SOCIEDADES FILARMÓNICAS EN MÉXICO

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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INTRODUCCIÓN

Tras la conquista armada de México, en los inicios del dominio español, los religiosos encargados de la llamada «Conquista Espiritual», observaron que los indígenas, en este caso los aztecas, tenían dotes musicales y aprovecharon éstas y otras muchas habilidades para acelerar un primer proceso de evangelización y transculturación en el Nuevo Mundo. Se sabe que fue fray Pedro de Gante quien estableció una primera escuela de música para los indígenas en Texcoco en 1524,[1]la cual, al parecer, fue trasladada a la Ciudad de México en 1527.

En 1528 se fundó el Cabildo Eclesiástico de la Nueva España,[2]que tenía como función principal dar los nombramientos de músicos y cantores encargados de ejecutar la música en las ceremonias religiosas en la catedral de México. Los estatutos de erección de esta sede episcopal fueron utilizados como modelo por las demás catedrales de las diócesis novohispanas fundadas paulatinamente.

Durante los siglos de la dominación española, llegaron a la Nueva España compositores y músicos europeos quienes difundieron los géneros musicales e introdujeron en cada época los estilos en boga; para la práctica de la música sacra el Canto Llano o Canto Gregoriano, así como el Canto de Órgano (música polifónica en la que había formas musicales como misas, motetes, villancicos, chanzonetas, arias, tonos humanos a lo divino, versos de órgano, etc.). Para las prácticas civiles, muchas de ellas asociadas a los palacios privados o escenarios teatrales, se ejecutaron formas cantadas como las arias da capo, óperas, zarzuelas, tonos humanos, etc.; entre las formas instrumentales, ya habían hecho su aparición las sonatas, conciertos, sinfonías, etc.

Cabe mencionar que los compositores más destacados de esta época fueron: Hernando Franco, Pedro Bermúdez, Gaspar Fernández, Juan Gutiérrez de Padilla, Francisco López Capillas, Juan García de Céspedes, Antonio de Salazar, Manuel de Zumaya, Ignacio de Jerusalén y Stella, Manuel de Arenzana, entre muchos otros.

Sin bien la etapa virreinal en diversos temas relacionados con las música ha merecido en los últimos tiempos bastante atención por parte de musicólogos e historiadores mexicanos y extranjeros, el siglo XIX, ya con el México independiente, no ha corrido con la misma suerte, a pesar de la gran cantidad de fuentes documentales, impresas, hemerográficas, y de imagen (gráfica, fotografía, etc.) que existen a consulta pública, así como en colecciones y repositorios privados.

En esta «voz» hacemos una breve revisión de fuentes generales para el estudio de la formación e impacto social de las Sociedades Filarmónicas en México durante el siglo XIX. Tales asociaciones de músicos profesionales, aficionados o estudiantes de música, promotores musicales y otros melómanos, eran sociedades, compañías o agrupaciones de tipo civil, y las había en menor grado de carácter religioso.

Entre estas últimas aparecieron asociaciones donde había músicos que desarrollaban sus actividades en parroquias urbanas y rurales, así como otras que estaban vinculadas a un movimiento internacional poco estudiado, conocido como «Cecilianismo».[3]

Generalmente estaban constituidas por músicos que empezaban a organizar diversas actividades gremiales; para ello, se asociaban bajo una serie de estatutos y objetivos principalmente relacionados con varias actividades musicales. Cabe destacar que estos músicos también tenían la inquietud de educar u ofrecer instrucción musical a quienes así lo desearan, por lo cual estas sociedades también tuvieron un carácter educativo y de difusión musical.

Sin embargo, hubo otro tipo de asociaciones civiles, que si bien adoptaron el apelativo de «Sociedad Filarmónica», cumplían con otros propósitos distintos a la música; entre éstas finalidades destacaban otras en los ámbitos sociales, literarios, periodísticos, divulgativos, y hasta ideológicos o políticos.

¿Qué divulgaban?

En medios escritos publicaban amplios textos acerca de los temas citados. Generaban además reseñas, críticas, así como crónicas y noticias diversas en medios periodísticos y noticiosos. También llegaron a publicar sus ordenanzas y estatutos, programas de conciertos o actividades, etc.

¿Qué difundían?

Métodos de instrucción y enseñanza musical, partituras de diversos géneros musicales en boga. Además promovían constantemente actividades, entre ellas había lecturas públicas, conciertos, marchas y desfiles, música sacra y popular, tertulias privadas en escenarios o en domicilios particulares de personajes de la vida social, política o religiosa de la época.

