SERRA FRAY JUNIPERO; Su perfil espiritual

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El mundo de Fray Junípero

Fray Junípero Serra falleció el 26 de agosto de 1784. Había hecho su confesión general con su antiguo discípulo Fray Francisco Palóu. Al día siguiente, desde su celda austera marchó por su propio pie a la capilla del convento para recibir la Sagrada Eucaristía. Por la noche, le fue administrada la Extremaunción. Al amanecer del día 26 salió a saludar a los oficiales del navío «San Carlos» y poco antes de las dos de la tarde falleció recostado sobre la cama de tablas con su crucifijo misional en el pecho.

Su trabajada vida había durado 70 años y 9 meses, casi 54 como fraile franciscano; de sus 46 años de sacerdocio, 35 se consumieron como Misionero apostólico, los 15 últimos en la Alta California. Los indios velaron toda la noche el cadáver del entrañable «Padre Viejo» que los había engendrado en Jesucristo y recortaron su hábito y cabellos. El domingo, 29 de agosto, sus restos fueron inhumados en el presbiterio de la iglesia conventual, en el lado del Evangelio. Todavía ahora yacen allí, en el templo de misión San Carlos de Monterey, su residencia como Presidente de las misiones del Colegio Franciscano de San Fernando de México.

El mundo en el que le tocó vivir y actuar a Fray Junípero Serra fue un mundo «de frontera». En la California de entonces vivían numerosos grupos de los llamados pueblos indios: una muchedumbre de tribus, de grupos lingüísticos muy variados y diferenciados. Entre las tribus más importantes estaban los pomo, hupa, miwok, yurok, karok, yokut, maidu, wintun, yuki, yana. A esta región llegaban las expediciones militares del Virreinato de la Nueva España, siempre en números exiguos de soldados que iban levantando una cadena de fuertes para ocupar el territorio, y tras de ellos algunos pocos colonos procedentes del mismo Virreinato.

Cerca de los fuertes, los franciscanos fueron levantando sus misiones, que dieron lugar al nacimiento de grandes y conocidas ciudades californianas de hoy día. Así Palóu nos ofrece unos datos sobre: «Estado de las misiones de la nueva [alta] california sacado de los informes de los ministros [misioneros]que formaron a ultimo de diciembre del año 1784» . Con:

1) NOMBRE DE LAS MISIONES CON FECHA DE FUNDACIÓN: San Diego: 16 julio de 1769; San Juan Capistrano, 1 noviembre 1776; San Gabriel, 8 sept. 1771; San Buenaventura. 31 marzo 1782; San Luis. 1 Sept. 1772; San Antonio, 14 julio 1771; San Carlos en 3 jun. de 1770; Santa Clara. 12 ene. de 1777; N. P. San Francisco 9 Oct. 1776.

    2) A LO LARGO DEL CAMINO REAL DE ALTA CALIFORNIA, DE SUR A NORTE:

San Diego 1769, San Luis Rey; Pala; San Juan Capistrano 1776; San Gabriel 1771; Los Ángeles; San Fernando; S. Buenaventura 1782; Santa Bárbara 1782; Santa Yanez; La Purísima; Guadalupe; San Luis Obispo 1772; San Miguel; San Antonio 1771; Carmelo 1770; Monterey; San Carlos; San J. Bautista; Santa Cruz; Santa Clara 1777; San José; Dolores; San Francisco; San Rafael; Sacramento; San Francisco Solano; San Rafael.

La innegable fama de santidad de la que gozaba ya en vida Fray Junípero creció continuamente a partir de su muerte. El proceso de esta fama ha seguido las vicisitudes históricas que se han subseguido a lo largo de más de dos siglos. Menguadas son las noticias proporcionadas por su discípulo y compañero Fray Francisco Palóu y las reunidas por la investigación moderna acerca de los 35 años que Junípero vivió en su isla natal. A partir de 1749, la segunda mitad de su vida, se desarrolló en el virreinato de Nueva España. La investigación ha ratificado la biografía escrita por Palóu y, en casos determinados, ha completado la solidez de fama de santidad que Serra gozó todavía vivo.


Una vida totalmente consagrada a Dios

Fray Junípero consagró su vida entera a la gloria de Dios mediante su consagración franciscana, el apostolado sacerdotal y el ministerio misionero. Con ahínco siguió las huellas de San Francisco en grado que sus mismos coetáneos juzgaron eminente. Educado cristianamente por sus sencillos progenitores, el niño Miguel José robusteció su piedad con el trato asiduo de los vecinos franciscanos y exhibió ya cierta seriedad que imponía a todos. Durante el año de noviciado progresó en todas las virtudes, ardiendo en deseos de emular las hazañas misioneras de los frailes franciscanos que leía con fruición. Siempre se esforzó en observar a la perfección la regla franciscana profesada, que renovaba se puede decir a diario. Ya ordenado de sacerdote, la obediencia lo destinó a la enseñanza y desempeño las cátedras de Filosofía y Teología con competencia y devoción.

Parecía dotado de los dones de Entendimiento y Ciencia, tal era su penetración de los divinos misterios y la adaptación que de ellos hacía en el pulpito, según escribe Palóu en la biografía citada, al hablar del espíritu de penitencia y de la templanza y equilibrio que demostraba. Todo lo pospuso a los 35 años, incluidos sus ancianos padres, siguiendo su clara vocación misionera para difundir la Fe en América. Su celo se desplegó ya en una misión dada en San Juan de Puerto Rico a su llegada a las Américas. Los frailes acompañantes quedaron llenos de estupor ante la capacidad de aquel franciscano de transmitir el don de su fe.

