SANTUARIOS NACIONALES. Argentina; Bolivia

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Revisión del 12:12 7 feb 2021 de Vrosasr (discusión | contribuciones) (Página creada con «INTRODUCCIÓN La devoción de la Virgen María está profundamente arraigada en los pueblos de América Latina, ya desde los albores de la conquista. Pensemos en la aparici…»)
(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

INTRODUCCIÓN La devoción de la Virgen María está profundamente arraigada en los pueblos de América Latina, ya desde los albores de la conquista. Pensemos en la aparición de la Virgen en Guadalupe, México (1531). Desde los orígenes, en su aparición y advocación de Guadalupe, María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión.

María fue también la voz que impulsó la unión entre los hombres y los pueblos. La devoción a María marca fuertemente al catolicismo latinoamericano. De allí los innumerables santuarios (más de 350 en América Latina), capillas, ermitas, grutas, imágenes de la Virgen Peregrina, etc.

Los habitantes encuentran en la Virgen María, en primer lugar, a la Madre que los acoge y cobija. Podríamos decir que ello es como el “regreso al útero materno”. En ella ve reflejada la ternura y el amor de un Dios misericordioso, dispuesto al perdón y al olvido. También la siente como modelo y educadora de su fe, que le ayuda a transformar su vida y a caminarse hacia Cristo.

En el corazón del creyente María despierta una gran capacidad de amor y entrega, comprometiendo toda su vida con ella, con una gran capacidad de sacrificio. Despierta también un sentido de fraternidad, porque es la Madre que acoge a todos los hombres y mujeres sin excepción.

El amor a la Virgen María suscita una gran creatividad tanto en las formas de expresión ritual como también artística. Los santuarios son lugares de convocación multitudinaria. La gran mayoría o los más importantes santuarios latinoamericanos están dedicados a venerar a la Santísima Virgen. Son espacios privilegiados donde la fe se desprivatiza y llega a todos los sectores, a veces, alejados de la Iglesia institucional.

El santuario posee una atracción especial por ser un lugar de encuentro con Dios y los hermanos, hacia el cual acude no solo el individuo sino también la familia. Allí se vive la “catolicidad” de la Iglesia, la experiencia de una multitud que trasciende a la capilla, comunidad o parroquia.

Allí culmina la peregrinación que puede tener las más diversas motivaciones: salud, trabajo, fe, paz, conversión, etc. El santuario permite expresarse tal cual uno es, con el máximo de libertad y espontaneidad. En los santuarios, la celebración de la fe adquiere un sentido especial con la diversidad de manifestaciones y de grupos que acuden a ellos.

Los santuarios –especialmente los nacionales como Guadalupe en México, Aparecida en Brasil, Luján en Argentina, Maipú en Chile, y muchos otros– están vinculados profundamente a la cultura y la historia de esos pueblos, constituyéndose en un factor de unidad e identidad de ellos.


En el continente americano se fueron alzando diversos santuarios dedicados a la Virgen que, adornados por la devoción popular, han contribuido grandemente a caracterizar la fisonomía y a intensificar la belleza de las regiones donde se encuentran. La manifestación de la piedad cristiana a la Madre de Dios ha tenido –casi siempre– carácter cristocéntrico y se expresa especialmente en la liturgia.

Los santuarios, que fueron sencillamente originariamente lugares de culto o capillas, se convirtieron luego en meta de frecuentes peregrinaciones a la Virgen, debido a una particular devoción hacia Ella. Este motivo tiene su origen en algún hecho sobrenatural, que responde al plan providencial de Dios, para que estuviera claro que la misión de la madre, después de haber colaborado y participado en el misterio de nuestra salvación, continúa todavía ejerciendo su misión de madre, según el proyecto divino, en el encuentro con el hombre y su humanidad.

El origen de la imagen de la Virgen es siempre muy importante para vivir la experiencia maternal. Es de notar que en muchos de los casos el inicio de una advocación concreta en el país y la construcción del santuario se debe, según la tradición, a una iniciativa directa de la Santísima Virgen más que a una iniciativa de los hombres. Es Ella la que se ha hecho presente y ha querido estar entre sus hijos, sobre todo en los primeros momentos de la evangelización de América para confortarlos y asegurarles en la fe.