SOCIEDADES FILARMÓNICAS EN LA CAPITAL DEL PAÍS

Consumada la Independencia (1821), el desarrollo artístico-Musical del México empezó a ser promovido y patrocinado por algunas Sociedades Filarmónicas en mayor o menor grado de importancia.

La PRIMERA SOCIEDAD FILARMÓNICA fue organizada por José Mariano Elízaga en 1825. Tenía como propósitos formar un coro y una orquesta sinfónica, fundar una editora de música y establecer una academia de enseñanza musical. A su vez sostuvo una pequeña orquesta y un coro: ambos funcionaron en la catedral metropolitana y en recintos seculares, bajo la dirección del propio Elízaga. Gracias al apoyo de Lucas Alamán (1792-1853), fue posible crear en 1825 la Academia de Música Elízaga,[4]con el patrocinio moral de esta Sociedad.[5]En 1829 diversas presiones obligaron a su fundador a dejar su puesto de director y el gremio se disolvió. Poco más tarde se rehízo, empero su nueva vida fue brevísima.

En la SEGUNDA SOCIEDAD FILARMÓNICA, fundada en 1828, destacan los músicos: Agustín Caballero, Melesio Morales, José Antonio Gómez, Cenobio Paniagua y Ángela Peralta (Ciudad de México, 1845-Mazatlán, Sinaloa, 1883), conocida internacionalmente como «El Ruiseñor Mexicano».[6]

Otra Aportación de Paniagua fue el organizar y dirigir en 1860 la primera compañía mexicana de Ópera. Llamada «Gran Sociedad Filarmónica», fue creada y dirigida por José Antonio Gómez;[7]sus actividades iniciaron con solemne ceremonia en el Palacio de Minería, el 13 de diciembre de 1839, con un concierto ejecutado por maestros integrantes de la Sociedad, en que se cantaron un aria de Semiramide, una cavatina de La sonámbula, el aria Casta diva, de Norma, y un aria de Ana Bolena, con un nutrido coro.

La Sociedad fue subvencionada por la aristocracia y el gobierno de la Ciudad de México, y reunió las inquietudes originales que habían llevado en 1824 a la creación de la Sociedad fundada por Elízaga; igualmente instituyó una academia musical cuyos conciertos reglamentarios se efectuaban los días 1o y 15 de cada mes. Se disolvió poco antes de iniciada la guerra con EU (1846-1847), que trajo consigo un desastre en el renglón artístico. La TERCERA SOCIEDAD FILARMÓNICA de denominó «Sociedad Filarmónica Mexicana». Se Instaló en 1866. A dicha sociedad se debe el establecimiento del primer conservatorio de música. Inicialmente se llamó «Conservatorio de la Sociedad Filarmónica Mexicana» y el 25 de octubre de 1867, el presidente de la República licenciado Benito Juárez García, decretó que dicho conservatorio se convirtiera en el Conservatorio Nacional de Música y Bellas Artes. Durante este período florecieron dos grandes compositores y músicos mexicanos: Carlos J. Meneses, Ricardo Castro y Felipe Villanueva.

La CUARTA SOCIEDAD FILARMÓNICA MEXICANA. En 1895 Ricardo Castro, con el apoyo de profesores y alumnos del Conservatorio Nacional de Música, así como de aficionados a la música, estableció la Sociedad Filarmónica Mexicana, cuyo fin era fomentar el desarrollo y la difusión de la música de cámara. A este efecto se organizaron varios conjuntos con los alumnos más avanzados de Castro, y un quinteto profesional, formado por el propio Castro al piano, los violinistas Luis G. Saloma y Rosendo Romero, violista A. Herrera, violonchelista Rafael Galindo y Francisco Velázquez, contrabajista. De mayo a octubre de 1895 la Sociedad llevó a cabo una serie de cinco conciertos en que se estrenó el Trío de Hiller, las Nouvellettes de Glazunov, el quinteto de Schumann, el cuarteto «De mi vida» de Smetana, el Cuarteto «español», de Viardot, y con Ricardo Castro acompañado por la Orquesta Sinfónica del Conservatorio, el Concierto no. 1 para piano de Franz Liszt.[8]

OTRAS SOCIEDADES FILARMÓNICAS EN LA CAPITAL DEL PAÍS

SOCIEDAD FILARMÓNICA DE SANTA CECILIA (CIUDAD DE MÉXICO, 1854-1857).

La fundó Carlos Laugier el 18 de marzo de 1854. Agrupaba a los músicos franceses aficionados residentes en la ciudad de México. Instituyó su propia orquesta, academia musical, y órgano de comunicación impreso (en francés). En esta Sociedad filarmónica, tomaron parte activa Alfredo Bablot, Niceto de Zamacois y el mismo Laugier. Funcionó sólo por unos meses.

