SERRA FRAY JUNÍPERO; Reivindicación de su memoria histórica (II)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Una «leyenda negra» que pretende denigrar el mundo cultural hispano-católico

De inicio hay que dejar bien sentado que Fray Junípero Serra por su excesivo celo a la hora de proteger a los indígenas, se llegó a ganar la enemistad de algunos de sus compatriotas ávidos de codicia, e incluso de algún gobernador. Como uno de los muchos ejemplos, después de la destrucción de la misión de San Diego por un ataque indio, a mediados de julio de 1776, consta que el religioso pidió al primer comandante general de las Provincias Internas, Teodoro de Croix, en una carta del 22 de agosto de 1778, que no se ejerciera la violencia contra los culpables.

María Elvira Roca Barea, quien fuera profesora en la Universidad de Harvard y autora de «Imperiofobia y leyenda negra», reconocida historiadora sobre estos temas históricos y sobre la ajada, trivial y manida «Leyenda Negra», señala: “Junípero solo es el chivo expiatorio; el ataque es contra el mundo hispano en su totalidad, cuyas relaciones con los indígenas eran más fluidas, respetuosas y benignas de las que tuvieron los que vinieron después»”

Para esta autora, el indigenismo cuenta en la actualidad con manga ancha en las universidades norteamericanas porque “a los auténticos responsables de la desaparición de la población nativa les interesa eximir su responsabilidad”. Ya se sabe que los colonos de las trece colonias y sus descendientes anglo-americanos, fueron eliminando sistemáticamente a los grupos indios, expulsándolos de sus tierras y encerrándolos en las tristemente célebres «reservaciones indígenas».

El resultado de toda esta campaña relanzada en tiempos recientes, pero de raíces antiguas, es una polémica alejada de la realidad que perjudica, sobre todo, a los hispanos que, según estimaciones de 2015, son 60 millones los que viven en los Estados Unidos; quince millones solo en California.[1]

El conocido autor norteamericano, Samuel P. Huntington, defensor de la cultura «white, Angloamericans and Protestant» norteamericana, escribía en el 2009 sobre el «peligro» que representaba para la cultura futura de los Estados Unidos las fuerzas migratorias hispanas que estaban invadiendo el país. Escribía:

“The persistent inflow of Hispanic immigrants threatens to divide the United States into two peoples, two cultures, and two languages. Unlike past immigrant groups, Mexicans and other Latinos have not assimilated into mainstream U.S. culture, forming instead their own political and linguistic enclaves -- from Los Angeles to Miami -- and rejecting the Anglo-Protestant values that built the American dream. The United States ignores this challenge at its peril…Such a transformation would not only revolutionize the United States, but it would also have serious consequences for Hispanics, who will be in the United States but not of it. Sosa ends his book, The Americano Dream, with encouragement for aspiring Hispanic entrepreneurs. «The Americano dream?» he asks. «It exists, it is realistic, and it is there for all of us to share.» Sosa is wrong. There is no Americano dream. There is only the American dream created by an Anglo-Protestant society. Mexican Americans will share in that dream and in that society only if they dream in English”. (October 28, 2009).

Este es parte del terreno que ha alimentado en las últimas décadas el renacimiento de una contra historia denigrante de todo lo que se refiera a la presencia hispana en lo que hoy son los Estados Unidos, y que se remota a la «colonización» de los territorios norteamericanos meridionales que formaron parte del Imperio Español y que pasaron a formar parte del Imperio Mexicano, independiente a partir del 27 de septiembre de 1821.

El nuevo Estado independiente mexicano comprendía todos los antiguos territorios del Virreinato de la Nueva España, y por lo tanto los extensos territorios de Texas, California y Nuevo México. En pocos años, desde 1835 a la década de 1850, México es mutilado perdiendo mitad de su territorio nacional, arrebatado contra todas las normas del derecho internacional por los neo-imperialistas de los Estados Unidos de Norteamérica en connivencia con la masonería Yorkina encabezada en México por Valentín Gómez Farías.

El latrocinio territorial comienza bajo el mandato del presidente John Quincy Adams instigado por el astuto político norteamericano Joel Poinsett. Tras la manipulada independencia de Texas y de la inmoral guerra Mexico-Norteamericana de 1846, incluso calificada por el general estadounidense Ulises S. Grant como “una de las guerras más injustas que alguna vez se haya hecho”,[2]el gobierno de los Estados Unidos forzó a México a firmar en 1848 los «Tratados de Guadalupe Hidalgo», mediante los cuales México les «vendió» la mitad de su territorio.