Llegado a México y destinado a la comunidad franciscana del Colegio de San Fernando, los frailes enseguida se percataron del rigor de su vida y de su rígida observancia religiosa. Se ofreció el primero para las misiones de Sierra Gorda al ser abiertas estas por los franciscanos, donde consumió casi 8 años y aportando su propio esfuerzo físico en la formación humana y cristiana de sus gentes. Una vez abierta la posibilidad de ir a las nuevas misiones franciscanas de San Saba en Texas, donde algunos frailes dejarían sus vidas, Fray Junípero se ofrece como voluntario, aunque luego sería destinado a misiones distintas.

Por espacio de 9 años se consagró a restaurar la vida cristiana bastante decaída entre los fieles de la Nueva España con misiones predicadas en gran parte del Virreinato, en las que movía a las gentes con las penitencias que él mismo practicaba. Su Colegio franciscano misionero le confió, desde 1761 a 1764, la delicada formación espiritual de los novicios franciscanos hasta que los superiores, sin consultarle, decidieron ponerlo al frente de las nuevas misiones franciscanas de Baja California en sustitución de los jesuitas expulsados. Acogió aquel mandato con una disponibilidad ejemplar a pesar de ser destinado a una tierra totalmente desconocida, inhóspita y con enormes distancias que debía recorrer a pie, medio arrastrando su pierna ya ulcerada.

Una vida consumida en las Misiones

Con fe impertérrita en la divina Providencia y olvido absoluto de su pierna, acometió la empresa de introducir el Evangelio en aquellas regiones ignotas. Ni adversidades ni ataques frecuentes de indios indómitos enfriaron su celo y su robusta esperanza, que demostrará en múltiples ocasiones como cuando dadas las dificultades, sus compañeros franciscanos proyectaban abandonar el puerto de San Diego; el fraile mallorquín se mostró dispuesto a quedarse allí él solo.

Su decisión le sostuvo a lo largo de los quince años que duraría en aquella región de la Alta California en la que penetraba por vez primera el Evangelio en la fundación de 9 misiones, fundamento de una hazaña prodigiosa de evangelización y de civilización humana. La firmeza de su Fe, el fervor inextinguible de su oración lo sostuvieron en el amor a Dios para que jamás retrocediera en el apostolado.

Cuando la Misión de la misión de San Diego fue incendiada por un ataque de grupos de indígenas, Fray Junípero Serra, intercede ante las autoridades virreinales por los atacantes; se muestra dispuesto a permanecer al pie del cañón desafiando los peligros; recomienza a reconstruir los destruido y a comenzar otra nueva misión, la de San Juan Crisóstomo. Fue ante las autoridades españolas pacificador y mensajero de reconciliación, como bien lo expresa en una carta suya al Virrey Bucareli, desde San Carlos de Monterrey el 15 de diciembre de 1775.

A lo largo de toda su vida misionera se mostró fiel discípulo de Francisco de Asís con paciencia perseverante y sembrador de la paz. Estas actitudes fueron sometidas en incontables ocasiones a prueba por la oposición de algunos oficiales españoles, como recuerda su compañero Fray Francisco Palóu. En una carta que escribe a Fray Francisco Pangua, Guardián del colegio de San Fernando, desde San Carlos de Monterrey el 18 de julio de 1774, insiste sobre la necesidad de continuar abriendo nuevas misiones superando las infinitas dificultades e incomprensiones deshaciendo realísticamente las objeciones que le ponían a aquellos proyectos y solicitando las ayudas necesarias para llevar adelante el proyecto.

Entre otras dificultades se topaba con la oposición de algunos oficiales reales, como Fernando de Rivera con opiniones muy diversas de las suyas y que le entorpecía de continuo en los proyectos de desarrollo del trabajo misionero. Cartas como ésta son abundantes y nos muestran el tenaz realismo del fraile misionero, así como su claridad al exponer las situaciones adversas por las que continuamente tenía que atravesar. Pero llama poderosamente la atención el hecho de que fray Junípero sabe ver la positividad de las situaciones y ofrezca siempre su perdón a quienes le obstaculizaban.

Durante 34 años aguantó sin medicarse la llaga de la pierna, recorriendo varias veces la Alta California para atender su ministerio. Tenemos testimonios escritos de su penosa situación, por ejemplo, en junio de 1783, cuando unos compañeros franciscanos llegan a la misión del Carmelo, donde se encontraba Fray Junípero, y lo encuentran bastante enfermo con la afección de asma y con su incurable llaga abierta en la pierna. Ello no fue obstáculo para que Fray Junípero decidiera recorrer de nuevo todas las misiones con el propósito de impartir el sacramento de las confirmaciones, único fraile deputado para ejercer dicho ministerio.

Y lo quiso hacer antes de que expiaran sus autorizaciones que caducaban el 16 de julio de 1784. Quiso aprovechar la presencia de los barcos para navegar hasta San Diego, desde donde tornará a tierra al Carmelo. Sus compañeros de misión no lo veían en condiciones de embarcar y mucho menos de regresar por tierra. Él mismo reconocía su gravedad y escribió a Palóu que su vuelta podía ser sólo la noticia de su muerte. Sin embargo, seguía fiel a su lema: Siempre adelante, nunca atrás.

Fue despegado del mundo y sus honores, como escribe Palóu en el último capítulo de su biografía, donde habla de su profunda humildad franciscana, coincidente con las mismas Autoridades civiles. Intrépido en la propagación de la Fe, subraya Palóu, nada retenía adverso sino cuanto obstaculizara al anuncio del Evangelio. Era riguroso en el modo de celebrar los divinos Misterios, enseñando a los nuevos cristianos el canto gregoriano y una participación activa en el culto según cuanto entonces estaba en uso.

Fray Francisco Palóu avisa en la conclusión de su biografía que Junípero nunca se preocupó de exhibir sus cualidades, que sin pretenderlo todo el mundo que lo trataba podía verificar. De hecho Fray Junípero gozaba ya desde sus tiempos en Mallorca de una notable reputación de religiosidad acendrada, de sabiduría y de elocuencia, y su ejemplo indujo a ir a Misiones a varios franciscanos, como el protomártir Luis Jaume y Rafael Verger, ulterior Obispo de Nuevo León (México).