La sociedad se disolvió hacia 1857, aunque fue reabierta por el propio Laugier. Se restableció en 1858 apoyada por miembros del partido conservador. Entonces sustentó una numerosa orquesta dirigida por Luis G. Morán. Tuvo auge durante la ascensión de Maximiliano de Habsburgo al trono imperial (1864-1867) y luego desapareció en definitiva.

Finalmente Laugier abandonó toda actividad musical hacia 1867. Al morir fue sepultado con honores en el panteón de San Joaquín. Escribió crítica musical en varios periódicos capitalinos. Autor también de canciones y piezas para piano; sobresale su obra La sarabanda, «vals español», publicado en la ciudad de México por la Imprenta del Telégrafo (1852).[9]

LA SOCIEDAD FILARMÓNICA DEL PITO (1871)[10]

¿Cuál era el papel de la prensa en la política mexicana en tiempos de la República restaurada? ¿Cuáles sus alcances e influencia en los resultados electorales? Entender cómo es que estas dos afirmaciones en principio contradictorias se conciliaban perfectamente, ofrece una clave para comprender cómo habría de reconfigurarse en esos años el espacio público mexicano.

La prensa adquiriría, en dicho contexto, una nueva centralidad, al abarcar una pluralidad de funciones, más allá de la más básica y elemental de servir de vehículo para la transmisión de ideas. Un hecho, aparentemente banal, como lo fue una polémica que se suscitó en 1871 en torno a cuestiones teatrales, y la serie de intrigas políticas que tejieron alrededor de ellas, nos mostrará cómo los diarios operaban entonces políticamente, al cumplir un papel clave en la articulación de las redes partidarias en el ámbito nacional, y, en definitiva cómo se redefinió, en dicha práctica, el sentido mismo del concepto de «opinión pública».

¿Porque se llamó «Sociedad Filarmónica del Pito»?

A comienzos de mayo de 1871 una noticia aparecida en el Diario Oficial conmocionó a la comunidad teatral mexicana: la llegada de Enrico Tamberlik,[11] el más célebre tenor del mundo. Su actuación, sin embargo, terminaría desatando una verdadera polémica nacional. El 21 de ese mes (las fechas son aquí importantes de recordar) se produjo el esperado estreno en el teatro Nacional de la obra «Poliuto», de Donizetti. Cinco días después, un remitido a El Monitor Republicano de Juan A. Mateos desató la controversia.

Si bien le reconoce una técnica exquisita, asegura que Tamberlik ya había perdido su voz. Dos días más tarde, en sus ya tradicionales «Charlas de los Domingos», Enrique Chávarri, bajo el seudónimo de «Juvenal», redactor estable del diario, confirmó la opinión de Mateos, iniciando de este modo lo que se considera una campaña de este medio contra el tenor italiano.

El estreno de «Il Trovatore», de Giuseppe Verdi, no hace más que profundizar el enfrentamiento. Según cuenta Mateos en un nuevo remitido a «El Monitor», Tamberlik falla en dar un do de pecho. Proteo, desde «El Siglo XIX», y Orfeo, desde «El Federalista» responden que la acusación de Mateos es absurda, puesto que un do en falsete no podría haber tenido la potencia suficiente para tapar los coros y la orquesta. En fin, la cuestión del do de pecho pronto ocuparía las páginas centrales de los diarios de la capital.

“Olvidadas un tanto las borrascas parlamentarias”, dice Juvenal en el «Boletín» que encabeza el número del 6 de junio de «El Monitor», “viene ahora Tamberlik, la ópera y el do de pecho á llenar todas las fantasías y á dar asunto á la crónica de la capital”.[12]Las asperezas que se desencadenaron por la controversia no parecen poder explicarse exclusivamente por cuestiones de gusto artístico o aun de orgullo nacional.

“La cuestión de Tamberlik”, aclara Juvenal, “tiene, o más bien, la han obligado á tener, distintas fases”. Cuáles son estas “distintas fases” de la cuestión que “la han obligado a tener” (cabe subrayar esta expresión) no es, sin embargo, fácil de descubrir. Inmediatamente surge la sospecha de que, por detrás de la disputa teatral, existía alguna motivación política (no debe olvidarse que el 25 de ese mismo mes eran las elecciones, y la agitación proselitista se encontraba en su punto álgido).