Fue precisamente en California donde la ambición e inmoralidad de la ambición territorial norteamericana quedó del todo trasparente pues, en el mes de junio de 1846, principios de la guerra, una escuadra de barcos de guerra al mando del Comodoro John Sloat desembarcó en Monterrey, California, proclamando cínicamente: “Declaro a los habitantes de California que aun cuando traigo en armas una fuerza poderosa, no llego como enemigo de California. Por el contrario, vengo como su mejor amigo, y desde ahora California será una porción de los Estados Unidos.”[3]

De los territorios de California y Nuevo México, los Estados Unidos formaron cinco estados: Colorado y Nuevo México (quitándole un poco de territorio a Texas), Arizona, Utah, Nevada y California.[4]¿Y cómo reaccionan los mexicanos o hispanos de hoy ante una historia de tanto oprobio? Por una parte, es común el resentimiento difundido en la mentalidad de la gente medio o mal informada. Por otra el hecho masivo de las ya crónicas emigraciones de mexicanos a los Estados Unidos desde hace casi un siglo, «reconquista» de hecho aquello que un estado neo-imperialista les arrebató por la fuerza.

La ya citada historiadora María Elvira Roca Barea señala: “Los hispanos no se dan por aludidos [a las afirmaciones que hemos citado de antihispanismo] y eso forma parte de la erosión cultural constante que los deja en una posición de aculturación y de debilidad”. Por otra parte, parece como si una «mantra» de silencio obligado haya caído sobre estos temas. Ya se olvidan las claras declaraciones y escritos de un historiador mexicano como José Vasconcelos en los años 20 del siglo XX; o lejos suena ya 2003, cuando, a petición de intelectuales mexicanos, las Misiones Franciscanas de Sierra Gorda fueron declaradas por la UNESCO «Patrimonio Mundial» de la Humanidad.

En defensa de la verdad histórica

Tras la fila de actos vandálicos contra la memoria de Fray Junípero Serra, toda una serie de historiadores han salido en su defensa. La maquiavélicamente fabricada «leyenda negra» sobre Fray Junípero Serra no tiene ni pies ni cabeza; o si se quiere tiene pies muy cortos. Así escribe en defensa de la verdad histórica otro historiador, Manuel P. Villatoro, en el ya citado periódico «ABC»:

“Los héroes no son solo aquellos que, espada y escudo en mano, luchan una cruenta batalla sabedores de sus escasas posibilidades de victoria. En muchas ocasiones, los ídolos no necesitan armas ni armadura. El vivo ejemplo de ello fue Junípero Serra, …[que] dejó atrás a su querida España y recorrió casi 10.000 kilómetros en barco hasta México para versar a los nativos en las artes, las ciencias y el comercio. Olvidándose de su seguridad y bienestar personal, Serra fundó 14 misiones en el Nuevo Mundo, […] dedicadas por completo a garantizar el bienestar de los indígenas. Fue, en definitiva, un gran hombre con un enorme listado de buenas acciones. Las mismas que, allá por el año 2015, le llevaron a ser canonizado por el Papa Francisco”.[5]

Continúa el historiador demostrando que la de Junípero Serra es una historia de bondad. Aunque no debían opinar lo mismo los exaltados que, a mediados del mes de junio del 2020, decapitaron sus estatuas pretendiendo borrar su memoria como infausta. Hay algunos en aquellas regiones, que sin dar razones consideran al religioso como «un carcelero» que «construyó auténticos campos de concentración» y obligó «a los indios a convertirse al catolicismo».

Todo falsedades, en palabras del mismo autor: “No hay evidencia alguna para afirmar que, en tiempos de Serra, hubiera conversiones forzadas de indios al catolicismo; no hay evidencia alguna que muestre que Serra fuera personalmente cruel con los indios; durante la presidencia de Serra no hubo tal destrucción de los pueblos indígenas”.

Ante las calumnias contra Fray Junípero, el Obispado de Mallorca, su patria, ha lamentado en un comunicado público, “que un movimiento internacional renovado para sanar recuerdos y corregir las injusticias del racismo haya sido secuestrado por algunos en un movimiento de violencia, saqueos y vandalismo. El destrozo de imágenes de San Junípero Serra en diferentes lugares de Estados Unidos, como el acto vandálico contra la estatua situada en la plaza de San Francisco de Palma [España], se ha convertido en el último ejemplo. Toda persona que trabaja por la justicia y la igualdad se une a la indignación de quienes han sido y siguen siendo oprimidos.

Es especialmente cierto que los cristianos están llamados a trabajar incansablemente por la dignidad de todos los seres humanos. Esta es la piedra angular de nuestra fe. Durante los últimos 800 años, las diversas órdenes franciscanas han sido ejemplares no solo para servir, sino para identificarse con los pobres y darles su dignidad de hijos de Dios. San Junípero Serra no es una excepción. El Padre Serra hizo sacrificios heroicos para proteger a los indígenas de California de los conquistadores españoles, especialmente de los soldados. Incluso con la pierna infectada, que le causaba gran dolor, caminó hasta la ciudad de México para obtener facultades especiales de gobierno del virrey de España para disciplinar a los militares que abusaban de los indios.