Por santo tuvieron a Junípero cuantos lo conocieron y esta convicción persistía durante años. Los miembros de su comunidad franciscana de San Fernando lo admiraban como un fraile franciscano ejemplar. Lo demostraron al reelegirle repetidas veces unánimemente como Guardián. Tal era la fama de que gozaba entre sus hermanos franciscanos, como bien expresa un folleto impreso en México, todavía en vida de Fray Junípero, en 1770, al referir noticias sobre “la Misión de Monterrey y presidio que se ha establecido en él con la denominación de San Carlos”.

En este impreso, difundido por el Virrey de Nueva España para comunicar oficialmente el éxito de las expediciones que buscaban Monterrey, pone de relieve la obra de Fray Junípero y lo llama «celoso y ejemplar misionero». No por tamañas alabanzas por parte de la máxima autoridad del Virreinato se permitió el modesto franciscano asumir cualquier tipo de actitud de superioridad sobre los demás u obtener para sí cualquier tipo de privilegios ni jamás perdió de vista su condición radical de simple franciscano según la más rigurosa interpretación de la Regla primitiva de la Orden.

Nada parecía inmutarle, salvo las ofensas a Dios y el ver impedida la difusión del Evangelio. Para algunos, incluso frailes y sobre todo autoridades del Virreinato, les resultaba indiscreta e inoportuna su insistencia en fundar misiones y en reclamar operarios debidamente, según cuanto por otra parte establecía el Real Patronato las ayudas necesarias para tales fundaciones y su permanencia. Pretendía crear todo un rosario de fundaciones misioneras a lo largo de la Costa Occidental californiana, en regiones todavía desconocidas e inexploradas y reunir en ellas las poblaciones dispersas para introducirlas en un digno desarrollo humano.

Es decir, intentando lo que los franciscanos desde hacía siglos habían siempre actuado: «educar a vivir en policía», es decir en un desarrollo humano integral, en aquellas tribus que vivían de manera «primitiva», y en un estado donde se desconocía la agricultura, y los más elementales criterios de una convivencia dignamente humana. Esta vocación misionera que empeñaba totalmente toda su vida, hay que comprenderla a la luz de la situación real de aquel entonces en aquellas regiones en un estadio totalmente inimaginable para la mentalidad actual.

Lo explica el P. Palóu en un capítulo de su «Relación», donde expone la fortaleza con la que Fray Junípero afrontó las dificultades que aquella dura realidad le presentaban a diario. Pero hay otro aspecto que llama la atención: Fray Junípero supo adaptarse a aquellas situaciones viviendo un estilo de vida reformado de una austeridad extrema. Lo repite Palóu al referirse a sus correrías apostólicas, que humanamente hablando, eran recorridos temerarios y de alto riesgo.

Los juicios formulados por el padre Font, testigo presencial, resumen la opinión común sobre la santidad de Fray Junípero que se tenía en su Colegio de San Fernando: nunca ahorró trabajos por convertir a los infieles; ni sus chaques continuos, ni su venerable ancianidad moderaron su celo apostólico: asistía al coro día y noche, pese a las calenturas; en tal sentido era digno imitador de 1os Apóstoles por su vida austera y la intensidad de la misma, al ejemplo de San Pablo en la segunda Carta a los Corintios al hablar de las tribulaciones y del ejercicio de su ministerio apostólico (cap. 4.5.6).

También el Visitador General Gálvez expresó admiración profunda por Fray Junípero en numerosas ocasiones, como en una carta dirigida al ministro Julián de Arriaga del 8 de septiembre de 1768 y que se conserva en el AGI de Sevilla (Sección Guadalajara 512, 104-6-14) donde no escatima alabanzas a Fray Junípero por su celo y eficiencia como digno hijo de San Francisco, y lo mismo repite con mayor énfasis a Gaspar de Portolá, Gobernador de Baja California y jefe de las expediciones terrestres a la Alta California, en carta desde el Puerto de San Lucas el 20 de febrero de 1769 (también en el AGI de Sevilla: Sección Guadalajara 417, 104-3-3).

Los doce puntos de esta Instrucción demuestran la minuciosidad del Visitador General y la preocupación del gobierno español por conquistar pacíficamente nuevos territorios. Además de recomendar la benignidad con los nativos y la más severa disciplina de las tropas, insiste en la fundación de Misiones como medio el más adecuado para la cristianización y civilización. Menciona a Fray Junípero como misionero de ello. Al Virrey Bucareli le impresionó el celo heroico del misionero cuando en 1772, Fray Junípero viaja a la Ciudad de México para exponer ante el Virrey algunos comportamientos incorrectos del comandante Fages en California, defender a los indígenas y explicar su modo de actuar.

Fray Francisco Palóu escribe a su paisano el franciscano Juan Sancho, antiguo súbdito de Serra y Guardian de San Fernando, desde San Carlos de Monterrey, el 7 de septiembre de 1784, comunicándole la muerte de Fray Junípero, y le relata detenidamente las últimas jornadas terrenas de Fray Junípero, para que estas noticias sean conocidas, lo que hace Fray Juan Sancho escribiendo al Provincial de los Franciscanos de la Isla de Mallorca, el 25 de noviembre de 1784.

Una vida en clamor de santidad

Les comunica que Fray Junípero murió como los justos, proclamado santo por todos y considerado tal desde su llegada a Nueva España. La fama que Fray Junípero tenía en los Colegios Apostólicos queda atestiguada de nuevo por en varias cartas del ya citado Fray F. Palóu, del benemérito Padre Barbastro, Presidente de las Misiones del Colegio de Querétaro (1778), de Fray Hilario Torrent, misionero en San Diego (1778), de Fray Pablo Mugártegui, misionero en San Juan de Capistrano (1788), del Comisario General de Indias, Guardian del Colegio de San Fernando de Madrid (1788).