Los diarios confirman la misma. Según se señala en la sección de Gacetilla de «El Federalista», “el dó de pecho es materia de discusión electoral”. Sin embargo, descubrir cuál era el vínculo entre teatro y política no resulta en absoluto sencillo. De hecho, no siempre sería del todo claro incluso para sus protagonistas. Como indica irónicamente a continuación esa misma gacetilla:

“Ignorantes de la música, desearíamos que nuestros colegas que cuestionan sobre la validez del dó, nos dijeran primeramente ¿qué cosa es el dó de pecho? (…) lo que nos parece es que el que saque la lotería de la Presidencia, ese sí que dará el do de pecho.” Algo similar ocurre con otro hecho que en esos mismos días agitó a “la brillante y alegre república teatral” según la definió Ignacio Manuel Altamirano.

En este caso, la controversia tendrá por escenario al teatro Principal, dedicado a presentar zarzuelas. Pero la polémica subió de tono con la llegada del Can-Can y la “cancanomanía”. El público en el teatro entonces se divide. Un sector, siguiendo los consejos de los diarios, se dedicara a abuchear a los actores en escena. Alentados por Juvenal, desde «El Monitor», en la función del 16 se distribuyó a la entrada un volante firmado por el «Club del Pito», luego rebautizado «Sociedad Filarmónica del Pito», que se dedicaría a hacer sonar silbatos en las funciones como medio de exigir la renuncia del nuevo director de la compañía, el señor Moreno (que había remplazado a González, luego de que éste había caído enfermo).

La gritería en gradas y plateas se volvería insoportable, lo que irrita no sólo al público adicto, sino también a actores y divas. El Club del Pito tuvo así un éxito completo: “las águilas municipales tomaron soleta, y el club quedó dueño del campo”. “Entre las proezas del Club”, continúa Juvenal, “se cuentan un policía corrido, un sereno apaleado”. “Juvenal felicita al Club del Pito por su espléndido triunfo”, concluye la crónica . Lo cierto es que el público pronto deja de ir al Teatro Principal y los actores se niegan a trabajar allí, lo que pone en serias dificultades a la empresa. Finalmente, el empresario a cargo pide al gobernador del Distrito, Alfredo Chavero, poner fin a las acciones del Club del Pito. Para la función del 24 de junio el teatro fue literalmente “militarizado”. Los miembros de la Sociedad Filarmónica del Pito resistieron la medida y se enfrentaron a la policía, siendo derrotados en forma humillante, según cuenta el cronista Juvenal. La gresca deja varios heridos como saldo; pero, a partir de ese momento, las funciones se desarrollarían con normalidad, siempre bajo vigilancia policial. Hasta aquí los hechos.

Descubrir su sentido político, como dijimos, no resulta sencillo. Para ello es necesario poder reconstruir no sólo el contexto más general en que transcurren ambas polémicas, sino también desenmarañar la compleja red de rivalidades entre partidos y facciones que se pusieron en juego. Siguiendo el modelo de las novelas policiales, el primer paso consistiría en hallar el elemento que vincula a los dos hechos antes relatados. Repasando lo expuesto, lo que se observa es un único hilo conductor: el papel central que en ambas disputas tuvo el impreso noticioso El Monitor Republicano. Sin embargo, la trayectoria de este diario contiene las pistas para desentrañar el caso. Quizás esta sociedad filarmónica no tenía nada que ver con la música, ni con la ópera y el bel canto, pero sí tenía intereses en la política y el sentir social. Se puede decir que sirvió como válvula de escape para políticos porfiristas y juaristas que se enfrentaron en las elecciones y tomaron este evento como un mero pretexto para generar un enfrentamiento.

SOCIEDAD ANÓNIMA DE CONCIERTOS (CIUDAD DE MÉXICO, 1892-1902).

Instalada bajo el auspicio de José Yves Limantour, con el fin primordial de difundir la obra de compositores mexicanos y patrocinar la actividad musical en todo el país, dando así continuidad a la labor realizada por la antigua Sociedad de Conciertos del Conservatorio. Fue la primera sociedad en México que, organizada como un gran aparato comercial, recaudaba fondos a través de bonos para asistir a una temporada anual de conciertos. En ella tuvieron intensa participación empresarios acaudalados, representantes, en su mayor parte, de firmas extranjeras.

La sesión inaugural de la Sociedad fue efectuada en el teatro Nacional el 17 de junio de 1892, donde Ricardo Castro ejecutó el Concierto para piano y orquesta Op. 16, de Grieg, dirigiendo la orquesta Carlos J. Meneses. Desapareció en 1902, luego de haber auspiciado más de 50 conciertos; algunas de sus funciones fueron cubiertas en el seno del Ateneo Mexicano Literario y Artístico.