Otras veces una devoción concreta o una imagen de la Virgen fue llevada al nuevo continente por alguno de los conquistadores ibéricos o por alguno de los primeros pobladores, pero sobre todo por las primeras grandes órdenes religiosas evangelizadoras, como parte de la tradición de la misma orden.

Basta pensar en las advocaciones y representaciones de la Inmaculada Concepción y de la Asunción profundamente unidas a la tradición plurisecular de los franciscanos; en la Virgen de la Merced unida a la de los Frailes Mercedarios; en la de N. S. de la Consolación en sus diversas denominaciones y advocaciones, unida a la tradición agustina; en la devoción a la Virgen de la Encarnación en sus diversas advocaciones y modalidades, como la de Loreto, unidas a la Compañía de Jesús; en la Virgen del Carmen, unida a la orden de los carmelitas, pero tan arraigada en el mundo peninsular hispano, y así otras muchas advocaciones extendidas por las diversas órdenes religiosas.

Pero, como un hecho singular, en un buen número de casos una ermita que daría lugar luego a un santuario se encontraba unida al mundo de los naturales. Frecuentemente ellos eran actores principales en “apariciones” mariológicas, labraron estatuas de María o pintaron primorosos cuadros de María que bien pronto atrajeron la devoción popular que fue creciendo en el pueblo dando lugar a ermitas y templos marianos, como ocurrió con la Virgen de Copacabana o la Virgen de Caacupè. Así es que los santuarios tienen en la historia de la fe cristiana en América un papel muy importante. En América Latina hay más de 350 santuarios esparcidos por todo el territorio. Sería largo señalarlos todos, por lo que tan solo se indican algunos más conocidos, especialmente aquellos santuarios que albergan a la Patrona de la Nación y que constituyen meta de numerosas peregrinaciones. En orden alfabético se pueden señalar los siguientes:

ARGENTINA: SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN

A 60 kilómetros al oeste de Buenos Aires se halla la villa de Luján. En 1630 no había en aquel paraje ningún rastro de población y solo era frecuentado por las caravanas de carretas y las recuas de mulas tucumanas que bajaban o subían del puerto de Buenos Aires.

    El milagro

Hacia el año 1630 un cierto portugués, de nombre Antonio Faría de Sá, hacendado de Sumampa –jurisdicción de Córdoba del Tucumán– pidió a un amigo suyo, Juan Andrea, marino, que le trajese del Brasil una imagen de la Concepción de María Santísima con el propósito de venerarla en la Capilla que estaba fabricando en su estancia.

Juan Andrea cumplió el encargo y le trajo no una, sino dos imágenes de Nuestra Señora, que llegaron al puerto de Buenos Aires. Una, según el pedido, era de la Purísima Concepción; la otra, del título de la Madre de Dios con el niño Jesús dormido entre los brazos. Cuando llegaron, fueron colocadas en una carreta y partieron en caravana rumbo a Sumampa.

La imagen era llevada en carreta de Buenos Aires a Santiago del Estero cuando se detuvo inexplicablemente a las orillas del río Luján (67 km de Buenos Aires), cerca de la casa de don Rosendo Oramas. Se cambiaron los bueyes y se bajó la carga, pero sin resultado. Los bueyes rehusaban cruzar el río.

Entonces alguien observó las dos pequeñas cajas con las imágenes de la Virgen. Bajaron la estatua de la Virgen con el Niño sin que nada sucediera, pero cuando removieron la caja con la Inmaculada, inmediatamente los bueyes echaron a andar. Los asombrados testigos repitieron esto una y otra vez, con idénticos resultados.

Así comprendieron que Nuestra Señora quería quedarse en Luján y ellos con gusto y alegría la complacieron. Pronto la noticia se propagó y llegaban numerosos peregrinos. Al principio la imagen fue llevada a la casa de don Rosendo, quien fabricó la capilla primitiva donde se veneró a Nuestra Señora durante cuarenta años.