Los testimonios que siguen en alabanza de Fray Junípero se multiplican luego a partir de 1790 hasta el siglo XX incluido. Así el compañero de ministerio de Fray Junípero, el Padre Mugártegui ratifica plenamente cuanto Palóu escribió, y fray Fermín Francisco de Lasuén, tantos años relacionado con fray Junípero y sucesor suyo en la presidencia de las misiones, lo califica de «venerable», apreciado por su virtud singular donde estuviera y fallecido en olor de santidad.

La leyenda al pie del cuadro de Mariano Guerrero, antiguamente conservado en el Colegio de San Fernando, y tras la desamortización pasado al Castillo de Chapultepec (Ciudad de México), recibiendo el Viatico, alaba la vida y virtudes heroicas de Serra. El Provincial franciscano de Mallorca solicitó en 1789 del Ayuntamiento de Palma que la galería de la isla incorporara un retrato del venerable Fray Junípero, alegaba la perdurable fama de santidad del mismo.

Fray Junípero Serra habla de la proximidad de la muerte en varias de sus cartas y ya en mayo de 1784 se preparó para ella con Ejercicios espirituales y confesión general. Si no llegó a tener revelación del momento preciso, al menos esperó su fin por instantes y él mismo encargó su ataúd al carpintero según la «Relación» de Palóu. Agradeció a los visitantes que asistieran a su entierro. Soportó con paciencia admirable el cauterio en carne viva aplicado por el cirujano.

Según el mismo Palóu, pasó en silencio y recogimiento el día 26 de agosto de 1784 y, de noche, reiteró la confesión general descompuesto en llanto. Recibió el Viatico con devoción emocionante y él mismo respondía a las letanías y salmos cuando se le administró la Extremaunción. Volvió a confesarse para ganar la Indulgencia plenaria y, superado un repentino temor con la recomendación del alma, se mostró alegre con los huéspedes; retiróse a descansar y expiró con placidez suma el sábado, 28 de agosto de 1784.

Aclamando a su Padre por santo, los indios pasaban medallas por el cuerpo venerable y recortaron sus cabellos y habito. Concluido el funeral, las campanas de la misión alternaron con los cañonazos del Presidio y del navío a lo largo del día 29, en cuya tarde recibió sepultura entre el canto clamoroso de los presentes. Palóu hubo de satisfacer como pudo la general demanda de «reliquias» del venerado difunto. Devotos bienhechores de la ciudad de México cubrieron los gastos de la edición de la biografía compuesta por Palóu.

Fray Junípero, franciscano evangélico

CRISTIANO DE FE. La Fe recibida en el bautismo impulsó a Junípero Serra a seguir a Jesucristo, viviendo el Evangelio según la Regla franciscana. Prestó asentimiento completo a las verdades de Fe, ya en la docencia, ya como predicador, y como sostenedor de la fe católica cuando fue nombrado en Mallorca Comisario de la Inquisición. En su justo deseo evangélico de vivir una radicalidad evangélica total practicó la pobreza como virtud casi única y sublime por encima del resto de la experiencia cristiana.

Siguiendo la tradición franciscana, Fray Junípero vivió intensamente los Misterios del Cristianismo, especialmente el de Navidad, Corpus Christi, y la Semana Santa. Todos estos Misterios se visualizaban con representaciones que ayudaban a los fieles a su comprensión plástica en escenas, cuadros y «autos sacramentales». Fray Junípero era un hombre de oración, viviendo por gracia una experiencia que se puede muy bien llamar «mística», según las características de muchos santos de la familia franciscana.

Pasaba por ello largo tiempo consagrado a la contemplación de los Misterios divinos, y deseaba ardientemente que toda la humanidad participase de los beneficios de la redención de Cristo. Tal es el sentido de su oración continua por la conversión de los no cristianos a la fe de Cristo, y los orígenes de su vocación evangelizadora misionera. Por ello a él muy bien se puede aplicar el lema encontrado en muchos santos, incluido el apóstol de las misiones Francisco Javier, del «da mihi animas, coetera tolle».

De aquí nace su deseo insaciable de bautizar, y como todos los misioneros de aquella edad, su lucha contra los cultos religiosos considerados idolátricos. Por ello se dio también a extirpar siempre cualquier vestigio de idolatría, que según la mentalidad del tiempo podía entrever en los cultos paganos de cualquier tipo. No fue esto una característica sólo de Fray Junípero; pertenece a toda la tradición misionera de la época, y en el caso de América se distinguieron en primera línea los franciscanos desde sus comienzos misioneros en México.

Diríase que sabía de memoria la Sagrada Escritura: en sus cartas cita 12 libros del Antiguo Testamento y 17 del Nuevo. Cual teólogo escotista (seguidor de la doctrina del teólogo franciscano Duns Scoto), reverenció con afecto el misterio de la Encarnación: celebraba tiernamente las festividades del Señor, en particular la Navidad; nunca se desprendían de sus labios los nombres de Jesús, María y José y los ponía en el encabezamiento de su correspondencia.

Amante inflamado de la Pasión del Salvador, jamás abandonó el crucifijo y murió abrazado a él; plantaba una cruz al fundar misiones, algo común a todos los españoles misioneros y a los conquistadores y fundadores de poblaciones. Enseñaba a adorarla a los indígenas, y ante la del Carmelo recitaba el Oficio Divino; devotísimo del Viacrucis, devoción particularmente unida a la tradición franciscana, lo recomendó siempre a todos, comenzando por sus familiares al despedirse; lo estableció en todas las misiones y lo recorría piamente, incluso el viernes anterior a su muerte; con lágrimas conmemoraba el Viernes Santo y pasaba las noches meditando la Pasión.