SOCIEDADES FILARMÓNICAS EN EL INTERIOR DE LA REPÚBLICA

SOCIEDAD FILARMÓNICA GUANAJUATENSE (GUANAJUATO, GUANAJUATO, 1856-1859). Inaugurada en la ciudad de Guanajuato, en septiembre de 1856, en el patio de la lujosa residencia del señor Domingo Mendoza y con apoyo del gobernador Manuel Doblado. Su presidente fundador fue don Sabino Flores. Sostuvo un coro de voces mixtas y una orquesta de 16 músicos, y disponía de un “piano cuadrilongo” para sus conciertos. Inició sus actividades con una ceremonia solemne en que se cantaron el Himno nacional de Nunó y fragmentos de las óperas I puritani, Lucrezia Borgia, María de Rohan, Semiramide, Lucia di Lammermoor, Il pirata, Romeo e Giulietta, y se tocaron al piano unas variaciones de Von Weber sobre el tema de La Marsellaise. La Sociedad dejó de existir en 1859 .

SOCIEDAD FILARMÓNICA DE SANTA CECILIA (GUADALAJARA, JALISCO, 1857). Radicado en Guadalajara el médico Jules Clement –en la ciudad de México colaborador de Charles Laugier–, reunió a los instrumentistas más activos de la música regional y creó la Sociedad Filarmónica de Santa Cecilia en 1857. Los fines de este gremio eran:

I. Procurar a los enfermos inválidos y ancianos de profesión musical que lo necesiten, unos recursos en relación con sus necesidades. II. II. Fomentar el gusto por el arte, multiplicando a los profesores y ofreciendo a los aficionados ocasiones de ejecutar juntos; III. Abrir a la parte más ilustrada de la población, un centro de reunión y difusión musical. Formulados estos estatutos, se nombró presidente honorario al general Anastasio Parrodi, gobernador del estado de Jalisco; presidente efectivo al licenciado Jesús López Portillo; vocales al licenciado José Luis Pérez Verdía, canónigo de la catedral; al licenciado Guillermo Augsburg, cónsul de Alemania; y a los señores Manuel Corcuera, Manuel de la Cueva, Jules Clement y Cruz Balcázar, quien asumió la dirección de la Orquesta de la Sociedad. La agrupación llegó a contar con 133 socios, según consta por la nómina publicada, entre los que figuran los más altos miembros de la aristocracia tapatía.

La inauguración correspondiente se verificó el 22 de noviembre de 1857 con una solemne función religiosa en el templo del Sagrario Metropolitano, en la que tomó parte la Orquesta de la Sociedad y pronunció el panegírico de la Santa Patrona, fray Isidro Gazcón, del convento de la Merced. La instalación oficial tuvo lugar el 12 de enero inmediato en el salón principal de la Universidad, con un concierto vocal instrumental que fue muy concurrido. A un segundo concierto, realizado el día 22 del mismo mes [en el teatro Principal], asistió el presidente de la República, Benito Juárez, acompañado por sus ministros Melchor Ocampo, Guillermo Prieto y Manuel Ruiz.

SOCIEDAD FILARMÓNICA DE SANTA CECILIA (OAXACA, OAXACA, 1858).

Iniciada y fomentada por el presbítero Magro, del templo de La Merced, tuvo sus primeras actividades en 1858. Agrupó a la mayoría de los instrumentistas de la capital oaxaqueña activos en aquel entonces; sobresalieron los hermanos Macedonio, Nabor y Bernabé Alcalá, Manuel Monterrubio y Cosme Velázquez, por ser suya la iniciativa de formar una academia musical, un coro y una orquesta (1860). Esta sociedad también procuró el apoyo mutuo de los músicos oaxaqueños, así como la ejecución de programas corales y orquestales. Aunque sufrió innumerables dificultades administrativas, sobrevivió durante varios años, hasta extinguirse en 1869.

SOCIEDAD FILARMÓNICA CAMPECHANA (CIUDAD DE CAMPECHE, 1862).

La estableció Francisco Álvarez Suárez en 1862, bajo el auspicio de la sociedad civil. Su reglamento lo redactó Matías Romero. Se propuso fundar un conservatorio y una orquesta sinfónica, pero, al contrario, desapareció al poco tiempo. En 1866, el mismo Álvarez Suárez, con estímulos del Ayuntamiento, la restituyó, y fundó una pequeña orquesta que sobrevivió hasta los primeros años de la década siguiente. Su órgano oficial de comunicación fue «La Armonía» .

SOCIEDAD FILARMÓNICA GUADALUPANA (CIUDAD DE PUEBLA, 1864).