    La ermita

La imagen de Nuestra Señora estuvo por algún tiempo guardada y venerada en la pequeña habitación de la casa de campo de don Rosendo, adornada ahí con todo el decoro y respeto posible. Pero muy pronto los dueños de la estancia quisieron levantar a la milagrosa imagen una capilla que estaría lista hacia mediados de 1633. Fue abierta a los numerosos peregrinos que allí acudían, atraídos por las gracias que la Virgen Santísima dispensaba a sus devotos.

Su construcción sería muy rústica y no pasaría de un modesto rancho con paredes de barro, techo de paja y piso natural de tierra, y por todo lujo un revoque de blanqueo; el pequeño altar tendría una sencillez primitiva y un poco arriba del mismo estaría colocada la santa imagen. La capilla o ermita de don Rosendo no tendría más de cinco varas de largo por tres de ancho.

Manuel un esclavo traído de África y vendido en Brasil, llegó al Río de la Plata a los 25 años de edad, en la misma embarcación donde venía la bendita imagen de la Virgen. Presenció el milagro en la estancia de don Rosendo y dedicó desde entonces su vida a cuidar a la Virgen de Luján. Con los años, don Rosendo falleció y el lugar quedó casi abandonado, pero este hombre fue siempre fiel y continuó al servicio de la Virgen.

Hacia el año 1671, Ana de Matos, mujer acaudalada de Buenos Aires que conocía de cerca el milagro de Luján, dolorida por el abandono en que quedaba la santa imagen se acercó al cura de la catedral, presbítero Juan de Oramas –medio hermano del Pbro. Diego Rosendo de Trigueros– para pedírsela o comprársela.

El traslado, desde la antigua ermita hasta la casa de doña Ana de Matos se cumplió cerca del 8 de diciembre, como preparación a una nueva celebración de la Purísima Concepción. Participaron el obispo de Buenos Aires Cristóbal de la Mancha y Velasco (1646-1673) y el gobernador Martínez de Salazar.

El 2 de octubre de 1682 doña Ana donó tierras a la Santa Imagen de Luján en estos términos: “Porque tengo mucho amor a la advocación de Nuestra Señora de la Limpia Concepción y a su Santa Imagen hago gracia y donación a dicha imagen de todo el sitio que necesitare para la fábrica de su capilla…”

Hizo la donación con la condición de que la imagen estuviera perpetuamente en dichas tierras; así se convertía en oficial y pública la capilla de Nuestra Señora al pasar al dominio de la Iglesia la posesión de ese lugar sagrado, y también daba origen y fundamento a la verdadera fundación de la actual ciudad de Luján.

El lugar empezó a poblarse con los devotos de la Virgen y tomó el nombre de Nuestra Sra. de Luján. En 1755 se le otorgó el título de villa. La devoción y los milagros aumentaban y el 23 de octubre de 1730, Luján fue instituida parroquia. El cura párroco don José de Andújar deseaba ampliar el templo y junto al obispo fray Juan de Arregui, iniciaron la construcción, pero esta terminó por desplomarse antes de ser inaugurada.

   Orígenes de la Basílica Nacional de Luján
Hacia el año 1872, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros, entregó la custodia del templo a los sacerdotes de la Congregación de la Misión, conocidos como padres lazaristas (fundados por S. Vicente de Paúl).

En aquel entonces, el padre Jorge María Salvaire fue herido en un viaje por los indios y estuvo al borde de la muerte. En ese momento realizó una promesa a la Santísima Virgen y milagrosamente fue sanado. La promesa del padre Salvaire fue: “Publicaré tus milagros..., engrandeceré tu Iglesia”.

En cumplimiento de este voto publicó en 1885 la «Historia de Nuestra Sra. de Luján». En 1889 fue nombrado cura párroco de Luján y dedicó su vida y esfuerzos para edificar la gran basílica, con el apoyo de monseñor Aneiros y la colaboración de sus compañeros de congregación, inició la construcción de la actual Basílica Nacional el 6 de mayo de 1890. La Basílica se inauguró en el 1935.