Manantial perenne de su Fe constituía la Santa Misa, oficiada con solemnidad en la fundación de misiones. Encendido en amor por la Sagrada Eucaristía, encarece a su familia la Comunión frecuente; logró que todos los neófitos de Jalpan la recibieran anualmente; celebraba con el máximo esplendor la fiesta del Corpus en Sierra Gorda y en la recién creada misión de San Carlos. Conmovedora y humilde fue su recepción del santo Viatico antes de morir.

Fray Junípero Serra recibió de su madre la devoción filial a la Virgen Santísima. Al emitir la Profesión, juró defender la Inmaculada Concepción, y a este misterio mariano encomendó su vocación misionera. Su primer acto al entrar en la ciudad de México fue celebrar Misa de acción de gracias en el santuario de Guadalupe. En el Colegio recitaba a diario el pequeño oficio de la Virgen; y en Sierra Gorda, la Corona franciscana cada domingo con sus fieles, celebrando con intensa devoción las fiestas de María.

Promovió también otro de los Misterios de la Virgen: el de la Asunción (entonces todavía no había sido declarado dogma de la fe) hasta bien próximo a la muerte y con el crucifijo y la imagen de la Virgen afrontó el ataque a la misión de San Diego por parte de algunos indígenas. Nuestra Señora la Conquistadora presidió la fundación de Monterey y allí se venera todavía; ante esta imagen agradeció Junípero las felices expediciones a Alaska. Concluía sus cartas pidiendo oraciones a la Virgen gloriosa y así termina la última suya que conocemos. Quiso que las imágenes de la Virgen de Guadalupe del Tepeyac y la del Pilar adornaran la fachada del templo de Jalpan.

Manifestaba su Fe en el culto rendido a los Santos y narraba con especial fruición la vida de los franciscanos. Amaba de modo especial a San José, patrono de la empresa misionera de Alta California: el 19 de cada mes oficiaba Misa solemne y a San José se acogía en circunstancias difíciles. La toponimia entera de Alta California suena cual una letanía donde se recogen los principales Misterios de la fe cristiana y los nombres de los Santos franciscanos. Se esforzaba en imitar a estos santos, también en su espíritu penitencial, entre ellos a su modelo electo, el franciscano San Francisco Solano, apóstol de las regiones andinas.

El interés en alzar el hermoso templo de Santiago de Jalpan, así como la preocupación por dotar a las misiones de vasos sagrados y de paramentos litúrgicos dignos comprueban su atención por el culto divino. En el campo de la disciplina eclesiástica impulsaba cuidadosamente la observancia de los preceptos del ayuno y abstinencia y de los días festivos, llevaba con cuidado los libros registros parroquiales, gracias a los cuales, conservados hasta el día de hoy, se pueden reconstruir muchos datos históricos que de no ser así sería bien arduo reconstruir.

CRISTIANO DE ESPERANZA. La demuestra en los duros momentos de la separación de sus seres queridos para seguir su vocación misionera hacia el Nuevo Mundo, del que sabía no regresaría, pues tal era condición requerida a todos los frailes misioneros que iban a las Américas. Por ello exhorta a sus padres y familiares a superar la tristeza natural de la separación con la Esperanza cierta de la vida eterna. Admirable fue su confianza en la Providencia divina en cuantas dificultades se encontró: tempestades marítimas, peligros de muerte, viajes inciertos.

A la Providencia se abandonó en continuas situaciones difíciles de su vida como en algunos ataques de los indígenas a los puestos de misión, su relación con ellos, su actitud ante los abusos de soldados y colonos con la población indígena, o con algunos oficiales españoles, pasivos ante los desmanes o con criterios de gobierno muy distintos a los suyos. La falta contínua de medios materiales y el hambre endémica, y la escasez de misioneros nunca lo amilanaron. Toda su actividad febril en Alta California reposó en la ciega confianza en la Providencia de Dios, más que en los exiguos y aleatorios medios materiales de que disponía.

CRISTIANO ANIMADO POR EL AMOR DE DIOS. Palóu asegura que en Fray Junípero el amor a Dios y al prójimo hasta su muerte fue el fermento que daba consistencia y sabor a toda su vida; amor divino que contagiaba a cuantos a él se acercaban. Sin este amor a Dios, no hubiera dejado patria, familia y porvenir brillante. El amor a Dios sostuvo sus trabajos en Sierra Gorda y le dispuso a marchar heroicamente a California.

Amor a Dios excitó con sus predicaciones a través de Nueva España; amor a Dios le apremiaba a purificarse de sus defectos en asiduas confesiones, a declarar en público sus faltas, a convivir con los novicios de San Fernando, a encomendarse a oraciones ajenas, a considerar a sus hermanos frailes más dignos y preparados que él, y a pedir y seguir sus consejos. Herían su amor a Dios las liviandades y los desaguisados de los soldados. Un saludo por él introducido entre los indios fue el de: «Amor a Dios». Todo su nutrido epistolario está salpicado de expresiones relativas a este misterio del amor divino.

El amor hacia Dios de Fray Junípero se refleja en su inseparable amor al prójimo. Fray Junípero consagró toda su vida como fraile seguidor de las huellas de Francisco de Asís al servicio de sus hermanos, de cualquier condición social o pertenencia étnica; ello se ve sobre todo en su dedicación total al servicio de la elevación social de seres humanos más degradados. Entre los indios californianos estaba su vida y en medio de ellos esperaba morir.