Una de las primeras sociedades filarmónicas que se fundaron durante el siglo XIX en la ciudad de Puebla fue la Sociedad Filarmónica Guadalupana –creada durante los inicios del Segundo Imperio Mexicano–, cuyos estatutos fueron otorgados en 7 de marzo de 1864, ante el notario público Gregorio Sandoval. Esta sociedad o compañía civil tuvo como primeros socios a treinta músicos notables de Puebla, entre los que sobresalía el maestro Félix M. Alcerreca, connotado autor de obras de teoría musical, la cuales se llegaron a imprimir, alcanzando varias ediciones.

Reunidos para la firma del protocolo, los músicos declararon que tenían “el principal objeto de adelantar e ilustrar todo lo posible en el bellísimo arte de la música”. Los socios fundadores fueron José María Pardo, Ignacio González, Agustín Monroy, Santos Anzures, José María Fuentes, Vicente Brito, Agustín Dimarías, Isidro Vázquez, Antonio Muñoz, Cristóbal Domínguez, Gregorio García, Ignacio Rodríguez, Melchor Rodríguez, Antonio Ortiz, Francisco Gutiérrez, Encarnación Díaz, Agustín Oliveros, Martín Vázquez, Luciano Cuauhtli, Pedro Aldana, Ignacio León, Pablo Sánchez, Benito Axotla, José María Campero, Sebastián Ysita, Félix Alcerreca, Antonio Mendoza, Fermín Torres, Regino Díaz, y Antonio Pacheco.

SOCIEDAD FILARMÓNICA DEL COMERCIO (MÉRIDA, YUCATÁN, 1869).

Se fundó en septiembre de 1869, en Mérida, Yucatán, semejante a la que tres años antes habían creado en la ciudad de México Tomás León y Aniceto Ortega. Sus reuniones se efectuaban en la casa de Amado Cantón. Instituyó una banda de música dirigida por Manuel Ortiz Solís y patrocinó veladas poéticas y conciertos. En 1872 fue sustituida por la Sociedad Filarmónica de Mérida.

SOCIEDAD FILARMÓNICA JALISCIENSE (GUADALAJARA, JALISCO, 1869). Fundada en Guadalajara, en 1869, por Jesús González Rubio (presidente), Clemente Aguirre, Miguel S. Arévalo, Adrián Galarza, Miguel Meneses, Joaquín Luna y Luis Vázquez, entre otros músicos distinguidos de la época. Su fin era ofrecer mensualmente un concierto a través de su propia orquesta. Funcionó durante poco tiempo.

SOCIEDAD FILARMÓNICA ÁNGELA PERALTA (CIUDAD DE PUEBLA, 1871).

Creada en 1871 por iniciativa de un grupo de músicos poblanos seguidores de la gran cantante Ángela Peralta, quien realizó en Puebla varias visitas y donde tenía grandes amigos y admiradores. Al finalizar el Segundo Imperio –al que estaba vinculada la diva como «Catarina de Cámara del Imperio» –, particularmente fueron importantes sus presentaciones en 1871 (cuando cantó La Traviata de Verdi en el Teatro Guerrero, bajo la dirección del maestro Agustín Balderas), así como otra temporada en 1877. Los maestros Pablo Sánchez y Delfino Arriaga fueron elegidos como director y secretario respectivamente de esta Sociedad Filarmónica, misma que llegó a crear su propia orquesta, ofreciendo conciertos hasta los inicios de la siguiente década.

SOCIEDAD FILARMÓNICA DE MÉRIDA (MÉRIDA, YUCATÁN, 1872).

Fundada en 1872 por José Jacinto Cuevas, reunió a las personalidades intelectuales de la época con el objeto de impulsar el desarrollo local de la música. Tenía como sede la Academia de Música del Estado de Yucatán, que en 1873 se transformó en el Conservatorio Yucateco.

SOCIEDAD FILARMÓNICA «EL PROGRESO» (CÓRDOBA-ORIZABA, VERACRUZ, 1874). Fue suscrita en Córdoba, Veracruz, el 5 de mayo de 1874 por su presidente Agustín Alcérreca y demás miembros de la Junta Directiva. Formó una orquesta con la cual se programaron varios conciertos, tanto en Córdoba como en Orizaba, ciudades en donde residían sus miembros y promotores. Abogó por ofrecer auxilio comunitario a sus agremiados de avanzada edad.

CONCLUSIONES

Con las novedades político-sociales del México independiente y de la naciente ideología liberal, se vieron disminuidas notablemente las actividades de los músicos que servían al culto divino en la Iglesia católica, principalmente por posturas anticlericales que tendrían grandes consecuencias a partir de los postulados de las Leyes de Reforma.

El desarrollo de actividades artísticas emanadas de las Academias y de algunos movimientos musicales civiles ya de tintes comerciales, fueron tendientes a acrecentar paulatinamente la actividad de la música escénica en los coliseos y teatros, principalmente por el apogeo de géneros dramático-musicales como la ópera y la zarzuela.