Y luego volvió a California. San Junípero Serra también les ofreció lo mejor que tenía: el conocimiento y el amor de Jesucristo mediante la educación, la atención sanitaria y la formación en artes agrarias. Todo ello no quiere negar que se han producido equivocaciones históricas, incluso por parte de gente de buena voluntad, y se necesita curación de recuerdos y reparación. Pero del mismo modo que los errores históricos no se pueden corregir manteniéndolos ocultos, tampoco se pueden justificar reescribiendo la historia. La ira contra la injusticia puede ser una respuesta saludable cuando es una indignación justa que hace avanzar una sociedad. Pero, como enseña el mismo Jesucristo, y San Francisco modeló, el amor y no la rabia es la única respuesta”.[6]

En defensa también de la civilización hispánica: el encuentro de dos mundos

Los rusos buscaban asentarse en el noroeste americano, lo que significaba un desastre para los intereses del Imperio español en la zona. ¿Cuál fue la solución ofrecida por los españoles? Adelantarse a sus competidores. “El Visitador Real José de Gálvez propuso al gobernador una expedición a Monterrey”, explica Matt A. Casado, de la Northern Arizona University, en « California hispana: Descubrimiento, colonización y anexión por los Estados Unidos» (2019).

Por ello desde México organiza una gran expedición para explorar y colonizar los inmensos territorios de lo que hoy constituyen los Estados Unidos del Oeste o la California. La expedición estaba compuesta de expedicionarios españoles voluntarios, y como en todas sus empresas ultramarinas al servicio de la Corona, de frailes franciscanos con la misión evangelizadora, que desde los comienzos de la presencia española en el Nuevo Mundo estuvieron siempre formando parte de todas las expediciones, con tareas muy distintas, sin mermar por ello la clara unión en la mente de la Corona de los dos aspectos.

La expedición partió el 10 de abril de 1769 en dirección a Monterrey bajo el mando de otro insigne explorador y amigo de Fray Junípero, Gaspar de Portolá. El viaje fue más duro que cualquiera de los anteriores en los que había participado Serra. Los episodios que vivieron aquellos hombres así lo atestiguan. Por ejemplo, el 28 de mayo los nativos trataron de detener mediante un ataque armado el avance de los españoles a la altura de una zona llamada la Cieneguilla, aunque el ataque fue fácilmente rechazado y sin víctimas.

Fray Junípero era entusiasta, pero no ciego. Sabía que en cualquier momento los indios se podían convertir en una amenaza, añade Sanz. Lo cierto es que no le faltaba razón. Y así el 27 de junio, de la nada, aparecieron dos grupos de nativos armados con arcos y flechas que se ubicaron en los flancos de la expedición. Según explicó Serra en su «Diario», los indios se dedicaron a dar alaridos hasta que se cansaron y se marcharon. A primeros de julio la expedición arribó al puerto de San Diego, donde los españoles fundaban la primera misión de la Alta California, la de San Diego de Alcalá.

La estructura social que se generó alrededor de esta misión sería más que revolucionaria. De esta forma lo explican Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales en su obra «Banderas Lejanas. La exploración, conquista y defensa por España del territorio de los actuales Estados Unidos»: “[Allí] se hubo de destinar seis soldados. Así nació un sistema muy eficaz que luego fue copiado en toda California en aquellos lugares donde no había un presidio que diese protección inmediata a los misioneros. Consistía en dotar de una pequeña unidad militar a cada asentamiento en el que los religiosos y los indios cristianizados cultivaban la tierra y producían alimentos”.

Los presidios tenían como objetivo asegurar la ocupación del territorio y al mismo tiempo proteger misiones y colonos de eventuales ataques de bandas indígenas locales. La empresa presentó continuamente dificultades ingentes, y fue precisamente el tesón de Fray Junípero el que logró convencer al jefe de la expedición española a continuar en su camino. Recalca Fray Francisco Palóu que al final la tenacidad mostrada por Serra y sus deseos de cristianización hicieron que pudiese formar su segunda misión, la de San Carlos de Borromeo, en Monterrey allá por 1771.

Otras misiones

Tras estas dos primeras, Junípero Serra fundó otras tres misiones más: la de San Antonio de Padua (1771), la de San Gabriel Arcángel (1771) y la de San Luis Obispo de Tolosa (1772). La creación de la última de esta lista (auspiciada por el lugarteniente de Portolá, Pedro Fages) fue particularmente feliz para los nativos. “Serra convenció a Fages para que le dejara algunos hombres y así poder fundar una nueva misión, que recibió el 1 de septiembre de 1772 el nombre de San Luis Obispo de Tolosa. La amistad de los indios garantizó el éxito del nuevo asentamiento”, añaden Laínez y Canales en su obra. En los años siguientes, el número de misiones creadas por Junípero Serra aumentó hasta un total de nueve. Entre todas las misiones destacó la creada a medio camino entre las regiones de Los Ángeles y San Diego. Su levantamiento comenzó en 1774, cuando el también franciscano Fermín Luasén y un comandante llamado Francisco Ortega fueron enviados a la actual zona de San Juan Capistrano, con el objetivo de fundar una nueva misión. La labor de los mismos, tuvo que ser momentáneamente detenida debido a ataques de los indios y otras dificultades de subsistencia.[7]