OBRAS DE AMOR AL PRÓJIMO. Solo Dios conoce las penalidades y sufrimientos que soportó por la transformación y elevación humana y cristiana de aquel mundo indígena, inimaginable hoy para quienes desconozcan la situación antropológica del estado en que vivían aquellas poblaciones, hoy con frecuencia idealizadas. Pero esta dedicación total de su vida era expresión de una vocación misionera franciscana por la que optó conscientemente desde el momento en que se ofreció para ir a misionar al Nuevo Mundo.

Basta recorrer su itinerario misionero y sus actitudes con el mundo indígena, por el que se ofrendó para su elevación humana. Incluso ante desaires y acciones violentas de algunos indígenas, conquistadores y colonos. Se pueden comprender aquellas reacciones que desde cualquier punto de vista son razonables y que no podemos juzgar o condenar con criterios ajenos a una realidad en la que los nativos veían invadidas sus tierras e instaurarse en ellas a gentes extrañas.

Ni Fray Junípero ni los españoles que a ellas llegaban razonaban como nosotros razonamos hoy, pues se regían por mentalidades y conceptos que lentamente la historia haría superar hasta tiempos recientes. Para los cristianos europeos de la época aquel era un mundo «salvaje» que había que «civilizar» y llamar a la fe, pues según un axioma teológico entonces aceptado por la teología cristiana, «fuera de la Iglesia no había salvación».

Sin embargo, en la práctica, Fray Junípero que compartía aquella mentalidad como todos sus hermanos misioneros franciscanos, supo mostrar el aspecto fundamental de la misericordia cristiana en innumerables ocasiones como cuando con emocionada suplica pidió el perdón para los asesinos de su compañero, Fray Luis Jayme y de otros obreros suyos asesinados en la destrucción de la misión de San Diego. Para los asesinos implora al Virrey Bucareli un perdón total en una carta desde la misión de San Carlos de Monterrey el 15 de diciembre de 1775.

Aquella actitud de misericordioso perdón la vemos en él con la serie de oficiales españoles locales, embebidos de ideas enciclopedistas a la moda, que sobre todo en el último periodo de su vida, se oponían a sus proyectadas fundaciones misioneras. Se puede concluir que su caridad se muestra en su obrar. De su ardiente caridad emanaban las obras de misericordia: la construcción de poblados alrededor de las misiones tenía como objetivo precisamente el dar respuesta a las necesidades más elementales de las poblaciones indígenas, golpeadas por hambrunas, enfermedades y otra serie de males crónicos.

Tenemos gran número de descripciones de las modalidades del vivir de aquellas poblaciones en las que los hombres estaban completamente desnudos y las mujeres con un perizoma de piel de venado. Por poner un ejemplo entre muchos, en el valle de San Diego vivía una notable cantidad de indígenas, de color ligeramente bronceado, de desmañada y sucia apariencia, altos, intrépidos e inteligentes, que al principio recibieron bien a los españoles, pero que más tarde se mostraron suspicaces y hostiles, y según uno de los misioneros, Crespí, con una irrefrenable tendencia a robar.

Hombres y niños andaban completamente desnudos; las mujeres y niñas, incluso de pecho, estaban vestidas con decencia, con delantales hechos de hojas de cañas y de pieles de ciervo. Tanto hombres como mujeres se pintaban la cara y tenían agujereados los lóbulos de las orejas, de las que colgaban conchas marinas. Como armas usaban el arco, flechas y macanas de guerra. Moraban en simples chozas de arbustos y cañas. En un radio de diez leguas alrededor de San Diego -cuentan las crónicas de entonces- había unos 20 poblados indígenas. Las luchas eran frecuentes entre ellos. Gobernaba cada poblado un jefe que tenía una sola mujer, pero la dejaba a voluntad. El matrimonio seguía a la petición de la novia por parte del novio. Quemaban los cadáveres entre lamentos y llanto. Había ciertos curanderos llamados «Quisiyay», que fingían sanar chupando la parte afectada del enfermo y extrayendo objetos de su propia boca como si los hubieran sacado de la llaga o herida. Una fiesta importante era la del halcón: lo cazaban vivo, lo alimentaban con semillas y, en su momento era quemado.

Estas eran las gentes y situaciones de aquel mundo nativo aborigen con el que se encontraron los franciscanos. Entre otros muchos aspectos ante tales situaciones los frailes responden prácticamente a las necesidades concretas de aquellas poblaciones dispersas. Así Fray Junípero consigue telas para fabricar vestidos, y él mismo corta y cose telas con sus propias manos, gastando en este trabajo toda la flaca ayuda oficial percibida para el sostén de las misiones.

Serra raramente hace análisis antropológicos; se limita a reflexiones de carácter espiritual. Señalamos estas situaciones antropológicas para responder a acusaciones de algunos escritores americanos actuales que sin algún argumento válido acusan absurdamente a Fray Junípero y a los franciscanos de haber pretendido crear con sus misiones-reducciones una especie de «ghetos» o campos de prisioneros indígenas.

Esta preocupación por el prójimo en Fray Junípero no tiene fronteras. Contra lo que algunos podrían pensar, los mismos pocos soldados de los presidios sufrían innumerables penalidades; también a aquellos pobres soldados en situaciones penosas llega la caridad de Fray Junípero. Con frecuencia se enfermaban y morían; así cuando llega Fray Junípero a San Diego en 1769 se encuentra que toda la tripulación del navío «San Carlos» llegada antes, había perecido, menos uno, y otro tanto sucedía con la del «San Antonio». Antes que una misión, lo que sería la misión de San Diego se había convertido en un depósito de cadáveres y en un miserable hospital general. Fray Junípero contrajo precisamente el escorbuto al asistir a los soldados enfermos en San Diego.