En los nuevos paradigmas las Sociedades Filarmónicas tienden a asumir una nueva organización musical de tipo gremial, así como a ir subsanando y supliendo, por una enseñanza en un ambiente cada vez más laico, la instrucción musical que en el Antiguo Régimen se asumía principalmente por las instituciones eclesiásticas.


APÉNDICE DOCUMENTAL.

ESTATUTOS DE LA SOCIEDAD FILARMÓNICA GUADALUPANA. ESCRITURA OTORGADA EN LA CIUDAD DE PUEBLA EN 7 DE MARZO DE 1864 ANTE EL NOTARIO GREGORIO SANDOVAL. […]

Primero: La sociedad queda a cargo del primer director, don Luciano Cuauhtli, el cual quedó electo por mayoría de votos. Segundo: Por enfermedad del primer director, queda electo don Santos Anzures de segundo, con las mismas formalidades y mientras dure el impedimento del primero.

Tercero: El director y en su caso el suplente, señalará los días de estudio y ensayo, en el lugar que deban reunirse, así como piezas que deban estudiarse.

Cuarto: Tendrán especial cuidado los directores que hacen saber a los socios, la víspera del día en que deba verificarse un ensayo o escoleta, para que el que no esté con la debida puntualidad a la hora señalada se le aplique la multa de cincuenta centavos.

Quinto: El director es el único con quien deben ajustarse todas las funciones que pertenezcan a teatros y otras particulares que no sean exclusivas de iglesias.

Sexta: El director y miembros de la sociedad están en el caso de proporcionar estas últimas, siempre que dejen utilidad proporcionada, sin degradación de la corporación.

Séptima: Cualquier miembro de la sociedad que fuere solicitado para alguna función, sea de la clase u orden que fuere se dirigirá con el solicitante al director par que éste haga el ajuste y convenio, pues a los miembros de la sociedad se les prohíbe hacerlo, bajo la multa de cinco pesos, siempre que la obvención pase de la ocupación de cinco individuos.

Octava: El director no podrá nombrar para ninguna función otros miembros que no sean de la sociedad; cuando no puedan concurrir todos los socios, porque la función [religiosa] sean de segunda y tercera clase, el director nombrará por turno las personas que deban desempeñarla, él mismo hará el reparto equitativo entre las personas que se hayan ocupado en la función, de lo que haya producido, conforma a la calidad de cada uno.

Novena: Ningún miembro de la sociedad, incluso los directores, podrán asistir a otras funciones de las que quedan expresadas en los artículos quinto y sexto, que fuesen dadas por otros profesores, en clase de tales, bajo la multa de quince pesos por cada una de esas asistencias.

Décima: Si el director propietario no se manejare con la actividad, energía y honradez que requiere el puesto que ocupa, de pronto le sustituirá el segundo, inter éste provoca una junta para elección del primero, quedando el ex director en la corporación como uno de tantos socios.

Undécima: Se contará de preferencia en todas las asistencias, grandes o pequeñas, con un sujeto más que toque violín principal, el cual n deberá asistir, a fin de que la paga que a éste correspondiera, unida a las multas, se deposite con el objeto de repartirlo anualmente entre la corporación. Duodécima: Queda electo para depositario por elección general, don Gregorio García.

Décimo tercera: Cada uno de los socios, tiene obligación de denunciar a los directores, al individuo que falte a cualquiera de estos artículos, a fin de que por la autoridad se la aplique la multa que expresa el artículo noveno.

Décimo cuarto: El socio que acredite ocupación doméstica, enfermedad u otros caso imprevisto, para no poder concurrir a tocar lugar que le señale el director, éste podrá disimularlo nombrando en su lugar otro de la sociedad.

Décimo quinta: Desde la fecha de esta escritura para lo sucesivo, el director tendrá cuidado y será de su responsabilidad reglamentar con los empresarios de teatros y funciones públicas, así como las particulares que directamente ocurran a la sociedad los ajustes en las nueva obvenciones, puesto que no están conforme con lo que hayan dejado establecido los antiguos maestros o directores; pues esta nueva sociedad no prodigará favores que resulten de cada uno y general de la sociedad.

Décimo sexto: Con el fin que expresa la anterior cláusula el director antes de consumar algún contrato lo pondrá en conocimiento de los socios para que discutida y aprobada pueda cerrar el contrato y quedar todos obligados a su desempeño. Si faltare la aquiescencia y consentimiento de los socios, será exclusiva del director la responsabilidad.