Sin embargo, poco después fue reiniciada la fundación por Fray Junípero junto a otros dos misioneros: fray Pablo Mugártegui y fray Gregorio Amurrio, a los que acompañaban una docena de soldados españoles, como era usual en aquellas difíciles expediciones. Narra Fray Palóu en su libro citado que: “Llegaron al sitio en donde hallaron enarbolada [una] cruz [dejada por Ortega] y desenterraron las campanas, a cuyo repique acudieron los gentiles muy festivos de ver que volvían a su tierra los padres. Se hizo una enramada, y puesto el altar dijo el venerable padre presidente la primera misa. Deseoso de que se adelantase la obra, tomó el trabajo de pasar su reverencia a la misión de San Gabriel, a fin de traer algunos neófitos para ayuda de la obra, algún socorro de víveres para todos y el ganado vacuno que ya estaba”.

Una leyenda negra falsa, ideológicamente construida

La historia de Junípero Serra nos habla de bondad y de piedad. “Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos”, dijo en la homilía de la ceremonia de canonización el Papa Francisco.

Sin embargo, ni los abundantes, meticulosos, y precisos testimonios documentados de los acontecimientos de entonces, lo mismo de los misioneros como de las autoridades españolas que se conservan en los Archivos tanto españoles como mexicanos, y los de aquellas misiones californianas, ni la abundante historiografía científica, sobre todo norteamericana, ni el unánime reconocimiento internacional de estudiosos, han servido para acallar a quienes recientemente han querido relanzar una nueva edición caricaturesca de la «leyenda negra» antiespañola y anticatólica.

En 2015, cuando Fray Junípero fue canonizado por el Papa Francisco, algunos grupos que se auto nombran «indigenistas», cargaron frontalmente contra su memoria. Llegaron absurdamente a afirmar que el misionero franciscano se había comportado como un racista que cometió crímenes genocidas contra los pueblos indios; y con la misma desfachatez antihistórica, tildaron también a las misiones de ser «campos de concentración» para los nativos, campos de exterminio donde los indígenas eran esclavizados para erigir algunos de los ejemplos más bellos de la arquitectura del estado de California, calumniando que “no eran más que una fachada de los insalubres campos de la muerte por las condiciones de absoluta insalubridad en que vivían”.

Estos supuestos «indigenistas» se olvidan de las miserables condiciones en que vivían aquellos grupos indígenas dispersos, y que la finalidad de fundar misiones y poblados fue para establecer un régimen de desarrollo humano digno para sus pobladores, enseñándoles a confeccionar vestidos y herramientas de trabajo, introduciendo nuevos cultivos y enseñando la agricultura a grupos humanos que la desconocían totalmente, aliviando notoriamente las hambrunas crónicas que los aquejaban. Aquellas poblaciones levantadas alrededor de las misiones eran las únicas zonas en las que había alimento.

Además, los poblados-misión protegían a los indígenas allí acogidos de las depredaciones continuas entre las varias bandas indígenas. Para colmo de insensatez histórica estos exiguos grupos de actuales indigenistas reprochan a Fray Junípero el haber fundado un sistema de misiones que, dicen, “acabó con una buena parte de la civilización indígena.” Ya nos hemos referido al nivel de desarrollo cultural ínfimo en el que vivían aquellos grupos indígenas dispersos en los territorios de California, muy distintos de las otras grandes y dispersas tribus indias en el inmenso territorio de la actual Norteamérica.

Lo que mañosamente olvidan estos actuales acusadores, es de los episodios en los que los frailes misioneros, encabezados por Fray Junípero, defendieron a los indígenas, incluso cuando a veces algunos atacaban las misiones y los asentamientos españoles, pidiendo siempre clemencia para los responsables de aquellos ataques. Hay varios episodios en la vida de Fray Junípero que lo demuestran, como lo hizo tras el saqueo y destrucción de la misión de San Diego. Se lo dijo a Teodoro de Croix, primer comandante general de las Provincias Internas, en carta del 22 de agosto de 1778 que “esos rebeldes y asesinos eran sus hijos, engendrados en Cristo”.

Esta era además la explicita directiva que el Visitador Gálvez había dado a todos los españoles, agentes gobernativos, misioneros, y demás exploradores desde los comienzos de aquella empresa. Hay que tener en cuenta que, según datos documentados de entonces, en 1778 la población española-mexicana de Alta California sobrepasaba en poco los 350 individuos: algo más de un centenar de soldados, varios empleados reales en los presidios, los colonos que llevara a San francisco el coronel Aza (uno de los primeros exploradores) y 19 franciscanos distribuidos en 8 misiones. La población indígenas constituía la inmensa mayoría: unos 3.000 indios vivían bajo la tutela de los misioneros, que velaban por su ingreso en una vida desarrollada y cristiana.[8]

La huella de España en Estados Unidos

En el último tercio del siglo XVIII, España, por poco creíble que parezca hoy, ostentaba la soberanía sobre la mitad del territorio de Estados Unidos, a excepción del cuadrante nordeste, donde se asentaban las colonias británicas; había colonizado todo el sur, desde Florida a Nuevo México. Pero faltaba California. Casi dos siglos antes, el marino Sebastián Vizcaíno había recorrido su costa, cartografiando con minucia todos los accidentes del litoral californiano, trazando un mapa guardado por las autoridades españolas.