El director de la obra fue el ingeniero Ulrico Courtois. La grandiosa basílica, de estilo gótico, tiene preciosos vitrales. La cripta de la basílica alberga muchos tesoros relacionados con la historia de Luján, y cuenta además con hermosas réplicas de todas las advocaciones marianas de América.

   Aprobación eclesiástica - La Solemne Coronación de la Virgen de Luján

El padre Salvaire presentó al papa León XIII, en 1886, la petición del episcopado y de los fieles del Río de la Plata para la coronación de la Virgen. El pontífice bendijo la corona y le otorgó oficio y misa propios para su festividad, que quedó establecida en el sábado anterior al IV domingo después de Pascua. La coronación canónica se realizó el 8 de mayo de 1887, por lo que su fiesta principal se celebra en tal fecha. En 1947 se celebró allí el Primer Congreso Mariano Nacional.

El santuario recibió de Pío XII el título de basílica en el año de 1930. Juan Pablo II bendijo la imagen de Nuestra Señora de Luján el 11 de noviembre de 1995, con ocasión de la visita ad limina de los obispos argentinos. Al cumplirse los 300 años del milagro de Luján, el episcopado argentino, uruguayo y paraguayo, por mandato de Pío XI, proclamó el 5 de octubre de 1930 a Ntra. Señora de Luján Patrona de las tres repúblicas del Plata.

El Santuario de Luján se ha convertido para los argentinos no solo en historia, sino en identidad, aun para los no católicos. Es el lugar donde se toma conciencia histórica de la patria, es decir, del pasado, presente y futuro de la nación; “es principio de solidaridad de los argentinos, donde el espíritu se encarna para llamar a la Gracia a los demás mediante ese «estar juntos» en el santuario, esperando que Dios mueva los corazones con gracias de unidad, pacificación y reconciliación”.

Existen algunos datos peculiares acerca de este santuario mariano de Luján, por ejemplo, que es considerado por los argentinos como un lugar especial para que los niños reciban el sacramento del Bautismo; es también considerado como lugar de penitentes, pues allí se llegan para obtener la reconciliación con Dios y para pedirle el auxilio en la perseverancia en la fe y en la vida moral. Existe un sentimiento popular de que para que una visita a Luján sea completa se requiere confesar los propios pecados, escuchar la Palabra de Dios, acercarse a la Eucaristía y presentar la acción de gracias por medio de María.

Al lugar acuden cada año unos 8 millones de peregrinos que desean encontrar a la Madre de Dios y de profundizar en la propia fe, porque quieren ser felices como Ella que fue “dichosa por haber creído”.

Principales peregrinaciones y festividades: - 8 de mayo: Solemnidad de Nuestra Señora de Luján. Cambio del manto de Nuestra Señora. - Último fin de semana de septiembre: Peregrinación Gaucha. - Primer fin de semana de octubre: Peregrinación Juvenil. - 8 de diciembre: Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Consagración de la Ciudad de Buenos Aires a la Santísima Virgen María de Luján Realizada por el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires (luego papa Francisco).

Querida Madre Nuestra, Virgen de Luján. A tu Inmaculado Corazón Maternal consagro esta ciudad de Buenos Aires. Te consagro a cada uno de sus hijos. Tú nos conoces bien y sabemos que nos quieres mucho. Hoy, después de haber adorado a Tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano mayor y nuestro Dios, te pido que nos mires a todos y a cada uno de nosotros. Te pido por cada familia de esta ciudad. Te pido por nuestros niños y nuestros ancianos; por nuestros enfermos; por los que están solos; por lo que están en la cárcel; por los que tienen hambre y no tienen trabajo. Por los que han perdido la esperanza; por los que no tienen fe. Te pido también por los que nos gobiernan y los que nos enseñan. Madre nuestra te pido que nos cuides a todos con ternura y nos contagies tu fortaleza. Somos hijos tuyos. Nos ponemos bajo tu amparo. No nos dejes solos en este momento de tanto dolor y dificultades. Confiamos en tu Corazón de Madre y te consagramos todo lo que somos y tenemos. Y sobre todo, Madre, muéstranos a Jesús, y enséñanos a hacer lo que Él nos diga. Amén. Buenos Aires, 1º de junio de 2002. Card. Jorge Mario Bergoglio, s.j.