Décimo séptimo: Esta sociedad durará el tiempo de cinco años, contados desde esta fecha, sin que en dicho término se puedan alterar estas condiciones. Con estas calidades y condiciones establecen todos los otorgantes esta sociedad y compañía, y se obligan a observar exacta y respectivamente canto en esta escritura y sus capítulos se contiene y no separarse de ella, ni reclamarla ni total ni parcialmente y si lo hicieren no sean admitidos en juicio ni fuera de él; y que por el mismo o caso se ha visto haberla aprobado, a cuyo fin la formalizan con todas las firmezas por derecho conducentes a su validación; y a ello obligan sus personas y bienes precedentes y futuros bajo cláusula quarentigia [sic], con renuncia de leyes de su favor y la general del derecho, y en su testimonio así lo otorgaron y firmaron en unión de los testigos que fueron: don Juan Paredes, don José Guzmán Vargas y don José María Sánchez, de esta vecindad. Doy Fe con que llevará el título de Guadalupana, Vale.

Firmas y rúbricas.

Ante mí Gregorio Sandoval.

NOTAS

  1. Esteban J., Palomera, S.J., “Fray Diego Valadés, O.F.M., Evangelizador humanista de la Nueva España, El Hombre, su época y su obra”, (México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 1988), 64.
  2. http://goo.gl/h1LGyj (consultado el 27/Abril/2016).
  3. José Vicente González Valle, Luis Antonio González Marín, Antonio Ezquerro Esteban, “Música devocional y paralitúrgica en los archivos aragoneses (siglos XVII-XIX)”, Memoria ecclesiae, núm. 21, (2002): 601-621.
  4. El Águila Mexicana, 26 de feb., año II, núm. 318 (1825). Dictamen de la Comisión Especial del Senado que examina la Memoria del señor Secretario de Relaciones Exteriores e Interiores: “Lo relativo a Jardín Botánico, sociedades literarias, academias y escuelas de bellas letras, antigüedades y gabinetes de lectura [...] El estado exhausto del tesoro público no permite actualmente ocuparse en formar establecimientos que parecen pertenecer a tiempos de abundancia [...]”.
  5. El Águila Mexicana, 17 de abril, año III, núm. 3, (1825): 4, col. 1ª, “Sociedad Filarmónica. Este establecimiento nuevo entre nosotros”.
  6. Ver un resumen biográfico con bibliografía sobre Ángela Peralta por Clara Meierovich, “Peralta de Castera, Ángela”, en Emilio Casares Rodicio (dir.), Diccionario de música española e hispanoamericana, (Madrid, SGAE, 1999-2002): v. 8, 600-601.
  7. José Antonio Gómez, Prospecto y Reglamento de la Gran Sociedad Filarmónica y Conservatorio de Ciencias y Bellas Artes, dirigida por J. A. Gómez, (Ciudad de México, Imprenta del Iris, dirigida por Antonio Díaz), 7, (documento fechado el 24 de noviembre de 1839. Colección Lafragua/ Biblioteca Nacional, UNAM, signatura núm. 3781).
  8. Jesús C. Romero, “Ricardo Castro; sus efemérides biográficas”, Andamios (Durango), (1949): 56 pp.
  9. iblioteca de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, fondo reservado. Jesús C. Romero, “Historia de un conservatorio que no se fundó”, Carnet Musical, vol. XII, núm. 147, (mayo, 1957): 207-208.
  10. Elías José, Palti, “La Sociedad Filarmónica del Pito. Ópera, prensa y política en la República restaurada (México, 1867- 1976)”, Historia Mexicana, vol. LII, núm. 4, (abril-junio, 2003): 941-978.
  11. Juvenal, “Charla de los Domingos”, El Monitor Republicano, 121 (21 mayo 1871): 1. Enrico Tamberlik (Roma, 1820-París, 1889) fue uno de los más importantes representantes (junto con Domenico Donzelli, Adolphe Nourrit y Gilbert Duprez) de una generación de tenores que revolucionó el canto operístico a mediados de siglo XIX. Sin abandonar los principios del bel canto, basados en aspectos técnicos de gran complejidad, llevaron a cabo novedosa proezas de virtuosismo. Esta revolución acompañó, a su vez, la ampliación de la orquestación musical y de las audiencias mismas, generando nuevas demandas a los cantantes. Destacados compositores como Verdi y Donizetti, compusieron obras dedicadas a él. Particularmente famosa será su interpretación del Othello de Rossini. Cabe comentar que algunos especialistas coinciden en que este personaje en realidad era de origen rumano.
  12. Juvenal, “Boletín”, El Monitor Republicano, 134 (6 jun., 1871): 1.

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GERMÁN ALFREDO LORENZINI RODRÍGUEZ