Pero implicada España en el tejido de su vasto Imperio, California había sido por el momento orillada, “y las brumas del tiempo y el olvido se deslizaron sobre aquellas soledumbres”, escribía Borja Cardelús en ABC, el 21 de noviembre de 2016. Pero en 1761, el embajador español en Rusia informó al Gobierno de Madrid que los rusos bajaban desde Alaska, instalando factorías comerciales en la costa pacífica. Y España se vio apremiada a frenarlos, adelantándose en la reafirmación de sus dominios en las costas del Pacífico norte americano.

Fue así que aquella situación empujó al rey Carlos III a ocupar efectivamente California. Se trataba de una región poblada de nativos aún no tocados por la misión evangelizadora cristiana. “En esto, -continúa Borja Cardelús- España y la Corona, que había recibido del Papa la misión de evangelizar las Indias, era también sumamente escrupulosa. Fue entonces cuando la Corona española a través del Virrey de la Nueva España decidió enviar una expedición para explorar aquellas tierras, fundar misiones, presidios que custodiasen el territorio incorporado y establecer poblaciones a partir de aquellos puestos, que se convertirían con el tiempo en las grandes ciudades actuales de la Alta California. Por eso aquella primera expedición se llamó «Santa Expedición» […] con un doble y de hecho estrecha unión colonizadora y misionera. Desde el territorio de la Nueva España, a partir de la Ciudad de México a California se pone en marcha una operación meticulosamente diseñada» por el Visitador General de la Corona en el Virreinato, Don José de Gálvez y por los Virreyes Carlos Francisco de Croix (1766-71) y Antonio María de Bucarelli (1771-79), sucedidos luego por Martín de Mayorga (1779-83), del que escribe Carlos María Bustamante que fue «incuestionablemente uno de los virreyes más hombres de bien que ha tenido esta Améric[9]; le sucedieron Matías de Gálvez (1783-84) y Bernardo de Gálvez (1785-87). Estos son los Virreyes que protagonizaron la colonización de la Alta California y con los que tuvo que ver Fray Junípero Serra.”

Para la empresa californiana en 1769 se dispuso una doble jefatura militar y misionera. Para la primera, el catalán Gaspar de Portolá. Para la segunda Fray Junípero Serra.[10]Se planeó y llevó a cabo fundar en San Diego una Misión y un Presidio (fuerte protector), y desde allí proyectar la gran marcha colonizadora, fundando en la bahía de Monterrey, en el corazón de la costa californiana, la Misión que había de ser el núcleo de la colonización española. Hay que notar que tanto el Visitador General, como los Virreyes de la época de los comienzos de la misión californiana, apoyaron decididamente tal misión.

Más tarde, y en circunstancias conflictivas con las autoridades gubernamentales de la Alta California, Fray Junípero, ya muy achacado por sus crónicas dolencias, cumple un penoso viaje a la Ciudad de México para entrevistarse con el Virrey Bucareli. Entonces Fray Junípero redactó, a petición del Virrey una «Representación» (15 de marzo de 1773), documento que constituyó la primera legislación vigente en California, y que en sus 32 puntos afectaba a indios, soldados, comandante militar, marinos, oficiales de correo, misioneros, colonos, al Colegio franciscano de San Fernando de México, al palacio virreinal y al propio Consejo de Indias.[11]

Sin Bucareli, California no se habría desarrollado como lo hizo; Fray Junípero no hubiera contado con un apoyo firme, el puerto californiano de San Blas hubiera desaparecido, el enviado de Bucareli, Juan Bautista de Anza, a quien se debe la apertura de una ruta terrestre interior hacia California, no la hubiera hecho posible. Además, se daba a los misioneros amplias concesiones exclusivas para el gobierno, control y educación de los indios bautizados.[12]

Por todo ello, se entiende el protagonismo conjunto de las iniciativas tanto civiles como misioneras en la empresa californiana, que no se pueden históricamente ni separar ni contraponer ya desde el principio, sin que ello evitase a veces roces y conflictos como en toda empresa humana, y en las iniciativas misioneras mismas entre distintas órdenes religiosas.