BOLIVIA: NUESTRA SEÑORA DE COPACABANA

Constituye uno de los santuarios más antiguos de América. Este santuario forma parte del grupo de los santuarios que fueron testimonio de la primera evangelización de América Latina, con una característica peculiar, ya que se levanta sobre un antiguo templo dedicado al Sol y a la Luna, al que acudían los naturales originarios de la Región. Allí a cuatro mil ocho metros sobre el nivel del mar, la Madre de Dios quiso acercarse a sus hijos para atraerlos al verdadero Dios.

Época prehispánica A orillas del Lago Titicaca se levanta el Santuario de Copacabana, uno de los más antiguos y renombrados de América. Allí se encontraba uno de los centros más antiguos de culto de la nación colla y según relaciones antiguas fue fundado por el Inca Tupac Yupanqui el cual lo pobló con mitimaes de otras regiones del Imperio. Servía de paso a la Isla del Sol, donde existía un famoso templo dedicado al Sol.

El nombre Copacabana, quiere decir en quechua “lugar donde se ve la piedra azul” por la deidad que existía en el pueblo antes de la llegada del cristianismo a estas tierras. Ramos Gavilán afirma: “Este ídolo de Copacabana estaba en el mismo pueblo, como vamos a Tiquina, era de piedra azul vistosa y no tenía más de la figura de un rostro humano destroncado de pies y manos... Miraba aqueste Ídolo hacia el templo del Sol como dando a entender que de allí le venía el bien”.

Vargas Ugarte afirma: “allí, en la proximidad de uno de los centros más antiguos y donde por siglos enteros recibieron especial culto las falsas deidades de los collas, quiso la Virgen María establecer su trono de amor y misericordia, a fin de conquistar para su Hijo a los numerosos indígenas que poblaban las márgenes de aquella laguna”.

Los pueblos aborígenes tienen espacios ligados a este origen: los grandes apus (cerros) protectores de todo el pueblo, los lugares de una familia, de un ayllu, la misma chacra doméstica que es el lugar de contacto con la tierra, con la vida, con el sentido providente de Dios.

Época hispana Según López Meléndez, en 1553, existía ya en Copacabana –pueblo fundado por Ortiz de Zarate (c. 1521-1575) – una iglesia que estaba a cargo de los dominicos. Era una reducción dependiente de la Corona de Castilla (de España). Posteriormente, luego de la visita del virrey Toledo (1579) y la sustitución de los dominicos por los sacerdotes diocesanos, la doctrina de Copacabana quedó a cargo de sacerdotes; entre ellos destacan Montoro y Almeida.

A esta época corresponde la entronización de la imagen de María, obra del indígena Francisco Tito Yupanqui. La primera iglesia erigida en Copacabana, pueblo cristianizado por los misioneros dominicos, según el P. Lizárraga era buena. Como patrona y titular de ella se nombró a Santa Ana, la madre de la Virgen.

Este tiempo de fuerte labor evangelizadora en la región del lago Titicaca se interrumpió en 1569, momento en el que los frailes dominicos tuvieron que dejar la zona por disposición del virrey Francisco de Toledo, avalado por la Cédula Real de Felipe II y otras más que señalaban que los virreyes podían conceder doctrinas a quienes ellos quisiesen.

Así, se falló a favor del obispo y de los clérigos de Chuquisaca que la habían solicitado y que lograron tener bajo su jurisdicción la provincia de Chucuito, por lo que los dominicos –que desde los primeros momentos de la llegada española se habían ocupado de la evangelización en la mencionada región– la cedieron al clero diocesano. A partir de este momento, la doctrina de Copacabana quedó bajo la responsabilidad de los sacerdotes diocesanos o seculares. Sobresalen los sacerdotes Antonio de Almeida y Antonio Montoro, en cuyo tiempo se entroniza María de Copacabana.