¿Y qué decir de otros aspectos fundamentales de la experiencia cristiana viva de Fray Junípero? Ignoró las argucias mundanas y la prudencia carnal; fue la suya Prudencia encaminada siempre a adelantar en la vida interior con recurso a medios adecuados, convenientes y oportunos. Gobernó las misiones juiciosamente y no se recataba de pedir consejo en los casos dudosos. Distribuía sus escasos súbditos en parejas afines; comprensivo con las dificultades, estimulaba el fervor de todos y su prudente conducta retuvo en California a frailes de la categoría de Palóu y Lasuén, magníficos operarios, pero cansados y vacilantes.

Con tal prudencia estableció las misiones que en ellas se bautizaron cerca de 100.000 indígenas antes de su supresión por los gobiernos decimonónicos liberales mexicanos, primero, y de las cortapisas de los Estados Unidos tras la usurpación de aquellos territorios después. Sobre ellas surgen las mayores urbes californianas y siguen constituyendo el sólido fundamento de la vida católica y cultural del Estado.

Muchos experimentaron su prudencia como profesor, discreto, maestro de novicios, confesor y director espiritual, Comisario de una Inquisición que poco tenía ya que ver con la antigua. El propio Virrey Bucareli le consultaba sobre cuestiones decisivas para California. Con previsión, mantuvo al corriente de cuanto realizaba a sus superiores franciscanos. Eminentemente práctico en la dirección material de las fundaciones, antepuso siempre el bien espiritual de las personas a otros intereses, y aplicó los medios más aptos para difundir y asentar el Evangelio.

Mientras vivió, Fray Junípero demostró una rectitud inflexible, pasión por la verdad y fidelidad a las leyes divinas y humanas. Con una fidelidad que rozaba el escrúpulo, recitaba el Breviario con fiel devoción, sin omitirlo ni siguiera en sus constantes viajes; poco antes de morir, rezó las Vísperas del día. Su profundo sentido de la justicia le hacía prestar obediencia incondicional a sus superiores religiosos, mostrar paz y concordia con todos, tratar con respecto a sus religiosos y misericordia con los necesitados. Ejercitó la paciencia con sus adversarios; se batió con denuedo por que fueran retribuidos justamente los servidores de las misiones, y sobre todo protegió de abusos y fraudes a los indígenas. Ayuno del respeto humano, se irguió en pro de la justicia frente al Regalismo prepotente; denunció el proceder escandaloso de algunos soldados y no llegó a compromisos con el poder político en las cuestiones donde andaba de por medio la justicia. Sorprende la energía derrochada por Fray Junípero; de estatura menuda y frágil de constitución, sólo cabe atribuir a la gracia el vigor indomable que sirvió a su vocación. Proyectado siempre hacia adelante, sostenido por Dios, venció su propia flaqueza y superó obstáculos de la naturaleza, enfrentó incomprensiones y arbitrariedades. Nada le apartó de la caridad de Cristo, ni peligros del mar, ni distancias inabarcables a través de montañas y desiertos, ni la hostilidad indígena, ni soledad y penuria extremas.

Herida su pierna durante 34 años, sofocado el pecho por asma creciente y crónica, trabajó incansable este operario del Señor, siempre frugal en la comida, parco en el sueño, penitente con su cuerpo, desasido de todo; se entregó a su ministerio misional con arrestos que pasmaban a sus propios hermanos. Fuerte se mostró al doblegar su carácter enérgico ante la oposición a su obra; fuerte en dar de lado los honores ofrecidos para estorbar su vocación misionera; exhibió Fortaleza ante el proyectado abandono de San Diego y al reconstruir la misión incendiada.

Fray Junípero fue un fraile perteneciente a la reforma franciscana que buscaba seguir las huellas radicales evangélicas de San Francisco. Por ello practicó también un estilo de penitencia que hoy parece a muchos como exagerada; fue un franciscano obediente incluso en lo mínimo, y supo refrenar su temperamento fogoso. Gobernadores como Fages, Rivera y Neve pusieron a prueba en ocasiones repetidas su vocación misionera y su paciencia.

Incluso tuvo que sufrir incomprensiones por parte de sus superiores, mal informados. Los frailes se preguntaban si Junípero tenía o no sentido del gusto en las comidas, ya que ayunaba casi siempre y nunca comía carne, sino pescado y fruta cuando los había, y por temporadas pasaba con simple tortilla de maíz y hierbas silvestres. Remendaba cuidadosamente su pobre habito y calzaba alpargatas de esparto. Escueto en palabras, enjuto físicamente, Fray Junípero era el retrato del fraile asceta.

Abrazado al suave yugo de Jesucristo, el Padre Serra fue obediente a Dios, a la Iglesia, a sus superiores. Por obediencia se adentró en Sierra Gorda y por obediencia la dejó; la obediencia lo dirigió hacia las Californias y en obediencia rendida a los superiores gobernó las misiones. Fray Junípero hace parte de aquella experiencia franciscana de radical observancia a las huellas primitivas de Francisco de Asís, en unos momentos en los que ya se insinuaba una cierta decadencia de la regla primitiva.

Desde el noviciado observó puntualmente la Regla franciscana y cumplió con exactitud los rígidos Estatutos del Colegio Apostólico Franciscano al que perteneció por propia voluntad y que luego lo escogió para educar a sus novicios. Sólo pedía frailes observantes para las misiones. Pero nunca pretendió monopolizar las mismas. Próximo a morir, se manifiesta dispuesto a que los franciscanos salgan de Alta California y renuncien al fruto de tantos afanes apostólicos si ello se veía conveniente para el crecimiento de las misiones.