Misión de San Diego

La primera parte del plan de entrada en la Alta California siguiendo aquel doble aspecto, civil y religioso, se ejecutó según lo previsto ya a partir de los planes del Visitador Gálvez en 1769. La expedición terrestre, liderada por Gaspar de Portolá, salió el 11 de mayo de 1769 de Santa María, donde se incorporó fray Junípero Serra procedente de Loreto (Baja California). Portolá, adelantándose a Fray Junípero, llegó a San Diego el 29 de junio y dos días después lo hacía el religioso franciscano. El 16 de julio fundó la misión de San Diego de Alcalá. California iniciaba una nueva etapa en su historia. Formaban parte de la expedición Fray Junípero y su compañero De la Campa y un minúsculo grupo de soldados mexicanos voluntarios acompañantes, llegados por mar a San Diego. Fray Junípero se queda organizando la Misión de San Diego de Alcalá, y Portolá parte por tierra con una partida de soldados y mulas, para localizar Monterrey e instalar el embrión colonizador español. Llevan el mapa de Vizcaíno (1602), que marcaba con precisión la bahía de Monterrey. Pero por más que rastrean no la encuentran, pasan de largo y prosiguen en dirección norte, hasta que jornadas después hacen un descubrimiento sensacional: la inmensa bahía de San Francisco. Portolá comprende que ha llegado demasiado arriba y que es preciso volver, pero tampoco ahora descubren Monterrey. Faltos de víveres, decide la vuelta a San Diego, en un regreso dramático en el que han de comerse las mulas para sobrevivir, y llegan a San Diego «oliendo a mulas», como expresó el capitán en su relación. En cuanto a Fray Junípero es necesario resaltar su heroica perseverancia a lo largo de toda su vida misionera en México. A los padecimientos propios de aquella vida extremadamente dura y de expediciones extenuantes por tierra, a pie, o por mar, añadía las dolencias en una pierna. Se hacía aplicar un remedio a base de sebo y hierbas silvestres, y nunca interrumpió su camino de misionero andante a lo largo de miles de kilómetros. “Salí de la Frontera malísimo de pie y pierna –escribiría a Fray Francisco Palou - pero obró Dios y cada día me fui aliviando y siguiendo mis jornadas como si tal mal no tuviera. Al presente, el pie queda todo limpio como el otro; pero desde los tobillos hasta media pierna está hecho una llaga, pero sin hinchazón ni más dolor que la comezón que da a ratos».


Llegada del «San Antonio» como ancla de salvación y ruta hacia Monterrey

Siguiendo el diario de aquella penosa expedición, sabemos que la situación en San Diego era agónica: el «San Antonio», el barco despachado a Nueva España en demanda de víveres, no había llegado según lo previsto, y el hambre, el escorbuto y la muerte se ensañaban con los españoles. Según Portolá, las mareas habían cegado la bahía de Monterrey y el plan era inviable, de modo que decide dar por fracasada la empresa y el regreso de la expedición a México. El desaliento invadió a los misioneros.

“Pero entonces afloró el talante de Junípero Serra, -escribe Borja Cartelús -, quien aunaba un profundo fervor religioso con una determinación implacable. Mantiene que en dos siglos las mareas no podían transformar de ese modo el litoral, y que era imprescindible intentarlo de nuevo, porque estaba en juego la cristianización de los indios californianos”. Portolá acaba por ceder en parte. La situación de penuria era desesperada, deciden entonces esperar unos pocos días; si para entonces no hubiese llegado el «San Antonio», se abandonaría la empresa.

Escribe Cartelús: “Cuando todo aparecía ya desesperado y se disponían a abandonar la empresa el «San Antonio» surgió por el horizonte a velas desplegadas. Fray Junípero lo interpretó como una señal divina, y se acometió de nuevo la búsqueda de Monterrey, con una doble expedición terrestre y marítima. Y esta vez Monterrey apareció en el punto dibujado en el mapa de Vizcaíno. Desde la nueva Misión de San Carlos, El Carmel, Fray Junípero fundaría un rosario de misiones que consolidaron la presencia de España en California. Mientras otros países poblaban con factorías comerciales las tierras convertidas en colonias comerciales, España creaba Misiones, que introducían a los indios en la fe cristiana y en la cultura occidental. Gracias a ellas sobrevivieron los nativos en el sur de aquellos territorios de la actual Norteamérica”.

No es por lo tanto irrelevante que la Iglesia Católica haya proclamado Santo a Fray Junípero Serra en 2015, como «Padre de la fe en California», y ya hace años la sociedad civil norteamericana lo haya colocado en el Capitolio de Washington como uno de los “Padres fundadores de las 21 misiones, donde empieza la historia escrita de California, el primer asentamiento permanente de España en la Alta California, donde se plantaron las primeras semillas, preparando así el terreno para el gran estado agrícola de California, y la primera unión de personas para establecer el cristianismo”.[13]

Queda claro que el intento de relanzar la «Leyenda Negra» para borrar la gesta misionera y española-mexicana en la formación de California, se desmonta con los datos de la historia; aún más cuando los propulsores de tal «Leyenda» pretenden tildar al evangélico Fray Junípero Serra de haber sido un genocida destructor de culturas y de pueblos, ocultando que fue este fraile misionero junto con aquellos aguerridos españoles cristianos quienes, pese a sus muchos límites, intentaron introducir a aquellos grupos humanos en el universo (ecúmene) cultural cristiano.

