocón. Los bogotaes, que estaban acampados en Tibitó, en número de 600, al mando de Sacrezazipa, asaltan la retaguardia, al paso de la singla. Quesada ordena a los capitanes Juan de Céspedes y Lázaro Fonte repeler el ataque; con el alférez García Zorro, los soldados de caballería Baltasar Maldonado, Juan de Pinilla y otros, desbaratan y persiguen a los indios hasta el Cercado Real de Sumungotá, media legua al norte de Cajicá, contra la singla.

Lázaro Fonte, al trote de su caballo arrebata por los cabellos a uno de los capitanes indios, y lo trae hasta el sitio de los españoles, que permanecen en vela toda la noche, a prudente distancia. Se registran en Nemocón 332 pesos de oro y 44 esmeraldas. Viernes, 23 de marzo. - Sale Jiménez de Quesada con el ejército de Nemocón y llega al Cercado de Sumungotá con el ánimo de castigar a Céspedes y a Fonte por haberse arriesgado detrás de los indios, separándose del ejército. A súplica de los demás capitanes, los perdona, pero hace severas amonestaciones sobre disciplina. […]

Sábado, 24 de marzo. - Pasa el ejército de Cajicá a Chía “para tener allí con sosiego la Semana Santa y la Pascua, con la mejor devoción que Dios les diese”. Entran 416 pesos de oro y 64 esmeraldas. […]

Jueves de Pascua, 5 de abril […]. - Se pasa de Chía a Suba, donde es catequizado el cacique por los padres Las Casas y Lescamez, y bautizado en el artículo de la muerte, siendo así el primer cristiano y primicia para Dios en este Nuevo Reino. […]

Viernes, 20 de abril. - Saliendo de Suba, el ejército pasa el río llamado después «Juan Amarillo», y vencida la resistencia de los bogotaes apostados en la orilla sur, toma posesión de Muequetá o Corte del Zipa en Bacatá (o Funza). Huye el Zipa Tisquezuza con sus tesoros y servidumbre.

Se colectan 279 pesos de oro y 11 esmeraldas, pues aunque quedaron buenos restos del tesoro Real, estaba prohibido tomarlo sin consentimiento de los indios, y estos vinieron de noche y se lo llevaron. El Real permanece aquí, hostigado por los indios, por el espacio de un mes, antes de emprender formalmente la conquista del reino de Chibcha.

Los primeros ministerios sacerdotales

Los cronistas primitivos y los libros parroquiales que no han sufrido la aniquilación del clima, de la incuria o del incendio, conservan testimonio de los primeros sacramentos y ministerios ejercidos por los sacerdotes de la primera hora.

El primer matrimonio celebrado en Santa Fe fue el de la ya mencionada Isabel Romero, viuda de Francisco Romero, la cual casó con el capitán Juan de Céspedes. Los bautizos fueron copiosos, porque las tribus indígenas se apresuraron a recibir la fe cristiana. “En Gachetá –escribe Juan Pablo Restrepo– presenciaron el P. Las Casas y el P. Legaspez, una escena que los conmovió vivamente. Las naturales del país creían que los españoles eran hijos del sol, a quien ellos adoraban, y que habían sido enviados para que los castigasen por sus faltas.

Resolvieron, en consecuencia, ofrecer en sacrificio a su divinidad un considerable número de niños, los cuales eran despeñados de la cima de una escarpada colina y se mataban o estropeaban horriblemente en la caída. Los misioneros corrieron al lugar del suceso, bautizaron los niños que aún no habían muerto y pusieron término a tan bárbaro sacrificio”.[4]

Con el dominicano Juan de Torres, primer párroco de Santa Fe, trabajaba en el apostolado de los indígenas el P. Juan Méndez, quien logró establecer el culto del verdadero Dios en el gran templo destinado antes por los Zipas para ofrecer abominables sacrificios. No bastaba el espacioso edificio para contener la muchedumbre, por lo cual el uno predicaba en la iglesia y el otro en la plaza.

Tuvo por entonces grande importancia la conversión del Zaque, obtenida por el P. Durán. Era el Zaque un joven de 22 años, de notable talento, corazón recto y alma sencilla y candorosa. Una vez convertido al cristianismo, lo abrazó con un ardor digno de los antiguos tiempos de la Iglesia.

Tal vez el deseo de inducir a los jefes indígenas de los alrededores a abrazar el catolicismo, lo determinó a invitarlos a su matrimonio que debía celebrarse con gran solemnidad, conforme a los ritos de la Iglesia. Lejos estaba el infeliz de imaginarse que esa inocente acción iba a echar sobre su garganta la cuchilla del verdugo.

Hernán Pérez de Quesada, a pretexto de que esa reunión de jefes indígenas tenía miras revolucionarias, hizo condenar a muerte al Zaque y a algunos de sus compañeros. Notificaba la inicua sentencia por el escribano, el noble y valeroso joven, sin palidecer y teniendo un crucifijo en la mano, contestó con voz clara y serena estas elocuentísimas palabras:

“Decid a vuestro general que le doy las gracias porque me libra con un solo golpe de todos los males de la vida, a la cual yo había ya renunciado desde que me hice cristiano. Siendo menos el reino de la tierra que pierdo con la muerte, de lo que sentiría el reino eterno del cual él se excluye a sí mismo por su propia falta”.