Si la pobreza forma parte indiscutible del carisma franciscano, en tal sentido Fray Junípero vivió siguiendo las huellas del «Poverello de Asís» en una experiencia misionera donde todo habla de penosas dificultades, de «hambre, sudor y lágrimas» como vivencia normal en aquellas misiones. Aligerado hasta de las cosas necesarias, se redujo a lo imprescindible para sobrevivir. Al fallecer solo vestía el tosco sayal franciscano y Palóu, según él mismo nos cuenta, se vio apremiado para distribuir a la gente algo que Fray Junípero hubiera usado. No tenía nada; empleaba la limosna otorgada por el Rey, según cuanto exigía el Real Patronato, en el culto divino y en favorecer a sus indios,

Su espíritu ascético se muestra también en sus conocidas penitencias corporales, que hoy nos causan estupor. Pero llama más la atención su espíritu de libertad espiritual y de los afectos más humanos. Cuanto escribe San Agustín sobre la pasión por la verdad, es decir por una vida libre de condicionamientos, obediente a las exigencias de la fe: «castitas animi in veritate servanda est», es decir, una libertad de corazón no apegado a cuanto pudiese alejarlo del amor de Dios y de su vocación, bien se puede aplicar Fray Junípero. No hay que olvidar el ambiente de una época ya relajada, que a él le tocó vivir una vida en un ambiente, marinero y militar, donde los excesos libidinosos estaban a la orden del día y ante los cuales nunca calló.

En un franciscano como Fray Junípero, fama y honores estaban totalmente excluidos de su vida. Hay que comprender que la «fama» y el «honor» para Fray Junípero, era su tosco sayal franciscano y cuanto él significaba. Apenas embarcado en Mallorca con destino a las Américas, depuso cualquier título ante su discípulo Palóu, pues el único título del que se gloriaba era el de «franciscano» y de «misionero apostólico». Aquellas actitudes suyas impresionaron desde los comienzos a los franciscanos compañeros de viaje, a los frailes en la Nueva España, a cuantos de una manera u otras lo trataron, comenzando por los mismos Virreyes.

Cortó las relaciones con personajes de la Corte en el intento de esquivar posibles dignidades. Logró eludir la prelacía de su Colegio, para la cual fue elegido en varios Capítulos. Formuló incluso el propósito de no aceptar cargo alguno que le apartara de las misiones. Pidiendo público perdón se despidió de sus hermanos de Palma antes de salir para América, y de San Fernando de México antes de ir a las misiones.

En los conventos donde vivió servía a sus hermanos como el último de los frailes en los servicios más ordinarios, y en las misiones trabajaba como un obrero más en la construcción de las mismas junto con los indios constructores de la iglesia; cosía ropa para sus neófitos, curaba las llagas de los enfermos o asistía sin miedo a los apestados. Confiaba en las oraciones de los demás para llegar a ser idóneo ministro del Señor, consciente de su nulidad para presidir las misiones, como atestiguan abundantes testimonios.

No alardeaba de los éxitos de las misiones que iba fundando e incluso ponía cuidado en ocultar su protagonismo, así como la santidad de su vida. Según la abundante correspondencia de quienes lo trataron resulta un hombre afable, comprensivo y paternal para con sus frailes y recto y sincero con las autoridades civiles. Se muestra también un fraile dialogante en cuanto como superior consultaba a sus compañeros sobre las cuestiones más delicadas; y su espíritu fraterno lo demuestra hasta su muerte: quiso morir rodeado de los más cercanos.

Francisco Palóu, el fraile siempre amigo de Fray Junípero, lo acompaño durante los diez días postreros de su vida, recogiendo con puntualidad de diarista hasta el menor incidente. Poco antes de las dos de la tarde del 28 de agosto de 1784, Palóu encontró durmiendo plácidamente en el Señor a su venerable maestro y superior, que minutos antes se había recogido en su pequeña celda.

Palóu enviaría pronto al Colegio de San Fernando en la ciudad de México los Informes anuales de las nueve Misiones existentes en alta California. Luego redactaría dos de los documentos fundamentales que recogen diariamente del camino biográfico de Fray Junípero Serra: «Relación histórica», compuesta tempranamente, tras la muerte de Fray Junípero, fue impresa en México en 1787 y se conservan ejemplares «príncipe» de ella. .

La obra sigue un claro estilo hagiográfico, como si se tratare de una Biografía documentada, exigida en un Proceso histórico de canonización, lo que indica el rigor histórico en las intenciones del Autor. La otra obra de Palóu es «Noticias de la Nueva California», primera historia del territorio incorporado a la Corona española en 1769. La mayor parte de la información que la obra nos transmite fue recogida por su autor de modo inmediato, bien como testigo y actor de los acontecimientos, bien en dependencia de documentos recibidos de otros misioneros y del archivo de la misión de San Carlos, en el Carmelo.

Palóu fue Presidente de las Misiones de la Baja California hasta 1773, e interino de las de la Alta hasta que Serra regresó de México en 1774, actuando luego como misionero en la Alta en el Carmelo y en San Francisco, y de nuevo al morir Fray Junípero, ejerció de Presidente hasta que en agosto de 1785 llegó el nombramiento como Presidente de Lasuén. Como este escrito concluye abruptamente refiriendo noticias hasta junio de 1783, y Palóu sale de San Francisco en julio de 1785, el escrito fue redactado sin duda antes de esta fecha.

Fray Junípero Serra predijo en 1771 que en California florecería una Provincia franciscana a pesar de los momentos de prueba. Efectivamente ésta se fundó en 1915. Persisten todavía en California las tradiciones de que Junípero curaba a los enfermos con la señal de la cruz, y de que viajaba con velocidad extraordinaria para sacramentar a los moribundos. Y como recalca varias veces el Padre Palóu, Fray Junípero parecía traspuesto de gozo y devoción cuando exponía los misterios de la Fe, lo que sus oyentes experimentaban escuchándole ensimismados.


NOTAS

AGOSTINO AMORE O.F.M. (+) – LUCA DE ROSA O.F.M. (+)* © C. Causis Sanctorum. Officium Historicum. Montereyen. Seu Fresnen. Iuniperi Serra Positio Historica.

  • Edición y notas de los Consultores Históricos Prof.: P. Chiocchetta (+) – F. González