Los misioneros franciscanos consideraban aquellas misiones como santuarios acogedores y protectores de la dignidad humana. A una pregunta del citado periodista al actual párroco de la misión basílica de San Diego y por tanto sucesor de fray Junípero, el padre Peter Escalante, publicada en el periódico madrileño ABC, sobre la pretendida afirmación de un mal tratamiento a los nativos por parte de Fray Junípero, respondía: “Procuramos basar la historia en fuentes originales. Por los escritos, diarios e inventarios, sabemos que el propósito de los españoles era reclamar esta región para España e introducir el cristianismo. La historia escrita de California fue el primer asentamiento permanente de España en la Alta California, donde se plantaron las primeras semillas, preparando así el terreno para el gran estado agrícola de California, y la primera reunión de personas para establecer el cristianismo. El padre Serra trató a los nativos que venían a la misión como un padre a sus hijos. Los españoles introdujeron la agricultura en una cultura cazadora y recolectora, el adobe en un pueblo que vivía en cabañas de ramas, la esquila, el tejido de telas y la ganadería donde nunca se habían visto caballos, vacas, ovejas ni cerdos”.[14]

Por ello esta historia no se puede borrar con bulos sobre los misioneros franciscanos. Las exploraciones navales españolas proseguirían por el Noroeste americano hasta la última década del siglo XVIII, instalándose un fuerte en el puerto de Nutka, frente a la actual isla canadiense de Vancouver, y haciendo ondear la bandera española en las lejanas costas de Alaska.

A modo de conclusión

Todo comenzó el 10 de enero de 1769 en el puerto de La Paz, en la actual Baja California, cuando el «San Carlos» zarpó a las órdenes de Vicente Vila con 25 miembros de la Compañía de Voluntarios de Cataluña a bordo. La navegación, con un implacable viento en contra, fue extremadamente complicada, y el paquebote se vio obligado a alejarse de la costa y fondear en la isla de Cedros en busca de agua. El escorbuto hizo estragos y cuando la nave arribó a San Diego el 29 de abril, apenas había hombres capaces de gobernarla.

Allí esperaba ya el «San Antonio», pese a haber salido desde el cabo San Lucas más de un mes después, el 15 de febrero. Juan Pérez, mallorquín como Vila, era su capitán. Aunque el escorbuto también afectó a su tripulación, entró en San Diego el 11 de abril. Un tercer paquebote, el «San José», debía llevar más tarde suministros, pero nunca llegó a su destino.

Entre tanto ya se había puesto en marcha la expedición terrestre, dividida en dos columnas. La primera estaba encabezada por el capitán Fernando Rivera, natural de Nueva España, y la segunda por el gobernador de California, el leridano Gaspar de Portolá. Iría acompañado por el franciscano mallorquín Junípero Serra, presidente de las misiones de Baja California tras la expulsión de los jesuitas en 1767, y que desempeñaría el papel fundamental en aquella empresa misionera y civilizadora.

Durante cuatro meses Rivera fue de misión en misión por aquella península, haciendo acopio de “mulas, caballos, aparejos, víveres y demás útiles”, y a primeros de marzo de 1769 se encontraba en Santa María de los Ángeles, «frontera de la gentilidad», es decir, a las puertas del territorio indígena. De allí pasó al paraje de Velicatá, donde se le uniría el franciscano Juan Crespí, procedente de la misión de La Purísima de Cadegomó.

A las cuatro de la tarde del 24 de marzo, Viernes Santo, la caravana, con 25 soldados y unos 40 indígenas neófitos, emprendió la marcha por una tierra “estéril, árida, falta de zacates y de agua, entre ramajes, espinos y piedras de que abunda mucho está península,” describió Crespí en su «Diario» (publicado en Miraguano Ediciones). Avanzaron por caminos polvorientos entre cerros y lomas, cruzaron valles y cañadas, y subieron y bajaron empinadas barrancas, siempre preocupados por hallar aguajes para satisfacer la sed de personas y bestias, y localizando emplazamientos para futuras misiones.

Por el camino, cinco de los neófitos de la caravana perecieron, mientras que otros huyeron. De vez en cuando salían al paso «gentiles», los varones desnudos y las muchachas «honestamente tapadas» con hilos por delante y cueros por detrás. Los expedicionarios les regalaban abalorios y otras bagatelas para mostrar su talante pacífico. En una ocasión, un soldado ofreció a uno un cigarro encendido, que este «chupó con mucho garbo». En otra, aparecieron 29 nativos con arcos y flechas en un paso entre lomas y tres dispararon sus armas, sin llegar a impactar en nadie. Los españoles respondieron con «dos escopetazos», que tampoco causaron heridos.

El domingo 14 de mayo la caravana arribó al “tan deseado y famoso Puerto de San Diego”. Tras efusivos abrazos por el reencuentro, los recién llegados sintieron “el pesar de encontrar el real hecho un hospital con casi todos los soldados voluntarios y marineros del «San Carlos» y «El Príncipe» acabándose del mal de escorbuto. Entre los del primero ya se contaban nueve muertos, «dos echados al mar y siete enterrados en este puerto”.