En Copacabana, como en otros lugares dominados por los incas, donde la división administrativa y social impuesta había originado fuerte tensión entre los anansayas (distrito alto, clase social alta), y los urinsayas (distrito bajo, clase social baja), entró en un momento álgido a finales de la década de 1570.

La tensión tradicional se agravó por las heladas que deterioraron la economía agrícola de los habitantes de Copacabana. Ante esta situación, los anansayas reunidos en cabildo decidieron ponerse bajo la protección de la Virgen María, Madre de Dios, bajo la advocación de la Candelaria, formando asimismo una cofradía en su honor.

Frente a esta decisión reaccionaron los urinsayas señalando que la elección de la patrona y erección de una cofradía era para todo el pueblo. Que las condiciones de pobreza no permitían sostener dos cofradías; además, hasta ese momento, no se tenía una imagen de la Virgen de la Candelaria.

No obstante, tanto los urinsayas como los anansayas que, junto a sus prácticas religiosas habían recibido la fe cristiana, confiaron en la novedad del cristianismo que se hacía presente a través del rostro de esa madre que los cuidaba, y así se pusieron de acuerdo en venerar a María de la Candelaria, María que es luz, que vence al demonio de la desunión, representado en la sirena.

La imagen de María morena, María india, fue obra de Francisco Tito Yupanqui. En medio de dificultades logró labrar la imagen que el 2 de febrero de 1583, día de la Candelaria; y su escultura fue colocada en el templo. María morena fue reconocida y amada por los collas, logró apaciguarlos y unirlos en torno a ella.

El sacerdote diocesano P. Montoro fue el primero en mantener el culto a María de Copacabana, luego serán los agustinos quienes impulsarán esta devoción, la misma que se constituyó en un elemento decisivo para la fe cristiana en Bolivia y en diferentes países de América Latina.

El mismo día de la Candelaria se instaló la Cofradía que debía ocuparse del culto de la imagen. Al acrecentarse la fama de la imagen acudieron de todas partes. Copacabana pasó a ser un lugar de peregrinación cristiana, pero además lugar de encuentro de razas, de culturas, de pueblos diferentes que se reunían en torno a la Madre de Dios, asumida como madre de todos y todas, lo que se mantiene hasta nuestros días.

María y la evangelización: milagros El agustino Alfonso Ramos Gavilán se estableció en el convento de Copacabana a comienzo del año 1618, quedándose ahí mucho tiempo. Sintió la necesidad de propagar las grandes maravillas de las que fue testigo cuando vivía en Copacabana “para mayor devoción de la Virgen y consuelo de los fieles: sus milagros”.

Se puede considerar como el primer milagro, el que la misma imagen haya sido querida, pensada y realizada por un lugareño andino inca, sin ser escultor, pintor, pero sí con el gran deseo de verla plasmada. Otro milagro es ver la imagen como él la siente y la piensa, con rostro moreno, María de Copacabana, María indígena, María andina, que supo unir a un pueblo que, por diferentes motivos, estaba dividido.

Ramos Gavilán narra innumerables milagros, sin embargo, parece importante resaltar alguno que podría ser releído desde la coyuntura actual. La Virgen empezó a realizar sus milagros desde 1583. Ramos Gavilán documenta fechas, nombres, apellidos, origen de los devotos y circunstancias de los milagros.

Es importante destacar que los milagros beneficiaban no solo a gente del lugar sino también a quienes visitaban el Santuario de todas partes, no solo a indígenas sino también a españoles, sacerdotes, niños, mujeres y hombres. Por otra parte, los milagros no solo se realizaban en Copacabana sino también en otras partes. María de Copacabana, se manifiesta como madre de todos y todas, es una mujer sencilla, cercana, acogedora y que nos envía a la tarea de búsqueda de unidad y paz.