No obstante ese infame asesinato, la conversión de los indígenas no se suspendió. El gran sacrificador, llamado Alfonso en el bautismo, emprendió con admirable celo la conversión de los demás sacrificadores que lo miraban como su oráculo y después de muchos años de vida ejemplar murió en Sogamoso y fue enterrado en la iglesia de los franciscanos.[5]

Armónico con el buen éxito obtenido por el P. Durán en Tunja fue el que alcanzó el P. Montemayor en Boyacá. El había notado que entre los ídolos de esos salvajes, el más notable era el de Bochica, que tenía tres rostros de hombre.

Viendo la celebridad de ese ídolo, que traía a su alrededor gran muchedumbre de gentes, preguntó un día que era lo que pretendían adorar presentando sus votos a y sus víctimas a una estatua que no era sino una gran masa de tierra cocida. Los indígenas le contestaron que, siguiendo una antigua tradición, ellos pretendían adorar al dios creador de todas las cosas y que aunque tenía tres rostros, no era sino un solo espíritu, un solo corazón y una sola voluntad.

Entonces el misionero les dijo, como en otro tiempo San Pablo a los atenienses: “Yo vengo, pues, a anunciaros ese Dios a quien adoráis sin conocer. Lo que veis aquí no es obra sino de los hombres y no puede ser adorado; pero lo representa, a tono con la debilidad de vuestro espíritu, lo que no es dado ver ni comprender en esta vida: un espíritu puro, incredo, eterno, invisible, ser supremo, sin principio ni fin”. Todos los indígenas contribuyeron a la destrucción del ídolo.[6]He aquí uno de los indicios de los métodos de evangelización empleados por los primitivos misioneros.


NOTAS

  1. Luis Galvis Madero, El Adelantado (Madrid: Ediciones Guadarrama, 1957). Ernst Rothlisberger, El Dorado (Bogotá: Banco de la República, 1963). Juan Friede, Invasión del país de los chibchas (Bogotá: Ediciones Tercer Mundo, 1966).
  2. Alberto E. Miza, O.P., “Itinerario Cronológico y Geográfico de Jiménez de Quesada a la conquista de los chibchas”, Boletín de Historia y Antigüedades, LIV (1967): 102-120. Acerca de este itinerario el P. Ariza dice que “será mucho más fácil de precisar para quien, como nosotros, haya recorrido, al menos en buena parte, aquellas regiones” (p.102). Tiene también a la vista a los historiadores Simón y Zamora.
  3. Juan Friede. Documentos Inéditos para la Historia de Colombia, vol. IV (Bogotá: Academia de Historia, 1956) nn. 845 y 846, pp. 75 ss.
  4. Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado en Colombia (Londres: Emiliano Isaza, 1885), 76.
  5. Restrepo, “La Iglesia y el Estado”, 76-78.
  6. Restrepo, “La Iglesia y el Estado”, 78. Restrepo resume a Zamora.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

Archivo General de Indias

Galvis Madero, Luis. El Adelantado. Madrid: Ediciones Guadarrama, 1957.

García Benítez, Luis. Reseña Histórica de los obispos que han regentado la diócesis de Santa Marta. Bogotá: Pax, 1953.

Fernández de Piedrahita, Lucas. Noticia Historial de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Editorial Kelly, 1973.

Friede, Juan. Invasión del país de los chibchas. Bogotá: Ediciones Tercer Mundo, 1966.

Documentos Inéditos para la Historia de Colombia, vol. IV (Bogotá: Academia de Historia, 1956.

Gómez Hoyos, Rafael. “Elogio fúnebre de don Gonzalo Jiménez de Quesada”, Boletín de Historia y Antigüedades (julio-septiembre 1950).

Ibáñez, Pedro María. Crónicas de Bogotá, t. 1. Bogotá: Imprenta Nacional, 1913.

Martínez Jiménez, Carlos. “Las tres plazas coloniales de Bogotá”. En Bogotá, estructura y principales servicios públicos (Bogotá: Cámara de Comercio de Bogotá, 1978).

Miza, Alberto E. “Itinerario Cronológico y Geográfico de Jiménez de Quesada a la conquista de los chibchas”, Boletín de Historia y Antigüedades, LIV (1967).

Ortega Ricaurte, Daniel. “El Humilladero”, Boletín de Historia y Antigüedades (1938).

Otero D'Costa, Enrique. Gonzalo Jiménez de Quesada. Bogotá: Cromos, 1935.

Restrepo, Juan Pablo. La Iglesia y el Estado en Colombia. Londres: Emiliano Isaza, 1885.

Rivas, Raimundo. “La Ciudad Nueva de Granada”, Boletín de Historia y Antigüedades (1938).

Los Fundadores de Bogotá. Bogotá: Selecta, 1938.

Rodríguez Freyle, Juan. El Carnero. Medellín: Bedout, 1980.

Rothlisberger, Ernst. El Dorado. Bogotá: Banco de la República, 1963.

Sanz de Santamaría, Bernardo. “Teusaquillo y otras yerbas”, Boletín de Historia y Antigüedades (1979).

Simón, Pedro. Noticias Historiales de las conquistas de Tierra Firme, vol. II. Bogotá: Biblioteca de Autores Colombianos, 1953.

Zamora, Alonso de. Historia de la Provincia de San Antonio del Nuevo Reyno de Granada. Caracas: Parra León Hermanos, 1930.


CARLOS EDUARDO MESA ©Missionalia Hispanica. Año XLI – N°. 119 - 1984