Sobre los habitantes de la región, Crespí decía que eran “todos indios muy despiertos, satíricos, codiciosos y, muy grandes ladrones”. Uno al que llamaron Barrabás, robó a los soldados unas espuelas y unas mangas, y al propio fray Junípero le hurtaría unos anteojos y la campanilla de sanctus. En todo caso, los españoles llevaban instrucciones de José de Gálvez de “que se castigue con el más severo rigor a cualquiera de ellos que ofenda los habitantes del país sin expresa orden del oficial comandante o que haga a las indias, cuya ofensa no olvidan jamás los naturales del norte de esta península”. Así históricamente comenzaba la historia de la evangelización y colonización hispano-mexicana de la Alta California.

NOTAS

  1. Aproximadamente 60 millones de hispanos viven en los Estados Unidos (estimaciones del 2018 de la Oficina del Censo USA). En diez años la población hispana creció un 25, 3%, representando en aquel año el 18% del total del país. Según el Pew Research Center, el periodo entre 1995 y 2000 fue el de mayor crecimiento promedio anual, con un 4,8%. «Entre 2005 y 2010, la población hispana en el país creció un promedio de 3,4% anual, pero esta tasa ha caído a 2% anual desde entonces-2, explica el centro. El crecimiento ha sido diferente en cada región de Estados Unidos. Según el centro de investigación, mientras en el oeste la población hispana creció entre 2008 y 2018 un 19%, en el medio oeste, 24% y en el noroeste, un 25%; en la región sur aumentó un 33%, llegando a los 22,7 millones de personas. En los últimos años del siglo XXI la población hispana ha visto el endurecimiento de las políticas contra la inmigración ilegal...» #Hispanos en Estados Unidos. Datos de: CNN Español. Inmigración. 21:20 ET (01:20 GMT) 1 August, 2019.
  2. General ULISES GRANT, de los USA, Personal Memories, vol. I, p. 53, citado en R. OROZCO FARÍAS, Fuentes Históricas de México 1821-1867, México 1965.
  3. La Diplomacia extraordinaria entre México y los Estados Unidos. Documento 60. R. Orozco Farías, Óp. Cit., p. 107
  4. Cf. J. LOUVIER CALDERÓN, Historia Política de México, Trillas, México 2004, p. 56-63.
  5. ABC, 22 de junio de 2020
  6. La “Nota”, publicada por el Obispado de Mallorca (España) concluye así: “El obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull, en nombre de toda la Diócesis, quiere poner de manifiesto su adhesión y apoyo a la comunidad de frailes de la Orden Franciscana Menor de Petra, herederos de San Junípero Serra, así como a las piedras vivas de la comunidad del municipio, que tienen en el Padre Serra un ejemplo de bondad y acercamiento a las culturas…”.
  7. La Bahía de San Francisco fue descubierta por José Ortega y su grupo, que incluía a Fray Crispí, el 31/10/1769: cf. BOLTON, o.c., pp. 226-227.
  8. Cf. Positio Historica, cap. IX, pp. 245-246.
  9. Carlos María Bustamante, Suplemento a Los tres siglos de Méjico, México, 1852, p. 169
  10. De esta expedición tenemos el «Diario» de Fray Junípero, con los datos sobre la expedición desde Loreto a San Diego, desde el 28 de marzo al 1 de julio de 1769. En Archivo General de la Nación, México, sec. Colegio San Fernando, col. de Documentos para la Historia de México, primera serie, vol. 3. En Positio Historica, Doc. n. 1, pp. 139-142.
  11. Cf. Papel Instructivo del Exmo, señor Baylo Frey D. Antonio Bucareli y Ursúa, Virrey de la Nueva España, relativo a las Provincias Internaqs [California], para el Señor Don Teodoro de Croix, Comandante General de ellas, México 30 de marzo de 1777, en Archivo General de la Nación, México, sec. Provincias Internas, vol. 73, n. 2, fols. 75-109. Carta de Rafael Verger, Guardián del Colegio de San Fernando a Junípero Serra, México, 9/3/1773. En Biblioteca Nacional, México; texto en: Positio Historica, n. 20, p. 182.
  12. Decreto de Bucareli y de la Junta por él convocada, el 6 de mayo de 1773, en Archivo de la Misión de Santa Bárbara, California, col. Serra, n. 94. En Positio Historica, VII, p. 137. BOLTON, Anza’s California Expeditions, Berkeley 1930, V, pp. 3-7. Bucareli habla de cómo reunió una junta para estudiar la propuesta de Anza para comunicar Tubac con Monterrey: cf. en Archivo General de la Nación – México- sección Bucareli, vol. 42, n. 1.100 fols. 30-32.
  13. Entrevista de Manuel Trillo (ABC:16/7/2019) al P. Escalante, párroco de la misión de San Diego de Alcalá, la primera fundada por Fray Junípero.
  14. Ibidem.

FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