Ayer como hoy Copacabana ha sido un lugar de penitencia, peregrinación, de oración, de encuentro, de compromiso al cual todos asistimos con fe y devoción, sea para pedir, para agradecer, pero sobre todo es un lugar de encuentro, en el que no se dan diferencias culturales, ideológicas ni sociales y este es el milagro de nuestros tiempos, que todos nos sentimos cubiertos, protegidos, bajo el manto de María y siempre animados por la “Mamita”.

María de Copacabana no ha permitido borrar la religiosidad primera, sino que le ha puesto rostro, la Pachamama, Madre Tierra, es la dulce María, por eso el apego y el respeto de la gente a la tierra. Ella está en el corazón de todos los bolivianos, convive con la diversidad, es parte de ella, es María y sirve invitando al pueblo boliviano a lograr el milagro de unidad en la diferencia, porque la diferencia más que ser un peso, algo negativo, es una riqueza.

Expansión del culto a Copacabana La devoción a María de Copacabana creció a pesar de los obstáculos que se presentaron: primero la misma autoría de la imagen por un indígena, luego la sustitución de los frailes dominicos por el clero diocesano, más tarde la llegada de los frailes agustinos y posteriormente de los franciscanos que, en diferentes momentos, tuvieron a su cargo el santuario.

Alonso de Montilla, definidor y procurador general de la Orden de los Agustinos Eremitas en la provincia de Perú, hizo presente al Papa Clemente VIII (1592-1605) que, en la iglesia de su orden, en la ciudad de Copacabana, diócesis de Charcas, se veneraba una imagen “Beatae Mariae Virginis de Copocabana”, a través de la cual habían sido curadas, “ut pie creditur” [como se cree piamente], innumerables enfermedades.

Para mayor veneración de la imagen, el obispo de Charcas había ordenado erigir una cofradía “sub invocatione eiusdem Beatae Mariae de Copacabana” [bajo la invocación de la misma Beata María Virgen de Copacabana], que tuviera la responsabilidad de ocuparse de los peregrinos pobres. Fray Alonso suplicó al Papa que concediera a la cofradía indulgencias. Clemente VIII confirmó con un Breve la erección de la cofradía, prohibió que la misma imagen fuer venerada en otros lugares y concedió a los miembros de la cofradía las indulgencias acostumbradas en estos casos. Los agustinos no siguieron la última disposición del Breve.

La devoción a María de Copacabana fue muy grande, probablemente la más importante de América del Sur. Sobre su leyenda Calderón de la Barca escribió una comedia; los agustinos: Ramos Gavilán una crónica, Calancha un libro, Valverde un hermoso poema y Marrachi una crónica tardía; todo esto antes del S. XVIII. Posteriormente se han escrito otras obras; sin embargo, queda pendiente una historia completa que recoja la mayor información posible y muestre el verdadero valor de María de Copacabana y su Santuario.

Recién a principios del siglo XIX (1805) se hizo un reconocimiento oficial del santuario de Copacabana al consagrar la iglesia bajo el título de la Purificación. Un siglo después, en agosto de 1925, se coronó canónicamente a la Virgen de Copacabana y, en 1939 el santuario, por Breve Pontificio fue elevado a Basílica Menor. La imagen original nunca salió de su santuario y para las procesiones se utilizaba una copia de la misma.

Es típico del santuario, que los que lo visitan salgan de él caminando hacia atrás, con la intención de no darle la espalda a su querida patrona, cuya fiesta original se celebraba el 2 de febrero, día de la Purificación de María, y luego se ha trasladado al 5 de agosto, con liturgia propia y gran celebración popular.

A modo de conclusión: sentido del santuario en el catolicismo El santuario, lugar de la manifestación de Dios, ocupa un lugar importante en la historia de salvación. Como dice el papa Juan Pablo II, “siempre y en todas partes, los santuarios cristianos han sido o han querido ser signos de Dios, de su irrupción en la historia humana. Cada uno de ellos es un memorial del misterio de la Encarnación, de la Redención... es la historia del amor de Dios a cada hombre y a la humanidad entera”.

Llegar al espacio sagrado implica –muchas veces– trasladarse, ir hacia, y en toda peregrinación cristiana subyace el concepto de una iglesia peregrina que no deja de caminar hasta el encuentro final con su Dios. La peregrinación es, por un lado, una búsqueda de Dios y, por otro, el encuentro con Él en un marco cultural; este encuentro tiene lugar en los santuarios. Los santuarios son por una parte lugares privilegiados de encuentro, de purificación, de manifestación y celebración de la fe, es decir, de evangelización; y por otra, de identificación local, regional o nacional.

El santuario es un lugar de encuentro. Si bien la religiosidad del pueblo, como afirma Pablo VI en la «Evangelii Nuntiandi», es vivida preferentemente por los pobres y sencillos, abarca todos los sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que reúne a los hombres en países tan divididos por lo económico, social y político. Eso es Copacabana en Bolivia.

A la iniciativa tomada por Dios responde el pueblo y lo hace desde su cultura, con los elementos que son propios a sus raíces culturales. Esta es su respuesta a la presencia, a la manifestación divina en los santuarios. En el santuario el pueblo dice quién es, manifiesta su identidad. Es un espacio propio donde el pueblo creyente confirma su dignidad de hijo del Padre, es lugar de la memoria del pueblo. Tiene una capacidad simbólica para resumir esa memoria y hacerla aflorar al consciente colectivo.

Sin duda, Copacabana es el lugar donde los peregrinos viven una experiencia religiosa, viven el misterio de la vida, el salto de lo ordinario a lo extraordinario, el contacto con lo sagrado; es, en suma, el descubrimiento / encuentro con Dios.


NOTAS

REFERENCIAS

III Conferencia General del CELAM. Documento de Puebla. Bogotá: CELAM, 1979.

Basílica Menor Santuario Nacional Nuestra Señora de Coromoto, «Historia de la Aparición». Disponible en http://www.santuariobasilicacoromoto.com/historia-virgen-coromoto.html

Francovich, Guillermo. Tito Yupanqui, escultor indio. La Paz: Librería Editorial Juventud, 1978.

Iglesia Uruguaya, «El Santuario Nacional de la Virgen de los Treinta y Tres». Disponible en https://iglesiacatolica.org.uy/santuario-virgen-de-los-treinta-y-tres/

Intendencia de Florida, «Florida cuenta con monumento a la Virgen de los Treinta y Tres» (24 de agosto de 2007). Disponible en http://www.florida.gub.uy/wps/wcm/connect/imf/imf/noticias/virgendelos33/

Juan Pablo II, Discurso a rectores en Santuarios de Francia, Bélgica y Portugal (Roma, 22 de enero de 1981). Disponible en http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1981/january/documents/hf_jp-ii_spe_19810122_rettori-santuari.html

Martí, Mariano y Lino Gómez Canedo. Documentos relativos a su visita pastoral de la diócesis de Caracas. 1771-1784. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1989.

Metzler, Josef. America Pontificia, III. Ciudad del Vaticano: Librería ed. vaticana, 1995.

París García, José Gregorio. El Tiempo de los Tiempos. Alcobendas, Madrid: De Buena Tinta, 2013.

Ramos Gavilán, Alonso. Historia de Nuestra Señora de Copacabana. La Paz: Academia Boliviana de la Historia, 1976 y 1977.

 . Historia del célebre Santuario de Nuestra Señora de Copacabana y sus milagros e invención de la Cruz de Carabuco. Lima: Geronymo de Contreras, 1621.

Rodríguez Demorizi, Emilio. Relaciones Históricas de Santo Domingo, vol. I. Ciudad Trujillo: Editora Montalvo, 1942.

Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María, «Nuestra Señora de los Treinta y Tres». Disponible en https://www.corazones.org/maria/america/uruguay_33.htm

Utrera, Cipriano de. Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino y Seminario Conciliar de la Ciudad de Santo Domingo de la Isla Española. Santo Domingo: Imprenta Franciscana, 1932.

Vargas Ugarte, Rubén. Historia del Culto de María en Iberoamérica y de sus imágenes y santuarios más celebrados. Madrid: Talleres Gráficos, 1956.


RAÚL FERES